TEMA 5. LA IDEA DE HOMBRE COMO PROBLEMA FILOSÓFICO 1.- La pregunta por el hombre Es a lo largo de la historia del pensamiento una pregunta que resulta obsesiva. Desde diferentes cosmovisiones o filosofías se trata de múltiples maneras, o perspectivas, la cuestión del hombre. El hombre es “comedor de pan”, “animal racional”, “ser histórico”, “homo faber”; “homo ludens”, “mono desnudo”, “mono vestido”, “criatura de Dios”, etc. El fundador de la antropología filosófica pretende, eludiendo desde nuestra perspectiva materialista la realidad inmersa en el presenta y dinámica, alcanzar nada menos que la esencia, poniendo en marcha una filosofía sustancial, (intemporal, pura, exenta, directa, al margen del presenta,...) del hombre; así comienza su libro intitulado “El puesto del hombre en le cosmos, Ed. Alba Barcelona, 2000. P. 33-34” reflexionando de la siguiente guisa: “ Si se pregunta a un europeo culto (paradigma de la razón, paradigma de las buenas costumbres, paradigma de la civilización fundamentada en el buen y racional juicio,...y también protagonista de las dos guerras mundiales que acabaron con la vida de casi 90 millones de personas y que llegó a la eliminación sistemática, en campos de concentración arquitectónicamente diseñados para tal propósito, de seres humanos) qué entiende por la palabra “hombre” , casi siempre empiezan a rivalizar en su mente tres círculos de ideas totalmente inconciliables entre sí. En primer lugar, el círculo de las ideas de tradición judeocristiana: Adán; Eva; la Creación divina; el Paraíso y la caída. En segundo lugar, el círculo de las ideas de la antigüedad clásica, en la que la autoconciencia del hombre se elevó por primera vez a un concepto de su puesto singular en la tesis de que el hombre es hombre porque posee “razón”, “lógos” (que habla griego o que en la tradición cristiana habla latín)...El tercer círculo de ideas es el círculo de las ideas, que también se ha hecho ya tradicional desde hace ya mucho tiempo, de la moderna ciencia natural y de la psicología genética; según las cuales el hombre es un muy tardío producto de la evolución del planeta Tierra... Estos tres círculos de ideas carecen de toda unidad entre sí (son inconmensurables, tienen cursos paralelos). De este modo, tenemos una antropología científico-natural (con fundamento en la figura de Darwin), otra filosófica (de estirpe griega) y otra teológica indiferentes entre sí, pero no tenemos una idea unitaria del hombre. La creciente pluralidad de ciencias especializadas que se ocupan del hombre, por más valiosas que sean, ocultan la esencia del hombre más de lo que la esclarecen. Si, además, se tiene en cuenta que los tres círculos de ideas tradicionales han sufrido hoy serios daños, y especialmente la solución darwinista al problema del origen del hombre, cabe decir que en ningún momento del la historia del hombre se ha tornado ya problemático para sí mismo como en la actualidad. Por esa razón he acometido la tarea de ofrecer una nueva antropología filosófica sobre una base más amplia. A continuación dilucidaré tan sólo algunos de los puntos concernientes a la esencia del hombre...”. Esencia ocultada del verdadero conocimiento por una ciencia fragmentaria, parcial, de más que dudosa neutralidad e ideológica, bien sea al servicio de los Estados o de los partidos políticos. Un tratamiento que intenta en su búsqueda de la perla utópica de la verdad esencial, eludir infructuosamente el conocimiento que viene suministrado, y del cual se nutre, principalmente pero no exclusivamente, por las ciencias. El error de Max Scheler se sitúa en su interés por la búsqueda de una esencialidad eterna ajena al hombre; un hombre que tiene una realidad inacabada, temporal y dinámica y que viene proporcionada por las diferentes ciencias, tanto las naturales como las humanas, gracias a los más heterogéneos y diversos materiales. Ellas nos ayudarán a la hora de conocer 1 con rigor la realidad plural e infecta del hombre. Desde esta perspectiva, lo que nos queda es reconocer los diferentes materiales que nos aportan las ciencias y otras disciplinas no necesariamente científicas como pueden ser las políticas, estéticas, técnicas, religiosas, &, y después vernos en la necesidad de entretejer esos materiales de modo coherente y lógico, esto es: racionalmente, para organizar así la idea de hombre. Vamos, en definitiva, a hacer filosofía, no ciencia. 2.- Los saberes sobre el hombre Pero las sospechas sobre la filosofía son ineludibles. La tentación de considerar la antropología como ciencia general, unificada, rigurosa y desocultadora de la realidad esencial, total y unitaria del ser hombre es atractiva. Pero un somero análisis de esta ciencia nos abre el camino para poder afirmar, en referencia a la ciencia del hombre o antropología que: a) la antropología no es la ciencia general que estudia el hombre. Es una disciplina científica no unitaria, no total, que se alimenta de diversas disciplinas yuxtapuestas o autónomas: la geología, la biología, la filología, la botánica, la arqueología, la paleontología, &. b) si existen muchas ciencias que estudian efectivamente al hombre parcialmente: la anatomía, la genética, la sociología, la etnología, la psicología, la economía, la historia u otras muchas. Lo que queremos dejar claro es que hay diferentes ciencias que tratan con más o menos rigor de lo humano. Y aquí el conocimiento de lo humano debe trascender este nivel material categorial propio de las ciencias (o conocimiento de primer grado) y elevarse al conocimiento de las ideas filosóficas. Así, hay antropologías que han sido capaces de alcanzar un estatuto científico reconocido, si bien no están, y no pueden estarlo, exentas de ideas filosóficas como puedan ser: a) la antropología cultural. Su campo de estudio son determinadas culturas como pueden ser las bárbaras, en tanto que están relativamente aisladas, y su esencialidad pura es aún hoy posible descubrir si somos capaces de despojarnos, con Max Scheler, de los prejuicios de tradición filosófica, científica y teológica; material, todo hay que decirlo, cada vez más escaso en este mundo ya realmente globalizado. No es su campo de estudio el conocimiento de la cultura en general, total, unitaria, entre otras razones porque no aparecen en ninguno de sus manuales, por ejemplo, teoremas matemáticos o principios físicos que podrían ser encuadrados como conocimientos teóricos humanos. La cultura no es, y debe quedar muy claro, una categoría científica rígida (como pretendía entenderla L. White desde su “culturología) sino una idea filosófica flexible aproximada a la misma idea de cultura de Tylor que la definía como “ese todo complejo que comprende conocimientos, creencias, arte, costumbres y cualesquiera otras capacidades y hábitos adquiridos por el hombre en tanto que miembro de la sociedad” b) la antropología biológica o física. Considera que lo que define íntegramente al hombre es el cuerpo formado desde un punto de vista material. Como un organismo biológico enclasado en especies y en razas, no de modo individual (como lo podrían enclasar la medicina o la práctica forense). Puede esta antropología optar por una postura sincrónica y entonces estudiaría los rasgos físicos anatómicos de todos los seres humanos, las diferentes razas, medirá sus ángulos faciales, sus estatura, etc, sería en definitiva antropometría. Puede, también, optar por un punto de vista diacrónico, es decir, introduciendo el paso del tiempo, y se ocuparía sobre todo, del origen y evolución del hombre. Pero desde la paleoantropología ¿cuándo se puede hablar de hombre? Al final concluimos que esta antropología, en principio estrictamente biológica, acaba trascendiendo lo categorial en cuanto que implica constantemente el concurso de 2 muchas ideas filosóficas y, además, tampoco estaría desligada de la antropología cultural en la medida en que consideramos que la cultura también es un determinante de los rasgos morfológicos de los individuos, por ejemplo: comer alimentos preparados, vestirse, agruparse en torno al fuego domesticado, etc. En conclusión, la única manera de entender al hombre es desde una perspectiva evolutiva, no fijista, no esencialista, como la entendía Max Scheler. Lo humano no es eterno ni está al margen de los procesos que lo conforman, está inmerso en el presente cambiante. Estudiar desde nuestra condición de seres humanos, del resultado de la evolución, estos procesos, es lo que termina por constituir al hombre. Nos preguntamos inevitablemente por el origen del hombre desde nuestra condición de humanos, no hay ningún “otros” que pueda hacerse esa misma pregunta a no ser que concedamos la condición de saber inteligente y racional a otras entidades no humanas, es lo que se llama dialelo antropológico o preguntarse por nuestro propio origen. Evitamos así caer en la metafísica que sin justificación racional real considera lo verdaderamente humano a lo más original, o lo que es lo mismo: considera como lo más inhumano, lo más falso, lo menos esencial e impuro por contaminado y oculto, a lo actual. No es más humano lo que hizo el hombre de Cromagnon o el salvaje que lo que hoy hacemos nosotros por muy reprobable que sea moralmente considerado. 3.- El espacio antropológico Cuando hablamos del origen de las especies y del hombre teníamos en cuenta los conocimientos que nos aportan diferentes ciencias: la biología, la paleontología, la geología, la genética, la química, etc. Con todo, cada una de ellas da una respuesta limitada, propia de su campo, parcial, en definitiva científica (el científico no puede, sin abandonar su disciplina categorial científica, en términos platónicos: salir de la caverna y llegar al mundo de las ideas o realidad última) porque el intento de ir más allá acaba por introducirse en el campo ajeno de las ideas, de la filosofía, y en otras ocasiones, aún peor, acaba cayendo en reduccionismos cientificistas más metafísicos que los prejuicios distorsionadores de la realidad que intentaba combatir. Las ciencias no pueden alcanzar a ver la idea de hombre. Así, para la antropología cultural la esencialidad humana radica en la aparición del arte parietal, bien sea pintado o grabado, del periodo Magdaleniense o en la elaboración, tras procesos normados racionales complejos y por parte de auténticos especialistas, de artefactos, en cambio para la antropología biológica los conceptos de bipedismo o volumen craneal son usados como rasgos esenciales y definitivos que convierten al hombre en hombre. Sin embargo, la línea que seguiremos nos conduce al reconocimiento de la no existencia de un rasgo como momento esencial definitivo y diferenciador entre el ser hombre y el ser animal. El hombre es fruto de la evolución, y por tanto, hemos de aceptar que no es un rasgo sino múltiples rasgos tanto anatómicos (volumen craneal, bipedismo, debilitamiento de la mandíbula, mano prensil, dedos de los pies alineados,&) como culturales (utilización del fuego, el lenguaje articulado, construcción de campamentos temporales y estables, útiles o herramientas de piedra, asta, hueso, madera,&) los que de manera gradual, pero acumulativa, terminan por configurar, por entretejer (no por descubrir como lo entiende Max Scheler), por organizarse racionalmente, y que dan como resultado un espacio o una realidad totalmente nueva: el espacio antropológico. Cada uno de esos rasgos, de carácter biológico o cultural, aisladamente carecería de sentido antropológico, pero es justo cuando empiezan a entretejerse (symploké), a formar una urdimbre, de una forma determinada ( no azarosa, no caprichosa e irracional) cuando podemos empezar a hablar de hombre, de idea de hombre, y no antes. Eso ocurre en torno al Magdaleniense o Paleolítico Superior Final 3 Evolucionado o incluso en el Neolítico (periodo en el que se produce la domesticación de los animales para fines no sólo de subsistencia sino también de fuente de energía para el trabajo y el transporte), hace, en términos cronológicos, unos 14000 o 7500 años respectivamente antes de nuestro presente. 3.1.- Los materiales antropológicos La idea de hombre, dados los antecedentes científicos y filosóficos de nuestra tradición occidental, rezuma aún hoy aires indudablemente metafísicos. Nos arrastra inconscientemente a tratar del hombre como una entidad abstracta, acabada, perfecta, unitaria, esencial. Para evitarlo vamos a tomar una referencia distinta de la idea de hombre. Tomaremos como referencia un conjunto de materiales diversos que vienen aportados desde diferentes disciplinas y que vamos a llamar “material antropológico”. Este material lo forman diversos tipos de entidades: a) los sujetos o individuos humanos (los alemanes, los yanomamo, los españoles,&c), b) las cosas (un bolígrafo, un cuaderno, una mesa, un telescopio, un televisor,&c), c) las acciones propiamente humanas, o sea no divinas y no animales (hablar, enviar un cohete al espacio, preparar una trampa para una presa, rezar,&c). La puesta en conexión de todos estos materiales se denomina el Espacio Antropológico, de por sí son obviamente heterogéneos, pero entran en relación determinada, racional o Symploké, formando una red de conocimiento que se halla en perpetuo estado de renovación y reciclaje. Este espacio se configura partiendo de la tesis de que el hombre no es una entidad aislada del mundo (no es un asceta en sentido puro ajeno al mundo y conectado directamente con Dios, ni es un Robinson Crusoe sin origen ni patria, ni un hombre solitario en perfecta armonía con la naturaleza como lo entendía Rousseau), sino que se relaciona con otras cosas que no son hombres y con otras personas. Así, la realidad antropológica es, en cuanto que tiene que ver con el hombre y desde el materialismo filosófico, trimembre (no bimembre como se recoge desde la tradición griega –alma/cuerpo-, desde la tradición cristiana –espíritu/materia-, o desde la tradición idealista alemana y marxista –cultura/naturaleza) esto es, presenta tres ejes: 1º.- Eje circular. Es el eje donde se sitúan las relaciones del hombre consigo mismo. O sea, del hombre con otros hombres, no hace referencia a una relación reflexiva como cuando un hombre piensa en sí mismo. Dentro de estas relaciones estarían las relaciones morales, propias de un grupo, comunidad o Estado, las relaciones lingüísticas, económicas, de parentesco, políticas, &c. 2º.- Eje radial. El hombre se relaciona con entidades no humanas como las que generalmente llamamos naturaleza: aire, tierra, fuego, agua, &c. y demás entidades que no poseen inteligencia como pueden ser los objetos físicos, tecnológicos o biológicos. 3º.- Eje angular. Representaría a aquellas entidades no humanas que tienen inteligencia y voluntad (¿Dios cristiano?, ¿Dios musulman?, ¿Dios judío?, ¿animales?.¿extraterrestres?), que nos vigilan, nos acechan, adoramos, suplicamos, tememos, en definitiva, con las que mantenemos una especial relación. Estas entidades, verdaderamente, sólo pueden ser los animales, pero considerados no como algo “bueno para comer” sino como númenes ante los que los hombres experimentan atracción o temor y que sienten como fuerzas superiores de índole religioso, y cuyas relaciones reales y no metafísicas con los hombres son religiosas. Es el fundamento de la religión, la religación del hombre con los númenes realmente existentes, los animales salvajes. No pueden incluirse en el eje radial hasta que no están domésticados, es decir, en el periodo que se corresponde con el Neolítico, momento, además, en el que los dioses se elevan al cielo y cobran figura zoomorfa primero y antropomorfa después. 4 Los tres ejes son separables formalmente, aunque materialmente no. Así la caza puede entenderse como una relación radial (cazar para comer, cazar para subsistir) o angular (captura de la presa para una ceremonia de sacrificio y adoración a un dios determinado) pero también como circular, ya que posibilita nuevos tipos de relaciones sociales (cooperación, lucha, especialización, etc). 3.2.- Las dos caras del materialismo antropológico No sólo podemos situar cada material en cada uno de los tres ejes sino que también podemos agruparlos en dos grandes ámbitos entre los cuales se pueden establecer relaciones muy complejas. Estos dos ámbitos se conocen como: 1º.- Realidades tipo «Φ ». Realidades antropológicas que están ligadas al cuerpo humano, al cuerpo orgánico. Dichas características morfológicas o fisiológicas se pueden heredar vía genética o pueden ser efecto del medio ambiente, como puede ser la pigmentación de la piel en el caso del Homo Sapiens Sapiens que conquista en el Paleolítico Superior la totalidad del globo, o la corpulencia, en el caso del Homo heidelberguensis o neanderthal como efecto de la adaptación a un clima riguroso, frío y severo propio de una etapa glaciar. 2º.- Realidades tipo «Π». Se trata de realidades antropológicas ajenas a lo biológico o fisiológico. Se trata de realidades propias de la cultura objetiva como las realidades artísticas, o realidades técnicas, o realidades sociales complejas, &c. Ambas realidades no se encuentran aisladas sino que se relacionan entre sí, una puede ser efecto a través de la otra. Lo que sí queda claro es que en la evolución biológica humana se produce un desarrollo que viene en muchas ocasiones impulsado por realidades antropológicas culturales. Es decir, el despegue de lo natural humano a favor de lo cultural o extrasomático, objetivo cultural, determina de algún modo y acelera lo fisiológico humano. La mayor abundancia de lo cultural objetivo humano permite poder hablar, más que de evolución natural humana, de progreso (por tanto mayor aceleración, por tanto mayor distanciamiento objetivo de lo animal) cultural humano. O sea, que nuestras determinaciones fisiológicas o morfológicas no vienen todas evolutivamente del mono, de nuestro ser animal, sino que vienen determinadas por el propio desarrollo y desenvolvimiento de la cultura humana. Así, por ejemplo, la cocina o preparación vía operaciones normadas racionales humanas de los alimentos influyó en la forma y en el menor tamaño de la mandíbula, y por qué no: en el mismo lenguaje; también influyó en el aumento de la capacidad craneal dada la mayor ingesta de carne, o lo que es lo mismo, de proteínas. 5