Sobre la situación lingüística en Cataluña D urante los días 11 y 12 de diciembre de 1987 asistí en San Lorenzo de El Escorial, invitado por la fundación «Encuentro», a unas jornadas sobre Normalización lingüística en Cataluña. Aquel encuentro reunió a una treintena de personas de un amplio abanico profesional —políticos, juristas, académicos, lingüistas, historiadores, periodistas—, todos ellos interesados por las cuestiones políticas y lingüísticas. Se trataba específicamente de una reunión para dar a conocer y debatir el contenido de la ley de normalización lingüística publicada en el Diari Oficial de la Generalitat de Catalunya el 22 de abril de 1983. Entre los asistentes figuraba la entonces directora general de política lingüística, que fue quien con más detalle expuso el programa a su cargo. Allí quedó muy claro —por lo menos para mí— cuál era la intención de la coalición entonces y ahora en el gobierno de . Cataluña acerca del desarrollo que se proponían aplicar a la afirmación lingüística capital establecida por el estatuto de Cataluña: «La lengua propia de Cataluña es el catalán». Allí se anunció formalmente cómo en el plazo de veinte años —de los que han transcurrido ya siete— esta afirmación estatutaria se convertiría en una realidad en la vida de la comunidad catalana. Para alcanzar lo que allí se anunciaba, la Generalidad no ha cesado desde entonces de promulgar leyes, decretos, órdenes y reglamentos tendentes a afianzar el uso de la lengua catalana en todos los campos. Tengo ante mí una recopilación actual de la normativa legal sobre la lengua en Cataluña, facilitada por la dirección general de política lingüística del departamento de cultura y elaborada por la sección de uso oficial de la lengua catalana del servicio de normalización lingüística. No ahorro la cita de órganos implicados (departamento, dirección general, sección y servicio) para dejar bien claro el tupido entramado político y administrativo dispuesto por la Generalidad en su esfuerzo por asegurar el uso de la lengua FRANCISCO MARSÁ «Como muestra del rigor y tenacidad con que se aplican las autoridades catalanas a abrir brecha en cuantos resquicios les ofrece la legislación del Estado, véase la corrección obtenida sobre el texto del reglamento de organización, funcionamiento y régimen jurídico de las entidades locales.» catalana en todos los ámbitos. Se trata de una exigencia inexcusable en quienes, de acuerdo con las leyes y con su programa político, han decidido que se extienda y arraigue en todas la vertientes de la vida pública la lengua propia de la comunidad. El conjunto de textos que constituyen el ordenamiento jurídico vigente sobre el tema lingüístico abarca todos los aspectos de la administración pública y otros que no lo son en sentido estricto. Los diversos decretos, leyes, protocolos, reglamentos, órdenes, acuerdos y pactos establecen el uso del catalán en las administraciones local, militar y de justicia; de la función pública; de los registros civil, mercantil e hipotecario; del código penal; de las escrituras públicas; de la enseñanza; de la toponimia y rotulación en carreteras, aeropuertos, estaciones ferroviarias, marítimas y de autobuses; señalizaciones en servicios de interés público, de aparatos e instalaciones, de reparación de vehículos automóviles; en materia de tránsito, circulación de vehículos y seguridad viaria, etiquetados de productos comerciales; etc. Como muestra del rigor y tenacidad con que se aplican las autoridades catalanas a abrir brecha en cuantos resquicios les ofrece la legislación del Estado, véase la corrección obtenida sobre el texto del reglamento de organización, funcionamiento y régimen jurídico de las entidades locales. En su primera redacción se establecía que «las convocatorias de las sesiones, las órdenes del día, mociones, votos particulares, propuestas de acuerdo y dictámenes de las Comisiones Informativas se redactarán, en todo caso, en lengua castellana. Se redactarán, asimismo (la cursiva es mía), en la lengua cooficial en la Comunidad Autónoma a la que pertenezca la corporación, cuando así lo exija la legislación de la Comunidad Autónoma o lo acuerde la Corporación» (B.O.E. de 22.12.86). A las tres semanas (B.O.E. de 14.01.87) se publicó la corrección, que deja el texto —en cuanto a las lenguas se refiere— como sigue: «se redactarán en lengua castellana o (la cursiva es mía) en la lengua cooficial en la Comunidad Autónoma», etc. Corrección que elimina el bilingüismo y permite sustituir una lengua por otra; pero es un reglamento perfectamente legal. Esta detallada y fatigosa enumeración no pretende sino demostrar la atención prestada por el Gobierno de Cataluña a todas las cuestiones relacionadas con la lengua. Además, desde el servicio de normalización lingüística se estimula, mediante anuncios a toda página en la prensa barcelonesa, el uso del catalán en la calle. Por otra parte, un diario reproduce en fecha reciente (El País, 19.10.94) las declaraciones efectuadas en un acto público por el director general de política lingüística en el sentido de que «el primer signo de integración es la voluntad de conocer y hablar el catalán», lo cual tiene el premio de propiciar una mayor apertura de los ciudadanos autóctonos respecto al recién llegado. Los inmigrantes —añade, según «No todo el mundo está de acuerdo con las opiniones de los políticos llamados nacionalistas ni con la gestión política de la Generalidad en materia lingüística, pero los nacionalistas están en el gobierno y hacen su política.» el diario— «han de vivir, trabajar y hablar catalán»; porque «cualquier persona que viva hoy en Cataluña y no hable la lengua vernácula tiene muchas menos posibilidades de abrirse camino y muchas más complicaciones». Claro que no todo el mundo está de acuerdo con las opiniones de los políticos llamados nacionalistas ni con la gestión política de la Generalidad en materia lingüística, pero los nacionalistas están en el gobierno y hacen su política. Esperar que la Generalidad asuma la defensa a ultranza del bilingüismo propugnado desde otras opciones políticas no pasa de ser un rasgo de ingenuo optimismo. En el encarte catalán de un diario madrileño (ABC, 16.10.94) podía leerse: «Los que reclamamos el bilingüismo no somos ni la caverna ni la derecha reaccionaria, sino ciudadanos que queremos el imperio de la ley y el respeto estricto del derecho de los padres». Tal como están las leyes y tal como se obtiene la posibilidad de su imperio, acaso sólo quepa apelar al veredicto de las urnas, único camino conducente al ejercicio del poder político y a sus consecuencias culturales. Conviene añadir que son muchos los catalanes —de primera o de centésima generación— que se sienten muy cómodos en su condición efectiva de bilingües y con el modo como pueden ejercer actualmente su bilingüismo. Y todos ellos desean poder seguir ejerciéndolo en el futuro. Claro que a algunos les falta con el bilingüismo que hay y a otros les sobra. Pero esta diversidad de opiniones, inevitable e incluso deseable, no impide —salvo las también inevitables excepciones de rigor— una cordial convivencia ciudadana. Tal vez desde lejos, y partiendo de una distinta valoración de las lenguas concurrentes, el panorama se vea de otro modo. También lo comprendo; porque las cosas se ven siempre según el color del cristal con que se miran. No es fácil —ni siquiera factible ni deseable— uniformar lo diverso. Y acaso menos fácil aún aceptar que el punto de vista propio —el de unos y el de otros— tiene el mismo valor, pero no más, que el punto de vista ajeno. La trayectoria de la historia lingüística de Cataluña es ondulada, como la de casi todas las historias, con sus fases alternativas de elevación y depresión. Las trayectorias onduladas sólo son neutras en el momento fugaz de su intersección con el eje. Ahora hay que normalizar lingüísticamente Cataluña en una dirección porque hasta hace poco había sido normalizada en la dirección contraria. Pero toda esta trayectoria se dibuja sobre una realidad que no es posible ignorar. Hace casi treinta años que ya lo formulaba Julián Marías con su habitual claridad en su profundo estudio Consideración de Cataluña: «Es evidente que el catalán es la lengua primera de la gran mayoría de los catalanes, la que hablan y oyen desde la cuna, aquella en la que habitualmente se expresan en la conversación, la que es instrumento y vehículo de su interpretación originaria de la realidad. Y creo que esto ha sido siempre, desde que se puede hablar en Cataluña. Si esto «No es fácil —ni siquiera factible ni deseable— uniformar lo diverso, Y acaso menos fácil aún aceptar que el punto de vista propio —el de unos y el de otros— tiene el mismo valor, pero no más, que el punto de vista ajeno.» ha sido o es bueno o malo para Cataluña, si hubiera sido preferible otra cosa, puede discutirse y no carece de interés; pero es un hecho histórico que así ha acontecido, y nada me parece más respetable que la realidad». Es sólo a partir de esta realidad cuando caben las matizaciones. La primera posible la formula el propio Julián Marías tras el punto y aparte. «Pero es un hecho también, y no menos respetable, que los catalanes hablan español». Y prevé el autor una posible objeción y señala que si sólo es cierto que no todos los catalanes hablan español, también lo es que no todos los catalanes hablan catalán. Con lo cual, en su casa y en la calle —en su más amplio sentido— cada uno habla como quiere o como puede y no es la lengua piedra de escándalo. A efectos oficiales, hay leyes; cúmplanlas unos y otros. Y poca diatriba. Las objeciones políticas, a los parlamentos; las objeciones jurídicas, a los tribunales de justicia. Porque hasta hace poco estábamos acostumbrados a que fueran los catalanes los que se quejasen y los demás los que tuvieran la exclusiva para las decisiones. Parece que ahora ha llegado el momento de que sean los demás los que se quejen y los catalanes los que aprovechen tener sus manos libres para la acción. Como la permanencia de los partidos que gobiernan en Madrid y en Barcelona no tiene por qué ser eterna —aunque la experiencia parece querer demostrar lo contrario— siento curiosidad por saber qué ocurriría si alcanzaran el poder todos los que ahora hablan desde la barrera. Acaso entonces se descubriría que en la calle están, además de los que hablan por todo lo alto, los que otorgan por todo lo bajo. Allá por los años sesenta un grupo musical puso de moda una canción, anunciando a voz en grito qué harían ellos si tuvieran una escoba y cuántas cosas barrerían. No sé si llegaron o no a tener una escoba. Sólo sé que muchas de las cosas destinadas entonces al barrido siguen ahora como entonces. Que siempre ha sido más fácil anunciar remedios que ponerlos por obra. La convivencia pacífica de las lenguas en Cataluña hay que propiciarla ejercitando la moderación y las buenas maneras. Debe evitarse la excesiva instrumentalización política (ya sólo me atrevo a referirme a la excesiva): unos, procurando no abusar de su actual posición de privilegio, como otros abusaron en otro tiempo; y los demás, renunciando a su permanente papel de víctimas, cuando tanto de lo suyo permanece. Al fin y al cabo vamos todos en el mismo barco y a todos conviene llegar a buen puerto. «La convivencia pacífica de las lenguas en Cataluña hay que propiciarla ejercitando la moderación y las buenas maneras. Debe evitarse la excesiva instrumentalización política.»