EL PROFESOR IDEAL

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EL PROFESOR IDEAL
Creo que el profesor ideal será diferente para cada persona, porque cada uno
esperará cualidades que respondan a las demandas que uno mismo necesita. Es decir,
cada personalidad necesitará un profesor ideal diferente. Como no hay dos personas
iguales, un profesor nunca podrá ser el ideal para todos los niños de una clase de
Primaria, o para todos los universitarios de una facultad.
Pensemos por un momento en cómo sería el alumno ideal. Que sea estudioso, que se
porte bien, que investigue, que tenga ganas de aprender, que sea crítico... Seguramente
cada uno esperará cualidades diferentes en el pupilo, pero se intuye un atisbo de
generalidad.
Aunque soy consciente de que al pensar en el profesor ideal hay muchas
expectativas diferentes, voy a describir cómo sería para mí. No se si existe alguno que
reúna todas y cada una de las cualidades, pero muchos de los profesores con los que me
he topado se aproximan bastante. Lo que sí está claro es que, igual que al pensar en el
alumno ideal buscamos la manera de enseñarles a serlo, al pensar en el profesor ideal,
me planteo los caminos para poder acercarme a serlo yo de cara a la práctica.
El profesor ideal tiene que ser cercano a los alumnos, mantener una relación con
ellos que, respetando la disciplina y la autoridad que le corresponden, de pie a que los
alumnos lo vean como una guía, una ayuda sujeta a lo que ellos necesiten. Sobre todo
tiene que ser exigente en el trabajo, no dejar a los alumnos que se conformen con lo que
saben y transmitirles el espíritu de auto superarse día a día.
En los tiempos que corren, es necesario un profesor tolerante y observador, que sepa
adaptarse a los cambios y a la diversidad cultural de una manera inteligente. Debe llevar
a cabo un método de enseñanza que rompa de una vez con la clase magistral en la que él
habla y los alumnos engullen. Si queremos alumnos participativos necesitamos
profesores activos, no en el sentido de que den la clase, sino que busquen muchos
recursos y técnicas diferentes para pedir el trabajo del alumno.
Además, hablamos de motivación, pues busquémosla de verdad. ¿Por qué no nos
salimos alguna vez de las preguntas del libro de texto? Nos costará unos segundos al
día, pero podemos lanzar una pregunta sobre un tema que interese a los alumnos a ver si
alguien la sabe. Con un simple comentario podemos “picar” a los alumnos para que se
pongan a buscar en cuanto lleguen a casa.
El profesor ideal tiene que enseñar unos contenidos establecidos y asegurarse de que
estén bien claros, pero es muy importante que transmita un espíritu investigador crítico.
Es decir, utilizar una larga serie de recursos diferentes e instar al alumno a que
investigue en cuantas más fuentes mejor. Además debe conseguir que los alumnos
aprendan a ser críticos con las diversas informaciones que encuentran. Si el profesor
nunca se sale del libro de texto o de su propia palabra, los alumnos tendrán serios
problemas cuando, más mayores, tengan que hacer un trabajo sobre un tema para el que
se lean varios libros que sean contradictorios. ¿Cómo saber cuál es la información
correcta, o la más general, si nunca han tenido que confrontar fuentes? ¿Cómo tomar
decisiones si siempre encuentran la respuesta a los ejercicios del libro en “el recuadro de
la página anterior”? El profesor ideal debe poner a los alumnos en verdaderos apuros,
exigiendo con toda su autoridad que, de vez en cuando, los estudiantes se busquen las
respuestas como puedan (aunque no lo consigan, lo importante es que lo intenten y
sepan cómo actuar).
Otro aspecto de mi profesor ideal, bastante personal en este caso, es que sea
tolerante y respetuoso con los alumnos. A parte del respeto evidente que todo el mundo
espera de todas las personas, me refiero a tener en cuenta los pequeños detalles del
alumno. Quiero decir, no centrarse únicamente en si hacen bien o mal las cosas que les
mandamos.
Por ejemplo, a la hora de corregir cualquier escrito que no sea un examen, sino
trabajos o ejercicios de clase, creo que el profesor ideal no debería utilizar el bolígrafo o
el rotulador rojo. Cuando se pide a los alumnos que hagan una redacción a mano, en un
folio en blanco, sin tachones, bien presentado, sin faltas y perfectamente limpio, ellos se
lo toman muy en serio. Sobre todo a los más pequeños les cuesta sudor y lágrimas hacer
los renglones rectos en un folio en blanco. Tienen que estar pendientes de no torcerse, o
de la plantilla si la usan, de no emborronar sus propias letras, de las faltas... y como se
equivoquen es probable que vuelvan a repetir el folio entero por que no saben cómo
evitar el tachón.
Cuando entregan el trabajo, probablemente no se acuerden de lo que han escrito,
pero a simple vista se sienten muy orgullosos de su manuscrito, que se ve limpio, claro,
recto... ¿Qué derecho tiene el maestro de devolvérselo lleno de rayas y tachones rojos?
El alumno no entiende el por qué de dichas señales y rayas, no sabe porqué el profesor
ha tachado sus perfectos párrafos. Le produce tal desmotivación ver su trabajo
“estropeado” que ni siquiera se molesta en preguntar qué significan las líneas bajo las
frases. Y a la mayoría de los profesores les encanta llenar de rayas y marcas rojas los
trabajos que se les entregan.
Creo que es mucho más didáctico escribir anotaciones en lápiz y así nos ahorramos
un primer trauma: el de la modificación irreparable se su manuscrito. Además, si en vez
de tachar, se les escriben notas, ya tenemos un elemento motivador porque las van a leer
y a entender. Si está mal se les exigirá que lo repitan o que redacten mejor lo que no se
entienda. Las preguntas junto a los párrafos que no estén bien expresados darán a los
alumnos una motivación para querer hacerse entender, etc.
Lo mismo ocurre cuando, en los últimos cursos, hacen comentarios de textos y
tienen que incluir una opinión personal. Para empezar, les costará pensar lo que poner
en este punto porque nunca se les ha ocurrido opinar sobre algo que se les haya
mandado. El profesor debe exigir que se den ideas fundamentadas y coherentes, pero no
se les puede decir lo que tienen que poner porque entonces no se obtendrá la opinión
“personal” de los alumnos.
Es tarea de todos los profesores, los ideales y los normales, proteger la diversidad de
conocimiento. Como sabemos, el aprendizaje debe partir de lo que saben los alumnos,
pero cada uno sabe una cosa, a su manera, porque proceden de un entorno que tenemos
que explorar. Si cuando nos transmiten lo que saben les decimos directamente “no eso
está mal, bórralo y apréndete esto”, nos cargamos la posible diversidad que hubiera y
además el alumno no sabe de dónde sale lo que se le está dando.
El profesor ideal puede hacerle ver al alumno que necesita completar los
conocimientos que ya tiene para saber lo mismo que él mismo y poderse entender. Ante
esta actitud, el alumno irá adquiriendo los conocimientos nuevos y si los anteriores no le
sirven y no los utiliza, finalmente se dará cuenta de que no eran del todo correctos. De
esta forma sabe de dónde salen las cosas que aprenden, de algo que sabía y ahora sabe
mejor.
Con todo, probablemente me esté olvidando de alguna característica más del
profesor ideal, pero a grandes rasgos creo que lo más importante es un profesor atento a
sus alumnos, detallista, cuidadoso en la forma de comportarse (porque los alumnos la
van a aprender muchas cosas por imitación de él), motivador y que fomente la
creatividad y el espíritu de investigación y crítica en sus alumnos.
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