LA UNIVERSIDAD POR UN NUEVO HUMANISMO Jubileo de los Docentes Universitarios II ENCUENTRO NACIONAL DE DOCENTES UNIVERSITARIOS CATOLICOS COMISION 104 FORTALEZAS Y DEBILIDADES DE LA DOCENCIA UNIVERSITARIA Resumen La Universidad reclama dos competencias específicas al claustro de profesores: la investigación y la docencia. Por la primera, el docente universitario es responsable de obtener día a día conocimientos más profundos que le aseguren una mayor especialización en su campo disciplinar. La Universidad, entonces, debe tomar conciencia y posibilitar la participación en proyectos de investigación, dado que la fortaleza de la docencia dependerá, en buena parte, de la posesión sólida de la verdad investigada. El docente universitario también debe prepararse para la comunicación didáctica del saber, a través del dominio de estrategias metodológicas adecuadas que permitan una buena operatividad de la clase. Es necesario superar el ciego accionar docente adquiriendo la formación pedagógica básica. El claustro docente, como comunidad de aprendizaje entre profesores expertos y jóvenes, debe procurar continuamente la mejora del estilo de enseñanza para que los alumnos puedan, a su vez, mejorar su estilo de aprendizaje. La tutoría intra-cátedra puede ser un medio importante para acompañar a los docentes jóvenes en la formación científica y didáctica, pues ambas implican la responsabilidad ética del docente universitario. Asimismo la docencia universitaria debe fortalecer y expandir su acción con espíritu de servicio a toda la comunidad a través de trabajos sociales integrados a las cátedras con la finalidad de desarrollar la sensibilidad de los estudiantes ante problemáticas de la realidad social y de responsabilizarse en el servicio del bien común, realizando la justicia y la caridad a través de obras concretas de bien para con el prójimo. Autora: LIDIA E. CANALI Lic. en Gestión Educativa Directora del Departamento de Ciencias de la Educación Cieduca@uca.edu.ar - 4338-0803 FORTALEZAS Y DEBILIDADES DE LA DOCENCIA UNIVERSITARIA La investigación educativa hoy, en todas sus líneas, considera al profesor y al alumno con un protagonismo relevante en los procesos de enseñar y de aprender. La formación del profesorado universitario y la potencialidad del alumnado son ejes esenciales tanto en la práctica docente cuanto en la acción investigadora. El ámbito académico de la Universidad reclama dos competencias específicas al claustro de profesores: la investigación y la docencia. A ambas debe dedicar tiempo y esfuerzo el profesorado universitario, ya que ser profesional docente de la enseñanza superior implica la preparación científica de nivel óptimo en la especialidad y también el conocimiento de la estructura epistemológica y metodológica de la disciplina que se enseña, a fin de seleccionar las estrategias adecuadas para la acción didáctica. El docente universitario se halla ante una doble responsabilidad: por una parte, la obtención de conocimientos más profundos que le aseguren una mayor especialización en su campo disciplinar, por medio de la dedicación a la función investigadora y, por otra parte, un ejercicio de la docencia como tarea aplicativa y de transferencia, que no supone sólo el momento interactivo, el encuentro con los alumnos en clase, sino que incluye actividades pre y post áulicas. La investigación en la vida universitaria Hoy como ayer la Universidad se presenta con una nota singular y exclusiva: es la institución de cultura y educación de orden superior, es “un centro incomparable de creatividad y de irradiación del saber para el bien de la humanidad” , como expresa en su introducción la Constitución apostólica “Ex corde ecclesiae” . Por ello, es la institución de investigación y creación de la cultura, que goza en la búsqueda de la verdad en todos los ámbitos del conocimiento. La vida universitaria se fundamenta en la investigación que realizan sus profesores para penetrar con profundidad en el área disciplinar o de la especialidad, y en los hábitos de estudio superior que se tratan de formar progresivamente en los alumnos. La formación de hábitos y de habilidades para la investigación es esencial en el ámbito académico universitario. Profesores y alumnos para poder acrecentar y actualizar constantemente los conocimientos necesitan poseer con soltura los métodos de investigación del propio campo del saber, al par que un hábito de estudio profundo, guiado por el amor a la verdad. “Es en el contexto de la búsqueda desinteresada de la verdad que la relación entre fe y cultura encuentra su sentido y significado”, sostiene Juan Pablo II en el mencionado documento. El desarrollo de los hábitos de indagación enriquecen a la persona del investigador y contribuyen a su continuo perfeccionamiento. El esfuerzo por el estudio no es vano; al contrario, deja ver el beneficio en la obra lograda para bien de la humanidad. La dedicación a la investigación requiere, por parte del investigador universitario, una capacidad de resistencia ante las solicitudes o llamados de la acción. Esto no significa dar la espalda a las reales necesidades de servicio a la sociedad sino priorizar tiempos y dedicaciones, en razón del valor de la creación cultural y de la propia contribución al perfeccionamiento integral de los hombres. En nuestro país, “promover el desarrollo de la investigación” es uno de los objetivos de la educación universitaria, explicitado en el artículo 4 de la ley de educación superior. La investigación debe constituir el marco de sostén de la docencia universitaria y potencializar las actividades de formación de investigadores tanto en el claustro docente, en la comunidad de la cátedra, como entre los alumnos y graduados. La investigación que incluye los aportes actualizados de la propia especialidad, a nivel nacional e internacional, y las relaciones interdisciplinares, constituye una de las fortalezas que debe cuidar la docencia universitaria. Es bien conocido que muchas universidades sólo posibilitan investigar a quienes ya se desempeñan en la docencia, como un modo de facilitar la formación profesional en la disciplina académica en la cual van obteniendo mayor especialización. Sin embargo, es necesario tomar conciencia de que la institución de educación superior debe posibilitar a todos los miembros del claustro de profesores la participación en proyectos de investigación, también a quienes se inician en la carrera docente universitaria, ya que la fuerza o fortaleza de la docencia dependerá, en buena parte, de la posesión de la verdad investigada. Si bien el valor de la investigación es claro y evidente a nivel teórico, las casas de altos estudios no han llegado a concretar el sueño de formar investigadores sistemáticamente, es decir, a través de una carrera propia en la investigación. Y también son escasas las unidades académicas que cuentan con proyectos o incentivos para la labor investigadora. Estas limitaciones o debilidades de corte institucional no deben opacar los esfuerzos realizados en forma personal por muchos docentes universitarios, pero deben constituir un llamado a la implementación de acciones concretas en un área esencial. Investigación y docencia superior En la institución de educación superior, el claustro de profesores alterna los momentos de investigación y los de docencia, los tiempos de formación teórico-especulativa o de reflexión profesional con los tiempos de acción práctica en el aula, los procesos de indagación personal con la participación en la vida de la comunidad universitaria. La investigación constituye uno de los ejes esenciales. Ser un estudioso del propio campo disciplinar del saber es condición necesaria para la docencia; condición necesaria pero no suficiente, dado que también es imprescindible la adquisición de competencias específicas en torno a la comunicación didáctica del saber. Saber bien aquello que se quiere enseñar no basta. Se necesita saber codificar los contenidos desde la perspectiva pedagógico-didáctica. Se necesita poseer estrategias metodológicas adecuadas para la trasmisión del saber. Esto no significa una fría tarea racional y técnica de obtención de ciertas competencias metodológicas cognitivas, ya que la finalidad de la educación universitaria es la formación integral de la persona del alumno, aunque en la labor inmediata prevalezcan las acciones de corte intelectual y académico. El rol profesional del docente universitario exige la integración de la investigación y de la docencia, ambas con un nivel de excelencia, de modo tal que ser un buen investigador no sea excluyente de ser un buen profesor. Al contrario, el buen profesor incluye al investigador de su especialidad al par que denota la posesión de las competencias propias para la intervención en la enseñanza. Son variados los estilos de docencia superior pero en todos ellos el docente debe asumir el rol mediador entre la cultura propia de su campo disciplinar y el estudiante que la tratará de comprender y asimilar. La mediación del profesor se centra en la promoción y el acompañamiento del alumno en su proceso de aprender; una mediación con sentido de presencia, que acompaña y actúa intencionalmente en vistas de lograr un perfeccionamiento en el alumno, valiéndose de la enseñanza de los contenidos de la cultura superior especializada. Muchas de las intervenciones que realiza un docente en la clase son fruto de las investigaciones de temáticas de su campo disciplinar, conjugadas con sus experiencias en el aula, y armonizadas por su capacidad de comunicabilidad didáctica. Otras intervenciones las elabora creativamente en razón de las ocasionales preguntas, acotaciones y aportes que realizan los alumnos. El docente en todos los niveles educativos pero en forma especial en el ámbito universitario debe formarse en una pedagogía de la comprensión, que va más allá de la posesión del conocimiento y de la información porque apunta a capacitar a la persona para que pueda realizar cada vez más complejas actividades de comprensión y para que pueda aplicar el conocimiento que posee. Un profesor competente, en una buena presentación didáctica, incluye formas dialogadas junto con las expositivo-explicativas que permiten sistematizar y dar fundamento al saber y a los puntos Algunas actividades de comprensión son corrientes en como: la explicación argumentativa, la justificación, enunciación, la práctica reflexiva, la ejemplificación, la generalización, entre otras. de vista sobre éste. la Universidad, tales la comparación, la contextualización, la Progresivamente el profesor debe lograr mejores niveles de comprensión dentro del propio contenido cultural, apelando a representaciones potentes que hagan las cuestiones más comprensibles para el alumnado. Los actos de enseñanza y de aprendizaje transcurren en el aula, en el laboratorio, o en el ámbito más adecuado según el propio saber, y adquieren una configuración singular, según la comprensión docente de la operatividad de la clase. Las inter-actividades entre docentes y alumnos o las de los alumnos entre sí que se suceden durante las horas de clase posibilitan ir concretando las intenciones educativas. Para que esto así ocurra es fundamental que el docente anticipe las exigencias intelectuales teóricas o prácticas de las acciones que realizarán los alumnos. En ocasiones, en el aula se ponen de manifiesto las debilidades del docente en su accionar didáctico o en la falta de suficiente conocimiento psico-socio-pedagógico de las actividades a implementar para facilitar la comprensión o la retención del saber. Así, por ejemplo, aún falta en la docencia superior una reflexión y una valoración acorde acerca de las ayudas que brindan los organizadores de la información, ya sea configurados conjuntamente con los alumnos durante el desarrollo de la clase, o presentados ya estructurados, con el empleo de algún medio tecnológico. Los organizadores ayudan a dar claridad y precisión a las explicaciones de los docentes, sobre todo en aquellos campos del saber en los cuales los procesos cognitivos tienen preponderancia. Una explicación clara y precisa, apoyada en una buena presentación de la red semántica, ofrecerá mayor eficacia educativa que una pura exposición. También es muy importante para la operatividad de la clase que el profesor explicite los procesos de pensamiento que deben realizar los alumnos para aprender mejor cada tipo de contenido. Cada día el docente debe ser más conciente de los hábitos y habilidades que pretende formar en los alumnos, y de los vínculos entre los procesos cognitivos y los contenidos del saber. Esto significa que las rutinas que establece el docente durante la clase deben dejar de ser ciegas y pasar a inscribirse entre las prácticas didácticas bien fundamentadas, con conciencia de los procesos cognitivos recíprocos para alcanzar las intencionalidades educativas que se propongan. El claustro docente como comunidad de aprendizaje El claustro docente reúne en las diversas cátedras profesionales expertos, con profundos saberes académicos y años de experiencia en la actividad docente y de investigación, con otros profesionales jóvenes, con una formación básica concluida, con titulación lograda, pero que apenas pueden distinguir su formación de estudiantes universitarios de la práctica docente que empiezan a ejercer. Los docentes expertos no sólo lo son porque saben más de su especialidad sino también porque saben enseñar mejor, es decir, conocen un sinnúmero de procedimientos que son capaces de seleccionar y combinar estratégicamente para cooperar con el aprendizaje que realizan los alumnos. Los docentes jóvenes, por su parte, asumen la necesidad de su formación pedagógico-didáctica como un proceso permanente, que permitirá mejorar la práctica áulica cotidiana. En general, son concientes de que muchas veces suplen la formación docente apelando a sus biografías personales y, también, que dejan ver poco sus falacias pedagógicas a los otros profesores integrantes de las cátedras. La formación docente es vista por muchos profesores noveles como un continuo que se inicia en la propia experiencia como alumnos hasta lograr la formación de grado, y que aspiran a continuar en la participación como miembros de una cátedra, iniciándose como ayudantes o asistentes. El trabajo intra-cátedra posibilita la socialización profesional con una inserción real y concreta que da identidad a los miembros y, a la vez, asegura la circulación del saber experto tanto científico como cultural y pedagógico, entre todos. Los diálogos intra-cátedra destacan como elementos fundamentales la reflexión sistemática en torno a la formación en la propia disciplina, dando origen a un vínculo intelectual y social con la materia y con los colegas. Las intervenciones conjuntas de profesores expertos y jóvenes posibilitan también compartir el interés y el entusiasmo por la disciplina junto con la mayor o menor experiencia de docentes-aprendices de la enseñanza disciplinar. De este modo, formación y práctica docente se pueden considerar dos procesos indisociables, que interactúan permanentemente y que se hallan vinculados en razón del fin al cual se orientan: mejorar la práctica docente, mejorar el estilo de enseñanza para que los alumnos puedan mejorar su estilo de aprendizaje. El aprendizaje y la enseñanza reflexiva tienen importancia sobre todo entre los jóvenes y los adultos. El profesor que se inicia debería asumir su formación con el carácter propio de una formación reflexiva, una conversación con sus pares de cátedra acerca del proceso de enseñanza disciplinar y del contexto en el cual se realiza, es decir, una conversación reflexiva acerca de la acción docente. La tutoría representa la figura de una autoridad que acompaña y guía en el proceso de adquisición del saber, representa una acción de ayuda u orientación, de asistencia y de acompañamiento. En la tutoría intra-cátedra, el profesor experto actúa como el investigador de su disciplina que ofrece una acción tutorial doble al profesor joven: por una parte, la tutoría de carácter académico y, por otra parte, la de carácter docente, pues debe asegurar la formación sólida que garantice la verdad científica que se acercará a los estudiantes a través de la acción didáctica. Ahora bien, esta tutoría de corte académico-docente se realiza en un diálogo personal. El tutor universitario experto concreta en el ambiente institucionalizado de la Universidad la formación de quienes lo acompañan en la labor de enseñanza, en la cátedra. Con una metodología abierta, con diversas estrategias, se realiza la profundización de temas, en un tratamiento informal, con el fin de aclarar mejor conceptos y cuestiones que en algún momento serán trabajados en el aula, con los alumnos. La tutoría intra-cátedra ofrece información institucional y personal, dada en la intensidad comunicativa del diálogo y en el intercambio empático, pues todo profesor experto selecciona a los jóvenes que lo acompañarán en la cátedra por su dedicación e interés en la disciplina, también por sus competencias didácticas, y por su capacidad de integración en el trabajo común, en la vida universitaria. En síntesis, quienes hayan vivenciado la tutoría intra-cátedra podrán estar mejor preparados para ser tutores de los alumnos, es decir para implicarse respetuosamente en los procesos de aprendizaje, orientación y desarrollo personal del alumnado universitario. La tutoría intra-cátedra en algunos casos, ya configura una fortaleza académica; en otros, aún se halla en proceso de crecimiento y, en otros, está debilitada. Una propuesta concreta para la gestión institucional universitaria sería la estimación presupuestaria de una hora semanal para el fortalecimiento del proceso formativo intra-cátedra, por lo menos en las materias troncales de cada carrera. Esta dedicación aunque parezca mínima redundará tanto en la formación científica cuanto en la pedagógico-didáctica de los docentes involucrados y, a largo plazo, llevará al perfeccionamiento del claustro docente. La formación pedagógico-didáctica del docente universitario Mons. Derisi en la obra “ Naturaleza y vida de la Universidad ” expresa una valiosísima idea que se puede sintetizar así: el profesor que contribuye más a la realización de los ideales de la Universidad es aquél que se consagra totalmente a la formación de sus discípulos. Evidentemente, esta formación se da en el encuentro profesor-alumno, encuentro que genera una comunicación activa en torno al saber y que se expande a otras facetas de la vida humana. Sin duda la docencia universitaria configura un modo de vida. Su elección no es un elemento circunstancial o transitorio; es necesario tener vocación para llegar a desarrollar con gusto e interés la noble tarea de enseñar a jóvenes y a adultos en la Universidad. En consecuencia, es imprescindible reflexionar y mejorar continuamente el accionar pedagógicodidáctico durante la clase, superando cada uno las propias debilidades. Durante mucho tiempo se consideró la docencia universitaria como un natural corolario del dominio del saber. Hoy, los avances de la Pedagogía y de la Didáctica universitarias permiten poner de manifiesto la necesidad de una preparación profesional específica para ejercer la docencia superior con eficiencia y calidad. Más aún, saber enseñar al alumno conlleva una buena parte de la responsabilidad ética del docente universitario. Y si el profesional de la educación superior forma parte de la comunidad universitaria católica, además de lo antedicho, está llamado a ser testigo de una vida auténticamente cristiana que manifieste la integración entre fe y cultura, entre competencia profesional y sabiduría cristiana, como sostiene “ Ex corde ecclesiae ”. La docencia universitaria y los servicios a la sociedad La Universidad como institución educativa se inserta en la sociedad por su fin propio: la creación de conocimientos, la trasmisión por la enseñanza y la formación de profesionales, hombres y mujeres con cultura humana general y preparación específica en algún ámbito del saber. Esta formación debe tratar de extenderse y servir, en un cierto nivel, a todos hombres de la sociedad porque la Universidad como centro de irradiación cultural, científica y técnica, debe expandirse con espíritu de servicio a toda la comunidad. También hay otra forma de apertura de los centros de educación superior a través de la participación estudiantil en trabajos sociales, integrados en la actividad de alguna cátedra, departamento o unidad académica. Estos trabajos se realizan con la finalidad principal de desarrollar la sensibilidad ante problemáticas de la realidad social. Tienen un alto valor formativo porque se realizan cuando el estudiante ya ha promedido su carrera y está en condiciones de brindar aportes solidarios a su comunidad. A la vez, implican una responsabilidad personal y un compromiso solidario con personas y zonas de mayores carencias materiales y/o culturales del entorno. Esta concepción del servicio social implica algo más que mera extensión cultural. La comunidad universitaria debe comprender y vivir el hecho de ser una institución superior de servicios; por lo tanto, debe realizar estas acciones con la actitud, el nivel y el estilo propios de la educación superior. La contribución personal para aliviar alguna carencia o necesidad social tiene también otra mirada, fundamental en nuestra Universidad Católica: la práctica del bien moral y de la caridad con el prójimo. El estudiante y el docente universitarios que se comprometen en un proyecto concreto a través del cual desarrollan una obra buena y bien hecha, no sólo alivian al prójimo sino que también contribuyen a desarrollar la dimensión espiritual de sus personas. El docente universitario ejerce el liderazgo propio de su rol en esta actividad y despierta en los alumnos la toma de conciencia y la responsabilidad de cooperar frente a las necesidades propias del lugar y de la época; en definitiva, implica responsabilizarse en el servicio del bien común, realizando la justicia y la caridad a través del obrar concreto. Son pocas todavía las cátedras que incluyen trabajos solidarios en la organización de su actividad curricular. Esta debilidad es necesario procurar revertirla, planificando en cada unidad académica las acciones de servicio, convocando a las cátedras cuyo saber posibilita implementar obras concretas de bien al prójimo. Me propuse hablar de fortalezas y debilidades de la docencia universitaria también como un servicio a la Universidad Católica en estos momentos en los que está iniciando el proceso de autoevaluación institucional. Considero que todos como cuerpo y alma de la Universidad debemos reflexionar objetivamente en las fortalezas, para sostenerlas, y en las debilidades, para superarlas, tanto a nivel de cada unidad académica como, cada docente, a título personal. Ser concientes de aquellos aspectos que debemos mejorar nos pone ya en camino de dar el primer paso para la implementación de acciones de perfeccionamiento que contribuirán al bien de nuestra comunidad universitaria. Lic. Lidia E. Canali