XXII Congreso Español de Sociología

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XXII Congreso Español de Sociología
“Grandes transformaciones sociales, nuevos desafíos para la sociología”
Gijón, 30 de junio, 1 y 2 de julio de 2016
Ponencia para el Grupo de Trabajo n.37 “Estudios de juventud”:
LAS CICATRICES DE QUIEN SE HA HECHO ADULTO EN TIEMPOS DE CRISIS
(VERSIÓN PROVISIONAL)
Alessandro Gentile
Departamento de Psicología y Sociología, Facultad de Ciencias Sociales y del Trabajo, Universidad
de Zaragoza agentile@unizar.es
Pau Marí-Klose
Departamento de Psicología y Sociología, Facultad de Ciencias Sociales y del Trabajo, Universidad
de Zaragoza pmklose@unizar.es
Abstract: ¿Qué secuelas ha dejado la crisis económica en la vida de los jóvenes? ¿Cómo ha
influido en su transición a la vida adulta en términos de bienestar material, motivación y proyección
futura? En particular, ¿Qué estrategias han desempeñado a lo largo de estos últimos diez años para
hacer frente a la inestabilidad laboral y mantener o defender su independencia y autonomía
personal? En este estudio planteamos un seguimiento longitudinal de las vivencias de 40 jóvenesadultos (25-34 años) que hemos entrevistado en Barcelona entre 2006 y 2008 cuando se
encontraban en situación de precariedad laboral, a pesar de tener todos ellos titulaciones superiores,
y en la mayor parte de los casos seguían en casa con los padres. Nuestro objetivo es recuperar esta
muestra de individuos, volverlos a entrevistar diez años después y reconstruir sus trayectorias
profesionales y de emancipación durante la crisis y hasta la actualidad para dar una respuesta a las
preguntas antes mencionadas. Conocer su punto de partida nos ayuda a entender mejor cómo ellos
definen y valoran sus experiencias laborales y su situación presente, y en qué medida entienden que,
en el umbral de los 40 años de edad, la crisis puede haber condicionado sus logros, frustraciones y
fracasos dejándoles “cicatrices” que les acompañarán durante el resto de su ciclo vital.
Palabras clave: transición a la vida adulta, precariedad laboral, trayectoria vital, emancipación,
análisis longitudinal.
1 1. Introducción
Los años de juventud son una encrucijada biográfica. El planteamiento y el despliegue del proyecto
biográfico de un joven dependen del éxito o fracaso de las transiciones formativas y laborales que
emprende en esos años tan cruciales. Se trata de una etapa compleja y delicada, en la que atraviesa
experiencias y acontecen episodios que pueden tener un impacto irreversible en su vida, así como
en sus actitudes y comportamientos sociales. En ciencias sociales hablamos de “efecto
cicatriz” (scarring effect) para referirnos a los efectos que determinadas circunstancias contextuales
(de índole económica, política, social o financiera) tienen en la juventud de un individuo y que
luego siguen influenciando sus oportunidades vitales, sus decisiones y sus valores durante el resto
del ciclo vital (Giuliano y Spilimbergo, 2009).
El azote de la crisis se ha cebado sobre todo con los veinteañeros en España. Los problemas de
inserción laboral, de estabilización contractual y de promoción profesional de nuestros jóvenes se
han agravado desde el 2008 hasta muy recientemente. Sabemos que el prolongado estancamiento en
situaciones precarias y de paro involuntario en el mercado de trabajo ha provocado retrasos en su
emancipación y una mayor dependencia de sus padres. Además, existe evidencia de que las
condiciones al inicio de la trayectoria laboral mantienen efectos persistentes en el tiempo.
En España hemos carecido de instrumentos longitudinales adecuados para estudiar estos procesos
de transición a la vida adulta, lo que limita nuestra capacidad de conocer los efectos antes descritos.
En este estudio planteamos un seguimiento longitudinal de 40 jóvenes-adultos (25-34 años) que
hemos entrevistado en Barcelona hace diez años, entre 2006 y 2008, cuando se encontraban en
situación de precariedad laboral, a pesar de tener todos ellos titulaciones superiores.
Esa precariedad presentaba diferentes perfiles y era experimentada de distinto modo. En concreto
gracias a los testimonios recogidos hace diez años se identificaban cuatro categorías interpretativas
de la precariedad: la precariedad como “desafío” (en que se acepta voluntariamente la inestabilidad
y la baja calidad del empleo, pero se perciben sobretodo riesgos) “estancamiento” (en que el empleo
precario viene impuesto y se subrayan los aspectos que “vulneran” al joven), “trampolín” (este tipo
de empleo es aceptado voluntariamente y se concibe como un contexto de oportunidades), y
“resistencia” (el empleo precarios viene impuesto pero se advierten espacios de oportunidad para
alcanzar sus preferencias profesionales y de emancipación). A partir de allí, construíamos distintos
perfiles juveniles para agrupar a los individuos de esta muestra y sintetizar convergencias y
divergencias entre sus discursos.
El objetivo de nuestro trabajo ahora es recuperar esta muestra de individuos y reconstruir sus
trayectorias durante la crisis. Aunque es imposible darle un valor general a los relatos que emerjan,
2 conocer el punto de partida de estos jóvenes puede ayudarnos a entender cómo reconstruyen sus
discursos acerca de sus itinerarios laborales y su situación presente, y en qué medida entienden que,
ya en plena vida adulta, la crisis puede haber sido un condicionante para explicar sus logros,
frustraciones y fracasos.
En la ponencia que aquí presentamos para el XXII Congreso Español de Sociología queremos
abordar y aclarar tres aspectos troncales del estudio que estamos desarrollando:
1) Una reflexión teórica sobre el concepto de “efecto cicatriz” aplicado al análisis longitudinal
de las trayectorias de emancipación y de la vivencia de la precariedad laboral en la
población joven-adulta;
2) Las evidencias empíricas recopiladas hace diez años y las interpretaciones realizadas a partir
de las cuales formulamos y justificamos nuestro proyecto y, al mismo tiempo, vamos
orientando el nuevo análisis;
3) Los resultados esperados de este estudio y las primeras indicaciones que nos procede del
nuevo, e incipiente, trabajo de campo.
2. El “efecto cicatriz” de la inestabilidad laboral
Si miramos al historial laboral de una persona durante su vida activa, es decir si nos fijamos en
todas las experiencias de trabajo y en los periodos de no trabajo que un individuo ha ido registrando
desde cuando ha tenido la edad legal para tener un empleo en el sistema productivo, podemos saber
si la continuidad o la inestabilidad de su trayectoria laboral pasada ha revertido de alguna forma en
su empleo y bienestar presentes así como en sus oportunidades personales y profesionales. En estos
términos, definimos como “cicatriz” al conjunto de todos los efectos negativos ligados a periodos
prolongados de participación precaria al mercado de trabajo y que se manifiestan como elementos
de vulnerabilidad individual y social para quiénes las sufren.
En ciencias sociales y económicas una amplia literatura internacional ha comprobado la existencia
de una profunda y persistente relación negativa entre los periodos de inactividad y de paro no
voluntario a principios de los itinerarios laborales de los jóvenes y sus futuras oportunidades vitales
y condiciones laborales. De hecho, quiénes han pasado por el desempleo en su juventud tienen un
mayor riesgo de volverlo a vivir cuando sean adultos (Gregg, 2001; Nilsen y Holm, 2011). Tenemos
mucha evidencia empírica también para demostrar que algunos procesos característicos del sistema
productivo actual, especialmente en el sector servicios, provocan una reincidencia del paro y de los
riesgos de marginación laboral en el largo plazo entre los nuevos entrantes en el mercado de trabajo.
En particular, los jóvenes con un historial laboral más fragmentado, porque han cambiado de
3 ocupación con frecuencia por dinámicas de reestructuración empresarial y según la discontinuidad
de los ciclos económicos, son los que en el largo plazo presentan un mayor riesgo de volver a caer
en situaciones de paro o salir del mercado de trabajo sin prestación de desempleo (Biewen and
Steffens, 2010), de solicitar ayudas y subsidios públicos (Bratsberg et al., 2010) y de seguir
encontrando de forma sistemática unas dificultades prácticas y psicológicas (falta de motivación,
depresión, baja autoestima, etc.) importantes a la hora de encontrar un nuevo trabajo (Clark et al.,
2001; Eliason y Storrie, 2006). Además, en el caso de volver a estar ocupados, para ellos es más alta
la posibilidad de ganar salarios bajos, tener trabajos poco cualificados y contratos a tiempo
determinado en comparación con quien no haya tenido periodos de desocupación a lo largo de su
historial laboral precedente (Gregg y Tominey, 2005).
Las consecuencias negativas antes mencionadas, referidas a las perspectivas futuras de escasa
estabilidad ocupacional y de baja calidad laboral y salarial, se observan también entre aquellos
jóvenes que en un periodo anterior de cinco años respecto al momento de la relevación empírica
tuvieron una primera experiencia de trabajo precaria (Nordström 2011).
Todas estas cuestiones se han hecho cada vez acuciantes durante la crisis económica, desde el 2008
hasta la actualidad, para los jóvenes más que entre sus compañeros con mayor antigüedad laboral y
condiciones contractuales más estables y duraderas (Bell and Blanchflower, 2011). Esta dualidad es
un elemento característico del sistema productivo español que se ha consolidado en las últimas dos
décadas (Polavieja, 2003), que pone en entredicho los mecanismos tradicionales de solidaridad,
cohesión y relevo generacional (Marí-Klose y Marí-Klose, 2006) y que se ha acentuado en los años
más recientes, con una mayor vulnerabilidad de los menores de 30 años de edad (hombres y
mujeres) frente al mayor riesgo de despido y a la mayor incidencia de rotación laboral en
comparación con la población ocupada adulta (Gentile y Valls, 2015).
Los estudios internacionales antes reseñados no se ocupan de las causas del “efecto cicatriz” porque
se detienen en las consecuencias en el largo plazo provocadas por unas fases de desempleo no
voluntario que son frecuentes e intermitentes. Siguiendo esta misma perspectiva centrada en las
consecuencias más que en las causas del fenómeno, notamos que en la actualidad es particularmente
escasa la reflexión académica, desde las ciencias sociales y económicas, sobre este fenómeno entre
las jóvenes generaciones que han experimentado la precariedad laboral a la vez que iban planteando
y realizando sus primeros pasos del complejo camino hacia la vida adulta.
Por lo que aquí nos acontece, cabe especificar que por precariedad laboral entendemos ya no
únicamente una situación de desempleo (más o menos prolongada o reiterada que sea), sino más
bien una participación frágil al mercado de trabajo que supone un malestar de los individuos por
tener empleos de baja consistencia en términos de continuidad temporal, satisfacción salarial,
4 promoción profesional, bienestar personal y protección social. La precariedad se ha convertido en
un concepto de uso común que cualifica una condición laboral que vuelve insegura e incierta la
participación del trabajador en la sociedad de forma libre y satisfactoria (Cano, 2000).
La mayor cantidad de estudios sobre el efecto de la precariedad, como inestabilidad laboral, en los
procesos de autonomía, independencia y salida del domicilio familiar carecen de una perspectiva
longitudinal de análisis. Mucho sabemos sobre las formas que la inestabilidad laboral asume en las
vidas de los jóvenes porque en los últimos años se han realizado estudios sobre cómo ellos perciben
y representan su situación ocupacional precaria y cuáles estrategias y actitudes desarrollan para
compensar las presiones que la inestabilidad laboral supone para su identidad, su planificación vital
y su participación social. Sin embargo, no existe una revisión de la duración, de la incidencia y de la
efectiva persistencia de la precariedad laboral en las trayectorias de emancipación de aquellos
jóvenes-adultos en la encrucijada de una inestabilidad laboral cada vez más aguda en nuestro país.
Nuestro objetivo es colmar este vacío cognitivo y contribuir en el estudio en profundidad del efecto
cicatriz de la precariedad laboral en las pautas de emancipación de unos precarios que han llegado a
la edad adulta acompañados por la incertidumbre del mercado de trabajo y por la debilidad adscrita
a su puesto de trabajo. Para ello, nuestra intención es remontarnos a unas historias de precariedad
laboral y de emancipación adulta que han sido aplazadas, truncadas o suspendidas hace diez años, y
ver qué desarrollos han tenido hasta la actualidad.
3. Cuatro categorías interpretativas de la precariedad con los relatos de hace diez años
Entre diciembre de 2005 y el otoño de 2008, hemos realizado entrevistas semi-estructuradas a un
grupo de 40 jóvenes-adultos, titulados superiores, nacidos y residentes en Barcelona cuyas
características personales y sociales se ajustan al perfil de los mileurista. Ese término ha sido
acuñado por los periodistas en España en 2005 para describir el colectivo joven-adulto, entre 25 y
34 años de edad, más involucrado en situaciones de marcada inestabilidad laboral en aquel
entonces. En concreto, se entienden como mileuristas aquellos urbanitas de clase media que viven
en casa con los padres o se han marchado desde hace no más de tres años; trabajan con contratos
temporales, cobrando un salario mensual no superior a los 1.000 Euros y no tienen ninguna carga
familiar; han cursado estudios universitarios, retrasando la incorporación al mercado de trabajo y
prolongando su estancia en casa; tras licenciarse, registran unas tasas de paro y subempleo más altas
que sus coetáneos europeos además de salarios comparativamente inferiores. Por todo ello, los
5 mileuristas constituyen una categoría de análisis útil para analizar la multifacética naturaleza de la
precariedad y su impacto en la vida y en las estrategias de emancipación de los jóvenes1.
A continuación sintetizamos las representaciones de la inestabilidad laboral como precariedad que
esos entrevistados relataron hace diez años. En nuestro nuevo estudio sobre “efecto cicatriz”
utilizamos estas mismas representaciones como puntos de partida para entender cómo y por qué ha
cambiado o se ha mantenido el rumbo laboral y vital de estos jóvenes a lo largo del periodo
transcurrido en este intervalo de tiempo.
Consideramos que diez años son más que suficientes para tener una perspectiva longitudinal de las
historias de estos mileuristas, y aun más si consideramos que la crisis económica empezada en 2008
se ha cebado, entre otros, con las generaciones más jóvenes de trabajadores y sobre todo con los
más precarios laboralmente.
Las representaciones de la precariedad que se presentan a continuación deben entonces entenderse
ahora como claves interpretativas flexibles más que como bloques descriptivos cerrados y estáticos.
Es posible, pues, que haya cambiado la percepción y la vivencia de la precariedad y, con esta
dinámica, creemos que las estrategias y las condiciones de transición a la vida adulta de los jóvenes
de hace diez años hayan sido influido de forma decisiva por las cicatrices que han más o menos
marcado sus existencias. Por todo ello, volver a encontrarnos con estos 40 participantes a distancia
de diez años desde la primera entrevista nos parece extremadamente interesante en términos
heurísticos, muy novedoso en términos metodológicos, además de muy emocionante si nos fijamos
en los aspectos más personales y profesionales de la experiencia investigadora en sí. -
La inestabilidad laboral como trampolín
Esta interpretación de la precariedad es propia de aquellos jóvenes que proyectan una imagen de la
inestabilidad laboral como asunción voluntaria de empleos temporales, a pesar de su sobrecualificación, siempre que puedan mantener unas perspectivas de mejora ocupacional. Se enfrentan
a la inseguridad del trabajo sin demasiados apuros, al amparo del apoyo en casa de los padres donde
siguen residiendo. Tienen una con amplia disponibilidad de recursos y patrimonios además de una
cierta posibilidad de ahorrar y cuentan con sus familias para gastos cotidianos y eventuales o
imprevistos. Su situación de mileuristas no les permitiría mantener el nivel de vida al que están
acostumbrados si salieran del hogar. Gracias a sus trabajos consiguen costearse los consumos
corrientes y aunque consideren sus salarios actuales como inadecuados por el nivel de estudio
alcanzado, están seguros que podrán mejorarlos en el futuro.
1
Las informaciones recopiladas en ese estudio han sido analizadas en el marco de la primera tesis doctoral con
metodología cualitativa realizada sobre los jóvenes-adultos que se acoplaban a ese perfil de mileuristas (Gentile, 2012).
6 En su opinión, la inestabilidad laboral se encuadra en el marco de la antigüedad en una misma
profesión. Por ello, la temporalidad no es un problema sino un activo para incrementar su
empleabilidad mientras que tengan “las espaldas cubiertas” por los padres. Los estudios superiores
han sido una vocación y el principio de un itinerario a recorrer de manera acumulativa, buscando las
ofertas formativas y laborales más enriquecedoras personalmente. Aceptan su condición de sobrecualificados como una fase constitutiva de su historial e inevitable en la medida en que les pueda
brindar experiencias de aprendizaje práctico, siempre que estén en línea con las expectativas de
rentabilidad y de profesionalización ligadas a sus titulaciones.
Salir de casa es un paso secundario hasta que no tengan un perfil profesional cierto y sólido.
La emancipación está entonces relacionada con el fortalecimiento de su posición en el mercado de
trabajo y debe resolverse de forma conveniente, conforme a su posición social de partida. De
acuerdo con sus testimonios, es importante ser coherentes con este objetivo evitando que se debilite
su bienestar y manteniendo las comodidades que disfrutan en casa con los padres. Es una actitud
defensiva que no entran en contradicción con su búsqueda de nuevas oportunidades para desarrollar
las propias potencialidades. La flexibilidad, en la forma de precariedad, influye en el retraso de su
ubicación socio-económica fuera del hogar, pero la justifican como estratégica, propia de una
trayectoria de enclasamiento secuencial, pautada y orientada al individualismo posesivo, que se
resolverá, tal como lo relatan, con un piso en propiedad (o heredado) y con una profesión acorde
con su formación. En ocasiones emanciparse significa poder contar con un trabajo de calidad que
les permita ser autosuficientes y tener una cierta estabilidad. Se contentan con trabajos que les
motivan menos (por ejemplo como teleoperadores o secretarios en empresas), pero que les deja
tiempo libre para cultivar sus relaciones y su ocio.
La inestabilidad es un trampolín hacia la consolidación de la identidad social que estos
entrevistados llevan adscritos. Además, las decisiones emancipatorias y sucesorias están
relacionadas, con lo cual la inestabilidad laboral se representa como un trámite que ralentiza pero no
impide el ascenso social. Mientras tanto, estos entrevistados se sienten legitimados para acudir a sus
familias y preservar así su bienestar si la propia situación laboral no les permite hacerlo como
quisieran. La seguridad que les proporcionan sus padres y la confianza en sus trayectorias
profesionales no les hacen sentir que la flexibilidad pueda interferir en sus objetivos. Están
proyectados hacia el futuro, despliegan una estrategia de acercamiento sucesivo y pautado para
realizar sus expectativas. Consideran como sus riesgos mayores la prolongación de la inestabilidad
y la renuncia a perseguir una carrera coherente con sus titulaciones superiores conseguidas. Se
declaran afortunados por seguir en casa sin ser una carga para sus familias y no estigmatizan su
situación porque la inestabilidad laboral no les anima a dar pasos aventurados en un entorno poco
7 prometedor: en su opinión, esto no sería práctico y tampoco conveniente, por tanto ni lógico ni
deseable. Además, prestan poca importancia a las implicaciones de su flexibilidad para los derechos
de protección social; más bien, entienden que tales problemáticas se resolverán con la estabilización
de su posición en el mercado de trabajo porque esperan tener acceso a las prestaciones sociales
previstas en sus categorías profesionales. Hasta entonces, las familias seguirán cubriendo sus
necesidades o los eventuales fallos en sus itinerarios personales y ocupacionales.
-
La inestabilidad laboral como resistencia
Los entrevistados que se definen de clase medio-baja, que representan la primera generación de
titulados superiores en sus familias y que desempeñan trayectorias laborales coherentes con los
estudios cursados describen su flexibilidad laboral como no deseada ni voluntaria cuando ésta les
dificulte la realización de itinerarios convencionales de emancipación (es decir, según la secuencia
de estudio-trabajo-salida de casa). La renta por trabajo es el aspecto más problemático para
concretar sus estrategias de cambio residencial. Entre los participantes al estudio que nos
proporcionan este punto de vista, los que viven en casa no piden dinero a los padres, suelen
contribuir en pequeña parte a los gastos domésticos y no alcanzan con sus ahorros las cifras que
necesitan para comprarse un piso. No pueden hacer frente a gastos importantes y tampoco tener un
nivel de vida adecuado en comparación con los precios actuales de bienes, servicios y viviendas en
una grande ciudad como Barcelona. Además, en su opinión, depender de la baja disponibilidad
económica de los padres es motivo de especial preocupación para ellos. Se trata sobre todo de
treintañeros que se han marchado tras haber acumulado suficientes recursos para permitirse un
alojamiento digno, con opción a la compra que ha sido avalada y cofinanciada por los padres.
Sin embargo, la intermitencia de su salario, cuando encadenan diferentes colaboraciones
profesionales, y la caducidad de sus fuentes de ingresos, en la forma de becas o de contratos
temporales, no les permite hacer planes a largo plazo. La solución a la cual aspiran es tener un
sueldo como funcionarios o como empleados fijos para dar continuidad a sus proyectos biográficos.
Su objetivo es reproducir mínimos vitales, de bienestar y de seguridad, que les pongan en condición
de establecer sus propias familias. La residencia compartida con los padres les supone o les suponía
un activo para preparar su emancipación y realizar trayectorias irreversibles, dirigidas
principalmente al establecimiento de nuevos hogares. La inestabilidad laboral se manifiesta como
resistencia a todas aquellas estrategias que les deberían encaminar hacia este fin.
El choque entre sus empleos y su planificación vital es fuerte ya que consideran legítimas sus
expectativas por la inversión formativa realizada, por el esfuerzo de sus familias en ayudarles y por
lo que han socializado de su entorno como itinerarios deseables de inserción social.
8 Estos entrevistados insisten en su titulación y cualificación como viáticos principales para acceder a
un empleo seguro. Equilibrar su éxito profesional con otras alternativas personales o laborales es
una opción que pone a prueba su coherencia. La situación se hace aun más complicada para ellos
tras haber acumulado experiencias de trabajo sin perspectiva alguna de estabilización contractual, o
tras haber gastado tiempo, dinero y dedicación en los estudios sin conseguir oportunidades
significativas de carrera o de promoción profesional. Declaran tener una preparación a la altura de
las ofertas en el mercado pero están decepcionados por las pocas posibilidades de desarrollar sus
competencias y conseguir contratos a tiempo indefinido. Los que tienen contratos de formación y
los que cursan estudios de posgrado o doctorado tienen la sensación de ir acercándose hacia salidas
ocupacionales mejores, aunque lamenten que en su país se invierta poco en empleos de calidad.
En sus discursos se detecta más desilusión que victimismo, debido también al verse impotentes
espectadores de prácticas poco transparentes de selección y de reclutamiento. La falta de
meritocracia, el enchufismo y la endogamia, que les discrimina en el mercado de trabajo frente a
una competencia que consideran ilegítima, empeoran su inestabilidad laboral.
Su compromiso personal es mantenerse firmes en la defensa de sus diseños de emancipación y de
inserción social, con perseverancia y confianza en las metas que quieren alcanzar y en los trámites
para alcanzarlas. La identidad personal se adscribe a la laboral, por eso la inestabilidad no es una
situación deseada si se prolonga en el tiempo y si no pueden controlarla. Tienen claras sus
perspectivas y no esconden una cierta prisa en satisfacerlas, especialmente tras superar los 30 años.
En la coherencia de las estrategias de enclasamiento de estos entrevistados coinciden las esperanzas
de los padres y sus propias expectativas. Sus familias les motivan para que rentabilicen los estudios
y no elijan opciones de emancipación poco acertadas e inseguras. En el hogar se genera un
sentimiento de “revancha social” que ellos mismos defienden, tras haber mejorado la posición de
los padres con la titulación académica que han obtenido. En el caso de que sigan viviendo con los padres, su dependencia en casa es conveniente desde un
punto de vista estratégico y logístico, pero en el largo plazo puede llegar a ser fuente de nerviosismo
e impaciencia. Los padres representarán siempre su red principal de apoyo pero saben que el futuro
está exclusivamente en sus manos, por eso quieren dejar de acudir a la ayuda familiar cuanto antes.
A este respecto, la falta de un capital social útil para encontrar un trabajo de calidad acentúa las
asimetrías que tienen en comparación con sus coetáneos situados en escalas sociales superiores.
Denuncian así los cierres sociales que les impiden posicionarse y estabilizarse en el mercado,
pagando este vínculo con empleos no satisfactorios y con el retraso de su emancipación.
Por otra parte, estos entrevistados no le restan especial importancia a las cuestiones que tienen que
ver con sus redes formales (públicas) de protección social - presentes y futuras – porque su
9 prioridad es acceder a las mismas ventajas que tienen los funcionarios y los trabajadores de
plantilla. La inestabilidad no ofrece garantías bajo ningún aspecto, por ello se proponen superarla
acudiendo a fórmulas contractuales que incluyen tutelas y derechos como por ejemplo vacaciones
pagadas, premios de producción, pagas extras o indemnizaciones más altas en caso de paro.
Asimismo, ellos lamentan la incapacidad de los sindicatos para representarles y defender sus
reivindicaciones frente a los empleadores, sobre todo en las situaciones de subcontratación reiterada
y abusiva. En su opinión, la desprotección y la cobertura institucional inadecuada son a la vez
causas y efectos de su indefensión frente a la inestabilidad laboral.
-
La inestabilidad laboral como estancamiento
Entre los testimonios recopilados hace diez años, destacan quienes denuncian su precariedad como
trampa y estancamiento en un presente denso de dificultades. Son jóvenes-adultos de clase social
medio-baja, representan la primera generación con educación superior en sus familias sin embargo
no están satisfechos con los estudios cursados y su mayor dificultad es no encontrar alguna salida
satisfactoria en el mercado de trabajo, al revés siguen estando sumergidos en situaciones laborales
muy precarias. En particular, han tardado en licenciarse y buscan empleos mejores de los actuales
aunque esto les suponga optar por alternativas no coherentes con su formación. Al momento de la
entrevista ninguno de ellos consigue llegar al umbral de renta mensual como mileurista: se limitan a
hacer frente a sus gastos cotidianos e intentan minimizar el recurso a las ayudas de los padres, estas
transferencias se han interrumpido una vez que dejaron el hogar, aunque tampoco habían sido
generosas en tiempos anteriores a su emancipación; lamentan problemas para pagar el alquiler y a
menudo acuden a los préstamos de amigos y conocidos. Estos entrevistados viven al día, sin
estrategias para reforzar su proyecto biográfico presente y futuro: no les compensa seguir viviendo
con los padres o más bien están agobiados por la incertidumbre de poder seguir manteniendo una
frágil emancipación fuera del hogar, en el caso de que hayan salido del “nido”. Llevan socializadas
unas pautas convencionales de transición a la vida adulta pero son conscientes de que los trabajos
que desempeñan no les permiten cumplir con sus preferencias de bienestar y, en consecuencia, la
planificación de sus trayectorias se desarrolla a la baja con respecto a sus expectativas originarias.
No se encuentran a gusto en su dependencia familiar porque quieren “construirse una vida propia”.
Afirman que la estabilización laboral es condición indispensable para considerarse adultos y formar
un hogar propio. Algunos han salido de casa a pesar de no haber definido aún su trayectoria laboral,
sobre todo por haber tenido conflictos con los padres, por sus ganas y exigencias de autonomía, o
por no ser un cargo añadido para la ya débil economía familiar.
10 Sus pocas perspectivas de cambio en el corto plazo se reflejan en la reiteración del fracaso de sus
intentos para encontrar otro trabajo o estabilizar su ocupación. Su desilusión retroalimenta la
incertidumbre de su misma situación. Sus historiales laborales son largos, en sectores poco
cualificados (principalmente hostelería y servicios de cuidado para niños), con trabajos que les han
proporcionado unos ingresos para ser autosuficientes pero les han hecho retrasar los estudios.
En el mejor de los casos su flexibilidad les permite compaginar contratos de colaboración con
diversos empleadores, incluyendo a las empresas donde trabajaban antes de acabar la universidad.
Entre sus prioridades está la estabilidad del “puesto fijo”, al cual quisieran acceder a través de una
oposición o con contratos a tiempo indefinido. Los “cursillos” o posgrados que emprenden les
proporcionan credenciales útiles para su incorporación al mundo del trabajo y para explorar nuevas
salidas, sin embargo no depositan muchas expectativas en ellos. Se dan cuenta que las empresas no
están interesadas en invertir en su inserción: los currículos que presentan suelen ser descartados
porque su titulación se considera demasiado alta o porque su formación práctica es todavía baja.
Quedan así anclados en una situación paradójica e incierta, con esperanzas incumplidas, logros
incompletos y frustración creciente.
A menudo estos entrevistados han intentado encontrar un trabajo en lo suyo, logrando su autonomía
para “buscarse la vida” y no depender de los padres, pero han caído en un estancamiento inesperado
que sintetizan en dos fórmulas: “quiero pero no puedo” y además “tampoco sé cómo podría”. Los
caminos que pasan por el trabajo y que deberían llevarlos a ser independientes les están vetados
pero asumen los riesgos de salir de casa y experimentar nuevas formas de convivencia a pesar de
conocer sus dificultades prácticas y la eventualidad, no tan lejana, de no aguantar su condición y
tener que volver al hogar de origen en contra de su voluntad. Esta posible reversibilidad les somete
a un estrés continuo, a un incremento de las tensiones con los padres y a un claro vértigo existencial
por la fragilidad de su bienestar.
Gracias a las reflexiones sobre sus historias personales, estos entrevistados reconocen sentirse como
todos los demás jóvenes españoles que, en su opinión, están sistemáticamente ignorados por las
instituciones y estigmatizados por su dependencia y falta de iniciativa. Lamentan encontrarse en una
época y en un entorno poco favorables, expuestos a merced de empresarios que quieren
aprovecharse de su disponibilidad a bajo coste. Su inestabilidad es internalizada como precariedad
porque no pueden reaccionar a los efectos de la desprotección social inducida por la “baja calidad”
de los empleos y porque ven imposibilitada su emancipación. El paro intermitente no les
proporciona seguridad o certezas para el presente y tampoco para el futuro. El salario no les da para
sustentarse y la sobre-cualificación anula cualquiera posibilidad de promoción y de carrera.
11 Las familias no llegan a amortiguar sus dificultades de inserción, más bien se limitan a que sus días
en casa transcurran sin que les falte nada. Sin embargo, es justamente con respecto a los que ya
están emancipados y con trabajos estables, con quienes contrastan su diferencia, su mayor
vulnerabilidad y su marginalidad en términos de precariedad laboral y existencial. Se sienten
presionados por el “tiempo que pasa” y en continua tensión por la eventualidad que se les derrumbe
lo poco que han conseguido hasta la fecha; es decir, salir de casa y la esperanza de poder cambiar el
rumbo de su vida por circunstancias azarosas.
Otra constante en la narrativa de estos entrevistados es su declarado escepticismo para que pronto
intervengan en su ayuda los representantes políticos del país. Las dificultades que destacan son su
incapacidad para cotizar de forma continuada en el sistema de protección social, el limitado
reconocimiento formal de sus competencias, y la ausencia de ingresos estables. Apuntan a la
precariedad que ellos sufren en el mercado de trabajo y en el ámbito institucional frente a los
adultos ya insertados y más protegidos y frente a los que disponen de recursos para cubrir sus
necesidades privadamente.
Creen que las prestaciones sociales deberían facilitar su emancipación con políticas de viviendas y
de ayuda a las rentas, limitando el peso específico del trabajo como pilar alrededor del cual se
definen derechos y tutelas. Ello implicaría el establecimiento de una red de beneficios mínimos que
hiciese posible su transición de la universidad al trabajo, como también la sostenibilidad de su
autonomía residencial. Reclaman, entonces, tutelas básicas y generalizadas que se adapten a sus
situaciones vitales contingentes, independientemente de la propia situación laboral. A falta de tales
medidas su desafección hacía las instituciones de gobierno se hace cada vez más intensa.
-
La inestabilidad laboral como desafío
Otros jóvenes-adultos nos proporcionan una imagen de la inestabilidad laboral como desafío, como
estilo de vida y referencia central para su forma de ser. Aceptan la flexibilidad para diseñar sus
estrategias de emancipación, por un lado asumiendo voluntariamente los riesgos que ésta conlleva y
la gestión de los mismos al amparo de posiciones de ventajas adscritas (recursos, patrimonios y
capital social) y, por el otro, con una propensión constante a la experimentación, al desarrollo
personal y al crecimiento profesional. Estos entrevistados se benefician de transferencias monetarias
puntuales pero consistentes por parte de los padres, disponen de reservas propias de dinero ahorrado
y viven en pisos de propiedad o alquilados y compartidos, para amortiguar los gastos anexos a su
residencia. Estos elementos contribuyen a hacer de su mileurismo una condición sostenible, que no
les permite grandes gastos pero tampoco pone en riesgo su sustentamiento. En particular, se quejan
12 por la intermitencia de los salarios, la variabilidad de sus cuantías y de los plazos de pago, que a
menudo conciertan directamente con sus empleadores.
Se consideran plenamente emancipados y quieren consolidar su autonomía mejorando las carreras
que han emprendido. Sus proyectos son auto-referenciales y menos estructurados de los que
representan la inestabilidad como “resistencia” y “trampolín”. Están abiertos a la experimentación,
a las novedades y al cambio, tanto en los ámbitos laborales como en los relacionales. Les interesa
reforzar sus redes sociales de apoyo y estimular sus intereses, quieren mantener los estilos de vida
que comparten con otros jóvenes, con igual titulación educativa y origen social.
Se declaran comprometidos con la búsqueda de su éxito personal y de oportunidades laborales que
pueden interesarles o estimularles, hasta plantearse especializaciones diferentes respecto a su
titulación y experiencias laborales variadas y polivalentes. La sobre-cualificación que con
frecuencia han experimentado a principios de su trayectoria laboral es un trámite al cual ellos se
someten dentro de un cuadro general de mejora profesional, confiando en sus méritos y habilidades.
No tienen problemas en cambiar de empleo, siempre que esto les suponga una diferencia entre coste
y oportunidad con saldo positivo a su favor. Además, suelen tener abiertos distintos frentes de
colaboración profesional a la vez, así que si algo falla se quedan con alguna alternativa de reserva.
Afirman sentirse como únicos responsables de su integración social y laboral. Están acostumbrados
a la flexibilidad del trabajo: la temporalidad es un elemento central e inevitable del mercado en esa
época histórica, con el cual hay que aprender a convivir. De acuerdo con su mentalidad
emprendedora y calculadora, los desafíos que derivan de la inestabilidad laboral son ocasiones para
desarrollar sus potencialidades y acumular experiencias. Buscan siempre nuevas oportunidades de
empleo manteniendo su coherencia y maximizando la rentabilidad que pueden sacar de ellas y de
los estudios cursados.
Esta tensión les puede cansar pero no les desmoraliza, porque consideran que es fundamental no
dejarse marginar en el mercado sino tomar iniciativas, desarrollar siempre las propias
potencialidades y ser capaces de reinventarse continuamente, sin abatirse y sin temer la
competencia. Es así que participan de su entorno y se exponen a una incertidumbre estructural
difusa y acertada. Su intento es adecuarse a esta inestabilidad más que controlarla o evitarla.
En todos los casos, reconocen la contribución decisiva de los padres para definir sus trayectorias,
porque ya han invertido en su formación universitaria y ahora les avalan de forma incondicionada.
En virtud de su balance entre riesgos, oportunidades y recursos activables, asumen la inestabilidad
laboral como situación normal para emanciparse, con la intención de sacarle provecho en cada
ocasión, conscientes de la carga negativa que ésta suponga.
13 Con esta perspectiva se orientan hacia el fortalecimiento de su posición en el mercado de trabajo.
Por eso, necesitan que sus habilidades sean valoradas y reconocidas en las categorías profesionales
de pertenencia. Sus derechos de protección social están condicionados por la inestabilidad laboral,
como ocurre para todos los entrevistados, aunque ellos confíen gestionarla sin dificultades
excesivas. Declaran su desafección respecto a las instituciones de bienestar pero, a diferencia de los
entrevistados que se declaran “entrampados” o “resistentes”, esta actitud depende más de su
necesitad de autonomía que de una queja explícita por la falta de intervenciones adecuadas.
Quien describe la inestabilidad laboral como un desafío se dice favorable para la institución de una
red de mínimos que garantice su seguridad en fases intermitentes de sus recorridos profesionales.
Echan en falta un respaldo institucional personalizado para la gestión de los riesgos que les plantea
el nuevo escenario socio-económico, más que una reducción directa de los mismos.
4. Resultados esperados y primeros elementos para la reflexión y el análisis

Entender la precariedad laboral no como fase de paso en el proceso de inserción laboral sino
como elemento estructural del mercado de trabajo que condiciona tanto los historiales
ocupacionales como las condiciones profesionales de los jóvenes. En consecuencia
entendemos que los jóvenes españoles ya han incorporado de forma sustancial en sus
vivencias la inestabilidad laboral y han crecido con ella y también con los riesgos y
oportunidades que ésta supone. Esto no significa que estemos ante una generación que
abdica completamente de referentes ocupacionales propios del modelo de estabilidad y
tiempo indefinido (típicamente referido a los insiders), pero sí ante unos jóvenes que optan
por su aceptación parcial y selectiva de este modelo porque han tenido otra vivencia
profesional y personal en un mercado de trabajo cada vez más desestructurado. 
La precariedad, entendida como efecto negativo de la inestabilidad laboral en la vida de los
jóvenes, vulnera su transición a la vida adulta y su bienestar. Sin embargo, la capacidad y la
posibilidad de hacerle frente depende de toda una serie de recursos (personales y sociales)
que los jóvenes despliegan a lo largo de sus trayectorias laborales. Esto significa que la
precariedad puede analizarse de dos maneras: 1) mirando a las condiciones de desigualdad
adscrita de cada joven a principios de su inserción laboral, 2) como elemento discriminante
para describir las características del itinerario laboral recorrido por un joven precario y
entender de qué manera ésta incide en la posibilidad que se acreciente o se acorte la
desigualdad social que sufre con respecto a otros coetáneos o a otras categorías sociales.
14 
A la hora de analizar la vivencia de la precariedad laboral desde una perspectiva
longitudinal, es posible averiguar cómo se va moldeando el proyecto de emancipación de los
jóvenes de distintas maneras gracias a su búsqueda de oportunidades alternativos, o al
despliegue de nuevas actitudes de reinvención, activación, resiliencia o adaptación. Para ello
nos resulta fundamental considerar la pertenencia de clase social, los capitales (educativos,
relacionales y materiales) disponibles y el contexto de bienestar institucionalizado (público
y privado) al alcance de estos jóvenes para entender su efectiva posibilidad de curar, paliar o
resolver las “heridas” que les ha dejado la crisis durante su transición a la vida adulta.

Las debilidades de las instituciones públicas de protección social y la zozobra de nuestro
sistema productivo, económico y financiero en estos años de crisis encomiendan a los
hogares garantizar de puertas adentro el bienestar y la integridad de sus miembros, y en el
caso que aquí nos interesa, especificadamente de sus hijos. Esta solidaridad intra-familiar se
desarrolla en el marco de un pacto inter-generacional que, siguiendo la línea de
descendencia, cubre los tres tramos del ciclo vital: los adultos ofrecen la asistencia a las
personas mayores y a los hijos conscientes que sus padres en el pasado hicieron lo mismo
por ellos y seguros de que sus hijos se comportarán de la misma manera cuando ellos se
retiren de la vida activa. Sobre este principio se fundamenta el sistema de cohesión social en
España y en el sur de Europa (Moreno y Marí-Klose, 2013). Si matizamos mejor los puntos
anteriores, el “efecto cicatriz” de la precariedad laboral en las últimas generaciones de
veinteañeros y jóvenes-adultos que se han insertado en el mercado de trabajo nos sugiere la
existencia en un progresivo debilitamiento de las bases de la solidaridad inter-generacional
que fundamenta nuestro sistema de bienestar, a nivel social y familiar. A raíz de ello nos
preguntamos: ¿hasta qué punto los riesgos a los que se exponen los jóvenes se deben
considerar únicamente como asuntos privados, suyos y de sus familias, o más bien como
retos de las políticas públicas, porque pueden alterar la cohesión de la sociedad española? 5. Referencias
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