La división sexual del trabajo en contextos rurales en Senegal... reflexiones desde la interseccionalidad

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La división sexual del trabajo en contextos rurales en Senegal (Kebemer, Louga):
reflexiones desde la interseccionalidad
Paloma Moré mmore@ucm.es
Monika Mena monika@kalidadea.org
Esta comunicación analiza la división sexual del trabajo en el contexto de una región
rural de Senegal (Kebemer, Louga) desde una perspectiva crítica, interseccional y
decolonial. El texto es una reflexión a partir de los resultados de un estudio sobre las
relaciones de género realizado en consultoría social para una ONG internacional. Los
datos provienen de una combinación de técnicas cualitativas y participativas de
investigación. En el contexto estudiado los roles de género están claramente
diferenciados: Los hombres son los principales proveedores económicos del hogar y
quienes tienen la autoridad como "jefes de familia" para decidir sobre los ingresos y los
gastos; las mujeres son responsables del trabajo doméstico y reproductivo y sus
actividades productivas son consideradas un "complemento" a los ingresos básicos de
las familias. Para las mujeres que realizan actividades productivas o que se integran en
la actividad política, dada la ausencia de reparto del trabajo doméstico entre los sexos, el
trabajo doméstico y de cuidados se delega en otras mujeres de la familia, nueras o
coesposas o en empleadas de hogar, muchas veces niñas o mujeres jóvenes que dejan a
su vez el trabajo doméstico a su vez en manos de sus hijas.
El análisis que se propone es crítico con una visión una noción homogénea de la
opresión de las mujeres como grupo para resaltar la diversidad de las situaciones de
opresión de las mujeres en función de sus posiciones sociales. Desde una perspectiva
interseccional se propone comprender las experiencias de desigualdad de las mujeres en
su contexto específico, tanto étnico como de clase y dentro del grupo familiar, y dar
cuenta de que las necesidades prácticas y los intereses estratégicos de las mujeres se
definen en posiciones sociales interseccionales. Además, desde esta perspectiva se
analiza el proceso de empoderamiento de las mujeres resaltando su capacidad de
agencia y poniendo en cuestión la esencialización de las mujeres musulmanas como
sumisas y atadas a posiciones sociales tradicionales.
Introducción
Esta comunicación pretende acercar al contexto del Congreso Nacional de Sociología
una experiencia de investigación realizada fuera del marco de la Academia. Nos ha
parecido que este foro era un espacio interesante para poder compartir con una
comunidad de expertos un trabajo realizado en el marco de la consultoría social por
encargo de un cliente. Debido a que la investigación en consultoría tiene muchas veces
una imposición de ritmos de trabajo, plazos de entrega, puntos de vista y marcos
analíticos predefinidos y en general poco espacio para la reflexión y el debate sosegado,
la posibilidad de acercar esta investigación a este foro nos ha parecido una oportunidad
más que apetecible. Del mismo modo, consideramos que para un congreso de estas
características, donde generalmente se exponen trabajos hechos en el ámbito de la
universidad y donde los asistentes tienen un gran incentivo en recopilar el “certificado
de asistencia” para presentar en la ANECA, la aportación que hacemos con esta
investigación es cuanto menos original. Pocas veces entran en diálogo la investigación
sociológica hecha desde la Academia y la praxis sociológica realizada desde la
consultoría social y por tanto esta comunicación constituye un reto para nosotras.
La investigación de la que se va a tratar aquí ha sido encargada por una ONG
Internacional de cooperación para el desarrollo con sede en el País Vasco que tiene
como objetivo contribuir a erradicar la pobreza en el mundo afrontando sus causas no
sólo económicas sino también políticas, culturales, sociales y ambientales. En este
sentido trabajan para promover en el ámbito internacional la consolidación de la
democracia, el respeto de los Derechos Humanos, el desarrollo humano y sostenible y
los valores de igualdad y justicia social. Esta ONGD trabaja tanto en América Latina
como en África, siempre con contrapartes locales, en un total de quince países. El
trabajo que está ONGD desarrolla en Senegal se centra en la Región de Louga y se lleva
a cabo desde 2004 junto con su socia local que es la Federación de Asociaciones de
Desarrollo Comunitario de Senegal.
Estas dos organizaciones llevan más de una década poniendo en práctica proyectos de
desarrollo en la zona orientados hacia la Seguridad alimentaria (alfabetización de
mujeres adultas; apoyo a proyectos productivos; instalación de unidades de
transformación de cereal); Energía, medioambiente y uso sostenible de los recursos
(campañas de sensibilización, infraestructuras para acceso a agua potable y de riego;
instalación de cocinas mejoradas, etc.). En los sucesivos proyectos se ha hecho un
especial énfasis en la mejora de la productividad agrícola y en la gestión sostenible de
los recursos, siempre con un enfoque claro hacia la seguridad alimentaria de la
población y hacia la reducción de la pobreza. Si bien algunas de las actividades
incluidas en sus proyectos estaban dirigidas particularmente a las mujeres, como por
ejemplo la alfabetización de mujeres adultas, estas organizaciones no se habían
incorporado la perspectiva de género en sus formulaciones más que de manera muy
parcial.
Sin embargo, recientemente la ONGD y su socia local han emprendido un proceso de
transformación de sus objetivos hacia la implementación del género de manera
transversal en sus actuaciones en Senegal. Por ello, han recurrido a los servicios de la
consultora social Kalidadea, especializada en evaluación e investigación con enfoque de
género y en el acompañamiento a organizaciones sociales (ONGs, movimientos
sociales, etc.) en el desarrollo de sus actividades y en la mejora de la gestión interna.
El objetivo de este servicio ha sido la realización de una investigación diagnóstica y el
establecimiento de una línea de base sobre las relaciones de género en el departamento
de Kebemer, que se encuentra en la región de Louga y es el principal destinatario de sus
actividades de cooperación al desarrollo en Senegal.
Aproximación al contexto de la investigación
La República de Senegal1 se sitúa en el extremo occidental de África. Según el último
censo realizado en 2013 por la Agencia Nacional de Estadística y Demografía, Senegal
tiene una población de 13.508.715 habitantes de los cuales el 54,8% vive en zonas
rurales. La estructura poblacional se caracteriza por una alta proporción de población
joven pues la media de edad son 22 años y el 50% de la población tiene menos de 18
años. Esto se corresponde con una tasa de natalidad alta, pues el índice sintético de
fecundidad se sitúa en 5,1 nacidos vivos por mujer mientras, ascendiendo en el medio
rural a 6,2. En Senegal conviven aproximadamente cerca de 20 grupos étnicos, siendo el
wolof el más numeroso (43% de la población). La lengua oficial es el francés pero hay
reconocidas 6 lenguas nacionales (wolof, serère, diola, puular, soninké y mandingue) y
otros dialectos que hablan las etnias minoritarias.
Se trata de un Estado laico (Art. 1 de la Constitución) donde convive población de
distintas religiones, siendo la mayoritaria la musulmana (se calcula que más del 90% de
la población) lo cual tiene una fuerte impronta en las costumbres del país, donde
algunos líderes religiosos son muy influyentes. Las mujeres han estado
tradicionalmente poco presentes como representantes políticas, pero en el año 2010 se
aprobó una ley de Paridad en la elección de cargos políticos y en las elecciones de 2012
64 mujeres ocuparon escaños en la Asamblea Nacional, lo que representa un 43% de la
Cámara. La situación política del país es de estabilidad, especialmente después de la
pacificación del conflicto armado en la región natural de la Casamance.
Si bien el Fondo Monetario Internacional preveía cifras de crecimiento económico del
4,6% para 2014 y 4,8% para 2015, según el Informe sobre Desarrollo Humano 2014 el
país ocupa el lugar 163 de 187 países con un IDH de 0,4852 y ha perdido 11 posiciones
1
Ficha de país Senegal de la Oficina de Información Diplomática del Ministerio de Asuntos Exteriores
El Índice de Desarrollo Humano es un coeficiente que sintetiza tres indicadores esenciales para lograr una
aproximación cercana al nivel de bienestar que existe en los países que se desea evaluar. Estos indicadores son la
esperanza de vida, la tasa de alfabetización de adultos – mayores de 15 años – la tasa bruta combinada de
matriculación en primaria, secundaria y terciaria y por último el Producto Interior Bruto (PIB) per cápita, es decir, la
renta per cápita. La combinación de estos datos es completa en el sentido de que interrelaciona las esferas educativa,
económica y de salud, por tanto el bienestar social no queda reducido a las meras cifras de renta o de ingresos del
país.
2
desde 2012. El descenso en esta clasificación se advierte para todo el periodo 20082013 ya que el crecimiento económico no ha implicado avances en salud, educación,
nutrición e igualdad de género. En términos de pobreza (Índice de pobreza
multidimensional) el 14,4 % de la población en Senegal está en riesgo de sufrir pobreza
y un 45,1% se encuentra en situación de pobreza extrema. El coeficiente de Gini, que
mide la desigualdad es de 40,3 y el Ingreso Nacional Bruto per cápita es de 2.169
dólares de PPA en 2011. La esperanza de vida al nacer se sitúa en 63,5 años y la media
de años de escolaridad es de 4,5. El Índice de Desarrollo de Género –IDG- (el IDH de
mujeres respecto al de los hombres) es de 0,864, ocupando el puesto 124 de los 187
países. Así, mientras que el valor de IDH para los hombres es de 0,52 para las mujeres
es de 0,449. En términos de desigualdad de género Senegal tiene un índice de 0,537 y
ocupa el lugar 119 de 187 países. La estimación del Ingreso Nacional Bruto per cápita y
desagregado por sexo, 1.642 (PPA en US$ de 20113) para las mujeres y 2.717 para los
hombres, refleja la desigualdad estructural de género que existe en el país.
La región de Louga se encuentra al noroeste de Senegal, tiene una fachada marítima de
56 Km sobre el océano Atlántico. Se calcula que hay unos 858.000 habitantes
distribuidos en unos 2.500 asentamientos humanos.
Dentro de la región de Louga, el departamento de Kebemer tiene una población de casi
260.000 personas distribuidas en 17 comunidades rurales (comarcas que agrupan
muchos pequeños pueblos de 50-150 habitantes) que concentran el 89,23% y dos
3
Informe de Desarrollo Humano 2014. PNUD.
municipios urbanos, Kebemer y Gueoul, que agrupan al 10,77% de la población. Se
trata de una población muy joven pues el 43,41 se concentra en la franja 0-14 años, la
gran mayoría de la población es de etnia wolof y de religión musulmana.
La población vive principalmente de la agricultura extensiva, de monocultivo (mijo,
cacahuete), estacional (vinculada a la estación de lluvias) y fundamentalmente de
subsistencia, con una mecanización modesta y una necesidad intensiva en mano de obra.
Las tradiciones culturales giran a su vez en torno a las prácticas agrícolas siendo el
trabajo de la tierra la principal referencia al mundo del trabajo que tiene la población de
Kebemer. Sin embargo, la agricultura tradicional y el modo de vida que la acompaña
están desmoronándose y forzando la emigración de la población a Dakar y al extranjero.
El clima es de tipo saheliano a causa de una fuerte radiación solar (alrededor de 8,5
horas / día); las temperaturas son elevadas con una media anual de 28°C. La
desertificación es el principal problema medioambiental que se manifiesta por la
reducción de las lluvias unida a una degradación de la cobertura vegetal, favoreciendo la
intensidad de los vientos. Se trata de un fenómeno preocupante por el avance de las
dunas de arena desde el litoral hacia el interior, que intenta frenar una barrera forestal
artificial conocida como la “banda de filaos”. Además, la zona sufre las consecuencias
de un largo periodo de sequía de los años 80 y 90 y de una explotación agrícola y
forestal abusiva. Las prácticas del monocultivo del cacahuete como fuente de ingresos
nacional han contribuido a empobrecer los suelos de la denominada “Cuenca del
cacahuete”, mientras que la leña como fuente de energía doméstica ha contribuido a
deforestar los escasos recursos forestales.
Por tanto, la desertificación compromete el desarrollo económico y social de la zona ya
que condiciona la implementación de acciones productivas, sobre todo la producción
agrícola y pecuaria, principales actividades de la economía de las etnias que habitan en
este territorio. El acceso al agua es un problema presente en el departamento de
Kebemer, especialmente, en las comunidades rurales en la falta de infraestructuras que
no cubren las necesidades de la mayoría de las comunidades, especialmente las rurales,
y en la que está presente una mala y débil gestión para la obtención de agua potable.
Además, en las zonas rurales los transportes son un problema pues no existen accesos
asfaltados y las vías de circulación son de arena, lo cual dificulta el transporte de
mercancías y la movilidad de las personas. En definitiva, según el informe de situación
económica y social regional de 2010 del Servicio Regional de Estadísticas y
Demografía de Louga, la pobreza afecta al 65,6% de los hogares en Kebemer y ésta se
concentra en las zonas rurales y tiene a las mujeres por sus principales víctimas.
Aproximación teórica al diagnóstico de relaciones de género
Esta investigación tenía como objetivo marcado por el cliente establecer un diagnóstico
de las relaciones de género en todos los ámbitos (educación, salud, ingresos, trabajo,
participación política, violencia, etc.) así como establecer conexiones y prioridades a
tratar en los distintos aspectos de la desigualdad, que quedarían reflejados en los
indicadores de una línea de base así como en un informe. Ante un objetivo tan
ambicioso el enfoque del que partimos combinaba tres marcos analíticos muy
utilizados en la cooperación al desarrollo con enfoque de género.
En primer lugar, el marco desarrollado por Caroline Moser (1989) se basa en que en
toda sociedad cada individuo, sea hombre o mujer, desempeña tres roles: el rol
reproductivo, que consiste en realizar las tareas y actividades domésticas y de cuidados
que constituyen un trabajo necesario para la reproducción social; el rol productivo que
se refiere al desempeño de actividades productivas que son remuneradas (en dinero o en
especie); el rol sociocomunitario que se refiere a las actividades de administración de la
comunidad. Estos roles son asumidos de manera diferente por hombres y mujeres. Por
tanto, a través de este enfoque (¿Quién hace qué?) se mapea la división sexual del
trabajo partiendo del hecho de que, en la mayoría de las sociedades, las mujeres de
bajos ingresos asumen un triple rol. Al destacar las actividades reproductivas y
comunitarias, además de las productivas, se hace visible el trabajo de las mujeres, que
suele ser invisible. Además, el marco de Moser pone de manifiesto la distinción entre
las "necesidades prácticas" de género (basadas en las condiciones materiales concretas)
de los "intereses estratégicos" de género (basados en las relaciones de
subordinación/dominación entre los género) y plantea desagregar los datos a nivel
hogar: “¿quién decide qué en el hogar?” para establecer un mapa micro del poder de
decisión de las mujeres.
En segundo lugar, el marco analítico de Harvard (Overholt, Anderson, Cloud y Austin)
que pone el énfasis en el análisis del perfil de actividades de una determinada población
(¿quién hace qué, dónde y cuándo?) del acceso y el control desigual de los recursos
(económicos, políticos, etc.) y de los beneficios (entendidos como los resultados de los
proyectos de cooperación) por parte de las mujeres y de los hombres. Si bien este marco
fue diseñado en los años 1980 para analizar la eficiencia de los proyectos desde una
óptica más desarrollista que de género, consideramos que su capacidad analítica es
clave para visibilizar y cuestionar las desigualdades de género.
En tercer lugar, el análisis del proceso de empoderamiento de las mujeres, que puede
definirse como un proceso de toma de conciencia, que parte de lo individual hacia la
acción colectiva y que tiene como objetivo que un grupo subordinado consiga mejorar
su situación con respecto a otro grupo dominante. Desde esta perspectiva el
empoderamiento se define por las siguientes características:
• Implica ganar poder: que las personas que viven relaciones de subordinación
comiencen a cuestionarlas y amplíen los límites de sus marcos de acción.
• Tiene carácter procesual y de largo plazo: más que un estado es un proceso de
transformación, tanto individual como colectiva.
• Es un proceso relacional que lleva a las mujeres a cuestionar las relaciones
asimétricas que mantienen con los hombres.
• Es un proceso de transformación "de abajo hacia arriba", es decir, que implican
"auto-empoderarse" (no puede otorgarse el empoderamiento) y "de adentro hacia
afuera" (de la toma de conciencia individual a la organización colectiva)
• Implica un fortalecimiento de la agencia, entendida como la capacidad de definir
los propios intereses y de actuar hacia su consecución.
El empoderamiento es un proceso que abarca distintas dimensiones en la vida de las
mujeres: se inicia en el ámbito de lo subjetivo y lo cultural, propiciando cambios en las
concepciones, creencias y valoraciones sobre el ser mujer y el universo femenino y
creando nuevos modelos de roles y relaciones de género; requiere un empoderamiento
físico y económico que se refiere a una mayor autonomía sobre los cuerpos, incluyendo
aspectos como la capacidad reproductiva y la sexualidad, y sobre los recursos
económicos; implica también que el empoderamiento individual se canalice hacia una
acción colectiva de las mujeres que se dirija a defender sus intereses y lograr sus metas
como grupo discriminado; requiere un empoderamiento político que consiga cambiar
las estructuras sociales y las instituciones que generan y reproducen las desigualdades
de género (Murguialday et al, 2005: 51)
Además, como señala Moser (1993), el empoderamiento debe entenderse en su contexto
y el análisis de estos procesos, debe estar enraizado en las condiciones de vida y la
cultura particular de una población determinada. Por ello, es preciso tener en cuenta que
la población de Kebemer en Senegal es mayoritariamente rural, de religión musulmana
y de etnia wolof, y que el proceso de empoderamiento de las mujeres de Kebemer debe
darse considerando las condiciones de partida y a los marcos culturales de referencia.
En este sentido, el análisis del proceso de empoderamiento de las mujeres pretende
superar los sesgos etnocéntricos que un análisis de las relaciones de género podría
implicar cuando existe una gran distancia cultural entre investidadores/as y la población
que es "objeto de estudio". Por ello, a partir de este análisis de los procesos de
empoderamiento emprendidos por las mujeres de Kebemer se desplaza el foco del
análisis hacia la subjetividad de estas mujeres con el fin de restablecer su condición de
"sujeto" más allá de ser "objeto" de estudio en esta investigación. Así, se pretende no
imponer une visión "occidentalizada" y "eurocéntrica" del "feminismo blanco" o
"feminismo de la igualdad" sobre la población de Kebemer. Siendo así, se ha realizado
un análisis cualitativo y en profundidad sobre el proceso de empoderamiento de las
mujeres de Kebemer.
Esta reflexión nos lleva a precisar algunas cuestiones más profundas de nuestro marco
teórico. El enfoque que adoptábamos en esta investigación tenía que considerar el
género como un principio estructurador de la sociedad, pero no podía por ello obviar
que el género a su vez se intersecta con otras estructuras sociales provocando que las
necesidades y los intereses de las mujeres y los hombres sean diversas, heterogéneas y a
veces contradictorias. En este sentido, siguiendo a Chandra Mohanti (1988) queríamos
desmarcarnos del enfoque que veíamos de alguna manera “implícito” en la
investigación que nos estaban encargando y que esta autora califica de principios
analíticos básicos presentes en e l discurso feminista (occidental) sobre las mujeres del
tercer mundo. La crítica de Mohanti desvela que tras la supuesta neutralidad muchos
estudios de género se esconde: "La presuposición de “mujeres” como un grupo ya
constituido y coherente, con intereses y deseos idénticos sin importar la clase social, la
ubicación o las contradicciones raciales o étnicas, implica una noción de diferencia
sexual o de género o incluso una noción de patriarcado que puede aplicarse de forma
universal y a todas las culturas." (Mohanti, 1988: 64)
En este sentido, siguiendo a Mohanti, se asume una noción homogénea de la opresión
de las mujeres como grupo, que a su vez produce la imagen de una “mujer promedio del
tercer mundo”. Sin embargo, la realidad social está marcada por la diversidad y no solo
la categoría "mujer" debe ser sustituida por la de "mujeres" sino que además debe
entenderse que estas mujeres se enfrentan a diferentes sistemas de desigualdad y que
pueden entrar en oposición entre sí. Por ello, en esta investigación se ha utilizado la
perspectiva interseccional para comprender las experiencias específicas de las mujeres
en su contexto y dar cuenta de las necesidades e intereses encontrados que tienen en
función principalmente de la posición social que ocupan. La perspectiva interseccional
tiene su origen en las críticas de las feministas afroamericanas de los años 1980 a las
nociones de la universalidad y la sororidad de las mujeres (Vid. Hull et al, 1982; Brah y
Phoenix, 2004; Phoenix y Pattynama, 2006; Yuval-Davis, 2006; LaBarbera, 2012). En
este contexto Kimberlé Crenshaw acuño el término de interseccionalidad (Crenshaw,
1989) para referirse a la multidimensionalidad de las experiencias de discriminación de
las mujeres afroamericanas, y centrarse en la intersección entre el racismo y el sexismo.
Así, la interseccionalidad analiza las distintas estructuras de desigualdad - de género,
étnica y de clase social - como estructuras de opresión que si bien son diferentes están
interconectadas (Collins, 1993:26) y que se construyen mutuamente (Glenn, 1985: 87;
Collins, 1998: 63). Desde esta perspectiva, se presta especial atención a que las
experiencias de género siempre están inmersas en un contexto específico, tanto étnico
como de clase, y que por tanto las experiencias de desigualdad “producen efectos
específicos” para distintos grupos o perfiles de mujeres incluso en la misma sociedad
(Anthias y Yuval-Davis, 1983: 63).
En el contexto de los estudios sobre mujeres musulmanas ocurre algo similar al
contexto de las mujeres afroamericanas donde surgió la perspectiva interseccional.
Desde el feminismo, es frecuente encontrar discursos que caracterizan a las mujeres
musulmanas como desprovistas de agencia algo que tiene que ver con el supuesto
"laicista" implícito en muchas corrientes feministas y que asocia la religiosidad a la
tradición y el secularismo al progresismo. Lo que esto suele implicar es que no se
aceptará como modernas (y liberadas) a las mujeres si son religiosas (Salem, 2014). Así,
en palabras de Salem "La interseccionalidad brinda una vía de salida del esencialismo
cultural, objetivizante e infantilizante que con frecuencia ocurre cuando se habla sobre
las mujeres musulmanas. Toma en cuenta diferentes posicionalidades, así como el si
dichas posicionalidades marginalizan, empoderan o conceden privilegios. Aborda el
poder y la desigualdad, y cómo se entrelazan diferentes sistemas de opresión." (Ibid:
120).
En efecto, desde la perspectiva interseccional se enfatiza que dentro de una sociedad los
individuos adoptan diferentes posiciones sociales en función de varias estructuras de
dominación y que estas posiciones pueden marginalizar, empoderar, etc. En este
sentido, la religión no sería un absoluto que marginaliza y domina a las mujeres sino un
eje estructurador de la sociedad que actúa en conjunción con otros factores como son la
clase social, la etnia y el género. De esta forma, se visibiliza que las mujeres pueden
ejercer la capacidad de agencia para definir los parámetros en los que viven su
religiosidad y para posicionarse con respecto a ella. Esta perspectiva nos acerca a las
aportaciones que se están haciendo a los estudios de género desde el feminismo
islámico.
El feminismo islámico debe contextualizarse dentro de un movimiento más amplio del
Islam reformista que sostiene que el Corán y otros textos religiosos contienen preceptos
que son específicos del contexto de la Arabia del siglo VII, lo cual dificulta la
aplicación de todo al pie de la letra en el periodo actual. En lugar de ello, los reformistas
proponen que el Corán debe estar sujeto a una constante reinterpretación. En este
sentido, autoras feministas y musulmanas como Fatima Mernisi (1991), Asma Barlas
(2002), Amina Wadud (1999) y Kecia Ali (2008) han realizado investigaciones que
buscan demostrar que lo patriarcal no es inherente al Islam sino que forma parte de una
interpretación, androcéntrica y realizada por hombres, del texto sagrado. En gran parte
estas autoras se fundamentan en la idea de que las mujeres también pueden —y deben—
interpretar los textos islámicos pues afirman que cuando estos textos se interpretan
desde una perspectiva que es feminista y reformista, los mensajes que afloran pueden
ser muy diferentes y de hecho ponen en el centro el valor de la igualdad y el respeto de
las mujeres.
Metodología de la investigación
La metodología ha combinado diferentes técnicas (de carácter cualitativo, participativo
y cuantitativo). Las técnicas utilizadas han sido las siguientes:
• Ficha registro y recogida de datos cuantitativos secundarios en diversas
instituciones oficiales de la zona.
• Realización de 36 entrevistas a informantes clave.
• Realización de 11 historias de vida de la población rural (3 hombres y 8
mujeres).
• Realización de un sondeo de 17 entrevistas breves con mujeres trabajadoras.
• Realización 11 entrevistas grupales (3 con asociaciones de mujeres, 3 con
mujeres rurales, 5 con asociaciones de desarrollo local).
• Realización de 6 talleres participativos con la población (3 únicamente con
mujeres y 3 mixtos).
• Proceso continuado de observación directa recogido en el reportaje fotográfico.
Análisis de las relaciones de género en Kebemer
La Constitución senegalesa de 2001 protege en el Art. 7 la igualdad entre hombres y
mujeres ante la ley y prohíbe explícitamente los matrimonios forzados y la mutilación
genital femenina. Además, en1985 Senegal ratificó4 la Convención sobre la eliminación
de todas las formas de discriminación contra la mujer, aprobada por la Asamblea
General de Naciones Unidas el 18 de diciembre de 1979. A pesar de ello, en términos de
derechos, la posición social de las mujeres senegalesas se caracteriza por la existencia
persistente de importantes desigualdades entre ellas y los hombres y así lo reconoce la
Estrategia Nacional para la Igualdad y la Equidad de Género (SNEEG 2009-2015).
Estas desigualdades están en muchos casos amparadas por la Ley conocida como el
Código de la Familia, votada en 1972. El Código de la familia supone una adaptación de
la jurisprudencia islámica de la corriente suní malikita (fiqh malikita5) a las costumbres
y prácticas de culturales de la etnia wolof, más que una incorporación del derecho
islámico clásico como sistema jurídico (N'Diaye, 2012).
El código de la familia atribuye (Art. 152) la autoridad en el seno de la familia al
padre/marido en calidad de "jefe de familia" (chef de la famille) debido a su "poder
marital" (puissance maritale): "El marido es el jefe de la familia y ejerce su poder en el
interés común del hogar y de los hijos." Esta legislación permite la posibilidad de
obtener una autorización para el matrimonio de mujeres menores de 16 años (Art. 111)
y contempla (Art. 108) una persona autorizada puede representar a uno o ambos
cónyuges a la hora de establecer la unión, lo cual compromete el ejercicio efectivo del
derecho al consentimiento, especialmente cuando se trata de menores a quienes
representan sus padres. Además, si bien según la ley, las mujeres tienen el derecho de
elegir cuando y con quien quieren casarse; la práctica tradicional puede restringir el
derecho de elegir de la mujer. En las zonas rurales del Departamento de Kebemer no es
extraño encontrar que los matrimonios se realizan antes que las mujeres hayan
cumplido los 16 años.
El código de la familia limita el derecho a la herencia a las mujeres y establece que son
los hombres quienes tienen la potestad de elegir el tipo de opción matrimonial, siendo la
poligamia la opción por defecto según el artículo 133. Además, en las uniones
polígamas las mujeres no tienen el derecho de previas notificaciones o aprobaciones
para un matrimonio posterior del marido.
A pesar de estas disposiciones del Código de la Familia, es preciso tener en cuenta que
esta Ley se ha considerado de inspiración laica, heredera de la época colonial y cercana
a los valores occidentales. Por ello, ha sido ampliamente contestada por sectores
4
El hecho de ratificar implica para los Estados la obligación de llevar a cabo medidas para eliminar las
discriminaciones y les hace responsables jurídicamente de las violaciones cometidas en su contra.
5
El fiqh malikita se refiere a una interpretación práctica del Islam (jurisprudencia) elaborada por los juristas-teólogos
que establecen la forma más conveniente de aplicar la ley en la práctica dentro de la escuela jurídica malikita,
perteneciente a la corriente suní del Islam (Consultar: Balta, P. (2006) "Islam, civilización y sociedades").
conservadores, como el Consejo Superior Islámico de Senegal6, que consideran que el
Código de la Familia es demasiado laxo en la defensa del patriarcado en la sociedad
senegalesa. Así, desde el Comité por la reforma del Código de la Familia se insta al
restablecimiento del derecho masculino al repudio, a la eliminación del derecho de
herencia de los/as hijo/as llamados/as "naturales" y en términos generales, al refuerzo de
la autoridad del padre/marido como "jefe de familia" (Mbow, 2010).
La división sexual del trabajo en una zona rural de Senegal
El Código de la Familia legitima legalmente el matrimonio como un contrato basado en
la supuesta complementariedad de los roles de género pero enmascarando una división
sexual del trabajo, entendida como la organización desigual y jerarquizada del trabajo
entre los sexos (Kergoat, 2000: 35). Así, por un lado, las mujeres (y las niñas) tienen la
responsabilidad de realizar el trabajo doméstico/reproductivo, incluyendo tareas propias
de la agricultura y ganadería de subsistencia; por otro lado, los hombres tienen la
obligación de mantener económicamente el hogar y controlan los ingresos y los gastos
de la unidad familiar. Por tanto, la posición de subordinación de las mujeres en relación
con los hombres define un tipo de acceso y control limitado a los recursos económicos.
En las zonas rurales del departamento de Kebemer la gran mayoría de la población vive
sin electricidad ni gas y a menudo el agua corriente no llega hasta las casas sino a
fuentes ubicadas en las zonas comunes de las comunidades. Esto repercute sobre las
tareas que desempeñan las mujeres pues el trabajo doméstico implica que deben
adentrarse diariamente en el campo para buscar, recoger y transportar leña para poder
calentar agua, cocinar e iluminar las casas por la noche. Además, las mujeres también
son las encargadas de recoger el agua de las fuentes, que pueden estar más o menos
cerca de sus viviendas, y de transportarla. Otra de las tareas más penosa es la
transformación de los cereales, así por ejemplo moler el mijo para obtener el cuscús,
que es uno de los platos tradicionales, requiere una enorme cantidad de trabajo.
En este contexto de división jerarquizada del trabajo, las actividades productivas de las
mujeres son como una "aportación" o un "complemento" a los ingresos básicos de las
familias.
Durante la mayor parte del día, en torno a unas 13 horas según sus propias estimaciones
recogidas en los perfiles de actividades, las mujeres están dedicadas al trabajo. Así, se
levantan antes de la primera oración del día (y antes que los hombres) para encender el
fuego y preparar el café, iniciando así una concatenación de actividades, que van desde
las relacionadas con la crianza y el cuidado de personas dependientes y de animales,
hasta la transformación y preparación de alimentos, pasando por el mantenimiento del
entorno, de la ropa, y en algunos casos complementándolo con la realización de
bordados, la atención a la huerta y el pequeño comercio. En definitiva, un sinfín de
tareas que no cesan hasta bien entrada la noche pero que no suelen considerare como
“trabajo productivo” porque generan muy escasos o nulos ingresos. A pesar de ello,
6
En 1996 el Consejo Superior Islámico de Senegal creó el Comité islámico por la reforma del Código de la Familia
en Senegal (CIRCOFS).
puede afirmarse que el tiempo y la dedicación al trabajo productivo y reproductivo es
difícilmente distinguible pues las actividades se solapan dentro la rutina diaria. Así, las
mujeres se dedican a bordar mientras esperan a que se prepare el té o el café; atienden la
granja sin dejar de prestar atención a los/as niños/as; venden su mercancía mientras
amamantan; o hacen coincidir una consulta médica con el viaje al mercado semanal de
Kebemer para vender sus productos.
Al contrario, los hombres tienen los tiempos de trabajo mucho más acotados y
dedicados a actividades específicas que están mucho más valoradas, tanto
económicamente como en el plano de lo simbólico. Así, en los perfiles de actividades
los hombres contaban con varios momentos de descanso durante el día y eran de
inmediato asociados a las tareas agrarias, a las que dedicaban entre cinco y seis horas al
día y que eran consideradas el pilar central de la actividad de las comunidades. Sin
embargo, en las respuestas y explicaciones espontáneas, tanto de hombres como de
mujeres, no se hacía referencias al carácter estacional de este trabajo agrícola
desarrollado por los hombres, pues depende enormemente de la estación de lluvias y por
lo tanto se concentra en unos tres o cuatro meses al año. En la agricultura tradicional
todas las actividades de producción hasta la cosecha, las hacen los hombres, mientras
las mujeres se encargan de las actividades de post cosecha, como la recolección, y en su
caso la selección, transformación y comercialización, aunque la comercialización y
generación de ingresos extras son mínimas o inexistentes. Las actividades realizadas por
los hombres se consideran las "más valoradas" del ciclo agrícola, mientras que las de las
mujeres se consideran una “ayuda” o “complemento”. Su rutina consiste en ir a los
campos por la mañana y por la tarde mientras que las mujeres explotan durante todo el
año huertos en pequeñas parcelas que pertenecen a sus maridos. Además, según la
división de roles más tradicional los hombres tienen el monopolio de desplazarse a la
ciudad, en principio a Kebemer pero también a Dakar, a “buscarse la vida” haciendo los
trabajos o negocios que puedan para conseguir recursos económicos.
En esta organización del trabajo el control de todos los medios de producción, como la
propiedad de tierras y de los recursos monetarios corresponde a los “jefes de familia”,
relegando a las mujeres a un segundo plano en la toma de las decisiones de los procesos
productivos, económico y social al interior del núcleo familiar y comunitario. A pesar
de que las costumbres de la zona hacen que la tierra pertenezca al "cabeza de familia"
(algunas fuentes hablan del 90%), según la ley las mujeres también tienen derecho a
reclamar la propiedad de la tierra en cada campaña anual de reparto organizada por los
ayuntamientos. En este sentido, el peso de la tradición y la falta de información
contribuyen a que muchas mujeres desconozcan que legalmente tienen el derecho a
hacer una demanda de tierras a las autoridades locales. Así, según explica la primera
mujer Teniente de Alcalde de Kebemer, en el cargo desde 2012: "Ellas no tenían acceso
a la tierra porque en el ayuntamiento todos eran hombres y en la distribución de tierras
no pensaban en las mujeres. Ahora, yo me he propuesto cambiar esto y mejorar el
acceso de las mujeres a la tierra, porque antes eran los hombres los que distribuían y
sólo se la daban a otros hombres."
Este sistema tradicional donde los hombres tienen todos los privilegios y que está
basado en la agricultura estacional del mijo, judías blancas y cacahuete, y en la
ganadería extensiva, está experimentando un proceso de transformación, haciéndose
cada vez más insostenible. Las adversidades climáticas y ambientales a las que se
enfrenta la zona son los principales motivos por los que el sistema agrícola tradicional
no consigue abastecer a la población. El empobrecimiento de los suelos, cada vez más
expuesto al viento debido a la deforestación, y castigado por la escasez progresiva de las
lluvias durante la estación húmeda, están causando un fenómeno de desertificación de la
zona y un cambio climático progresivo. Puesto que la producción agrícola no es
suficiente para garantizar la supervivencia, las familias tienden cada vez más a recurrir a
actividades complementarias para ser menos dependientes de los cultivos de estación.
En este contexto de agotamiento de la actividad agrícola tradicional, los hombres en han
emprendido el éxodo rural, dejando a menudo a las familias en la zona rural, facilitando
que muchas mujeres tuvieran que gestionar y organizar los hogares ante las ausencias
prolongadas del "jefe de la familia", que puede ausentarse durante gran parte del año.
De esta manera, los ingresos provenientes de otras fuentes no agrícolas son cada vez
mayores y esto supone que las actividades económicas de las mujeres son cada vez más
importantes para el sostenimiento de la vida familiar. Las mujeres se están posicionando
como agentes económicos activos pero no de la misma manera que los hombres, no en
sus mismas funciones, sino diversificando su actuación. Así, muchas mujeres realizan
actividades económicas (bordados, pequeño comercio, avicultura, pasta de cacahuete,
transformación del pescado, etc.) tanto a nivel individual como en el marco de
asociaciones, pero se trata de actividades que generan pocos ingresos. En general, las
actividades masculinas que implican el traslado a una ciudad para ejercer una actividad
informal (comercio) o formal (empleo asalariado) permiten ganar más dinero que las
ocupaciones productivas no agrícolas emprendidas por las mujeres. Por ejemplo,
mientras que una actividad muy extendida entre los hombres es trabajar como chofer, ya
sea de carretas de caballos o de taxista; una actividad típica de las mujeres sería vender
en la comunidad los tomates u otras hortalizas que ha comprado en el mercado semanal.
Los ingresos que cada una de estas dos actividades permiten percibir son muy
desiguales, siendo mucho más lucrativa la actividad "típicamente masculina".
Desde las instituciones y desde las Organizaciones No Gubernamentales y desde el
terreno asociativo se impulsa la implicación activa de las mujeres en el desarrollo a
través de actividades económicas con el fin de lograr una autonomía financiera que haga
que sean menos dependientes de los maridos y que por ello sus decisiones deban ser
tenidas en cuenta. En este sentido, el empoderamiento económico es el paso previo para
poder hacer que las opiniones de las mujeres sean tenidas en cuenta y para avanzar en su
consideración global como ciudadanas de pleno derecho. Sin embargo, la autonomía
económica no conlleva necesariamente a un reequilibrio de las relaciones de género,
especialmente en un contexto como éste donde la asimetría en la toma de decisiones y el
control económico es tan fuerte.
Empoderamiento y reparto de trabajo entre mujeres frente a "la mujer del tercer
mundo"
Reparto familiar en las zonas rurales
En este nuevo contexto las mujeres tratan de sacar un rendimiento económico de
actividades tradicionales como el bordado de sábanas, combinándolas con otras como el
pequeño comercio de telas, de alimentos, de productos hortícolas, pero también
iniciándose en la producción hortícola y en la avicultura y otras formas de ganadería no
extensiva. En las zonas rurales el trabajo productivo de las mujeres suele ser
considerado como "una aportación" positiva en la medida de que contribuye
monetariamente a la subsistencia diaria. De manera paralela se está produciendo un
cambio muy grande con respecto al tiempo de las mujeres porque antes tenían que
moler el mijo a mano y caminar cada día para buscar agua, pasar el día cocinando, lavar
a mano con las niñas y los niños en la espalda, etc. Por ello, a medida que se van
introduciendo mejoras en las zonas rurales, como el acceso a agua potable, los molinos,
las cocinas de gas, la escolarización infantil, se va aligerando el trabajo doméstico y las
mujeres disponen de más tiempo para diversificar sus actividades y emprender
proyectos que generen ingresos.
Estos proyectos pueden ser individuales o estar enmarcados en asociaciones de mujeres,
muy frecuentes en la zona. En algunos casos, las mujeres organizan sus negocios con el
apoyo económico de los maridos emigrantes pero son ellas quienes deciden cómo
administrar y gestionar el dinero. Las mujeres también asumen el papel de jefas de
hogar en solitario y son capaces de mantener los hogares de manera eficaz gracias a sus
actividades económicas. Este es el caso de las mujeres separadas que se han hecho
cargos de sus hijos e hijas sin el apoyo de sus maridos, pero también se da en familias
donde los maridos tienen actividades que proporcionan cada vez menos ingresos, como
por ejemplo la pesca, o donde los maridos han entrado en la vejez y las esposas
(habitualmente mucho más jóvenes) tienen que mantener el hogar. Así pues, se dan
casos de familias polígamas donde una de las esposas no sólo mantiene su hogar nuclear
sino también a la co-esposa y sus hijos e hijas. También destaca la solidaridad femenina
a través del apoyo mutuo, entre hermanas o co-esposas, para sacar adelante negocios
compartidos y para mantener juntas hogares en los que por distintos motivos los
hombres no están presentes o no pueden aportar dinero.
Este tipo de actividades involucra especialmente a las madres de familia y en el caso de
que tengan que delegar las actividades domésticas lo harán en las hijas u otros
miembros femeninos de la familia. En el contexto de uniones polígamas el reparto del
trabajo doméstico se hace en el interior de las familias siguiendo un esquema claro por
orden de llegada al núcleo familiar de las co-esposas y en un segundo eslabón entre las
nueras de cada núcleo familiar. Así, la vida en los pueblos se organiza alrededor de
propiedades domésticas de varias casas en torno a un espacio central en el que conviven
varios núcleos familiares pertenecientes a una misma familia extensa siendo las mujeres
quienes se desplazan y quienes son acogidas por su "familia conyugal", que es la
"familia natural" del marido. Por tanto una familia se va ampliando al introducir nuevas
“esposas” que van ocupando su lugar correspondiente en la familia y contribuyen al
reparto del trabajo doméstico con sus días de cocina y sus días de tareas en una
organización familiar perfectamente planificada. La poligamia es una forma de unión
tan arraigada en la cultura de la región que pocas veces es contestada por las mujeres,
principalmente en las zonas rurales, en parte porque les permite aligerar la carga
doméstica al repartir los días de trabajo entre las co-esposas y pudiendo liberar días
enteros para dedicarse a otras actividades.
Empleadas de hogar en los municipios urbanos
A pesar de que Kebemer es un departamento predominantemente rural, también hay en
los municipios de Kebemer y Gueoul una población urbana que concentra los escasos
puestos de trabajo “formales” en instituciones públicas, o que desarrolla negocios más o
menos estables, que han accedido a estudios medios o superiores y que mantienen un
contacto fluido con la vida urbana de Dakar. Dentro de esta población hay una
significativa cantidad de mujeres que han emprendido una lucha activa por mejorar las
condiciones de vida y los derechos del colectivo femenino. En esta investigación se
puso especial énfasis en acceder a estas mujeres, que fueran referentes de cambio en el
proceso de empoderamiento: por su participación en actividades política, por ser
dirigentes de asociaciones con fines sociales o económicos, empresarias (como la
propietaria de un taller de costura que empleaba a cinco obreras y obreros), maestras,
enfermeras, abogadas, asistentes sociales, técnicas en instituciones públicas, gestoras de
empresas de microcréditos e incluso la secretaria del Prefecto. Estas mujeres que son
activas en la lucha por los derechos de las mujeres consideran que ya han "roto muchas
barreras" para "despejar el camino" a la nueva generación:
"Las condiciones de vida de las mujeres han mejorado muchísimo: ahora saben leer y
escribir, pueden viajar y descubrir cosas nuevas, participar en política y en el
desarrollo económico de sus comunidades, solucionar problemas, apoyar a las jóvenes
para que continúen estudiando; antes, las mujeres sólo se podían ocupar de las tareas
domésticas, estaban muy discriminadas, no podían hacer nada ni sabían nada. Ahora
ha cambiado su estatus y están mejor consideradas, son más importantes, se las valora
más y se las tiene en cuenta." (Presidenta de una asociación de mujeres, asistente social
y consejera rural en Kandala)
"Antes la mujer era sumisa, no salía de casa sino que estaba todo el día al fondo de la
cocina rodeada de marmitas, no tenía vida política ni tiempo para nada más, pero se
han aligerado mucho las tareas domésticas y se ha ganado tiempo y ellas pueden
participar más en política y economía. Aunque todavía las mujeres tienen voluntad pero
les falta tiempo para participar pues muchas vienen a las reuniones pero a una cierta
hora se tienen que ir para preparar la cena." (Presidenta de una asociación de mujeres
con fines económicos, abogada y consejera rural en Sagatta)
Este proceso de adquisición de poder social por parte de las mujeres no ha calado de la
misma manera en todas las capas sociales y es todavía una realidad lejana para muchas
mujeres rurales. Lo que comparten tanto las mujeres rurales como las urbanas es la
escasa puesta en cuestión de la división sexual del trabajo basada en los roles de género.
Así, en repetidas ocasiones las mujeres entrevistadas, tanto en el medio rural como
urbano, han declarado que no se reconocen en esta idea de "ser iguales" aunque sí en la
de "tener los mismos derechos". En este sentido, si bien cuestionaban la dureza del
trabajo doméstico en las zonas rurales, las mujeres profesionales, con estudios
superiores, activistas sociales y militantes políticas, no criticaban el reparto desigual del
trabajo en función de los roles de género y estaban ellas mismas expuestas a una "doble
presencia" (Balbo, 1979) o "doble jornada" en el hogar y el mercado laboral pero no
consideran esta realidad de manera crítica. Así, existe una resistencia muy fuerte a
considerar que la falta de reparto del trabajo domésticos sea injusta y suponga una
sobrecarga física y psicológica para las mujeres y que pueda tener consecuencias sobre
su desarrollo laboral y profesional (Torns, 2001).
Así, en las entrevistas se repetían afirmaciones de este tipo: "la sociedad no aceptará
jamás la igualdad"; "no queremos ser iguales a los hombres"; no queremos ser cabezas
de familia, la religión nos prohíbe serlo" "¿Ser jefes de nuestros maridos? No queremos
serlo". Se trata de un tipo de discurso que no sólo mantienen las mujeres rurales sino
también las mujeres líderes que están sensibilizadas en cuestiones de género y que
luchan por los derechos de las mujeres. En este sentido, llama la atención una
afirmación como la que se reproduce a continuación, dicha por una de las mujeres líder
más reivindicativas que se han encontrado: "Queremos la igualdad en los puesto
electivos y semi-electivos, pero dentro de la familia, según el código de la familia, es el
hombre el jefe de la familia. La igualdad es en el trabajo, en las oportunidades, pero
cuando se trata de la casa el jefe de la familia es el hombre. (...) Yo misma, no querría
que sea mi marido quien lave los platos y haga el trabajo doméstico." (Consejera
Municipal y representante del Comité Consultivo de Mujeres en Kebemer)
Para las mujeres urbanas que trabajan de manera profesional o que se integran en la
actividad política, dada la ausencia de reparto del trabajo doméstico, el empleo de una
mujer del campo para realizar las tareas domésticas es la solución más plausible para
poder desempeñar sus carreras.
Las empleadas de hogar son mujeres del campo que buscan un empleo en la ciudad para
mejorar los ingresos de sus familias. En muchos casos se trata de mujeres muy jóvenes
que acaban de abandonar la escuela, en otros se trata de madres de familia que dejan el
trabajo doméstico en manos de sus hijas. En el pueblo de Diokoul Fall el maestro de la
escuela nos explicaba que se las empleadas son a menudo niñas que van a la ciudad para
empezar la secundaria pero que terminan abandonando los estudios para ganar dinero y
ayudar a sus familias. Las condiciones laborales que soportan son un tema tabú pues por
lo general los empleadores son alguien próximo a la familia de la empleada, parientes o
conocidos. Por ello, aunque haya casos de maltrato y situaciones difíciles, que según el
maestro son frecuentes, no se suele querer hablar de ello.
El trabajo que desempeñan estas mujeres permanece en una total invisibilidad social por
diferentes motivos: por un lado, porque realizan tareas domésticas tradicionalmente
asignadas a las mujeres y por tanto poco valoradas; por otro lado porque el lugar de
trabajo es el hogar y esto las hace poco visibles dentro del espacio público y muy
dependientes de sus empleadores/as; por último, porque se trata de empleos
desempeñados exclusivamente por mujeres y de origen social rural y pobre. La realidad
a la que se enfrentan estas mujeres es difícil de conocer puesto que no existe un registro
de su actividad ni ninguna organización que las represente. Además, debido a la
informalidad de su trabajo es difícil conocer qué cantidad y tipo de tareas realizan,
durante cuántas horas al día y bajo qué condiciones laborales. Como muchos estudios
internacionales han mostrado (Anderson, 2000; Parreñas, 2001) las empleadas de hogar
están expuestas a sufrir abusos laborales y sexuales debido a que realizan su trabajo en
hogares domésticos tras las puertas de domicilios privados.
Interpretaciones de la religión
De manera generalizada se considera que las principales barreras para el
empoderamiento de las mujeres están en la cultura y la religión pues ofrecen un lugar
muy limitado a las mujeres dentro de la sociedad. Mientras la economía y la política son
terrenos sociales donde la transformación y el dinamismo se potencian, la religión, la
cultura y la familia, son espacios de protección de la tradición y poco propensos al
cambio. De esta forma, el discurso general con respecto a la religión, incluso de las
mujeres más activas en el terreno asociativo, político y económico, es bastante
conservador: "En el terreno de la religión, el hombre no puede ser igual a la mujer
porque eso depende de la cultura de cada país y en Senegal somos musulmanes. Eso
está claro, una mujer no puede ser el jefe de familia, esta es nuestra cultura y nuestra
religión, la mujer no puede ser Imam. Con respecto a esto, no creo que vaya a haber
cambios en las nuevas generaciones." (Fatou Kébé - Líder asociativa, presidenta GPF y
hogar de la mujer)
A pesar de ello, también existen voces que sin hablar directamente de feminismo,
cuestionan las interpretaciones masculinas de la religión que preconizan la
subordinación de las mujeres y se apoyan en otras interpretaciones más progresistas de
la religión musulmana. De esta manera, las mujeres musulmanas cuestionan las
desigualdades de género y fomentan su empoderamiento pero apoyándose en elementos
propios de la religión y la cultura propias: "Las mujeres tienen que aprender, porque el
saber les va a permitir defenderse. Tienen que comprender su religión, porque se les
dice que la religión dice cosas que no son ciertas. Los hombres quieren conservar sus
intereses y se sirven de la religión, porque ¡cuidado! en el Corán se dice que debe
haber una igualdad perfecta entre hombres y mujeres... pero los hombres y los
religiosos no quieren que las mujeres sepan esto." (N'Diaya N'Doye - Doctora en
Psicología, líder asociativa y consejera municipal)
Estas dos interpretaciones de la relación entre el feminismo y el Islam presentan el
problema de manera diferente: por un lado, desde el primer punto de vista la religión
ofrece un marco de desigualdad al que las mujeres deben plegarse si no quieren romper
con su cultura y sus creencias; por otro lado, el segundo punto de vista ofrece una vía de
reconciliación entre la religión y el empoderamiento de las mujeres pues dirige el punto
de atención hacia la interpretación contextual y concreta que los hombres han hecho de
la religión. De esta manera, el segundo punto de vista es representativo del feminismo
islámico y desplaza el origen de la desigualdad de género del terreno religioso al terreno
social. Así, siguiendo un proceso parecido a la distinción entre sexo (biológico) y
género (social), las feministas islámicas desvinculan la desigualdad de género del
determinismo religioso, para situarla en el terreno de las relaciones de poder político y
social entre seres humanos.
Conclusiones
En el contexto de Kebemer la división sexual del trabajo es férrea y se asienta en la
definición de los roles de género que implica que las mujeres deben realizar el trabajo
doméstico escasamente valorado y los hombres el trabajo agrícola estacional, central en
los valores de la sociedad campesina, con el que supuestamente se sustenta
económicamente a la familia. Esta estructura de reparto del trabajo se está
resquebrajando por la pérdida del peso de la agricultura tradicional en la economía rural.
Las mujeres están accediendo así a nuevas actividades y están tomando un mayor peso
en el sustento económico de los hogares. Además, debe considerarse que el trabajo
productivo y reproductivo, que realizan las mujeres está a su vez marcado por un
reparto entre mujeres rurales y urbanas y dentro de las familias. Así, lejos de existir una
homogeneidad en la dedicación al trabajo, las mujeres asumen su rol de manera
diversificada, creando nuevas desigualdades.
La reducción del tiempo de trabajo doméstico debido a la introducción de mejoras
materiales - como el acceso al agua o las unidades de transformación de cereal - tiene un
impacto muy positivo en el empoderamiento de las mujeres: les libera de tiempo de
trabajo no remunerado que puede convertirse en tiempo para generar recursos e
ingresos, tiempo para asistir a reuniones y actividades políticas y asociativas, tiempo
para formarse, reflexionar y aumentar sus capacidades, y tiempo para cuidarse y
dedicarse a ellas mismas. El trabajo doméstico era para las mujeres rurales la principal
preocupación y fuente de fatiga, mientras que para las mujeres en mejor situación
económica, militantes y políticas, era la parte de sus vidas que habían tenido que delegar
en empleadas de hogar para poder dedicarse a otras cuestiones, por tanto, la carga más o
menos pesada que lastra la adquisición de una mayor libertad.
Sin embargo, la jornada completa de 13 horas dedicadas a las tareas domésticas y de
cuidado, a las que en algunos casos se suman actividades productivas, sigue siendo la
realidad de la mayoría de las mujeres rurales. Así, en pueblos de N'Diabi Fall o Pallène
Fall, no ha habido un gran cambio con respecto a las generaciones anteriores, pues no se
han implementado transformaciones que aligeren el trabajo doméstico: en Pallène no
hay molinos, ni escuela, ni electricidad, ni gas, ni casa de salud, etc., y el único cambio
sustancial es el depósito de agua. En este contexto las mujeres están fragilizadas debido
a la gran carga de trabajo doméstico que realizan y consideran que sus hijas tendrán
serios obstáculos para cambiar su situación porque no van a estar escolarizadas. Puesto
que los procesos de empoderamiento no son homogéneos sino que dependen del acceso
social a determinados recursos y mejoras materiales, la comparación entre distintos
pueblos muestra claras asimetrías en estos procesos: por ejemplo mucho más
significativos entre las mujeres de la localidad de Kebemer, menores en pueblos como
Tobbi Diop o Kanene Kan y mínimos en pueblos como Pallène Fall.
En este sentido, se constata una toma de conciencia "desde dentro" por parte de las
mujeres que no están sensibilizadas en la politización de las relaciones de poder dentro
de la familia. A pesar de que no se cuestione de manera radical la autoridad del marido
en la familia sí se constata que la toma de conciencia de la subordinación ha
comenzado. En definitiva, a pesar de que muchas veces no se expresa en términos de
una contestación de los roles de género, sí hay una toma de conciencia sobre la
oposición de intereses y sobre la necesidad de aumentar la capacidad de decisión de las
mujeres.
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