Apertura de espacios continentales "vírgenes" Desde comienzos de siglo XIX se produjo una presión expansiva, cuyo origen es la revolución demográfica, sobre los espacios vírgenes de la zona norte (Canadá británico, Oeste estadounidense, Oriente ruso) y austral (Colonia del Cabo, británica desde 1806; Australia; la Patagonia argentina y chilena, la Amazonia brasileña y peruana, etc.). La virginidad atribuida a esos espacios, a pesar de su evidente vacío demográfico en comparación con las saturadas zonas urbanas europeas, estaba habitado por aborígenes australianos, maoríes, patagones, fueguinos, sioux, apaches, lapones, esquimales, fueron ignorados en cuanto habitantes y sus posibles valores. Expansión de los Estados Unidos La fortaleza de la independencia estadounidense se apoyó firmemente en su inmensidad territorial. El presidente James Monroe enunció en 1823 la denominada Doctrina Monroe (América para los americanos), que promovía el aislamiento continental: ni Estados Unidos intervendría en los asuntos políticos de Europa, ni dejaría que Europa hiciera lo propio en Estados Unidos. Se entendía que el contexto, el momento clave de las guerras de independencia hispanoamericanas, incluía una extensión de la declaración a todo el continente. La doctrina Monroe, inicialmente defensiva, se acompañó posteriormente de la doctrina del Destino Manifiesto (es el destino de los Estados Unidos, decidido por Dios, llevar la libertad y la democracia al resto de las naciones del globo), en un verdadero "derecho de intervención" sobre el resto de América, que de forma más explícita se expresó como la Big Stick Policy ("Política del Gran Garrote) aplicada decididamente por Theodore Roosevelt (presidente entre 1901 y 1908), especialmente en la Independencia de Panamá, como consecuencia de la construcción del canal. Expansión de Rusia El Imperio ruso se convirtió en la potencia territorial dominante de Eurasia, expandiendo su frontera sur desde el Danubio y el Cáucaso hasta el Asia Central, la Frontera del Noroeste de la India Británica y los confines del Imperio de China; mientras que por el Pacífico norte llegaba hasta Alaska. A finales del siglo XIX se conectaron sus aislados núcleos con el trazado del ferrocarril transiberiano entre Moscú y Vladivostok (puerto en el Pacífico). La búsqueda de salidas a mares libres de hielos (su gran debilidad geoestratégica) caracterizó la política rusa de toda la época, y lo siguió haciendo tras la Revolución soviética de 1917. En lo concerniente a los Balcanes, estos intereses territoriales se expresaron ideológicamente en el paneslavismo, con el que patrocinó los movimientos independentistas frente al Imperio otomano, un punto de fricción determinante para la estabilidad europea. La "era victoriana" británica La sociedad británica pasó de la era georgiana, que cubre el siglo XVIII y el primer tercio del XIX, a la era victoriana (el reinado de excepcional duración de Victoria I, 1837-1901, seguido sin solución de continuidad por la era eduardiana de su hijo, el eterno príncipe de Gales, Eduardo IV, 1901-1910). Convertida por su protagonismo en la revolución industrial en taller del mundo, la supremacía naval hacía del Reino Unido el gendarme de los mares. Su dominio imperial era justificado con una ideología paternalista (abolición de la esclavitud, libertad de actividades para los misioneros, extensión del progreso y el conocimiento científico a través de la exploración geográfica y los beneficios del libre comercio, etc.). Unificaciones de Alemania e Italia La fuerte personalidad del canciller Otto von Bismarck era expresión de los intereses de la clase terrateniente prusiana, comprometida con el desarrollo industrializador y la unidad de mercado que se venían desarrollando desde la Zollverein (unión aduanera de 1834). Con la victoria de los estados alemanes en la Guerra Franco-Prusiana (1871) se llegó a la proclamación del Segundo Reich con el rey de Prusia Guillermo I como kaiser. Unificación italiana En 1859 la unificación de Italia fue encabezada por el Reino de Piamonte-Cerdeña, y contando con el apoyo francés frente a Austria. Las campañas de Garibaldi plantearon una dimensión popular que fue neutralizada por las élites dirigentes. Roma fue incorporada en 1871, convirtió al Papa Pío IX en el prisionero del Vaticano. El reparto colonial La Revolución industrial permitió a las naciones europeas un salto de gigante en el arte de la guerra. El antiguo barco a vela fue reemplazado rápidamente por barcos a vapor (primer acorazado, 1856). Los progresos de la guerra en tierra no fueron menores (ametralladora, pólvora sin humo, fusil de retrocarga). Se estableció el servicio militar obligatorio, lo que permitió a las naciones poner en pie de guerra a ejércitos de millones de hombres. El sistema internacional impulsaba a la creación de imperios. En el siglo XVIII, varias naciones se aprovecharon de las antiguas potencias. Los nuevos territorios de ultramar significaban el acceso a nuevas fuentes de materias primas demandadas por el proceso industrializador. A finales del siglo XIX, el Imperio Británico se extendía por zonas de África, la India, Australia, y una fuerte influencia en China. Francia colonizó Argelia (1830) y luego Indochina. Los Países Bajos asentaron su dominio sobre Indonesia. España perdió su imperio americano, conservando sólo Cuba y Filipinas (perdidas ante los Estados Unidos en 1898), y sólo consiguió acceder a una pequeña porción del reparto de África (Guinea Ecuatorial, el Sahara español y el Marruecos español). Italia y Alemania, unificadas tardíamente, no alcanzaron a generar grandes imperios coloniales, debiendo conformarse con el dominio de algunas islas en la Polinesia y algunos territorios africanos (Libia y Somalia los italianos; Camerún y Tanganika los alemanes). Bélgica consiguió hacerse con un imperio de grandes dimensiones en el Congo. En China la Guerra del Opio significó la sumisión colonial efectiva del Celeste Imperio. Hacia finales del siglo XIX, el mundo entero era regido desde Europa o Estados Unidos. El racismo era una postura intelectual ampliamente defendida. Para el europeo del siglo XIX era natural pensar que las demás razas, eran por naturaleza inferiores. Positivismo y "Eterno Progreso" Desde mediados del siglo XIX, la vida intelectual asumió una postura objetivista y científica. Se pensaba que el progreso de la humanidad era imparable, y que con tiempo, la ciencia resolvería todos los problemas económicos y sociales. A este dogma se le llamó positivismo (Auguste Comte). Algunos ejemplos: descubrimiento del planeta Neptuno (1846), tabla periódica de los elementos (Mendeleiev, 1869), diversas aplicaciones de la electricidad, vacuna de la viruela, las vacunas de Louis Pasteur (ántrax, 1881, rabia, 1885), Alfred Nobel inventó la dinamita(1896), en 1859 Charles Darwin publicó El origen de las especies, donde desarrolló la idea de selección natural. Las novelas de Julio Verne, utilizando el trasfondo del relato de aventuras, son una glorificación de la ciencia y la técnica (Viaje al centro de la Tierra, Veinte mil leguas de viaje submarino, De la Tierra a la Luna). Capitalismo industrial y financiero. La política de librecambismo reconoció pacto colonial que reservaba las colonias como mercado cautivo de sus respectivas metrópolis. La industrialización y el desarrollo de nuevas técnicas entró en el último tercio del siglo XIX en una segunda fase de la revolución industrial que abrió nuevos mercados para recursos que hasta entonces carecían de toda utilidad, como el petróleo y el caucho. El mundo entero se convirtió así en un enorme y vasto mercado global, creándose así por primera vez una red de comercio internacional de escala literalmente mundial, no sólo por su alcance geográfico, sino también por la interconexión entre los distintos productos que se comerciaban a lo largo y ancho del planeta, sirviendo unos como materias primas a otros y alargando las cadenas de producción, haciéndolas más intrincadas e interdependientes. La cuestión social y el movimiento obrero: Socialismo y anarquismo La percepción del papel de las masas populares como agente histórico. La grave crisis social encontró respuesta a nivel doctrinal en ideologías alternativas al liberalismo. Un grupo de estas respuestas fueron las identificables con el término anarquismo (del griego, "sin jefes"). Los anarquistas predicaron que las reglas coactivas en sí eran nefastas, y que debían ser abolidas por completo, en particular el Estado. Otras fueron las distintas modalidades del socialismo. A comienzos del siglo XIX, una serie de pensadores imaginaron utopías sociales para la redistribución de los bienes o diferentes prácticas de producción comunitaria para evitar la diferenciación social (Robert Owen, Fourier, Louis Blanc, Proudhon, etc.). Karl Marx los calificó de socialistas utópicos, porque que sus modelos no eran sostenibles en la realidad, en contraposición a sus propias ideas, a las que calificó de socialismo científico. Marx trabajó en su obra clave, El capital. El marxismo, desde un análisis crítico de la economía política del liberalismo e inspirado filosóficamente en el idealismo alemán, y socialmente en la crítica social de los utópicos y en la práctica de lucha del movimiento obrero; llegaba a una concepción de la historia (materialismo histórico) que incluía un diseño de acción y un plan de futuro: Comenzaría con la toma de conciencia del proletariado (conciencia de clase) de que únicamente él mismo podía ser el protagonista de su propia emancipación, y que ésta proviene de la lucha de clases contra los propietarios de los medios de producción (dueños del capital: la burguesía). Un determinismo histórico conduciría a la intensificación de las contradicciones inherentes al capitalismo, de modo que los trabajadores se impondrían mediante una revolución que les daría el poder. Ese poder político, junto con el poder económico que les daría la expropiación de los medios de producción, serían usados para transformar la sociedad mediante la dictadura del proletariado, fase previa a la abolición completa del Estado y la construcción de una sociedad comunista, sin clases sociales, en la que surgiría un hombre nuevo. Cuestión social y leyes sociales La cuestión social, es decir, es la conciencia de la grave situación de las clases bajas, y su percepción como amenaza por parte de las clases medias y altas. Los escasos medios paliativos de la caridad, del paternalismo de muchos empresarios y de las llamadas a la justicia social por parte de instituciones religiosas o de asociaciones humanitarias, no parecían suficientes dada la magnitud de las masas degradadas a la condición de lumpen. Incluso desde las posiciones burguesas se planteaba la necesidad de leyes que protegieran a los trabajadores del empobrecimiento, a pesar de que tal cosa fuera incompatible con el concepto de estado mínimo liberal. Desde fechas tan tempranas como 1830, aunque de forma esporádica se fueron prohibiendo o limitando el trabajo infantil y el trabajo femenino; controles sanitarios, de seguridad laboral e inspección de trabajo. Con la misma lógica, se establecieron descansos en domingos y festivos, jornadas máximas, salarios mínimos y todo tipo de seguros sociales: de invalidez, de enfermedad, de vejez y de desempleo; así como políticas de contenido social como la escolarización obligatoria. En muchos países se fue permitiendo que la actividad sindical, cuya prohibición era un requisito de la libre contratación necesaria para el mercado libre, fuera convirtiéndose en legal (derecho de asociación, derecho de huelga), del mismo modo que se levantaron las prohibiciones a las asociaciones empresariales. Abolición de la esclavitud A inicios del siglo XIX, la esclavitud era una institución en retroceso en el mundo occidental. La resistencia más espectacular contra el movimiento abolicionista se produjo en los Estados Unidos, cuyos estados sureños estaban dominados por una clase dirigente sustentada en la agricultura esclavista productora de algodón; mientras que los estados del norte habían iniciado la industrialización. La bandera abolicionista fue enarbolada por el Norte durante la Guerra Civil de los Estados Unidos (1861-1865), y rechazada por los estados del Sur. Después de esta guerra, la esclavitud fue abolida, aunque la discriminación racial persistió. La emancipación de la mujer Los cambios demográficos y las necesidades productivas reservaban a la mujer un papel social mucho más activo. No obstante, durante el siglo XIX, persistió su función tradicional relegada al mundo de la casa. Ya a finales del siglo XVIII hubo mujeres que propugnaban la emancipación femenina, como la escritora inglesa Mary Wollstonecraft. Pero fueron casos aislados, incluso combatidos: la hija de la Mary Wollstonecraft, Mary Shelley (autora de Frankenstein) tuvo que escapar de Inglaterra para poder vivir su romance con Percy Shelley. Las mujeres que quisieron publicar (George Sand, Fernán Caballero) tuvieron que esconder su condición femenina bajo pseudónimos masculinos; al igual que las primeras universitarias, que tuvieron que travestirse. A finales del siglo XIX, surgió un movimiento a favor de la equiparación de derechos entre hombres y mujeres, que encontró su bandera en la conquista del derecho a voto (sufragismo). En 1902 se admitió el derecho a voto en Nueva Zelanda, sobre todo tras la Primera Guerra Mundial, cuando el movimiento de emancipación femenina cobró verdadera fuerza, al haberse evidenciado su papel en el mantenimiento del esfuerzo bélico sustituyendo la mano de obra masculina. No obstante, la defensa de los derechos de la mujer por progresistas como Bertrand Russell, Bernard Shaw o August Strindberg seguía siendo ácidamente criticada desde la postura social mayoritaria. La paz armada El fin de la Guerra Franco-Prusiana en 1871, inició una realineación de las fuerzas políticas en Europa. Inglaterra y Francia, enemigos desde la época napoleónica, habían unido fuerzas para sostener al Imperio otomano e impedir la salida de Rusia al Mar Mediterráneo. Para contrarrestar esto y evitar el revanchismo francés, Otto von Bismarck, el Canciller de Alemania, tendió lazos con el Imperio austrohúngaro, al que había derrotado en 1866. Cuando Italia se incluyó en el sistema en 1881, nació la llamada Triple Alianza. Bismarck consiguió que el juego de alianzas basadas en la diplomacia secreta, imposibilitara un acercamiento de las potencias occidentales a Rusia . La Triple Entente entre Francia, Inglaterra y Rusia se estableció desde 1904 (Entente Cordiale) y 1907. Así se configuraron los bloques que se enfrentarían en la Primera Guerra Mundial. Entre 1871 y 1914, con la excepción de las guerras de los Balcanes, Europa vivió en una paz conocida como la paz armada. Una veloz carrera armamentista incrementó los efectivos humanos movilizados y en la reserva, el número y tonelaje de los barcos de guerra o los arsenales de armas y equipamientos tradicionales, sino que desarrolló nuevas aplicaciones tecnológicas (ametralladora, alambre de espino, gases tóxicos), que hicieron a la próxima guerra mucho más demoledora. La Gran Guerra de 1914 a 1918 acabó definitivamente con el equilibrio europeo proveniente del Congreso de Viena. La "crisis de los treinta años" (1914-1945) Tal denominación, debida al historiador Arno Mayer se refiere a las tres críticas décadas que incluyen las dos guerras mundiales y el convulsionado período de entreguerras, con la descomposición de los Imperios Austrohúngaro, Turco y Ruso; la crisis del sistema capitalista manifiesta desde el Jueves Negro de 1929; y el surgimiento de los fascismos y sistemas políticos autoritarios. Se aplican las teorías económicas de John Maynard Keynes en los programas intervencionistas del New Deal de Franklin Delano Roosevelt. Se extendió la conciencia de haber entrado en un mundo radicalmente nuevo, en que el orden social tradicional se había subvertido para siempre, y caracterizado por el protagonismo de las masas ante el que las élites buscaban nuevas formas de control. La Primera Guerra Mundial y sus consecuencias En 1914 un incidente internacional menor, el llamado atentado de Sarajevo, dio pretexto al Imperio austrohúngaro para presionar a Serbia. El ultimátum de Austria a Serbia puso en marcha la red de alianzas y pactos defensivos. El Imperio Alemán aplicó el Plan Schlieffen, que implicaba una maniobra de tenazas que acorralara en el frente occidental a los franceses (como había ocurrido en la batalla de Sedán de 1870), después de lo cual podrían volverse para repeler a los rusos en el frente oriental. La invasión de la neutral Bélgica se cumplió con rapidez, pero la resistencia franco-británica demostró ser eficaz. El frente quedó estacionario en una desgastante guerra de trincheras carente de resultados decisivos. En el frente oriental, el inicial avance ruso fue rechazado, en medio de gravísimas dificultades internas que llevaron al estallido de la Revolución rusa de 1917. La ventaja obtenida con la supresión del frente oriental no llegó a ser decisiva, porque desde el mismo año 1917 Estados Unidos había entrado a la guerra en apoyo de Francia y sobre todo Inglaterra, con el argumento de responder a la guerra submarina. Alemania no podía seguir con el esfuerzo bélico y, una vez roto el frente occidental en Bélgica, decidió rendirse (11 de noviembre de 1918). Austria-Hungría quedó disuelta en entidades nacionales independientes. En otro escenario clave, la Gran Guerra supuso el hundimiento del Imperio Turco en Oriente, consiguiendo los ingleses la movilización del nacionalismo árabe, en una postura contradictoria con el apoyo simultáneo que se ofrecía a los judíos Tratado de Versalles y fracaso de la Sociedad de Naciones El Tratado de Versalles (1919) y los demás negociados en la Conferencia de Paz de París tras el armisticio, no lo fueron en pie de igualdad, sino desde la evidente derrota de los imperios centrales (Segundo Reich Alemán, Imperio AustroHúngaro e Imperio Otomano), que de hecho habían desaparecido como tales. La reducción al mínimo territorial de las nuevas repúblicas de Austria y Turquía imposibilitaba que hicieran frente a la exigencia de responsabilidades que caracterizaba la postura de los vencedores, con lo la culpa y las indemnizaciones recayó principalmente en Alemania, que había sobrevivido como estado, a pesar de la pérdida de las colonias, el recorte territorial (pérdidas de Alsacia y Lorena y Polonia, incluyendo el corredor de Danzig, que dejaba aislada Prusia oriental) y el estricto desarme que se la exigía. Las durísimas condiciones contribuyeron al caos económico y político de la recientemente creada República de Weimar. Se creó un nuevo orden internacional basado en el principio de nacionalidad (identificación de nación y estado), cuestión que debería resolverse con plebiscitos allí donde esa identidad fuera cuestionable. La paz se garantizaría por el principio de seguridad colectiva, administrado por un organismo internacional: la Sociedad de Naciones. La exclusión de Alemania y la Unión Soviética, más el rechazo del Congreso de los Estados Unidos a su inclusión, limitó su eficacia. La nula capacidad de hacer cumplir sus decisiones a los estados que no lo hicieran (caso de Italia en Abisinia) demostró su inoperancia en cuestiones graves Surgimiento de los totalitarismos La revolución de febrero de 1917 derrocó al gobierno zarista, cuya gestión de la guerra era catastrófica. Un conjunto de partidos burgueses y socialdemócratas (mencheviques, eseritas, etc.) liderados por Kerenski pretendió construir un estado democrático que mantuviera el esfuerzo bélico junto a los aliados occidentales (Gobierno Provisional Ruso). La situación bélica, económica y social no hizo más que empeorar en los siguientes meses. La llegada de Lenin inició la estrategia insurreccional bolchevique que llegó al poder con la revolución de octubre. El poder soviético ignoraba la representación electoral y las libertades, despreciadas por burguesas en beneficio de las asambleas de soldados y obreros que tomaban las fábricas y las unidades militares. El Tratado de Brest-Litovsk (3 de marzo de 1918) supuso el final de la guerra con Alemania y la renuncia a una gran extensión de territorio (Polonia, Ucrania, Báltico), pero no trajo la paz, puesto que continuaron las hostilidades, ahora como guerra civil rusa entre el ejército rojo, liderado por Trotski y el ejército blanco, controlado por oficiales zaristas. Al mismo tiempo se fue implementando el programa social y económico del comunismo de guerra, que suponía la colectivización de tierras y fábricas, que pasaron a ser controladas por instituciones (cuyos nombres pasaron a convertirse en míticos para el imaginario obrero de todo el mundo: soviet, koljós, sovjós, etc.). La victoria del ejército rojo consiguió incluso la recuperación de buena parte del territorio cedido en Brest-Litovsk (guerra Polaco-Soviética, 1919-1921). Con el asentamiento de las fronteras se inició una fase de moderación del proceso revolucionario dirigida por el propio Lenin (Nueva Política Económica, NEP). Fascismos Benito Mussolini en Italia y Adolfo Hitler en Alemania establecieron una alianza denominada Eje Roma-Berlín, en cuya órbita figuraron Japón, España, Hungría, Rumanía y los países ocupados durante la Segunda Guerra Mundial. El peculiar carisma de ambos líderes, llevado hasta el histrionismo, fascinaba a las masas que les seguían. En la mayor parte de los países, el desprestigio de la política liberal tradicional y el miedo al comunismo hizo surgir movimientos políticos ultranacionalistas, caracterizados por un liderazgo carismático y algún tipo de parafernalia simbólica agresiva o paramilitar (uso de camisas de ciertos colores). Italia fascista En Italia el descontento fue encauzado por el movimiento de los camisas negras de Mussolini (antiliberal, anticomunista, ultranacionalista, y exaltador de la violencia) contra cualquier movimiento prerrevolucionario o simplemente huelguístico o reivindicativo de los partidos y sindicatos de izquierda. Con la marcha sobre Roma (1922) consiguió que el rey le diera el gobierno fuera de las vías parlamentarias, e inició una dictadura. Planteaba la superación de las divisiones políticas con un partido único y la lucha de clases mediante una política económica corporativista. Consiguió el reconocimiento mutuo con el Papa en los Pactos de Letrán. La necesidad de expansión exterior le llevó a aventuras coloniales en Etiopía y Albania, que le pusieron en dificultades en la Sociedad de Naciones. Alemania Nacional Socialista. Alemania, tras la Guerra estableció un estado social de derecho, pero la inestabilidad no permitió su consolidación. La radicalización de las posturas más extremistas, condujo a la temerosa y empobrecida clase media a optar por la solución más opuesta a la revolución comunista. Tras un frustrado golpe de estado y su paso por la cárcel, donde desarrolló su programa en Mein Kampf, Adolf Hitler consiguió llegar al poder por vía electoral (1933), al tiempo que el partido nazi iba ocupando cada vez más espacios públicos y privados, restringiendo las libertades y aniquilando toda manifestación de pluralismo. El objetivo de la propaganda nazi, utilizada por Goebbels, se centró en responsabilizar a los judíos de todos los males de la gente, que acabó convenciéndose de pertenecer al grupo de verdaderos alemanes, los de raza aria, cuyos intereses debían supeditarse a la grandeza de Alemania. Tal grandeza debía recuperarse con la expansión a través de un espacio vital que incluía las dispersas zonas habitadas por gentes de habla alemana y la Europa oriental habitada por los eslavos, presentados como otra raza inferior. Franquismo La Segunda República Española, un breve experimento de modernización a cargo de una minoría de intelectuales que pretendían apoyarse en la amplia base del movimiento obrero, terminó trágicamente en una guerra civil. La Unión Soviética apoyó al gobierno republicano del Frente Popular y las potencias fascistas a los militares sublevados. La victoria del bando sublevado estableció el régimen de Francisco Franco. Crisis de 1929 y Estado del bienestar Como una reacción a los cambios económicos y políticos en torno a la Primera Guerra Mundial, se sentaron las bases del Estado del Bienestar. De manera progresiva, el Estado había tenido que intervenir en la regulación de las condiciones de trabajo a través de las leyes sociales como una manera de responder a los problemas derivados del industrialismo y desactivar la bomba de tiempo que representaban las aspiraciones del movimiento obrero. El economista John Maynard Keynes observó que la oferta económica es reflejo de la demanda, y por ende, la manera de levantar una economía deprimida era subsidiando la demanda a través de una fuerte intervención estatal. La crisis de posguerra, fruto de la desmovilización, tuvo consecuencias muy graves en la economía alemana, sometida a una terrible hiperinflación. En la década de 1930, regímenes políticos muy diferentes entre sí emprendieron, como salida a la Gran Depresión, políticas keynesianas, de estímulo de la demanda a través de las obras públicas, subsidios sociales y aumento extraordinario del gasto público. En Estados Unidos el Presidente Franklin Delano Roosevelt emprendió esas medidas con el denominado New Deal (Nuevo Acuerdo). La economía dirigida del corporativismo fascista podía considerarse hasta cierto punto similar, y concretamente el rearme alemán proporcionaba una solución tanto al ejército de parados como a la industria pesada. La Unión Soviética de Stalin ya era una economía planificada desde el Estado, y su sistema económico no capitalista la hacía inmune a los efectos del Crack de 1929.