Contemporaneidad frente a tradición ARTE ANA MARÍA PRECKLER n anterior crónica hacíamos alusión a las exposiciones que se habían inaugurado en la temporada otoñal en el sentido de haberse producido una controversia muy interesante entre las de pintura clásica (Caravaggio, Tablas Flamencas de la ruta Jacobea, Grabados Rembrandt-Goya-Picasso, Pintura Rusa del siglo XIX de la Galería Tetriakov y Simbolistas rusos), y las correspondientes al arte contemporáneo, cuya crónica ofrecemos partiendo de la exhibición de Ángel Ferrant, que concluyó a finales de verano, y de “A rebours”, que concluiría un mes más tarde, ambas en el Centro de Arte Reina Sofía, cuya mención se hace imprescindible, sirviendo las dos de prólogo a las propiamente otoñales. E Al hablar de contemporaneidad somos conscientes de la dificultad que entraña la compresión de un arte que en su estética no es accesible a todos los gustos y tanto más si se pone en relación con el de la tradición, mucho más comprensible y del agrado del público. El arte actual, lo mismo en la figuración que en la abstracción, requiere una atención y preparación intelectual previas que lo sitúan en un contexto de relaciones filosóficas, psicológicas, musicales, literarias, y que se contempla bajo el prisma de la búsqueda de caminos artísticos innovadores que lo alejan de la plasmación de la realidad tal como es, para mostrar la realidad subyacente, la que no se ve, o la realidad subjetiva, transformada por el artista, la que éste ve en su inspiración y muestra en sus distintas interpretaciones personales. Esta inquietud artística de innovación resulta tan lícita como la tradicional y con ella el arte ha llegado a parcelas ignotas de gran valor, pero después de casi un siglo de experiencias innovadoras extremadas el arte acusa un cansancio, una pérdida de su sentido, de su identidad. La exposición retrospectiva de esculturas de Ángel Ferrant (1890-1961), Mayo-Agosto 1999, encerró en un principio esta dificultad de comprensión que conlleva a veces el arte de la modernidad. Distribuida a través de diez espacios cronológicos, la muestra ofreció la evolución escultórica del artista partiendo de unos inicios figurativos academicistas y noucentistas, debido a su instalación en Barcelona en 1920, en la cual, mediante un proceso de sintetización, la forma va a ir perdiendo paulatinamente los caracteres realistas para ir adquiriendo una esquematización y de formación primitivista, dando primacía a la morfología curvilinear, en unos casos, (Tres mujeres, 1948, Serie Ciclópea, 1947, Serie de Figuras de la Exposición Syra, 1957), a la articulación y ensamblaje de distintos elementos, en otros, bien en forma de maniquís (Mujer de circo, 1953), bien en composiciones espaciales móviles con distintos objetos de madera, cuerda y alambre (Mujer alegre y coqueta, 1948), llegando finalmente a una desmaterialización geometrizada abstracta, con elementos de hierro de colocación variable, en las llamadas por él mismo “esculturas infinitas” por sus infinitas posibilidades, (Serie Venecia, Serie Texas, 195860). La versatilidad y variedad en Ferrant es tan intensa que no se puede hablar de una evolución lineal sino multidireccional, de gran complejidad, en la cual ninguna etapa es permanente y todas son articuladas, como algunas de sus esculturas. En “A rebours” “La rebelión informalista 1939-1968”, el CARS presentó a sesenta y tres artistas con pinturas abstractas de diferente naturaleza, englobadas todas ellas bajo una misma clasificación informalista. Se hace preciso distinguir qué es la abstracción informalista para comprender esta impresionante exposición de pintura que tiene en su mérito el haber reunido a numerosos pintores abstractos europeos y norteamericanos, algunos de ellos de muy difícil contemplación en España, y en su defecto la ausencia de pintores informalistas españoles destacados —como algunos miembros del Grupo “El Paso” y otros independientes, figurando solamente cuatro españoles en el conjunto, Saura, Tapies, Miralles y Guerrero—. La abstracción es uno de los movimientos más complejos dentro de las vanguardias históricas. En una primera ordenación la abstracción pictórica se divide en dos grandes modalidades, la abstracción constructivista o geométrica, que es aquella que es sustentada por una trama geométrica ordenada por figuras geométricas libres, y la abstracción manchista libre de carácter informalista, que a su vez se subdivide en numerosos tipos como son el Informalismo, el Tachismo, el Expresionismo Abstracto, y dentro de él la “Action Painting” y la pintura de “Signo y Gesto”, la pintura Matérica, la pintura Espacial, etc… Pues bien, en “A rebours” el CARS reunió a representantes de este segunda modalidad de abstracción, la manchista libre de carácter informalista, pero lo hizo sin ningún tipo de clasificación, por lo que en un principio la exposición resultó confusa en su inteligibilidad pues se contemplaban un número inmenso de pinturas abstractas, la mayoría hermosas pero colocadas arbitrariamente, sin demarcación. Para mayor confusión se incluyeron determinados artistas y obras que son figurativos aunque muy cercanos a la abstracción — como el Grupo COBRA (Karesl Appel, Alechinsky, Asger Jorn), la Escuela de Londres (Francis Bacon, Auerbach) o el español Saura—, y no resultó mal esta combinación, lo único que se echó en falta fue una ordenación de las obras y autores por subestilos dentro del Informalismo. En definitiva, una gran exposición en cuanto a representación y calidad de artistas, especialmente en la modalidad del Expresionismo Abstracto, (De Kooning, Motherwell, Soulages, Mitchell, Clyford Still, Tobey, Kliné, Guston, Rothko, Diebenkorn, Masson, Louis, Pollock, Wols, etc.) y de la pintura Matérica (Tapies, Miralles, Burri, Fautrier, Dubuffet), pero a la que le ha faltado una sistematización y explicación adecuada que la hubiera hecho más didáctica y asequible al espectador profano. Ya dentro de la temporada de Otoño, y en el mismo Centro de Arte Reina Sofía, se inauguraron dos relevantes muestras de pintura hispana contemporánea: “Bores esencial”. Exposición antológica 1926-1971, y “Miquel Barceló. Obra sobre papel 1979-1999”. En la primera, como su título indica, pudimos contemplar una antológica de Francisco Bores (1898-1972), pintor madrileño afincado en París hacia 1925, miembro de la Escuela de París junto con Manuel Ángeles Ortiz, Joaquín Peinado, Hernando Viñes, Ginés Parra, Alfonso de Olivares, Pancho Cossío, Palmeiro y Luis Fernández. En la exposición, distribuida en diez extensas salas, se pudieron apreciar las características fundamentales de Bores, desde los primeros contactos con el Cubismo y su consiguiente influencia, que en Bores se hace muy marcada, en especial la de Braque —como resultaría en la mayoría de los miembros españoles de la citada escuela parisina—, hasta la paulatina maduración de su propio estilo personal en zonas de color compartimentadas y diferenciadas, volúmenes geometrizados, esquematismo lineal y “síntesis plástica de lo real”, dentro de una temática costumbrista de interiores y exteriores, así como de bodegones, en un figurativismo que a veces roza la abstracción. Todo ello es ARTE expresado por Bores con una gran riqueza de color y creatividad que le hacen ser siempre distinto siendo el mismo, prevaleciendo la forma y el color como aglutinadores centrales de su obra; en los años finales se produce una disociación de estos elementos junto con un mayor esquematismo y desdibujamiento, y una tonalidad ácida en su paleta. La clasificación en cinco fases que hace Bores de su obra en sus escritos podía servir de guía explicativa en la exposición, aunque no se encontró totalmente representada en ella: Primera Época (1923-25): El clasicismo renovado/Segunda Época (1925-29): El NeoCubismo/Tercera Época (19291933): La Pintura-Fruta/Cuarta Época (1934-49): Retorno a las escenas de interior y a la síntesis del espacio/Quinta Época (1950-55): El estilo en blanco. Bores pertenece a las dos mitades del siglo XX, por lo que su producción se encuentra en un punto equidistante del siglo, claramente orientada hacia la modernidad. Con Miquel Barceló “Obra sobre papel 1979-1999”, volvimos a enfrentarnos con el problema de la mayor o menor comprensión de un artista y una producción que se hallan en el límite de la realidad, en el límite de la expresividad, en el límite de la tortuosidad interior. Artista prolífico, virtuoso y versátil en grado sumo, Barceló (1957) tiene algunas obras de estética impecable en las que demuestra su dominio y su soltura de pincelada en escenas cautivadoras y hermosas de colorido exquisito, como la serie de cuadros pequeños al gouache con temas orientales y africanos (Caravanne, 1988; Golfe de Guinée II y III, 1991; Bororo, 1990, etc.), o los cuadernos con bosquejos de gran fluidez cromática, dibujística y pictórica (Le livre des trous, 1990, 1991, 1993, 1994). No obstante, la mayoría de la obra presentada por Barceló rompe los cánones de la belleza y del equilibrio para mostrar un expresionismo brutal e incontenido que fluye a borbotones desde lo más profundo de su subconsciente, plasmándose en trallazos de color y en deformaciones más o menos grotescas, dramáticas o cruentas de figuras humanas o animalísticas, compaginando la figuración con la abstracción, mostrando con todo ello un primitivismo ancestral. Como pudimos contemplar en su serie de cabe zas Baisenbé, 1996; Amon noir, 1996; Agobara blanc, 1996; Amahigueré, 1996, o en su impresionante Cristo radice, 1998, con un Cristo sin cruz, cuya sombra, o lo que podría ser su sombra paralela, no es otra cosa que el esquema de un animal descuartizado. Animales descuartizados colgados presenta también como único tema en su gran friso Setze Penjats, 1992. Viajero infatigable, presa de lo que él mismo cita como “le mal d’Afrique” —que reflejaban con pincel diestro muchos cuadros de la exposición—, el pintor mallorquín, uno de los más cotizados artistas españoles actuales, pertenece a lo que se ha denominado “Arte de los 80”, en referencia a la década penúltima del siglo en la que emergen una serie de artistas con un mismo deseo de renovación del arte contemporáneo, en especial el de la figuración, lo que indudablemente consigue Barceló, pues su arte podrá gustar o no, pero supone una innovación radical, algo nunca visto anteriormente. Retrocediendo en el tiempo, la Fundación Juan March expuso la obra de Lovis Corinth (1858-1925), pintor alemán de pincelada ágil y fluida paleta colorista y vital. Adscrito a la Secessión de Munich, ciudad en la que realiza sus estudios superiores de pintura, estilo muy cercano al Modernismo de tradición germánica, hacia 1900 Corinth se instala en Berlín, continuando su afiliación ahora en la Secessión berlinesa, presidida por el afamado pintor impresionista Liebermann, cargo que heredará Corinth al retirarse aquél. Estudioso de Rembrandt y de Franz Hals, del que su pintura es sin duda deudora, Corinth se encuentra entre el impresionismo y el expresionismo de procedencia alemana. Del impresionismo y de Hals recoge la pincelada larga, fluida, abocetada, yuxtapuesta y rápida; del expresionismo, la exaltación colorista y el marcado acento en la expresión, la deformación y en ocasiones la crudeza sin paliativos. La Fundación Juan March presentó una galería de interesantes retratos de personajes contemporáneos del pintor (a destacar sus autorretratos), así como bodegones de floreros y paisajes urbanos y campestres que hicieron una vez más exquisitas y selectas las exposiciones de la entidad. Para terminar, el Museo Thyssen-Bornemisza expuso, en una pequeña sala dentro de su exposición permanente, una colección muy reducida de pinturas de Max Pechstein (1881-1909), con el título “Pechstein en Nidden, 1909”, haciendo alusión a la estancia del pintor en este pueblo de pescadores situado a orillas del Báltico. Max Pechstein nace en Alemania perteneciendo al movimiento expresionista alemán Die Brücke (El Puente), una de las vanguardias históricas más interesantes del Expresionismo, y una de las más tempranas (1905), que lideraría Ernst Ludwig Kirchner acompañado de Schmith Rotluff, Erich Heckel, Fritz Bleyl, Otto Müller y Emil Nolde, cuyas características como grupo consistirían en ser un movimiento contestatario y anticonvencional, con deformación de la figura, exaltación del color y connotaciones primitivistas. Recibieron grandes influencias del Fauvismo, por lo que se le ha llamado también “Fauvismo alemán”. Apenas siete cuadros, a la acuarela y al óleo, y cuatro postales manuscritas con dibujos en tinta, componían la corta exhibición de Pechstein, suficientes para mostrar la alegría de vivir de este pintor germano mostrada en paleta colorista y vibrante y pincelada gruesa y empastada. Si, como escribe Eugenio D’Ors en su libro “Tres horas en el Museo del Prado” con el Tránsito de la Virgen de Mantegna, hubiéramos tenido que salvar de un incendio un solo cuadro de los autores y lienzos de las exposiciones que hemos descrito, lo habríamos hecho con La casa verde de Pechstein, por la luminosidad, el color tímbrico y brillante y la bucólica escena campestre de hierba, trigo y árboles que rodean la pequeña casa verde, precisamente por esa capacidad que aludíamos al principio de emocionar, de cautivar la sensibilidad, de ARTE hacer al espectador, por unos instantes, feliz. A modo de apéndice introducimos al final de este artículo relativo al arte de la modernidad, cinco exposiciones que se celebrarían posteriormente, alrededor de las fiestas navideñas, que al corresponder al arte clásico o de la tradición se pueden establecer en dialéctica dinámica y fructífera con las exposiciones que inaguraron la temporada otoñal que acabamos de comentar. En esas fechas ya invernales, la Fundación Cultural Mapfre Vida ofrecía la exhibición “Jardines de España” ( 18701936); la Fundación Santander Central Hispano, una muestra de las esculturas de Gregorio Fernández; el Museo ThyssenBornemísza, “Naturalezas pintadas de Brueghel a Van Gogh”; el Museo del Prado, Velázquez, Rubens , Van Dyck, “Pintores cortesanos del siglo XVII”, y el Palacio Real de Madrid, “El arte en la corte de los archiduques Alberto de Austria e Isabel Clara Eugenia”. La exposición “Jardines de España” ( 1870 - 1936 ), de la Fundación Cultural Mapfre Vida, como una deliciosa primicia primaveral, nos adentraría en el jugoso verdor y el colorido floral de los parques y jardines hispanos, verdaderas arquitecturas de la naturaleza, mostrados por cerca de treinta pintores españoles predominantemente decimonónicos, cuyos estilos abarcan desde el Realismo al Impresionismo, con algunos casos de pintores del siglo XX. La figura señera en el género viene dada sin duda, por el pintor catalán Santiago Rusiñol, cuyos jardines inconfundibles resultan ventanas preimpresionistas asomadas a los más bellos parques españoles; la genialidad nos la ofrece Sorolla en su pincelada larga y agilizada, ya plenamente impresionista; Piñole, Casimiro Sainz, Fortuny, Beruete, Anglada Camarasa, Mir, Iturrino, Pinazo, Cecilio Plá, Bilbao, Romero de Torres, Néstor, Meifrén , Regoyos, Vázquez Díaz, etc., presentan reducidas pero significativas muestras de su maestría pictórica de paisajes ajardinados “plain air” o de interiores florales, quedando la sorpresa para el final al descubrir a un pintor poco conocido, Javier de Winthuysen ( 1874 - 1956 ) que presenta una colección de cuadros de jardines de extraordinaria calidad, con el cual terminaba la exhibición, verdadera delicia de los sentidos y de la estética. La Fundación Santander Central Hispano, siguiendo con su línea de exhibiciones exquisitas, realizaría una importante muestra de las esculturas de Gregorio Fernández. Nacido en Galicia, Gregorio Fernández ( 15761636 ) se encuentra situado entre dos siglos y entre dos estilos, el Renacimiento y el Barroco, y aunque estilísticamente pertenezca más al Barroco acusa todavía las influencias renacentistasmanieristas. Considerado una de las personalidades más relevantes de la Escuela Castellana de Escultura, más concretamente la vallisoletana, que se contrapone a la otra gran escuela escultórica del siglo XVII, la andaluza, a continuación de figuras castellanas como Juan de Juni y A lonso Berruguete. Gregorio Fernández se asienta en Valladolid en los primeros años del siglo XVII, y allí va a continuar la tradición de la imaginería castellana en madera policromada y la realización de retablos e imágenes religiosas, dentro de un naturalismo barroco sin grandes estridencias realistas, que se irá acentuando en algunas de sus obras últimas, de lo cual pudimos contemplar bellas piezas en la mencionada exposición, todas ellas en madera policromada. “Naturalezas pintadas de Brueghel a Van Gogh”, del Museo Thyssen-Bornemisza, ofrecía una serie de paisajes de pintores europeos y americanos desde el siglo XVII al XIX, en lo que pudo suponer la evolución del paisaje desde sus inicios, que despuntaría definitivamente como género individual y autónomo a partir del Romanticismo. Por su parte, el Museo del Prado, en la exposición titulada Velázquez, Rubens, Van Dyck, “pintores cortesanos del siglo XVII”, presentaría un interesante paralelismo entre los tres grandes pintores del Barroco europeo, fundamentalmente en su faceta de pintores cortesanos —Velázquez en la corte de Felipe IV de España , Rubens en las cortes de Felipe IV y en la de Isabel Clara Eugenia, y Van Dyck en la de Carlos I de Inglaterra—. La exposición permitió contemplar obras no sólo de las salas permanentes del propio museo, sino las cedidas por éste a diversas instituciones españolas, y las provenientes de otros museos del mundo, en las cuales los tres genios mostraron lo mejor de su arte en géneros como el retrato, el religioso y el mitológico. Especialmente interesante sería la introduccción pictórica en las cortes antes referidas y entre ellas, por ser la menos conocida, la de la corte inglesa de Carlos I, en cuyos retratos parece presagiarse la tragedia que le llevaría al cadalso condenado por sus propios súbditos, dirigidos por Cronwell, en la que fuera la primera de las revoluciones liberales, anticipándose en más de un siglo a la Revolución Francesa. Finalmente, el Palacio Real de Madrid, “El arte en la corte de los archiduques Alberto de Austria e Isabel Clara Eugenia”, en una exposición complementaria a la del Museo del Prado, recopilaría interesantes piezas artísticas de la corte flamenca de la hija de Felipe II e Isabel de Valois, Isabel Clara Eugenia, Gobernadora de os Países Bajos conjuntamente con su marido Alberto de Austria, desde 1598 hasta 1621, fecha del fallecimiento del archiduque, continuando la infanta su gobierno en solitario hasta 1633, en representación de su sobrino Felipe IV. A lo largo de diez salas, se ofrecerían muestras del arte hispano y el flamenco de la época, especialmente el pictórico, con cuadros de los retratistas españoles Sánchez Coello y Pantoja de la Cruz y de los pintores flamencos Brueghel el Viejo, el Joven, David Teniers, Rubens y Van Dyck, entre otros. Abundaron los retratos y los cuadros de pintura costumbrista, en las que se recreaban no sólo los actos ceremoniosos de la corte flamenca —como en las minuciosas descripcines de las fiestas del Ommeganok en Bruselas, en 1615, de Denis Van Alsloot—, sino también las fiestas populares y campestres , tan llenas de expresividad y viveza, en especial las de Brueghel, que ARTE anticiparon en varios siglos al que sería uno de los movimientos más importantes del siglo XX, el Expresionismo centroeuropeo.