Helio Carpintero José Luis Pinillos y la cultura española El especialismo dominante en nuestra sociedad produce a veces ilusiones engañosas. Una de éstas consiste en hacer creer que en cada especialidad no influye más que lo que a ella pertenece. Y no es así. El pensamiento, la ciencia, la economía, el derecho, la psicología, rezuman de su círculo propio porque lo penetra y lo unifica todo la sociedad. Al igual que la poesía tradicional resulta Menéndez Pidal lo mostró abundantemente- de la interacción entre unos pocos espíritus creadores y un público innominado que responde y selecciona de entre aquello que se le presenta, también en religión, en economía o en ciencia se producen interacciones complejas entre los creadores y su entorno social, entre minorías y mayorías funcional mente relacionadas. Hay una dimensión social en la ciencia, en el arte, en el conocimiento, que sin que lo explique todo, ha de ser tenida en cuenta cada vez que se aspira a comprender esas dimensiones creadoras de la humanidad. Lo mismo sucede cuando queremos comprender una obra o persona singulares: continuamente se ha de mirar, no de reojo sino por derecho, a las preCuenta y Razón. núm. 25 Diciembre 1986 siones e influjos que le hace llegar su circunstancia, ajustada a cada momento a las ondas del devenir histórico y social. Viene todo esto a cuento del reciente premio «Príncipe de Asturias» en ciencias sociales a José Luis Pinillos, psicólogo y maestro de psicólogos, escritor e intelectual. La justicia de este reconocimiento es indiscutible, una vez que se conoce la obra casi innumerable de este hombre -varios libros, muchísimos artículos, muchas tesis dirigidas, muchísimas, incontables conferencias pronunciadas-. No se trata pues de explicar lo que no necesita explicación alguna. Se trata, en cambio, de comprender su obra, de situar su figura ante un paisaje precisamente el paisaje de nuestra sociedad española y de nuestra cultura, desde las que ha de ser entendido. * * * José Luis Pinillos es uno de los rostros con que, en nuestra sociedad, se ha podido dar encarnadura y concreción a la psicología. Hace muchos siglos, metido Aristóteles a la tarea de decir qué era lo justo, terminó recurriendo al procedimiento de señalar hacia el hombre justo y prudente, el phronimós, para que se entendiera su pensamiento. A principios de siglo, para muchos de nuestros compatriotas pudo parecer Ramón y Cajal la encarnación de la ciencia y del saber. La personificación de las abstracciones en un camino para hacer llegar a la mente de las muchedumbres la compleja dinámica de las ideas. En cierto modo, creo que Pinillos ha ejemplificado y vivificado la realidad de la ciencia psicológica en España. Cuando, hace veinte, quince, tal vez cinco años, se podían nuestros compatriotas preguntar por la psicología, tratando de hallar una imagen en su cabeza, han podido muchas veces responderse señalando la de José Luis Pinillos, tal vez la de Mariano Yela, la de Miguel Sigúan, y poco más. Y ello no por azar. Entre nosotros, la psicología presenta una historia llena de vaivenes, en zig-zag. Después de haberse inaugurado en España, en cierto modo, el sentido moderno de la psicología, su preocupación descriptiva, empírica, y su interés por las caracterologías y la selección personal, en función de las peculiares dotes y habilidades, como sucede en el Renacimiento con Juan Luis Vives y Juan Huarte, en este campo, como en muchos otros, su organización en forma de ciencia positiva representó la señal de su alejamiento, de su estrañamiento respecto de nuestra sociedad. Sea cual sea el balance final, exacto, que se haya de hacer de la historia de la ciencia española, no hay duda de que nuestra participación en la creación dé la ciencia positiva ha sido escasa, aunque tal vez no tanto como algunas cuentas han hecho a veces pensar. Desde luego, nuestra lejanía de la psicología moderna, salvo honrosas excepciones, ha sido una realidad. En el siglo pasado, las cuestiones psicológicas estuvieron mezcladas con otras, no lejanas, sobre el materialismo o el espiritualismo y otras, algo más distantes, sobre ortodoxia y heterodoxia religiosas. Fueron primero los debates en torno a Cubí y su frenología lo que agitó las plumas, y hasta puso en marcha -contra Cubí, claro es- la inquisición; vinieron luego las polémicas sobre el Krausismo, su posible panteísmo, su peligroso influjo en la educación -al decir de los espíritus más reaccionarios-, y el hecho concreto del interés de ¡os Krausistas por la nueva psicología: interés de Giner de los Ríos, de Simarro, y algunos pocos espíritus progresistas de fines del XIX. Luego, dentro ya del siglo XX, fueron espíritus liberales, cercanos al ideal republicano, los que apoyaron el desarrollo de las primeras aplicaciones psicológicas a la realidad social -Ortega, Lafora, Marañón, Emilio Mira, Domingo Barnés, entre otros-; pero la guerra civil y el franquismo vinieron a desplazar el péndulo, de nuevo, hacia el extremo contrario, sumergiendo la psicología en escolasticismos y tomismos que inundaron las universidades, e incluso las mentes del mundo oficial de posguerra. Tras haber estado a punto de despegar, la psicología en España -quiero decir la psicología científica, la que se consideraba en todas partes como una ciencia natural y positiva- volvió a una suerte de catacumba. Si ha podido salir, ello ha sido posible gracias al esfuerzo continuador de un hombre modesto y sencillo, don José Germain, discípulo de Ortega y de Lafora, de Bertlett y de Michotte, que fue capaz de recuperar para la psicología un espacio creciente en nuestra sociedad y en nuestra cultura. Pero ese esfuerzo ha sido fecundo, en gran medida, porque ha generado unos discípulos -Pinillos, Yela, Siguán y algunos pocos más- que han multiplicado, creadoramente, el impulso inicial. Así, resulta que mientras Germain mantuvo la llama viva del interés por la psicología, y produjo instituciones una revista, una sociedad, una escuela, un instituto...- dentro de un marco de minorías, sus discípulos, complementariamente, vinieron a producir una cierta «conversión de los infieles». En estos últimos treinta años, se ha pasado de una docena de entusiastas colaboradores de Germain a unas decenas de miles de profesionales y de estudiantes de psicología, un salto cualitativo en el que ha intervenido, de modo decisivo, con algunos más, José Luis Pinillos. * * * Con una formación filosófica inicial, según el espíritu escolástico dominante en los primeros años de la posguerra, lleno de curiosidad e inquietud cultural, atraído por la música y la literatura, Pinillos encontró, primero en Alemania, luego en Inglaterra, el modo de acercarse a 1 conocimiento del hombre desde un ángulo científico a través de la psicología. Tal vez algún día se estudie el proceso de huida desde la escolástica de los años cuarenta hacia los saberes poseedores de algún rigor formal -hacia la lógica, la psicología, la ciencia social o hacia la literatura y la poesía. La necesidad de aires nuevos, que hicieran penetrar la realidad en espíritus ávidos de ella, impulsaba en muchas direcciones, y en muchos casos, hacia una nueva proximidad de los temas y los problemas científicos. Pienso que de aquel tiempo juvenil viene el interés de Pinillos por el tema de la evolución, principalmente pero no sólo la evolución biológica. Y con ello, claro es, por el tema de la consti- tución del hombre, o de la mente humana, en el término de la escala de los seres vivos conocidos. Yo creo que no es un azar que Pinillos haya escrito una biografía de Darwin, hace algunos años, con gran rigor al tiempo que con gran capacidad divulgadora. Ni que su libro más importante y personal, los Principios de psicología, comiencen con este acorde: «La mente humana no ha caído del cielo», reformulado pocas líneas más tarde en esta transparente declaración: «La psicología no debe olvidar que la mente humana procede de un psiquiámo animal». En los años cuarenta, en los cincuenta, la psicología oficial que se enseñaba en nuestro país respetaba únicamente el espiritualismo creacionista del alma humana, como doctrina que era religiosamente ortodoxa, o como tal era tenida. En todo caso, la tesis evolucionista tenía delante de sí un horizonte erizado de dificultades. La pregunta por el hombre, reformulada como pregunta por la mente humana, su naturaleza, sus habilidades, su conexión con la realidad física, su implicación histórica y social, han ocupado la vida de Pinillos. Le ha ocupado, primero, ponerse en claro él mismo al respecto; luego, transmitir su claridad a los demás. El intelectual, dijo una vez Ortega, tiene misión luciferina, misión de portar la luz donde ñola hay. No para ponerla bajo el celemín, desde luego, sino para que se difunda en ondas concéntricas, si ello es posible, hasta el infinito, empezando porel entorno próximo. Por si esto fuera poco, había que llevar la teoría psicológica a una sociedad poco sensibilizada, nada porosa hacia sus temas. Psicólogos in parí i bus inficleliitm es lo que han sido Pinillos, Yela y demás compañeros, durante muchos años. Tenían ante sí una labor muy vasta. Hace unos decenios, los psicólogos se definían socialmente gracias a los tests; eran sobre todo «pasadores de tests». (Algunas gentes aún hoy tienen ese pasado cliché por válido y vigente). Pero apenas había tests estudiados para ser aplicados a la población española, con alguna que otra excepción como el test de inteligencia de BinetTerman que estudiara Germain y Rodrigo, y alguna que otra prueba más. Era preciso, además, sensibilizar hacia la problemática teórica implicada en la construcción, aplicación y valoración de unas pruebas que están lejos de poder ser empleadas como una medida física. Y así fue como los discípulos de Germain hubieron de dedicarle un tiempo precioso a los tests. Los psicólogos,- además, cumplían tarea de selección de personal y orientación. Eran tareas que parecían serles propias. En buena medida resultaban directamente de la aplicación de tests y del análisis del puesto profesional en cuestión. Pero implicaban otras cosas además: estudios de motivaciones, preferencias sociales, y unas serie de factores de variada índole. Llegada la hora, Pinillos estudió relaciones humanas, inició trabajos sobre motivación en organizaciones laborales, se ocupó con su maestro Germain de problemas de seguridad en el tráfico y selección de aviadores y conductores, y /hasta llegó a proponer una prueba ingeniosa para aplicar a estos últimos, un «test vde semáforos» que tuvo vida más corta de lo que se merecía. Ha sido?-tal vez, el destino de estos hombres estar siempre abriendo caminos, comenzando tareas nuevas, atentos a una demanda social que pedía información y apoyo psicológicos para cuestiones cambiantes, según el afán del momento. Hubo, desde cierta hora, que atender a formar nuevos profesionales en psicología, primero en una Escuela de postgraduados, luego crecientemente en la Universidad. Esto entrañaba la responsabilidad de seguir la marcha de la ciencia, fuera; y de guiar a los futuros especialistas, dentro. Pinillos ha escrito un manual de psicología para uso de universitarios que, sin ninguna duda, ha marcado una época entre nosotros. Por de pronto, permitió la liberación de lo que venía siendo una servidumbre difícil de soportar; lo que forzaba a depender de unos textos, de dudosa traducción, construidos para una mentalidad, la americana, bien lejana a la de nuestros jóvenes estudiantes; pensados desde una óptica científica más o menos cercana, pero desde unas coordenadas culturales y filosóficas muy alejadas. El «colonialismo» americano que se vivía en psicología -aún en parte se mantiene, aunque en dosis mucho más reducidas- y que con frecuencia se admite sin pestañear en ciencias humanas y sociales mezclado a enérgicos gastos de antiamericanismo general, dio un paso atrás decisivo con la aparición dentro de nuestro mundo psicológico de este libro profundo, abarcador, riguroso, que está al tiempo admirablemente escrito, y que está pensado desde nuestro horizonte mental, y para él. Las nuevas ideas llegaron a toda suerte de curiosos lectores. El grueso manual psicológico había ido precedido de un breve y esencial volumen, sobre La mente humana, que se incluyó en una de las series populares de obras fundamentales que captaron la atención de un inmenso público en nuestro país. Hasta los pueblos más remotos, a kioskos donde nunca antes llegara sino la novela rosa y las historias de vaqueros, llegó un pequeño volumen que decía, clara y comprensiblemente, lo que la psicología contemporánea ha llega- do a ser al cabo de un siglo de apretada existencia. Ignoro cuántos miles y miles de ejemplares se habrán consumido de ese par de libros. No hay duda, sin embargo, de que algo han debido de influir para hacer en nuestro país más concreta, más precisa, y a la par, más atractiva la imagen de la psicología moderna, como estudio de aquellas actividades con que la mente humana se ha adaptado al mundo, y ha generado, innovadoramente, técnicas y cambios de estructura en la realidad. La incorporación del pensamiento científico contemporáneo no es nunca posible desde la mera actitud repetitiva. La ciencia actual es extraordinariamente creativa, y en tareas creativas vale el viejo adagio de que «lo igual conoce a lo igual», o lo que viene a ser lo mismo, que sólo creativamente se penetra en el fondo de la nueva teoría, del nuevo pensamiento. José Luis Pinillos es un ejemplo de ese vivir creativamente -creando y recreando, según los casos- la psicología contemporánea. Su notoriedad comenzó con unos trabajos de psicología social, en particular uno en que puso de manifiesto la débil religiosidad de los jóvenes universitarios, allá por los años cincuenta, cuando el régimen franquista ponía su timbre de gloria en promover una España católica y tradicional; como es lógico, las autoridades echaron tierra sobre aquellos resultados, pero el nombre del autor sonó para bien entre los espíritus veraces y libres. En la Escuela de Psicología de Madrid primero, luego en la Universidad -primero, en Valencia; después, en Madrid- Pinillos ha sido introductor de una psicología rigurosa, con aten- ción a las bases somáticas de la vida mental y, también, a sus desarrollos sociales. Su fina percepción para la teoría le ha permitido aproximarse a los grupos más serios de la vanguardia científica, manteniendo al día en una serie de temas a sus discípulos y colaboradores. Ello lo ha logrado sin seguir pasivamente modas, sino estando implicado activamente en los problemas. Pinillos, y de modo más general, los discípulos de Germain, comenzaron estableciendo una serie de contactos personales de calado con escuelas extranjeras de prestigio. En su caso, una estancia en Alemania y luego unos años en Londres, junto a la formidable personalidad de H. J. Eysenck, figura señera de la psicología de nuestros días, le dieron la vivencia inmediata y directa de la investigación sobre problemas reales. Le hicieron ver, más allá de cualquier posible duda, que el camino de la psicología pasaba por la utilización a fondo del método de la ciencia positiva. Ello no ha obstado para que, además, Pinillos haya procurado hacer posible una construcción psicológica crítica y reñexiva, librándola de un ingenuo prejuicio antifilosófico con que se la ha envuelto a veces incluso por grandes investigadores experimentales. Y así, al tiempo que ha defendido desde sus primeros trabajos la diferenciación entre una psicología como ciencia y una filosofía, ha sido a la vez consciente de las implicaciones antropológicas y filosóficas de la ciencia que se quería construir. «El psicólogo, lo sepa o no -ha escrito en cierta ocasión Pinillos (1977)- está respaldado siempre por una filosofía del hombre». En su caso, ese respaldo está incluso explicitado en buena medida. En varias ocasiones en los últimos tiempos Pinillos ha gustado de volver, una y otra vez, sobre los problemas de fondo de la psicología: la peculiaridad, mejor aún, la irreductibilidad e innovación que presenta «lo mental» cuando se compara con «lo físico», y las vías metodológicas adecuadas para acceder al conocimiento científico de la mente. La mente, como sistema opc !,o que procesa la información del medio y organiza la conducta en vistas a una adaptación vital, es en el caso humano una mente en buena medida consciente, activamente creativa, que hace del hombre un ser responsable al tener que construir y producir personalmente su respuesta a la situación. Esta mente, que como antes he dicho ya, para Pinillos no cayó del cielo, sino que ha aparecido en el curso de la evolución, ha sido en ocasiones sujeta a graves reducciones o simplificaciones. El materialismo del siglo XIX, en parte el psicoanálisis, y luego el conductismo americano, han ofrecido versiones de la vida mental donde la dimensión consciente se disolvía o se tornaba irrelevante. Al mismo tiempo, la información subjetiva y consciente quedaba marginada sin valor científico alguno. Pinillos ha defendido, cada vez con mayor fuerza, el origen evolutivo de la mente y, a la vez, la innovación de realidad que ésta representa. Lo llama él -lo llaman también otros, como el Premio Nobel Sperry y otras figuras de relieve en la vida científica- «monismo emergentista», y en su marco tienen cabida no sólo procesos físico- naturales sino también aquellos otros, mentales, dotados de nuevas propiedades como la intencionalidad, la simbolización y el sentido. Al proponer en España este modelo, Pinillos no ha dejado de advertir las profundas relaciones que cabe establecer entre ese monismo emergentista y el pensamiento español más innovador de este siglo; me refiero al creado entre nosotros por Ortega, porZubiri y por Marías. La singularidad que como realidad tiene la vida humana, la vida personal, y su condición libre, proyectiva y responsasble (Ortega, Marías), no son incompatibles con una visión emergentista de lo real, (Zubiri) concebido desde una perspectiva estructural. No es una cuestión resuelta; antes bien, es un programa válido y original a desarrollar, y que en gran medida podría representar una aportación innovadora del pensamiento español a la psicología de hoy. Decía antes que Pinillos representa una posición teórica reflexiva y creadora ante algunos de los más radicales problemas de la psicología como ciencia. No sólo han de figurar en su haber la difusión y actualización de esta ciencia en nuestro país, sino también la incorporación de esa dimensión reflexiva y crítica que abre, sin duda, una vía a la aportación propiamente hispánica a la psicología. Su obra es, en el fondo, una cierta posibilidad de desarrollo para la ciencia española y para la psicología. H.C.* * Universidad de Valencia. Referencias bibliográficas Carpintero, H.: «The introduction qf Scientific Psychology in Spain. 1875-1900», en W. Woodward y M. G. Ash, eds. The pmhlematic science. Psychobgy in Nineteenih-Centwy Tlwught, Praeger, New York, 1982:255-275. Carpintero, H.: «La psicología española: pasado, presente, futuro». Revista cíe Historia cíe la Psicología. 7(1980): 33-58. Marías, J.; Antropología metafísica. Revista deOccidente, Madrid, 1958. Ortega y Gasset, J.: ¿Qué es filosofía? Revista de Occidente, Madrid, 1958. Ortega y Gasset, J.: El hombre y la gente. Revista de Occidente, Madrid, 1957. 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