La política social del welfarismo Palindromía y modelos de acción neoposindustrialista. Miguel Centella Moyano Universidad de Extremadura Resumen Los sistemas de protección social y las políticas en las que se apoyan no son más que la concreción de opciones políticas inspiradas sucesivamente en los ideales de igualdad y solidaridad para la cobertura de riegos materiales y posmateriales de bienestar que vienen a reconocer formalmente el derecho al desarrollo integral de las personas en su espacio social y tratan de garantizarlo. A esa fórmula es a la que denominamos welfarismo. Pues bien, en el espacio neopostrustrial en que se está librando la transición del postindustrialismo al cuaternario, la práctica política se translitera en un palíndromo lib-lab cuando se compite desde lo social de tal manera que, esquivando los discursos, asistimos a una contracción de las opciones welfaristas. Es por ello que la capacidad transformadora de la izquierda en estos momentos aparece tan restringida que, en la práctica, gobiernos progresistas por origen y por denominación están subrogándose de facto estrategias de acción propias de opciones de derecha y los programas socialdemócratas más tradicionales pasan por opciones radicales. Desde el siglo XIX la protección social y la política social de carácter público se han venido interpretando de manera dicotómica entre dos opciones ideológicas diferenciadas y extremas. Por un lado, aquella que las entiende como un mecanismo residual y subsidiario para garantizar el éxito individual y, por otro, la que apuesta por fórmulas de intervención amplias centradas en el bienestar colectivo. Así podría presentarse la tradicional distinción entre la concepción liberal y socialista sobre las que tanto se ha escrito y cuyos principales rasgos se resumen en la tabla de más abajo. Si hubiera que exponerlo de una manera sumaria, sencilla e inequívoca podría afirmarse que, desde el punto de vista liberal, cuanto menos política social mejor. Desde el punto de vista socialista, justamente al contrario, mejor cuanto más extenso su campo acción y más amplias y profundas sus intervenciones. Ese maniqueísmo ideológico se teje originalmente sobre la base de la posición del individuo y del colectivo respecto del sistema de distribución de recompensas materiales y el rol que debe jugar el Estado en el proceso de asignación. Para el pensamiento liberal, el mínimo posible, de ahí sus recelos de la política social pública por cuanto constituye una amenaza a la iniciativa y libertad personales y adultera el libre funcionamiento del mercado. Por tanto, de existir siempre ha de ser con carácter subsidiario y puntual en caso de incapacidad de los legítimos actores de la protección social (familia, redes primarias y mercado). Para un socialista, en cambio, se trata de intervenir de forma sistemática para transformar las estructuras de desigualdad que generan las relaciones de producción. El máximo deseable, por tanto. Concepción liberal, socialista y socialdemócrata de la política social Liberal Socialista Socialdemócrata Aparición Finales s. XVIII Mediados s. XIX Mediados s. XX Origen Disfuncionalidades económicas Disfuncionalidades sociales Desigualdad Carácter Residual y subsidiario Institucional y extenso Universal Bienestar Individual Colectivo Ciudadano Políticas Orientadas al individuo Orientadas al colectivo Orientadas a la ciudadanía Intervenciones A posteriori (correctoras) A priori A priori (previsoras) Valores Libertad Igualdad Solidaridad e igualdad de oportunidades Función principal Mejorar la movilidad social de los individuos y sus expectativas vitales Reproducción o eliminación de las desigualdades sociales Cohesión social Claro que esa distinción tan simplista como estática resulta hoy extemporánea. En las sociedades democráticas occidentales, y especialmente en las europeas, ya no es sensato referenciar la política social exclusivamente a las dialécticas público-privada o igualdad-libertad 1. Las nuevas realidades sociales como la terciarización y la posterciarización o la globalización así como las que se derivan de tales fenómenos han transformado las estructuras de esas sociedades y, con los cambios, se han revisado sustancialmente esos paradigmas dominantes, si bien no hasta el punto de que se haya desideologizado, al menos en los valores sustanciales, la política social. Es por ello que la idea de una política posidelógica es un oxímoron cargado de ideología que lo mismo se utiliza para deslegitimar la acción del Estado desde una perspectiva neoliberal que para ensanchar los márgenes del bienestar de carácter societario. La rotundidad con la que hacemos está afirmación no está reñida, sin embargo, con la existencia de una dimensión estrictamente técnica en toda intervención social fijada con criterios políticos pero menos sobreexpuesta a la ideología 2. Con el siguiente esquema que proponemos queremos reflejar de una manera sintética la urdimbre con la que, en estos tiempos, se tejen las opciones políticas en el terreno de la protección social en el occidente europeo. Si se da por buena esta interpretación sugerida, se nos plantea una encrucijada en la no nos queda más opción que o bien, hacer una interpretación casi cuántica de la política social, leyendo los mínimos detalles, o echarse a los brazos del pensamiento único propio de la tesis del fin de la historia 3. Sea como sea, la política social constituye en una de las principales municiones que utilizan las formaciones políticas para competir en un tablero de juego que no deja de En su texto Política social e ideología, Garcés (2006) expone todo un crisol de perspectivas que trasciende esa tradicional dialéctica. Además de socialdemocracia, habla de humanismo, feminismo, ecologismo o “antibienestarismo”. 1 Para Crozier (1987: 136), por ejemplo, una política social autorregulada en la que Estado no sea el protagonista sino un actor más debería superar el debate ideológico si lo que quiere es preservar sus valores más profundos. 2 En este sentido es de obligada referencia la obra de, ya un clásico, como Fukuyama The end of history? (1989), en la que sostiene que el liberalismo económico y político se ha convertido en pensamiento hegemónico tras la desmoronamiento de los regímenes del socialismo real. 3 estrecharse ante espasmos centrípetos como los provocados por la hiperfinaciarización de la economía y las crisis resultantes de dicho proceso 4. Valores y políticas sociales liberales y socialistas En el terreno de la construcción social del bienestar la realidad es otra más plural que la simple distinción entre liberalismo y socialismo y la defensa de los valores de libertad e igualdad, especialmente desde que el socialismo dejó de ser un referente tras el desplome de los regímenes que lo sustentaron en los años de la llamada Guerra Fría. Durante el último siglo ambas concepciones de la política social han experimentado un proceso de convergencia generado hasta hace unas décadas por y en la lucha de clases operada en el capitalismo industrial y promovido por el Estado de derecho y la democracia. El resultado de esa aproximación tectónica fue el paradigma socialdemócrata, un proceso de mutación ideológica 5 en el que el socialismo Por no decir uno de los últimos reductos de confrontación sustantiva ya que en el terreno económico por instantes las estrategias parecen solaparse. Al menos eso es así en Europa donde las adquisiciones sociales son muy elevadas y desde hace ya tiempo se están librando duras confrontaciones tanto para su mantenimiento como para su revisión. 4 ¿Un proceso vivo o concluido? Hay quienes, como Navarro (2008), desde una crítica a los gobiernos de izquierda, hablan de crisis o declive de la socialdemocracia o, incluso, de su muerte bien por el abandono progresivo de sus ideales y principios (Polo, 2011), bien por 5 revolucionario ha sido desalojado por un reformismo que, en el espacio del Estado liberal y de la economía de mercado en los que se integra, ha hecho de la universalización de derechos, la igualdad de oportunidades, la redistribución de los recursos sociales, la solidaridad y la ampliación de la democracia sus señas de identidad (Gombert, 2009: 8-55). La socialdemocracia se presentaba así como una opción política sistémica, centrada y reformista, impulsora de un gran pacto entre trabajo y capital y garante de bienestar, cohesión y paz sociales (cfr. Barragué, 2013), el punto de encuentro entre libertad e igualdad en torno a la solidaridad. Durante décadas no ha habido duda. Pero en la medida que una buena parte de la ciudanía entiende que esos objetivos se han alcanzado y que otras realidades han arrinconado la lucha de clases, la llama socialdemócrata ha ido languideciendo con las últimas luces del pasado siglo y las primeras de presente 6. Aunque el tema requeriría de un análisis profundo y sosegado, para hallar las raíces de la actual deriva de la izquierda europea habría que, a nuestro entender, empezar escrutando el conservadurismo de una clase media acomodada, materialmente satisfecha y, aunque parezca un contrasentido, ideológicamente desclasada que no encuentra en ella un referente claro, pero, sobre todo, habría que fijarse en la merma de su espacio natural de existencia. También en la mudanza de sus objetivos. Por un lado, esa izquierda se forjó en el marco de las relaciones industriales y en la lucha por la ciudadanía laboral, pero, en la sociedad neoposindustrial del posterciario (Gaggi y Narduzzi, 2007: 16) 7, primero, las relaciones laborales se rigen por fagocitosis del paradigma neoliberal-conservador. Para otros, en cambio, es un proyecto inacabado y de largo recorrido que, como la misma izquierda, se adapta a las circunstancias de cada momento (Urquizu, 2012). En este sentido y aunque críticos (Centella, 1999), somos de los que pensamos que la socialdemocracia es un paradigma vivo en permanente revisión que aún mantiene, a veces solo de manera latente, los principales valores que inspiraron su nacimiento. Pedrosa (2012) habla de una redefinición de la agenda socialdemócrata a partir de la crisis del petróleo y hasta el fin del socialismo real a principos de los noventa. 6 Si el posindustrialismo, en la forma que lo propusieron Touraine (1969) y Bell (1974), lo entendemos como una fase de la modernidad en la que la industria como principal sector económico y la lucha de clases han sido reemplazas por los servicios, las actividades financieras y especulativas, el desarrollo técnico, el conocimiento y la información como ejes de la civilización y del cambio social en occidente salidos de la revolución industrial, nos atrevemos a proponer el término neoposindustrialismo para referirnos a una morfogénesis social mucho más volátil y líquida caracterizada por la irrupción de una economía de servicios 7 normas radicalmente distintas y, segundo, los anhelos de bienestar colectivo e individual sobrepasan lo material y para adentrarse en el terreno de los valores de tipo posmaterialista e identitarios que escapan a la lógica de la defensa de intereses clasistas. Por otro, los objetivos de lo que ahora eufemísticamente denominamos opción progresista son hoy otros, porque otros son también los contextos socioeconómicos de estos primeros años de siglo. La dialéctica entre más Estado y más mercado, entre crecimiento y austeridad, entre desempolvar las políticas de demanda o disciplinar draconianamente la deuda pública, han favorecido la aparición de un punto de fuga hacia opciones políticas mucho más moderadas bajo la denominación de social-liberalismo, el nuevo centro sobre el que en la actualidad gravitan las principales formaciones políticas, tanto de izquierda como de derecha. Distanciarse de ese centro retrayéndose a las esencias socialdemócratas originales en colisión con las reglas de la economía y de los mercados es a día de hoy sinónimo de radicalidad 8. La tercera vía o, para ser más exactos, las terceras vías (Sanmartín, 2004), consitituyen la senda estratégica y pragmática, que no ideológica 9, que el neolaborismo ha escogido para ocupar dicho centro a fin de compatibilizar sus valores con la economía liberal de mercado en esta era de la globalización y recuperar el apoyo de las clases muy innovadores y la dilución de las relaciones sociales de producción tradicionales basadas en el empleo. No obstante, entendemos que hay matices semánticos que distinguen al neoposindustrialimo de la sociedad del posterciario que describen Gaggi y Narduzzi por cuanto en la sociedad posindustrial los actores sociales corporativos tradicionales se afanan en seguir haciendo funcionalmente válidas las reglas del industrialismo y el posindustrialismo que para los autores italianos estarían dejando de serlo. En este siendo, el neoposindustrialismo debería entenderse como una transición entre el posindustrialismo y la sociedad posterciaria o del cuaternario. 8 Podemos en España o Syriza en Grecia suelen ponerse como ejemplo de ello. Seguramente no estemos ante un nuevo paradigma sino que se trata más bien de una opción política que, como apunta Vilain (2006), lo mismo puede interpretarse como un neoliberalismo con preocupación social o que como como una izquierda de tendencias económicas liberales. 9 A juicio de Tomassini (2003: 27 y 51) estamos ante un eslogan con el que se ha promovido la renovación de la socialdemocracia, una especie de requiebro con el que transitar por la política mirando a derecha e izquierda, “tomando un poco de mercado de la primera y conservando algo de equidad social de la segunda” para tratar de definir nuevos objetivos y nuevos estilos de acción con los que afrontar los problemas de las sociedades contemporáneas. medias perdido en las últimas décadas 10. Para Giddens (1998), sustento teórico de la propuesta, se trata de afrontar el agotamiento de las políticas tanto de la izquierda como de la derecha clásicas para apuntalar con reformas institucionales los elementos básicos del bienestar socialdemócrata en tiempos de cambio 11. Obviamente el centro no se reduce a la tercera vía (Rodríguez-Arana, 2001). Desde el punto de vista del pragmatismo político, los enfoques lib-lab 12 son plurales y se nutren lo mismo del progresismo que del ideario liberal o conservador de signo democristiano, cuando no aparecen hibridados. Ahora bien, el espacio actual de la política social se ha contraído de tal manera que casi puede leerse como un palíndromo. La capacidad transformadora de la izquierda en estos momentos aparece tan restringida que, en la práctica, gobiernos progresistas por origen y por denominación están subrogándose de facto estrategias de acción propias de opciones de derecha. De la misma forma, la democracia y el electoralismo empujan a las formaciones de derecha tradicional a sumarse y no renunciar a la defensa de un ideal de justicia social que inicialmente les era ajeno. La palindromía de la política social actual impone que lo más sensato sea, por tanto, prescindir de siglas y centrarse en su ejercicio para entender qué se hace con ella y cómo se hace. Desde un punto de vista teórico se han propuesto modelos explicativos conforme a distintos criterios, incluidos de tipo normativo. Los más relevantes se refieren a su funcionalidad, su formulación histórica, su intencionalidad, su forma de intervenir sobre los Muchos de los líderes socialdemócratas más relevantes se han adherido a esa estrategia: además de Tony Blair, el primero de ellos, otros como Hollande, Felipe González, Rodríguez Zapatero, Prodi, Schröder y fuera de Europa, Clinton, Fernando Henrique Cardoso, Ricardo Lagos o Michelle Bachelet. Para Bunge (2010: 32), en cambio, se trata de puro electoralismo renunciando al ideal de justicia social: “Su meta actual es mucho más modesta: ganar las próximas elecciones. Esta política puede dar resultados a muy corto plazo, a saber, hasta las próximas elecciones. Pero es suicida a largo plazo porque, cuando disminuyen las diferencias entre los partidos, el electorado pierde interés: no solamente la gente ya no milita desinteresadamente en el movimiento, sino que ni siquiera se molesta por votar”. 10 “Los neoliberales quieren reducir el Estado; los socialdemócratas, históricamente, han buscado insistentemente expandirlo. La tercera vía sostiene que lo necesario es reconstruirlo” (Giddens, 1998: 38). 11 La etiqueta lib-lab hace referencia a los pactos entre liberales y laboristas en el Reino Unido y, por extensión, a cualquier acuerdo entre liberales y socialdemócratas. 12 problemas sociales o el grado de compromiso del Estado. Se trata de generalizaciones resultado de la observación y del análisis de experiencias de protección social concretas con independencia de quién las ejecute, si bien, en principio, no resulta complicado asociarlas a alguno de los paradigmas descritos. Lo que no es fácil es adscribir estos modelos de política social con un sistema o régimen particular ya que, como recuerda Montoro (1997: 34), muy al contrario, encajan en regímenes que son diferentes cuando no opuestos entre sí. Fijémonos en las dos primeras de estas modelizaciones a modo ilustrativo. Modelos de política social Según su funcionalidad Política social como Política social como Política social como Política social como ciudadanía caridad (asistencial) garantía de control social mecanismo de reproducción social realización de derechos sociales de Según el grado de intervención y regulación social Modelo Modelo Modelo Modelo residual adquisitivo-ejecutivo institucional-redistributivo de bienestar total Según la proyección temporal Modelo mutualista (preindustrial y de primera industrialización) Modelo estatal (segunda industrialización) Modelo societario (sociedad posindustrial) Según la intencionalidad Modelo formalista Modelo normativo Modelo materialista Según la forma de observar e intervenir sobre los problemas sociales Políticas sociales según programas condicionales Políticas sociales según programas evolutivo-incrementales Políticas sociales según programas relacionales Fuente: Montoro (1997: 42-45) y Herrera y Castón (2003: 24-46). Donati (1985), por ejemplo, considera que, observada desde la perspectiva de su funcionalidad, la política social obedece a cuatro grandes concepciones ya tradicionales: 1. La política social como instrumento asistencial. Consistente en intervenciones coyunturales muy primarias y básicas en apoyo a los desplazados del sistema (indigentes) desde una visión caritativa, de beneficencia, humanitaria, ética. Su acción es meramente reparadora, no genera derechos de ciudadanía ni plantea cambios estructurales ya que no entra en la causalidad que origina las intervenciones, la pobreza y la desigualdad, sino que se queda en los efectos. 2. La política social como garantía de control social. Las intervenciones sociales se orientan a regular las relaciones sociales y las condiciones de vida de la población para asegurar el statu quo, el orden público, la paz y la integración social actuando sobre los segmentos de población más desfavorecidos y, por tanto, potencialmente más conflictivos. 3. La política social mecanismo de reproducción social. Se trata de una concepción materialista de la política social cuyas acciones, dirigidas a los trabajadores e, indirectamente, a sus familias, tratan de garantizar la suficiencia de una fuerza de trabajo competitiva para el sistema productivo, así como reproducir las condiciones materiales de vida proletaria y, de esta, forma, las relaciones de clase. 4. La política social como realización de derechos sociales de ciudadanía. Es la perspectiva más generosa al entender que la cobertura de necesidades sociales es un derecho integrante de la condición de ciudanía (si bien puede ser extensible a otros individuos carentes de la misma) que el Estado debe tutelar y garantizar. Este tipo de política social es global, es decir, se dirige al conjunto de la sociedad. Desde el punto de vista de la regulación social Titmuss (1971: 20-22) distingue, pors su parte, los siguientes modelos: 1. Residual: Según el cual existen dos canales naturales a través de los cuales las necesidades de los individuos vienen a ser satisfechas: el mercado privado y la familia. Y las instituciones sociales del bienestar deben intervenir solo en caso de que fallen los otros sujetos. Así vista, la política social responde a una regulación social mínima, a posteriori, temporal y selectiva 2. Adquisitivo-realizativo: Para el que las necesidades sociales deben ser satisfechas sobre la base del mérito. Es decir, de la capacidad de realización productiva, en sentido lato, del individuo. La política social, ligada a las ideas de incentivo y recompensa individuales, aparece como un instrumento auxiliar del sistema económico que favorece la generación de bienestar siempre que el individuo contribuya a la generación de riqueza colectiva. 3. Modelo institucional-redistributivo: Que considera el bienestar como el valor de máximo relieve que debe ser asegurado. Se trata de prevenir los efectos del cambio social a la luz del principio de la igualdad social. La política social aparece como un instrumento compensatorio para la redistribución de beneficios a fin de garantizar unos umbrales de bienestar a los ciudadanos, titulares de derechos al mismo, mediante servicios desmercantilizados de carácter universal. 4. Modelo total: En el que se absolutiza la planificación, que no solo existe con criterios universalistas, sino que quiere evitar otros criterios que no sean la pura necesidad sobre la base de una programación pública. Esto se hace normativamente (Donati y Lucas, 1987: 60-61). El referente lo constituyen los países del extinto socialismo real en los que se intentó que el Estado socializase la distribución de la riqueza. Estos modelos son reconocibles en el tiempo y nos hablan de una progresiva maduración de la política social, en su objeto y en sus sujetos. El criterio temporal en la taxonomía que hemos presentado nos remite, por su parte, al desarrollo del industrialismo como espacio de construcción de las instituciones de la protección social, de ahí que se hable de un modelo distinto para cada fase del mismo (mutualista, estatal o societario) dependiendo del principal actor generador de bienestar social (grupos corporatistas, Estado o sociedad civil, respectivamente). Eso sí, cualquiera de estas propuestas, o cuantas se planteen, no son estáticas. Diferentes modelos de política social concurren en el espacio y en el tiempo adheridas a sistemas complejos de protección de tal forma que hablamos de una política social, o de un modelo de política social, local, nacional o supranacional que aborda necesidades distintas con planteamientos diferenciados en función de la naturaleza de cada necesidad y de condicionantes sociopolíticos específicos (contexto ideológico, económico, normativo…). Un gobierno, por ejemplo, puede implementar una programación social buscando la consolidación de nuevos derechos cívicos al tiempo que, paralelamente, pone en marcha una acción de asistencia nutricional como consecuencia de la crisis. Igualmente, pueden coexistir programas de marcado carácter universal, como podría ser un sistema educativo obligatorio hasta la secundaria, con otros de tipo adquisitivo, como un sistema público de pensiones contributivas. Es decir, en la práctica todos estos modelos teóricos intercambian elementos y aparecen mezclados, más cuanto más complejo es el campo de necesidades sociales a gestionar. No obstante, el ejercicio de modelización resulta útil al facilitar la comprensión de las distintas realidades de la protección social porque, al fin y al cabo, la política que la desarrolla es al mismo tiempo todo eso que se ha dicho de ella: una estrategia de protección para gestionar la desigualdad, un mecanismo de integración, control y reproducción social, un instrumento de redistribución de la riqueza. Bibliografía Barragué, B. (2013). Las raíces filosóficas del proyecto socialdemócrata: entre el liberalismo y el republicanismo. Astrolabio: revista internacional de filosofía (15), 25-31. Bunge, M. (2010). Bunge, Mario, ¿Existió el socialismo alguna vez, y tiene porvenir? Lecciones y Ensayos (88), 17-41. Bell, D. (1974). The Coming of Post-Industrial Society. New York: Basic Books. Centella, M. (25 de junio de 1999). ¿Asalto progresista al Estado del bienestar? 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