El régimen de Franco FERNANDO GARCÍA DE CORTÁZAR* frase atribuida a Abraham Lincoln, según la LAcualconocida no se puede engañar a todo el mundo durante todo el * Catedrático de Historia Contemporánea y Decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Deusto. (1) PAYNE, Stanley G.: El régimen de Franco, Alianza Editorial, Madrid 1987, 682 págs. tiempo, nos sirve aquí para encabezar una reflexión sobre el régimen de Franco y su historiografía. Porque, en efecto, si por algo se distinguió la dictadura del 18 de julio fue por un afán desmesurado de control y manipulación de la opinión pública. Pero por grande que fuera la dificultad para aproximarse a la realidad histórica del franquismo, ya en vida del dictador comenzaba tímidamente una revisión de la crónica oficial de ese período de la historia de España (Ros Hombravella, 1973, Tamames, 1974, Elias Díaz, 1974 y otros), para continuar luego, sin trabas, de manera profunda y decidida. Como asunto historiográfico, el régimen de Franco goza de excelentes perspectivas que deben consolidarse y convertirse en realidad, a medida que el acceso a los archivos oficiales y privados de esta época se actualice, de la mano de la nueva Ley sobre el Patrimonio de 1985. Por esta vía han empezado ya a caminar distintos, autores, pioneros en una investigación que, a no dudar, será pronto completada y mejorada. Las posibilidades actuales han orientado los primeros trabajos sobre el franquismo a través de una metodología monográfica, siendo escasos todavía los intentos de una visión de conjunto que integre los necesarios campos en una obra global sobre un período histórico. Ha sido el hispanista americano Stanley G. Payne (1) quien se ha echado sobre los hombros la carga de reconstruir la historia del régimen de Franco, no regateando esfuerzos en la consulta de cuanto se ha escrito desde una u otra óptica sobre esos cuarenta años. Después de una larga década del final de aquella pesadilla y a medio siglo de su comienzo violento, el franquismo cada vez se nos asemeja más a un gigantesco «bluff» histórico de enormes y dramáticas proporciones. Pero, por nuestra actual sociedad, corren vientos de distensión y un gran acuerdo tácito parece querer olvidar con la mayor rapidez posible. Un pacto de semi-silencio, consensuado entre la clase política al comienzo de la transición y que fuera reflejado en la Ley de Amnistía de 1978, está permitiendo acelerar la obra del tiempo que, por su cuenta, se ha volcado implacable sobre aquel régimen de excepción, alejándolo prudentemente de nuestra actualidad a una enorme velocidad política. Sin embargo, los hechos históricos son irrenunciables y el interés historiográfico por fortuna no coincide con el interés del poder político. Este es el motivo del divorcio aparente entre el discurso po- lítico actual, con escasas referencias al pasado franquista, y la nueva historiografía deseosa en cambio de tratarlo en el marco de las posibilidades actuales. ¿Y quién mejor para ello que uno de los más aventajados representantes de esa miscelánea anglosajona de historiadores hispanistas (recordemos a R. Carr, G. Jackson, S. Ellwood, H. Southworth, P. Preston, E. Malefakis, F. Lannon y tantos otros), maestra en la combinación adecuada del manejo de una exhaustiva documentación y bibliografía con una prosa sabrosa y directa. Para los que, como el que esto suscribe, gusten del «enseñar deleitando» clásico y por lo mismo sean admiradores de la capacidad pedagógica de este tipo de narrativa, el libro de Payne es una oportunidad inmejorable de acercarse a una visión del franquismo, conformada con tan meritorias peculiaridades. Haciendo gala una vez más de su destreza en el arte de la síntesis, Stanley Payne ha estructurado su obra, tomando como marco y punto de referencia el primer tercio del siglo xx, rastreando en él los orígenes más profundos del franquismo y sus preliminares históricos. Como antesala obligada a la aparición del régimen franquista, unas pinceladas impresionistas repletas de intuición describen la crisis de la Restauración, la dictadura primorriverista, y la República. La guerra civil y el período de institucionalización de la dictadura franquista reciben una especial atención, en la que se enmarcan los puntos principales para el conocimiento suficiente de las relaciones entre los sublevados de 1936 y la ideología nacionalista española. Sin tener grandes ideas al respecto, Franco estaba convencido de que el capitalismo en su versión liberal constituía un fracaso económico y que además daba alas a la reacción social contra el sistema. El pensamiento polítido del Jefe del Estado y sus escasas ideas sobre economía estaban ancladas en el pasado, dominando en él una xenofobia cultural propagada en el ambiente popular español, desde la pérdida de las colonias. Para el dictador y su «alter ego» Carrero Blanco, el liberalismo económico y el libre comercio con Europa eran como caballos de Troya de la subversión. Sin embargo, señala Payne, Franco «no fue nunca un fanático» y su espíritu pragmático habría de conducirle, una vez consumidas las posibilidades del inaugural período de reconstrucción, a aceptar las numerosas presiones empresariales en dirección contraria a la autarquía. La reciente tesis doctoral de José M.a Lorenzo (Univ. Deusto, 1987) sobre Vizcaya durante el primer franquismo contienen un análisis cabal de la intensidad de esas presiones que se incrementaron con el término de la gran guerra. Desde 1951, con el ministro Arburúa, comienza una tímida liberalización del comercio interior, desaparece el racionamiento y los controles interventores de los sindicatos^ aliviándose de esa forma la situación del mercado. Se mantendrían, no obstante, las altas cotas de protección aduanera y no por motivos fiscales, sino como garantía de la industria nacional que el régimen consideraba obra suya. Bajo el paraguas proteccionista, la industria se desarrollaría de manera enclenque y nada competitiva, con lo que años después comprometería gravemente las aspiraciones de España a ser socio del Mercado Común. En el libro que comentamos, Payne EL PROTECCIONISM O TUVO SU IDEOLOGÍA centra el problema del estancamiento económico de posguerra en el retraso en la formación de capital. Sin embargo, esto sólo es cierto, y de manera relativa, en la industria. El capital financiero, en cambio, conocería una favorable evolución en la posguerra, gracias a un notable período de beneficios y a las posibilidades que ofreció la continuada emisión de recursos financieros por parte del Estado, que no dejó descansar la máquina del Banco de España. EL GIRO «LIBRECAMBISTA» LA SALIDA DÉLA SITUACIÓN Al borde de la bancarrota, sin reserva de divisas, y en medio de una gran insatisfacción social, el régimen realizó un giro «aperturista» en su política económica hacia un esquema de librecambio. Esto ocurría en 1957 con la llegada de los ministros tecnócratas, reclutados en el Opus Dei. El rasgo más definitivo y más dramático en cuanto a su coste social de la política económica franquista de todas sus épocas, y que no queda suficientemente subrayado en el libro de Payne, fue el de la brutal supeditación del campo a la industria. En efecto, el deseo en gran parte político de industrializar España en el corto plazo de una generación —lo que equivale a decir con el sacrificio de ésta— se haría realidad favoreciendo la producción y el consumo de «inputs» industriales, en detrimento de la producción, el producto y la renta agrícola. En la sociedad fuertemente «desigualizada» e injusta que propició el franquismo, el designio industrializador vino a suponer una carga económicosocial insoslayable para la economía agrícola, tradicional y dominante en el país hasta los años 60. Miles de campesinos y sus familias fueron obligados a emigrar y a colaborar en la industrialización. Este proceso demográfico reeditó en la España de los 40/50 los peores momentos del capitalismo, mediante la creación de condiciones sociales, culturales y laborales desastrosas, que sólo remiten a las puertas del desarrollo económico de los años 60. La espectacular salida de esta situación todavía permanece sin ser suficientemente explicada: por algo se ha venido calificando precisamente de «milagro» este cambio singular. En todo caso hay que aceptar que el progreso en la liberalización comercial y la mayor apertura a las importaciones, acentuada en 1959, junto al inusitado desarrollo del turismo y la exportación de emigrantes no serían ajenos al desarrollo de los años sesenta. El período que se abre con los Planes de Desarrollo es calificado con acierto por Payne como el de mayor crecimiento económico de la historia de España. Entre 1965 y 1975 crecen la producción y el bienestar, aunque la distribución de la renta permaneciera extremadamente desigual. Pero al contenerse la inflación, aumentar la oferta de productos y mejorar el salario real, un número cada vez mayor de españoles pudo acceder a mejores niveles de consumo; lo que en pleno «boom» económico y desarrollista se asimiló con facilidad a bienestar social. La irredención del agro, de la que se desentendieron igualmente falangistas y conservadores, a pesar de contar aquellos, en distintas ocasiones, con la cartera de Agricultura, fue, como decimos, una de las consecuencias sociales más graves de la política económica franquista. La mecanización y racionalización del campo, así como la construcción de regadíos se abordaría escandalosamente tarde. Sólo a comienzos de los 70, y cuando se había producido la esquilación del potencial humano campesino, se registra una mejoría sustancial de las condiciones de producción con su saludable reflejo en el nivel de vida del campo. La reforma agraria, una de las reivindicaciones tradicionales del campesino español y que para mayor sarcasmo el régimen pretendía tener en su programa, fue camuflada por medio de una planificación colonizadora, que apenas afectaría a unos cien mil labradores y por una seudoprogresista ley de confiscación de tierras abandonadas. Pero las pretensiones de colonización a través de los aireados «Planes» (Badajoz, Jaén, etc.) apenas sirvieron para contrarrestar el abandono masivo de tierras y de pueblos enteros que acudieron a ocupar las fábricas nuevas. La parcela en la que el franquismo cometería menos errores de LA MEJOR bulto fue la de las relaciones internacionales. Al igual que la gene- CARA DEL ralidad de los autores, Stanley Payne reconoce una especial perspi- RÉGIMEN cacia de Franco para adjudicar la cartera de Exteriores a hombres del agrado de las potencias europeas y de los EE. UU. Nombres como Jordana, Martín Artajo, Castiella, Ruiz Giménez .en el Vaticano, Areilza en distintas embajadas, consiguieron avalar y asear la imagen exterior de un régimen que muy pronto había sentido la necesidad de incorporarse al concierto internacional, del que tenía que obtener los principales elementos para su supervivencia. Con todo, la debilidad diplomática de España, heredada del siglo pasado, siguió siendo manifiesta durante el régimen franquista. Un análisis realista y desapasionado, lejos del discurso de la propaganda oficial de entonces, pone de relieve que la única virtud homologable del franquismo para su aceptación, en especial por los americanos, fue su contundente anticomunismo y el hecho geopolítico de ocupar el flanco suroccidental de la OTAN. De todos modos, el alineamiento occidental del franquismo no conseguiría evitar disgustos y contradicciones en el campo internacional, como la permanencia inglesa en Gibraltar, la pérdida de Marruecos, Ifni y el Sahara; ni la buena aceptación, formal al menos, que la oposición a la dictadura tenía en países que, como Francia, Alemania e Inglaterra, mantenían relaciones normales con los gobiernos franquistas. Si los gobiernos constitucionales de la monarquía liberal y de la república se vieron obligados a echar mano periódicamente del ejército para mantener el orden, Franco no recurrió a tal extremo. Le bastó con la policía y la guardia civil. Cuerpos integrados en la estructura militar del régimen, al mando de oficiales fieles a Franco, que fueron modernizados a medida que las necesidades represivas del régimen lo requerían. El ministerio de Gobernación lo ocuparon siempre franquistas incondicionales que, más allá de su profesión o eficacia, tenían el denominador común de su fidelidad hacia el general: Blas Pérez, Alonso Vega, Arias Navarro... Franco, que actuó de forma implacable en la oposición y aún con la más pequeña disidencia, supo en cambio modular y ensamblar el conjunto de fuerzas dentro del Movimiento para asegurarse siempre LA DEFENSA DEL ORDEN PUBLICO gobiernos equilibrados y dóciles que no pusieran en peligro ni mermaran en absoluto su poder y ascendiente personales. Desde la década de los cincuenta, coincidiendo con el desarrollo de las condiciones favorables a un despegue económico, la oposición obrera empezó a dar muestras de una capacidad de organización que algunos creían definitivamente apagada tras la guerra. En torno a 1951 se producen las primeras muestras colectivas de malestar. A medida que las grandes empresas y el capital financiero consolidaban sus cifras de producción y beneficios, la masa laboral, fuertemente explotada desde el final de la guerra, aumentaba su capacidad de protesta y enfrentamiento. El ministerio Girón, de grandes y demagógicos proyectos, en su ambición de control, se enajenó la enemistad de la clase obrera y sólo a duras penas fue aceptado por los empresarios. Al caer en 1957 se abría paso una nueva etapa en las relaciones laborales del régimen, protagonizada por la Ley de Convenios Colectivos de 1958, que supondría la primera victoria arrancada a la dictadura y mediante la cual la discusión de los salarios pasaba a realizarse entre las partes interesadas, sin la intervención del gobierno. Casi coincidiendo con estas fechas, el movimiento obrero adopta la estructura de comisiones o comités representativos para la resolución de sus problemas, marginando al sindicato vertical. La huelgas por motivos laborales y sociales comienzan a ser frecuentes y se suman a ellas el descontento del relevo generacional en el clero, que adquiere su mayor fogosidad en la clerecía vasca, muy sensibilizada ante la represión que el régimen desataba en su tierra. Buen conocedor de la historia del nacionalismo vasco, Stanley Payne sabe valorar la capacidad oposicional del movimiento, así como la del catalanismo. La desintegración del franquismo es irreversible cuando ETA asesina a Carrero Blanco en un atentado espectacular que conmueve al país. EL FRANQUISMO TUVO VOCACIÓN DE FUTURO Muchos han creído que la obra de Franco consistió simplemente en mantenerse en el poder de forma implacable y agonística. No piensa así Payne, cuyo estudio refleja una valoración del proyecto político del dictador y de su ambición legislativa con perspectivas de futuro. Lo que sucedió, sin embargo, fue que todo este proyecto y esta ambición se construyeron en un vacío, y cuando el régimen dejó de ser útil a los intereses económicos se produjo su fiasco y liquidación. Ha visto esto Payne con la certera intuición del historiador que combina su trabajo documental con excelentes dotes de analista político. El franquismo no pudo construir la España del futuro porque ésta le había dado la espalda, encarnada en las nuevas generaciones, al menos desde la década de los cincuenta. Los cambios sociales experimentados en absoluto pueden atribuirse al buen hacer de la dictadura. Fueron reflejo de cambios semejantes en todo el entorno occidental, la mayor parte de las veces en contradicción con lo que el propio régimen representaba y que tuvieron que ser aceptados confirmando aquello de «la necesidad hace virtud». Junto a estas apreciaciones críticas de Payne, son notorios sus esfuerzos, en más de una ocasión, para destacar los aspectos positivos que tuvo el régimen. La última parte del libro aquí comentado rezuma humanidad, mientras se relata la progresiva decadencia de la dictadura, de la mano de la visión del propio ocaso del dictador. Es entonces cuando la narración de Payne alcanza sus más altos niveles de amenidad y de sugestión, a impulso sin duda de la naturaleza de las fuentes utilizadas (memorias, reportajes, crónicas) y de la proximidad histórica a las fechas que se tratan. El análisis y la peripecia de la política envuelven las páginas finales de esta auténtica «summa» del franquismo, en detrimento de las cuestiones económicas, sociales o laborales prácticamente desdibujadas. Antes de llegar a ellas, el autor ya había demostrado su preferencia por la descripción de los aspectos políticos del régimen, siempre acompañada de un notable esfuerzo de acercamiento, comprensión y «simpatía» hacia su objeto de estudio. De esta forma, Stanley Payne facilita el entendimiento de nuestra historia más reciente, con una perspectiva distinta a la que podemos tener los que, de algún modo y por lo tanto menos objetivamente, la hemos vivido desde planteamientos internos más personales y apasionados.