DELIBERACIÓN Y DIVISIÓN DEL TRABAJO EN LA “NUEVA POLÍTICA”

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DELIBERACIÓN Y DIVISIÓN DEL TRABAJO EN LA “NUEVA POLÍTICA”
Jorge Costa Delgado
Universidad de Cádiz
jorge.costa@uca.es
Este trabajo forma parte del proyecto de investigación: “La recepción de la Filosofía grecorromana
en la Filosofía y las Ciencias Humanas en Francia y España desde 1980 hasta la
actualidad” (FFI2014-53792-R)
Resumen
Este trabajo tratará dos cuestiones: la calidad de la deliberación política y la evolución de la división
del trabajo dentro de una agrupación local de Podemos.
Con respecto a lo primero, se mostrará cómo la deliberación política no solo está condicionada por
factores organizativos, sino también por las desiguales propiedades sociales de las personas que
participan en el partido y por el ritmo de los acontecimientos políticos en los que este se ve
envuelto.
En segundo lugar, el paso del tiempo, el incremento del ritmo de los acontecimientos políticos y la
saturación de la agenda de actividades que debe afrontar el partido tienden a acentuar la división del
trabajo presente en la organización, asignando a cada perfil no solo un determinado tipo de tareas,
sino también un peso político específico que guarda relación con las tareas realizadas.
La metodología ha consistido en la aplicación de la observación participante, desde febrero de 2015
hasta marzo de 2016, prestando especial atención al proceso que se inicia con la campaña para las
elecciones municipales y a la evolución post-electoral del partido.
El estudio realizado hasta la fecha determina que la laxitud de las normas que regulan los espacios
de deliberación facilita el control de la organización y acentúa la separación de distintos espacios
políticos dentro de la misma. El resultado es la baja calidad de la deliberación en la asamblea
abierta y el progresivo aumento de la intensidad de las interacciones, de la calidad de la
deliberación y de la toma de decisiones en espacios de acceso restringido. La aceleración del ritmo
político y la aparición de nuevas tareas acentuarán esta separación, transformarán los criterios de
selección de las personas que acceden a ellos, y modificarán el peso relativo de las distintas
propiedades sociales sobre la deliberación.
Por último, la evolución del fenómeno estudiado se caracteriza no solo por una creciente división
técnica del trabajo, sino también por una distinta modulación de la división social del trabajo que va
aparejada a la primera.
Palabras clave
Deliberación, División del trabajo, Sociología política, Podemos
Una de las principales características del acontecimiento político protagonizado por Podemos
consiste en el acelerado ritmo con que el partido ha afrontado la entrada en las instituciones
públicas. Esta cuestión ha influido indudablemente en los dos elementos que pretende estudiar esta
ponencia: la deliberación y la división del trabajo en la política.
Sin duda los efectos de esta rápida institucionalización han variado dependiendo de las dinámicas
locales y regionales. Yo los he estudiado en el marco espacial de una agrupación local y en el
período inmediatamente anterior y posterior a las últimas elecciones municipales.
La agrupación antes del proceso electoral
¿Cómo podemos describir el funcionamiento de la agrupación local a comienzos del proceso? En
febrero de 2015, el centro de la vida política de la agrupación era la asamblea. Existía un órgano
ejecutivo, el Consejo Ciudadano Municipal, que se encargaba de coordinar distintas tareas y de
representar a la asamblea entre sus reuniones. También había varias comisiones temáticas que
funcionaban con bastante autonomía, aunque teóricamente rendían cuentas periódicamente a la
asamblea. Pero la mayor parte de la deliberación política de la agrupación, sobre todo los asuntos
considerados de mayor importancia, tenía lugar en las asambleas que se celebraban cada dos
semanas, convocando alguna extraordinaria el CCM cuando estimaba que era necesario.
Conviene hacer un repaso rápido a la composición social de la agrupación al inicio del proceso
electoral. Desde el punto de vista socio-económico, destacan ante todo tres perfiles: personas de
clase obrera -el grupo más representado-, personal empleado en distintas ramas e instituciones de la
administración pública y jóvenes estudiantes. Hay también una presencia minoritaria de
profesionales que trabajan para la empresa privada y de autónomos. El estudio de la posición de
clase aporta dos datos interesantes para este trabajo: algunas posiciones -estudiantes, funcionariosfacilitan -por horarios y convenios- una mayor dedicación a la política que las demás y, en segundo
lugar, algunas profesiones permiten la adquisición de recursos que son considerados valiosos para la
política. En estos dos sentidos, la posición de clase incide en el lugar que puede ocupar cada
persona en la división del trabajo de la agrupación y, consecuentemente, según se argumentará, en
su jerarquía. Además de la posición de clase, considero que hay otros dos factores relevantes para
comprender los efectos que la composición social de la agrupación generaba en las dos cuestiones
aquí estudiadas (deliberación y división del trabajo): me refiero a la experiencia militante previa y
al capital cultural. Respecto a lo primero, podemos distinguir tres grupos: personas con militancia
previa al 15-M, personas con militancia posterior al 15-M y personas sin militancia anterior a
Podemos. Las personas con una trayectoria militante más prolongada son el grupo con más peso en
la agrupación, en sentido cuantitativo (son los más numerosos) y cualitativo (tienen más presencia
en puestos de responsabilidad). Las personas cuyo compromiso militante nace con el 15-M o con
Podemos no están lejos numéricamente de los primeros, pero sí hay una diferencia clara en cuanto a
su peso político en la agrupación, con una presencia mucho menor entre los dirigentes locales o
entre las personas que tienen más autonomía política en la agrupación.
El capital cultural plantea un problema respecto al criterio con que lo definimos. Si tomamos como
referencia los títulos educativos (los que sanciona el Estado a través de su sistema de enseñanza) se
observa una cierta diferencia entre los cuadros dirigentes locales y los militantes de base: entre los
primeros encontramos un número similar de personas con estudios universitarios y personas con
niveles inferiores; mientras que entre los segundos es mayor la proporción de personas sin estudios
universitarios (en proporción de 3 a 2), sin que el dato sea demasiado significativo. Es necesario
adoptar otra perspectiva; conviene mejor preguntarse: ¿qué tipo de conocimientos demandaba la
agrupación política antes de comenzar el proceso electoral? La respuesta, en este caso, guarda una
estrecha relación con el perfil político de muchos de los integrantes de la agrupación: procedentes
de una militancia en partidos con escasa responsabilidad en la gestión de instituciones públicas,
sindicatos, asociaciones y movimientos sociales, los conocimientos que aportan a Podemos en la
ciudad son, en primer lugar, los que han adquirido en esos espacios de sociabilidad política:
recursos prácticos para la agitación callejera, capacidades discursivas adaptadas a este espacio,
historia y referentes políticos de una tradición de izquierda, conocimiento de las demandas de los
colectivos activos en la ciudad, gestión de pequeños grupos y, en el caso de los que han ocupado
puestos de cierta responsabilidad en un aparato de partido o sindical, capacidad de control y
maniobra en la organización. No todos poseían estos conocimientos, ni tampoco en el mismo grado.
Esta desigualdad de capital cultural orientó a los distintos militantes hacia distintas tareas y lugares
en la organización.
En resumen, se puede afirmar que 1. los distintos espacios de la agrupación eran, al inicio del
proceso, bastante permeables (las entradas y salidas en las comisiones, una vez se reconocía a una
persona como miembro de la agrupación, eran fáciles); 2. la asamblea era la instancia más
importante en la deliberación y toma de decisiones, por encima de las distintas comisiones de
trabajo, aunque en estas existiera siempre una tendencia a la autonomización; 3. el capital cultural
más valorado era, en líneas generales y en consonancia con el perfil socio-político mayoritario en la
agrupación, el adquirido en la militancia política extra-institucional.
La evolución de los espacios de deliberación en la agrupación
El inicio de un proceso electoral que podía desembocar en opciones reales de gobierno generó una
transformación de las demandas de capital cultural dentro de la agrupación y no todos los antiguos
militantes se adaptaron de la misma manera: mientras que algunos conocimientos siguieron siendo
válidos en la nueva coyuntura, otros pasaron a ser irrelevantes o claramente disfuncionales.
Aparecieron nuevas tareas que debía afrontar la agrupación: la elaboración de un programa de
gobierno para la ciudad, una estrecha relación con los medios de comunicación y la gestión
burocrática de las instituciones. Por otra parte, el contacto con esta nueva realidad forzó a la
agrupación a adoptar un nuevo ritmo político, con urgencias y procedimientos distintos a los que
estaban acostumbrados. La sucesión de citas electorales internas y externas no permitió un proceso
gradual de adaptación y el súbito cambio de ritmo tuvo dos efectos reseñables: en primer lugar,
generó tensiones como resultado del desacople entre la política extra-institucional a la que estaban
habituados la mayoría de los militantes de partida y la política institucional que era el punto de
llegada inmediato del proceso. En segundo lugar, la urgencia, convertida en un estado permanente,
contribuyó a legitimar las decisiones tomadas -y, en particular, las carencias democráticas en la
toma de decisiones- como algo inevitable y atribuible a circunstancias externas.
Ante la aparición de estas nuevas tareas que produjeron efectos tan importantes en la agrupación
existían varias alternativas:
1. Una posibilidad era incorporar estas nuevas tareas a la estructura asamblearia pre-existente;
2. otra opción consistía en asignar especialistas para cada una de estas nuevas tareas y, en tal caso,
estos podrían formarse o elegirse entre personas que ya poseían esos recursos, pertenecieran o
no a la agrupación;
3. también cabía la posibilidad de modificar la estructura organizativa de la agrupación para dar
respuesta a estas nuevas demandas.
No obstante, la discusión sobre qué alternativa elegir nunca se planteó en esos términos, sino que se
dio como resultado de un proceso en el que las tres alternativas aparecían y se combinaban de
manera desigual. Trataré de explicarlo de manera muy esquemática.
La agrupación funcionaba, ya lo hemos visto, en torno a la asamblea y a las comisiones de trabajo,
teniendo mayor peso político la primera. El CCM funcionaba estrictamente como órgano ejecutivo:
la mayor parte de las decisiones se tomaban -al menos formalmente- en la asamblea.
El ritmo y los plazos que imponían las nuevas tareas chocaron frontalmente con el método de
resolución de conflictos que había adoptado informalmente la agrupación: evitar la confrontación
abierta, postergar la toma de decisiones en los asuntos en los que surgieran desacuerdos y derivar su
discusión a las comisiones. En general, la asamblea no se autorregulaba para sancionar ciertos
excesos1 -excesos desde el punto de vista de la horizontalidad democrática que reconocían
públicamente como ideal normativo los integrantes de la agrupación-; o, si se quiere evitar
introducir un juicio de valor y apuntar además a un elemento clave, podemos recurrir a la
interpretación que hace Philippe Urfalino2 de la decisión colectiva como cierre de la deliberación
para decir que la asamblea no garantizaba un proceso reglado, firme y claro de cierre de la
deliberación. El recurso al voto era el cierre habitual de la deliberación, pero este solía evitarse si la
deliberación se revelaba problemática, sin existir un mecanismo formal de cierre alternativo. Esa
laxitud normativa volvía a la asamblea muy vulnerable ante la presión de factores externos que
obligaban a tomar decisiones en plazos determinados. Al no poder cerrarse la deliberación en la
asamblea, las decisiones se tomaban en otros espacios reducidos y de acceso restringido: a veces
comisiones, a veces grupos de afinidad, o a veces órganos elegidos para una función determinada
que tendían a independizarse de la asamblea conforme se hacían cargo de estas tareas inaplazables.
La asamblea, entendida como un espacio de deliberación y toma de decisiones, se degradó
progresivamente y una particular forma de división del trabajo se fue haciendo cada vez más
acentuada a partir de este momento. Por un lado, se estableció una jerarquía entre unos pocos que
asumían la resolución de esas tareas a costa de la implicación del resto. Al diferente grado de
implicación correspondía un diferente poder de decisión, ya que en la asamblea la deliberación
había dejado de tener un sentido político práctico: no servía para tomar decisiones. Teóricamente la
asamblea seguía conservando ese papel, pero en la práctica tendía a convertirse en un espacio donde
se ratificaban o -en casos muy excepcionales- se vetaban decisiones ya tomadas fuera de la misma;
es decir, que la asamblea se convirtió en un espacio de legitimación mediante la representación de
un ritual de cierre de la deliberación que vinculaba simbólicamente al colectivo a las decisiones
1
Cito algunos de los más habituales: eran frecuentes las intervenciones que no respetaban el orden del día; no se
mantenían los tiempos acordados y la asamblea se extendía más allá de lo aconsejable, tomándose decisiones cuando
quedaban pocos asistentes; los moderadores no trataban igualmente a todos los asistentes y la jerarquía del partido
imponía su peso en la deliberación; en los momentos más conflictivos las personas con más capital político tendían a
monopolizar las intervenciones; los asuntos que se trataban se introducían de manera sesgada, sin dar la oportunidad de
plantear distintas perspectivas sobre el mismo asunto, y los asistentes no siempre tenían la información de antemano; en
general, no había seguimiento de los acuerdos y estos se respetaban más o menos en función de necesidades
coyunturales.
2
Philippe Urfalino: Cerrar la deliberación. Teoría de la decisión colectiva, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2013.
adoptadas en esos espacios de acceso restringido, pero que había sido vaciado de su capacidad
deliberativa y decisoria.
Por otra parte, la clásica división entre trabajo intelectual y trabajo manual se reprodujo adaptada a
esta fase de la práctica política contemporánea: unos diseñaban la estrategia política y el discurso y
otros acudían a los lugares y tareas asignadas, o reproducían por distintos medios las consignas
correspondientes. El poder político de unos y otros -la capacidad de decidir el devenir de la
agrupación- era muy desigual; es decir, la división técnica del trabajo llevaba aparejada una división
social del trabajo, que otorgaba más reconocimiento y más peso político a unas tareas y puestos que
a otros.
Para algunas tareas, como el programa electoral, se conservó formalmente la estructura asamblearia,
pero pronto se demostró su ineficacia y se recurrió al concurso de especialistas -internos
(comisiones y grupos de afinidad) y externos- para completar el trabajo. Para otras tareas, se estimó
desde el principio que el recurso a especialistas era la alternativa más válida. Así, por ejemplo, se
constituyó un equipo para gestionar los distintos aspectos de la campaña electoral y la relación con
los medios, quedando subordinadas las comisiones de trabajo de la agrupación a este órgano. Por
último, ya con los resultados electorales en la mano, se planteó la cuestión de la futura relación
entre los representantes electos, la asamblea y las comisiones de trabajo. En este punto apareció la
tercera de las alternativas que planteamos arriba: la posibilidad de modificar la estructura de la
organización para dar respuesta a las nuevas demandas. Se crearon nuevos órganos y la asamblea
votó su composición, pero en la práctica tuvieron un efecto muy limitado. La apuesta más clara para
enfrentarse a los problemas derivados de la gestión burocrática de las instituciones fue de nuevo el
recurso a los especialistas.
En conclusión, aunque no se produjo un debate específico en torno a qué solución dar a los
problemas que planteaban las nuevas tareas políticas, hubo una alternativa que se impuso
claramente a las demás: el recurso a los especialistas. Esta alternativa se produjo en parte como
resultado de una cadena de decisiones no planificada y, en parte, como resultado de decisiones
tomadas en espacios de acceso restringido. Por lo tanto, sin que se tomara abiertamente la decisión
de limitar el peso de la asamblea o de las comisiones de trabajo. La creciente división técnica del
trabajo tuvo momentos traumáticos, pero en general se representó como un proceso natural: una
respuesta obligada a las nuevas circunstancias que enfrentaba la agrupación. Sin embargo, como no
hubo una reflexión al respecto, no se comprendió bien hasta qué punto había alterado la política de
la agrupación: la nueva división social del trabajo, es decir, los cambios que se produjeron en las
jerarquías políticas de la agrupación derivados del nuevo reparto de tareas, enfrentó a quienes la
percibieron como una imposición arbitraria y a quienes la entendían como una consecuencia natural
de la nueva coyuntura política, abriendo nuevos conflictos y resignificando otros ya existentes. Los
espacios colectivos de deliberación y decisión que conservaba la agrupación o que intentó crear -sin
éxito- para afrontar la nueva coyuntura política no pudieron competir con el creciente poder de los
especialistas -internos y externos-. Quienes habían conseguido presentarse como tales o acceder a
alguno de los nuevos espacios de decisión, pasaron a formar parte de la nueva élite política de la
agrupación. Algunos de los que antes formaban parte de ella quedaron ahora relegados a un segundo
plano o acabaron abandonando la organización. Otros simplemente permanecieron en la agrupación
adaptándose a las nuevas circunstancias. Pero no tenemos tiempo aquí de ocuparnos de todos ellos.
En lugar de eso, veamos de manera resumida algunas conclusiones que se pueden extraer del
proceso descrito.
Algunas observaciones generales sobre la relación entre deliberación y división del trabajo en
una organización política
Desde el principio de la observación participante la deliberación política y la evolución de la
división del trabajo en el seno de la agrupación son dos fenómenos estrechamente relacionados:
1. Los principios que organizan la jerarquía de la división social del trabajo varían según la
estrategia política de la agrupación. Esta estrategia supone una determinada práctica política que
exige unos recursos y descarta otros por irrelevantes o contraproducentes. La estrategia política
de Podemos introdujo un nuevo objetivo prioritario para muchos de sus militantes: tener un
buen resultado en las elecciones que daban acceso a representación institucional. Sin embargo,
quienes formaban parte de Podemos en la agrupación local no estaban habituados a esa
estrategia. Si algo tenían en común era más bien una afinidad de formas de militancia extra
institucional. A ellos se sumaron personas sin trayectoria militante previa atraídas por la
repercusión mediática de Podemos y, más adelante, personas consideradas expertas en alguna de
las tareas requeridas por la estrategia que priorizaba el acceso a las instituciones. Conforme
Podemos avanzaba en una sucesión de campañas electorales -a distintos niveles institucionales,
pero también a cargos internos- los recursos útiles para la protesta callejera, la movilización y
organización de pequeños colectivos fueron cediendo paso al manejo de los ritmos y recursos
institucionales y a la relación con los medios de comunicación. Hubo personas que hicieron
fácilmente la transición de un perfil político al otro -abandonando el primero o adaptándose a
conveniencia, según lo requería la ocasión-, pero hubo otras que tuvieron más dificultades. Este
último grupo percibió que perdía peso político y reaccionó reclamando más espacio para la
política a la que estaban acostumbrados. Dado que era la dinámica de la agrupación la que había
cambiado y no ellos, era frecuente que esa reclamación se expresara apelando a la pureza de los
orígenes y a la autenticidad y que se percibiera en ocasiones como traición que nuevos recursos
y personas ocuparan el lugar de recursos y personas ahora minusvalorados.
2. La relación descrita muestra una permanente tensión en la agrupación que empuja hacia la
consolidación de oligarquías, en tanto que la asamblea -el espacio que acoge al conjunto de la
agrupación- no dispone de mecanismos efectivos para cerrar la deliberación y controlar, por
tanto, la política de la agrupación. Estas oligarquías se basan en principios variables, pero que
gozan de gran legitimidad dado que se presentan como producto de necesidades políticas
objetivas. Esta legitimidad no goza de un reconocimiento absoluto; es contestada, pero de
manera poco eficaz, por dos motivos: las nuevas tareas a las que dichas oligarquías pretenden
dar solución son asumidas por todos como necesarias y, por otra parte, no hay una apuesta
decidida por formas alternativas de dar solución a esos problemas -se plantean algunas
soluciones, pero sin mucho éxito-. En otras palabras, la nueva élite política pretende presentarse
como aristocracia -el gobierno de los mejores: los más capaces a la hora de afrontar las nuevas
tareas que enfrenta la agrupación-, aunque es contestada por una minoría de la agrupación, que
la define como oligarquía -con argumentos del tipo: “ahora todo lo decidís entre unos pocos, la
asamblea no se entera de lo que pasa realmente en la agrupación”-. Lo que ocurre es que la
protesta es desorganizada y se debe a motivos contradictorios: unos piensan que los elegidos no
son los mejores para esas tareas, otros que hay otras tareas de igual o mayor importancia, y
algunos que hay otras maneras de gestionar las nuevas tareas. Ninguna vía cuenta con suficiente
apoyo para imponerse frente a la deriva hacia los especialistas como solución para afrontar las
tareas que plantea la nueva coyuntura política, ni tampoco para impugnar a los especialistas
concretos que progresivamente marcan la política de la agrupación. En este punto, es importante
diferenciar cuándo -o mejor dicho, en qué medida- esta tendencia oligárquica es producto de
una estrategia consciente elaborada para controlar la organización y dirigirla hacia los fines
establecidos por grupos organizados en su interior, y en qué medida es el resultado de una
estrategia objetiva, pero inconsciente, que ha de entenderse en otro sentido: como el resultado
de principios que orientan la práctica política a corto plazo, dando lugar a una suma de pequeñas
acciones que tienden a resolverse siempre en el mismo sentido, y que, consideradas en su
conjunto, tienen como resultado la consolidación de oligarquías dentro de la organización, en
función del equilibrio de fuerzas interno existente en cada momento.
3. Las personas que ostentan mayor peso político tienden a corresponderse, aproximadamente, con
las que ejercen las tareas consideradas más valiosas en la organización, aunque la consideración
de qué es lo valioso varía según la coyuntura política y aunque estas personas no sean las únicas
disponibles para realizar esas tareas. Esta correspondencia contribuye, como he explicado, a
naturalizar las relaciones de dominación que se establecen entre la élite que dirige de facto la
organización y el conjunto de los militantes; si bien tal legitimación es más problemática cuando
los principios que la organizan han variado muy rápido, o cuando varios grupos organizados con
suficiente peso político discuten cuáles deben ser los principios de legitimación y/o quién debe
ocupar los puestos de responsabilidad. Por otra parte, la conciencia de esta dominación se
atenúa en parte conservando procedimientos formalmente democráticos, aunque
progresivamente se vayan vaciando de contenido.
4. La tendencia oligárquica de la organización se retroalimentaba con la degradación de la
deliberación política en la asamblea y demás espacios abiertos, lo que incrementaba el poder de
pequeños espacios generalmente controlados por grupos organizados. Esta dinámica tenía
efectos muy evidentes en el reclutamiento de personal y de nuevos militantes para la
agrupación. Para quienes se acercaban a la agrupación a través de la asamblea, la dinámica
descrita solía generar un efecto centrífugo: una deliberación muy degradada y sin poder de
decisión tenía pocos estímulos para los recién llegados. El acceso a las comisiones de trabajo
suponía un paso más en el compromiso, si se superaba la primera barrera y se mantenía una
asistencia más o menos asidua a la asamblea. En ese caso, se corría el riesgo de trabajar
siguiendo directrices ajenas sin posibilidad alguna de modificarlas, lo cual era admisible si se
reconocía la legitimidad de los espacios de decisión, de lo contrario resultaba insoportable. Por
último, redes personales o políticas permitieron a otras personas conectarse directamente con los
espacios de decisión de acceso restringido, ya fueran grupos informales, o, más adelante, cargos
de responsabilidad vinculados a las tareas de gobierno. Lógicamente, la ausencia de un vínculo
previo con la asamblea y de normas que obligaran a rendir cuentas ante esta del trabajo
realizado impulsó aún más la tendencia de estos espacios a autonomizarse. La afinidad personal,
no solo ideológica, jugó un papel fundamental en la selección de personal y de los militantes
que se incorporaban a la agrupación. Este modo de selección se fue imponiendo conforme
avanzaba el proceso de institucionalización y, por tanto, según hemos visto, se generalizaba el
recurso a los especialistas. Las personas que no disponían de esas redes personales o políticas
quedaron marginadas de los espacios de toma de decisiones y, en general, de la agrupación, ya
que la asamblea y las comisiones tan solo eran estimulantes para perfiles sociales muy
específicos que compartían dos propiedades: tiempo libre y, salvo excepciones, una larga
trayectoria militante de base, por motivos que no tengo espacio para desarrollar. Una
consecuencia indeseada de dicho modo de selección fue que contribuyó a cuestionar los
principios de legitimación de la élite dirigente. Esta se presentaba como una aristocracia: los
mejor dotados para las tareas y puestos requeridos. Pero, al menos para los que quedaron
marginados, el proceso de selección evidenciaba que se trataba de una oligarquía: los criterios
que operaron en la práctica revelaban que no era la competencia la que otorgaba el puesto, sino
la cercanía al poder. Esta se intentó justificar apelando a la necesaria “confianza política” para
ocuparse de tareas delicadas, pero dado que muchos de los especialistas eran desconocidos para
la asamblea y el peso de las redes personales era muy evidente, en general esto supuso un
desgaste para las élites de la agrupación y una limitación de su capacidad de atracción de nuevos
militantes.
5. El proceso generó conflictos que no desaparecían: se dilataban en el tiempo. La táctica que
adoptó la dirección política consistía en evitar, en lo posible, su expresión pública conciliando
posiciones enfrentadas, al mismo tiempo que maniobraba para evitar el acceso a los espacios de
decisión de opositores o personas catalogadas como problemáticas. Como la asamblea no
disponía de mecanismos efectivos que garantizaran el cierre de la deliberación, cuando una
decisión conflictiva no podía ser postergada, esta se tomaba en espacios de acceso restringido y
sin control democrático. La deliberación en la asamblea, por tanto, se desvinculó de la práctica
política efectiva o, en el mejor de los casos, se limitó a informar a las personas que finalmente
tomaban las decisiones, sin que estas estuvieran obligadas por ningún compromiso. Ante esta
táctica, las personas enfrentadas a la dirección tendieron a agruparse en comisiones de trabajo
que funcionaban de manera autónoma -es decir, crearon un nuevo espacio político dentro de la
organización, a salvo de interferencias, pero con escaso peso político en la práctica- o acabaron
por abandonar la agrupación.
Las primarias: un pequeño espacio para lo imprevisto
Por último, quiero comentar muy brevemente los efectos que tuvo sobre la dinámica descrita
anteriormente el mecanismo de las elecciones primarias abiertas para la configuración de la lista
electoral. Este mecanismo fue una seña de identidad del partido desde su fundación y, aunque se
dieron distintas modalidades según el lugar y el proceso electoral, las primarias fueron un recurso
obligado a la hora de elaborar la lista electoral. Por lo tanto, era un mecanismo de cierre de
deliberación impuesto a la agrupación, que tan solo era negociable en los matices de su desarrollo por ejemplo: con listas o sin listas, con listas abiertas o cerradas…- y que no se podía postergar. Por
motivos que no tienen que ver con la agrupación local en sí, se escogió un procedimiento de
primarias especialmente abierto: elaboración de un censo de candidatos con aval de la asamblea -en
el que prácticamente tuvo cabida todo el que se presentó- y posibilidad de seleccionar un máximo
equivalente a la mitad de los componentes de la lista.
Las posibilidades que tenían las élites políticas locales de condicionar la elección eran bastante
limitadas con este procedimiento, lo que dejaba cierto espacio a la incertidumbre. Las primarias
abiertas favorecen, en general, que se movilice un capital simbólico ajeno al espacio estrictamente
militante. Eso, en una agrupación como esta donde el capital militante tenía un valor fundamental,
supuso una ruptura de las dinámicas que se habían ido asentando. En esta agrupación local, con un
proceso electoral interno poco mediatizado, ese capital simbólico de origen externo era
fundamentalmente el capital social que pudiera movilizar cada candidato a través de sus redes
personales o de su prestigio en determinados espacios de la ciudad.
Aún así, las élites locales trataron de promocionar a personas desconocidas en la asamblea
anticipando el recurso que más adelante se utilizaría con los especialistas: apelar a la confianza que
personas de reconocido prestigio en la agrupación tenían en los recién llegados. Otros candidatos
movilizaron redes personales, incluso familiares, aprovechando que el censo de votantes no estaba
cerrado: uno podía inscribirse en el mismo momento de la votación. Los puestos se decidían por
una escasa diferencia de votos y no estaba nada claro el resultado final. Cada estrategia censuraba la
opuesta por ilegítima y, ciertamente, ninguna de ellas encajaba bien en el funcionamiento de la
agrupación hasta entonces.
Las primarias abiertas, por tanto, introdujeron una incertidumbre que cuestionó los principios que
hasta entonces legitimaban la división social del trabajo en la asamblea: todos los candidatos que
quisieron competir por un puesto en la lista tuvieron que recurrir a estrategias que se adaptaran al
nuevo mecanismo. Algunas de ellas chocaron con el funcionamiento de la asamblea hasta entonces.
Lo que posibilitó esta incertidumbre y la posibilidad de ruptura de la lógica de reproducción de las
élites militantes fue un procedimiento que definía unos tiempos precisos y establecía un mecanismo
de cierre de la deliberación con un reglamento inalterable. Hay una importante similitud con la
deriva que tomó la agrupación con el proceso de institucionalización: un mecanismo de cierre de la
deliberación impuesto a la agrupación -considero a las primarias impuestas en la medida en que
Podemos las exigía como requisito en toda candidatura municipal que apoyaran sus agrupacionesobliga a esta a modificar su funcionamiento para adaptarse a ritmos políticos también impuestos
desde fuera: el calendario electoral.
Hay, por el contrario, una diferencia fundamental: el mecanismo de cierre de la deliberación era el
voto secreto -presencial o telemático- de todo aquel que se inscribiera en la plataforma. Es decir, no
había manera posible de derivar la decisión a espacios controlados por la élite política. Los grupos
organizados y los candidatos trataron de influir en el proceso, pero las reglas garantizaban un marco
de competencia que ofrecía oportunidades a un mayor número de personas. No las mismas
oportunidades y no a todos los candidatos, pero sí a un mayor número de personas y con perfiles
más diversos que los que favorecía el antiguo mecanismo de selección y, también, que el método de
selección de especialistas que se impondría con la llegada a las instituciones.
Con todo, los efectos fueron limitados y el peso de los grupos organizados fue evidente en la
configuración final de la lista. Sin embargo, insisto, hubo espacio para la incertidumbre y se atenuó
el control de las élites sobre el proceso.
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