“SOCIOLOGIA Y TEORÍA SOCIAL ANALÍTICA” FRANCISCO LINARES MARTINEZ ULL flinares@ull.es Existe un sinnúmero de respuestas a la cuestión ¿qué es la sociología? Sintiéndome incapaz de elegir la mejor, permítaseme señalar la que, a mi juicio, es la peor de las opciones posibles. Se trata de la citadísima definición de C. W. Mills, “sociología es lo que hacen los sociólogos”. Esta definición me parece empíricamente falsa porque no sólo no estoy seguro de que todos los sociólogos hagan sociología sino que, además, estoy convencido de que muchos no-sociólogos (es decir miembros de otras disciplinas) hacen sociología, si puedo decirlo, “de la buena”. Empero, el peor defecto de la definición de Mills no es su base empírica sino sus implicaciones normativas, instando a pensar que cualquier cosa que haga un sociólogo es, por ello mismo, sociología y eliminando, por tanto, cualquier posibilidad de pensar sobre el conjunto de reglas con las que se construyen un saber y una comunidad de productores-consumidores de ese saber. En este libro se sostiene, por el contrario, que existen (y que deben existir) reglas en la elaboración del saber que se denomina sociología; a pesar de que, es conocido, no hay un consenso claro sobre cuáles son las más adecuadas. Por otra parte, no todos los saberes se producen de la misma forma. Y en este libro se sostiene, además, que puede existir, y de hecho existe, una comunidad de productores del saber sobre la sociedad que se rigen por las reglas de lo que comúnmente se denomina “ciencia”; reglas compartidas con miembros de otras comunidades de las ciencias sociales y de las naturales. Partiendo de esta premisa, adoptaré como suficientemente buena una definición que, creo, puede compartir un amplio número de sociólogos y no-sociólogos, muertos, vivos y futuros. La sociología es la ciencia de las consecuencias inintencionadas de la acción. Aunque las implicaciones de esta definición (que obviamente no es original, sino que tiene una amplia tradición) se desarrollarán a lo largo de todo el libro, haré tres precisiones necesarias desde el comienzo. En primer lugar, las acciones de los individuos sólo son relevantes para la sociología en tanto en cuanto conllevan 1 interdependencia con otros individuos. El mundo de Robinson Crusoe no es para el sociólogo. En segundo lugar, las acciones de los individuos tienen consecuencias tanto intencionadas como no, pero los procesos y estados que interesan al sociólogo son, principalmente resultados inintencionados, en el sentido de que trascienden las intenciones originales de los propios individuos que los provocaron. En tercer lugar, cómo vincular la miríada de intenciones individuales con consecuencias agregadas no premeditadas es un problema de difícil solución. Un problema que exige método, es decir, reglas en la producción del saber. A lo largo del libro se irán abordando los distintos matices del mismo; pero antes de entrar en esa materia es preciso explicar las bases más elementales: ¿en qué objetos de estudio han de fijarse los sociólogos? y ¿cuál es, a grandes rasgos, la perspectiva adecuada para abordarlos? CARACTERÍSTICAS INDIVIDUALESY PATRONES COLECTIVOS Existen muchas formas de comenzar un curso de teoría sociológica. Una de mis preferidas es hacer uso de la prosaica pregunta que Robert King Merton toma de Las formas elementales de la vida religiosa: “¿Por qué los indios Hopi bailan la danza de la lluvia?” Esta pregunta suele sorprender a los estudiantes, que esperan que el profesor plantee en clase cuestiones de, aparentemente, mayor calado teórico (cómo, por ejemplo, por qué ha sobrevivido el capitalismo hasta nuestros días). Sin embargo, como todos los lectores de Merton pueden reconocer fácilmente, la aparente sencillez de la pregunta no es más que el envoltorio de los cimientos del análisis sociológico. Por lo demás, forma parte del estilo propio del gigante de Columbia mostrarnos con su prosa clara, rigurosa y sagaz cómo los acertijos más triviales invitan al sociólogo a desentrañar procesos sociales bien complejos. Empecemos por el principio. La mayoría de los iniciados en la materia estará de acuerdo en que la forma típica de un interrogante sociológico no es ¿por qué un miembro de la tribu de los Hopi participa en la ceremonia de la danza de la lluvia?, sino ¿por qué en la tribu de los Hopi se realiza una ceremonia para hacer caer la lluvia? Los miembros de una comunidad humana pueden tener un sin fin de motivos distintos para participar en una ceremonia o cualquier otro acto colectivo. Estos motivos, algunos de los cuales serán bastante típicos, desde las creencias religiosas más profundas hasta el deseo de evitar el ostracismo, son características de los individuos, y habitualmente varían de un sujeto a otro, bien en su cualidad o bien en su intensidad. La estadística 2 descriptiva se encarga de registrar y dar forma a este hecho. En el caso de que estas características no sean de origen biológico (y las creencias religiosas, la militancia política y el nivel de educación, entre un sin fin de ejemplos, no lo son) tendrán un origen social. Por ahora, lo que nos interesa subrayar es que el hecho de que en una comunidad se practiquen regularmente determinado tipo de rituales, de que exista un cierto grado de división del trabajo, de que predomine un tipo de justicia, o de que la riqueza esté más o menos desigualmente distribuida no es una cualidad de los individuos sino de la propia comunidad social a la que pertenecen. En un momento dado, es posible señalar un conjunto de rasgos que, de forma más o menos reiterada, se observan en una sociedad dada. Algunos ejemplos de interés en la nuestra son: a) Los hombres, por regla general, practican más deporte que las mujeres. b) Las personas de mayor edad, por regla general, tienen un voto más conservador que las más jóvenes. c) Los individuos nacidos en familias con mayor nivel educativo, por regla general, suelen alcanzar un nivel educativo mayor que los nacidos en familias con un nivel educativo más bajo. d) Las mujeres, por regla general, reciben un salario menor que el de los hombres. Estas afirmaciones son claramente distintas de las que puedan hacerse sobre los individuos particulares. Así, María puede que practique deporte seis horas a la semana, y Jorge dos horas. La afirmación anterior (a) no dice nada sobre qué hacen María o Jorge, ni sobre cuáles son sus motivaciones particulares para practicar o no deporte. El aspecto crucial de estos ejemplos es que, como nos recuerda la frase “por regla general”, se trata de un fenómeno que recurrente o reiteradamente podemos observar en el nivel colectivo. Esto es, se trata de un “patrón”. La primera lección de Merton es que el objeto de preocupación de los sociólogos se centra en la existencia de patrones de comportamiento, esto es, de regularidades propias de la vida social que no pueden derivarse directa y simplemente de las características particulares de los individuos que los producen. Desde un punto de vista exclusivamente ontológico, las unas son irreductibles a las otras. Reconocer la existencia de patrones es tan importante porque nos invita a pensar que lo que quiera que estemos observando no responde meramente a las reglas del azar. Ya que si el azar rigiera los procesos de asignación de salarios, la práctica del deporte, o el 3 logro educativo; si el hecho de ser hombre o mujer, de pertenecer a un grupo social u otro, o de haber nacido en una zona rural o urbana no tuvieran ninguna relevancia, se seguiría de ello lógicamente que la proporción, digamos, de hombres con salario alto debiera de ser más o menos similar a la de mujeres con salario alto, la proporción de parados de larga duración en el ámbito rural similar a la del ámbito urbano, etcétera. Cosa que, como es bien sabido, no ocurre. Así, la constatación, frecuentemente a través de métodos estadísticos, de este tipo de regularidades obliga a pensar que las diferencias señaladas en las afirmaciones a, b, c, y d no son fruto de la casualidad. La cuestión que sigue es evidente: ¿de qué son fruto? Esta pregunta es, desde luego, más fácil de formular que de responder. Y lo cierto es que no existe una respuesta obvia, o indiscutida, en la comunidad académica. A lo largo de la historia de la sociología se han ideado diversas formas de responder a la misma, algunas de las cuales brevemente repasaremos en este libro. Por el momento, en aras de la claridad, nos basta comparar dos alternativas típicas y bien conocidas: las ofrecidas por el propio Robert K. Merton y por su discípulo y amigo James S. Coleman. La respuesta de Merton: el poder explicativo de las consecuencias inintencionadas de la acción. Robert K. Merton, se doctoró en la universidad de Harvard en los tiempos en los que Talcott Parsons, la persona que habría de convertirse en el gran referente teórico de la sociología posterior a la Segunda Guerra Mundial estaba componiendo su Estructura de la Acción Social (finalmente publicado en 1937), y posteriormente se trasladó a la Universidad de Columbia, convirtiendose en el “inquilino” del despacho 415 del Fayerweather Hall hasta su jubilación. Desarrolló su actividad académica y profesional codo con codo con el matemático polaco Paul Lazarsfeld, que había fundado el Instituto de Investigación Social donde tomaría cuerpo una forma de hacer sociología, que puede denominarse escuela de Columbia, cuyos rasgos se siguen reconociendo en la investigación empírica mainstream actual. En su archi-leido “Funciones latentes y manifiestas”, contenido en el volumen Teoría y estructura sociales, Merton sostiene que los patrones de comportamiento no pueden explicarse por las motivaciones subjetivas concretas de las acciones de los individuos, sino por las consecuencias objetivas que estas acciones tienen, sean 4 intencionadas y/o reconocidas por los individuos o no. Esta disección entre motivos subjetivos de la acción y consecuencias objetivas de la acción, es a mi juicio la segunda gran lección de Merton. Su importancia deriva de la observación de que, con harta frecuencia, las consecuencias no responden, o siguen, directa y linealmente a las motivaciones; es decir, no son el resultado exacto de una planificación (que, no obstante, pudo existir, y frecuentemente existe) consciente y racional. Siguiendo el ejemplo que él mismo toma de la obra de Durkheim, si los indios Hopi bailan la danza de la lluvia de forma reiterada (o si recurrentemente las mujeres cobran menos que los hombres, o los individuos procedentes de familias con mayor educación obtienen también una educación mayor, etcétera), esto, diría Merton, no está relacionado con los motivos por los que un indio decide participar en la ceremonia, (o, digamos, con los motivos por los que una mujer decide firmar un contrato de trabajo con una cierta retribución), sino con las consecuencias que objetivamente esa tendencia o patrón tiene. Consecuencias que, en su conjunto, habitualmente el individuo actuante no puede conocer, y que conforman el campo de estudio del sociólogo. Dado este paso, vuelve a presentársenos una cuestión obvia: las consecuencias que esa tendencia o patrón tiene... ¿para quién? En la tradición teórica estructural-funcional, en la que se inserta el trabajo de Merton que se está comentando, la entidad para la que son relevantes esas consecuencias, la “unidad beneficiaria”, es bien el conjunto de la sociedad, que se identifica con un sistema de partes interdependientes, o bien alguna de esas partes, o subsistemas. Así, con independencia de la motivación de cada indio Hopi en particular, lo importante es que la danza de la lluvia ayuda a mantener cohesionada la tribu. Y es en esta consecuencia, que ningún indio busco deliberadamente, donde se halla la explicación de la ceremonia. El descubrimiento de esta desconexión entre motivos y consecuencias, junto con la tesis contraintuitiva de que son las segundas y no los primeros los que explican la acción, suele captar la atención de, e incluso despertar cierto asombro en, los estudiantes neófitos; tanto como le ocurrió en su momento al profesor, que relata la historia conociendo ya el final de antemano. El meollo de la argumentación es que ese patrón de comportamiento, de alguna forma, puede ayudar a satisfacer una o varias de las “necesidades” del sistema (o de alguno de los subsistemas). Algunos ejemplos son: − Las desigualdades de status satisfacen la necesidad de motivar a los individuos para desempeñar tareas especialmente importantes. 5 − Las políticas del estado del bienestar satisfacen la necesidad de disminuir el grado de conflicto inherente a la sociedad. − El consumo conspicuo satisface la necesidad de distinción de determinados grupos sociales. Esta forma de explicación, denominada funcional, muy común en la sociología de las décadas centrales del siglo XX, adolece de problemas lógicos que se señalarán más adelante, en el capítulo 2 (siendo una de las más señaladas ¿cómo identificar las “necesidades” de una sociedad, o un subconjunto de ella?). La tradición teórica en la que se inserta es del tipo holista, ya que en ella los individuos suelen identificarse meramente como los ocupantes de las distintas posiciones interrelacionadas en las que se descompone el todo, u holos, que es el verdadero objeto de análisis. Claro que existe, no se si decir, obviamente, una respuesta alternativa a la pregunta ¿para quién son relevantes las consecuencias de un determinado patrón? Ésta es: para los propios individuos que los produjeron. Sea, como señalaba Merton, que esas consecuencias fueran intencionadas o no, reconocidas o irreconocidas por los autores de las acciones, lo cierto es que estos sentirán en sus carnes beneficios y/o perjuicios producto de las mismas, que cambiarán en un sentido u otro sus creencias sobre la realidad en la que se desenvuelven, que transformarán sus deseos, y que les abrirán o cerrarán oportunidades en el curso de la vida social; lo que, a su vez, podrá reforzar, o inhibir, la ejecución de esas mismas acciones, con independencia de que los individuos tengan una comprensión acertada, o no, de cómo se generan dichos efectos. Esta segunda opción conduce progresivamente al abandono del estilo teórico holista, y ha tenido también diversos defensores en el desarrollo de la sociología, aunque, por el momento, circunscribiremos nuestra exposición a la propuesta de un único y especialmente relevante autor. El bote de Coleman y la transición micro-macro. James S Coleman, se formó en Columbia y fue uno de los primeros y más renombrados integrantes del Instituto de Investigación Aplicada. Es el autor de algunos de los trabajos sociológicos pioneros en sus respectivos campos, como el famoso informe sobre la desigualdad de oportunidades en la escuela, más conocido como Coleman Repport (1966?), o el de la difusión del uso de la gammamyna entre los médicos, publicado como Medical Innovation (1969?). Desarrolló su carrera en la 6 Universidad de Chicago, donde escribió su aportación teórica clave, Foundations of Social Theory, dedicado a su maestro; obra en la que se desarrolla una aproximación a la explicación de realidad social muy distinta del holismo de la escuelas estructuralistas. Partamos, con el propio Coleman, de un ejemplo tomado, también, de la literatura sociológica clásica; en este caso la relación entre el enraizamiento de cierta doctrina religiosa y el desarrollo de un determinado modelo económico, tesis objeto de una de las más conocidas obras de Max Weber. Como es conocido, el argumento de Weber es que la angustia generada por la idea de la predestinación, junto con la creencia calvinista de que el éxito en los negocios mundanos es una señal de haber sido elegido para la salvación del alma, alimentaron un perfil de comportamiento que es el ethos necesario para el desarrollo de la economía capitalista. Una parte del debate en torno a La ética protestante y el espíritu del capitalismo giró en torno a la polarización teórica materialismo/idealismo; particularmente en confrontación con el argumento marxista de que la religión es un elemento de la superestructura religiosa y, por tanto, existe en tanto en cuanto sirva funcionalmente a la infraestructura económica, puesto que “[cita de Marx]”. Coleman, sin embargo, parte del supuesto de que la forma correcta de explicar la relación entre estos dos fenómenos sociales, calvinismo y capitalismo, no reside identificar los procesos de servidumbre funcional en el nivel macro-sociológico o sistémico sino, siguiendo la consigna del sociólogo de Harvard George C. Homans, “reintroduciendo a los individuos en la teoría social”. Esta “reintroducción” implica, en primer lugar, estudiar cómo la ética protestante es interiorizada por los individuos. En segundo lugar como la interiorización de estos valores religiosos produce un cambio en el comportamiento de los mismos, en este caso un cambio en el comportamiento económico. Como es conocido, el trabajo de Max Weber se centra en ilustrar estas dos cuestiones. No obstante, en tercer lugar, también es preciso saber cómo las acciones de los individuos se combinan de forma que tienen la consecuencia de producir un cambio en las relaciones económicas. Esta última cuestión es, señala Coleman, la más espinosa. El argumento se representa formalmente con el diagrama mostrado más abajo, conocido como “barco de Coleman” (Coleman's boat), en el que la Flecha 1 representa un cambio en el “sistema”, que pasa de un estado a otro. La explicación correcta de la relación mostrada por la flecha 1, implica bajar al nivel micro, de los individuos (flecha 2), analizar el cambio en su comportamiento (flecha 3), y analizar cómo estos cambios se combinan produciendo una nueva realidad social (flecha 4). Así, el barco de Coleman 7 es un modelo general para abordar el problema meta-teórico de la relación entre los niveles micro y macro, también conocida como vínculo micro-macro. Una diferencia substancial con el argumento sostenido por su maestro Merton en “Funciones latentes y manifiestas” es que las motivaciones individuales para actuar son un ingrediente fundamental de todo el proyecto explicativo, junto con las consecuencias de la acción. Dado que el análisis gira en torno a los individuos, por qué actúan como lo hacen, cómo se combinan sus acciones, y qué consecuencias tienen, esta tradición teórica es del tipo individualista. A decir verdad, la sociología mainstream del siglo XX, al menos en teoría, no creía en este tipo de enfoque, que niega abiertamente la definición durkheimiana del “hecho social” como objeto externo a los individuos, y sólo explicables a través de otro hecho social. El resto de este libro está dedicado a exponer cómo es posible llevar a cabo solventemente este programa explicativo de corte individualista y, por tanto, aspira a participar en un debate intelectual que parece ser consubstancial a la disciplina. LASOCIOLOGIA ANALÍTICA. El término analítico se ha empleado en el campo de la sociología con distintos sentidos. El antecedente más próximo al uso que se le va a dar en este libro se halla en las obras de los denominados “marxistas analíticos”, publicadas entre finales de los años setenta y finales de los años ochenta del pasado siglo. A pesar de las diferencias entre ellos, el tono de escuela se reconoce en la predilección por desarrollar teorías micro- fundamentadas, esto es, basadas en el análisis de la acción y la interacción de los individuos. En aquel tiempo esto suponía un desafío a la predominancia en la doctrina marxista de posiciones estructuralistas, en las que los individuos no tenían capacidad de agencia y en las que, por tanto, el cambio o la estabilidad social dependían exclusivamente del desenlace de contradicciones sistémicas. Otro lugar común en estos autores es la búsqueda de la claridad , la precisión y la consistencia lógica de su argumentos; lo que les condujo a renunciar a conceptos clave de la teoría marxista ortodoxa, como el de alienación o el de dialéctica; así como a abogar por el uso de modelos matemáticos, análogos a los de los economistas “burgueses”. Por otra parte, a lo largo de la década de los noventa comenzó a tomar cuerpo en el mundo académico sociológico el uso del concepto de “mecanismo”, al uso en otras ciencias tales como la biología, la genética, o la inteligencia artificial, como elemento 8 explicativo. Muy brevemente, pues el término se define con más detalle en el siguiente capítulo, y atendiendo a nuestro problema, mecanismos son procesos que producen los resultados descritos en las flechas 2 (mecanismos situacionales), 3 (mecanismos de formación de acción) y 4 (mecanismos transformacionales) del barco de Coleman. Estos procesos deben ser reductibles, al menos, a la acción de los individuos y sus consiguientes interacciones. Simultáneamente, tienen lugar otros tres desarrollos importantes en sendas disciplinas, en principio, ajenas a la sociología. En primer lugar, a través de la economía experimental se produce un cuestionamiento empírico del modelo de actor racional dominante en la economía neoclásica y en la teoría de juegos. Esto centra la atención, por una parte, en la posibilidad, ya anticipada por Herbert Simon, de que los agentes económicos no sean racionales y, por otra, en la posibilidad de que una importante pluralidad de motivaciones, más allá del egoismo, guie la conducta de los mismos. En segundo lugar, algunos físicos comienzan a preocuparse por uno de los objetos de estudio más propio de las ciencias sociales, a saber, las redes de relaciones sociales. El desarrollo de internet y de las comunicaciones digitales ofrece además, por primera vez, la oportunidad de realizar análisis de grandes redes. Finalmente, en la ciencia de la computación se desarrollan modelos de análisis de la conducta alternativos a los modelos basados en ecuaciones diferenciales. A pesar de su tímida inserción en la investigación académica, estos nuevos modelos, computacionales, cobrarán un importante auge en las ciencias sociales en la primera década del siglo XXI. En los textos que suelen considerarse fundacionales, la sociología analítica se define como un estilo de hacer sociología que tiene los siguientes rasgos: 1) uso de una teoría de la acción, que podríamos calificar del “actor no irracional”; 2) una forma de individualismo que concibe a los actores incrustados en redes sociales; 3) una concepción de la explicación basada en la búsqueda de mecanismos; 4) una defensa del tipo de labor teórica inspirada en el concepto de “teoría de rango medio”, de Robert. K. Merton; 5) finalmente, el uso de modelos computacionales basados en agentes o, sencillamente Modelos Basados en Agentes (ABMs), como metodología privilegiada para la construcción de tales teorías. En adelante el libro se ordena de la siguiente manera: En el capítulo segundo, escrito con José Antonio Noguera, se aborda el problema de la explicación en las Ciencias Sociales. Se aportan criterios para valorar una explicación válida y se repasan los distintos modelos de explicación que se han 9 empleado en las ciencias sociales en general y en la sociología en particular. Especialmente relevante en este capítulo es el concepto de mecanismo, al que ya se ha hecho mención en este capítulo, dado que es una de los pilares de la propuesta que se defiende en este libro. En el capítulo tercero se plantea el problema teórico de la acción. En líneas generales, las ciencias sociales han adoptado como fundamento la premisa de que la acción social es intencionada. Esto se aprecia muy claramente en la obra de Max Weber, cuya definición de acción es “”. Y en otras escuelas teóricas, como la fenomenología, la etnometodología o el interaccionismo simbólico. Este capítulo se centra en la ventaja de disponer de un principio de acción conciso, que permita construir mecanismos explicativos. Se sostiene que hay tres principios básicos que pueden desempeñar este papel (elección racional, refuerzo e imitación), y se repasan las críticas al principio más generalizado, a saber, el del actor racional. El capítulo cuarto da un salto desde el análisis de la acción al de la interacción entre individuos aislados aunque interdependientes, en tanto en cuanto las decisiones de cada uno tienen consecuencias para los demás. Se muestran algunos problemas básicos con sencillas matrices de teoría de juegos. Estos se subdividen en problemas de coordinación, masa crítica y sistemas de incentivos. De una forma u otra todos están relacionados con la denominada lógica de la acción colectiva y los dilemas en la producción de bienes públicos. Se presenta el modelo de E. Ostrom para el análisis de los comunes. Los capítulos quinto y sexto suben un escalón con respecto al anterior, eliminando el supuesto de que los individuos toman decisiones de forma aislada, para pasar a contemplarlos como miembros de una red en la que se hallan incrustados. Esta forma de individualismo metodológico es conocida como individualismo relacional. Se revisan una serie de procesos ampliamente extendidos en la vida social que no pueden comprenderse sin ayuda del análisis de redes. Estos son, el capital social, el contagio social, la homofilia, las normas sociales, la diferenciación social y el poder. El capítulo séptimo vuelve a subir un escalón, esta vez, en el nivel de abstracción, para abordar el problema del vínculo micro-macro, que se ha esbozado brevemente más arriba, con la discusión del barco de Coleman. La cuestión es si existe alguna forma satisfactoria de transitar desde el nivel de la interacción entre individuos al nivel de las propiedades de los sistemas de acción. Para abordar esta cuestión, en primer lugar, se definen los sistemas complejos. En esta definición un elemento fundamental es 10 el de propiedad emergente. A continuación se describen algunos procesos que tienen lugar en este tipo de sistemas. De especial relevancias son los procesos cumulativos; su característica principal es que las consecuencias de la acción revierten sucesivamente sobre los propios individuos, cambiando sus motivaciones o sus oportunidades para actuar (todos los fenómenos analizados en los capítulos 5 y 6 son ejemplos de resultados emergentes de procesos cumulativos que tienen lugar en sistemas adaptativos complejos). Seguidamente se argumenta que un significativo número de propuestas de transición de lo micro a lo macro, realizadas por los más distinguidos sociólogos, no son más que ejemplos del modelo general que se presenta. Finalmente se sostiene que las posibilidades de transitar de lo micro a lo macro, esto es, de producir explicaciones de patrones sociales basadas en mecanismos de la acción, residen en el uso de una herramienta relativamente novedosa generada en el campo de la computación: la construcción de sociedades artificiales. El capítulo octavo se centra en qué son y cómo se construyen dichas sociedades artificiales. El capítulo se inicia explicando el término modelo, e ilustrándolo con dos ejemplos de modelos matemáticos en el campo de la sociología. Seguidamente se explica la diferencia entre estos modelos y los modelos basados en agentes, más adecuados por sus características para el análisis de sistemas complejos. En estos modelos un código informático contiene las instrucciones que rigen el comportamiento adaptativo de agentes heterogéneos. Se explica con detenimiento el proceso de construcción de ABMs, y se ilustra con dos ejemplos muy significativos: la segregación residencial y la emergencia de jerarquías de status. El capítulo noveno desarrolla la idea de teoría de rango medio formulada por Merton, y sostiene que los modelos ABM responden a esta forma de concebir la teoría y la investigación sociológicas. Muestra varios ejemplos de investigación sociológica que hacen uso de modelos basados en agentes para abordan fenómenos sociales concretos: las relaciones románticas entre adolescentes, el desempleo juvenil, la caída de la fecundidad y la desigualdad en el logro educativo. El capítulo décimo se recopilan los argumentos dados a lo largo del libro para valorar el grado de acierto de la definición de sociología como la ciencia de las consecuencias inintencionadas de la acción. PALABRAS CLAVE: 11 − bote de Coleman − consecuencia inintencionada − holismo − individualismo − motivo − patrón o pauta reiterada − sociologia − sociología analítica − vínculo micro-macro Lecturas recomendadas: Robert K. Merton “Funciones latentes y manifiestas”, en Teoría y estructura sociales, James S. Coleman “ “. en Fundamentos de teoría social, Capítulo 1º. 12