La división sexual del trabajo en contextos rurales en Senegal (Kebemer, Louga): reflexiones desde la interseccionalidad Paloma Moré mmore@ucm.es Monika Mena monika@kalidadea.org Esta comunicación analiza la división sexual del trabajo en el contexto de una región rural de Senegal (Kebemer, Louga) desde una perspectiva crítica, interseccional y decolonial. El texto es una reflexión a partir de los resultados de un estudio sobre las relaciones de género realizado en consultoría social para una ONG internacional. Los datos provienen de una combinación de técnicas cualitativas y participativas de investigación. En el contexto estudiado los roles de género están claramente diferenciados: Los hombres son los principales proveedores económicos del hogar y quienes tienen la autoridad como "jefes de familia" para decidir sobre los ingresos y los gastos; las mujeres son responsables del trabajo doméstico y reproductivo y sus actividades productivas son consideradas un "complemento" a los ingresos básicos de las familias. Para las mujeres que realizan actividades productivas o que se integran en la actividad política, dada la ausencia de reparto del trabajo doméstico entre los sexos, el trabajo doméstico y de cuidados se delega en otras mujeres de la familia, nueras o coesposas o en empleadas de hogar, muchas veces niñas o mujeres jóvenes que dejan a su vez el trabajo doméstico a su vez en manos de sus hijas. El análisis que se propone es crítico con una visión una noción homogénea de la opresión de las mujeres como grupo para resaltar la diversidad de las situaciones de opresión de las mujeres en función de sus posiciones sociales. Desde una perspectiva interseccional se propone comprender las experiencias de desigualdad de las mujeres en su contexto específico, tanto étnico como de clase y dentro del grupo familiar, y dar cuenta de que las necesidades prácticas y los intereses estratégicos de las mujeres se definen en posiciones sociales interseccionales. Además, desde esta perspectiva se analiza el proceso de empoderamiento de las mujeres resaltando su capacidad de agencia y poniendo en cuestión la esencialización de las mujeres musulmanas como sumisas y atadas a posiciones sociales tradicionales. Introducción Esta comunicación pretende acercar al contexto del Congreso Nacional de Sociología una experiencia de investigación realizada fuera del marco de la Academia. Nos ha parecido que este foro era un espacio interesante para poder compartir con una comunidad de expertos un trabajo realizado en el marco de la consultoría social por encargo de un cliente. Debido a que la investigación en consultoría tiene muchas veces una imposición de ritmos de trabajo, plazos de entrega, puntos de vista y marcos analíticos predefinidos y en general poco espacio para la reflexión y el debate sosegado, la posibilidad de acercar esta investigación a este foro nos ha parecido una oportunidad más que apetecible. Del mismo modo, consideramos que para un congreso de estas características, donde generalmente se exponen trabajos hechos en el ámbito de la universidad y donde los asistentes tienen un gran incentivo en recopilar el “certificado de asistencia” para presentar en la ANECA, la aportación que hacemos con esta investigación es cuanto menos original. Pocas veces entran en diálogo la investigación sociológica hecha desde la Academia y la praxis sociológica realizada desde la consultoría social y por tanto esta comunicación constituye un reto para nosotras. La investigación de la que se va a tratar aquí ha sido encargada por una ONG Internacional de cooperación para el desarrollo con sede en el País Vasco que tiene como objetivo contribuir a erradicar la pobreza en el mundo afrontando sus causas no sólo económicas sino también políticas, culturales, sociales y ambientales. En este sentido trabajan para promover en el ámbito internacional la consolidación de la democracia, el respeto de los Derechos Humanos, el desarrollo humano y sostenible y los valores de igualdad y justicia social. Esta ONGD trabaja tanto en América Latina como en África, siempre con contrapartes locales, en un total de quince países. El trabajo que está ONGD desarrolla en Senegal se centra en la Región de Louga y se lleva a cabo desde 2004 junto con su socia local que es la Federación de Asociaciones de Desarrollo Comunitario de Senegal. Estas dos organizaciones llevan más de una década poniendo en práctica proyectos de desarrollo en la zona orientados hacia la Seguridad alimentaria (alfabetización de mujeres adultas; apoyo a proyectos productivos; instalación de unidades de transformación de cereal); Energía, medioambiente y uso sostenible de los recursos (campañas de sensibilización, infraestructuras para acceso a agua potable y de riego; instalación de cocinas mejoradas, etc.). En los sucesivos proyectos se ha hecho un especial énfasis en la mejora de la productividad agrícola y en la gestión sostenible de los recursos, siempre con un enfoque claro hacia la seguridad alimentaria de la población y hacia la reducción de la pobreza. Si bien algunas de las actividades incluidas en sus proyectos estaban dirigidas particularmente a las mujeres, como por ejemplo la alfabetización de mujeres adultas, estas organizaciones no se habían incorporado la perspectiva de género en sus formulaciones más que de manera muy parcial. Sin embargo, recientemente la ONGD y su socia local han emprendido un proceso de transformación de sus objetivos hacia la implementación del género de manera transversal en sus actuaciones en Senegal. Por ello, han recurrido a los servicios de la consultora social Kalidadea, especializada en evaluación e investigación con enfoque de género y en el acompañamiento a organizaciones sociales (ONGs, movimientos sociales, etc.) en el desarrollo de sus actividades y en la mejora de la gestión interna. El objetivo de este servicio ha sido la realización de una investigación diagnóstica y el establecimiento de una línea de base sobre las relaciones de género en el departamento de Kebemer, que se encuentra en la región de Louga y es el principal destinatario de sus actividades de cooperación al desarrollo en Senegal. Aproximación al contexto de la investigación La República de Senegal1 se sitúa en el extremo occidental de África. Según el último censo realizado en 2013 por la Agencia Nacional de Estadística y Demografía, Senegal tiene una población de 13.508.715 habitantes de los cuales el 54,8% vive en zonas rurales. La estructura poblacional se caracteriza por una alta proporción de población joven pues la media de edad son 22 años y el 50% de la población tiene menos de 18 años. Esto se corresponde con una tasa de natalidad alta, pues el índice sintético de fecundidad se sitúa en 5,1 nacidos vivos por mujer mientras, ascendiendo en el medio rural a 6,2. En Senegal conviven aproximadamente cerca de 20 grupos étnicos, siendo el wolof el más numeroso (43% de la población). La lengua oficial es el francés pero hay reconocidas 6 lenguas nacionales (wolof, serère, diola, puular, soninké y mandingue) y otros dialectos que hablan las etnias minoritarias. Se trata de un Estado laico (Art. 1 de la Constitución) donde convive población de distintas religiones, siendo la mayoritaria la musulmana (se calcula que más del 90% de la población) lo cual tiene una fuerte impronta en las costumbres del país, donde algunos líderes religiosos son muy influyentes. Las mujeres han estado tradicionalmente poco presentes como representantes políticas, pero en el año 2010 se aprobó una ley de Paridad en la elección de cargos políticos y en las elecciones de 2012 64 mujeres ocuparon escaños en la Asamblea Nacional, lo que representa un 43% de la Cámara. La situación política del país es de estabilidad, especialmente después de la pacificación del conflicto armado en la región natural de la Casamance. Si bien el Fondo Monetario Internacional preveía cifras de crecimiento económico del 4,6% para 2014 y 4,8% para 2015, según el Informe sobre Desarrollo Humano 2014 el país ocupa el lugar 163 de 187 países con un IDH de 0,4852 y ha perdido 11 posiciones 1 Ficha de país Senegal de la Oficina de Información Diplomática del Ministerio de Asuntos Exteriores El Índice de Desarrollo Humano es un coeficiente que sintetiza tres indicadores esenciales para lograr una aproximación cercana al nivel de bienestar que existe en los países que se desea evaluar. Estos indicadores son la esperanza de vida, la tasa de alfabetización de adultos – mayores de 15 años – la tasa bruta combinada de matriculación en primaria, secundaria y terciaria y por último el Producto Interior Bruto (PIB) per cápita, es decir, la renta per cápita. La combinación de estos datos es completa en el sentido de que interrelaciona las esferas educativa, económica y de salud, por tanto el bienestar social no queda reducido a las meras cifras de renta o de ingresos del país. 2 desde 2012. El descenso en esta clasificación se advierte para todo el periodo 20082013 ya que el crecimiento económico no ha implicado avances en salud, educación, nutrición e igualdad de género. En términos de pobreza (Índice de pobreza multidimensional) el 14,4 % de la población en Senegal está en riesgo de sufrir pobreza y un 45,1% se encuentra en situación de pobreza extrema. El coeficiente de Gini, que mide la desigualdad es de 40,3 y el Ingreso Nacional Bruto per cápita es de 2.169 dólares de PPA en 2011. La esperanza de vida al nacer se sitúa en 63,5 años y la media de años de escolaridad es de 4,5. El Índice de Desarrollo de Género –IDG- (el IDH de mujeres respecto al de los hombres) es de 0,864, ocupando el puesto 124 de los 187 países. Así, mientras que el valor de IDH para los hombres es de 0,52 para las mujeres es de 0,449. En términos de desigualdad de género Senegal tiene un índice de 0,537 y ocupa el lugar 119 de 187 países. La estimación del Ingreso Nacional Bruto per cápita y desagregado por sexo, 1.642 (PPA en US$ de 20113) para las mujeres y 2.717 para los hombres, refleja la desigualdad estructural de género que existe en el país. La región de Louga se encuentra al noroeste de Senegal, tiene una fachada marítima de 56 Km sobre el océano Atlántico. Se calcula que hay unos 858.000 habitantes distribuidos en unos 2.500 asentamientos humanos. Dentro de la región de Louga, el departamento de Kebemer tiene una población de casi 260.000 personas distribuidas en 17 comunidades rurales (comarcas que agrupan muchos pequeños pueblos de 50-150 habitantes) que concentran el 89,23% y dos 3 Informe de Desarrollo Humano 2014. PNUD. municipios urbanos, Kebemer y Gueoul, que agrupan al 10,77% de la población. Se trata de una población muy joven pues el 43,41 se concentra en la franja 0-14 años, la gran mayoría de la población es de etnia wolof y de religión musulmana. La población vive principalmente de la agricultura extensiva, de monocultivo (mijo, cacahuete), estacional (vinculada a la estación de lluvias) y fundamentalmente de subsistencia, con una mecanización modesta y una necesidad intensiva en mano de obra. Las tradiciones culturales giran a su vez en torno a las prácticas agrícolas siendo el trabajo de la tierra la principal referencia al mundo del trabajo que tiene la población de Kebemer. Sin embargo, la agricultura tradicional y el modo de vida que la acompaña están desmoronándose y forzando la emigración de la población a Dakar y al extranjero. El clima es de tipo saheliano a causa de una fuerte radiación solar (alrededor de 8,5 horas / día); las temperaturas son elevadas con una media anual de 28°C. La desertificación es el principal problema medioambiental que se manifiesta por la reducción de las lluvias unida a una degradación de la cobertura vegetal, favoreciendo la intensidad de los vientos. Se trata de un fenómeno preocupante por el avance de las dunas de arena desde el litoral hacia el interior, que intenta frenar una barrera forestal artificial conocida como la “banda de filaos”. Además, la zona sufre las consecuencias de un largo periodo de sequía de los años 80 y 90 y de una explotación agrícola y forestal abusiva. Las prácticas del monocultivo del cacahuete como fuente de ingresos nacional han contribuido a empobrecer los suelos de la denominada “Cuenca del cacahuete”, mientras que la leña como fuente de energía doméstica ha contribuido a deforestar los escasos recursos forestales. Por tanto, la desertificación compromete el desarrollo económico y social de la zona ya que condiciona la implementación de acciones productivas, sobre todo la producción agrícola y pecuaria, principales actividades de la economía de las etnias que habitan en este territorio. El acceso al agua es un problema presente en el departamento de Kebemer, especialmente, en las comunidades rurales en la falta de infraestructuras que no cubren las necesidades de la mayoría de las comunidades, especialmente las rurales, y en la que está presente una mala y débil gestión para la obtención de agua potable. Además, en las zonas rurales los transportes son un problema pues no existen accesos asfaltados y las vías de circulación son de arena, lo cual dificulta el transporte de mercancías y la movilidad de las personas. En definitiva, según el informe de situación económica y social regional de 2010 del Servicio Regional de Estadísticas y Demografía de Louga, la pobreza afecta al 65,6% de los hogares en Kebemer y ésta se concentra en las zonas rurales y tiene a las mujeres por sus principales víctimas. Aproximación teórica al diagnóstico de relaciones de género Esta investigación tenía como objetivo marcado por el cliente establecer un diagnóstico de las relaciones de género en todos los ámbitos (educación, salud, ingresos, trabajo, participación política, violencia, etc.) así como establecer conexiones y prioridades a tratar en los distintos aspectos de la desigualdad, que quedarían reflejados en los indicadores de una línea de base así como en un informe. Ante un objetivo tan ambicioso el enfoque del que partimos combinaba tres marcos analíticos muy utilizados en la cooperación al desarrollo con enfoque de género. En primer lugar, el marco desarrollado por Caroline Moser (1989) se basa en que en toda sociedad cada individuo, sea hombre o mujer, desempeña tres roles: el rol reproductivo, que consiste en realizar las tareas y actividades domésticas y de cuidados que constituyen un trabajo necesario para la reproducción social; el rol productivo que se refiere al desempeño de actividades productivas que son remuneradas (en dinero o en especie); el rol sociocomunitario que se refiere a las actividades de administración de la comunidad. Estos roles son asumidos de manera diferente por hombres y mujeres. Por tanto, a través de este enfoque (¿Quién hace qué?) se mapea la división sexual del trabajo partiendo del hecho de que, en la mayoría de las sociedades, las mujeres de bajos ingresos asumen un triple rol. Al destacar las actividades reproductivas y comunitarias, además de las productivas, se hace visible el trabajo de las mujeres, que suele ser invisible. Además, el marco de Moser pone de manifiesto la distinción entre las "necesidades prácticas" de género (basadas en las condiciones materiales concretas) de los "intereses estratégicos" de género (basados en las relaciones de subordinación/dominación entre los género) y plantea desagregar los datos a nivel hogar: “¿quién decide qué en el hogar?” para establecer un mapa micro del poder de decisión de las mujeres. En segundo lugar, el marco analítico de Harvard (Overholt, Anderson, Cloud y Austin) que pone el énfasis en el análisis del perfil de actividades de una determinada población (¿quién hace qué, dónde y cuándo?) del acceso y el control desigual de los recursos (económicos, políticos, etc.) y de los beneficios (entendidos como los resultados de los proyectos de cooperación) por parte de las mujeres y de los hombres. Si bien este marco fue diseñado en los años 1980 para analizar la eficiencia de los proyectos desde una óptica más desarrollista que de género, consideramos que su capacidad analítica es clave para visibilizar y cuestionar las desigualdades de género. En tercer lugar, el análisis del proceso de empoderamiento de las mujeres, que puede definirse como un proceso de toma de conciencia, que parte de lo individual hacia la acción colectiva y que tiene como objetivo que un grupo subordinado consiga mejorar su situación con respecto a otro grupo dominante. Desde esta perspectiva el empoderamiento se define por las siguientes características: • Implica ganar poder: que las personas que viven relaciones de subordinación comiencen a cuestionarlas y amplíen los límites de sus marcos de acción. • Tiene carácter procesual y de largo plazo: más que un estado es un proceso de transformación, tanto individual como colectiva. • Es un proceso relacional que lleva a las mujeres a cuestionar las relaciones asimétricas que mantienen con los hombres. • Es un proceso de transformación "de abajo hacia arriba", es decir, que implican "auto-empoderarse" (no puede otorgarse el empoderamiento) y "de adentro hacia afuera" (de la toma de conciencia individual a la organización colectiva) • Implica un fortalecimiento de la agencia, entendida como la capacidad de definir los propios intereses y de actuar hacia su consecución. El empoderamiento es un proceso que abarca distintas dimensiones en la vida de las mujeres: se inicia en el ámbito de lo subjetivo y lo cultural, propiciando cambios en las concepciones, creencias y valoraciones sobre el ser mujer y el universo femenino y creando nuevos modelos de roles y relaciones de género; requiere un empoderamiento físico y económico que se refiere a una mayor autonomía sobre los cuerpos, incluyendo aspectos como la capacidad reproductiva y la sexualidad, y sobre los recursos económicos; implica también que el empoderamiento individual se canalice hacia una acción colectiva de las mujeres que se dirija a defender sus intereses y lograr sus metas como grupo discriminado; requiere un empoderamiento político que consiga cambiar las estructuras sociales y las instituciones que generan y reproducen las desigualdades de género (Murguialday et al, 2005: 51) Además, como señala Moser (1993), el empoderamiento debe entenderse en su contexto y el análisis de estos procesos, debe estar enraizado en las condiciones de vida y la cultura particular de una población determinada. Por ello, es preciso tener en cuenta que la población de Kebemer en Senegal es mayoritariamente rural, de religión musulmana y de etnia wolof, y que el proceso de empoderamiento de las mujeres de Kebemer debe darse considerando las condiciones de partida y a los marcos culturales de referencia. En este sentido, el análisis del proceso de empoderamiento de las mujeres pretende superar los sesgos etnocéntricos que un análisis de las relaciones de género podría implicar cuando existe una gran distancia cultural entre investidadores/as y la población que es "objeto de estudio". Por ello, a partir de este análisis de los procesos de empoderamiento emprendidos por las mujeres de Kebemer se desplaza el foco del análisis hacia la subjetividad de estas mujeres con el fin de restablecer su condición de "sujeto" más allá de ser "objeto" de estudio en esta investigación. Así, se pretende no imponer une visión "occidentalizada" y "eurocéntrica" del "feminismo blanco" o "feminismo de la igualdad" sobre la población de Kebemer. Siendo así, se ha realizado un análisis cualitativo y en profundidad sobre el proceso de empoderamiento de las mujeres de Kebemer. Esta reflexión nos lleva a precisar algunas cuestiones más profundas de nuestro marco teórico. El enfoque que adoptábamos en esta investigación tenía que considerar el género como un principio estructurador de la sociedad, pero no podía por ello obviar que el género a su vez se intersecta con otras estructuras sociales provocando que las necesidades y los intereses de las mujeres y los hombres sean diversas, heterogéneas y a veces contradictorias. En este sentido, siguiendo a Chandra Mohanti (1988) queríamos desmarcarnos del enfoque que veíamos de alguna manera “implícito” en la investigación que nos estaban encargando y que esta autora califica de principios analíticos básicos presentes en e l discurso feminista (occidental) sobre las mujeres del tercer mundo. La crítica de Mohanti desvela que tras la supuesta neutralidad muchos estudios de género se esconde: "La presuposición de “mujeres” como un grupo ya constituido y coherente, con intereses y deseos idénticos sin importar la clase social, la ubicación o las contradicciones raciales o étnicas, implica una noción de diferencia sexual o de género o incluso una noción de patriarcado que puede aplicarse de forma universal y a todas las culturas." (Mohanti, 1988: 64) En este sentido, siguiendo a Mohanti, se asume una noción homogénea de la opresión de las mujeres como grupo, que a su vez produce la imagen de una “mujer promedio del tercer mundo”. Sin embargo, la realidad social está marcada por la diversidad y no solo la categoría "mujer" debe ser sustituida por la de "mujeres" sino que además debe entenderse que estas mujeres se enfrentan a diferentes sistemas de desigualdad y que pueden entrar en oposición entre sí. Por ello, en esta investigación se ha utilizado la perspectiva interseccional para comprender las experiencias específicas de las mujeres en su contexto y dar cuenta de las necesidades e intereses encontrados que tienen en función principalmente de la posición social que ocupan. La perspectiva interseccional tiene su origen en las críticas de las feministas afroamericanas de los años 1980 a las nociones de la universalidad y la sororidad de las mujeres (Vid. Hull et al, 1982; Brah y Phoenix, 2004; Phoenix y Pattynama, 2006; Yuval-Davis, 2006; LaBarbera, 2012). En este contexto Kimberlé Crenshaw acuño el término de interseccionalidad (Crenshaw, 1989) para referirse a la multidimensionalidad de las experiencias de discriminación de las mujeres afroamericanas, y centrarse en la intersección entre el racismo y el sexismo. Así, la interseccionalidad analiza las distintas estructuras de desigualdad - de género, étnica y de clase social - como estructuras de opresión que si bien son diferentes están interconectadas (Collins, 1993:26) y que se construyen mutuamente (Glenn, 1985: 87; Collins, 1998: 63). Desde esta perspectiva, se presta especial atención a que las experiencias de género siempre están inmersas en un contexto específico, tanto étnico como de clase, y que por tanto las experiencias de desigualdad “producen efectos específicos” para distintos grupos o perfiles de mujeres incluso en la misma sociedad (Anthias y Yuval-Davis, 1983: 63). En el contexto de los estudios sobre mujeres musulmanas ocurre algo similar al contexto de las mujeres afroamericanas donde surgió la perspectiva interseccional. Desde el feminismo, es frecuente encontrar discursos que caracterizan a las mujeres musulmanas como desprovistas de agencia algo que tiene que ver con el supuesto "laicista" implícito en muchas corrientes feministas y que asocia la religiosidad a la tradición y el secularismo al progresismo. Lo que esto suele implicar es que no se aceptará como modernas (y liberadas) a las mujeres si son religiosas (Salem, 2014). Así, en palabras de Salem "La interseccionalidad brinda una vía de salida del esencialismo cultural, objetivizante e infantilizante que con frecuencia ocurre cuando se habla sobre las mujeres musulmanas. Toma en cuenta diferentes posicionalidades, así como el si dichas posicionalidades marginalizan, empoderan o conceden privilegios. Aborda el poder y la desigualdad, y cómo se entrelazan diferentes sistemas de opresión." (Ibid: 120). En efecto, desde la perspectiva interseccional se enfatiza que dentro de una sociedad los individuos adoptan diferentes posiciones sociales en función de varias estructuras de dominación y que estas posiciones pueden marginalizar, empoderar, etc. En este sentido, la religión no sería un absoluto que marginaliza y domina a las mujeres sino un eje estructurador de la sociedad que actúa en conjunción con otros factores como son la clase social, la etnia y el género. De esta forma, se visibiliza que las mujeres pueden ejercer la capacidad de agencia para definir los parámetros en los que viven su religiosidad y para posicionarse con respecto a ella. Esta perspectiva nos acerca a las aportaciones que se están haciendo a los estudios de género desde el feminismo islámico. El feminismo islámico debe contextualizarse dentro de un movimiento más amplio del Islam reformista que sostiene que el Corán y otros textos religiosos contienen preceptos que son específicos del contexto de la Arabia del siglo VII, lo cual dificulta la aplicación de todo al pie de la letra en el periodo actual. En lugar de ello, los reformistas proponen que el Corán debe estar sujeto a una constante reinterpretación. En este sentido, autoras feministas y musulmanas como Fatima Mernisi (1991), Asma Barlas (2002), Amina Wadud (1999) y Kecia Ali (2008) han realizado investigaciones que buscan demostrar que lo patriarcal no es inherente al Islam sino que forma parte de una interpretación, androcéntrica y realizada por hombres, del texto sagrado. En gran parte estas autoras se fundamentan en la idea de que las mujeres también pueden —y deben— interpretar los textos islámicos pues afirman que cuando estos textos se interpretan desde una perspectiva que es feminista y reformista, los mensajes que afloran pueden ser muy diferentes y de hecho ponen en el centro el valor de la igualdad y el respeto de las mujeres. Metodología de la investigación La metodología ha combinado diferentes técnicas (de carácter cualitativo, participativo y cuantitativo). Las técnicas utilizadas han sido las siguientes: • Ficha registro y recogida de datos cuantitativos secundarios en diversas instituciones oficiales de la zona. • Realización de 36 entrevistas a informantes clave. • Realización de 11 historias de vida de la población rural (3 hombres y 8 mujeres). • Realización de un sondeo de 17 entrevistas breves con mujeres trabajadoras. • Realización 11 entrevistas grupales (3 con asociaciones de mujeres, 3 con mujeres rurales, 5 con asociaciones de desarrollo local). • Realización de 6 talleres participativos con la población (3 únicamente con mujeres y 3 mixtos). • Proceso continuado de observación directa recogido en el reportaje fotográfico. Análisis de las relaciones de género en Kebemer La Constitución senegalesa de 2001 protege en el Art. 7 la igualdad entre hombres y mujeres ante la ley y prohíbe explícitamente los matrimonios forzados y la mutilación genital femenina. Además, en1985 Senegal ratificó4 la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer, aprobada por la Asamblea General de Naciones Unidas el 18 de diciembre de 1979. A pesar de ello, en términos de derechos, la posición social de las mujeres senegalesas se caracteriza por la existencia persistente de importantes desigualdades entre ellas y los hombres y así lo reconoce la Estrategia Nacional para la Igualdad y la Equidad de Género (SNEEG 2009-2015). Estas desigualdades están en muchos casos amparadas por la Ley conocida como el Código de la Familia, votada en 1972. El Código de la familia supone una adaptación de la jurisprudencia islámica de la corriente suní malikita (fiqh malikita5) a las costumbres y prácticas de culturales de la etnia wolof, más que una incorporación del derecho islámico clásico como sistema jurídico (N'Diaye, 2012). El código de la familia atribuye (Art. 152) la autoridad en el seno de la familia al padre/marido en calidad de "jefe de familia" (chef de la famille) debido a su "poder marital" (puissance maritale): "El marido es el jefe de la familia y ejerce su poder en el interés común del hogar y de los hijos." Esta legislación permite la posibilidad de obtener una autorización para el matrimonio de mujeres menores de 16 años (Art. 111) y contempla (Art. 108) una persona autorizada puede representar a uno o ambos cónyuges a la hora de establecer la unión, lo cual compromete el ejercicio efectivo del derecho al consentimiento, especialmente cuando se trata de menores a quienes representan sus padres. Además, si bien según la ley, las mujeres tienen el derecho de elegir cuando y con quien quieren casarse; la práctica tradicional puede restringir el derecho de elegir de la mujer. En las zonas rurales del Departamento de Kebemer no es extraño encontrar que los matrimonios se realizan antes que las mujeres hayan cumplido los 16 años. El código de la familia limita el derecho a la herencia a las mujeres y establece que son los hombres quienes tienen la potestad de elegir el tipo de opción matrimonial, siendo la poligamia la opción por defecto según el artículo 133. Además, en las uniones polígamas las mujeres no tienen el derecho de previas notificaciones o aprobaciones para un matrimonio posterior del marido. A pesar de estas disposiciones del Código de la Familia, es preciso tener en cuenta que esta Ley se ha considerado de inspiración laica, heredera de la época colonial y cercana a los valores occidentales. Por ello, ha sido ampliamente contestada por sectores 4 El hecho de ratificar implica para los Estados la obligación de llevar a cabo medidas para eliminar las discriminaciones y les hace responsables jurídicamente de las violaciones cometidas en su contra. 5 El fiqh malikita se refiere a una interpretación práctica del Islam (jurisprudencia) elaborada por los juristas-teólogos que establecen la forma más conveniente de aplicar la ley en la práctica dentro de la escuela jurídica malikita, perteneciente a la corriente suní del Islam (Consultar: Balta, P. (2006) "Islam, civilización y sociedades"). conservadores, como el Consejo Superior Islámico de Senegal6, que consideran que el Código de la Familia es demasiado laxo en la defensa del patriarcado en la sociedad senegalesa. Así, desde el Comité por la reforma del Código de la Familia se insta al restablecimiento del derecho masculino al repudio, a la eliminación del derecho de herencia de los/as hijo/as llamados/as "naturales" y en términos generales, al refuerzo de la autoridad del padre/marido como "jefe de familia" (Mbow, 2010). La división sexual del trabajo en una zona rural de Senegal El Código de la Familia legitima legalmente el matrimonio como un contrato basado en la supuesta complementariedad de los roles de género pero enmascarando una división sexual del trabajo, entendida como la organización desigual y jerarquizada del trabajo entre los sexos (Kergoat, 2000: 35). Así, por un lado, las mujeres (y las niñas) tienen la responsabilidad de realizar el trabajo doméstico/reproductivo, incluyendo tareas propias de la agricultura y ganadería de subsistencia; por otro lado, los hombres tienen la obligación de mantener económicamente el hogar y controlan los ingresos y los gastos de la unidad familiar. Por tanto, la posición de subordinación de las mujeres en relación con los hombres define un tipo de acceso y control limitado a los recursos económicos. En las zonas rurales del departamento de Kebemer la gran mayoría de la población vive sin electricidad ni gas y a menudo el agua corriente no llega hasta las casas sino a fuentes ubicadas en las zonas comunes de las comunidades. Esto repercute sobre las tareas que desempeñan las mujeres pues el trabajo doméstico implica que deben adentrarse diariamente en el campo para buscar, recoger y transportar leña para poder calentar agua, cocinar e iluminar las casas por la noche. Además, las mujeres también son las encargadas de recoger el agua de las fuentes, que pueden estar más o menos cerca de sus viviendas, y de transportarla. Otra de las tareas más penosa es la transformación de los cereales, así por ejemplo moler el mijo para obtener el cuscús, que es uno de los platos tradicionales, requiere una enorme cantidad de trabajo. En este contexto de división jerarquizada del trabajo, las actividades productivas de las mujeres son como una "aportación" o un "complemento" a los ingresos básicos de las familias. Durante la mayor parte del día, en torno a unas 13 horas según sus propias estimaciones recogidas en los perfiles de actividades, las mujeres están dedicadas al trabajo. Así, se levantan antes de la primera oración del día (y antes que los hombres) para encender el fuego y preparar el café, iniciando así una concatenación de actividades, que van desde las relacionadas con la crianza y el cuidado de personas dependientes y de animales, hasta la transformación y preparación de alimentos, pasando por el mantenimiento del entorno, de la ropa, y en algunos casos complementándolo con la realización de bordados, la atención a la huerta y el pequeño comercio. En definitiva, un sinfín de tareas que no cesan hasta bien entrada la noche pero que no suelen considerare como “trabajo productivo” porque generan muy escasos o nulos ingresos. A pesar de ello, 6 En 1996 el Consejo Superior Islámico de Senegal creó el Comité islámico por la reforma del Código de la Familia en Senegal (CIRCOFS). puede afirmarse que el tiempo y la dedicación al trabajo productivo y reproductivo es difícilmente distinguible pues las actividades se solapan dentro la rutina diaria. Así, las mujeres se dedican a bordar mientras esperan a que se prepare el té o el café; atienden la granja sin dejar de prestar atención a los/as niños/as; venden su mercancía mientras amamantan; o hacen coincidir una consulta médica con el viaje al mercado semanal de Kebemer para vender sus productos. Al contrario, los hombres tienen los tiempos de trabajo mucho más acotados y dedicados a actividades específicas que están mucho más valoradas, tanto económicamente como en el plano de lo simbólico. Así, en los perfiles de actividades los hombres contaban con varios momentos de descanso durante el día y eran de inmediato asociados a las tareas agrarias, a las que dedicaban entre cinco y seis horas al día y que eran consideradas el pilar central de la actividad de las comunidades. Sin embargo, en las respuestas y explicaciones espontáneas, tanto de hombres como de mujeres, no se hacía referencias al carácter estacional de este trabajo agrícola desarrollado por los hombres, pues depende enormemente de la estación de lluvias y por lo tanto se concentra en unos tres o cuatro meses al año. En la agricultura tradicional todas las actividades de producción hasta la cosecha, las hacen los hombres, mientras las mujeres se encargan de las actividades de post cosecha, como la recolección, y en su caso la selección, transformación y comercialización, aunque la comercialización y generación de ingresos extras son mínimas o inexistentes. Las actividades realizadas por los hombres se consideran las "más valoradas" del ciclo agrícola, mientras que las de las mujeres se consideran una “ayuda” o “complemento”. Su rutina consiste en ir a los campos por la mañana y por la tarde mientras que las mujeres explotan durante todo el año huertos en pequeñas parcelas que pertenecen a sus maridos. Además, según la división de roles más tradicional los hombres tienen el monopolio de desplazarse a la ciudad, en principio a Kebemer pero también a Dakar, a “buscarse la vida” haciendo los trabajos o negocios que puedan para conseguir recursos económicos. En esta organización del trabajo el control de todos los medios de producción, como la propiedad de tierras y de los recursos monetarios corresponde a los “jefes de familia”, relegando a las mujeres a un segundo plano en la toma de las decisiones de los procesos productivos, económico y social al interior del núcleo familiar y comunitario. A pesar de que las costumbres de la zona hacen que la tierra pertenezca al "cabeza de familia" (algunas fuentes hablan del 90%), según la ley las mujeres también tienen derecho a reclamar la propiedad de la tierra en cada campaña anual de reparto organizada por los ayuntamientos. En este sentido, el peso de la tradición y la falta de información contribuyen a que muchas mujeres desconozcan que legalmente tienen el derecho a hacer una demanda de tierras a las autoridades locales. Así, según explica la primera mujer Teniente de Alcalde de Kebemer, en el cargo desde 2012: "Ellas no tenían acceso a la tierra porque en el ayuntamiento todos eran hombres y en la distribución de tierras no pensaban en las mujeres. Ahora, yo me he propuesto cambiar esto y mejorar el acceso de las mujeres a la tierra, porque antes eran los hombres los que distribuían y sólo se la daban a otros hombres." Este sistema tradicional donde los hombres tienen todos los privilegios y que está basado en la agricultura estacional del mijo, judías blancas y cacahuete, y en la ganadería extensiva, está experimentando un proceso de transformación, haciéndose cada vez más insostenible. Las adversidades climáticas y ambientales a las que se enfrenta la zona son los principales motivos por los que el sistema agrícola tradicional no consigue abastecer a la población. El empobrecimiento de los suelos, cada vez más expuesto al viento debido a la deforestación, y castigado por la escasez progresiva de las lluvias durante la estación húmeda, están causando un fenómeno de desertificación de la zona y un cambio climático progresivo. Puesto que la producción agrícola no es suficiente para garantizar la supervivencia, las familias tienden cada vez más a recurrir a actividades complementarias para ser menos dependientes de los cultivos de estación. En este contexto de agotamiento de la actividad agrícola tradicional, los hombres en han emprendido el éxodo rural, dejando a menudo a las familias en la zona rural, facilitando que muchas mujeres tuvieran que gestionar y organizar los hogares ante las ausencias prolongadas del "jefe de la familia", que puede ausentarse durante gran parte del año. De esta manera, los ingresos provenientes de otras fuentes no agrícolas son cada vez mayores y esto supone que las actividades económicas de las mujeres son cada vez más importantes para el sostenimiento de la vida familiar. Las mujeres se están posicionando como agentes económicos activos pero no de la misma manera que los hombres, no en sus mismas funciones, sino diversificando su actuación. Así, muchas mujeres realizan actividades económicas (bordados, pequeño comercio, avicultura, pasta de cacahuete, transformación del pescado, etc.) tanto a nivel individual como en el marco de asociaciones, pero se trata de actividades que generan pocos ingresos. En general, las actividades masculinas que implican el traslado a una ciudad para ejercer una actividad informal (comercio) o formal (empleo asalariado) permiten ganar más dinero que las ocupaciones productivas no agrícolas emprendidas por las mujeres. Por ejemplo, mientras que una actividad muy extendida entre los hombres es trabajar como chofer, ya sea de carretas de caballos o de taxista; una actividad típica de las mujeres sería vender en la comunidad los tomates u otras hortalizas que ha comprado en el mercado semanal. Los ingresos que cada una de estas dos actividades permiten percibir son muy desiguales, siendo mucho más lucrativa la actividad "típicamente masculina". Desde las instituciones y desde las Organizaciones No Gubernamentales y desde el terreno asociativo se impulsa la implicación activa de las mujeres en el desarrollo a través de actividades económicas con el fin de lograr una autonomía financiera que haga que sean menos dependientes de los maridos y que por ello sus decisiones deban ser tenidas en cuenta. En este sentido, el empoderamiento económico es el paso previo para poder hacer que las opiniones de las mujeres sean tenidas en cuenta y para avanzar en su consideración global como ciudadanas de pleno derecho. Sin embargo, la autonomía económica no conlleva necesariamente a un reequilibrio de las relaciones de género, especialmente en un contexto como éste donde la asimetría en la toma de decisiones y el control económico es tan fuerte. Empoderamiento y reparto de trabajo entre mujeres frente a "la mujer del tercer mundo" Reparto familiar en las zonas rurales En este nuevo contexto las mujeres tratan de sacar un rendimiento económico de actividades tradicionales como el bordado de sábanas, combinándolas con otras como el pequeño comercio de telas, de alimentos, de productos hortícolas, pero también iniciándose en la producción hortícola y en la avicultura y otras formas de ganadería no extensiva. En las zonas rurales el trabajo productivo de las mujeres suele ser considerado como "una aportación" positiva en la medida de que contribuye monetariamente a la subsistencia diaria. De manera paralela se está produciendo un cambio muy grande con respecto al tiempo de las mujeres porque antes tenían que moler el mijo a mano y caminar cada día para buscar agua, pasar el día cocinando, lavar a mano con las niñas y los niños en la espalda, etc. Por ello, a medida que se van introduciendo mejoras en las zonas rurales, como el acceso a agua potable, los molinos, las cocinas de gas, la escolarización infantil, se va aligerando el trabajo doméstico y las mujeres disponen de más tiempo para diversificar sus actividades y emprender proyectos que generen ingresos. Estos proyectos pueden ser individuales o estar enmarcados en asociaciones de mujeres, muy frecuentes en la zona. En algunos casos, las mujeres organizan sus negocios con el apoyo económico de los maridos emigrantes pero son ellas quienes deciden cómo administrar y gestionar el dinero. Las mujeres también asumen el papel de jefas de hogar en solitario y son capaces de mantener los hogares de manera eficaz gracias a sus actividades económicas. Este es el caso de las mujeres separadas que se han hecho cargos de sus hijos e hijas sin el apoyo de sus maridos, pero también se da en familias donde los maridos tienen actividades que proporcionan cada vez menos ingresos, como por ejemplo la pesca, o donde los maridos han entrado en la vejez y las esposas (habitualmente mucho más jóvenes) tienen que mantener el hogar. Así pues, se dan casos de familias polígamas donde una de las esposas no sólo mantiene su hogar nuclear sino también a la co-esposa y sus hijos e hijas. También destaca la solidaridad femenina a través del apoyo mutuo, entre hermanas o co-esposas, para sacar adelante negocios compartidos y para mantener juntas hogares en los que por distintos motivos los hombres no están presentes o no pueden aportar dinero. Este tipo de actividades involucra especialmente a las madres de familia y en el caso de que tengan que delegar las actividades domésticas lo harán en las hijas u otros miembros femeninos de la familia. En el contexto de uniones polígamas el reparto del trabajo doméstico se hace en el interior de las familias siguiendo un esquema claro por orden de llegada al núcleo familiar de las co-esposas y en un segundo eslabón entre las nueras de cada núcleo familiar. Así, la vida en los pueblos se organiza alrededor de propiedades domésticas de varias casas en torno a un espacio central en el que conviven varios núcleos familiares pertenecientes a una misma familia extensa siendo las mujeres quienes se desplazan y quienes son acogidas por su "familia conyugal", que es la "familia natural" del marido. Por tanto una familia se va ampliando al introducir nuevas “esposas” que van ocupando su lugar correspondiente en la familia y contribuyen al reparto del trabajo doméstico con sus días de cocina y sus días de tareas en una organización familiar perfectamente planificada. La poligamia es una forma de unión tan arraigada en la cultura de la región que pocas veces es contestada por las mujeres, principalmente en las zonas rurales, en parte porque les permite aligerar la carga doméstica al repartir los días de trabajo entre las co-esposas y pudiendo liberar días enteros para dedicarse a otras actividades. Empleadas de hogar en los municipios urbanos A pesar de que Kebemer es un departamento predominantemente rural, también hay en los municipios de Kebemer y Gueoul una población urbana que concentra los escasos puestos de trabajo “formales” en instituciones públicas, o que desarrolla negocios más o menos estables, que han accedido a estudios medios o superiores y que mantienen un contacto fluido con la vida urbana de Dakar. Dentro de esta población hay una significativa cantidad de mujeres que han emprendido una lucha activa por mejorar las condiciones de vida y los derechos del colectivo femenino. En esta investigación se puso especial énfasis en acceder a estas mujeres, que fueran referentes de cambio en el proceso de empoderamiento: por su participación en actividades política, por ser dirigentes de asociaciones con fines sociales o económicos, empresarias (como la propietaria de un taller de costura que empleaba a cinco obreras y obreros), maestras, enfermeras, abogadas, asistentes sociales, técnicas en instituciones públicas, gestoras de empresas de microcréditos e incluso la secretaria del Prefecto. Estas mujeres que son activas en la lucha por los derechos de las mujeres consideran que ya han "roto muchas barreras" para "despejar el camino" a la nueva generación: "Las condiciones de vida de las mujeres han mejorado muchísimo: ahora saben leer y escribir, pueden viajar y descubrir cosas nuevas, participar en política y en el desarrollo económico de sus comunidades, solucionar problemas, apoyar a las jóvenes para que continúen estudiando; antes, las mujeres sólo se podían ocupar de las tareas domésticas, estaban muy discriminadas, no podían hacer nada ni sabían nada. Ahora ha cambiado su estatus y están mejor consideradas, son más importantes, se las valora más y se las tiene en cuenta." (Presidenta de una asociación de mujeres, asistente social y consejera rural en Kandala) "Antes la mujer era sumisa, no salía de casa sino que estaba todo el día al fondo de la cocina rodeada de marmitas, no tenía vida política ni tiempo para nada más, pero se han aligerado mucho las tareas domésticas y se ha ganado tiempo y ellas pueden participar más en política y economía. Aunque todavía las mujeres tienen voluntad pero les falta tiempo para participar pues muchas vienen a las reuniones pero a una cierta hora se tienen que ir para preparar la cena." (Presidenta de una asociación de mujeres con fines económicos, abogada y consejera rural en Sagatta) Este proceso de adquisición de poder social por parte de las mujeres no ha calado de la misma manera en todas las capas sociales y es todavía una realidad lejana para muchas mujeres rurales. Lo que comparten tanto las mujeres rurales como las urbanas es la escasa puesta en cuestión de la división sexual del trabajo basada en los roles de género. Así, en repetidas ocasiones las mujeres entrevistadas, tanto en el medio rural como urbano, han declarado que no se reconocen en esta idea de "ser iguales" aunque sí en la de "tener los mismos derechos". En este sentido, si bien cuestionaban la dureza del trabajo doméstico en las zonas rurales, las mujeres profesionales, con estudios superiores, activistas sociales y militantes políticas, no criticaban el reparto desigual del trabajo en función de los roles de género y estaban ellas mismas expuestas a una "doble presencia" (Balbo, 1979) o "doble jornada" en el hogar y el mercado laboral pero no consideran esta realidad de manera crítica. Así, existe una resistencia muy fuerte a considerar que la falta de reparto del trabajo domésticos sea injusta y suponga una sobrecarga física y psicológica para las mujeres y que pueda tener consecuencias sobre su desarrollo laboral y profesional (Torns, 2001). Así, en las entrevistas se repetían afirmaciones de este tipo: "la sociedad no aceptará jamás la igualdad"; "no queremos ser iguales a los hombres"; no queremos ser cabezas de familia, la religión nos prohíbe serlo" "¿Ser jefes de nuestros maridos? No queremos serlo". Se trata de un tipo de discurso que no sólo mantienen las mujeres rurales sino también las mujeres líderes que están sensibilizadas en cuestiones de género y que luchan por los derechos de las mujeres. En este sentido, llama la atención una afirmación como la que se reproduce a continuación, dicha por una de las mujeres líder más reivindicativas que se han encontrado: "Queremos la igualdad en los puesto electivos y semi-electivos, pero dentro de la familia, según el código de la familia, es el hombre el jefe de la familia. La igualdad es en el trabajo, en las oportunidades, pero cuando se trata de la casa el jefe de la familia es el hombre. (...) Yo misma, no querría que sea mi marido quien lave los platos y haga el trabajo doméstico." (Consejera Municipal y representante del Comité Consultivo de Mujeres en Kebemer) Para las mujeres urbanas que trabajan de manera profesional o que se integran en la actividad política, dada la ausencia de reparto del trabajo doméstico, el empleo de una mujer del campo para realizar las tareas domésticas es la solución más plausible para poder desempeñar sus carreras. Las empleadas de hogar son mujeres del campo que buscan un empleo en la ciudad para mejorar los ingresos de sus familias. En muchos casos se trata de mujeres muy jóvenes que acaban de abandonar la escuela, en otros se trata de madres de familia que dejan el trabajo doméstico en manos de sus hijas. En el pueblo de Diokoul Fall el maestro de la escuela nos explicaba que se las empleadas son a menudo niñas que van a la ciudad para empezar la secundaria pero que terminan abandonando los estudios para ganar dinero y ayudar a sus familias. Las condiciones laborales que soportan son un tema tabú pues por lo general los empleadores son alguien próximo a la familia de la empleada, parientes o conocidos. Por ello, aunque haya casos de maltrato y situaciones difíciles, que según el maestro son frecuentes, no se suele querer hablar de ello. El trabajo que desempeñan estas mujeres permanece en una total invisibilidad social por diferentes motivos: por un lado, porque realizan tareas domésticas tradicionalmente asignadas a las mujeres y por tanto poco valoradas; por otro lado porque el lugar de trabajo es el hogar y esto las hace poco visibles dentro del espacio público y muy dependientes de sus empleadores/as; por último, porque se trata de empleos desempeñados exclusivamente por mujeres y de origen social rural y pobre. La realidad a la que se enfrentan estas mujeres es difícil de conocer puesto que no existe un registro de su actividad ni ninguna organización que las represente. Además, debido a la informalidad de su trabajo es difícil conocer qué cantidad y tipo de tareas realizan, durante cuántas horas al día y bajo qué condiciones laborales. Como muchos estudios internacionales han mostrado (Anderson, 2000; Parreñas, 2001) las empleadas de hogar están expuestas a sufrir abusos laborales y sexuales debido a que realizan su trabajo en hogares domésticos tras las puertas de domicilios privados. Interpretaciones de la religión De manera generalizada se considera que las principales barreras para el empoderamiento de las mujeres están en la cultura y la religión pues ofrecen un lugar muy limitado a las mujeres dentro de la sociedad. Mientras la economía y la política son terrenos sociales donde la transformación y el dinamismo se potencian, la religión, la cultura y la familia, son espacios de protección de la tradición y poco propensos al cambio. De esta forma, el discurso general con respecto a la religión, incluso de las mujeres más activas en el terreno asociativo, político y económico, es bastante conservador: "En el terreno de la religión, el hombre no puede ser igual a la mujer porque eso depende de la cultura de cada país y en Senegal somos musulmanes. Eso está claro, una mujer no puede ser el jefe de familia, esta es nuestra cultura y nuestra religión, la mujer no puede ser Imam. Con respecto a esto, no creo que vaya a haber cambios en las nuevas generaciones." (Fatou Kébé - Líder asociativa, presidenta GPF y hogar de la mujer) A pesar de ello, también existen voces que sin hablar directamente de feminismo, cuestionan las interpretaciones masculinas de la religión que preconizan la subordinación de las mujeres y se apoyan en otras interpretaciones más progresistas de la religión musulmana. De esta manera, las mujeres musulmanas cuestionan las desigualdades de género y fomentan su empoderamiento pero apoyándose en elementos propios de la religión y la cultura propias: "Las mujeres tienen que aprender, porque el saber les va a permitir defenderse. Tienen que comprender su religión, porque se les dice que la religión dice cosas que no son ciertas. Los hombres quieren conservar sus intereses y se sirven de la religión, porque ¡cuidado! en el Corán se dice que debe haber una igualdad perfecta entre hombres y mujeres... pero los hombres y los religiosos no quieren que las mujeres sepan esto." (N'Diaya N'Doye - Doctora en Psicología, líder asociativa y consejera municipal) Estas dos interpretaciones de la relación entre el feminismo y el Islam presentan el problema de manera diferente: por un lado, desde el primer punto de vista la religión ofrece un marco de desigualdad al que las mujeres deben plegarse si no quieren romper con su cultura y sus creencias; por otro lado, el segundo punto de vista ofrece una vía de reconciliación entre la religión y el empoderamiento de las mujeres pues dirige el punto de atención hacia la interpretación contextual y concreta que los hombres han hecho de la religión. De esta manera, el segundo punto de vista es representativo del feminismo islámico y desplaza el origen de la desigualdad de género del terreno religioso al terreno social. Así, siguiendo un proceso parecido a la distinción entre sexo (biológico) y género (social), las feministas islámicas desvinculan la desigualdad de género del determinismo religioso, para situarla en el terreno de las relaciones de poder político y social entre seres humanos. Conclusiones En el contexto de Kebemer la división sexual del trabajo es férrea y se asienta en la definición de los roles de género que implica que las mujeres deben realizar el trabajo doméstico escasamente valorado y los hombres el trabajo agrícola estacional, central en los valores de la sociedad campesina, con el que supuestamente se sustenta económicamente a la familia. Esta estructura de reparto del trabajo se está resquebrajando por la pérdida del peso de la agricultura tradicional en la economía rural. Las mujeres están accediendo así a nuevas actividades y están tomando un mayor peso en el sustento económico de los hogares. Además, debe considerarse que el trabajo productivo y reproductivo, que realizan las mujeres está a su vez marcado por un reparto entre mujeres rurales y urbanas y dentro de las familias. Así, lejos de existir una homogeneidad en la dedicación al trabajo, las mujeres asumen su rol de manera diversificada, creando nuevas desigualdades. La reducción del tiempo de trabajo doméstico debido a la introducción de mejoras materiales - como el acceso al agua o las unidades de transformación de cereal - tiene un impacto muy positivo en el empoderamiento de las mujeres: les libera de tiempo de trabajo no remunerado que puede convertirse en tiempo para generar recursos e ingresos, tiempo para asistir a reuniones y actividades políticas y asociativas, tiempo para formarse, reflexionar y aumentar sus capacidades, y tiempo para cuidarse y dedicarse a ellas mismas. El trabajo doméstico era para las mujeres rurales la principal preocupación y fuente de fatiga, mientras que para las mujeres en mejor situación económica, militantes y políticas, era la parte de sus vidas que habían tenido que delegar en empleadas de hogar para poder dedicarse a otras cuestiones, por tanto, la carga más o menos pesada que lastra la adquisición de una mayor libertad. Sin embargo, la jornada completa de 13 horas dedicadas a las tareas domésticas y de cuidado, a las que en algunos casos se suman actividades productivas, sigue siendo la realidad de la mayoría de las mujeres rurales. Así, en pueblos de N'Diabi Fall o Pallène Fall, no ha habido un gran cambio con respecto a las generaciones anteriores, pues no se han implementado transformaciones que aligeren el trabajo doméstico: en Pallène no hay molinos, ni escuela, ni electricidad, ni gas, ni casa de salud, etc., y el único cambio sustancial es el depósito de agua. En este contexto las mujeres están fragilizadas debido a la gran carga de trabajo doméstico que realizan y consideran que sus hijas tendrán serios obstáculos para cambiar su situación porque no van a estar escolarizadas. Puesto que los procesos de empoderamiento no son homogéneos sino que dependen del acceso social a determinados recursos y mejoras materiales, la comparación entre distintos pueblos muestra claras asimetrías en estos procesos: por ejemplo mucho más significativos entre las mujeres de la localidad de Kebemer, menores en pueblos como Tobbi Diop o Kanene Kan y mínimos en pueblos como Pallène Fall. En este sentido, se constata una toma de conciencia "desde dentro" por parte de las mujeres que no están sensibilizadas en la politización de las relaciones de poder dentro de la familia. A pesar de que no se cuestione de manera radical la autoridad del marido en la familia sí se constata que la toma de conciencia de la subordinación ha comenzado. En definitiva, a pesar de que muchas veces no se expresa en términos de una contestación de los roles de género, sí hay una toma de conciencia sobre la oposición de intereses y sobre la necesidad de aumentar la capacidad de decisión de las mujeres. Bibliografía - Ali, K. (2008). Sexual ethics and Islam: Feminist reflections on Qur’an, Hadith, and Jurisprudence. Chester, Oneworld Publications. - Anderson, B. (2000). Doing the dirty work? The global politics of domestic labour. London: Zed Books. - Anthias, F. y Yuval-Davis, N. (1983): “Contextualizing Feminism: Gender, Ethnic and Class Divisions”, Feminist Review, 15: 62-75. - Bâ, M. (1979). Mi carta más larga. Madrid: Ediciones Zanzibar. - Balbo, L. (1978). "La doppia presenza" Inchiesta, Nº 32: 3-6. - Balta, P. (2006). Islam, civilización y sociedades, Madrid: Ediciones Siglo XXI. - Barlas, A. (2002). “Believing women”, en: Islam: Unreading patriarchal interpretations of the Qur’an, pp. 361-368. 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