Texto para el XI Congreso Español de Sociología Madrid, 10-12 de julio de 2013 CLASES NATURALES Y DEFINICIONES EN CIENCIAS SOCIALES: LA NECESIDAD DE UN EQUILIBRIO REFLEXIVO (Borrador provisional: se agradecen comentarios) José A. Noguera Grupo de Sociología Analítica y Diseño Institucional (GSADI) Departament de Sociologia Universitat Autònoma de Barcelona jose.noguera@uab.cat Palabras clave: conceptos, clases naturales, equilibrio reflexivo, definiciones nominales, definiciones sustantivas. Resumen: Nadie en una comunidad científica negaría la necesidad de la “bondad conceptual”, esto es, de definiciones adecuadas y comúnmente aceptadas de los conceptos que las teorías científicas utilizan. Sin embargo, en la sociología (y en otras ciencias sociales), se vive en un cierto caos definicional, y son frecuentes ciertas malas prácticas y desacuerdos profundos a la hora de definir conceptos centrales de la disciplina. Las razones de esta situación responden, en parte, a dificultades profundas a la hora de decidir qué constituye una “buena” definición en ciencias sociales. En este texto se discutirán los principales tipos de definición que las ciencias empíricas utilizan, y los problemas que implican en las ciencias sociales; así, se mostrará la insuficiencia y dificultades de las definiciones nominales (o estipulativas), de las definiciones basadas en clases naturales (de cuya existencia se puede dudar en los fenómenos sociales), de las definiciones basadas en el análisis lingüístico o del significado, y de las definiciones ‘sociologistas’ o ‘construccionistas’ (exclusivas de algunas corrientes de la ciencia social). Alternativamente, se presentará un quinto tipo de definición basada en el método del ‘equilibrio reflexivo’ que Rawls ha propuesto con éxito en la teoría normativa. Se argumentará que, aunque las definiciones nominales y las basadas en clases naturales pueden tener a veces un papel en ciencias sociales (a diferencia de las ‘sociologistas’ o las basadas en el análisis lingüístico), el método del equilibrio reflexivo es sin embargo la mejor opción a la hora de definir muchos conceptos centrales que identifican objetos de estudio clave para dichas ciencias, si es que éstas deben tener alguna relevancia social. Agradecimientos: versiones anteriores de este texto fueron presentadas en la I Conference of the European Network for the Philosophy of the Social Sciences (ENPOSS), Copenhague, septiembre de 2012, y en el Seminario del GSADI, UAB, octubre de 2012. Agradezco a los asistentes sus comentarios y observaciones. 1 We all know that words are multimeaning, that our concepts are conceived very differently, and that our arguments are plagued by ambiguities and inconsistencies. The point is what to do about all of this. Can the present-day chaos be turned into a cosmos that allows, at a minimum, for intelligible communication and constructive discussion? We believe so, and we attempt to show how this can be done. Giovanni Sartori (1984: 10) 1. La relevancia de la “bondad conceptual” En cualquier disciplina científica consolidada, nadie dudaría de que la adecuada definición de los conceptos es una condición de las buenas teorías. Los conceptos vagos y mal definidos vician las teorías en las que están incluidos, así como la construcción de los correspondientes indicadores, la medida de los mismos, y la interpretación de los resultados de cualquier estudio basado en ellos. Las buenas definiciones de los conceptos con los que se construyen las teorías científicas aumentan la inteligibilidad de las mismas, hacen posible la comunicación exitosa entre los científicos, y facilitan la replicación de investigaciones y resultados. Asímismo, el hecho de que existan definiciones comunes o compartidas permite que los científicos se concentren en problemas sustantivos sobre la explicación de los fenómenos, evitando las meras “discusiones sobre palabras”. De hecho, la institucionalización de las disciplinas científicas requiere de un cierto grado de consenso definicional; por esa razón, hace tiempo que la International Sociological Association (ISA) creó un comité de investigación sobre “Análisis conceptual y terminológico” (RC35), siguiendo los pasos de la International Political Science Association (IPSA), que desde hace décadas contaba con un comité similar sbore “Conceptos y Métodos” (fundado por Giovanni Sartori). 2. ¿“Caos definicional” en las ciencias sociales? A pesar de lo expuesto, las ciencias sociales (y especialmente la sociología) cuentan con una larga tradición de carencia de buenas definiciones de sus conceptos básicos y de consenso sobre las mismas. Algunos de los conceptos más utilizados por los científicos sociales permanecen hoy en día infradefinidos, mal definidos, o simplemente carecen aún de una definición que merezca ese nombre. Son frecuentes las malas prácticas conceptuales tales como: Definiciones inconsistentes o contradictorias del mismo concepto. Infradeterminación, ininteligibilidad o vaguedad de las definiciones. Definiciones que simplementen reproducen conceptos folk. Definiciones triviales, circulares o vacías. 2 Visión esencialista de la definición de conceptos. Definiciones ideológicamente sesgadas o “normativas”. Aproximaciones “metafóricas” o “poéticas” a la definición de ciertos conceptos clave. Inconsistencia entre la definición de un concepto y el uso del mismo por parte del mismo autor. Sin ánimo de exhaustividad, permítaseme enumerar algunas muestras de dichas prácticas por parte de ciertos próceres de la teoría social contemporánea. Así, por ejemplo, define Pierre Bourdieu su conocido concepto de “campo”: “Un campo (...) es un espacio en el que se ejercen efectos de campo (...). Los límites del campo se sitúan en el punto donde cesan los efectos de campo” (Bourdieu, 1992: 75). La circularidad es evidente, violándose la regla lógica básica de que el concepto definido no sea parte de la definición. Dicho autor continua incurriendo en circularidad cuando, pocas líneas antes, afirma que “para construir el campo uno debe identificar las formas de capital específico que operan en él, y para construir las formas de capital específico uno debe conocer el campo” (íbid.). En el caso de otro de los conceptos “estrella” de Bourdieu, el de habitus, los problemas suelen ser más bien de ininteligibilidad y vaguedad de las definiciones que el autor da del mismo; una de las más citadas es la siguiente: el habitus consiste en “sistemas de disposiciones duraderas y transferibles, estructuras estructuradas predispuestas para funcionar como estructuras estructurantes, es decir, como principios generadores y organizadores de prácticas y representaciones que pueden estar objetivamente adaptadas a su fin, sin suponer la búsqueda consciente de fines y el dominio expreso de las operaciones necesarias para alcanzarlos” (Bourdieu 1990: 53). Si, armado con esta definición, un científico social empírico tuviese que seleccionar controlada y rigurosamente (no de forma intuitiva) qué tipo de cosas, entidades, acciones o fenómenos en el mundo social constituyen muestras de habitus y cuáles no, de forma que otros científicos pudiesen hacer una selección similar a la suya, no cabe duda de que le resultaría sumamente difícil. Algo similar ocurre con el manido concepto de poder de Michel Foucault, que es utilizado y citado por muchos científicos sociales: “Por poder hay que entender la multiplicidad de las relaciones de fuerza inmanentes y propias del dominio en que se ejercen, y que son constitutivas de su organización; el juego que por medio de luchas y enfrentamientos incesantes las transforma, las refuerza, las invierte; (...) los corrimientos, las contradicciones que aíslan a unas de otras. (...) El poder no es institución, y no es una estructura, no es cierta potencia de la que algunos estarían dotados: es el nombre que se presta a una situación estratégica compleja en una sociedad dada.” (Foucault, 1976: 112-113). O con el concepto de “sentido” que usa la teoría de los sistemas sociales de Niklas Luhmann: “el sentido es la forma general de la disposición autorreferencial hacia la complejidad que no puede ser caracterizada por contenidos determinados (con exclusión de otros)” (Luhmann, 1984: 87). Resulta complicado imaginar definiciones menos informativas y operativas de los conceptos en cuestión, y parece claro que la fascinación que pueden ejercer entre muchos científicos sociales se debe precisamente a su vaguedad (que permite a cada cual utilizarlos 3 con libertad según sus interpretaciones favoritas), más que a sus virtudes lógicas o conceptuales. Un caso diferente es el del concepto neomarxista de “clase social”, que frecuentemente ha sufrido definiciones ideológicamente sesgadas o usos claramente inconsistentes con su definición previa. Por ejemplo, muchos debates y propuestas sobre el concepto han procedido implícitamente del siguiente modo: primero, se parte dogmáticamente de que la “clase social” (cualquier cosa que ella sea) debe tener poder explicativo del comportamiento social, y, segundo, se redefine el concepto cuantas veces sea necesario para asegurar que designe aquellas propiedades o factores que sabemos de antemano que son causas explicativas de la conducta en un contexto dado (como la posición en jerarquías de autoridad, el nivel educativo, la categoría ocupacional, las dotaciones de mercado, o cualquier combinación de las mismas), aun cuando muchas tengan poco que ver con el espíritu que animaba originalmente a la teoría de las clases. 3. Modos de definir conceptos en ciencias sociales Las razones de la situación reseñada responden, en parte, a dificultades profundas a la hora de decidir qué constituye una “buena” definición en ciencias sociales. Por ello, en este texto se discutirán los principales tipos de definición que las ciencias empíricas utilizan, y los problemas que implican en las ciencias sociales. A tal efecto, partiremos de la tipología clásica de definiciones de conceptos establecida por Carl Hempel (1952), quien distinguía entre dos modos o tipos de definición: la definición nominal o por estipulación (simplemente adoptar la convención de utilizar un determinado término para designar un tipo de fenómenos o entidades), y la definición “real” o sustantiva (que busca capturar algún tipo de propiedad común que determinados fenómenos tienen y que les hace merecedores de ser cubiertos por un mismo concepto). A su vez, las definiciones sustantivas podían ser, según Hempel, de tres tipos: Las basadas en el análisis del significado (o análisis lingüístico), que intentan capturar el significado previamente existente del concepto en un lenguaje dado (por ejemplo, en un lenguaje natural o folk). Las que identifican clases naturales, esto es, tipos de fenómenos o entidades que comparten sistemáticamente propiedades similares o responden a procesos causales idénticos. Las basadas en una “reconstrucción racional” (en lo que Hempel llamaba “explication”) del concepto que dote de coherencia lógica al mismo al tiempo que intenta capturar su significado intuitivo habitual. En lo sucesivo discutiré el papel que cada uno de esos cuatro tipos de definiciones (las nominales más los tres tipos de definición sustantiva) pueden tener en las ciencias sociales. En primer lugar, mostraré la insuficiencia y dificultades de las definiciones nominales, de las definiciones basadas en el análisis lingüístico o del significado, de las definiciones basadas en clases naturales (de cuya existencia se puede dudar en el ámbito de los fenómenos 4 sociales), y también de las definiciones ‘sociologistas’ o ‘construccionistas’ (exclusivas de algunas corrientes de la ciencia social y, quizá por ello, no consideradas por Hempel en su tipología). Seguidamente, presentaré un tipo de definición inspirada en la “reconstrucción racional” de Hempel, pero directamente basada en el método del ‘equilibrio reflexivo’ que Rawls ha propuesto con éxito en la teoría normativa. Argumentaré que, aunque las definiciones nominales y las basadas en clases naturales (especialmente en la versión defendida por Boyd de ‘clústers homeostáticos de propiedades’) pueden a veces tener un papel importante en ciencias sociales (a diferencia de las ‘sociologistas’ o las basadas en el análisis lingüístico), el método del equilibrio reflexivo es sin embargo la mejor opción a la hora de definir muchos conceptos centrales que identifican objetos de estudio clave para dichas ciencias, si es que éstas deben tener alguna relevancia social. 4. Definiciones nominales en ciencias sociales "When I use a word," Humpty Dumpty said, in rather a scornful tone, "it means just what I choose it to mean—neither more nor less." "The question is," said Alice, "whether you can make words mean so many different things." (Lewis Carroll, 1872: 72) Quizá con las excepciones de la economía, la demografía y la psicología, la definición de conceptos por estipulación o por convención es poco frecuente en otras ciencias sociales, y cuando se da, las definiciones así formuladas no suelen hallar demasiado eco en la respectiva comunidad científica. Aun así, existen algunos ejemplos claros de definiciones nominales que son habitualmente usadas por los científicos sociales en diferentes sub-disciplinas o campos de investigación. Por ejemplo, el concepto de “utilidad” proveniente de la economía se define convencionalmente, como un valor matemático asociado a un conjunto de preferencias sobre ciertos bienes, servicios o estados del mundo. Asímismo, conceptos como el de “tasa de movilidad social relativa” en sociología son aceptados por la práctica totalidad de los practicantes de la disciplina, en este caso como designando a un cociente que indica el grado de movilidad social ascendente de una clase o grupo social en relación a las demás. Las definiciones nominales, sin embargo, tienen una limitación importante, que a mi juicio es la razón de su escaso éxito como estrategia conceptual general en las ciencias sociales. Si todos los conceptos de la sociología, por ejemplo, fuesen definidos convencionalmente, la impresión que muchos científicos sociales (y muchos legos) tendrían es que la disciplina se habría convertido en una especie de “Humpty-Dumpty science”, en la que las palabras significan lo que nosotros, los sociólogos, queramos que signifiquen (Gerring, 2001), sin ningún tipo de relación necesaria con su significado habitual. No hay duda de que así es como funcionan muchos conceptos en las ciencias de la naturaleza. Sin embargo, muchos conceptos de las ciencias sociales no podrían ser unánimemente definidos por estipulación sin crear serios problemas 5 intuitivos y pragmáticos tanto a científicos sociales como a legos. Piénsese, por ejemplo, en el exotismo de la definición de “trabajo” que hacían Schütz y Luckmann en The Structures of the Life-World como cualquier operación o acción que persigue “cambiar el mundo circundante de un modo significativo” (1983:11): en ese sentido, ellos mismos reconocían que actividades como dar un beso o casarse serían “trabajar”. ¿Es este el tipo de definiciones que pueden resultar más fértiles en las ciencias sociales? 5. La definición de conceptos como “análisis lingüístico” El primer tipo de definición sustantiva que Hempel consideraba era el análisis lingüístico de un concepto. Este ha sido tradicionalmente el método empleado por la filosofía analítica y del lenguaje para definir conceptos: proponer una definición que trate de capturar el significado habitual del concepto en el lenguaje cotidiano o “natural”, y, mediante ejemplos o contraejemplos que muestran usos del término discordantes con la definición, ir ajustándola hasta capturar las intuiciones más comunes al respecto. La definición mediante análisis del significado, por tanto, sirve para definir un término que ya tiene un uso previo, y no lo hace por estipulación sino proporcionando una locución sinónima que es comprendida previamente en el lenguaje en el que se usaba el término a definir. Las definiciones recogidas en los diccionarios de una lengua, por ejemplo, son definiciones de este tipo. En ciencias sociales, muchos de los conceptos básicos se designan con términos que son de uso habitual en el lenguaje cotidiano, por lo que se podría pensar que esta estrategia sería especialmente indicada para las mismas. Sin embargo, como advertía el propio Hempel (y como vieron muchos otros filósofos analíticos y post-analíticos), el análisis lingüístico adolece de dos importantes problemas: en primer lugar, los términos y conceptos utilizados en los lenguajes naturales no cumplen con la llamada “condición de determinación”, esto es, las condiciones para su aplicación no están bien determinadas en dichos lenguajes: en ninguno de ellos existe una regla unívoca y sin excepción que determine a qué tipo de cosas o procesos se puede aplicar cada término o concepto y a cuáles no; dicho de otro modo: el significado de las palabras de un lenguaje natural no está completa y perfectamente determinado. En segundo lugar, tampoco se cumple la condición de uniformidad en el uso: las condiciones de aplicación de los términos de un lenguaje natural no son las mismas para todos los usuarios de ese lenguaje en el tiempo t. Lo que la falta de satisfacción de ambas condiciones implica es que resulta futil intentar una definición lógicamente rigurosa de conceptos mediante análisis lingüístico. Como brillantemente demostró Wittgenstein en sus Investigaciones filosóficas, lo máximo que podremos encontrar son ciertos “parecidos de familia” entre todas las entidades y sucesos designados por un mismo concepto o término, pero ello dista mucho de las exigencias lógicas que los conceptos científicos deberían satisfacer. Tampoco parece esta, por tanto, una estrategia aconsejable para la definición de conceptos en las ciencias sociales. Y es que existe, en el caso de los conceptos científicos, una tercera razón para rechazarla: la definición mediante análisis lingüístico haría a los científicos esclavos del uso habitual de los términos en el lenguaje cotidiano, cuando a menudo las exigencias lógicas, teóricas y 6 empíricas hacen conveniente, e incluso necesario, el alejarse de dicho uso. Lo que vamos advirtiendo, por tanto, es que los científicos sociales nos enfrentamos a un trade-off nada confortable: por un lado, intuitivamente queremos conceptos que no sean completamente discontinuos con el uso que los términos correspondientes tienen en la vida social, pero por otro, como científicos, no podemos estar a expensas de ese uso para formular definiciones lógicamente rigurosas de los conceptos que utilizamos en las teorías científico-sociales. ¿Existe algún tipo de equilibrio aceptable o no arbitrario entre ambas pretensiones? 6. ¿Hay clases naturales en los fenómenos sociales? La solución más frecuente entre los científicos de otras disciplinas y entre los filósofos de la ciencia ha sido frecuentemente esta: las definiciones de conceptos científicos deben estar orientadas a identificar clases naturales. Los objetos que constituyen una clase natural poseen todos ellos (y sólo ellos) una serie de propiedades necesarias y suficientes para identificarse como miembros de esa clase (por ejemplo, un animal es una ballena si es un mamífero con una cierta anatomía que vive en un entorno acuático, que tiene toda una serie de propiedades comunes a todas las ballenas, y que, tomadas en conjunto, sólo ellas poseen). Las clases naturales, se suele decir desde que Platón así lo expresó, “cortan” la realidad por sus junturas, no son clasificaciones arbitrarias o convencionales, su existencia no depende de la voluntad o percepción de los seres humanos. Las definiciones basadas en la identificación de clases naturales, por tanto, especifican las características empíricas que comparten todos los objetos designados por el concepto definido, y sólo ellos. Este tipo de definiciones tienen una indudable ventaja: proporcionan información empírica sobre una clase de objetos (y no meramente información sobre el uso lingüístico de algunos términos o palabras), puesto que especifican cuáles son las condiciones necesarias y suficientes para que un objeto sea una muestra o ejemplar del tipo o concepto definido. Al hacerlo, permiten hacer inferencias y generalizaciones inductivas a partir de una muestra concreta del concepto, y ayudan, por tanto, a las teorías científicas a encontrar leyes. Por ejemplo, si las ballenas son una clase natural, al clasificar un objeto como una ballena sólo por su aspecto exterior, automáticamente sabremos muchas otras cosas sobre su anatomía interna, sus necesidades, e incluso su genética; si, a la inversa, observamos que una muestra de ballena (identificada por su aspecto exterior) tiene ciertas propiedades anatómicas internas, podremos concluir con alguna certeza que el resto de ejemplares de la clase tienen similares o idénticas características. Sin embargo, como advierte Ramsey (1998), la existencia de clases naturales como el agua o las ballenas (y otras muchas similares) plantea un cierto enigma, pues implica que, en muchos casos, hay un modo intuitivo o inmediato de identificar ejemplares de una clase natural independientemente del conocimiento de su “esencia” (de las propiedades naturales que comparten todos los ejemplares de una clase y que explican que constituyan una clase): el agua puede ser fácilmente identificada sin saber que su “esencia” química consiste en ser H2O; las ballenas o los perros, o los mismísimos seres humanos, pueden ser 7 fácilmente identificados y clasificados como tales sin necesidad de conocer el código genético de su especie. Dicho de otro modo, parece existir una sorprendente convergencia entre nuestros conceptos y clasificaciones intuitivas o precientíficas y los conjuntos de propiedades reales (muchas de ellas no visibles) que constituyen como clase natural a una serie de objetos. La explicación tradicional de esa convergencia es que los seres humanos clasificamos intuitivamente los objetos naturales y los seres vivos en función de las características más prominentes de su apariencia externa, y esas características están causalmente conectadas con las propiedades más “esenciales” que los constituyen como ejemplares de una u otra clase natural. El problema es que esta conexión difícilmente puede darse por supuesta cuando hablamos de objetos sociales o culturales. Existe una mucho mayor variabilidad y maleabilidad en las formas en que los seres humanos clasificamos espontáneamente esos objetos en el tiempo y el espacio, y los procesos causales responsables de su aparición son tan complejos e intrincados que resulta muy difícil identificar conjuntos de propiedades que sean compartidos por todos los ejemplares de tipos conceptuales como (los que la gente designa como) “revoluciones”, “democracias”, “trabajo”, “jóvenes”, etc., y sólo por ellos. La idea de que podemos encontrar algo similar a las clases naturales en la vida social ha sido, por esta razón, seriamente discutida. Además de la razón que se acaba de mencionar, otras muchas se han aducido en contra de esta posibilidad, como, por ejemplo: El hecho de que muchas clases de fenómenos o de objetos en la sociedad son interactivas (Hacking, 1999), esto es, los agentes pueden reaccionar frente a ellas y acabar cambiándolas (piénsese, por ejemplo, en la históricamente cambiante consideración de determinadas conductas o estados como enfermedades mentales). La existencia de clases naturales implica, como se ha dicho, la existencia de leyes de tipo nomológico, pero existen dudas muy serias sobre la posibilidad de formular tales leyes en el ámbito de los fenómenos sociales. Tratar de identificar clases naturales en el ámbito de lo social podría conducirnos a un cierto “esencialismo social” que acabase atrapado en argumentos tautológicos (como los que lastraron algunas explicaciones funcionalistas clásicas en sociología o algunas tesis de la tradición marxista-hegeliana). La realizabilidad múltiple de muchos fenómenos sociales (esto es, el hecho de que idénticos o similares fenómenos macrosociales puedan ser el resultado de muy diferentes configuraciones de fenómenos en el nivel microsocial) dificulta enormemente la explicación de todos los ejemplares de un mismo tipo de fenómeno social meidante los mismos procesos causales o mediante leyes de cobertura. Por todos estos motivos, algunos científicos sociales como Daniel Little (2008) han acabado por abrazar el siguiente lema: “Be realist about social mechanisms but not about social kinds!” (sed realistas con los mecanismos sociales, 8 pero no con las clases). Esto es, los científicos sociales harían bien en abandonar la pretensión de “descubrir” clases naturales en el ámbito de lo social, y en focalizar su atención en los mecanismos y factores causales que explican la aparición de fenómenos sociales particulares. O, dicho de otro modo, clasifiquemos las causas explicativas (los tipos de mecanismos), no los fenómenos a explicar, y dediquémonos a ofrecer explicaciones sustantivas de fenómenos reales, en vez de a intentar buscar sus supuestas “esencias”. 7. El construccionismo social y las definiciones emic Aunque Hempel no la tuvo en cuenta en su tipología, existe una estrategia de definición sustantiva diferente de las anteriores y propia de ciertas corrientes teóricas y epistemológicas de disciplinas como la sociología o la antropología. En efecto, al decir de algunos autores que podríamos calificar (a falta de una denominación mejor) como “construccionistas sociales”, un fenómeno social dado puede considerarse como ejemplar del concepto C si es “socialmente considerado” como tal. Por ejemplo, algunos antropólogos construccionistas aducen la futilidad de definir teóricamente conceptos como el de “familia”, y abogan por considerar como “familia” cualquier modo de convivencia o grupo humano que una cultura particular considere como tal, o incluso por abandonar el concepto y simplemente usar los términos y definiciones folk que dicha cultura utilice (en lo que se conoce en antropología como aproximación emic a la cultura). En sociología o en teoría política existen también ejemplos de conceptos definidos de este modo. Un concepto importante de la ciencia política es el de “nación” o “identidad nacional”, pero las discusiones sobre la definición del mismo han sido intensas, e incluso han traspasado la academia para desplazarse al propio debate político. Según una perspectiva construccionista, una “nación” existe si un número suficientemente numeroso de personas creen que son una nación, con lo que el concepto queda lógicamente vacío, y se encomienda la determinación de su significado a los usuarios. Del mismo modo, en la sociología del trabajo, Ray Pahl (1984) defendió la tesis de que el “trabajo” no puede definirse teóricamente, pues consiste en toda aquella actividad que sea socialmente considerada como tal en una determinada cultura y época histórica. Obsérvese la diferencia entre las definiciones construccionistas y las basadas en el análisis del uso común del concepto (el análisis lingüístico o del significado), analizadas anteriormente: las primeras, a diferencia de las segundas, no intentan siquiera identificar cuál es la definición implícita o subyacente en los usos comunes del concepto, intentando capturar un supuesto significado unívoco bajo dichos usos. Los construccionistas no necesitan, de hecho, una definición lógicamente coherente con los usos sociales del concepto, dado que adoptan un enfoque emic: simplemente, el modo en el que los “nativos” usan los conceptos es correcto y no hay nada más que el teórico deba conocer. Huelga decir que el construccionismo así entendido, más que aportar una nueva estrategia de definición científico-social de conceptos, abdica de dicha tarea teórica y la declara absurda e incluso perniciosa (por etnocéntrica), condenándose a sí mismo a una labor puramente descriptiva de cuya supuesta neutralidad epistémica y cientificidad cabe dudar seriamente. 9 Sin embargo, las definiciones construccionistas sí comparten con el análisis del significado los problemas que este presentaba a la hora de definir conceptos: en primer lugar, el de la indeterminación del uso por el significado; si cualquier cosa que los “nativos” llamen “trabajo” es trabajo, o cualquier grupo que crea ser una “nación” lo es, entonces seguimos careciendo de una regla sustantiva que nos informe de las condiciones de aplicación del concepto, y estaríamos aceptando como estrategia de definición la pura arbitrariedad propuesta por Humpty-Dumpty en la fantasía de Carroll: tal y como le responde a Alicia, la cuestión no es si podemos darle a las palabras el significado que queramos, sino “which is the master”, esto es, quién manda. Para el construccionista está claro: manda todo el mundo menos la ciencia social y las reglas de la lógica. En segundo lugar, una definición construccionista también se enfrentará al problema de la no uniformidad en el uso social de los conceptos, esto es, al hecho de la ausencia de consenso sobre su significado en el interior de cada cultura. Si resulta que los “nativos” de una cultura dada llaman “trabajo” a actividades diferentes y ofrecen definiciones muy alejadas e incluso contradictorias de ese concepto, entonces una perspectiva construccionista debería aceptarlas todas ellas como “válidas”, y aceptar, por tanto, definiciones contradictorias. El construccionista puede tener una actitud relajada frente a todas estas implicaciones, pero el científico social empírico que busca explicaciones causales para los problemas y enigmas de la ciencia social seguramente quedará insatisfecho y seguirá intentando definir sus conceptos de un modo más fértil. 8. Las definiciones como “reconstrucciones racionales” El último tipo de definición que Hempel consideraba era la “reconstrucción racional” (que también denominaba “explication” o “ellucidation”). A su juicio, esta estrategia combina elementos de análisis del significado (como los de la estrategia del análisis lingüístico) con elementos de análisis empírico (como los de las definiciones basadas en clases naturales). Se trata, en este caso, de confrontar los rasgos empíricos prototípicos de tipos de fenómenos que intuitivamente quedan cubiertos por un concepto con el uso lingüístico habitual del término que los designa, de forma que podamos “elucidar” de forma coherente el significado “nuclear” de dicho concepto. Hempel sugiere que ninguno de ambos elementos (los rasgos empíricos prototípicos de los ejemplares del concepto y el uso lingüístico del mismo) tiene un privilegio ex ante sobre el otro a la hora de determinar la definición que acabemos adoptando. Por el contrario, la definición mediante reconstrucción racional es un proceso prudencial, que debe operar caso por caso y estar abierto a revisión permanente. La tesis que defenderé a continuación es que esta estrategia de definición guarda una estrecha similitud con la metodología del “equilibrio reflexivo” propuesta por John Rawls (1971) para la formulación de teorías normativas en filosofía política. 10 9. El equilibrio reflexivo en la filosofía política La idea rawlsiana del equilibrio reflexivo (si no la expresión) fue explicitada con claridad por primera vez por Nelson Goodman (1955) en el contexto de una discusión sobre la justificación de nuestras reglas habituales de inferencia. Posteriormente, fue John Rawls quien la popularizó en el campo de la filosofía política, como método para la construcción de teorías aceptables de la justicia distributiva. El procedimiento propuesto por Rawls puede resumirse (muy simplificadamente) del siguiente modo: Puesto que no podemos contrastar la validez de nuestras teorías normativas confrontándolas con los hechos (pues aquéllas tratan sobre cómo debería ser el mundo, no con cómo es), la única opción disponible es contrastarlas con nuestras intuiciones morales. Sin embargo, es obvio que dichas intuiciones pueden a menudo ser erróneas, inconsistentes, diversas e incluso contradictorias, de modo que, en primer lugar, debemos tratar de articularlas en la forma de un conjunto de principios morales lógicamente consistente. Seguidamente, podemos derivar implicaciones prácticas que la aplicación de dichos principios tendría en situaciones concretas (ya sean reales o hipotéticas). Al hacer tal cosa, es posible que encontremos consecuencias de la aplicación de los principios que contravengan otros principios morales robustos u otras intuiciones sólidas. En tales casos, debemos alcanzar un equilibrio reflexivo entre los principios y las intuiciones, modificando o abandonando aquellos principios que contradigan intuiciones muy fuertes, y/o modificando o abandonando aquellas intuiciones que contradigan principios muy robustos, repitiendo el proceso hasta que las contradicciones desaparezcan o sea muy difícil encontrar ejemplos de implicaciones prácticas problemáticas. Según Rawls, el equilibrio así resultante, y la teoría normativa que se base en él, aunque siempre provisional (nunca cabe descartar que acaben apareciendo implicaciones prácticas problemáticas), es lo mejor que podemos obtener hasta que encontremos nuevas inconsistencias o implicaciones intuitivamente incorrectas cuando apliquemos la teoría a casos concretos. Valga decir que la propuesta rawlsiana, desde que fue formulada, ha conocido un indudable éxito y hoy día suscita un amplio consenso en el ámbito de la filosofía política y la teoría de la justicia. 10. El equilibrio reflexivo como estrategia de definición de conceptos ¿Podría aplicarse el procedimiento del equilibrio reflexivo a la tarea de definición de conceptos en las ciencias sociales? Parece claro que las propiedades del mismo (como las de la “reconstrucción racional” hempeliana) resultan 11 especialmente indicadas para enfrentarse al trade-off entre rigor lógicoconceptual y aceptabilidad intuitiva que, como ya se dijo, atenaza a la definición de muchos conceptos básicos de las ciencias sociales. La idea general es que la definición adecuada de muchos de esos conceptos (como “trabajo”, “familia”, “desigualdad”, “clase social”, “norma social”, “valores”, “identidad social”, “democracia”, “política”, “nación”, etc.) no requiere únicamente la aplicación de reglas lógicas, sino también capturar de algún modo las intuiciones nucleares habituales que subyacen bajo el uso ordinario del concepto. Pero, dado que esas intuiciones y los usos lingüísticos ordinarios son frecuentemente vagos e inconsistentes, las definiciones científico-sociales deberían reconstruir su sentido de forma lógicamente rigurosa. De modo similar al método rawlsiano en filosofía política, esta estrategia de definición consistiría en: Articular, en primer lugar, nuestras intuiciones más sólidas sobre el significado del concepto en una definición formal (preferiblemente especificando condiciones necesarias y suficientes para la aplicación del concepto a ejemplares concretos). En segundo lugar, intentar hallar contraejemplos, esto es, casos que intuitivamente quedan cubiertos por el concepto pero que la definición propuesta no captura, o, a la inversa, casos que son capturados por la definición, pero que intuitivamente resulta problemático considerar como ejemplares de ese concepto. Finalmente, alcanzar un equilibrio reflexivo mediante la modificación de las condiciones incluidas en la definición y/o el abandono como erróneas o confusas de algunas de las intuiciones en disputa; en el límite ideal, esta operación se llevaría a cabo hasta que sea difícil o imposible encontrar nuevos contraejemplos. Si bien es cierto que esta estrategia como tal no ha sido sistematizada y explicitada por la metodología de las ciencias sociales, y que su similitud con el equilibrio reflexivo rawlsiano no ha sido advertida, también lo es que la práctica real de muchos teóricos y científicos sociales cuando definen algunos conceptos clave de sus teorías se acerca a su aplicación implícita, pues, en efecto, parecería que el sentido común nos llevase en esa dirección: como afirma Follesdal (1996: 202), cuando definimos un concepto “deseamos encontrar formas de descripción y distinciones que encajen con el material, al tiempo que crear claridad y cohesión en torno al mismo”. 11. La estrategia del equilibrio reflexivo vs. el análisis lingüístico Es importante advertir las decisivas diferencias que existen entre la estrategia del equilibrio reflexivo y la del análisis del significado (o lingüísitco), que discutimos en una sección anterior. La primera, y notable diferencia es que en el equilibrio reflexivo rawlsiano los elementos de contraste para los principios teóricos no son cualquier tipo de intuiciones o juicios preteóricos que podamos tener, sino únicamente los “juicios bien ponderados” (well-considered judgements), a 12 saber, aquellos que siguen en pie tras una reflexión y examen mínimamente meticuloso (y no son simplemente disparados, por ejemplo, por una reacción emocional pasajera). En segundo lugar, mientras en el análisis lingüístico el equilibrio se alcanza mediante una adaptación “en una sola dirección” (las definiciones deben capturar los usos lingüísticos y las intuiciones habituales, esto es, adaptarse a ellas), en el equilibrio reflexivo la adaptación funciona en ambas direcciones: en ocasiones serán los principios teóricos los que deban ser modificados o abandonados para que la definición sea coherente con sólidas intuiciones, pero en otras ocasiones deberán ser dichas intuiciones las que “cedan” ante las exigencias lógicas de coherencia de una determinada definición formal. Parafraseando a Goodman, diríamos que en el proceso de construir una definición mediante equilibrio reflexivo, abandonaremos (o modificaremos) aquellas intuiciones que contradigan condiciones de una definición que no estamos dispuestos a suprimir, y aquellas condiciones de una definición que contradigan intuiciones de las que no estamos dispuestos a prescindir. El método del equilibrio reflexivo nos concucirá a seleccionar, evaluar y disciplinar caso por caso el “caos” intuicional existente sobre el significado de un concepto, algo que el análisis lingüístico no necesariamente exige. Es importante insistir en que el equilibrio reflexivo no necesita suponer ningún tipo de corrección o validez especial en nuestras intuiciones preteóricas (lo cual, por otro lado, chocaría con amplia evidencia empírica proporcionada por la psicología cognitiva y la experimentación conductual). De hecho, como el propio Hempel sugería, las definiciones en términos de “reconstrucción racional” no son “verdaderas” o “válidas” en el sentido en que lo pueden ser las teorías, hipótesis o afirmaciones sobre el mundo, sino que deben evaluarse por su grado de fertilidad teórica y empírica, por la medida en que resultan más o menos útiles para seleccionar la evidencia relevante y los objetos de investigación adecuados. En tercer lugar, tanto Rawls como algunos comentaristas autorizados de su obra como Daniels (1996) distinguen entre el equilibrio reflexivo “estrecho” y el “amplio”, siendo éste último el defendido por Rawls. Cuando buscamos un equilibrio reflexivo “amplio”, no trabajamos únicamente con principios teóricos y “juicios bien ponderados”, sino que, además, tomamos en consideración teorías y creencias de fondo sobre el mundo, sobre otros conceptos, y sobre lo que constituye una buena práctica teórica; por ejemplo, en el caso de las definiciones conceptuales, podríamos tomar en cuenta teorías y casos concretos que muestren la fertilidad de determinadas operaciones definicionales, o de determinadas maneras de definir un concepto. 12. ¿Qué conceptos deberían definirse mediante equilibrio reflexivo? Incluso si las definiciones nominales o las basadas en clases naturales son posibles en algunos casos, existen conceptos clave en las ciencias sociales que no pueden ser adecuadamente definidos de ese modo, y de los cuales difícilmente podemos prescindir. Se trata de conceptos que sólo pueden ser satisfactoriamente definidos usando la estrategia del equilibrio reflexivo (o reconstrucción racional). Típicamente, este tipo de conceptos: 13 Tienen un uso habitual en la vida cotidiana: son conceptos preteóricos, pre-existentes a la ciencia social, pero que ésta toma “prestados” para ciertos propósitos. Carecen de un significado preciso y claramente delimitado, sus fronteras son vagas y su sentido es a menudo objeto de disputas. Son, sin embargo, teóricamente relevantes, y por tanto exigirían una definición científico-social rigurosa. Son, además, normativamente importantes, dado que determinadas cargas y beneficios para los individuos y grupos de una sociedad dependen de cómo se definan en el proceso político o en la vida social. Algunos debates definicionales recurrentes en ciencias sociales tienen que ver con este tipo de conceptos. Valgan como ejemplos, sin ánimo de exhaustividad, discusiones como las habidas sobre los conceptos de “clase social” (Wright, 1985: 20ss), “nación”, “trabajo”, “familia”, “Estado del bienestar”, “política” (véase ya la discusión al respecto de Weber en La política como vocación), “religión” (por ejemplo, ¿debe dársele una definición sustantiva o funcional?), “poder”, “ideología”, “juventud”, o similares. 13. La relevancia de las definiciones basadas en el equilibrio reflexivo Se podría preguntar por qué deberían los científicos sociales definir conceptos como los citados mediante la estrategia del equilibrio reflexivo, en vez de simplemente hacerlo mediante definiciones puramente nominales (o definiciones basadas en clases naturales, si las encuentran), y luego “traducir”, si fuese necesario, esos conceptos en los términos del lenguaje cotidiano o preteórico. Creo que hay dos respuestas posibles a esta pregunta, que han sido ambas utilizadas en la historia de las ciencias sociales. La primera es la respuesta dominante o más frecuente, pero me parece de dudosa solidez. Consistiría en decir que, dado que las ciencias sociales trabajan con las creencias y deseos de los agentes (esto es, con estados mentales que tienen un contenido proposicional) como parte de sus explananda y de sus explanans, deben trabajar por fuerza con los conceptos y la terminología que esos agentes usan en su vida cotidiana como constitutivos de esas creencias y deseos. En ocasiones, esto ha recibido el nombre de reflexividad de la ciencia social. Sin embargo, no creo que sea una buena razón para preferir las definiciones basadas en el equilibrio reflexivo frente a las nominales o a las basadas en clases naturales, por la sencilla razón de que, al igual que un carpintero no necesariamente debe trabajar con herramientas de madera, tampoco la ciencia social está obligada de por sí a utilizar los mismos conceptos empleados por aquellos cuya conducta es su objeto de estudio (si ello fuese así, además, ¿por qué no debería aplicarse la misma regla a la biología cuando trata del ser humano?). Lo único que muestra el argumento expuesto es que los conceptos preteóricos pueden (y seguramente deben) ser objetos de investigación para la ciencia social, pero no que deban ser necesariamente herramientas de la misma o tener papel alguno en la construcción de sus propias teorías científicas. 14 La segunda respuesta, inspirada en algunos argumentos metodológicos de Weber, me parece mucho más prometedora: las definiciones basadas en el método del equilibrio reflexivo son necesarias porque sin ellas sería imposible la selección de objetos de estudio relevantes para los científicos sociales. Piénsese, por ejemplo, en objetos habituales de investigación científico-social como el desempleo, la delincuencia y la desviación social, la inmigración, la etnicidad, el nacionalismo, las desigualdades sociales y económicas, las revoluciones y revueltas, la modernidad, el terrorismo, la democracia, las políticas de bienestar social, el funcionamiento de los mercados, los conflictos sociales y políticos, etc. A poco que se reflexione, parece obvio que identificamos dichos objetos (a veces como explananda, a veces como explanans), tomándolos “prestados” del lenguaje ordinario, por razones eminentemente normativas o policy-oriented. Podría aducirse con razón que la selección de objetos de investigación en otras ciencias ha sido siempre una de las motivaciones del interés filosófico por las clases naturales. Pero, en la ciencia social, esa selección conduce por fuerza al uso de conceptos y consideraciones que están estrechamente vinculadas con las preocupaciones de la vida social pretéorica o de la agenda política de una determinada sociedad. Como advierte Daniel Little (2008), tales objetos no son clases naturales (o, en su denominación, “social kinds”): resulta imposible capturar todos sus ejemplares potenciales mediante un conjunto de rasgos compartidos por todos ellos y sólo por ellos; resulta aún más inviable explicarlos todos mediante las mismas leyes o procesos causales nomológicos. Si identificamos objetos como “el terrorismo” o “las revoluciones” como temas de interés para las ciencias sociales es por razones normativas y políticas, no porque pensemos que existe una esencia subyacente o propiedad causal común a todos los ejemplares intuitivamente capturados por esos conceptos. El problema es fácil de entender: en ausencia de un equilibrio reflexivo, nos enfrentaríamos, en estos casos, a una engorrosa elección entre unos conceptos folk vagamente definidos, por un lado, y unos conceptos precisos y “bien” definidos pero de uso fuertemente contraintuitivo, que carecerían de sentido para los agentes sociales, por otro. Las teorías y explicaciones que la ciencia social ofrece, sin embargo, tratan con frecuencia de “tener sentido” también para los agentes cuya conducta se trata de explicar, o para los policymakers que actúan en el ámbito en cuestión. Los científicos sociales tendemos a desear que nuestros conceptos tengan un significado que no sea radicalmente discontinuo con el que tienen en su uso ordinario por parte de los agentes sociales. De otro modo, acabaríamos disponiendo de conceptos como aquellos de los que Borges decía que ““no admiten la menor réplica y no causan la menor convicción” (Ficciones, p.22). No es entonces sorprendente que el único proyecto sistemático de definición rigurosa de conceptos y unificación conceptual en las ciencias sociales, la tradición de análisis y formación de conceptos en ciencia política iniciada por Giovanni Sartori (véase Collier y Gerring, 2009), utilice implícitamente el método que hemos descrito. Como afirma uno de los discípulos de Sartori, “la formación de conceptos en ciencias sociales debe ser entendida como un intento de mediación entre el mundo del lenguaje (así como de nuestro mundo cognitivo prelingüístico) y el mundo de las cosas (más allá del lenguaje)” (Gerring, 2001: 37). Lo que Gerring (2001: 40) ha denominado “resonancia” (“resonance”), esto es, 15 la familiaridad con el uso de un concepto en contextos ordinarios, es un criterio importante de bondad conceptual. Un concepto definido de forma muy idiosincrática probablemente no resultará muy fértil ni generará un mínimo consenso en la comunidad científico-social. Es, en este sentido, interesante la propuesta de este autor cuando sugiere la adopción de la siguiente regla: “El lenguaje cotidiano debería ser entonces considerado como estableciendo el nivel mínimo de complejidad lingüística por encima del cual la ciencia social puede elevarse (mediante la creación de nuevos términos o la redefinición especializada de los que ya están establecidos), pero por debajo del cual no debería caer” (Gerring, 2001: 67). 14. Vías alternativas para la definición de los conceptos sociales Examinemos, antes de concluir, algunas opciones para la definición de conceptos que los científicos sociales podrían plantearse como alternativas a la que se acaba de defender. Opción 1. ¡Desconectad la ciencia social del pensamiento pre-teórico y de las preocupaciones normativas de la vida cotidiana! ¡Definid por estipulación y/o buscando clases naturales! Ya hemos visto cuáles serían las dificultades de esta estrategia. Cabe preguntarse, como hemos hecho, si es siquiera viable, y si no acabaríamos re-introduciendo implícitamente conceptos folk en la delimitación de nuestros objetos de investigación. Pero, como también se ha sugerido, el más alto precio que la ciencia social pagaría por escoger esta opción se mediría en términos de su relevancia social. En este sentido, cabe cuestionar la idea heredada de ciertas sociologías de la segunda mitad del siglo veinte (y defendida por teóricos como Pierre Bourdieu o Peter Berger) según la cual la ciencia social debería partir de una “ruptura epistemológica” con la perspectiva ordinaria: en concreto, ¿por qué el supuesto de una conexión sistemática entre los conceptos científicos y los ordinarios debe ser mucho peor que el supuesto de su desconexión sistemática? Opción 2. ¡Olvidad los conceptos y sus definiciones! ¡Trabajad sólo con acciones, variables, relaciones y correlaciones! De nuevo, si adoptásemos esta estrategia, aún deberíamos identificar, aislar y clasificar “acciones”, “relaciones”, “variables”, etc., de modo que los conceptos volverían a “colarse” implícitamente por la puerta trasera. El problema es que para describir la realidad significativamente necesitamos conceptos, y más nos vale que tengan definiciones teóricas explícitas. Opción 2bis. ¡Olvidad los conceptos y sus definiciones! ¡Trabajad sólo con mecanismos! Una variante (hoy de moda) de la segunda opción consistiría en clasificar los fenómenos según los mecanismos causales que los producen, en vez de según sus similitudes aparentes u observables, y, por tanto, tratar de identificar clases naturales sin “esencias”, constituidas únicamente por un común patrón causal. La propuesta de Richard Boyd (1999) de concebir las clases naturales como “clústers homeostáticos de propiedades” estaría muy cercana a esta estrategia, pues sostiene que un mecanismo causal puede ser responsable de la co-ocurrencia de ciertos conjuntos (o clústers) de propiedades que típicamente 16 aparecen agrupadas en la mayoría de los ejemplares de una aparente “clase natural”, pero de forma que no todas las propiedades del clúster aparecen siempre en todos los ejemplares; al depender dicha co-ocurrencia de la operación del mecanismo, que puede a su vez estar condicionada por la presencia de otros factores, la clase natural en cuestión no estaría regida por leyes nomológicas y admitiría la existencia de ejemplares que no mostraran todas las propiedades del clúster típico. Según Boyd, este modo de entender las clases naturales podría hacer su propuesta especialmente indicada para las ciencias humanas y sociales. Sin embargo, la misma crítica mencionada anteriormente se aplicaría aquí, puesto que para describir un mecanismo debemos identificar, aislar y clasificar las entidades y procesos que lo constituyen, y por lo tanto no escaparíamos a la necesidad de definir los conceptos que nos permiten identificar el mecanismo según criterios que no consisten en la identificación de “clústers homeostáticos de propiedades”. En realidad, cualquiera de las opciones hasta aquí descritas supondrían un serio problema para la relevancia de las ciencias sociales. Piénsese en dos tipos de desconexión posibles entre las definiciones que estas opciones defienden y las que resultarían de una definición basada en un equilibrio reflexivo (o, para el caso, preteórica): En primer lugar, imaginemos varios posibles casos/ejemplares cubiertos por una misma definición basada en un equilibrio reflexivo, pero generados por diferentes mecanismos causales: por ejemplo, una “revolución” puede ser provocada por un mecanismo de “privación relativa” de una determinada minoría social, por la miseria generalizada de la mayoría de la población, o por la indignación religiosa (por mencionar sólo tres posibilidades). ¿Deberíamos, en tal caso, sustituir el término “revolución” por tres etiquetas conceptuales diferentes, como “revolución provocada por M1”, “provocada por M2”, y “provocada por M3”? A la inversa, imaginemos varios posibles casos/ejemplares cubiertos por dos definiciones diferentes basadas en un equilibrio reflexivo, pero que son explicables mediante el mismo mecanismo causal. Por ejemplo, el mecanismo de la “ignorancia plural” puede explicar la perpetuación de una dictadura, y también el sobreconsumo de alcohol entre los jóvenes universitarios. ¿Deberíamos eliminar los términos “perpetuación de una dictadura” y “sobreconsumo de alcohol” para sustituirlos por la etiqueta conceptual “fenómenos provocados por la ignorancia plural”? Parece evidente que en ambos casos, la respuesta de la inmensa mayoría de los científicos sociales sería negativa. Opción 3. ¡Olvidad la teoría! ¡Simplemente aceptad los conceptos folk como los únicos reales y significativos! Cabe temer que esta opción fuese simplemente equivalente a la de ¡Olvidad la ciencia social! (y por tanto, nuestros empleos), con lo que la discusión se detendría aquí. 17 15. Conclusión Si descartamos las anteriores estrategias como opciones generalizadas, todo lo que nos queda en las ciencias sociales a la hora de definir muchos conceptos clave es la opción del equilibrio reflexivo. Sin duda, no se trata de un método perfecto, ni siquiera demasiado parsimonioso. No nos ofrece un algoritmo para construir definiciones. Pero es mejor que cualquiera de los demás en el caso del tipo de conceptos básicos que hemos estado mencionando. Las definiciones basadas en un equilibrio reflexivo no siempre serán simples o elegantes, y no siempre evitarán todos los contraejemplos, pero tampoco las demás definiciones lo harán. Podríamos estar tentados de pensar que resulta preferible conservar la simplicidad de nuestras definiciones tanto como sea posible, aun al precio de admitir definiciones altamente contraintuitivas, puesto que la simplicidad siempre redunda en una mayor fertilidad y tratabilidad de nuestros modelos y teorías. Sin embargo, una vez más, ello no nos evitaría la tarea que el método del equilibrio reflexivo es capaz de hacer con algunos conceptos clave, sino que simplemente aconsejaría cómo tratar con uno de los trade-off que dicha tarea involucra (simplicidad vs. cobertura de la definición). La conclusión que creo cabe extraer es la siguiente: el método del equilibrio reflexivo (lo que Hempel llamaba “reconstrucción racional”) ofrece una manera sensata y no arbitraria para formular, revisar, actualizar y mejorar la calidad de las definiciones de muchos conceptos clave de las ciencias sociales. Al mismo tiempo, debe admitirse que en numerosos casos pueden ser convenientes definiciones nominales o puramente estipulativas de algunos conceptos, e incluso, si descubriéramos alguna que mereciese el nombre, definiciones basadas en clases naturales. Por tanto, la elección óptima para las ciencias sociales es probablemente un equilibrio adecuado entre la Opción 1 (supra) y la estrategia del equilibrio reflexivo, utilizando una u otra opción dependiendo del papel de cada concepto en las teorías e investigaciones científico-sociales. Bibliografía Borges, J. L. (1944) Ficciones. Madrid, Alianza. Bourdieu, P. (1990) El sentido práctico. Madrid, Taurus. Bourdieu, P. y Wacquant, L. (1992). Per a una sociologia reflexiva. Barcelona, Herder, 1994. Boyd, R. (1988) “Homeostasis, Species, and Higher Taxa”, en R. A. Wilson (ed.), Species. Cambridge (Mass.), The MIT Press. Carroll, L. (1872) Through the Looking-Glass. Raleigh, NC: Hayes Barton Press. Collier, D. y Gerring, J. (eds.) (2009) Concepts and Method in Social Science. The Tradition of Giovanni Sartori. London and New York, Routledge. Daniels, N. (1996) Justice and Justification: Reflective Equilibrium in Theory and Practice. Cambridge, Cambridge University Press. Follesdal, D. 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