Teología Fundamental I. Caso práctico La Revelación y su transmisión A Eduardo no se le escapaba que el semanario que compraba su padre "no se llevaba muy bien" con la Iglesia: con frecuencia aprovechaba cualquier motivo para atacar la doctrina y la jerarquía. A su madre —mujer piadosa y más culta de lo que parecía—, no le gustaba, pero su padre decía que aunque ese aspecto no le agradaba, era el semanario que mejor informaba. Un día, hojeando la revista, Eduardo reparó en una foto en color que presentaba a unos padres jóvenes sonriendo con un hermoso bebé en brazos. Era un "niño-probeta". El artículo ofrecía algunas estadísticas y noticias sobre tratamientos contra la infertilidad, y al final comentaba que no se explica cómo la Iglesia Católica no permite la fecundación "in vitro" y otras técnicas, cerrando la puerta de la felicidad para tantas parejas. Hacía referencia a la disociación entre la Iglesia -que se había anclado en el pasado- y el mundo actual, y juzgaba que si no quería "perder el tren de la vida" y automarginarse, la Iglesia tenía que adaptarse, revisando su "catálogo de prohibiciones". Varias páginas más adelante, se volvía a arremeter contra la doctrina católica en términos parecidos, esta vez a propósito del control de la población. La foto en este caso recogía a unos indígenas muy escuálidos, de cara inexpresiva. Eduardo no sabía qué pensar, y a la hora de comer sacó el tema en la mesa. Su hermana Asunción, que estudiaba 4º de Historia, parecía estar bastante de acuerdo con la revista. Dijo que no es lo mismo el siglo I que el siglo XXI. Hace 20 siglos no había problemas de superpoblación, y tenía sentido prohibir cosas que entonces dañaban a la sociedad, mientras que ahora la favorecerían. Ella —añadió— sabía de historia, pero pensaba que lo mismo ocurriría en otros asuntos. Su madre replicó que eso era "una barbaridad", y que esos problemas pueden arreglarse de otro modo. Su padre dio la razón a su madre señalando que, efectivamente, hay mucho excedente de alimentos y mucho niño para adoptar: "siempre se apuntan a lo fácil", concluyó. Por la noche, como de costumbre, Eduardo y su familia estuvieron viendo la televisión durante la cena. La locutora presentó la noticia sobre un reciente congreso sobre el SIDA. Entre los tres participantes entrevistados por la cadena de televisión, todos hablaron, de una manera u otra, en la necesidad de prevención a través del uso del preservativo. Pero especialmente el último de ellos, un sociólogo, se dedicó a criticar la actitud de la Iglesia que, según él, con su oposición al uso del preservativo “estaba cerrando los ojos a un problema planetario y era responsable de la muerte de miles de seres humanos en todo el mundo, especialmente de los más pobres e ignorantes”. A Eduardo le pareció que el sociólogo se había excedido es su juicio, y comentó en la mesa: - “Eso es no es cierto: que me diga este señor qué institución en todo el mundo trabaja más a favor de los enfermos del SIDA. Y mientras, todos esos del Congreso no hacen más que hablar y hablar...”. - Sí, eso es verdad, contestó Asunción, “pero yo no entiendo por qué no se puede usar el preservativo al menos cuando hay peligro de contagio”. - “Pues porque es inmoral”, contestó la madre de Eduardo. —"¿Y quién ha dicho eso? A ver…", preguntó el marido que a partir de este momento comenzó a discutir con su mujer. —"Pues la Iglesia...", respondió de nuevo. —"Pero eso no es ningún dogma: es su visión de las cosas que van saliendo". —"Vaya, no sé yo si eso es muy correcto...; la Iglesia no habla en nombre propio". —"¡Que no, mujer, que no! Que una cosa son las cuestiones de fe, que o las crees o nada, y otra cómo resolver los problemas de la vida". —"Mira, que tampoco es dogma que no robes...". —"¡Pero eso está en la Biblia! En cambio, lo del preservativo, ¿en qué parte de la Biblia sale esto? ¿No nos han enseñado en la catequesis siempre que lo que predica la iglesia tiene que estar en la Biblia? ¡Pues entonces...!". 1 —"Sí, eso es verdad, pero...". —"¡Pero qué! —la interrumpió—. La verdad es que no se aclaran ni ellos, pues dentro de la misma iglesia hay muchas opiniones y no hay consenso. Esta mañana, sin ir más lejos, he leído un artículo de un conocido teólogo en el que daba un argumento muy convincente: si es verdad que la revelación se va transmitiendo en la historia -decía-, lo lógico es que se vaya adaptando a ella. Además, ¿ qué le dijo a tu hermana el cura que la casó cuando le preguntó sobre este asunto?" —"Pues —tuvo que admitir ella—, le dijo que en principio eso no está bien..., pero que en cada caso había que ver..." —"¡O sea, que no se atrevió a decirle que sí!", dijo el padre. —"Más parece que no se atrevió a decirle que no", intervino de nuevo Eduardo. —"¡Tú cállate! ¿Qué sabrás tú de esto? Lo que pasa es que la Iglesia se dedica a teorizar, pero cuando un problema te toca de cerca...". —"Bueno, pero cuando enseñan una cosa lo dirán por algo; tienen su autoridad, ¿no? Hay que ver por qué dicen lo que dicen", continuó Eduardo. —"¿Su autoridad?, dijo su padre. “¡Que no sean orgullosos! ¡Nada, que ellos contra todo el mundo! ¡Todo el mundo ve clara una cosa, pero no, ellos «erre que erre»!". A estas alturas ya estaba levantando bastante la voz. Eduardo estaba un poco enfadado por el tono de la discusión; a su madre ya se le había escapado alguna vez un "con tu padre no se puede discutir", y comprobarlo no era grato. Tenía que reconocer que, efectivamente, de eso no sabía mucho. Pero se preguntaba por dentro: — “¿por qué papá está hablando con tanta convicción? —"¡Ah, está claro: la culpa la tiene ese maldito semanario que lee!", pensó de repente: "Llaman orgullosa a la Iglesia, y ellos son más orgullosos que nadie. No se molestan en ver por qué la Iglesia dice lo que dice, cuando no coinciden con su opinión”. Y llenándose de valor, comentó: -“¿Sabes qué pienso, papá? Que puede ser orgulloso sostener una opinión contra todo el mundo, pero sólo si se trata de una opinión propia. La iglesia, en cambio, se siente depositaria de algo que no es suyo sino recibido de Dios. Y eso no es orgullo, sino fidelidad”. Los padres de Eduardo quedaron sorprendidos del comentario de su hijo. Era sencillo, pero cargado de sentido común. Al cabo de unos días, el padre de Eduardo cambió de semanario y se compró un ejemplar del Catecismo de la Iglesia Católica, pues nunca lo había leído y se daba cuenta de que debía profundizar en su fe. Preguntas que se formulan: - ¿Habla la Iglesia en nombre propio? ¿En nombre de quién lo hace? ¿Con qué autoridad? ¿Lo hace infaliblemente? ¿En virtud de qué? ¿Puede acusársela por ello de orgullo? — ¿Tiene la Iglesia autoridad para enseñar verdades de índole natural? ¿Por qué? ¿Qué aporta con esta enseñanza? ¿Ves en el caso estudiado la necesidad de esta enseñanza? ¿En qué? — ¿Se contiene toda la verdad de fe en la Biblia? ¿Por qué? ¿Dónde más se contiene? - ¿Son evidentes las enseñanzas de la Escritura, o necesitan interpretación? ¿Quién la interpreta con autoridad? - Cuándo se completó el depósito revelado? ¿Está condicionado por la situación y la cultura de la época? ¿Cabe algún progreso? -¿El magisterio tiene derecho a juzgar "las cosas que van saliendo"? ¿Debe adaptarse la doctrina a las diferentes épocas o sociedades? ¿Qué juicio merece el argumento que el conocido teólogo expone en su artículo? - ¿Cuándo se puede decir que la Iglesia enseña una doctrina? ¿Quién tiene autoridad para hablar en nombre de Ella? Bibliografía Vid. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 74-95, 101-114, 785, 888-892. 2 Artículo 2 LA TRANSMISION DE LA REVELACION DIVINA 1 Dios "quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" ( 1 Tim 2,4), es decir, al conocimiento de Cristo Jesús (cf. Jn 14,6). Es preciso, pues, que Cristo sea anunciado a todos los pueblos y a todos los hombres y que así la Revelación llegue hasta los confines del mundo: Dios quiso que lo que había revelado para salvación de todos los pueblos se conservara por siempre íntegro y fuera transmitido a todas las edades (DV 7). I LA TRADICION APOSTOLICA 2 "Cristo nuestro Señor, plenitud de la revelación, mandó a los Apóstoles predicar a todos los hombres el Evangelio como fuente de toda verdad salvadora y de toda norma de conducta, comunicándoles así los bienes divinos: el Evangelio prometido por los profetas, que el mismo cumplió y promulgó con su boca" (DV 7). La predicación apostólica... 3 La transmisión del evangelio, según el mandato del Señor, se hizo de dos maneras: oralmente: "los apóstoles, con su predicación, sus ejemplos, sus instituciones, transmitieron de palabra lo que habían aprendido de las obras y palabras de Cristo y lo que el Espíritu Santo les enseñó"; por escrito: "los mismos apóstoles y otros de su generación pusieron por escrito el mensaje de la salvación inspirados por el Espíritu Santo" (DV 7). … continuada en la sucesión apostólica 4 "Para que este Evangelio se conservara siempre vivo y entero en la Iglesia, los apóstoles nombraron como sucesores a los obispos, 'dejándoles su cargo en el magisterio'" (DV 7). En efecto, "la predicación apostólica, expresada de un modo especial en los libros sagrados, se ha de conservar por transmisión continua hasta el fin de los tiempos" (DV 8). 5 Esta transmisión viva, llevada a cabo en el Espíritu Santo es llamada la Tradición en cuanto distinta de la Sagrada Escritura, aunque estrechamente ligada a ella. Por ella, "la Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas las edades lo que es y lo que cree" (DV 8). "Las palabras de los Santos Padres atestiguan la presencia viva de esta Tradición, cuyas riquezas van pasando a loa práctica y a la vida de la Iglesia que cree y ora" (DV 8). 6 Así, la comunicación que el Padre ha hecho de sí mismo por su Verbo en el Espíritu Santo sigue presente y activa en la Iglesia: "Dios, que habló en otros tiempos, sigue conservando siempre con la Esposa de su Hijo amado; así el Espíritu Santo, por quien la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia, y por ella en el mundo entero, va introduciendo a los fieles en la verdad plena y hace que habite en ellos intensamente la palabra de Cristo" (DV 8). II LA RELACION ENTRE LA TRADICION Y LA SAGRADA ESCRITURA Una fuente común... 7 La Tradición y la Sagrada Escritura "están íntimamente unidas y compenetradas. Porque surgiendo ambas de la misma fuente, se funden en cierto modo y tienden a un mismo fin" (DV 9). Una y otra hacen presente y fecundo en la Iglesia el misterio de Cristo que ha prometido estar con los suyos "para siempre hasta el fin del mundo" (Mt 28,20). … dos modos distintos de transmisión 8 "La Sagrada Escritura es la palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiración del Espíritu Santo". "La Tradición recibe la palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los apóstoles, y la transmite íntegra a los sucesores; para que ellos, iluminados por el Espíritu de la verdad, la conserven, la expongan y la difundan fielmente en su predicación" 9 De ahí resulta que la Iglesia, a la cual está confiada la transmisión y la interpretación de la Revelación "no saca exclusivamente de la Escritura la certeza de todo lo revelado. Y así se han de recibir y respetar con el mismo espíritu de devoción" (DV 9). Tradición apostólica y tradiciones eclesiales 10 La Tradición de que hablamos aquí es la que viene de los apóstoles y transmite lo que estos recibieron de las enseñanzas y del ejemplo de Jesús y lo que aprendieron por el Espíritu Santo. En efecto, la primera generación de cristianos no tenía aún un Nuevo Testamento escrito, y el Nuevo Testamento mismo atestigua el proceso de la Tradición viva. Es preciso distinguir de ella las "tradiciones" teológicas, disciplinares, litúrgicas o devocionales nacidas en el transcurso del tiempo en las Iglesias locales. Estas constituyen formas particulares en las que la gran Tradición recibe expresiones 3 adaptadas a los diversos lugares y a las diversas épocas. Sólo a la luz de la gran Tradición aquellas pueden ser mantenidas, modificadas o también abandonadas bajo la guía del Magisterio de la Iglesia. III LA INTERPRETACION DEL DEPOSITO DE LA FE El depósito de la fe confiado a la totalidad de la Iglesia 11 "El depósito sagrado" (cf. 1 Tm 6,20; 2 Tm 1,12-14) de la fe (depositum fidei), contenido en la Sagrada Tradición y en la Sagrada Escritura fue confiado por los apóstoles al conjunto de la Iglesia. "Fiel a dicho depósito, el pueblo cristiano entero, unido a sus pastores, persevera siempre en la doctrina apostólica y en la unión, en la eucaristía y la oración, y así se realiza una maravillosa concordia de pastores y fieles en conservar, practicar y profesar la fe recibida" (DV 10). El Magisterio de la Iglesia 12 "El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escritura, ha sido encomendado sólo al Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo" (DV 10), es decir, a los obispos en comunión con el sucesor de Pedro, el obispo de Roma. 13 "El Magisterio no está por encima de la palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar puramente lo transmitido, pues por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, lo escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente; y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como revelado por Dios para ser creído" (DV 10). 14 Los fieles, recordando la palabra de Cristo a sus Apóstoles: "El que a vosotros escucha a mi me escucha" (Lc 10,16; cf. LG 20), reciben con docilidad las enseñanzas y directrices que sus pastores les dan de diferentes formas. Los dogmas de la fe 15 El Magisterio de la Iglesia ejerce plenamente la autoridad que tiene de Cristo cuando define dogmas, es decir, cuando propone, de una forma que obliga al pueblo cristiano a una adhesión irrevocable de fe, verdades contenidas en la Revelación divina o también cuando propone de manera definitiva verdades que tienen con ellas un vínculo necesario. 16 Existe un vínculo orgánico entre nuestra vida espiritual y los dogmas. Los dogmas son luces en el camino de nuestra fe, lo iluminan y lo hacen seguro. De modo inverso, si nuestra vida es recta, nuestra inteligencia y nuestro corazón estarán abiertos para acoger la luz de los dogmas de la fe (cf. Jn 8,31-32). 17 Los vínculos mutuos y la coherencia de los dogmas pueden ser hallados en el conjunto de la Revelación del Misterio de Cristo (cf. Cc. Vaticano I: DS 3016: "nexus mysteriorum"; LG 25). "Existe un orden o `jerarquía' de las verdades de la doctrina católica, puesto que es diversa su conexión con el fundamento de la fe cristiana" (UR 11) El sentido sobrenatural de la fe 18 Todos los fieles tienen parte en la comprensión y en la transmisión de la verdad revelada. Han recibido la unción del Espíritu Santo que los instruye (cf. 1 Jn 2,20.27) y los conduce a la verdad completa (cf. Jn 16,13). 19 "La totalidad de los fieles ... no puede equivocarse en la fe. Se manifiesta esta propiedad suya, tan peculiar, en el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo: cuando 'desde los obispos hasta el último de los laicos cristianos' muestran estar totalmente de acuerdo en cuestiones de fe y de moral" (LG 12). 20 "El Espíritu de la verdad suscita y sostiene este sentido de la fe. Con él, el Pueblo de Dios, bajo la dirección del magisterio...se adhiere indefectiblemente a la fe transmitida a los santos de una vez para siempre, la profundiza con un juicio recto y la aplica cada día más plenamente en la vida" (LG 12). El crecimiento en la inteligencia de la fe 21 Gracias a la asistencia del Espíritu Santo, la inteligencia tanto de las realidades como de las palabras del depósito de la fe puede crecer en la vida de la Iglesia: – "Cuando los fieles las contemplan y estudian repasándolas en su corazón" (DV 8); es en particular la investigación teológica quien debe " profundizar en el conocimiento de la verdad revelada" (GS 62,7; cfr. 44,2; DV 23; 24; UR 4). – Cuando los fieles "comprenden internamente los misterios que viven" (DV 8); "Divina eloquia cum legente crescunt" (S.Gregorio Magno, Homilía sobre Ez 1,7,8: PL 76, 843 D). – "Cuando las proclaman los obispos, sucesores de los apóstoles en el carisma de la verdad" (DV 8). 22 "La Tradición, la Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el plan prudente de Dios, están unidos y ligados, de modo que ninguno puede subsistir sin los otros; los tres, cada uno según su carácter, y bajo la acción del único Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas" (DV 10,3). 4 Artículo 3: LA SAGRADA ESCRITURA I CRISTO, PALABRA ÚNICA DE LA SAGRADA ESCRITURA 101 En la condescendencia de su bondad, Dios, para revelarse a los hombres, les habla en palabras humanas: "La palabra de Dios, expresada en lenguas humanas, se hace semejante al lenguaje humano, como la Palabra del eterno Padre asumiendo nuestra débil condición humana, se hizo semejante a los hombres " (DV 13). 102 A través de todas las palabras de la Sagrada Escritura, Dios dice sólo una palabra, su Verbo único, en quien él se dice en plenitud (cf. Hb 1,1-3): Recordad que es una misma Palabra de Dios la que se extiende en todas las escrituras, que es un mismo Verbo que resuena en la boca de todos los escritores sagrados, el que, siendo al comienzo Dios junto a Dios, no necesita sílabas porque no está sometido al tiempo (S. Agustín, Psal. 103,4,1). 103 Por esta razón, la Iglesia ha venerado siempre las divinas Escrituras como venera también el Cuerpo del Señor. No cesa de presentar a los fieles el Pan de vida que se distribuye en la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo (cf. DV 21). 104 En la Sagrada Escritura, la Iglesia encuentra sin cesar su alimento y su fuerza (cf. DV 24), porque, en ella, no recibe solamente una palabra humana, sino lo que es realmente: la Palabra de Dios (cf. 1 Ts 2,13). "En los libros sagrados, el Padre que está en el cielo sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos" (DV 21). II INSPIRACION Y VERDAD DE LA SAGRADA ESCRITURA 105 Dios es el autor de la Sagrada Escritura. "Las verdades reveladas por Dios, que se contienen y manifiestan en la Sagrada Escritura, se consignaron por inspiración del Espíritu Santo". "La santa Madre Iglesia, fiel a la base de los apóstoles, reconoce que todos los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, con todas sus partes, son sagrados y canónicos, en cuanto que, escritos por inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor, y como tales han sido confiados a la Iglesia" (DV 11). 106 Dios ha inspirado a los autores humanos de los libros sagrados. "En la composición de los libros sagrados, Dios se valió de hombres elegidos, que usaban de todas sus facultades y talentos; de este modo obrando Dios en ellos y por ellos, como verdaderos autores, pusieron por escrito todo y sólo lo que Dios quería" (DV 11). 107 Los libros inspirados enseñan la verdad. "Como todo lo que afirman los hagiógrafos, o autores inspirados, lo afirma el Espíritu Santo, se sigue que los libros sagrados enseñan sólidamente, fielmente y sin error la verdad que Dios hizo consignar en dichos libros para salvación nuestra" (DV 11). 108 Sin embargo, la fe cristiana no es una "religión del Libro". El cristianismo es la religión de la "Palabra" de Dios, "no de un verbo escrito y mudo, sino del Verbo encarnado y vivo" (S. Bernardo, hom. miss. 4,11). Para que las Escrituras no queden en letra muerta, es preciso que Cristo, Palabra eterna del Dios vivo, por el Espíritu Santo, nos abra el espíritu a la inteligencia de las mismas (cf. Lc 24,45). III EL ESPÍRITU SANTO, INTÉRPRETE DE LA ESCRITURA 109 En la Sagrada Escritura, Dios habla al hombre a la manera de los hombres. Por tanto, para interpretar bien la Escritura, es preciso estar atento a lo que los autores humanos quisieron verdaderamente afirmar y a lo que Dios quiso manifestarnos mediante sus palabras (cf. DV 12,1). 110 Para descubrir la intención de los autores sagrados es preciso tener en cuenta las condiciones de su tiempo y de su cultura, los "géneros literarios" usados en aquella época, las maneras de sentir, de hablar y de narrar en aquel tiempo. "Pues la verdad se presenta y se enuncia de modo diverso en obras de diversa índole histórica, en libros proféticos o poéticos, o en otros géneros literarios" (DV 12,2). 111 Pero, dado que la Sagrada Escritura es inspirada, hay otro principio de la recta interpretación , no menos importante que el precedente, y sin el cual la Escritura sería letra muerta: "La Escritura se ha de leer e interpretar con el mismo Espíritu con que fue escrita" (DV 12,3). El Concilio Vaticano II señala tres criterios para una interpretación de la Escritura conforme al Espíritu que la inspiró (cf. DV 12,3): 112 1. Prestar una gran atención "al contenido y a la unidad de toda la Escritura". En efecto, por muy diferentes que sean los libros que la componen, la Escritura es una en razón de la unidad del designio de Dios , del que Cristo Jesús es el centro y el corazón, abierto desde su Pascua (cf. Lc 24,25-27. 44-46). 5 El corazón (cf. Sal 22,15) de Cristo designa la sagrada Escritura que hace conocer el corazón de Cristo. Este corazón estaba cerrado antes de la Pasión porque la Escritura era oscura. Pero la Escritura fue abierta después de la Pasión, porque los que en adelante tienen inteligencia de ella consideran y disciernen de qué manera deben ser interpretadas las profecías (S. Tomás de A. Expos. in Ps 21,11). 113 2. Leer la Escritura en "la Tradición viva de toda la Iglesia". Según un adagio de los Padres, "sacra Scriptura pincipalius est in corde Ecclesiae quam in materialibus instrumentis scripta" ("La Sagrada Escritura está más en el corazón de la Iglesia que en la materialidad de los libros escritos"). En efecto, la Iglesia encierra en su Tradición la memoria viva de la Palabra de Dios, y el Espíritu Santo le da la interpretación espiritual de la Escritura ("...secundum spiritualem sensum quem Spiritus donat Ecclesiae": Orígenes, hom. in Lev. 5,5). 114 3. Estar atento "a la analogía de la fe" (cf. Rom 12,6). Por "analogía de la fe" entendemos la cohesión de las verdades de la fe entre sí y en el proyecto total de la Revelación. 785 "El pueblo santo de Dios participa también del carácter profético de Cristo". Lo es sobre todo por el sentido sobrenatural de la fe que es el de todo el pueblo, laicos y jerarquía, cuando "se adhiere indefectiblemente a la fe transmitida a los santos de una vez para siempre" (LG 12) y profundiza en su comprensión y se hace testigo de Cristo en medio de este mundo. La misión de enseñar 888 Los obispos con los presbíteros, sus colaboradores, "tienen como primer deber el anunciar a todos el Evangelio de Dios" (PO 4), según la orden del Señor (cf. Mc 16, 15). Son "los predicadores del Evangelio que llevan nuevos discípulos a Cristo. Son también los maestros auténticos, por estar dotados de la autoridad de Cristo" (LG 25). 889 Para mantener a la Iglesia en la pureza de la fe transmitida por los apóstoles, Cristo, que es la Verdad, quiso conferir a su Iglesia una participación en su propia infalibilidad. Por medio del "sentido sobrenatural de la fe", el Pueblo de Dios "se une indefectiblemente a la fe", bajo la guía del Magisterio vivo de la Iglesia (cf. LG 12; DV 10). 890 La misión del Magisterio está ligada al carácter definitivo de la Alianza instaurada por Dios en Cristo con su Pueblo; debe protegerlo de las desviaciones y de los fallos, y garantizarle la posibilidad objetiva de profesar sin error la fe auténtica. El oficio pastoral del Magisterio está dirigido, así, a velar para que el Pueblo de Dios permanezca en la verdad que libera. Para cumplir este servicio, Cristo ha dotado a los pastores con el carisma de infalibilidad en materia de fe y de costumbres. El ejercicio de este carisma puede revestir varias modalidades: 891 "El Romano Pontífice, Cabeza del Colegio episcopal, goza de esta infalibilidad en virtud de su ministerio cuando, como Pastor y Maestro supremo de todos los fieles que confirma en la fe a sus hermanos, proclama por un acto definitivo la doctrina en cuestiones de fe y moral... La infalibilidad prometida a la Iglesia reside también en el Cuerpo episcopal cuando ejerce el magisterio supremo con el sucesor de Pedro", sobre todo en un Concilio ecuménico (LG 25; cf. Vaticano I: DS 3074). Cuando la Iglesia propone por medio de su Magisterio supremo que algo se debe aceptar "como revelado por Dios para ser creído" (DV 10) y como enseñanza de Cristo, "hay que aceptar sus definiciones con la obediencia de la fe" (LG 25). Esta infalibilidad abarca todo el depósito de la Revelación divina (cf. LG 25). 892 La asistencia divina es también concedida a los sucesores de los apóstoles, cuando enseñan en comunión con el sucesor de Pedro (y, de una manera particular, al obispo de Roma, Pastor de toda la Iglesia), aunque, sin llegar a una definición infalible y sin pronunciarse de una "manera definitiva", proponen, en el ejercicio del magisterio ordinario, una enseñanza que conduce a una mejor inteligencia de la Revelación en materia de fe y de costumbres. A esta enseñanza ordinaria, los fieles deben "adherirse...con espíritu de obediencia religiosa" (LG 25) que, aunque distinto del asentimiento de la fe, es una prolongación de él. 6