José A. Noguera CLASES NATURALES Y DEFINICIONES EN CIENCIAS

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Texto para el XI Congreso Español de Sociología
Madrid, 10-12 de julio de 2013
CLASES NATURALES Y DEFINICIONES EN CIENCIAS
SOCIALES: LA NECESIDAD DE UN EQUILIBRIO
REFLEXIVO
(Borrador provisional: se agradecen comentarios)
José A. Noguera
Grupo de Sociología Analítica y Diseño Institucional (GSADI)
Departament de Sociologia
Universitat Autònoma de Barcelona
jose.noguera@uab.cat
Palabras clave: conceptos, clases naturales, equilibrio reflexivo, definiciones nominales,
definiciones sustantivas.
Resumen:
Nadie en una comunidad científica negaría la necesidad de la “bondad
conceptual”, esto es, de definiciones adecuadas y comúnmente aceptadas de los conceptos
que las teorías científicas utilizan. Sin embargo, en la sociología (y en otras ciencias
sociales), se vive en un cierto caos definicional, y son frecuentes ciertas malas prácticas y
desacuerdos profundos a la hora de definir conceptos centrales de la disciplina. Las
razones de esta situación responden, en parte, a dificultades profundas a la hora de
decidir qué constituye una “buena” definición en ciencias sociales. En este texto se
discutirán los principales tipos de definición que las ciencias empíricas utilizan, y los
problemas que implican en las ciencias sociales; así, se mostrará la insuficiencia y
dificultades de las definiciones nominales (o estipulativas), de las definiciones basadas en
clases naturales (de cuya existencia se puede dudar en los fenómenos sociales), de las
definiciones basadas en el análisis lingüístico o del significado, y de las definiciones
‘sociologistas’ o ‘construccionistas’ (exclusivas de algunas corrientes de la ciencia social).
Alternativamente, se presentará un quinto tipo de definición basada en el método del
‘equilibrio reflexivo’ que Rawls ha propuesto con éxito en la teoría normativa. Se
argumentará que, aunque las definiciones nominales y las basadas en clases naturales
pueden tener a veces un papel en ciencias sociales (a diferencia de las ‘sociologistas’ o las
basadas en el análisis lingüístico), el método del equilibrio reflexivo es sin embargo la
mejor opción a la hora de definir muchos conceptos centrales que identifican objetos de
estudio clave para dichas ciencias, si es que éstas deben tener alguna relevancia social.
Agradecimientos: versiones anteriores de este texto fueron presentadas en la I
Conference of the European Network for the Philosophy of the Social Sciences (ENPOSS),
Copenhague, septiembre de 2012, y en el Seminario del GSADI, UAB, octubre de 2012.
Agradezco a los asistentes sus comentarios y observaciones.
1
We all know that words are multimeaning, that our
concepts are conceived very differently, and that our arguments
are plagued by ambiguities and inconsistencies. The point is
what to do about all of this. Can the present-day chaos be turned
into a cosmos that allows, at a minimum, for intelligible
communication and constructive discussion? We believe so, and
we attempt to show how this can be done.
Giovanni Sartori (1984:
10)
1. La relevancia de la “bondad conceptual”
En cualquier disciplina científica consolidada, nadie dudaría de que la
adecuada definición de los conceptos es una condición de las buenas teorías. Los
conceptos vagos y mal definidos vician las teorías en las que están incluidos, así
como la construcción de los correspondientes indicadores, la medida de los
mismos, y la interpretación de los resultados de cualquier estudio basado en ellos.
Las buenas definiciones de los conceptos con los que se construyen las teorías
científicas aumentan la inteligibilidad de las mismas, hacen posible la
comunicación exitosa entre los científicos, y facilitan la replicación de
investigaciones y resultados. Asímismo, el hecho de que existan definiciones
comunes o compartidas permite que los científicos se concentren en problemas
sustantivos sobre la explicación de los fenómenos, evitando las meras
“discusiones sobre palabras”. De hecho, la institucionalización de las disciplinas
científicas requiere de un cierto grado de consenso definicional; por esa razón,
hace tiempo que la International Sociological Association (ISA) creó un comité de
investigación sobre “Análisis conceptual y terminológico” (RC35), siguiendo los
pasos de la International Political Science Association (IPSA), que desde hace
décadas contaba con un comité similar sbore “Conceptos y Métodos” (fundado
por Giovanni Sartori).
2. ¿“Caos definicional” en las ciencias sociales?
A pesar de lo expuesto, las ciencias sociales (y especialmente la sociología)
cuentan con una larga tradición de carencia de buenas definiciones de sus
conceptos básicos y de consenso sobre las mismas. Algunos de los conceptos más
utilizados por los científicos sociales permanecen hoy en día infradefinidos, mal
definidos, o simplemente carecen aún de una definición que merezca ese nombre.
Son frecuentes las malas prácticas conceptuales tales como:




Definiciones inconsistentes o contradictorias del mismo concepto.
Infradeterminación, ininteligibilidad o vaguedad de las definiciones.
Definiciones que simplementen reproducen conceptos folk.
Definiciones triviales, circulares o vacías.
2




Visión esencialista de la definición de conceptos.
Definiciones ideológicamente sesgadas o “normativas”.
Aproximaciones “metafóricas” o “poéticas” a la definición de ciertos
conceptos clave.
Inconsistencia entre la definición de un concepto y el uso del mismo
por parte del mismo autor.
Sin ánimo de exhaustividad, permítaseme enumerar algunas muestras de
dichas prácticas por parte de ciertos próceres de la teoría social contemporánea.
Así, por ejemplo, define Pierre Bourdieu su conocido concepto de “campo”: “Un
campo (...) es un espacio en el que se ejercen efectos de campo (...). Los límites del
campo se sitúan en el punto donde cesan los efectos de campo” (Bourdieu, 1992:
75). La circularidad es evidente, violándose la regla lógica básica de que el
concepto definido no sea parte de la definición. Dicho autor continua incurriendo
en circularidad cuando, pocas líneas antes, afirma que “para construir el campo
uno debe identificar las formas de capital específico que operan en él, y para
construir las formas de capital específico uno debe conocer el campo” (íbid.).
En el caso de otro de los conceptos “estrella” de Bourdieu, el de habitus,
los problemas suelen ser más bien de ininteligibilidad y vaguedad de las
definiciones que el autor da del mismo; una de las más citadas es la siguiente: el
habitus consiste en “sistemas de disposiciones duraderas y transferibles,
estructuras estructuradas predispuestas para funcionar como estructuras
estructurantes, es decir, como principios generadores y organizadores de
prácticas y representaciones que pueden estar objetivamente adaptadas a su fin,
sin suponer la búsqueda consciente de fines y el dominio expreso de las
operaciones necesarias para alcanzarlos” (Bourdieu 1990: 53). Si, armado con esta
definición, un científico social empírico tuviese que seleccionar controlada y
rigurosamente (no de forma intuitiva) qué tipo de cosas, entidades, acciones o
fenómenos en el mundo social constituyen muestras de habitus y cuáles no, de
forma que otros científicos pudiesen hacer una selección similar a la suya, no cabe
duda de que le resultaría sumamente difícil.
Algo similar ocurre con el manido concepto de poder de Michel Foucault,
que es utilizado y citado por muchos científicos sociales: “Por poder hay que
entender la multiplicidad de las relaciones de fuerza inmanentes y propias del
dominio en que se ejercen, y que son constitutivas de su organización; el juego
que por medio de luchas y enfrentamientos incesantes las transforma, las
refuerza, las invierte; (...) los corrimientos, las contradicciones que aíslan a unas
de otras. (...) El poder no es institución, y no es una estructura, no es cierta
potencia de la que algunos estarían dotados: es el nombre que se presta a una
situación estratégica compleja en una sociedad dada.” (Foucault, 1976: 112-113).
O con el concepto de “sentido” que usa la teoría de los sistemas sociales de Niklas
Luhmann: “el sentido es la forma general de la disposición autorreferencial hacia
la complejidad que no puede ser caracterizada por contenidos determinados (con
exclusión de otros)” (Luhmann, 1984: 87). Resulta complicado imaginar
definiciones menos informativas y operativas de los conceptos en cuestión, y
parece claro que la fascinación que pueden ejercer entre muchos científicos
sociales se debe precisamente a su vaguedad (que permite a cada cual utilizarlos
3
con libertad según sus interpretaciones favoritas), más que a sus virtudes lógicas
o conceptuales.
Un caso diferente es el del concepto neomarxista de “clase social”, que
frecuentemente ha sufrido definiciones ideológicamente sesgadas o usos
claramente inconsistentes con su definición previa. Por ejemplo, muchos debates
y propuestas sobre el concepto han procedido implícitamente del siguiente modo:
primero, se parte dogmáticamente de que la “clase social” (cualquier cosa que ella
sea) debe tener poder explicativo del comportamiento social, y, segundo, se
redefine el concepto cuantas veces sea necesario para asegurar que designe
aquellas propiedades o factores que sabemos de antemano que son causas
explicativas de la conducta en un contexto dado (como la posición en jerarquías
de autoridad, el nivel educativo, la categoría ocupacional, las dotaciones de
mercado, o cualquier combinación de las mismas), aun cuando muchas tengan
poco que ver con el espíritu que animaba originalmente a la teoría de las clases.
3. Modos de definir conceptos en ciencias sociales
Las razones de la situación reseñada responden, en parte, a dificultades
profundas a la hora de decidir qué constituye una “buena” definición en ciencias
sociales. Por ello, en este texto se discutirán los principales tipos de definición
que las ciencias empíricas utilizan, y los problemas que implican en las ciencias
sociales. A tal efecto, partiremos de la tipología clásica de definiciones de
conceptos establecida por Carl Hempel (1952), quien distinguía entre dos modos
o tipos de definición: la definición nominal o por estipulación (simplemente adoptar
la convención de utilizar un determinado término para designar un tipo de
fenómenos o entidades), y la definición “real” o sustantiva (que busca capturar
algún tipo de propiedad común que determinados fenómenos tienen y que les
hace merecedores de ser cubiertos por un mismo concepto).
A su vez, las definiciones sustantivas podían ser, según Hempel, de tres
tipos:



Las basadas en el análisis del significado (o análisis lingüístico), que
intentan capturar el significado previamente existente del concepto en
un lenguaje dado (por ejemplo, en un lenguaje natural o folk).
Las que identifican clases naturales, esto es, tipos de fenómenos o
entidades que comparten sistemáticamente propiedades similares o
responden a procesos causales idénticos.
Las basadas en una “reconstrucción racional” (en lo que Hempel llamaba
“explication”) del concepto que dote de coherencia lógica al mismo al
tiempo que intenta capturar su significado intuitivo habitual.
En lo sucesivo discutiré el papel que cada uno de esos cuatro tipos de
definiciones (las nominales más los tres tipos de definición sustantiva) pueden
tener en las ciencias sociales. En primer lugar, mostraré la insuficiencia y
dificultades de las definiciones nominales, de las definiciones basadas en el
análisis lingüístico o del significado, de las definiciones basadas en clases
naturales (de cuya existencia se puede dudar en el ámbito de los fenómenos
4
sociales), y también de las definiciones ‘sociologistas’ o ‘construccionistas’
(exclusivas de algunas corrientes de la ciencia social y, quizá por ello, no
consideradas por Hempel en su tipología). Seguidamente, presentaré un tipo de
definición inspirada en la “reconstrucción racional” de Hempel, pero directamente
basada en el método del ‘equilibrio reflexivo’ que Rawls ha propuesto con éxito
en la teoría normativa. Argumentaré que, aunque las definiciones nominales y las
basadas en clases naturales (especialmente en la versión defendida por Boyd de
‘clústers homeostáticos de propiedades’) pueden a veces tener un papel
importante en ciencias sociales (a diferencia de las ‘sociologistas’ o las basadas en
el análisis lingüístico), el método del equilibrio reflexivo es sin embargo la mejor
opción a la hora de definir muchos conceptos centrales que identifican objetos de
estudio clave para dichas ciencias, si es que éstas deben tener alguna relevancia
social.
4. Definiciones nominales en ciencias sociales
"When I use a word," Humpty Dumpty said, in rather a
scornful tone, "it means just what I choose it to mean—neither
more nor less."
"The question is," said Alice, "whether you can make
words mean so many different things."
(Lewis Carroll, 1872: 72)
Quizá con las excepciones de la economía, la demografía y la psicología, la
definición de conceptos por estipulación o por convención es poco frecuente en
otras ciencias sociales, y cuando se da, las definiciones así formuladas no suelen
hallar demasiado eco en la respectiva comunidad científica. Aun así, existen
algunos ejemplos claros de definiciones nominales que son habitualmente usadas
por los científicos sociales en diferentes sub-disciplinas o campos de
investigación. Por ejemplo, el concepto de “utilidad” proveniente de la economía
se define convencionalmente, como un valor matemático asociado a un conjunto
de preferencias sobre ciertos bienes, servicios o estados del mundo. Asímismo,
conceptos como el de “tasa de movilidad social relativa” en sociología son
aceptados por la práctica totalidad de los practicantes de la disciplina, en este
caso como designando a un cociente que indica el grado de movilidad social
ascendente de una clase o grupo social en relación a las demás.
Las definiciones nominales, sin embargo, tienen una limitación
importante, que a mi juicio es la razón de su escaso éxito como estrategia
conceptual general en las ciencias sociales. Si todos los conceptos de la sociología,
por ejemplo, fuesen definidos convencionalmente, la impresión que muchos
científicos sociales (y muchos legos) tendrían es que la disciplina se habría
convertido en una especie de “Humpty-Dumpty science”, en la que las palabras
significan lo que nosotros, los sociólogos, queramos que signifiquen (Gerring,
2001), sin ningún tipo de relación necesaria con su significado habitual. No hay
duda de que así es como funcionan muchos conceptos en las ciencias de la
naturaleza. Sin embargo, muchos conceptos de las ciencias sociales no podrían
ser unánimemente definidos por estipulación sin crear serios problemas
5
intuitivos y pragmáticos tanto a científicos sociales como a legos. Piénsese, por
ejemplo, en el exotismo de la definición de “trabajo” que hacían Schütz y
Luckmann en The Structures of the Life-World como cualquier operación o acción
que persigue “cambiar el mundo circundante de un modo significativo” (1983:11):
en ese sentido, ellos mismos reconocían que actividades como dar un beso o
casarse serían “trabajar”. ¿Es este el tipo de definiciones que pueden resultar más
fértiles en las ciencias sociales?
5. La definición de conceptos como “análisis lingüístico”
El primer tipo de definición sustantiva que Hempel consideraba era el
análisis lingüístico de un concepto. Este ha sido tradicionalmente el método
empleado por la filosofía analítica y del lenguaje para definir conceptos: proponer
una definición que trate de capturar el significado habitual del concepto en el
lenguaje cotidiano o “natural”, y, mediante ejemplos o contraejemplos que
muestran usos del término discordantes con la definición, ir ajustándola hasta
capturar las intuiciones más comunes al respecto. La definición mediante análisis
del significado, por tanto, sirve para definir un término que ya tiene un uso
previo, y no lo hace por estipulación sino proporcionando una locución sinónima
que es comprendida previamente en el lenguaje en el que se usaba el término a
definir. Las definiciones recogidas en los diccionarios de una lengua, por ejemplo,
son definiciones de este tipo.
En ciencias sociales, muchos de los conceptos básicos se designan con
términos que son de uso habitual en el lenguaje cotidiano, por lo que se podría
pensar que esta estrategia sería especialmente indicada para las mismas. Sin
embargo, como advertía el propio Hempel (y como vieron muchos otros filósofos
analíticos y post-analíticos), el análisis lingüístico adolece de dos importantes
problemas: en primer lugar, los términos y conceptos utilizados en los lenguajes
naturales no cumplen con la llamada “condición de determinación”, esto es, las
condiciones para su aplicación no están bien determinadas en dichos lenguajes:
en ninguno de ellos existe una regla unívoca y sin excepción que determine a qué
tipo de cosas o procesos se puede aplicar cada término o concepto y a cuáles no;
dicho de otro modo: el significado de las palabras de un lenguaje natural no está
completa y perfectamente determinado. En segundo lugar, tampoco se cumple la
condición de uniformidad en el uso: las condiciones de aplicación de los términos
de un lenguaje natural no son las mismas para todos los usuarios de ese lenguaje
en el tiempo t. Lo que la falta de satisfacción de ambas condiciones implica es que
resulta futil intentar una definición lógicamente rigurosa de conceptos mediante
análisis lingüístico. Como brillantemente demostró Wittgenstein en sus
Investigaciones filosóficas, lo máximo que podremos encontrar son ciertos
“parecidos de familia” entre todas las entidades y sucesos designados por un
mismo concepto o término, pero ello dista mucho de las exigencias lógicas que
los conceptos científicos deberían satisfacer.
Tampoco parece esta, por tanto, una estrategia aconsejable para la
definición de conceptos en las ciencias sociales. Y es que existe, en el caso de los
conceptos científicos, una tercera razón para rechazarla: la definición mediante
análisis lingüístico haría a los científicos esclavos del uso habitual de los términos
en el lenguaje cotidiano, cuando a menudo las exigencias lógicas, teóricas y
6
empíricas hacen conveniente, e incluso necesario, el alejarse de dicho uso. Lo que
vamos advirtiendo, por tanto, es que los científicos sociales nos enfrentamos a un
trade-off nada confortable: por un lado, intuitivamente queremos conceptos que
no sean completamente discontinuos con el uso que los términos
correspondientes tienen en la vida social, pero por otro, como científicos, no
podemos estar a expensas de ese uso para formular definiciones lógicamente
rigurosas de los conceptos que utilizamos en las teorías científico-sociales.
¿Existe algún tipo de equilibrio aceptable o no arbitrario entre ambas
pretensiones?
6. ¿Hay clases naturales en los fenómenos sociales?
La solución más frecuente entre los científicos de otras disciplinas y entre
los filósofos de la ciencia ha sido frecuentemente esta: las definiciones de
conceptos científicos deben estar orientadas a identificar clases naturales. Los
objetos que constituyen una clase natural poseen todos ellos (y sólo ellos) una serie
de propiedades necesarias y suficientes para identificarse como miembros de esa
clase (por ejemplo, un animal es una ballena si es un mamífero con una cierta
anatomía que vive en un entorno acuático, que tiene toda una serie de
propiedades comunes a todas las ballenas, y que, tomadas en conjunto, sólo ellas
poseen). Las clases naturales, se suele decir desde que Platón así lo expresó,
“cortan” la realidad por sus junturas, no son clasificaciones arbitrarias o
convencionales, su existencia no depende de la voluntad o percepción de los seres
humanos.
Las definiciones basadas en la identificación de clases naturales, por tanto,
especifican las características empíricas que comparten todos los objetos
designados por el concepto definido, y sólo ellos. Este tipo de definiciones tienen
una indudable ventaja: proporcionan información empírica sobre una clase de
objetos (y no meramente información sobre el uso lingüístico de algunos
términos o palabras), puesto que especifican cuáles son las condiciones necesarias
y suficientes para que un objeto sea una muestra o ejemplar del tipo o concepto
definido. Al hacerlo, permiten hacer inferencias y generalizaciones inductivas a
partir de una muestra concreta del concepto, y ayudan, por tanto, a las teorías
científicas a encontrar leyes. Por ejemplo, si las ballenas son una clase natural, al
clasificar un objeto como una ballena sólo por su aspecto exterior,
automáticamente sabremos muchas otras cosas sobre su anatomía interna, sus
necesidades, e incluso su genética; si, a la inversa, observamos que una muestra
de ballena (identificada por su aspecto exterior) tiene ciertas propiedades
anatómicas internas, podremos concluir con alguna certeza que el resto de
ejemplares de la clase tienen similares o idénticas características.
Sin embargo, como advierte Ramsey (1998), la existencia de clases
naturales como el agua o las ballenas (y otras muchas similares) plantea un
cierto enigma, pues implica que, en muchos casos, hay un modo intuitivo o
inmediato de identificar ejemplares de una clase natural independientemente del
conocimiento de su “esencia” (de las propiedades naturales que comparten todos
los ejemplares de una clase y que explican que constituyan una clase): el agua
puede ser fácilmente identificada sin saber que su “esencia” química consiste en
ser H2O; las ballenas o los perros, o los mismísimos seres humanos, pueden ser
7
fácilmente identificados y clasificados como tales sin necesidad de conocer el
código genético de su especie. Dicho de otro modo, parece existir una
sorprendente convergencia entre nuestros conceptos y clasificaciones intuitivas o
precientíficas y los conjuntos de propiedades reales (muchas de ellas no visibles)
que constituyen como clase natural a una serie de objetos. La explicación
tradicional de esa convergencia es que los seres humanos clasificamos
intuitivamente los objetos naturales y los seres vivos en función de las
características más prominentes de su apariencia externa, y esas características
están causalmente conectadas con las propiedades más “esenciales” que los
constituyen como ejemplares de una u otra clase natural.
El problema es que esta conexión difícilmente puede darse por supuesta
cuando hablamos de objetos sociales o culturales. Existe una mucho mayor
variabilidad y maleabilidad en las formas en que los seres humanos clasificamos
espontáneamente esos objetos en el tiempo y el espacio, y los procesos causales
responsables de su aparición son tan complejos e intrincados que resulta muy
difícil identificar conjuntos de propiedades que sean compartidos por todos los
ejemplares de tipos conceptuales como (los que la gente designa como)
“revoluciones”, “democracias”, “trabajo”, “jóvenes”, etc., y sólo por ellos. La idea
de que podemos encontrar algo similar a las clases naturales en la vida social ha
sido, por esta razón, seriamente discutida. Además de la razón que se acaba de
mencionar, otras muchas se han aducido en contra de esta posibilidad, como, por
ejemplo:




El hecho de que muchas clases de fenómenos o de objetos en la
sociedad son interactivas (Hacking, 1999), esto es, los agentes pueden
reaccionar frente a ellas y acabar cambiándolas (piénsese, por ejemplo,
en la históricamente cambiante consideración de determinadas
conductas o estados como enfermedades mentales).
La existencia de clases naturales implica, como se ha dicho, la
existencia de leyes de tipo nomológico, pero existen dudas muy serias
sobre la posibilidad de formular tales leyes en el ámbito de los
fenómenos sociales.
Tratar de identificar clases naturales en el ámbito de lo social podría
conducirnos a un cierto “esencialismo social” que acabase atrapado en
argumentos tautológicos (como los que lastraron algunas
explicaciones funcionalistas clásicas en sociología o algunas tesis de la
tradición marxista-hegeliana).
La realizabilidad múltiple de muchos fenómenos sociales (esto es, el
hecho de que idénticos o similares fenómenos macrosociales puedan
ser el resultado de muy diferentes configuraciones de fenómenos en el
nivel microsocial) dificulta enormemente la explicación de todos los
ejemplares de un mismo tipo de fenómeno social meidante los mismos
procesos causales o mediante leyes de cobertura.
Por todos estos motivos, algunos científicos sociales como Daniel Little
(2008) han acabado por abrazar el siguiente lema: “Be realist about social
mechanisms but not about social kinds!” (sed realistas con los mecanismos sociales,
8
pero no con las clases). Esto es, los científicos sociales harían bien en abandonar la
pretensión de “descubrir” clases naturales en el ámbito de lo social, y en focalizar
su atención en los mecanismos y factores causales que explican la aparición de
fenómenos sociales particulares. O, dicho de otro modo, clasifiquemos las causas
explicativas (los tipos de mecanismos), no los fenómenos a explicar, y
dediquémonos a ofrecer explicaciones sustantivas de fenómenos reales, en vez de
a intentar buscar sus supuestas “esencias”.
7. El construccionismo social y las definiciones emic
Aunque Hempel no la tuvo en cuenta en su tipología, existe una
estrategia de definición sustantiva diferente de las anteriores y propia de ciertas
corrientes teóricas y epistemológicas de disciplinas como la sociología o la
antropología. En efecto, al decir de algunos autores que podríamos calificar (a
falta de una denominación mejor) como “construccionistas sociales”, un fenómeno
social dado puede considerarse como ejemplar del concepto C si es “socialmente
considerado” como tal. Por ejemplo, algunos antropólogos construccionistas
aducen la futilidad de definir teóricamente conceptos como el de “familia”, y
abogan por considerar como “familia” cualquier modo de convivencia o grupo
humano que una cultura particular considere como tal, o incluso por abandonar
el concepto y simplemente usar los términos y definiciones folk que dicha cultura
utilice (en lo que se conoce en antropología como aproximación emic a la cultura).
En sociología o en teoría política existen también ejemplos de conceptos
definidos de este modo. Un concepto importante de la ciencia política es el de
“nación” o “identidad nacional”, pero las discusiones sobre la definición del mismo
han sido intensas, e incluso han traspasado la academia para desplazarse al propio
debate político. Según una perspectiva construccionista, una “nación” existe si un
número suficientemente numeroso de personas creen que son una nación, con lo
que el concepto queda lógicamente vacío, y se encomienda la determinación de su
significado a los usuarios. Del mismo modo, en la sociología del trabajo, Ray Pahl
(1984) defendió la tesis de que el “trabajo” no puede definirse teóricamente, pues
consiste en toda aquella actividad que sea socialmente considerada como tal en
una determinada cultura y época histórica.
Obsérvese la diferencia entre las definiciones construccionistas y las
basadas en el análisis del uso común del concepto (el análisis lingüístico o del
significado), analizadas anteriormente: las primeras, a diferencia de las segundas,
no intentan siquiera identificar cuál es la definición implícita o subyacente en los
usos comunes del concepto, intentando capturar un supuesto significado unívoco
bajo dichos usos. Los construccionistas no necesitan, de hecho, una definición
lógicamente coherente con los usos sociales del concepto, dado que adoptan un
enfoque emic: simplemente, el modo en el que los “nativos” usan los conceptos es
correcto y no hay nada más que el teórico deba conocer. Huelga decir que el
construccionismo así entendido, más que aportar una nueva estrategia de
definición científico-social de conceptos, abdica de dicha tarea teórica y la declara
absurda e incluso perniciosa (por etnocéntrica), condenándose a sí mismo a una
labor puramente descriptiva de cuya supuesta neutralidad epistémica y
cientificidad cabe dudar seriamente.
9
Sin embargo, las definiciones construccionistas sí comparten con el
análisis del significado los problemas que este presentaba a la hora de definir
conceptos: en primer lugar, el de la indeterminación del uso por el significado; si
cualquier cosa que los “nativos” llamen “trabajo” es trabajo, o cualquier grupo que
crea ser una “nación” lo es, entonces seguimos careciendo de una regla sustantiva
que nos informe de las condiciones de aplicación del concepto, y estaríamos
aceptando como estrategia de definición la pura arbitrariedad propuesta por
Humpty-Dumpty en la fantasía de Carroll: tal y como le responde a Alicia, la
cuestión no es si podemos darle a las palabras el significado que queramos, sino
“which is the master”, esto es, quién manda. Para el construccionista está claro:
manda todo el mundo menos la ciencia social y las reglas de la lógica.
En segundo lugar, una definición construccionista también se enfrentará
al problema de la no uniformidad en el uso social de los conceptos, esto es, al
hecho de la ausencia de consenso sobre su significado en el interior de cada
cultura. Si resulta que los “nativos” de una cultura dada llaman “trabajo” a
actividades diferentes y ofrecen definiciones muy alejadas e incluso
contradictorias de ese concepto, entonces una perspectiva construccionista
debería aceptarlas todas ellas como “válidas”, y aceptar, por tanto, definiciones
contradictorias. El construccionista puede tener una actitud relajada frente a
todas estas implicaciones, pero el científico social empírico que busca
explicaciones causales para los problemas y enigmas de la ciencia social
seguramente quedará insatisfecho y seguirá intentando definir sus conceptos de
un modo más fértil.
8. Las definiciones como “reconstrucciones racionales”
El último tipo de definición que Hempel consideraba era la
“reconstrucción racional” (que también denominaba “explication” o “ellucidation”).
A su juicio, esta estrategia combina elementos de análisis del significado (como
los de la estrategia del análisis lingüístico) con elementos de análisis empírico
(como los de las definiciones basadas en clases naturales). Se trata, en este caso,
de confrontar los rasgos empíricos prototípicos de tipos de fenómenos que
intuitivamente quedan cubiertos por un concepto con el uso lingüístico habitual
del término que los designa, de forma que podamos “elucidar” de forma coherente
el significado “nuclear” de dicho concepto. Hempel sugiere que ninguno de ambos
elementos (los rasgos empíricos prototípicos de los ejemplares del concepto y el
uso lingüístico del mismo) tiene un privilegio ex ante sobre el otro a la hora de
determinar la definición que acabemos adoptando. Por el contrario, la definición
mediante reconstrucción racional es un proceso prudencial, que debe operar caso
por caso y estar abierto a revisión permanente.
La tesis que defenderé a continuación es que esta estrategia de definición
guarda una estrecha similitud con la metodología del “equilibrio reflexivo”
propuesta por John Rawls (1971) para la formulación de teorías normativas en
filosofía política.
10
9. El equilibrio reflexivo en la filosofía política
La idea rawlsiana del equilibrio reflexivo (si no la expresión) fue
explicitada con claridad por primera vez por Nelson Goodman (1955) en el
contexto de una discusión sobre la justificación de nuestras reglas habituales de
inferencia. Posteriormente, fue John Rawls quien la popularizó en el campo de la
filosofía política, como método para la construcción de teorías aceptables de la
justicia distributiva.
El procedimiento propuesto por Rawls puede resumirse (muy
simplificadamente) del siguiente modo:





Puesto que no podemos contrastar la validez de nuestras teorías
normativas confrontándolas con los hechos (pues aquéllas tratan
sobre cómo debería ser el mundo, no con cómo es), la única opción
disponible es contrastarlas con nuestras intuiciones morales.
Sin embargo, es obvio que dichas intuiciones pueden a menudo ser
erróneas, inconsistentes, diversas e incluso contradictorias, de modo
que, en primer lugar, debemos tratar de articularlas en la forma de un
conjunto de principios morales lógicamente consistente.
Seguidamente, podemos derivar implicaciones prácticas que la
aplicación de dichos principios tendría en situaciones concretas (ya
sean reales o hipotéticas).
Al hacer tal cosa, es posible que encontremos consecuencias de la
aplicación de los principios que contravengan otros principios morales
robustos u otras intuiciones sólidas.
En tales casos, debemos alcanzar un equilibrio reflexivo entre los
principios y las intuiciones, modificando o abandonando aquellos
principios que contradigan intuiciones muy fuertes, y/o modificando o
abandonando aquellas intuiciones que contradigan principios muy
robustos, repitiendo el proceso hasta que las contradicciones
desaparezcan o sea muy difícil encontrar ejemplos de implicaciones
prácticas problemáticas.
Según Rawls, el equilibrio así resultante, y la teoría normativa que se base
en él, aunque siempre provisional (nunca cabe descartar que acaben apareciendo
implicaciones prácticas problemáticas), es lo mejor que podemos obtener hasta
que encontremos nuevas inconsistencias o implicaciones intuitivamente
incorrectas cuando apliquemos la teoría a casos concretos. Valga decir que la
propuesta rawlsiana, desde que fue formulada, ha conocido un indudable éxito y
hoy día suscita un amplio consenso en el ámbito de la filosofía política y la teoría
de la justicia.
10. El equilibrio reflexivo como estrategia de definición de conceptos
¿Podría aplicarse el procedimiento del equilibrio reflexivo a la tarea de
definición de conceptos en las ciencias sociales? Parece claro que las propiedades
del mismo (como las de la “reconstrucción racional” hempeliana) resultan
11
especialmente indicadas para enfrentarse al trade-off entre rigor lógicoconceptual y aceptabilidad intuitiva que, como ya se dijo, atenaza a la definición
de muchos conceptos básicos de las ciencias sociales. La idea general es que la
definición adecuada de muchos de esos conceptos (como “trabajo”, “familia”,
“desigualdad”, “clase social”, “norma social”, “valores”, “identidad social”,
“democracia”, “política”, “nación”, etc.) no requiere únicamente la aplicación de
reglas lógicas, sino también capturar de algún modo las intuiciones nucleares
habituales que subyacen bajo el uso ordinario del concepto. Pero, dado que esas
intuiciones y los usos lingüísticos ordinarios son frecuentemente vagos e
inconsistentes, las definiciones científico-sociales deberían reconstruir su sentido
de forma lógicamente rigurosa.
De modo similar al método rawlsiano en filosofía política, esta estrategia
de definición consistiría en:



Articular, en primer lugar, nuestras intuiciones más sólidas sobre el
significado del concepto en una definición formal (preferiblemente
especificando condiciones necesarias y suficientes para la aplicación
del concepto a ejemplares concretos).
En segundo lugar, intentar hallar contraejemplos, esto es, casos que
intuitivamente quedan cubiertos por el concepto pero que la definición
propuesta no captura, o, a la inversa, casos que son capturados por la
definición, pero que intuitivamente resulta problemático considerar
como ejemplares de ese concepto.
Finalmente, alcanzar un equilibrio reflexivo mediante la modificación
de las condiciones incluidas en la definición y/o el abandono como
erróneas o confusas de algunas de las intuiciones en disputa; en el
límite ideal, esta operación se llevaría a cabo hasta que sea difícil o
imposible encontrar nuevos contraejemplos.
Si bien es cierto que esta estrategia como tal no ha sido sistematizada y
explicitada por la metodología de las ciencias sociales, y que su similitud con el
equilibrio reflexivo rawlsiano no ha sido advertida, también lo es que la práctica
real de muchos teóricos y científicos sociales cuando definen algunos conceptos
clave de sus teorías se acerca a su aplicación implícita, pues, en efecto, parecería
que el sentido común nos llevase en esa dirección: como afirma Follesdal (1996:
202), cuando definimos un concepto “deseamos encontrar formas de descripción y
distinciones que encajen con el material, al tiempo que crear claridad y cohesión
en torno al mismo”.
11. La estrategia del equilibrio reflexivo vs. el análisis lingüístico
Es importante advertir las decisivas diferencias que existen entre la
estrategia del equilibrio reflexivo y la del análisis del significado (o lingüísitco),
que discutimos en una sección anterior. La primera, y notable diferencia es que
en el equilibrio reflexivo rawlsiano los elementos de contraste para los principios
teóricos no son cualquier tipo de intuiciones o juicios preteóricos que podamos
tener, sino únicamente los “juicios bien ponderados” (well-considered judgements), a
12
saber, aquellos que siguen en pie tras una reflexión y examen mínimamente
meticuloso (y no son simplemente disparados, por ejemplo, por una reacción
emocional pasajera).
En segundo lugar, mientras en el análisis lingüístico el equilibrio se
alcanza mediante una adaptación “en una sola dirección” (las definiciones deben
capturar los usos lingüísticos y las intuiciones habituales, esto es, adaptarse a
ellas), en el equilibrio reflexivo la adaptación funciona en ambas direcciones: en
ocasiones serán los principios teóricos los que deban ser modificados o
abandonados para que la definición sea coherente con sólidas intuiciones, pero en
otras ocasiones deberán ser dichas intuiciones las que “cedan” ante las exigencias
lógicas de coherencia de una determinada definición formal. Parafraseando a
Goodman, diríamos que en el proceso de construir una definición mediante
equilibrio reflexivo, abandonaremos (o modificaremos) aquellas intuiciones que
contradigan condiciones de una definición que no estamos dispuestos a suprimir,
y aquellas condiciones de una definición que contradigan intuiciones de las que
no estamos dispuestos a prescindir. El método del equilibrio reflexivo nos
concucirá a seleccionar, evaluar y disciplinar caso por caso el “caos” intuicional
existente sobre el significado de un concepto, algo que el análisis lingüístico no
necesariamente exige.
Es importante insistir en que el equilibrio reflexivo no necesita suponer
ningún tipo de corrección o validez especial en nuestras intuiciones preteóricas
(lo cual, por otro lado, chocaría con amplia evidencia empírica proporcionada por
la psicología cognitiva y la experimentación conductual). De hecho, como el
propio Hempel sugería, las definiciones en términos de “reconstrucción racional”
no son “verdaderas” o “válidas” en el sentido en que lo pueden ser las teorías,
hipótesis o afirmaciones sobre el mundo, sino que deben evaluarse por su grado
de fertilidad teórica y empírica, por la medida en que resultan más o menos útiles
para seleccionar la evidencia relevante y los objetos de investigación adecuados.
En tercer lugar, tanto Rawls como algunos comentaristas autorizados de
su obra como Daniels (1996) distinguen entre el equilibrio reflexivo “estrecho” y
el “amplio”, siendo éste último el defendido por Rawls. Cuando buscamos un
equilibrio reflexivo “amplio”, no trabajamos únicamente con principios teóricos y
“juicios bien ponderados”, sino que, además, tomamos en consideración teorías y
creencias de fondo sobre el mundo, sobre otros conceptos, y sobre lo que
constituye una buena práctica teórica; por ejemplo, en el caso de las definiciones
conceptuales, podríamos tomar en cuenta teorías y casos concretos que muestren
la fertilidad de determinadas operaciones definicionales, o de determinadas
maneras de definir un concepto.
12. ¿Qué conceptos deberían definirse mediante equilibrio reflexivo?
Incluso si las definiciones nominales o las basadas en clases naturales son
posibles en algunos casos, existen conceptos clave en las ciencias sociales que no
pueden ser adecuadamente definidos de ese modo, y de los cuales difícilmente
podemos prescindir. Se trata de conceptos que sólo pueden ser satisfactoriamente
definidos usando la estrategia del equilibrio reflexivo (o reconstrucción racional).
Típicamente, este tipo de conceptos:
13




Tienen un uso habitual en la vida cotidiana: son conceptos preteóricos,
pre-existentes a la ciencia social, pero que ésta toma “prestados” para
ciertos propósitos.
Carecen de un significado preciso y claramente delimitado, sus
fronteras son vagas y su sentido es a menudo objeto de disputas.
Son, sin embargo, teóricamente relevantes, y por tanto exigirían una
definición científico-social rigurosa.
Son, además, normativamente importantes, dado que determinadas
cargas y beneficios para los individuos y grupos de una sociedad
dependen de cómo se definan en el proceso político o en la vida social.
Algunos debates definicionales recurrentes en ciencias sociales tienen que
ver con este tipo de conceptos. Valgan como ejemplos, sin ánimo de
exhaustividad, discusiones como las habidas sobre los conceptos de “clase social”
(Wright, 1985: 20ss), “nación”, “trabajo”, “familia”, “Estado del bienestar”,
“política” (véase ya la discusión al respecto de Weber en La política como vocación),
“religión” (por ejemplo, ¿debe dársele una definición sustantiva o funcional?),
“poder”, “ideología”, “juventud”, o similares.
13. La relevancia de las definiciones basadas en el equilibrio reflexivo
Se podría preguntar por qué deberían los científicos sociales definir
conceptos como los citados mediante la estrategia del equilibrio reflexivo, en vez
de simplemente hacerlo mediante definiciones puramente nominales (o
definiciones basadas en clases naturales, si las encuentran), y luego “traducir”, si
fuese necesario, esos conceptos en los términos del lenguaje cotidiano o
preteórico. Creo que hay dos respuestas posibles a esta pregunta, que han sido
ambas utilizadas en la historia de las ciencias sociales.
La primera es la respuesta dominante o más frecuente, pero me parece de
dudosa solidez. Consistiría en decir que, dado que las ciencias sociales trabajan
con las creencias y deseos de los agentes (esto es, con estados mentales que
tienen un contenido proposicional) como parte de sus explananda y de sus
explanans, deben trabajar por fuerza con los conceptos y la terminología que esos
agentes usan en su vida cotidiana como constitutivos de esas creencias y deseos.
En ocasiones, esto ha recibido el nombre de reflexividad de la ciencia social. Sin
embargo, no creo que sea una buena razón para preferir las definiciones basadas
en el equilibrio reflexivo frente a las nominales o a las basadas en clases
naturales, por la sencilla razón de que, al igual que un carpintero no
necesariamente debe trabajar con herramientas de madera, tampoco la ciencia
social está obligada de por sí a utilizar los mismos conceptos empleados por
aquellos cuya conducta es su objeto de estudio (si ello fuese así, además, ¿por qué
no debería aplicarse la misma regla a la biología cuando trata del ser humano?).
Lo único que muestra el argumento expuesto es que los conceptos preteóricos
pueden (y seguramente deben) ser objetos de investigación para la ciencia social,
pero no que deban ser necesariamente herramientas de la misma o tener papel
alguno en la construcción de sus propias teorías científicas.
14
La segunda respuesta, inspirada en algunos argumentos metodológicos de
Weber, me parece mucho más prometedora: las definiciones basadas en el método
del equilibrio reflexivo son necesarias porque sin ellas sería imposible la selección
de objetos de estudio relevantes para los científicos sociales. Piénsese, por ejemplo,
en objetos habituales de investigación científico-social como el desempleo, la
delincuencia y la desviación social, la inmigración, la etnicidad, el nacionalismo,
las desigualdades sociales y económicas, las revoluciones y revueltas, la
modernidad, el terrorismo, la democracia, las políticas de bienestar social, el
funcionamiento de los mercados, los conflictos sociales y políticos, etc. A poco
que se reflexione, parece obvio que identificamos dichos objetos (a veces como
explananda, a veces como explanans), tomándolos “prestados” del lenguaje
ordinario, por razones eminentemente normativas o policy-oriented.
Podría aducirse con razón que la selección de objetos de investigación en
otras ciencias ha sido siempre una de las motivaciones del interés filosófico por
las clases naturales. Pero, en la ciencia social, esa selección conduce por fuerza al
uso de conceptos y consideraciones que están estrechamente vinculadas con las
preocupaciones de la vida social pretéorica o de la agenda política de una
determinada sociedad. Como advierte Daniel Little (2008), tales objetos no son
clases naturales (o, en su denominación, “social kinds”): resulta imposible capturar
todos sus ejemplares potenciales mediante un conjunto de rasgos compartidos
por todos ellos y sólo por ellos; resulta aún más inviable explicarlos todos
mediante las mismas leyes o procesos causales nomológicos. Si identificamos
objetos como “el terrorismo” o “las revoluciones” como temas de interés para las
ciencias sociales es por razones normativas y políticas, no porque pensemos que
existe una esencia subyacente o propiedad causal común a todos los ejemplares
intuitivamente capturados por esos conceptos.
El problema es fácil de entender: en ausencia de un equilibrio reflexivo,
nos enfrentaríamos, en estos casos, a una engorrosa elección entre unos
conceptos folk vagamente definidos, por un lado, y unos conceptos precisos y
“bien” definidos pero de uso fuertemente contraintuitivo, que carecerían de
sentido para los agentes sociales, por otro. Las teorías y explicaciones que la
ciencia social ofrece, sin embargo, tratan con frecuencia de “tener sentido”
también para los agentes cuya conducta se trata de explicar, o para los policymakers que actúan en el ámbito en cuestión. Los científicos sociales tendemos a desear
que nuestros conceptos tengan un significado que no sea radicalmente discontinuo con el
que tienen en su uso ordinario por parte de los agentes sociales. De otro modo,
acabaríamos disponiendo de conceptos como aquellos de los que Borges decía que
““no admiten la menor réplica y no causan la menor convicción” (Ficciones, p.22).
No es entonces sorprendente que el único proyecto sistemático de
definición rigurosa de conceptos y unificación conceptual en las ciencias sociales,
la tradición de análisis y formación de conceptos en ciencia política iniciada por
Giovanni Sartori (véase Collier y Gerring, 2009), utilice implícitamente el
método que hemos descrito. Como afirma uno de los discípulos de Sartori, “la
formación de conceptos en ciencias sociales debe ser entendida como un intento
de mediación entre el mundo del lenguaje (así como de nuestro mundo cognitivo
prelingüístico) y el mundo de las cosas (más allá del lenguaje)” (Gerring, 2001:
37). Lo que Gerring (2001: 40) ha denominado “resonancia” (“resonance”), esto es,
15
la familiaridad con el uso de un concepto en contextos ordinarios, es un criterio
importante de bondad conceptual. Un concepto definido de forma muy
idiosincrática probablemente no resultará muy fértil ni generará un mínimo
consenso en la comunidad científico-social. Es, en este sentido, interesante la
propuesta de este autor cuando sugiere la adopción de la siguiente regla: “El
lenguaje cotidiano debería ser entonces considerado como estableciendo el nivel
mínimo de complejidad lingüística por encima del cual la ciencia social puede
elevarse (mediante la creación de nuevos términos o la redefinición especializada
de los que ya están establecidos), pero por debajo del cual no debería caer”
(Gerring, 2001: 67).
14. Vías alternativas para la definición de los conceptos sociales
Examinemos, antes de concluir, algunas opciones para la definición de
conceptos que los científicos sociales podrían plantearse como alternativas a la
que se acaba de defender.
Opción 1. ¡Desconectad la ciencia social del pensamiento pre-teórico y de las
preocupaciones normativas de la vida cotidiana! ¡Definid por estipulación y/o buscando
clases naturales! Ya hemos visto cuáles serían las dificultades de esta estrategia.
Cabe preguntarse, como hemos hecho, si es siquiera viable, y si no acabaríamos
re-introduciendo implícitamente conceptos folk en la delimitación de nuestros
objetos de investigación. Pero, como también se ha sugerido, el más alto precio
que la ciencia social pagaría por escoger esta opción se mediría en términos de su
relevancia social. En este sentido, cabe cuestionar la idea heredada de ciertas
sociologías de la segunda mitad del siglo veinte (y defendida por teóricos como
Pierre Bourdieu o Peter Berger) según la cual la ciencia social debería partir de
una “ruptura epistemológica” con la perspectiva ordinaria: en concreto, ¿por qué
el supuesto de una conexión sistemática entre los conceptos científicos y los
ordinarios debe ser mucho peor que el supuesto de su desconexión sistemática?
Opción 2. ¡Olvidad los conceptos y sus definiciones! ¡Trabajad sólo con acciones,
variables, relaciones y correlaciones! De nuevo, si adoptásemos esta estrategia, aún
deberíamos identificar, aislar y clasificar “acciones”, “relaciones”, “variables”, etc.,
de modo que los conceptos volverían a “colarse” implícitamente por la puerta
trasera. El problema es que para describir la realidad significativamente
necesitamos conceptos, y más nos vale que tengan definiciones teóricas
explícitas.
Opción 2bis. ¡Olvidad los conceptos y sus definiciones! ¡Trabajad sólo con
mecanismos! Una variante (hoy de moda) de la segunda opción consistiría en
clasificar los fenómenos según los mecanismos causales que los producen, en vez
de según sus similitudes aparentes u observables, y, por tanto, tratar de
identificar clases naturales sin “esencias”, constituidas únicamente por un común
patrón causal. La propuesta de Richard Boyd (1999) de concebir las clases
naturales como “clústers homeostáticos de propiedades” estaría muy cercana a
esta estrategia, pues sostiene que un mecanismo causal puede ser responsable de
la co-ocurrencia de ciertos conjuntos (o clústers) de propiedades que típicamente
16
aparecen agrupadas en la mayoría de los ejemplares de una aparente “clase
natural”, pero de forma que no todas las propiedades del clúster aparecen siempre
en todos los ejemplares; al depender dicha co-ocurrencia de la operación del
mecanismo, que puede a su vez estar condicionada por la presencia de otros
factores, la clase natural en cuestión no estaría regida por leyes nomológicas y
admitiría la existencia de ejemplares que no mostraran todas las propiedades del
clúster típico. Según Boyd, este modo de entender las clases naturales podría
hacer su propuesta especialmente indicada para las ciencias humanas y sociales.
Sin embargo, la misma crítica mencionada anteriormente se aplicaría aquí, puesto
que para describir un mecanismo debemos identificar, aislar y clasificar las
entidades y procesos que lo constituyen, y por lo tanto no escaparíamos a la
necesidad de definir los conceptos que nos permiten identificar el mecanismo
según criterios que no consisten en la identificación de “clústers homeostáticos
de propiedades”.
En realidad, cualquiera de las opciones hasta aquí descritas supondrían un
serio problema para la relevancia de las ciencias sociales. Piénsese en dos tipos de
desconexión posibles entre las definiciones que estas opciones defienden y las que
resultarían de una definición basada en un equilibrio reflexivo (o, para el caso,
preteórica):


En primer lugar, imaginemos varios posibles casos/ejemplares
cubiertos por una misma definición basada en un equilibrio reflexivo,
pero generados por diferentes mecanismos causales: por ejemplo, una
“revolución” puede ser provocada por un mecanismo de “privación
relativa” de una determinada minoría social, por la miseria
generalizada de la mayoría de la población, o por la indignación
religiosa (por mencionar sólo tres posibilidades). ¿Deberíamos, en tal
caso, sustituir el término “revolución” por tres etiquetas conceptuales
diferentes, como “revolución provocada por M1”, “provocada por M2”,
y “provocada por M3”?
A la inversa, imaginemos varios posibles casos/ejemplares cubiertos
por dos definiciones diferentes basadas en un equilibrio reflexivo, pero
que son explicables mediante el mismo mecanismo causal. Por
ejemplo, el mecanismo de la “ignorancia plural” puede explicar la
perpetuación de una dictadura, y también el sobreconsumo de alcohol
entre los jóvenes universitarios. ¿Deberíamos eliminar los términos
“perpetuación de una dictadura” y “sobreconsumo de alcohol” para
sustituirlos por la etiqueta conceptual “fenómenos provocados por la
ignorancia plural”?
Parece evidente que en ambos casos, la respuesta de la inmensa mayoría
de los científicos sociales sería negativa.
Opción 3. ¡Olvidad la teoría! ¡Simplemente aceptad los conceptos folk como los
únicos reales y significativos! Cabe temer que esta opción fuese simplemente
equivalente a la de ¡Olvidad la ciencia social! (y por tanto, nuestros empleos), con
lo que la discusión se detendría aquí.
17
15. Conclusión
Si descartamos las anteriores estrategias como opciones generalizadas,
todo lo que nos queda en las ciencias sociales a la hora de definir muchos
conceptos clave es la opción del equilibrio reflexivo. Sin duda, no se trata de un
método perfecto, ni siquiera demasiado parsimonioso. No nos ofrece un
algoritmo para construir definiciones. Pero es mejor que cualquiera de los demás
en el caso del tipo de conceptos básicos que hemos estado mencionando.
Las definiciones basadas en un equilibrio reflexivo no siempre serán
simples o elegantes, y no siempre evitarán todos los contraejemplos, pero
tampoco las demás definiciones lo harán. Podríamos estar tentados de pensar que
resulta preferible conservar la simplicidad de nuestras definiciones tanto como
sea posible, aun al precio de admitir definiciones altamente contraintuitivas,
puesto que la simplicidad siempre redunda en una mayor fertilidad y tratabilidad
de nuestros modelos y teorías. Sin embargo, una vez más, ello no nos evitaría la
tarea que el método del equilibrio reflexivo es capaz de hacer con algunos
conceptos clave, sino que simplemente aconsejaría cómo tratar con uno de los
trade-off que dicha tarea involucra (simplicidad vs. cobertura de la definición).
La conclusión que creo cabe extraer es la siguiente: el método del
equilibrio reflexivo (lo que Hempel llamaba “reconstrucción racional”) ofrece una
manera sensata y no arbitraria para formular, revisar, actualizar y mejorar la
calidad de las definiciones de muchos conceptos clave de las ciencias sociales. Al
mismo tiempo, debe admitirse que en numerosos casos pueden ser convenientes
definiciones nominales o puramente estipulativas de algunos conceptos, e incluso,
si descubriéramos alguna que mereciese el nombre, definiciones basadas en clases
naturales. Por tanto, la elección óptima para las ciencias sociales es
probablemente un equilibrio adecuado entre la Opción 1 (supra) y la estrategia del
equilibrio reflexivo, utilizando una u otra opción dependiendo del papel de cada
concepto en las teorías e investigaciones científico-sociales.
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