SUBJETIVIDAD PRECARIA: JÓVENES DE CLASES POPULARES EN LAS PERIFERIAS METROPOLITANAS, AVANCES DE INVESTIGACIÓN Pablo López Calle (UCM) plopezca@cps.ucm.es RESUMEN Se presentan algunos avances de investigación del Proyecto Retos y Alternativas a la Precarización del Trabajo y la Vida en la Crisis Actual (2013-2016)*, . RETOSCRISIS es una investigación sobre el proceso de precarización de las condiciones de trabajo y de vida de la población española a partir de la crisis económica, y su gestión política, de 2007. El proyecto se divide en cuatro estudios de caso que tratan diferentes dimensiones de la precariedad vital. En este caso analizamos la formación de una subjetividad precaria, especialmente entre los jóvenes, basándonos en los primeros análisis de entrevistas a jóvenes de clases populares en las periferias metropolitanas de pasado industrial, como es el caso del municipio de Colada, en el Este de la comunidad de Madrid *. El municipio de Coslada es un analizador privilegiado para indagar en estas transformaciones. Es un gran municipio del sur-este de la periferia metropolitana madrileña en el que venimos trabando desde hace más de diez años por sus particulares características socioeconómicas y geográficas, que lo hacen un municipio representativo, y en cierto modo un laboratorio, de las transformaciones sociales y productivas del país. Fue protagonista del desarrollismo franquista en los años 60 y 70, acogiendo a la numerosa población inmigrante proveniente de zonas rurales de Castilla La Mancha y Andalucía que se incorporaría a las grandes fábricas de bienes de consumo de masas, como la fábrica de camiones PEGASO y la industria auxiliar. Del mismo modo fue uno de los municipios que tuvo mayor protagonismo en el proceso de terciarización de la economía en el cambio de siglo: el desmantelamiento del tejido industrial y su sustitución por actividades de transporte y logística, * Entidad financiadora: Ministerio de Economía y Competitividad. Programa Estatal de Investigación, Desarrollo e Innovación Orientada a los Retos de la Sociedad, modalidad 1, "Retos Investigación", 2013-2016. (Ref.: CSO2013-43666R]. Investigadores Principales: Juan José Castillo y Pablo López Calle. RETOSCRISIS está formado por un equipo multidisciplinar de profesores/as e investigadores/ras de diferentes universidades e instituciones públicas españolas que desde hace más de una década venimos trabajando conjuntamente en proyectos que indagan en las realidades del trabajo actual, de sus recientes transformaciones, significados y complejidades. Itziar Agulló Fernández. Doctora en Sociología e Investigadora. UCM; Andrés Alas Pumariño. Doctor en Sociología y Director de Industria, Concejalía de Industria del Ayuntamiento de Fuenlabrada; Paloma Candela Soto. Profesora Contrata Dra. UCLM; Juan José Castillo. Catedrático de Sociología del Trabajo. UCM; Santiago Castillo. Catedrático de Ciencia Política. UCM, Mª José Díaz Santiago. Socióloga. Profesora asociada UCM y Técnica de Igualdad; Aurora Galán Carretero. Profesora Contratada Dra. UCLM; Julio Fernández. Doctor en Sociología y Técnico Sociólogo en el Ayuntamiento de Fuenlabrada, Stribor Kuric. Graduado en Sociología y estudiante de Doctorado UCM (FPI); Pablo López Calle. Profesor Contrato Dr. UCM; Paloma Moré Corral. Investigadora Becaria Predoctoral-MEC. UCM); Josefina Piñón. Doctora en Sociología e Investigadora. Consultora en Cooperación. Universidad Complutense de Madrid. Grupo de Investigación ‘Charles Babbage’ en Ciencias Sociales del Trabajo (UCM) https://www.ucm.es/grupo-charles-babbage/, trabin@cps.ucm.es. * Este estudio de caso sobre “El impacto de la crisis en los jóvenes en las periferias metropolitanas de tradición industrial” está siendo realizado por Andrés de las Alas, Julio Fernández y Pablo López Calle, con la colaboración de María José Díaz Santiago. 1 dada su localización estratégica en los flujos de transporte nacional e internacional. Tal es así que a comienzos del siglo XX, como analizábamos en un proyecto anterior dedicado a los transportistas autónomos de larga distancia, más de la mitad de las actividades productivas de la región estaban vinculadas a esta actividad y concentraba el 60% de todos los flujos de transporte de mercancías de larga distancia de la Comunidad de Madrid (López Calle y Fernández, 2013). Una actividad basada en bajos costes laborales y trabajo manual muy sensible a los avatares de la economía, que hoy ha dejado un municipio desolado por el paro y la precariedad laboral, especialmente juveniles, y que por tanto, es lamentablemente también un campo privilegiado para analizar o pronosticar algunos relevantes efectos del impacto de la crisis en nuestro país. 1 Precariedad del trabajo vs trabajo precarizado. El estudio del precariado como una nueva clase social ha alcanzado un altísimo nivel de penetración en las publicaciones y revistas especializadas (Lee y Kofman, 2012). Uno de los hitos en este campo es la publicación de El precariado. La nueva clase peligrosa de Guy Standing (Standing, 2011), que se ha editado recientemente en castellano. Work, Employment and Society, la revista de referencia en este campo, por citar un solo ejemplo, le dedicó una atención monográfica (WES, 2012). Nosotros mismos hemos participado activamente, mediante la presencia en reuniones científicas y la colaboración internacional con otros grupos de investigación directamente en este campo de estudio (Fortino, Tejerina et al, 2012). No obstante, el concepto de precariado, a pesar de su utilidad para caracterizar o resumir el conjunto de transformaciones actuales en el ámbito del trabajo y el empleo a nivel mundial, sin embargo, plantea algunos problemas semánticos. Precario, como han señalado también otros autores, viene del latín prex, precis, relacionado con “plegaria”, que significa todo lo obtenido a base de ruegos y súplicas [Cigolani, 2015]. En este sentido la situación de precariedad se opone radicalmente a los atributos conferidos al Trabajo en la modernidad: el Trabajo, a priori, es justamente la institución que provee de autonomía al ciudadano; es la principal –y exclusiva- vía de integración, participación y jerarquización en la sociedad de la diferencia entre los iguales [Méda, 1998]. Ser trabajador, tener trabajo, precisamente es un estatuto que, en teoría, distingue al ciudadano soberano con derechos y deberes, del in-válido o des-valido para el trabajo, sujeto de tutela y protección. De este modo hablar de precariedad laboral o de trabajador precario es, también en principio, una contradicción en los términos. Es cierto que la idea de calificar al trabajo como precario señala precisamente que se trata de un trabajo incompleto que no asegura la plena autonomía del trabajador -ya sea por la inestabilidad, ya por malas condiciones de trabajo, ya por baja retribución-. En éste sentido el trabajo precario se opone semánticamente al llamado Trabajo decente, empleo con derechos, que sería entonces una vía real de emancipación e integración social del ciudadano, según organizaciones como la OIT, por ejemplo. De hecho, la conformación histórica del derecho del trabajo y la institucionalización del estatuto salarial, como ámbito de regulación específico del intercambio de la mercancía fuerza de trabajo, se arma sobre la base de la desigual relación de fuerzas entre trabajo y capital en el mercado libre, es decir, como una forma de corrección de la precariedad intrínseca al trabajo. Pero, llegados a este punto, considerar que el trabajo asalariado (el empleo con derechos) es una auténtica vía de emancipación e independencia (por ejemplo, cuando se lo señala como la vía principal de emancipación de los jóvenes; para la participación y autonomía de las mujeres en la sociedad en condiciones de igualdad o para la plena integración de los inmigrantes), no sólo no soporta el análisis de la teoría crítica, que ha demostrado precisamente que el trabajo en la 2 modernidad más que una institución emancipadora es el principal dispositivo de explotación y de alienación del individuo en la sociedad, sino que plantea también algunas contradicciones discursivas colaterales. Por ejemplo, si lo precario –lo dependiente en su sentido etimológicodefine, en negativo, lo decente –lo que asegura la independencia-, ello se contradice con la distinción que hacemos entre los autónomos –indépendants en francés- y los trabajadores por cuenta ajena, trabajadores dependientes. Más aún, ciertos autores consideran que la extensión cualitativa y cuantitativa del autoempleo y de nuevas formas de trabajo "atípico" animadas por la nueva cultura del emprendimiento son una suerte de avanzadilla de nuevas formas de sociabilidad no articuladas ya por las relaciones de dependencia intrínsecas a la relación salarial (Dupuis y Larre, 1998; Bologna, 2006; D'amours, 2006; De la Garza, 2011): para determinados trabajadores «la autonomía puede ser en ciertas condiciones un medio de escapar a la dependencia propia del asalariado» (Bernard y Dressen, 2014). Y no obstante, la crítica a la figura del nuevo trabajador autónomo de segunda generación consiste precisamente en presentarlo más bien como un tipo de trabajo por cuenta ajena extremadamente dependiente; casi diríamos que en el nivel máximo de la precariedad laboral. En definitiva, obviamente todo este juego de ambivalencias semánticas en torno a la precariedad del trabajo está relacionado con las contradicciones estructurales de la consideración del trabajo como una mercancía. El derecho al trabajo como el derecho fundamental de participación del individuo en la sociedad (Méda, 1998), presenta las relaciones de dependencia que articula la relación salarial como relaciones libres entre individuos iguales e independientes. Pues, como es sabido, el derecho al trabajo no asegura el tener un empleo, sino simplemente el poder desarrollar la propia capacidad de trabajo para subsistir: tener capacidad de trabajo no es tener trabajo sino tener que depender de quien posee los medios de producción que permiten transformarla en trabajo. Entrar en una relación laboral para subsistir implica esencialmente someterse voluntariamente a un poder de dirección: ‘ceder voluntariamente la voluntad por un tiempo determinado’. Más bien la mayor o menor regulación formal de la relación salarial, en el arco que va desde la máxima protección hasta el estatuto de trabajador autónomo, no implica tanto una mayor o menor dependencia -o diferentes grados de explotación- del trabajador, sino distintas formas de dependencia o explotación, diferentes formas de articulación de las relaciones salariales que se corresponden con distintas formas de extracción de plusvalor (plusvalor relativo cuando el valor se crea gracias al incremento en la productividad del trabajo, y plusvalor absoluto cuando es a través de la intensificación del trabajo y la máxima individualización de las relaciones laborales). De hecho, las formas postindustriales de fabricación han producido dos tipos de trabajadores “independientes” en cuanto a su grado de “dependencia” respecto de los clientes o empresas para los que trabajan. La liberalización de las economías nacionales y la flexibilización de los mercados de trabajo, han permitido a las grandes multinacionales de bienes y servicios aplicar estrategias de rentabilidad basadas en la intensificación del trabajo del obrero colectivo. Estrategias que han consistido en la fragmentación de los procesos productivos, la simplificación de tareas y la externalización de actividades a países periféricos, pero que han supuesto, a su vez, la concentración en los países del centro de las tareas alto valor añadido. La individualización de las relaciones laborales, que supone la vinculación formal de los salarios y las remuneraciones percibidas con la carga individual de trabajo de cada operario es el modelo de relaciones contractuales coherente con esta estrategia de intensificación. De tal modo que la externalización de actividades hacia arriba y hacia abajo en la cadena del valor, como cualquier proceso de división del trabajo, ha dado lugar, por una parte, a la aparición de nuevas pequeñas empresas y trabajadores independientes altamente cualificados que realizan 3 “servicios avanzados” a la producción, y por otra, aunque en mucho mayor número, a pequeñas empresas y trabajadores autónomos que realizan los “servicios atrasados”. Es decir, las formas flexibles de contratación y de remuneración hacen aparecer, por un lado, una nueva “Clase Creativa” (Florida, 2002) que realiza tareas basadas en el conocimiento, y disfrutan de una alta iniciativa y una gran capacidad de auto-organización. Se trata de nuevas formas de «trabajo inmaterial» difícilmente estandarizables y que requieren fórmulas de retribución vinculadas a resultados y objetivos (Lazzarato, 1997). Este nuevo universo free lance está compuesto por trabajadores que han salido “ganando” en este proceso: mejoran sus condiciones a medida que el Estado de Bienestar se desmantela y el modelo fordista se reorganiza. Pues obviamente el Modelo Fordista-Keynesiano imponía cierta solidaridad redistributiva a los salarios altos y la estandarización de los procesos limitaba la iniciativa individual para poner en valor actitudes y aptitudes personales de alto nivel de «excelencia». De hecho, estos nuevos “profesionales autónomos, antiguos trabajadores asalariados, tienen una imagen extremadamente crítica del trabajo organizado. La autonomía es para ellos la oportunidad de mostrar y desarrollar al máximo sus capacidades” (Reynaud, 2007. 306). Y, en definitiva, la aparición estas nuevas formas de empleo alimentan el mito del “Fin del trabajo” y la superación de la sociedad salarial y coadyuvan a sostener la tesis de que el incremento del trabajo autónomo, proyectado en la figura del nuevo “emprendedor” es una suerte de avanzadilla del proceso de emancipación de la clase obrera (Bologna e Banfi, 2011, 16). Pero la otra cara de la implantación de los sistemas de “fabricación ligera” son los trabajadores que salen perdiendo en esta transición: los que desempeñan las tareas localizadas al final de las cadenas de subcontratación, en regiones periféricas, en las actividades de carácter manual y los servicios de transporte y almacenaje, y para los que las formas flexibles de retribución y contratación –en cuyo punto de máxima fragilidad aparece la figura del falso autónomo- son los dispositivos básicos de activación hacia el trabajo. Es decir, que sufren un proceso de pérdida de derechos laborales que les lleva hasta una virtual autonomía que los hace, sin embargo, altamente dependientes de sus clientes-empresas 1. 2 La subjetividad precaria: el obrero clásico en el espejo. En resumen, cuando, a pesar de todo, seguimos dando por bueno el concepto de trabajo precario para analizar las transformaciones actuales de nuestro modelo productivo, no lo hacemos exactamente asimilando las dicotomías al uso entre los “lados buenos” y los “lados malos” del mercado de trabajo; que tienen una cierta carga moral y que en última instancia, asimilan esa definición –en negativo- de lo precario como las carencias de que adolece respecto a un empleo “normal” –no precario-; o como indicador de un “retroceso” respecto al estatuto salarial -un empleo “ideal”, completo, que se habría alcanzado en épocas anteriores-. Sino que tratamos de estudiar la precariedad estructural del trabajo en el contexto actual, es decir, qué formas y efectos tiene en el modelo productivo actual la precariedad constitutiva del trabajo asalariado. Pues, en la medida en que el trabajo –y sus contradicciones- es la institución central que articula los principios de sociabilidad de la sociedad moderna –y sus contradicciones-, la precariedad del trabajo 1 Francois Aballea, en la entrada del Dictionnaire du Travail « Travail Indépendant » sostiene claramente esta tesis : «Los demandantes de empleo, los que menos soportes sociales tienen, las personas sin ingresos constituyen la mitad de los 310.000 nuevos autónomos en Francia. Esta situación de necesidad permite al empleador subcontratar el trabajo a un autónomo sin derechos laborales y la posibilidad de rescindir la relación sin asumir costos. Para estos trabajadores el estatuto de autónomo no significa un logro personal ni la posibilidad de emanciparse de la relación laboral. Ni tienen un salario ni son profesionales. El incremento del espíritu emprendedor se enmarca más bien en un proceso general de precarización del trabajo” (Bévort et al. 2012). 4 trasciende el ámbito productivo y abarca una suerte de precariedad vital personal y de precariedad social del obrero colectivo (Bouffartigue, 2015). Ello en primer lugar, porque incluso el propio estatuto salarial –que obtiene su connotación “positiva” precisamente de ciertos atributos de estabilidad, protección o seguridad que hoy se han demostrado aparentes y efímeros-, ha sido siempre, en sí mismo, algo precario, inestable, dependiente de los avatares del mercado y del proceso de acumulación a nivel global, tal y como, entre otras cosas, se formaliza en el sistema keynesiano, supeditando la regulación del mercado de trabajo a las necesidades del sistema productivo. Y porque además, para nosotros, la utilidad que puede tener el concepto no consiste en analizar y describir las condiciones de trabajo y vida del precariado juvenil señalando simplemente sus carencias respecto al estatus de sus padres o de la pérdida de derechos adscritos al estatuto salarial (aunque muchas veces nos resulte difícil ir más allá) sino estudiar al nuevo precariado como analizador de los cambios en los modelos productivos y del obrero colectivo en transformación, portador de una subjetividad propia. Es decir, tratamos de huir de la caracterización de un tipo de sujeto definido por su carencia de subjetividad (perdida), despojando al concepto de lo precario de su connotación habitual, construida por el armonicismo social de inicios del siglo pasado y que consideraba la existencia del trabajo precario básicamente como un indicador de la inexistencia de relaciones de producción auténticamente capitalistas. Y por ende, como un argumento para plantear que la cuestión social se había de resolver fundamentalmente con más capitalismo: restituyendo, artificialmente si fuera necesario, el precio “justo” del trabajo –es decir, con trabajo no precario-. Tal y como queda formulado posteriormente también en el argumentario keynesiano. Entendemos que estas formas hegemónicas de definir y explicar la precariedad, en la medida que son producciones discursivas con aspiraciones de cientificidad, u objetividad, contribuyen a conformar el precariado mismo, dado que coadyuvan a generar una subjetividad precaria determinada. Una subjetividad precaria que termina por ser funcional al propio sistema. Usualmente, por ejemplo, bajo esta connotación de lo precario, está la idea de la carencia o de la pérdida respecto a la situación de estabilidad. La significación de lo precario se encuadra en el proyecto de incluir los outsiders en el estatuto. Pero este ideal, al ser irrealizable para el conjunto, introduce ciertas dosis de frustración en los que no lo consiguen. Estables y precarios, más bien, componen un mismo sistema de vasos comunicantes en el que ambas categorías se retroalimentan. En primer lugar, debido al funcionamiento de los modelos productivos: el capital, cuando la fuerza de trabajo es cara y supera al coste de la tecnología que la sustituye, necesita emplear trabajadores estables y poner en marcha modelos productivos basados en el incremento de la productividad del trabajo, pero este incremento la productividad, a su vez, reduce paulatinamente el valor de los medios de subsistencia de la fuerza de trabajo; la abarata, y promueve, paralelamente, modelos orientados a la intensificación del trabajo y la individualización de las relaciones laborales (Marx, 1978:496-497). En segundo lugar, dado que en términos individuales y subjetivos es posible y realizable la necesaria aspiración a la estabilidad por parte de los precarios, que se consigue mediante una entrega mayor de carga de trabajo personal, tanto en los centros de producción como en los centros de formación, ello genera la “precarización” de los estables. El riesgo de caer en la precariedad, es lo que asegura la aspiración de estabilidad de los precarios. En términos globales e históricos, el desarrollo de esos movimientos hace que la cantidad de carga de trabajo que por término medio los trabajadores deben entregar para acceder a las mismas condiciones de trabajo es cada vez mayor –el límite de la estabilidad se desplaza y la precariedad, en general, aumenta-. Ello quizás explica, en parte, porqué 5 mientras el trabajo no clásico va ganando terreno y centralidad en el espacio productivo, sigue vigente la centralidad del trabajo clásico en el ámbito simbólico y discursivo [De la Garza, 2011]. Pero decíamos que un alto componente de la subjetividad obrera en general está atravesada por estas contradicciones y apariencias. En primer lugar, el movimiento sindical de masas más representativo se ha articulado en torno a la defensa de este sistema meritocrático mediante reivindicaciones centrales en su universo ideológico como el principio de igualdad de oportunidades. Es decir, el propio movimiento obrero, de alguna manera, asume una necesaria y justa gradación de condiciones de trabajo cuando viene determinada exclusivamente por el esfuerzo y el mérito individual, y no por relacionaridades y particularismos tales como los mecanismos de reproducción de clase, la desigualdades de género, edad o nacionalidad, o incluso por actitudes corporativistas por parte de determinados grupos de trabajadores. Es decir, la situación de precariedad comparte, en cierto modo, dos acepciones, una que remite a la desigualdad justa (la diferencia entre iguales), en el mercado de trabajo: ‘dar a cada uno en función de sus capacidades’, y otra que remite a la desigualdad injusta: ‘dar a cada uno en función de sus necesidades’. Por eso puede existir la convicción, al mismo tiempo, de que es posible un trabajo decente, no precario, para todos –esto es, no tanto que iguale las condiciones de todos sino en el que se pague el precio justo a todos-. Bajo esta acepción sí es posible plantear la inclusión de los excluidos en el estatuto (dotándoles de los mismos derechos) o extender el estado social a regiones o países que no lo han alcanzado todavía, o que lo han abandonado. Un objetivo que, como vemos, o bien no hace sino reproducir, en esencia, el proyecto liberal, o bien es irrealizable en el actual sistema de producción. Pero no sólo eso, sino que la consecución de este objetivo, la eliminación de la precariedad, está vinculada precisamente de la capacidad de movilización de los trabajadores, pues la mejora de las condiciones de trabajo es un objetivo que, en primer lugar, identifica a los trabajadores como clase frente al capital y, en segundo lugar, beneficia a todos como clase –dado que supone establecer un sistema justo de retribución-. En definitiva, estas contradicciones generan las condiciones para la producción de una subjetividad en el precariado muy frágil y fragmentaria, uno de cuyos rasgos característicos es la tendencia a la culpabilización del yo: el acceso a la estabilidad depende básicamente, bien del esfuerzo personal cuando el sistema es justo, bien de la capacidad de movilización de los trabajadores cuando es injusto. O sea: los precarios son precarios bien porque no se esfuerzan lo suficiente cuando el sistema es justo, bien porque no se movilizan lo suficiente cuando es injusto. Por ejemplo, el relato obrerista hegemónico acerca del advenimiento del Estado Social lo ha concebido tradicionalmente como una conquista. Las necesidades de regulación del contrato de trabajo determinadas por la evolución histórica del proceso de acumulación capitalista (protecciones funcionales a la implantación del modelo de producción y reproducción fordistakeynesiano), se han presentado como si fueran preferencias o victorias resultado de la lucha de los trabajadores que disfrutan de ellas, tal y como ocurre, por otra parte, al nivel del contrato de trabajo individual. Obviando además que este modelo se sostenía sobre una muy desigual distribución de la renta a nivel mundial en la que un 30% del obrero colectivo consumía lo que producía el 70%. De manera que cualquier retroceso en esos avances no puede ser interpretado sino como una falta de capacidad de movilización y de concienciación colectiva, o en último término, como una falta de preparación o motivación hacia el empleo de los afectados. La sociología de la precariedad más bien trata de comprenderla no tanto de explicarla. Desde un punto de vista sociológico –en la lógica del destino, para utilizar los términos Benjamianos- la capacidad de movilización es más bien un efecto del lugar de la fuerza de trabajo en el proceso de 6 producción y de la forma que asumen las relaciones laborales en función de las estrategias de rentabilidad empresariales. Dicho de otra forma, la capacidad y las formas de movilización son un efecto de los modelos productivos y no al contrario (López Calle, 2008). El improbable readvenimiento del Estado Social en nuestro país no dependería en todo caso de la capacidad de movilización de los trabajadores precarios sino que más bien la escasa participación de los jóvenes españoles en el movimiento obrero se explica, es causada, por su condición precaria). La precariedad afecta de forma determinante a las condiciones políticas que, en principio, harían posible frenar el proceso de precarización: "La inseguridad social no solo mantiene viva la pobreza. Actúa como un proceso desmoralizador de disociación social… disuelve los lazos sociales y socava las estructuras psíquicas de los individuos… Estar en la inseguridad es no poder dominar el presente ni anticipar positivamente el porvenir”. (Castel, 2006: 16). El malestar de la cultura precaria El pecado y La culpa Hemos constatado, en primer lugar, un cierto grado de culpabilización en el inconsciente colectivo del precariado vinculado a esa falta de resistencia en el presente, cuando paradójicamente era en el momento en el que se iniciaron las grandes reformas laborales en nuestro país cuando, entre otras cosas, la capacidad de movilización, en número y en fuerza, era sustancialmente mayor. En aquel momento, además, se configura un modelo productivo insostenible que está en el origen de la crisis económica y sus efectos posteriores. Un modelo de crecimiento que hemos caracterizado como de vía baja de desarrollo: la desregulación del mercado de trabajo y la flexibilización de las relaciones laborales que perseguía precisamente la atribución de mayores libertades individuales (riesgos y responsabilidades) a la ciudadanía (Allen & Henry,1997), más bien permitió a las empresas aplicar estrategias de rentabilidad basadas la intensificación del trabajo y el abaratamiento de costes laborales. Es decir que este modelo no se ha implantado con las políticas restrictivas iniciadas en toda Europa tras la crisis económica de 2007 2. Sino que es el modelo bajo el cual se produjo el mayor crecimiento económico, en términos de PIB anual, de todo el siglo XX 3. Un 2 En nuestro Grupo de Investigación hemos realizado varios proyectos en los últimos 15 años analizando estas transformaciones. Desde el primer proyecto de investigación "El Trabajo Invisible en España: sobre una evaluación y valoración del trabajo realmente existente, de su condición, problemas y esperanzas" (TRABIN), financiado por el Programa Nacional De Promoción General Del Conocimiento (Ref: BSO2000-0674/SOCI) del Ministerio de Ciencia y Tecnología, que planteaba "hacer frente, a través de la investigación sobre el terreno y bajo una mirada sociológica, a la reciente y generalizada trivialización del discurso sobre la desaparición del trabajo, iluminando, por el contrario, lo que creíamos que eran procesos de ocultación del trabajo que sostenían la posibilidad de tales argumentos". (Castillo, Lahera y López Calle, 2002; Castillo, dir. 2005]. En el siguiente proyecto, “Escenarios de vida y trabajo en la ‘Sociedad de la Información’: jóvenes, mujeres e inmigrantes” (TRABIN DOS)(Ref.: SEJ2004-04780/SOCI], analizamos cómo afectaban esas nuevas formas de trabajo a la vida de las personas a medio y largo plazo, y cómo la degradación o mejora de esas condiciones permitían, a su vez, la elección de determinados modelos productivos y formas de organización del trabajo en las empresas (Castillo, 2008).Con el proyecto TRAVIDA, “Nuevos modelos de vida y trabajo en la sociedad de la información. El caso de las grandes periferias metropolitanas” (Ref.: CSO2008-04002/SOCI], último de esta serie de preocupaciones, quisimos ir más allá y averiguar el impacto de los cambios que han sufrido los modelos de vida y que, inevitablemente, van de la mano de las variaciones en los modelos productivos (Alas, Candela, Castillo y López Calle, 2010). 3 De hecho la rentabilidad del capital por unidad invertida desde el inicio de la recesión no ha dejado de crecer: la tasa de rentabilidad (1961-1973=100), que alcanzó el índice más bajo en el año 2008 (80 puntos) se ha recuperado rápidamente en este período hasta alcanzar los 101,2 puntos en 2015. El PIB ha vuelto a mostrar tasas de crecimiento positivas desde principios de 2014, alcanzando a finales de 2015 la cifra del 3,4%. Pero este incremento de la rentabilidad empresarial no ha ido acompañado de un incremento en las rentas salariales ni de un incremento del 7 modelo que, como ya advertíamos hace una década, basaba parte de ese crecimiento en la esquilmación de los recursos técnicos y humanos, léase, en la explotación de estos recursos por encima de sus posibilidades de reproducción (Castillo y López Calle, 2007). Realmente la reciente crisis económica y su especial impacto en los países de la semiperiferia sur europea, más bien ha actuado simplemente como un revelador de los débiles factores estructurales de este modelo y de sus perniciosos efectos reales sobre la población: una situación de auténtica emergencia social, a la luz de los resultados de informes como Crisis and Social Fracture in Europe. Causes and Effects in Spain (Laparra & Pérez, 2012). Este lento desgaste latente del tejido social e industrial estaba siendo inadvertido a causa de distintos fenómenos "neutralizadores" o "invisibilizadores" (la propia financiarización de la economía -el alto incremento de la deuda privada, por ejemplo, que llegó a suponer el 90% de la renta de las economías familiares-; el incremento del capital ficticio vinculado a la "burbuja inmobiliaria"; y otros procesos de sobreexplotación de la fuerza de trabajo y el capital productivo (descualificación de los puestos de trabajo, falta de renovación de las plantillas de la empresas cabeza, balcanización de los mercados de trabajo y fragmentación del obrero colectivo, accidentalidad laboral y crecimiento de las enfermedades profesionales, etc., hasta fenómenos más estructurales vinculados con la propia reproducción de la fuerza de trabajo que estaban afectando a las nuevas generaciones, como el incremento de las desigualdades sociales; la caída de las tasas de emancipación, de fecundidad, de edad al tener el primer hijo, etc.) Las altas tasas de consumo entre las clases populares, que no se correspondían con la calidad y los salarios de sus trabajos, y que les permitían vivir por “encima de sus posibilidades”, fueron financiadas por una burbuja financiera que ofrecía préstamos a tipos de interés muy bajos y fueron alimentadas por una oferta creciente de bienes de consumo “low cost” –que eran fabricados con bajos salarios-. Todo ello dio lugar a tasas de endeudamiento sin precedentes entre las familias españolas. Al mismo tiempo, la relativa facilidad de acceso al consumo, que no se correspondía con una capacidad adquisitiva real, no hacía sino desplazar los estatus adscritos a determinados niveles de consumo a niveles de consumo más alto. En algunas ocasiones, como constatamos, la relación de dependencia entre trabajo y consumo se invertía, y eran las prácticas de consumo (el vestido, el lugar de residencia, los círculos sociales o las formas de ocio) las que daban acceso a un buen empleo. En definitiva, este tipo de comportamientos son hoy precisamente los que se señalan, en clave de sanción moral culpabilizatoria, como los factores causantes de la crisis económica. La crisis como castigo divino En la medida en que muchos de los efectos del modelo productivo instalado en los años ochenta y noventa han aparecido años más tarde de forma repentina, durante la catarsis que ha supuesto el impacto de la gran recesión 4, podemos pensar como hipótesis que esta conciencia de culpa que se empleo, sino todo lo contrario, se ha soportado sobre la caída de ambos factores. Los salarios medios reales han bajado de media un 12% desde el inicio de la crisis. En los últimos años hemos empezado a disponer ya, a nivel nacional, de buenas series estadísticas que han tratado de articular las distintas dimensiones de la precarización de la vida social en diferentes índices sintéticos, a semejanza de los indicadores de desarrollo que vienen elaborando algunos organismos a nivel internacional, como la OIT. El índice sintético de condiciones laborales de España, elaborado por el Barómetro Social de España, y que mide de forma integrada las distintas dimensiones de las condiciones de trabajo, cayó un punto en sólo cinco años, desde el año 2007, del 5,2 al 4,1 en 2012, en una escala de 1 a 10, situándose en niveles del año 1995. Y el índice sintético de empleo, que añade el diferente impacto de las distintas situaciones de empleo y desempleo-tasas de actividad y de paro, temporalidad; paro entre los jóvenes; parados de larga duración y hogares con todos los activos parados, etc.- cayó del 4 8 va instalando en la subjetividad precaria está vinculada con esa percepción que en amplias capas de la población se tiene también de la crisis como una especie de castigo. Un castigo que, lógicamente, se presenta de forma súbita e imprevisible pues, en cierto modo, parte del dispositivo culpabilizatorio se vincula a la falta de previsión de las clases medias y populares. Así es, esta especie de catástrofe colectiva sin causa aparente, imprevisible, que connota el concepto de Crisis económica, como analiza Klein, parece presentarse, para muchos entrevistados, como una suerte de castigo divino vinculado a errores colectivos y personales cometidos en el pasado reciente, y asociados fundamentalmente a la falta de vigilancia de determinados valores éticos y morales (el esfuerzo en el trabajo y la contención en el gasto, la falta de preparación o la elección de los estudios equivocados): el “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades” es un mantra que se repite una y otra vez en medios públicos y privados, y que realmente asocia los males de la crisis económica con determinados comportamientos moralmente reprobables (consumo desaforado, falta de previsión, conformismo, corrupción, etc.). Y, por la misma razón, se debe resolver, básicamente, con más ascetismo en el consumo, más intensidad en el trabajo y más vigilancia contra las prácticas corruptas y las redes clientelares. Unido a ello se refuerza la idea, en el subconsciente colectivo, de lo que podemos llamar una especie de herida narcisista compartida, una caída colectiva del guindo, para decirlo en términos coloquiales, vinculada al fracaso del proyecto de clase y al fracaso mismo del país como proyecto colectivo. El mito de la España del siglo XXI como nueva potencia económica internacional, que se había sostenido sobre la eterna aspiración a entrar en la élite de los países desarrollados, como el G8 por ejemplo, desde principios de los años noventa (tras la organización de los dos grandes eventos internacionales como la Exposición Universal y las Olimpiadas) se ha disuelto rápidamente ante el fiasco que ha mostrado ser nuestro modelo de crecimiento (basado principalmente en el sector del ladrillo y la burbuja inmobiliaria) y los graves escándalos de corrupción a todos los niveles. Visión que se ha visto materializada en los correctivos recibidos por parte las Agencias Internacionales de Calificación respecto de la baja confianza que inspiramos para devolver nuestras deudas, e incluso en la posibilidad de un rescate financiero por parte de aquéllos mismos países. De forma que, tras la crisis, se produce también una rápida erosión del concepto de identidad nacional, si alguna vez existió de forma generalizada. Por ejemplo, mientras cobran fuerza movimientos separatistas en las regiones más avanzadas económicamente que presentan al resto del país como un lastre para su propio desarrollo, se reduce claramente la potencia de identificación colectiva, en parte, creemos, porque se reducen las posibilidades de identificar también un claro antagonista, un enemigo común. Quizás ello esté vinculado a la ausencia, al menos por el momento, de partidos e ideologías de extrema derecha que en otros países de nuestro entorno han calado particularmente entre las clases más populares. Los inmigrantes, especialmente latinoamericanos, se han marchado en un gran porcentaje a sus países de origen (en torno a los 500.000, de un total de tres millones), muchas familias de clase 5,6 en el año 2007 al 3,8 en el año 2012 (IOE, 2012]. Las condiciones de trabajo también han empeorado: el trabajo se ha intensificado y el empleo se ha precarizado. El índice de incidencia de siniestralidad laboral ha invertido su tendencia descendente a partir de 2012, momento en que se pasa de 2.949 a 3.009 accidentes por cada cien mil trabajadores. Y a finales de 2015, se alcanzaba la cifra de 3.150 accidentes por cada 100.000 trabajadores. La tasa de trabajo temporal alcanza ya el 35%, y la duración media de los contratos ha bajado de 79 días en 2006 a 53,4 en 2015. Al mismo tiempo, la tasa de cobertura de los parados (parados que reciben subsidio) se ha reducido 18 puntos entre 2008 y 2015. Hoy en día, poco más de la mitad de los parados (54%) percibe la prestación por desempleo, cuando al principio de la crisis tres de cada cuatro desempleados lo hacían (72%). También ha bajado la prestación media: en 2012 aún era de 859,3 euros, tres años después, en octubre de 2015, dicha prestación había bajado hasta los 801,5 euros. 9 media que otrora ocupaban a trabajadoras extranjeras en tareas domésticas, no sólo han tenido que desprenderse de ellas, sino que en muchos casos son esas mujeres de clases medias y populares las que han sido expulsadas de sus trabajos y han tenido que contratarse como empleadas domésticas. Lo mismo les ha ocurrido a muchos trabajadores manuales que han “vuelto” a trabajar en actividades socialmente estigmatizadas y antes ocupadas sólo por inmigrantes extracoumunitarios o de la Europa del Este. Pero el trabajo actualmente existente no ofrece tampoco muchos recursos a los jóvenes para construir en torno a él su identidad y la búsqueda de reconocimiento social. Ya en los hijos de las reformas laborales (Castillo y López Calle, 2004) vimos que entre los jóvenes el trabajo había perdido claramente esta potencia de subjetivación. Se había producido lo que denominábamos un cambio de la orientación al trabajo a la orientación al empleo (tener un empleo, el que fuera, a poder ser bien remunerado, al margen del contenido del trabajo y de la vocación personal). Y la identificación y el reconocimiento social que otrora ofrecía el trabajo había sido desplazada por el consumo. El puesto de trabajo había dejado ya de ser la principal o la exclusiva fuente de identidad y reconocimiento, entre otras cosas, porque a pesar de que cada vez es mayor la cualificación de los trabajadores, la cualificación desempeñada en los puestos disponibles es cada vez menor. Y para los hijos de clases medias las fuentes de reconocimiento se estaban desplazando más bien a la titulación alcanzada, que se estaba convirtiendo, como acabamos de decir, en un bien de consumo que aseguraba la reproducción diferencial del estatus de clase. Por otra parte, el alto nivel de consumo entre los jóvenes trabajadores de clases obreras que habían dejado los estudios y carecían de toda otra fuente de reconocimiento social, lo interpretábamos como un sustitutivo del reconocimiento antes obtenido a través del puesto de trabajo manual, pero especializado. Esta pequeña clase media ascendente formada en los años ochenta, descendientes en muchos casos de las clases obreras que protagonizaron la gran movilización industrial franquista entre las décadas de los 40 y 70, de alguna manera, se habían despojado de ese “estigma” que para muchos de ellos -y para sus propios padres- suponía cualquier tipo de vínculo con el trabajo de “cuello azul” y las actividades de tipo manual, y habían asimilado claramente las gramáticas propias del individualismo metodológico como forma de entender el funcionamiento del orden social y su propio lugar en el mismo: la estrategia meritocrática basada en la acumulación de capital cultural como medio para ascender en la jerarquía social. Ahora bien, este esquema de pensamiento conlleva, lógicamente, la responsabilización o culpabilización personal cuando existe un fracaso en la estrategia profesional escogida. Por otra parte, los nuevos desarrollos residenciales de baja densidad, como las urbanizaciones de chalets adosados unifamiliares, en las periferias metropolitanas de tradición industrial (Coslada es un claro ejemplo) se correspondían ya con modelos de vida en comunidad atomizados y carentes de espacios de sociabilidad públicos o privados integrados en las barriadas (plazas, parques, bares, tiendas de cercanía, mercados, o la propia calle). Las formas de ocio y de consumo de estos jóvenes se habían desplazado desde el barrio al Gran Centro Comercial (Plenilunio, La Dehesa, etc…). Todo ello había terminado por disolver formas de solidaridad orgánica y circuitos de economía moral que en otras regiones afectadas por estos procesos de precarización del trabajo y la vida han servido a la ciudadanía para ofrecer colectivamente cierta resistencia. Esta experiencia de la pérdida es particularmente dolorosa para numerosos jóvenes varones, de clases populares, que dejaron los estudios y se emanciparon a edades tempranas, gracias a los relativamente altos salarios que ofrecían sectores en auge de bajo valor añadido y que exigían poca 10 cualificación, como la construcción o los servicios de almacenaje y transporte 5. Estos jóvenes, hoy masivamente desempleados, en una gran mayoría han tenido que devolver sus viviendas y automóviles a los bancos que se las financiaron, se han visto obligados a reincorporarse al sistema educativo y mucho han vuelto a vivir con sus padres. Este es un patrón que se repite en numerosas entrevistas: roturas de parejas, episodios de violencia doméstica, consumo de ansiolíticos, depresiones, apatía, indolencia, etc. Pero también hemos registrado un perfil de mujeres jóvenes que, con más frecuencia, “hicieron todo bien” (es decir aprobaron la ESO, cursaron bachillerato y muchas sacaron títulos universitarios), y que se encuentran hoy en, algunas ocasiones, incluso en la necesidad de “ocultar” en sus currículums la formación alcanzada, como estrategia para acceder a los empleos que hoy están más disponibles para ellas. Por último, muchos de estos jóvenes, hombres y mujeres, están viviendo dolorosamente una odisea migratoria hacia países centroeuropeos donde se está produciendo ya también una clara etnofragmentación de los mercados de trabajo, cuando no directamente la formación de guetos de comunidades de españoles, como hemos constatado en el sector de la logística y el transporte en los Países Bajos, por ejemplo. El duelo y el perdón como reacción a la pérdida El shock ante la pérdida y el “desastre” (Klein, 2007) no sólo tiene que ver con la pérdida de derechos sociales y de servicios públicos provocados por los planes de austeridad, sino fundamentalmente también con la experiencia de las trayectorias personales involutivas y trayectorias familiares de “desclasamiento”; avances sociales en retroceso (conciliación vida y trabajo; igualdad de género; retiro de protecciones a determinados grupos sociales, como los inmigrantes sin permiso de residencia, las personas dependientes…). Existen cada vez más familias de clase media empobrecidas y familias que podíamos considerar de clase obrera que hoy están en muchas ocasiones en riesgo de exclusión social. El porcentaje de trabajadores pobres ha aumentado desde el 11% en 2009 al 15% en 2015, y la renta media por persona empleada ha pasado de los 11.318 euros a los 10.391. Pues además, los recortes en los servicios públicos empiezan afectando con más intensidad a los más vulnerables. De forma que este malestar generado por la culpa ante la pérdida de niveles de bienestar absolutos y relativos, en muchos casos, se tramita individualmente más bien recurriendo a mecanismos de defensa arraigados en la configuración psíquica del sujeto en la cultura occidental y vinculados a procesos de expiación clásicos de la tradición judeocristiana: el reconocimiento de la culpa y la búsqueda del perdón mediante estados de ascesis como primer y principal paso para la redención (Foucault, 1990). Haciendo una atrevida y sintética interpretación de lo que nos plantea Foucault en Las tecnologías del yo, la tradición judeocristiana representa una de las dos posiciones posibles ante el mandato del conocimiento de sí que inaugura la etapa clásica. La tradición griega habría optado, según nuestra interpretación, por la versión del Yo inmanencial: ‘Yo soy lo que hago’: el cuidado de sí lleva al conocimiento de sí, mientras que la judeocristiana por el Yo trascendental: ‘mis acciones dan cuenta de lo que soy’, el conocimiento de sí lleva al cuidado de sí. Este mecanismo conlleva un proceso de introspección del sujeto que parte del control del deseo y de las pasiones terrenales 5 Por ejemplo, en Castilla La Mancha, en 2011, de los jóvenes que estaban en paro entre los 25 y 34 años, sólo el 17% tenía educación superior, el 43% había completado la educación primaria y el 53% la educación secundaria. Ministerio de Educación. Explotación de Encuesta de la Población Activa INE 11 como vía para conocerse a sí mismo, que es conocerse a través de Dios. No obstante el sujeto cognoscente que desea conocer a Dios, que piensa en conocer a Dios como un medio para sus fines propios, impide el conocimiento de Dios. El reconocimiento de la culpa, del pecado, es lo que indica, por otra parte, que existe un auténtico conocimiento de sí, etc. Esta configuración se traslada al pensamiento ilustrado sufriendo una suerte de secularización, en el que Dios se sustituye por “la verdad”, el conocimiento del mundo pasa, primero, por un conocimiento de sí mismo: conocer y controlar las pasiones que apartan al individuo de la percepción de la verdad; pero querer conocer la verdad impide conocer la verdad y afirma la verdad (sabemos que no sabemos nada, etc.). El grado más alto de conocimiento (libertad) se alcanza en el momento en el que uno es consciente de que está en el origen de sus propias determinaciones, pero por lo mismo, ese estado de consciencia siempre está determinado. La institución del Mercado, el Leviatán o el Sistema Edípico serían diferentes metáforas de la parábola que dibuja este examen de conciencia interminable que siempre retorna y va hacia el origen. Propósito de enmienda: la activación personal como única salida. Finalmente, otro de los fenómenos que nos parecen más característicos y explicativos de la formación de eso que hemos denominado una nueva subjetividad precaria es la forma en que las instituciones públicas están gestionando los servicios sociales que podrían contribuir a paliar estos efectos, pues nuestra impresión es que, más bien los están intensificando. Estos servicios no sólo han sufrido sustanciales recortes en cuanto a las ayudas familiares, los subsidios de desempleo o el apoyo a las personas dependientes, sino que, en la mayor parte de las ocasiones, ejercen un papel activo en la individualización de los conflictos sociales, la culpabilización de la víctima, y en la intensificación del trabajo. En primer lugar, las sucesivas reformas habidas en la concesión y gestión de estos servicios están orientadas a supeditar las ayudas a la activación de los inactivos o a la exigencia de una mayor empleabilidad por parte de los activos. Si en el modelo Fordista-keynesiano el desempleo era considerado un factor estructural e involuntario, y los subsidios evitaban la desafiliación y mantenían los niveles de consumo, en el modelo de la fabricación flexible y la desregulación de las relaciones salariales, el desempleo, en la medida en que es explicado como un problema de ajuste entre lo que la gente exige cobrar y lo que su trabajo realmente vale, se debe precisamente al mantenimiento de los subsidios y a la “resistencia” del desempleado para trabajar (Briales y López Calle, 2015). Los técnicos que trabajan en estas instituciones, encargados de asignar las “rentas mínimas de inserción” o de seleccionar y orientar a los desempleados que pretenden cobrar sus subsidios o ser reconocidos como tales, tienen la consigna de aplicar medidas de activación consistentes en exigir a cambio una disposición cada vez mayor a las personas hacia el empleo asalariado o directamente al autoempleo. En el primer caso, la predisposición del parado hacia el empleo asalariado se demuestra exigiéndole aceptar aquéllos cursos de formación u ofertas de trabajo que se le señalan como adecuados a su perfil (es decir, que no puede rechazar más de un número determinado al año por mor de perder el subsidio o los derechos asociados a la condición de desempleado involuntario). Detrás de estas medidas está la idea de que una gran parte del problema del desempleo se debe a la propia actitud de los parados, es decir, que latentemente estos parados reciben una cierta dosis de carga culpabilizatoria. Pero en el segundo caso, cuando desde estas instituciones se plantea directamente que el autoempleo puede ser una posibilidad realista para salir del desempleo, de alguna manera se está responsabilizando también a cada uno de los parados de la falta de trabajo en el país en general. Cuando se ofertan desde las oficinas de empleo cursos de emprendimiento, se promociona la 12 creación de nuevas start ups o el “cultivo” de viveros empresariales, dando facilidades a los desempleados para “capitalizar” su subsidio y crear una empresa, no se está señalando ya que el trabajador debe aumentar su empleabilidad para competir en un contexto de puestos escasos, sino que propia la escasez de puestos es debida a su falta de iniciativa y de voluntad. 4 Conclusiones, precariedad y sujetos frágiles en las periferias urbanas desindustrializadas El que nos hayamos fijado particularmente en los jóvenes que participaron en los principales sectores del “milagro” económico español, escogiendo localizaciones prototípicas de esos procesos, como Coslada, pretende contribuir a realizar una evaluación ponderada de dicho modelo de crecimiento a medio y largo plazo. Pues todo apunta a que el impacto de la gran recesión económica internacional, en el caso de los países de la semiperiferia europea como España, no hace sino consolidar o aquilatar la transición a un modelo de vía baja de desarrollo que venía gestándose en las décadas anteriores, utilizando para ello fuertes dispositivos disciplinantes tanto económicos y jurídicos, como como ideológicos y discursivos, que están produciendo una nueva clase de sujetos frágiles en las periferias urbanas. Pues, a pesar del sorpresivo ciclo de movilizaciones ciudadanas en las grandes ciudades ocurrido entre los años 2011 y 2013, en respuesta a la grave crisis social y democrática derivada de la crisis económica, o al menos en paralelo, lo que estamos constatando también es la formación de una suerte de subjetividad precaria que acompaña a la precarización de las condiciones de vida y trabajo de las clases medias y populares. Una subjetividad caracterizada por una tendencia a la responsabilización, culpabilizacion, interiorización e individualización de las causas y factores de la precariedad personal que vive cada joven. Factores que impiden, en general, la formación de relatos orientados al cambio estructural y la acción colectiva. Y en términos más generales constatamos la formación de una especie de Malestar Cultural, que recuerda, salvando las grandes distancias temporales y tecnológicas, a algunos de los rasgos más característicos de la crisis económica y social que vivió nuestro país a finales del siglo XIX, especialmente en lo que respecta a la formación de una configuración psíquica característica entre las clases populares –que otrora dio lugar a diversos estudios en el campo de la por entonces nueva psicología de masas [Le Bonn, 2000; Freud, 2012; Ortega y Gasset, 2012]-. Igualmente, encontramos, en los relatos con más predicamento mediático, significativos paralelismos respecto de aquélla época en cuanto a la identificación de las causas del malestar, y por tanto también en los ejes programáticos que se proponen para su superación: básicamente estas causas no se enmarcan tanto en el ámbito de la crítica de la economía política y el análisis de las contradicciones del sistema capitalista sino al contrario, en el ámbito del armonicismo social: los males de la crisis se achacan, en esencia, a inaplicación real de los principios de la sociedad del trabajo: el problema, se dirá a fin de cuentas, es que trabajo no se intercambia a su precio justo debido tanto a disfunciones motivadas por diferentes instituciones dirigidas a alterar el precio de las cosas (regulación del mercado de trabajo, protecciones sociales, sindicatos, etc…), o bien a comportamientos moralmente reprobables y abusos de poder en el mercado: corrupción, especulación, clientelismo o incluso falta de espíritu emprendedor. Interpretaciones que, a su vez, están contribuyendo hoy, como entonces, a la formación de esta subjetividad precaria, que es nueva en lo que tiene de postindustrial, pero vieja en lo que tiene de neoliberal. Re-emergen hoy nuevos sujetos frágiles que muestran rasgos de la subjetividad similares a los de finales del siglo XIX, y casi diríamos que estructurales de la modernidad. Aunque al mismo tiempo es una subjetividad distinta, como toda repetición de lo mismo. 13 Se trataría así de una suerte de retorno al origen quizás vinculado con el anuncio de ese regreso del sujeto que hacía Jesús Ibáñez hace algunas décadas. Una subjetividad en la que podemos identificar algunos factores estructurales de la configuración del yo en la modernidad pero con la carga de reflexividad añadida que supone mirarse en el espejo del viejo salariado del siglo XX: aquél Obrero Social que dejó una vez de ser Obrero Masa [Negri, 2006] ; que superó el modelo de sociabilidad basado en la simple racionalidad individual y ejerció la razonabilidad [Rawls, 1993]; que logró, en este sentido, orientarse por el interés antes que por las pasiones personales [Hirschman, 2014]; que logró armonizar los intereses de burguesía y proletariado mediante el incremento de la productividad el trabajo y la contribución individual a la propiedad social [Castel, 2006]. Un sujeto que, al menos en el imaginario historiográfico del movimiento obrero, fue capaz de domeñar y regular las relaciones capitalistas de producción, o que incluso se acercó fugazmente, y en algunos países, a ser una clase para sí. Bibliografía Alas, A. de las; Candela, P., Castillo, J. J.; Pablo López Calle (2010): “Nuevos modelos de vida y trabajo en la sociedad de la información: el caso de las grandes periferias metropolitanas. Proyecto Travida” en VV.AA: La investigación y la enseñanza de la Sociología del Trabajo: un balance de la situación en España, Valencia, Germania, pp. 85-98. Allen, J. y Henry, N. (1997) “Ulrich Beck’s risk society at work: labour and employment in the contract service industries”, en Transactions of the Institute of British Geographers, New series, vol. 22, nº 2, pp. 180-196. Arnold, D. y Bongiovi, J.R. (2012) “Precarious, informalizing, and flexible work: transforming concepts and understandings”, en American Behavioral Scientist, http://abs.sagepub.com/content/early/2012/12/05/0002764212466239 Barattini, M.(2009) “El trabajo precario en la era de la globalización ¿Es posible la organización?”en Revista de la Universidad Boliviana, Vol. 8, nº 24, pp.17-37. Bologna, S. (2006): Crisis de la clase media y posfordismo. Ensayos sobre la sociedad del conocimiento y el trabajo autónomo de segunda generación, Ed. Akal, Madrid Bologna, S. y Banfi, D. (2011): Vita da freelance. Il lavoratori della conoscenza e il loro futuro, Ed. Fretinelli. Bernard, S. y Dressen, M. (2014) «Penser la porosité des statuts d’emploi», La nouvelle Revue du Travail, 5 [En Línea], consultado el 15-5-2015. URL : http://nrt.revues.org/1830 Boyer, R. (2004) The Future of Economic Growth: As New Becomes Old. E. Elgar. Bouffartigue, P.: «‘Précarité’ : de quoi parle-t-on? ». Second séminaire Les problématiques du travail dans l’espace euro-méditerranéen en crise: précarité et jeunes générations 21-22 octobre 2015 [En Línea] https://halshs.archives-ouvertes.fr/halshs-01215834v2 -Briales, A. y López Calle, P. (2015) “El paro productivo. La producción de desempleo en España como dispositivo de reactivación de la Economía”, Revista de Economía Crítica, nº 20, 124-148 14 Candela, P., Piñón, J. y Galán, A. (2010) “Desmitificando la metrópolis global. Vida y trabajo en Las Rozas de Madrid” en Sociología del Trabajo, 70, pp. 125-145 Castel, R, (2006) La inseguridad social: ¿qué es estar protegido?, El Manantial, Buenos Aires. Castillo, JJ. (2010) “Del trabajo otra vez a la sociedad: sobre el estudio de todas las formas de trabajo” en Sociología del Trabajo, 68 , pp. 81-101 Castillo, JJ. (2008): La soledad del trabajador globalizado. Memoria, presente y futuro, Madrid, La Catarata Castillo, JJ. (Dir.) (2005): El Trabajo Recobrado. Una evaluación del trabajo realmente existente en España. Miño y Dávila, 450pp. Castillo, JJ. y López Calle, P. (2007). «Una generación esquilmada: los efectos de las reformas laborales en la vida y trabajo de los jóvenes madrileños». Sociedad y Utopía: Revista de ciencias sociales, 29, p. 293-312. Castillo, JJ., Lahera, A. y López Calle, P. (2002): "El Trabajo Invisible en España: Una evaluación y valoración del trabajo realmente existente, de su condición, problemas y esperanzas (proyecto TRABIN)". En Daniel Lacalle (ed.). Sobre la Democracia Económica. Los modelos organizativos y el papel del trabajo. Vol III. El viejo Topo. Fundación de Investigaciones Marxistas, Madrid, 219 pp., p. 9-23. Castillo, JJ. y Agulló, I. (2012) Trabajo y vida en la sociedad de la información, Madrid, La Catarata. Cigolani, Patrick: “La idea de precariedad en la Sociología francesa” Revista latinoamericana sobre Cuerpos, Emociones y Sociedad, nº 16, pp. 48-55 D’amours, M. (2006): Le Travail indépendant. Un révélateur des mutations du travail, Québec, Presses universitaires du Québec. Dejours, C. y Deranty, J.P. (2010) “The centrally of work”, en CRIT, 11.2, pp. 167-180 De la Garza, E.. (2011). Trabajo no clásico, organización y acción colectiva.2 vols. Plaza y Valdés, México. Deranty, J.P. (2008) “Work and the precarisation of existence”, en European journal of social theory, 11 (4), pp. 443-463. Dupuis, Y. et Larre, F. (1998): «Entre salariat et travail indépendant: les formes hybrides de mobilisation du travail», Travail et emploi, n° 77, 1-14 Ehrenreich, B. y Hochschild, A. (2002): "Introduction, Global Women: Nannies, Maids, and Sex Workers in the New Economy", en Ehrenreich, B. y Hochschild, A. R. (eds.). New York: Henry Holt, pp. 1–10. Florida, R (2002): The Rise of the Creative Class, Basic Books, New York Fortino, S.; Tejerina, B.; Cavia, B.; Calderón, J: Crise sociale et précarité, Champ Sóciale Editions, Nîmes, 2012 (Tambien publicado en Castellano) Foucault, M. (1990): Tecnologías del yo, Paidós, Madrid. Freud, Sigmund. (2012) Obras completas de Sigmund Freud. Volumen XVIII - Más allá del principio de placer, Psicología de la masas y análisis del yo, y otras obras (1920-1922). 2. Psicología de las masas y análisis del yo [1921]. Buenos Aires & Madrid: Amorrortu editores 15 Hirschman, Albert O. (2014), Las pasiones y los intereses: argumentos políticos en favor del capitalismo previos a su triunfo, Centenario Albert Hirschman, Capitán Swing, Madrid. IOE, Colectivo (2012). Barómetros Social de España, Cip-Ecosocial y Traficantes de Sueños,. Klein, N. (2007): La doctrina del shock: El auge del capitalismo del desastre. Paidos. Lazzarato, M (1997). Lavoro Inmateriale. Forme di vita e produzione di soggetivitá. Verona: Ed.Ombre Corte. Laparra, M y Pérez Eransus, B. (coord.) (2012): Crisis and social Fracture in Europe. Causes and Effects in Spain. Social Studies Collection. 35, Fundación la Caixa, Barcelona. 204 pp Le Bon, (2000). Psicología de las masas. Madrid: Morata [1895]. Lee, C. K. y Kofman, Y. (2012) “The politics of precarity: views beyond the United States”, en Work and Occupations, 39 (4), pp. 388-408. López Calle. P. (2012) “Alicia y Yo. Una perspectiva socio-clínica sobre explotación y alienación del trabajo en los nuevos modelos productivos”. Intersubjetivo, 12, 1. pp. 120-134. López Calle, P. (2016), «L’auto-exploitation au volant: les camionneurs indépendants espagnols», Nouvelle Revue du Travail [en línea], n. 8, http://nrt.revues.org López Calle, P. y Calderón, J. (2009) “Recompositions du capitalisme et résistance des précaires. Le cas espagnol” Béroud, S. y Bouffartigue, P.: Quand Le Travail se précarise, quellles résistances collectives?, La Dispute, París, 355pp. con López Calle, P. y Castillo, JJ. (2007): "Una generación esquilmada: los efectos de las reformas laborales en la vida y trabajo de los jóvenes madrileños", Revista Sociedad y Utopía, nº 29, abril de 2007, pp. 273-311. López Calle, P. y Castillo, JJ. (2004): Los Hijos de las Reformas Laborales: educación, formación y empleo de los jóvenes en la Comunidad de Madrid, UGT-Madrid, Madrid. López Calle, P. y Fernández Gómez, JA (2013): “Camioneros: la pesada carga de la fabricación ligera”, Sociología del Trabajo, 78, Siglo XXI, pp.72-94 Lozza, E. Libreri, C. y Bosio, A.C. (2012) “Temporary employment, job insecurity and their extraorganizational outcomes”, en Economic and Industrial Democracy, http://eid.sagepub.com/content/34/1/89 Meda, D (1998): El trabajo: un valor en vías de desaparición, Gedisa, Bareclona. Mcdowell, L. (2000): Genero, identidad y lugar. Cátedra, Madrid. McDowell, L. (2004) “Work, workfare, work/life balance and an ethic of care”, en Progress in Human Geography, 28-2, 145-163. Negri, T. (2006): Del obrero-masa al obrero social (Entrevista sobre el obrerismo), Anagrama Ngunjiri, Faith Wambura; Hernandez, Kathy-Ann C. y Chang, Heewon (2010): “Living Autoethnography: Connecting Life and Research”, Journal of Research Practice, Vol 6. p. 1-17 Oliva, J.; Díaz, M.J. (2004): "Reestructuración productiva y movilidad laboral: los commuters de la construcción en Castilla La Mancha" en Castillo, JJ. (Dir.) (2005): El Trabajo Recobrado. Una evaluación del trabajo realmente existente en España. Miño y Dávila Ortega y Gasset, J (2012) La rebelión de las masas, [1929] Editorial Gredos, Madrid. 16 Quiles, F. J. (2014) La caída de la Investigación en España y en Castilla-La Mancha en la Cerca, http://www.lacerca.com/noticias/columnas_opinion/caida_investigacion_espana-202183-1.html. (Consultado, noviembre 2014). Rawls, J. (1993), Political Liberalism, Columbia University Press, Nueva York. Reynaud, E (2007): "Aux marges du salariat: les professionnels autonomes", en Vatin, F: Le salariat. Théorie, histoire et formes, La Dispute. Standing, G. (2011) The precariat: The new dangerous class, London, Bloomsbury Academic. 208 pp. Torns, T.; Carrasquer, P. Moreno, S. y Borrás, V. (2013) “Career Paths in Spain: Gendered division of labour and informal employment”, en Revue Interventions économiques, 47, pp. 1-14. Torns, T.; Recio, C. (2012): “Las desigualdades de género en el mercado de trabajo: entre la continuidad y la transformación” a Revista de Economía Crítica nº14, pp. 178-202. WES, Work, employment and society, 26(4) 685–689, “Book review symposium: Guy Standing,The Precariat: The New Dangerous Class, Londres: Bloomsbury Academic, 2011 Willis, P. (1988): Aprendiendo a trabajar. Cómo los chicos de la clase obrera consiguen trabajos de clase obrera, Akal, Madrid. Ylijoki, O.-H. (2010) “Future orientations in episodic labour: short-term academics as a case point”, en Time and Society, 19 (3), pp. 365-386 17