CIUDADANÍA, ÉTICA DEL CUIDADO Y POLÍTICA FEMINISTA1 Héctor Sánchez-Melero. Grupo INTER (colaborador). hector.sanchez.melero@gmail.com RESUMEN Repasando las críticas que se han realizado desde la teoría política feminista en relación con la ética del cuidado se elabora una propuesta de modelo de ciudadanía que incorporé valores más solidarios. PALABRAS CLAVE: Ciudadanía, teoría política feminista, ética del cuidado ABSTRACT Reviewing the criticisms that have been made since the feminist political theory in relation to the ethics of care it’s created a proposal citizenship model joined solidarity values. KEY WORDS: Citizenship, feminist political theory, ethics of care 1 Comunicación presentada en el XI Congreso Español de Sociología. Madrid, Julio de 2013. INTRODUCCIÓN El debate que el feminismo ha generado en torno al concepto de ciudadanía ha sido amplio y enriquecedor. Desde las vindicaciones de las primeras ilustradas al feminismo poscolonial pasando por la segunda ola, la teoría política feminista ha sido un motor de desarrollo democrático con un carácter transformador y deslegitimador de relaciones de opresión, pasando de la denuncia a la transformación social. La ética del cuidado es además una propuesta que puede incorporar elementos que transformen el modelo de ciudadanía haciéndolo más justo y solidario, en la línea de las reivindicaciones de las personas que tiene actualmente una práctica ciudadana activa 2. En las siguientes páginas vamos a profundizar en esta propuesta teórica. LA CIUDADANÍA COMO MARCO ANDROCÉNTRICO La ciudadanía moderna fue surgiendo progresivamente frente a los estamentos medievales desde una estructura social basada en los grupos familiares a una estructura social centrada en los individuos como sujetos de derecho (Procacci, 1999). Por tanto podemos entender la ciudadanía, no solo como un conjunto de derechos, sino como un proceso de creación y consolidación de dichos derechos. Así, la evolución de la ciudadanía supuso la fusión de las comunidades locales en una comunidad nacional y la separación funcional de los distintos elementos de la ciudadanía, Proceso que tuvo lugar, según Marshall ([1949]1997), a lo largo de tres etapas sucesivas que resumimos en la tabla 1 Ciudadanía Siglo Descripción Sistema de garantía Ciudadanía Civil XVIII Libertades individuales Sistema Jurídico Ciudadanía Política XIX Participación política Sistema representativo Ciudadanía Social XX Garantías mínimas para asegurar el ejercicio de la ciudadanía Sistema educativo, sanitario y de servicios sociales Tabla 1: Fases del desarrollo de los derechos ciudadanos. Elaboración propia Pero, desde sus inicios ilustrados, la condición de ciudadano estaba reservaba a los sujetos considerado autónomos y racionales, lo que dejaba fuera del principio de igualdad a los clasificados jurídicamente como “dependientes”, es decir, las mujeres, los no-propietarios y, más allá de las fronteras nacionales, los sujetos colonizados (Suárez Navaz, 1998). 2 En este mismo congreso se presenta una comunicación que investiga la práctica de la ciudadanía activa en relación a este marco teórico (Sánchez-Melero, 2013) Dentro del marco de la ciudadanía liberal surge el feminismo, en consonancia con su marco ideológico general —la igualdad— pero en tensión con su concreción real al ser ésta de carácter patriarcal, lo que excluye a las mujeres. Por eso la reacción feminista inicial fue la vindicación de los derechos ciudadanos para la mujer, basicamente, el reconocimiento de los derechos civiles y políticos, es decir, la presencia efectiva y la participación plena en el espacio público —el derecho al voto—. Para lo cual se apelaba a un universalismo ético que proclamaba la universalidad de los atributos morales (Sánchez Muñoz, 2001), deslegimitando con ello las argumentacionas esencialistas que naturalizaban las diferencias. La célebre frase “no se nace mujer: se llega a serlo” (Beauvoir, [1949] 2005:371) resume la argumentación básica del feminismo que persigue la igualdad civil y política de los géneros. Sin embargo, la teoría feminista de la segunda mitad del s.XX puso de manifiesto que la consecución de la igualdad jurídica no solo no reducía la desigualdad social, sino que más bien parecía aumentarla, por que los intentos feministas de formular una concepción adecuada de dicha igualdad tropezaban con el hecho de que el patrón medio sobre el que discutían era un patrón masculino (Jaggar, 1996), aparecen así los feminismos del punto de vista de las mujeres (Benhabib, 1996) y surge el dilema entre enfatizar las diferencias con el riesgo de perpetuarlas o enfatizar la igualdad con el riesgo de homogenización en el marco masculino (Suárez Navaz, 1998), dilema que supuso la división del feminismo. En cualquier caso lo que el feminismo ha puesto en cuestión es que la ciudanía no es un marco neutral, y por tanto debe ser revisado (Sánchez Muñoz, 2004), de forma que se aclaren los mecanismos por los que dicho patrón masculino está impidiendo la igualdad, así como el encontrar estrategias que generen un tipo de ciudadanía no androcéntrica. BUSCANDO OTRAS FORMAS DE CIUDADANÍA El mecanismo fundamental para mantener la sujeción de las mujeres no es otro que la división genérica de atributos, la asignación de marcadores culturales diferenciados a uno y otro sexo, teniendo en cuenta, además, que las características asociadas al estereotipo masculino son valoradas como superiores (Martín Casares, 2008). En lo que se refiere a la ciudadanía esto se realiza mediante la división de esferas, —pública y privada— y su asignación genérica, lo que permite la incorporación femenina al contrato social pero en un lugar diferente (Beltrán, 1994), o en palabras de Carol Pateman (1996:33) “la dicotomía entre lo público y lo privado oculta la sujeción de las mujeres a los hombres dentro de un orden aparentemente universal, igualitario e individualista” Este orden universal imponía una homogeneidad ciudadana que excluía a los individuos o grupos que no encajaran con ese modelo ciudadano racional y autónomo (Sánchez Muñoz, 2003) así se generan dos espacios con características polarizadas. La esfera pública correspondería a la esfera de la justicia, universal e imparcial, mientras que la esfera privada es la esfera del cuidado, particular y parcial. Los hombres transforman mediante el trabajo y a través de la historia el espacio público, mientras que las mujeres reproducen y perpetuán el espacio privado (Benhabib, 2006a) es por esto por lo que Iris Marion Young (1996:103) dirá: “La oposición entre la universalidad del ámbito público de la ciudadanía y la particularidad del interés privado se relacionan con oposiciones entre razón y pasión, masculino y femenino” Y es está concepción lo que la llevo a su vez a plantea una estrategia fundamental para evitar o superar este mecanismo patriarcal. Así, frente a la ciudadanía universal, que ella crítica como homogenizante y falsa pues parte del mito de la imparcialidad, se defiende la necesidad de una ciudadanía diferenciada, con derechos particulares para los grupos oprimidos —los privilegiados, obviamente, ya estarían representados— que proporcionen “mecanismos para la representación y reconocimiento efectivos de las distintas voces y perspectivas de aquellos […] grupos constituyentes que se encuentren en situación de desventaja y opresión” (Young, 1996:111). Este modelo de ciudadanía diferenciada ha originado las llamadas políticas de la identidad, y puesto que “de ningún modo constituyen las mujeres el único grupo que ha sido excluido de la premisa del liberalismo y el republicanismo modernos” (Young, 1990:91) estas políticas han sido reivindicadas por minorías de diverso tipo. Entre las que hay que destacar, por su importancia para el feminismo, las reivindicaciones identitarias y multiculturalistas de minorías étnicas y grupos culturales que exigen el respeto al pluralismo y los valores de cada cultura, acusando al universalismo moderno de colonizador e imperialistas. Estas reivindicaciones, dado que muchas de las tradiciones culturales reivindicadas han tenido históricamente el propósito de ejercer el control de las mujeres por los hombres (Okin, 2006), suponen pasar, en una vuelta de tuerca, del determinismo biológico al cultural (Amoros, 2008). La crítica más evidente ante esta postura se fundamenta en que las reivindicaciones del respeto de las identidades cultuales se basan en identificarlas como totalidades unificadas, holísticas y autocoherentes olvidando su dinamismo, las hibridaciones, resignificaciones y reinterpretaciones que producen sus propios grupos oprimidos, como son las mujeres (Nussbaum, 2002; Benhabib, 2006b; Amorós, 2008). Es decir, la defensa de una ahistórica e inamovible identidad cultural parece, en muchos casos, perseguir objetivos distintos a la defensa de dicha identidad cultural. En palabras de Seyla Benhabib: “Sugiero que es el interés epistémico en el poder lo que lleva al silenciamiento de opiniones disidentes y perspectivas contradictorias, y resulta en metarrelatos hegemónicos de lo que la tradición cultural es, de quién está dentro y quién está afuera” (Benhabib, 2006b:176) Es este rechazo a la visión estática y la defensa de la visión dinámica de las culturas la que posibilita estrategias que nos hagan “capaces de hacer justicia a ambas demandas: las aspiraciones de libertad e igualdad de las mujeres y la legítima pluralidad de las culturas humanas” (Campillo, 2008:156). Llegamos de esta forma a la necesidad de reivindicar el respeto a la diferencia para evitar homogenizaciones exclusoras mientras que simultáneamente debemos reivindicar el respeto a los derechos universales para evitar los abusos producidos por el relativismo moral. DESARROLLO MORAL Y CIUDADANÍA Dentro de este debate político se introdujo otro que se produjo en el ámbito de la psicología en referencia a como las personas desarrollaban su pensamiento moral. Está claro que el desarrollo de los principios morales está íntimamente ligado a los principios políticos, y al igual que el modelo de ciudadanía, el modelo de desarrollo moral estaba formulándose desde un modelo masculino, excluyendo a las mujeres que al no encajar en el patrón volvían a ser consideradas como personas inmaduras, incapaces de un juicio completamente desarrollado. Kohlberg, siguiendo el modelo piagetiano, definió un proceso de desarrollo moral en estadios, desde un punto de partida, el estadio preconvencional, en que la moral se basa en las necesidades del yo, siendo claramente egoísta. Pasando a un estadio convencional en él que el juicio moral se fundamenta en las expectativas de los demás y los valores de la cultura en la que se estaba inserto. Hasta llegar a un estadio posconvencional en el que, a través de la razón, se es capaz de discernir los valores universales con los que guiar la conducta incluso por encima de la norma social. En relación con los apartados anteriores, este modelo es claramente racional y universalista. El desarrollo viene marcado por estos ideales y por la individuación, la capacidad de valorar autónomamente lo que está bien y lo que está mal independientemente de las situaciones concretas, es decir, desde el punto de vista del otro generalizado. Sin embargo Carol Gilligan criticó no solo que Kohlberg realizará los estudios longitudinales que sirvieron a la formulación de su teoría “solo con varones” (Gilligan, [1977]2006:18), también el hecho de que los dilemas morales que usara para evaluar la respuesta moral parten de una visión de la moralidad masculina en la que la resolución de los mismos se basa en una jerarquización de derechos individuales y universales para los que las relaciones y lo contextos particulares son completamente irrelevantes. Gilligan ([1977]2006;1985) realizó estudios con mujeres en la que el dilema al que se enfrentaban era un dilema real, contextualizado, no abstracto. De esta forma conceptualizó un modelo en tres estadios en los que se pasaba igualmente de un punto de vista egoísta, preconvencional, de preocupación por la supervivencia. A otro convencional, la voz tradicional femenina, de preocupación por los demás, es decir, de la conexión con mis semejantes surge el principio de responsabilidad hacia ellos. Y por último, otro en el que a través de la verdad se incluye el propio yo en el principio anterior extendiéndolo hacia el principio de no violencia, es decir, evitar daño a los demás y a una misma. Vemos, por tanto, que el juicio moral de las mujeres no abandona las relaciones sociales, la implicación y los juicios concretos, como sucede en el caso del desarrollo moral masculino, centrado en la autonomía y la imparcialidad. Pero ello no deja de suponer un desarrollo postconvencional de corte universalista, al aplicar el principio moral de la no violencia como finalidad última de todas las relaciones humanas. Por tanto, la ética de la justicia de Kohlberg estaría en sintonía con el modelo de ciudadanía universal, mientras que la ética del cuidado de Gilligan sintonizaría con parte de la crítica política feminista y con la ciudadanía diferenciada que defendía Iris Marion Young, que vimos anteriormente. EL MITO ESENCIALISTA El desarrollo moral planteado por Gilligan recupera el juicio femenino de la categorización de deficiente de la que había sido objeto. Pero a la vez que se reivindicaba esta voz diferente aparecía la preocupación de caer de nuevo, de mano del esencialismo, en unos valores que, en el sistema patriarcal, habían servido a la sujeción femenina, reforzando instituciones que han sido y son opresivas para las mujeres (López de la Vieja, 2008). Por ello lo que se defiende no es una predisposición natural, sino que la posición sociocultural de las mujeres, habría desarrollado un aprendizaje moral relacionado con tal posición y sus formas de relación (Álvarez, 2001). En palabras de Gilligan (1985:14). “Es claro que estas diferencias surgen en un marco social donde ciertos factores de posición social y de poder se combinan con la biología reproductiva para moldear la experiencia de varones y de mujeres y las relaciones entre los sexos” Revalorizar esta experiencia debe permitir enfrentarnos críticamente al ideal androcéntrico de desarrollo moral y los problemas y carencias que genera, pero sin olvidarnos a su vez de que los valores de la ética del cuidado surgen de la posición subordinada de la experiencia femenina, es decir, hay que resignificar, no revalorizar acríticamente, unos valores que han sido usado para la dominación femenina por el sistema patriarcal. En cualquier caso, lo que implicaría el desarrollo moral generizado es que “nos encontraríamos frente a dos vías diferentes de construcción de valores: una para los hombres, centrada en la autonomía/justicia: otra para las mujeres, centrada en la solidaridad/cuidado. El desarrollo anómalo de la primera podría desembocar en la soledad y el narcisismo, y el de la segunda en la pérdida del control de la propia existencia” (Sastre, Arantes, & González, 2007:198), como expresó Gilligan (1985:255): Estas versiones divergentes de la identidad, en la autoexpresión o el autosacrificio, crean diferentes problemas en ulteriores desarrollos: el primero es un problema de conexión humana; el segundo es un problema de verdad. Parece, por tanto, que una ética del cuidado necesitaría una ética de la justicia, tanto como la ética de la justicia necesitaría la ética del cuidado, y puede que en el estadio final y más maduro del desarrollo moral ambas perspectivas pueden unirse para formar un único principio moral (Benhabib, 1992), base del ejercicio de una ciudadanía plena. OTRO GENERALIZADO O CONCRETO Esto nos lleva a la gran controversia originada por el trabajo de Carol Gilligan en torno a la ética del cuidado frente a la ética de la justicia, que como hemos dicho antes guardaría relación con la controversia entre la ciudadanía universal y diferenciada. La cuestión estaría en si la justicia debería fijarse en un punto de vista universalista que iguala y homogeniza a las personas para aplicarles el mismo trato y los mismos derechos, es decir, fijar su foco en el «otro generalizado», o si por el contrario, la justicia debe ocuparse de las distintas realidades personales y grupales para atender dichas demandas y necesidades, fijar su foco en el «otro concreto». Como hemos visto la ciudadanía universal, basada en la ética de la justicia y en los derechos universales, coloca a las personas en un modelo de ciudadanía que debe ejercerse desde la imparcialidad lo que impide que la teoría política conecte con los agentes concretos y crea situaciones que carecen de solidaridad y no atienden a la diversidad, invisibilizandola y homogeneizándola. Por otro lado, la ciudadanía diferenciada que centra la justicia en los contextos concretos encierra el peligro de la desigualdad y la discriminación, por lo que parece que sin el punto de vista del «otro generalizado», no se puede pensar una teoría política de la justicia adecuada a la complejidad actual, sin embargo siendo el reconocimiento del «otro generalizado» una condición necesaria no es suficiente y el «otro concreto» es un concepto crítico que designa los límites ideológicos del discurso universalista (Beltrán, 1994). Ambas perspectivas Justicia y Cuidado serían complementarias en vez de antagónicas, siendo su asignación genérica su único aspecto conflictivo. CONCLUSIÓN La realidad social actual está cambiando el modelo democrático y la práctica ciudadana. Se hace imprescindible el reivindicar valores que permitan que la violencia, el hambre y la pobreza sean erradicadas del mapa social y político. Para ello es fundamental, sin eliminar el marco ético del otro generalizado, es decir, de los derechos humanos universales, potenciar el marco ético del otro concreto. La ética del cuidado nos permite un marco moral tendente a eliminar toda clase de violencia que respete, permita y persiga el desarrollo de todas las capacidades que cada persona quiera desarrollar. Así a la máxima que resume el principio de la ética de la justicia «mi libertad acaba donde empieza la del otro» que nos habla de barreras y separación, la incorporación de la ética del cuidado la transforma en una nueva máxima cuya formulación podía ser: «la libertad de los demás extiende la mía hasta el infinito», que, sin dejar de hablarnos de autonomía e igualdad, incluye la relación y conexión, nos habla de la solidaridad y del cuidado, de “la dignidad del otro generalizado a través del reconocimiento de la identidad moral del otro concreto” (Benhabib, 2006a:189). BIBLIOGRAFÍA Álvarez, Silvina. (2001). Diferencia y teoría feminista. En Elena Beltrán, Virginia Maquieira, Silvina. Álvarez y Cristina. Sánchez (Eds) Feminismos. Debates teóricos contemporáneos (págs. 243-286). Madrid: Alianza Editorial. Amorós, Celia. (2008). El legado de la Ilustración: de las iguales a las idénticas. En Alicia. H. Puleo (Ed.) El reto de la igualdad de género. 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