XI CONGRESO NACIONAL DE SOCIOLOGÍA. FES GT. 18. SOCIOLOGÍA DE LA CULTURA Y DE LAS ARTES SESIÓN 4. SOCIOLOGÍA DE LA LITERATURA EN EL CENTENARIO DE ALBERT CAMUS. DEL “CANON RETROSPECTIVO” DE POSGUERRA A LA FORMULACIÓN DEL NUEVO CANON LITERARIO EUROPEO TRAS LA CAÍDA DEL MURO DE BERLÍN1 Marta Latorre Catalán, Universidad de Murcia Héctor Romero Ramos, Universidad de Murcia RESUMEN Con motivo del centenario del nacimiento de Albert Camus (Dreán, 7 de noviembre de 1913), en esta ponencia reflexionamos sobre la función de Camus (junto a Sartre) como creador del “canon retrospectivo” existencialista de la Europa de posguerra (analizado por Randall Collins en su Sociología de las filosofías, 1998) y sobre el lugar posterior que habría de ocupar Camus (frente a Sartre) en la redefinición del canon literario europeo tras la caída del muro de Berlín. Pensaremos, en fin, sobre dos momentos específicos de conflicto y reconstrucción del campo literario en Europa a partir, de un lado, del análisis de los diferentes estados del campo y, de otro, de sus respectivas formulaciones intelectuales e ideológicas sobre la relación entre literatura, política y ética. Palabras clave: sociología de la literatura, Albert Camus, campo literario, literatura y política. NOTA DE LOS AUTORES: Esta ponencia recoge tan solo algunas notas de trabajo de una investigación en curso, aún en su fase más temprana. Por ello pedimos por favor NO CITAR. 1 1 “Una de las razones que en nuestros días pueden desdibujar la formidable importancia del autor de La peste es que una buena parte de las causas por las que combatió en su momento con graves dificultades, y que son testimonio de su extraordinaria lucidez, se han vuelto hoy ortodoxas y hasta triviales por su universal aceptación: así ha sucedido con su oposición al totalitarismo soviético, que en su día despertó las polémicas más exasperadas, o con sus reservas al nacionalismo argelino del FLN, que le valieron a menudo la etiqueta de cómplice objetivo del colonialismo, pero que la historia posterior permitió justificar con creces cuando el FLN se convirtió en el partido único de una Argelia “liberada””. Está reflexión de José Luis Pardo2, en línea con lo apuntado por Robert Zaretsky en su Albert Camus, Elementos de una vida (2010), se encuentra en el artículo recogido dentro del cartapacio que la revista cultural Turia dedica al autor de El extranjero con motivo del centenario de su nacimiento (Dreán, 1913). En ese mismo cartapacio se incluye un texto de José María Ridao donde, también al hilo de un trabajo previo, en esta ocasión una ponencia sobre El extranjero presentada por el psicoanalista Alain Costes en unas jornadas sobre Camus celebradas en 19823, reflexiona sobre las lecturas en clave autobiográfica de su obra, concluyendo que El primer hombre es la respuesta de Camus a la dura crítica promovida por Sartre a principios de la década de los cincuenta, tras la publicación de El hombre rebelde, que acabaría con la ruptura entre ambos (“Nuestra amistad no era cosa fácil, pero he de lamentarla”, escribió entonces Sartre). En aquella polémica Sartre calificaba a Camus como escritor burgués que se pretende “fiscal” de “la República de las Almas Nobles”, y le invitaba a escribir sobre la pobreza “como cualquiera de nosotros, por su cuenta y riesgo, y aceptando de antemano la posibilidad de que lo desautoricen” (Ridao, 2013: 204). “La publicación póstuma de Le Premier Homme más de cuatro décadas después de que Sartre hubiera redactado estas palabras pareció zanjar a favor de Camus el pleito que había quedado inconcluso con el cruce de artículo en Les Temps Modernes, y quizá por ello se convirtió Pardo, 2013: 208-209. Costes, A. (1985): “Le doublé meurtre de Meursault”, en Albert Camus: oeuvre fermée, oeuvre ouverte?, París, Gallimard. 2 3 en el “fenómeno editorial, casi sociológico” al que se refiere Bernard Fauconnier. Según le había reclamado Sartre, Camus había hablado de la pobreza por su cuenta y riesgo, había aceptado de antemano la posibilidad de que lo desautorizasen, y el resultado fue prodigioso desde el punto de vista literario y concluyente desde el ideológico: Le Premier Homme marcó la definitiva consagración de Albert Camus como uno de los grandes espíritus independientes del siglo XX y, simultáneamente, la condena, también definitiva, de Jean-Paul Sartre como uno de los mayores valedores de la tiranía. Quizá el transcurso del tiempo contribuya a separar la cara de la cruz en la que se convirtieron uno respecto del otro, permitiendo valorar las respectivas aportaciones en más justa medida y no, como sucede desde la publicación póstuma de Le Premier Homme, restando del prestigio de Sartre cualquier reconocimiento que se haga de Camus, y al contrario”4. Cuarenta años después de las palabras de Sartre en Les Temps Modernes, hablar de “escritor burgués” no significa nada. La polémica literaria, más aún cuando su catalizador es el desencuentro o la ruptura personal entre dos escritores, es el territorio mejor abonado posible para el cultivo de la sociología de la literatura, al menos desde el predomino de la perspectiva analítica bourdiana: el estudio del campo literario. En la polémica literaria entran en juego, además de los autores querellantes, todos o casi todos los elementos constitutivos del campo: los editores, los suplementos y revistas literarias, los premios, los críticos. Después, también, los historiadores. El primer hombre se publicó en 1994. Camus murió en un accidente de tráfico el 4 de enero de 1960 en Villeblevin, Francia. En el maletero del vehículo, un Facel Vega que conducía el editor Michel Gallimard, se hallaba el manuscrito de la novela. Cuando por fin ve la luz han pasado apenas cinco años de la caída del muro de Berlín y aún humea la implosión del imperio ruso, que certifica la defunción de la vieja utopía socialista soviética. Socialismo y nacionalismo, los dos ismos definitorios, determinantes del discurrir social y político del siglo XX, ambos sometidos al Ridao, 2013: 205-206. La referencia a Bernard Fauconnier es de “Le roman inachevé”, publicado en 1994 con motivo de la edición póstuma de El primer hombre y recogido ahora en Albert Camus, Le Magazine Littéraire, París, 2013. 4 implacable escrutinio de Camus: “Amo demasiado a mi país como para ser nacionalista” (Cartas a un amigo alemán, 1948). Un año después de la publicación de El primer hombre, Fernando Savater publica su Diccionario filosófico y dedica a Albert Camus la primera voz para la letra C. Así comienza la entrada: “Volvemos a leerle con recelo, casi con miedo: ¡se le ha amado tanto! Tiembla uno de encontrarle ahora atrasado, o blando, o mezquino, o pomposo, o sacristanesco. Con cierta garantía, al menos: le recordamos lo suficientemente bien como para saber que no defendió crímenes, ni justificó masacres, ni se regodeó en el elogio político o estético (¡Sade!) de ninguna forma de crueldad. No padeció la cobardía física que suele empujar a los intelectuales al elogio de la violencia e incluso a lo que Chesterton justamente llamó “el menos viril de los vicios”: la fascinación por la brutalidad. Regresamos a sus páginas y se disipan los temores. Algunas discrepancias, ciertos fetichismos lingüísticos ya obsoletos, pero por lo demás Camus no tiene ni una arruga. Más nuestro que nunca: más ecuánime, más valiente, más tonificante y lúcido que jamás. Casi profético, aunque él se hubiera reído de este calificativo degradado por falsos augures. ¿A quién podemos acudir en este fin de siglo de hiperbólicas convulsiones, con tanto pelmazo cantando el tango lacrimoso de la “crisis de los valores” y los peligro del “nuevo orden mundial”, con todos los nacionalismo funcionando a pleno pulmón y un splendor veritatis sospechosamente parecido al alumbrar de las hogueras inquisitoriales, rodeados por la masificación creciente de la miseria, del hambre y de la inmolación despiadada de los niños? ¿Y si volviéramos a leer a Albert Camus? (…) Ahora nos resulta más profético y en el buen sentido del término, no como Sartre, cuyas argumentaciones políticas hasta cuando más razón tenía preludiaban también sinrazones venideras.” (Savater, 1995: 51). En este trabajo trataremos de reunir notas para estudiar la figura literaria de Albert Camus y el lugar de su obra en la historia literaria a la luz de la sociología de la literatura. Agrupamos y estructuramos esas notas y materiales en torno a tres momentos: primero, partiendo del análisis que hace Randall Collins en su Sociología de las filosofías del papel de Camus, con Sartre, en la elaboración del canon (“retrospectivo”) filosófico-literario del existencialismo tras la segunda guerra mundial; en segundo lugar, revisando la ruptura de Sartre con Camus tras la crítica que el primero promovió, tras la publicación de El hombre rebelde (1951) desde la revista Les Temps Modernes de la obra literaria del segundo en 1952, y cómo se posiciona y define el campo literario europeo de las décadas de los cincuenta y sesenta en torno a esa ruptura; por último, atendemos al papel que cumple la relectura de Camus, contra Sartre, en la nueva configuración del campo literario europeo y la elaboración de un nuevo canon (que glorifica a Camus frente a Sartre) tras la caída del muro de Berlín, la disolución de la Unión Soviética y el progresivo descrédito ideológico del comunismo. Lo haremos valiéndonos de la lectura que de la obra de Albert Camus hizo el historiador Tony Judt, y nos detendremos, de un lado, a analizar la importancia que en los procesos de cambio literario tienen las formulaciones intelectuales a propósito de la relación entre literatura, política y ética; y, de otro lado –aunque brevemente, y considerando que la cuestión de los géneros es decisiva para la sociología de la literatura- a pensar sobre la consolidación crítica del periodismo como género literario protagonista del pasado siglo XX.5 Esta ponencia recoge, además de la propuesta de investigación, tan solo algunas notas de trabajo en relación con el análisis de Collins y la lectura de Camus que encontramos en los libros de Judt. El estudio de la polémica con Sartre habrá de esperar a una fase más avanzada de la investigación. 2 “Los existencialistas hicieron suyas las novelas de las dos generaciones precedentes que mejor encajaban en el híbrido filosófico-literario. La fama de Dostoievski fuera de Rusia empezó a aumentar al mismo tiempo y en el mismo lugar en que aumentaron las reputaciones de Kierkegaard y Nietzsche. El momento del despegue de todos estos escritos fue la Alemania justamente anterior a la Primera Guerra Mundial, lo que demuestra que la moda literaria no la causó la desilusión de la posguerra. Las historias de Kafka también fueron escritas antes de la guerra (publicadas en 1913-1916) y se 5 Volvemos a la entrada del Diccionario de Savater: “Los rigoristas de la nota a pie de página y los abades de la jerga académica descartan a Camus del reino severo de la filosofía por no ser más que un “periodista”. No sé si el espíritu filosófico estará reñido con la condición periodística, pero seguro que tampoco es atributo frecuente de los catedráticos…” (Savater, 1995: 53). pudieron de moda justo al mismo tiempo que sus escritos póstumos, publicados en 1926-27. La interpretación filosófica de su obra literaria fue obra del círculo de Sartre y, en esa forma, llegó a su cumbre como fenómeno literario en el mundo anglófono en las décadas de 1940 y 1950.” (Collins, 2005: 777). Para Randall Collins, tal y como lo expone en el capítulo 14 del apabullante ejercicio de historia comparada de las comunidades intelectuales recogido en su Sociología de las filosofías, el existencialismo es un híbrido académico-literario que, tras la segunda guerra mundial, logra definir un canon retrospectivo de la literatura europea desde finales del siglo XIX (o aún antes: según Collins desde 1840) hasta la Gran Guerra en base a interpretaciones filosóficas de los escritos de Kafka o Dostoievski, hermanados con Heidegger, Kierkegaard y Nietzsche y “disidentes que entroncaban con los flexos de la red de los idealistas alemanes” (Collins, 2005: 771) . La figura central sobre la que gira el círculo concéntrico parisino del existencialismo es Jean-Paul Sartre, quien desde 1945 es señalado y ampliamente reconocido “como filósofo, literato de éxito y activista político simultáneamente” (Collins, Ibíd. -el subrayado es nuestro). Sartre inventa, encarna e impone, tal y como lo define Pierre Bourdieu, el intelectual total, “solicitado por una enseñanza que ofrecía un amplio abanico de disciplinas (filosofía, literatura, historia, lenguas clásicas y modernas) y que estimulaba, a través del aprendizaje de la “disertación de omni re scibili” (según la expresión de Durkheim), piedra angular de todo el dispositivo, una seguridad en uno mismo rayana a menudo en la inconsciencia de la ignorancia triunfante.” (Bourdieu, 2006: 19). “Sartre y Camus fueron los formuladores cruciales del canon, y ellos mismos fueron arquetipos del solapamiento de las redes académicas con el mercado de los escritores. El fenómeno del existencialismo durante los años 1940 y 1950 fue una capa más de tal superposición. Sartre fue el primer filósofo de la historia que recibió una amplia atención publicitaria por parte de los medios de comunicación [pone como ejemplo Collins el que Sartre fuera portada de la revista Time en 1946]. Y el existencialismo supuso un nuevo tipo de movimiento de la industria editorial justo en el momento en que aparecían las nuevas editoriales de bolsillo. Su canon retrospectivo fue objeto de todo un alud de antologías y reimpresiones que dieron fama a muchas figuras como, por ejemplo, los teólogos neoconservadores que antes sólo conocían los especialistas” (Ibíd., 771). La emergencia del intelectual total implicaba la movilización total de todos los elementos que entran en juego en el campo literario: los medios de comunicación, la academia, las editoriales y sus apartados de innovación mercadotécnica y, por supuesto, la crítica: reimpresiones y antologías, estas últimas instrumento capital para la configuración y fijación crítico-académica de las literatura nacionales, “criba, principio de continuidad (Guillén, 2005: 41). 3 Uno de los mayores esfuerzos por fijar la posición de Camus en el nuevo canon literario europeo tras la caída del muro, el fin del comunismo soviético y de su expansión por la Europa del Este, lo encontramos en la obra del historiador Tony Judt. Precisamente, los dos ejes sobre los que gira el trabajo de Judt son, de un lado, la revisión de la historia intelectual de la Francia de posguerra, singularmente de las distintas polémicas intelectuales en relación con el comunismo (en distintas ocasiones expresó su enorme deuda con el trabajo de François Furet El pasado de una ilusión: ensayo sobre la idea comunista en el siglo XX); y, de otro lado, la revisión de la historia de la Europa de posguerra desde la integración en la historia global del continente de la historia particular de la Europa del Este durante los años de influencia y dominación soviética. Estudio profundo de aquella historia, realizado en buena medida a partir de su literatura y su historia intelectual (y, a este respecto, Judt ha ayudado a impulsar la elaboración de un nuevo canon revitalizando el interés por traducir y estudiar, en Europa y en Estados Unidos, obras y autores de la disidencia checa y polaca. Canon que, por ejemplo, se manifiesta en España en el catálogo más reciente de la editorial El Acantilado que ha traducido, entre otros, la autobiografía del poeta polaco de origen judío Aleksander Wat, Mi siglo, “el primer libro que Tony leyó en checo de cabo a rabo”6). La revisión de la historia intelectual de la Francia de posguerra la inició con su libro Marxism and the French Left: Studies on Labour and Politics in France, 1830-1982 Timothy Snider en el prólogo de su libro de conversaciones con Tony Judt, de publicación póstuma, Pensar el siglo XX, Madrid, Taurus, 2012. 6 (1990) y, poco después (e inmediatamente acontecida la disolución de la URSS), Past Imperfect: French Intellectuals, 1944-1956 (1992). Éste último comienza con una cita de Camus: “Toda idea errónea termina en un derramamiento de sangre, aunque siempre sea sangre ajena. Por eso, algunos de nuestros pensadores se sienten libres de decir cualquier cosa”. Y con ese título engloba la segunda parte del libro, “La sangre de los otros”, cuyo primer capítulo es “Juicios de escarmiento: Terror político en el espejo de la Europa del Este, 1947-1953”. En un apartado final de lecturas recomendadas y para profundizar más en la discusión Camus-Sartre, Judt remite al lector al libro de Eric Werner De la Violence au totalitarisme: Essai sur la pensé de Camus et Sartre (1972), “con una marcada preferencia por la persona y las opiniones del primero” (Judt, 2007: 364). Escapa por el momento a las posibilidades de estas notas un recorrido cuidadoso de la presencia y lectura de Camus que Judt ofrece en Pasado Imperfecto. Después volvió sobre él en estudios específicos recogidos en The Burden of Responsability: Blum, Camus, Aron, and the French Twentieth Century (1998) y Reappraisals: Reflections on the Forgotten Twentieth Century (2008). Pero nos interesa ahora detenernos en las apariciones de Camus dentro de la visión global de la historia de Europa desde 1945 que ofrece en su libro más celebrado, finalista del Premio Pulitzer en el 2006, Posguerra (2005). Allí, de entre las 15 páginas en Camus es citado en el libro, la primera mención es con motivo del su postura respecto de los juicios y sentencias de muerte de la posguerra: “Los airados juicios de eminentes intelectuales como Robert Brasillach en París, en enero de 1945, provocaron protestas por parte de genuinos militantes de la resistencia como Albert Camus, que opinaba que era injusto e imprudente condenar y ejecutar a las personas por sus opiniones, por repugnantes que estas fueran.” (Judt, 2005: 89). La siguiente ocasión en que aparece el autor de El mito de Sísifo en esta historia es para trazar un perfil general de la generación de intelectuales que emerge en Europa tras la segunda guerra mundial, “escritores, artistas, periodistas y activistas políticos que eran demasiado jóvenes para haber conocido la guerra de 1914-1918, pero que estaban impacientes por recuperar los años perdidos por culpa de su sucesora”, y cuya “educación política se había desarrollado en la era de los frentes populares y los movimientos antifascistas”. Destaca Judt que, al final de la segunda guerra mundial, Sartre sólo tenía 40 años, 37 Simone de Beauvoir y “Albert Camus, el más influyente de todos, apenas 32. De la generación anterior, sólo François Mauriac (nacido en 1885) podía comparársele en influencia, precisamente por no haber quedado manchado por un pasado vichista.” (Judt, 2005: 299. El subrayado es nuestro). La siguiente mención, pocas páginas después, también viene a destacar la influencia de Camus a mediados de los años 1940: etiquetado “muy a su pesar” como existencialista, y “por entonces íntimo amigo de Sartre y De Beauvoir” era, insiste, “desde su columna editorial del periódico Combat, el escritor más influyente de la Francia de la posguerra.” (Ibíd., 315-316). La narración de su compromiso, primero, y progresivo distanciamiento y final ruptura moral y política con el comunismo, ocupa el pasaje en que es más profusamente nombrado. Judt recuerda la corta pertenencia de Camus al Partido Comunista de Argelia y su defensa de la coalición de fuerzas de izquierda (comunistas, socialistas y “toda clase de reformistas radicales”) durante la inmediata posguerra mundial: “El anticomunismo –escribió en Argel en marzo de 1944-es el principio de la dictadura”. (Ibíd. 327). A partir de ahí, el desencanto y el desencuentro; primero, las dudas motivadas por la posición de los comunistas “exigiendo la exclusión, el encarcelamiento y la pena de muerte para miles de colaboradores reales o imaginarios”. Dudas “que al principio reprimió por la costumbre y en pro de la unidad”. Después, en 1947, el abandono de la dirección de Combat; la publicación de La peste; y, por último, “el juicio de Rousset y los de la Europa del Este acabaron con las pocas ilusiones que aún le quedaban. En sus cuadernos privados, confesaba: “Una de las cosas que lamento es haber concedido demasiada objetividad. A veces, la objetividad es conformismo. Hoy en día las cosas están claras y debemos decir que algo es concentrationnaire si de verdad lo es, aunque se trate del socialismo. En cierto sentido, no volveré a ser correcto.” (Ibíd., 328). 4 Dos anotaciones de última hora. Leemos en el suplemento literario del diario El País una entrevista con Fernando Aramburu, autor de uno de los libros más hermosos y lúcidos sobre el terrorismo de ETA, Los peces de la amargura, y que acaba de publicar una novela, La gran Marivián, última entrega de una trilogía situada en Antíbula, ficticio Estado policial inspirado en las dictaduras comunistas de la Europa del Este. En la entrevista dice: “Camus fue para mí la vacuna que me salvó de la propensión al extremismo. Con él aprendí a juzgar las ideas por sus repercusiones. Me enseñó a darle una orientación constructiva a la rebeldía y a no perder nunca de vista, en cada acción, en cada pensamiento que uno lanza al mundo, al ser humano particular. Como consecuencia de ello, perdí todo interés, no digamos aprecio, por las razones cuyo cumplimiento causa víctimas. Siento un recelo instintivo por la gente que pretende arreglar el mundo a tiros y esto se lo debo en buena parte a Camus, que me abrió los ojos a la vulnerable edad de 18 o 19 años”7. Leemos el ensayo de Antonio Muñoz Molina sobre la crisis o sobre lo que sea que nos está pasando en España, Todo lo que era sólido. Se deriva de sus páginas que la crisis económica e institucional está permeada por una devaluación moral, la responsabilidad cívica abandonada a la molicie. En sus últimas páginas, dos o tres referencias a Camus (“¿Y si volviésemos a leer a Camus?”): “Que cada uno haga su trabajo, decía Camus, que tuvo siempre tan poca paciencia para las abstracciones, al contrario que casi todos sus colegas de la intelectualidad francesa. Que cada uno elija ser un ciudadano adulto en vez de un hooligan o un siervo del líder o un niño grande y caprichoso, o un adolescente enclaustrado en su narcisismo (Muñoz Molina, 2013:249250). Pocas páginas antes: “Dice Camus que la tranquilidad de saber que las tardes perfectas de septiembre seguirán sucediendo cuando nosotros no estemos lo reconcilia a uno con la muerte. Yo querría que mis hijos y las personas que ellos amen no vivan peor de lo que he vivido yo (…). Me gustaría que pudieran seguir moviéndose por Europa sin ser detenidos en las fronteras ni que sufrir la angustia de los pasaportes y los visados; que no tengan que jurar lealtad a ningún tirano ni que aclamar en medio de la multitud a ningún demagogo, ni que esconder sus pensamientos, ni que decir lo que no piensan” (Ibíd., 237). Entrevista con Fernando Aramburu, por Francisco Javier Irazoki, El País, Babelia, 25 de mayo de 2013. 7 En el centenario de Albert Camus, parece que la polémica persigue con terquedad a su fantasma. El 24 de septiembre de 2012, el corresponsal en París del diario El País titulaba a página completa “Guerra abierta en Francia por Camus”, y destacaba: “Las luchas entre intelectuales, instituciones y partidos ponen en riesgo la exposición por el centenario del nacimiento del autor de ‘El extranjero’”. “Tras ser anulada y programada varias veces, la exposición no tiene comisario y el centenario parece secuestrado por una turbamulta de egos, enemistades, nostalgias y politiqueo provinciano. El primer comisario, Benjamin Stora, historiador de la Argelia colonial, fue despedido hace unos meses. Su sustituto, el filósofo y viudo oficial, Michel Onfray, ha dimitido ahora mandando una explosiva carta a Le Monde en la que afirma que el centenario es “un burdel y un nido de locos”. Y a finales de 2009, cuando se perfilaban las conmemoraciones por los 50 años de su muerte, de nuevo polémica por -decía Manuel Rodríguez Rivero, también desde El País- “el intento de “reapropiación” de su memoria por un Sarkozy hambriento de pedigrí intelectual”8. Y continuaba: “(Ahora) Camus disfruta de un reconocimiento mucho más amplio del que gozó en el displicente purgatorio en el que lo confinó la izquierda comunista en los sesenta y setenta (…) El compromiso de Camus fue siempre con el hombre, no con su concepto: por eso odiaba lo que representaba Netcháev, el fanático terrorista retratado por Dostoievski en el Piotr Verhovenski de Demonios. Y, por eso, Camus resulta hoy más vivo que Sartre”. REFERENCIAS ARENDT, H. (1999): Los orígenes del totalitarismo, Madrid, Taurus (ed. original, 1951). ARON, R. (1985): Memorias, Madrid, Alianza. BOURDIEU, P. (1995): Las reglas del arte, Barcelona, Anagrama. - (2006): Autoanálisis de un sociólogo, Barcelona, Anagrama. CAMUS, A. 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