PARA UNA PRÁCTICA ANTIOPRESIVA Y ANTIDISCRIMINATORIA

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PARA UNA PRÁCTICA ANTIOPRESIVA Y ANTIDISCRIMINATORIA
DEL TRABAJO SOCIAL EN EL ÁMBITO DE LA DIVERSIDAD SEXUAL:
PROPUESTA DE UN “PROGRAMA DE INVESTIGACIÓN”.
Enrique Raya Lozano. Universidad de Granada. Departamento de Trabajo social y
Servicios Sociales. E-mail: eraya@ugr.es
Pilar Ríos Campos. Universidad de Jaén. Departamento de Psicología. Área de Trabajo
Social y Servicios Sociales. E-mail: prios@ujaen.es
Resumen
En una sociedad normativamente heterosexual, cualquier práctica, identidad o
ideología distinta queda definida como “lo otro/diferente”. Esta diferencia puede
fácilmente llevar a la marginalidad o la exclusión de personas y colectivos
así
categorizados, mediante manifiestos y/o sutiles procesos discriminatorios.
Se crea un sistema de clasificación en función de las identidades sexuales y de
género que no tiene su origen en la naturaleza, sino que es construido a través de
procesos dialécticos relativos a las relaciones de poder establecidas que pivotan en torno
a las relaciones sociales de sexo.
El Trabajo Social, como práctica profesional y como discurso o saber, no es
ajeno a estas relaciones productoras del heterosexismo: la mayor parte de las prácticas y
de los desarrollos teóricos en este campo sitúan la heteronormatividad como centro de
sus discursos y sus intervenciones.
Desde una perspectiva crítica, para llevar a cabo una práctica de trabajo social
realmente igualitaria y emancipatoria, se precisa una reflexión profunda sobre las
formas en las que la sexualidad es teorizada, así como un análisis crítico de la
heterosexualidad como norma de definición de las identidades sexuales, de género y de
parentesco, junto a una evaluación de las prácticas del activismo en trabajo social con
minorías sexuales. La comunicación sienta las bases para un “programa de
investigación” en este específico ámbito.
Palabras clave
Teoría queer, homosexualidad, lesbianismo, Trabajo Social, Trabajo Social
crítico
Comunicación
El concepto de diversidad sexual se refiere a la existencia de múltiples tipos de
expresiones sexuales que se encuentran fuera de la heteronormatividad y del binarismo
de género; es decir, homosexualidad y bisexualidad; y las que difieren de lo establecido
en cuestión de identidad sexual y de género: transexualidad, transgénero, etc.
En una sociedad normativamente heterosexual, cualquier práctica, identidad o
ideología distinta respecto a la sexualidad humana queda definida como “lo
otro/diferente”. Esta diferencia puede fácilmente llevar a la marginalidad o la exclusión
de personas y colectivos así categorizados, mediante manifiestos y/o sutiles procesos
discriminatorios que afectan a personas y/o grupos.
Como se sabe por los estudios de género, este sistema de clasificación en
función de las identidades sexuales y de género, no tiene su origen en la naturaleza sino
que es construido a través de procesos dialécticos relativos a las relaciones de poder
establecidas que pivotan en torno a las relaciones sociales de sexo/género.
El trabajo social, como práctica profesional y como discurso o saber, no es ajeno
a estas relaciones productoras del heterosexismo: la mayor parte de las prácticas y de
los desarrollos teóricos en este campo sitúan la heteronormatividad como centro de sus
discursos y sus intervenciones. Esta falta de conciencia “de género”, que el trabajo
social comparte con otros discursos, saberes, disciplinas y profesiones relacionadas con
las ramas de las ciencias sociales y humanas y de las ciencias de la salud, no deja de ser,
desde luego, sorprendente, tratándose de un sector de la teoría y de la practica tan
femininizado desde sus comienzos. Aunque tal vez, según las actuales investigaciones
históricas, convenga matizar algo la aseveración1
Entre las minorías sexuales existen dos estrategias de activismo claramente
diferenciadas. Una tiene que ver con el cuestionamiento y desafío de la
1Al respecto, las investigaciones sobre los inicios del trabajo social, paralelos, en EEUU a los inicios de la
psicologíasocialydelasociología(concretamente,conlallamada“EscueladeChicago”),nosmuestraquelas
luchas de las mujeres por la libertad y la igualdad, por el reparto del poder social, por la transformación
cultural, por el conocimiento y por la profesionalización ha ido, no sin grandes dificultades, minando la
omnipresentedominaciónhistóricadelpatriarcado.(Vid.,porejemplo,GarcíaDaudet,2010).Aloquehayque
añadirunaluchaenlopersonalarticuladaconlaluchaporlareforma/rupturaenelmundodelasideas,como
eselcasodeunadelasprincipalespionerasdeltrabajosocial(ydelasociología),lapremioNobeldelaPazde
1031JaneAddams(1860-1935):suluchaporlanormalizacióndellesbianismo(Cfr.Hamington,eds.2010)
heteronormatividad. Otra, sustentada en una ideología liberal 2 , se basa en la
reivindicación de derechos de ciudanía e inclusión social y socio-cultural, demandando
cambios normativos e institucionales (“políticas de reconocimiento de la diferencia”).
Es en esta segunda línea donde podemos encontrar la corriente principal orientadora del
Trabajo Social.
La crítica principal que hay que dirigir a este planteamiento liberal es que da
como resultado la asimilación (ahora inclusión), pero sin cuestionar en ningún momento
las instituciones y asunciones heteronormativas dominantes: más bien las apoya y las
sustenta.
Desde una perspectiva crítica, para llevar a cabo una práctica de trabajo social
realmente igualitaria y emancipatoria, se precisa una reflexión profunda sobre las
formas en las que la sexualidad es teorizada, así como un análisis crítico de la
heterosexualidad como norma de definición de las identidades sexuales, de género y de
parentesco, junto a una evaluación de las prácticas del activismo en trabajo social con
minorías sexuales.
Uno de los mayores obstáculos que encontramos para poder realizar un abordaje
crítico de la sexualidad, es la concepción tradicional de las condiciones en las que se
debe producir una práctica sexual legítima, que es aquella que se lleva a cabo dentro de
la estructura matrimonial en una relación patriarcal, monógama, heterosexual y
jerárquica. Esto, evidentemente, entronca con los análisis feministas de la función de la
heterosexualidad como sistema de opresión y sometimiento de las mujeres.
Sin embargo, un hecho que con frecuencia se pasa por alto, es que la sexualidad
normativa y la heterosexualidad no siempre son coincidentes (Schutte, 1997, p. 41). En
realidad, una gran parte de las prácticas que se realizan dentro de las relaciones
heterosexuales son también desviadas respecto de la norma establecida: aquellas que se
2 Nos referimos aquí a las grandes filosofías liberales clásicas y contemporáneas, imprescindibles para
entender la Modernidad, la democracia, las libertades, los derechos de ciudadanía…; no al llamado
“neoliberalismo”, filosofía liberticida ultradesigualitaria, que arruina los progresos humanos conseguidos en
libertadeseigualdades,agitandolabanderadelnuevo“absoluto”:lalibertadreducida,enelfondo,a“libertad
de mercado”; es decir, a una propuesta de mercantilización capitalista de todo lo relacionado con la vida
humanayconlavidaengeneral.Referirsealafilosofíaliberalsignificapartirdegrandesfilósofosycientíficosociales de posiciones muy diversas, desde Kant, Benjamin Constant a John Stuart Mill o al filosofo y
economistaescocésAdamSmith,hastallegaralosgrandespensadoresdelalibertaddelsigloXXcomoIsaiah
Berlin o John Dewey; o incluso –por contravertida que sea su adscripción a corrientes de pensamiento
contemporáneas-,JohnRawls.Estasgrandescorrientesdelpensamientoarrojanhoyreflexionesypropuestas
esenciales para la construcción de una nueva ciudadanía en la época de la globalización y la sociedad
informaciones, inclusora de todas las diferencias (es decir, previsora de cualquier discriminación); así, por
ejemplo,loscanadiensesWillKymlickaysupropuestadeciudadaníamulticulturalyderechosdelasminorías
y Charles Taylor y su propuesta de políticas democráticas del reconocimiento de las diferencias, que abren
sugerentes conceptualizaciones y propuestas para un pluralismo social, cultural, sexual, humano (no solo
“político”).
realizan fuera del matrimonio, las relaciones sadomasoquistas, intergeneracionales, etc.;
las cuales tienen diversos grados de aceptación o rechazo, pero también deberían
considerarse dentro de lo que denominamos “diversidad sexual”.
Además, la sexualidad es vista como una identidad establecida y plenamente
definida, es decir: inmutable, en lugar de percibirse como algo fluido y flexible que
puede variar en el tiempo y en el grado a lo largo del desarrollo y de las experiencias
vitales. La sexualidad es dinámica y cada individuo la crea, la entiende y la re-crea de
diferente forma, aunque dentro de unos parámetros y unos límites establecidos
socioculturalmente.
Por otra parte, la relación entre identidad de género, sexo y tendencia sexual es
percibida como “natural”. Por lo tanto, todo individuo debe tener una identidad de
género acorde con su sexo y una tendencia sexual por el sexo/género contrario. Romper
estas relaciones resulta extremadamente difícil en nuestros esquemas mentales. Este
marco de interpretación es el que se suele aplicar para entender las identidades
individuales y colectivas respecto a la sexualidad, incluso en aquellos casos en los que
se produce una clara desviación de esta norma. Por lo tanto, la bipolaridad de género
exige que asignemos un género masculino o femenino a cada persona, que cada persona
asuma un género con sus roles correspondientes: comportamientos, apariencia, etc.
«Esto apoya nociones tales como los roles complementarios pero distintos de hombres y
mujeres, lo cual refuerza la “heterosexualidad compulsiva” y mantiene la feminidad y la
masculinidad como hechos reales y objetivos» (Hicks, 208, p. 66). De esta manera, se
intenta entender la diversidad sexual dentro de la norma heterosexual y hacer que las
disidencias encajen dentro de ella. Como señala Hicks, «Pretendemos que los
homosexuales se ajusten a un modelo de género. O más bien, ponemos la
heterosexualidad como modelo a la hora de comprender e interpretar la
homosexualidad» (Hicks, 208, p. 68), por ejemplo, cuando entendemos que cada uno/a
de los miembros de la pareja homosexual necesariamente tiene que asumir en la
relación de pareja un rol de género opuesto masculino/femenino, dando por hecho que
los homosexuales tienen que reproducir la cultura sexual hetero (Saéz y Carrascosa,
2011, p. 185). Evidentemente, sólo desde fuera de estos esquemas de pensamiento es
posible trabajar de forma igualitaria y antiopresiva con las minorías sexuales.
Por otra parte, cuando no es posible encajar a las personas dentro de este marco
de interpretación, pasamos a utilizar lo que Hicks llama «la ley de las cuatro
sexualidades». Es decir, utilizamos las categorías de “lesbiana”, “gay”, “bisexual” o
“heterosexual” y tratamos de interpretar a cada individuo en base a esto (Hicks, 208, p.
67). Sin embargo, estas categorías también están establecidas a partir de unas ideas
rígidas y prejuiciosas acerca de lo que debe ser una persona que tenga alguna de estas
identidades sexuales: suponemos que existen unas tipologías a las que tiene que
ajustarse todo el mundo (Hicks, 208, p. 68). A partir de ahí, valoramos toda la situación
en función de las circunstancias, necesidades y condiciones que se supone que debe
tener esa persona.
Sin embargo, hay que señalar, que la mayor parte de las veces se parte del
principio de la heterosexualidad y la heteronormatividad. Sólo cuando esto es
cuestionado de alguna manera se pasa a la utilización de las otras categorías sexuales
(Hicks, 208, p. 67), que siempre se utilizan de manera residual, cuando la dominante se
demuestra inservible.
A diferencia de otras categorías de diferenciación social como el género, la clase
social, la raza, la pertenencia étnica o la religión, la sexualidad no se considera
normalmente, a priori, como un factor a tener en cuenta en las condiciones de
integración social o en la capacidad de acceder a los recursos y a los derechos de
ciudadanía. Sólo cuando se cuestiona la heteronormatividad estos factores entran en
juego.
Cuando estos elementos llegan a plantearse, normalmente se hace desde un
punto de vista de ajuste a las estructuras establecidas. Es decir, se entiende la diversidad
sexual desde el esquema de pensamiento liberal, donde la sexualidad es percibida como
un tema esencialmente privado, que puede tener efectos negativos sobre los individuos
cuando estos no pueden hacer un pleno uso de los derechos reservados para la mayoría.
Desde este punto de vista, la solución estaría en realizar cambios legales que den como
resultado la asimilación de estas minorías al sistema establecido. Sin embargo, «esta
política, no impugna las instituciones y asunciones heteronormativas dominantes, sino
que las apoya y las sustenta» (Hicks, 208, p. 68). Esto tiene que ver con la concepción
de las minorías sexuales como grupos homogéneos, con una identidad y una cultura
común y unos intereses de grupo bien definidos (homonormatividad).
De esta manera, este tipo de discurso, transpuesto al mundo profesional,
entiende la diversidad sexual como lo diferente, lo otro, lo que se sale de la norma; por
lo tanto es colocada como objeto de conocimiento, mientras que la heterosexualidad
continúa incuestionable, o como dice Hicks: «la heterosexualidad se mantiene intacta e
inexplorada, o dicho de otra forma, la heteronormatividad incrustada en la práctica del
Trabajo Social se mantiene invisible» (Hicks, 208, p. 68). Porque tener en cuenta la
sexualidad sólo cuando hacemos referencia a los LGBT mantiene el sistema
heterosexual como central y lo invisibiliza.
Consecuentemente, dentro de este esquema de pensamiento, el objetivo a
alcanzar es la tolerancia del sistema dominante hacia la diversidad, es decir, los
otros/diferentes; siempre y cuando, estos otros/diferentes estén dispuestos a asimilarse
al sistema establecido (Hicks, 208, p. 71). No se cuestiona el origen de esta diferencia,
ni se analiza, por tanto, cómo ésta es producida y mantenida por la teoría y la práctica
diaria del trabajo social. La sexualidad es entendida como producto de la naturaleza, o
de características o condiciones personales, nunca como una producción cultural y
discursiva que es necesario des-construir para llevar a cabo un Trabajo Social igualitario
y no discriminatorio, ya que es en esta dialéctica entre lo que queda dentro y fuera de la
norma donde se crean las desigualdades y se producen las definiciones de sexualidades
“anormales”, “diferentes”, y por lo tanto “inferiores”. Como señala Hicks:
«(…) debemos admitir y considerar el trabajo social como un lugar de
producción de categorías sexuales, porque es una profesión en la que la
sexualidad es constituida como un objeto de investigación y de
clasificación. La literatura y la práctica del trabajo social y del bienestar
social están lejos de ser socialmente neutrales o limitadas a técnicas de
intervención. Están profundamente implicadas en la construcción de las
relaciones de poder en la sexualidad» (Hicks, 208, p. 77).
Además, el simple hecho de utilizar categorías para clasificar las sexualidades,
especialmente cuando esto se realiza desde un punto de vista dicotómico (homo-hetero),
da cuenta de un pensamiento esencialista y jerárquico de lo que son los “hombres” y las
“mujeres” y de las identidades sexuales (Hicks, 208, p. 77).
Así pues, para poder realizar una práctica de trabajo social realmente igualitaria
y antiopresiva en el campo de la diversidad sexual, es necesario hacer un análisis de “los
discursos que configuran el heterosexismo como sistema normativo de género” (Muñoz
Onofre, 2006, p. 107) desde un punto de vista biopolítico.
«Las pretensiones de universalidad y neutralidad propias de los modelos
liberales de Estado y esfera pública se quedan sin fundamento cuando en
situaciones prácticas ambos modelos se perfilan como escenarios
atravesados y condicionados por múltiples ejes estructurales de dominación
y subordinación, tales como la clase social, el sexo, la orientación sexual, el
orden étnico racial, la nacionalidad, entre otros. Desde este punto de vista,
cobra vigencia política el esfuerzo por hacer visibles las maneras en que las
desigualdades se ocultan en la esfera pública, formalmente inclusiva, y
restringen las interacciones discursivas que se dan en ella» (Muñoz Onofre,
2006, p. 107).
Desde luego, el objetivo no puede ser única y exclusivamente conseguir la
igualdad de derechos desde el punto de vista legal o jurídico (aunque este aspecto es
fundamental), ya que esto sería «aceptar que el Estado tiene la potestad de organizar el
campo sexual y designar lo que se puede considerar legítimo y lo que no» (Muñoz
Onofre, 2006, p. 113). Se trata, por lo contario, de plantear y debatir cuáles son los
límites que tiene el Estado sobre la administración de la vida y la construcción de las
subjetividades (Muñoz Onofre, 2006, p. 113).
Hay que entender la construcción de las subjetividades individuales desde una
perspectiva construccionista3. Desde este punto de vista, las sociedades ofrecen a las
personas unas posibilidades limitadas de desarrollo dentro de unos parámetros más o
menos estrictamente establecidos. De esto se deduce que «todos los cuerpos son
ficticios», «fabricados, elaborados, conducidos de acuerdo con los principios que dicta
una sociedad» (Córdova Plaza, 2011, p. 46). Por lo tanto, el que determinadas prácticas
sexuales lleguen a convertirse en identidades está determinado culturalmente4.
3
«La perspectiva construccionista descarta los esencialismos y considera que todos los aspectos
de la vida humana, aun los considerados más dependientes de imperativos biológicos (como el
cuerpo y la sexualidad), responden a contenidos sociales que son adquiridos por el individuo
mediante el proceso de enculturación. El sustrato biológico haría referencia a potenciales
humanos que requieren de la acción social para su definición y desarrollo» (Córdova Plaza,
2011, p. 46)
4
«Los movimientos de liberación gays, lesbianas y transexuales surgen precisamente como una
oposición hacia diferentes dispositivos de estigmatización-criminalización y patologización que
surgen a finales del siglo XIX. En realidad, podríamos decir que hay una dependencia
estructural en el hecho histórico de la producción de `el homosexual´ por estos dispositivos, y la
reacción de personas que se ven señaladas como seres extraños y enfermos. Dicho de otro
modo, si no hubiera surgido un conjunto de disposiciones y discursos legales, médicos,
psiquiátricos inventando la categoría clínica de `el homosexual´ no hubiera habido necesidad de
organizarse ni de luchar contra una persecución que se iba a poner en marcha a partir de ese
propio dispositivo de sexualidad. Por eso, cuando hoy día se habla de “orgullo gay” no debe
comprenderse esas palabras como una especie de absurda complacencia a partir de una práctica
El concepto de homosexualidad nace a finales del siglo XIX dentro de los
discursos médicos y legales y se plantea como una «identidad global que se impone al
sujeto» (Saéz, 2004, p. 101). Lo que hasta ese momento eran consideradas sólo como
simples prácticas sexuales que no definían al individuo que las llevaba a cabo, terminan
convirtiéndose en «identidades y en condiciones políticas que deben ser estudiadas,
repertorizadas, persiguidas, castigadas, curadas» (Preciado, 2005, p. 62). De forma que
se define la totalidad del ser de un individuo a partir de una categoría parcial como es el
sexo, «tomando la parte por el todo» (Saéz, 2004, p. 101). El sexo, el género y la
diferencia sexual se esencializan, elevándolos a la categoría de naturales y situándolos
más allá de todo contexto histórico o cultural (Preciado, 2005, p. 62). Sin embargo,
como señala Beatriz Preciado «No hay dos sexos, sino una multiplicidad de
configuraciones genéticas, hormonales, cromosómicas, genitales, sexuales y sensuales.
No hay una verdad de género, de lo masculino y de lo femenino, fuera de un conjunto
de ficciones culturales normativas» (Preciado, 2005, p. 179).
Creemos, con Javier Saéz, no se trata realmente de analizar la homosexualidad,
sino más bien aquellas formas, discursos, y prácticas que «configuran las sexualidades y
los cuerpos» como son: la heterosexualidad obligatoria, la «construcción patológica y
homófoba del homosexual», la creación de la categoría género y todos los aspectos que
conlleva, la división y oposición entre homosexuales y heterosexuales, los procesos de
exclusión de las sexualidades diversas o minorizadas, etc. (Saéz, 2004, p. 120).
Resumiendo, podemos decir que el sistema sexo/género jerarquiza los géneros y
las sexualidades; es binarista y dicotómico; naturaliza y esencializa la sexualidad y se
basa en la heteronormatividad (Moreno Sánchez y Pichardo Galán, 2006, p. 147).
En este esquema de pensamiento sólo hay dos géneros que se deben
corresponder con el sexo biológico asignado, en el caso de que no sea así, la única
posibilidad (siempre marginal y en última instancia) es optar por el otro género, pero
nunca salirse de alguna de estas categorías (Gilbert, 2009, p. 97). Tanto los sexos como
los géneros se encuentran jerarquizados, situándose siempre lo masculino por encima de
lo femenino. Este sistema dicotómico de sexo/género o bigenerismo (“bigender”) como
lo llama Gilbert (2009) es la base en la que se sustenta la heteronormatividad ya que
implica que «los dos géneros están destinados a formar la pareja heterosexual» (Gilbert,
2009, p. 97). Dicho bigenerismo establece las formas apropiadas de ser mujer y de ser
sexual, sino como una reacción política de lucha y resistencia contra un dispositivo de
persecución, escarnio y exterminio que sigue existiendo en la actualidad» (Saéz, 2004, p. 22)
hombre de forma estricta, aunque puede haber variaciones en función de determinados
parámetros, como la edad y las subculturas, tienen «características generales que son
aplicadas rígidamente al conjunto social» (Gilbert, 2009, p. 99). Por lo tanto, sólo
eliminando el sistema sexo/género será posible llegar a una sociedad en la cual no
existan ni el machismo, ni la homofobia ni la transfobia, formas de discriminación en
cuya eliminación el trabajo social se debe implicar activamente.
A vueltas con el Estado, el trabajo social, los derechos y la reforma social
Terminaremos volviendo sobre lo que hemos afirmado supra, de manera tajante
y apodíctica : “el objetivo no puede ser única y exclusivamente conseguir la igualdad
de derechos desde el punto de vista legal o jurídico, ya que esto sería ‘aceptar que el
Estado tiene la potestad de organizar el campo sexual y designar lo que se puede
considerar legítimo y lo que no’”. Y tendremos que matizarlo, desde y para el trabajo
social.
Desde un punto de vista crítico, desde la salvaguarda del valor de la libertad, ha
de ponerse entre paréntesis, desde luego, todo tipo de intromisión del Estado en la vida
privada, máxime en uno de sus recovecos más íntimos, más “privados”: la vida sexual y
afectiva (y, también y al tiempo, se ha de ser consciente que “lo intimo”, “lo privado” es
también “público”, “social”, “político”: la vida privada es, desde luego, cristalizaciones
de procesos socio-históricos y un resorte esencial ineludible, para todo cambio social,
político y cultural en pos de una mayor libertad, una mas igualdad, una profundización
de la democracia…). Pero el trabajo social, como práctica profesional y como saber, no
puede quedarse en el proceso de ayuda personal o de grupo: desde su fundación asume,
profesionalmente –y como ciudadanos-as, dos papeles que forman unidad inseparablela llamada “Reforma Social”: la mejora de la democracia, de la legislación, la garantía
cierta de los derechos inalienables de la persona humana. Es lo que han querido dejar
claro tanto la Federación Internacional de Trabajadoras y Trabajadores Sociales (FITS)
como la Asociación Internacional de Escuelas de Trabajo Social (IASSW), desde la
Definición Internacional de Montreal (2000) a la más reciente de Melbourne (2014):
- “Los principios de los Derechos Humanos y la justicia social son esenciales
para el trabajo social” (Montreal, 2000).
- “Los principios de la justicia social, los Derechos Humanos, la responsabilidad
colectiva y el respeto a la diversidad son fundamentales para el trabajo social”
(Melbourne, 2014).
Ponerle vallas, frenos, obstáculos al Estado respecto a la vida privada es una
cosa; otra, exigirle al Estado democrático la garantía de los derechos humanos y de un
justicia social que lleve a equilibrar libertad e igualdad, sin lo cual no puede haber
democracia, civilización plenamente humana. Esto nos ha de llevar a la exigencia
ciudadana y profesional de contar con un corpus de derechos, debidamente
constitucionalizados,
que den forma a las correspondientes políticas públicas de
fomento la dignidad humana; y a una administración de justicia a la que pueda dirigirse
la ciudadanía cuando se vea conculcada en su básica dignidad. En tal sentido, nos
parece muy a tener en cuenta una iniciativa de investigación y de sensibilización
internacional como la del Consejo Internacional de Políticas de Derechos Humanos,
creado en Ginebra en 1998: recientemente (2010) publicó un importante documento
titulado Sexualidad y Derechos Humanos. Documento de Reflexión, paper eje para la
Campaña por una Convención Interamericana de los Derechos Sexuales y
Reproductivos5 (www.convencion.org.uy)
Cerramos esta comunicación con un paso extraído de las conclusiones del citado
texto:
“A modo de conclusión: todo esfuerzo por aclarar y profundizar la comprensión
conceptual de los derechos humanos es un proyecto profundamente político. Es
político tanto debido a la importancia y a la delicadeza de la sexualidad y los
temas sexuales, como al hecho de que este trabajo ayudará a reformular la
relación entre las personas y el Estado. Como ya lo señaláramos, el Estado no es
el único actor y ni siquiera es el principal actor en cuanto a los derechos
sexuales. Sin embargo, cuando se pone el acento en los derechos formales y en
la ley formal, el Estado es un actor esencial en términos de políticas aun si la
idea más general es que la sexualidad cobra forma en la intersección de muchos
sistemas diferentes que son sociales, inter e intrapersonales” (Cit., p. 68)
5
“La Campaña por una Convención Interamericana de los Derechos Sexuales y Reproductivos es una
coalición de organizaciones feministas, de diversidad sexual, de líderes del movimiento indígena, del
movimiento de afrodescendientes, del movimiento de jóvenes que se propone construir un instrumento de
derechos humanos que garantice los derechos sexuales y los derechos reproductivos porque cada vez más
personas, piensan que la libertad y la equidad en el campo de la vida sexual y reproductiva deben estar
garantizadas para todos y todas, sin ningún tipo de discriminación” (Documento citado, p. 2).
Bibliografía
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