Repensando la ciudad desde los hogares.

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Repensando la ciudad desde los
hogares.
La perspectiva feminista en la des-rearticulación de los discursos
en torno al modelo de ciudad. Estudio de caso el gobierno de
Madrid.
Espacio público; Ciudad; Hogar; Feminismo; Economía; Espacio social; Sociología
urbana; Espacio de la vida; Conflicto Capital/Vida
Introducción
Este artículo pretende aproximarse al estudio de las dinámicas que tienen lugar
entre el hogar y la ciudad. Se trata de interrogarnos acerca de la división entre lo que
consideramos público y privado y las consecuencias que se derivan de esta distinción.
Es por tanto una reflexión teórica que, no obstante parte de una experiencia
tremendamente cotidiana, de aquello que sucede en nuestros hogares y con cómo esto se
conecta de manera determinante con dinámicas que trascienden lo privado. Porque si
bien las casas están delimitadas por muros que determinan la forma y el espacio de ésta,
cuando nos referimos al hogar, delimitar las fronteras resulta mucho más complicado.
Por un lado la vida de las personas se desarrolla en un juego constante de
distintas escalas (trabajamos en una empresa multinacional, vamos a una sala de teatro
local, hacemos trámites en administraciones estatales, compramos alimentos en el
mercado municipal o vestimos ropa fabricada a miles de kilómetros con sede social en
algún país lejano) en las que definir exactamente cuál o cuáles operan en un momento
concreto y de qué manera es una tarea que, aparte de imposible, sólo nos llevaría a
constatar que vivimos en un mundo complejo atravesado por “complejas
rearticulaciones espaciotemporales actuales, entendidas como dimensiones
constituyentes del proceso de globalización. (…) desde una óptica que aspira a
trascender su concepción dualista y que la entiende en términos de inclusión e
interpenetración, más que de contraposición dicotómica entre sus elementos
componentes. Este entrecruzamiento, por otra parte, no sólo se postula de las escalas
citadas, sino también de otras muchas, como la nacional, regional o subestatal, o
transnacional, las cuales intervienen también en las rearticulaciones espaciotemporales de hoy, aunque sea de modo variable según cada caso concreto y conforme
a modalidades específicas, no sabidas de antemano. (Barañano Cid, 2005)” como nos
recuerda la profesora Barañano.
No se trata por lo tanto de identificar y clasificar las distintas escalas como si se
fuera un inventario, sino de entender que en un mismo espacio cristalizan y se
despliegan articulaciones y estrategias que responden a dinámicas espacio/temporales
diversas pero que todas ellas influyen, trascienden y atraviesan la vida de las personas.
Esta operación, de por sí compleja, parece complicarse cuando de lo que se trata
es de poner en cuestión la misma idea de espacio público – y por ende cuestionar
también la idea de espacio privado- . No obstante la argumentación que desarrollaremos
en las líneas que sigue se articula desde este punto de partida: la necesidad de ir
desvelando las consecuencias que se derivan de esta división en dos del mundo, o más
bien, de la percepción que tenemos del mundo.
La asignación del hombre blanco burgués al espacio público determinó que la
arquitectura económica, política y cultural que se diseña a partir de ahí tiene como
centro, como medida de todas las cosas- como norma- al varón blanco, sano y
occidental. Relegando a los márgenes todo aquello que pusiera en cuestión su
existencia. Esto es tanto como decir que todas las personas acabamos por estar en riesgo
dado que se hizo norma de un sujeto que nunca existió.
Si bien es un hecho que nadie es autosuficiente, si no que la vida es frágil y se
desarrolla sobre una constante de interdependencia, el relato de la modernidad encuentra
en lo que desde el feminismo socialista se acuñó como División Sexual del Trabajo 1 la
columna vertebral sobre la que asentar los cimientos de su nuevo horizonte de época.
Federici nos recuerda a este respecto que “en la sociedad capitalista la identidad sexual
se convirtió en el soporte específico de las funciones del trabajo, el género no debería
ser considerado una realidad puramente cultural sino que debería ser tratado como
una especificación de las relaciones de clase. (…) La <<feminidad>>se ha constituido
como una función- trabajo que oculta la producción de la fuerza de trabajo bajo la
cobertura de un destino biológico.” (Federici, 2010)
Desde este punto de vista, se abre un campo de posibilidades en la sociología
urbana cuando repensamos la ciudad desde el hogar. Para ello es necesario trascender la
dicotomía entre espacio público/ espacio privado. Como defenderemos es una división
que oculta más que alumbra, cuyo sostenimiento responde a la necesidad de mantener
un sistema económico que se articula sobre la DST.
Asimismo pretendo continuar el debate iniciado en la economía feminista acerca
del conflicto capital/ vida (Orozco, 2014) en el sentido de analizar las posibilidades que
se despliegan en lo urbano mediante la operación de descentramiento del mercado en
favor de la idea de sostenimiento de la vida. Para ello la ciudad se convierte en un
escenario privilegiado, pues las vidas se sostienen en un espacio-tiempo concreto que,
fundamentalmente es, local. En sintonía con el planteamiento de David Harvey,
aproximarnos a la idea del derecho de la ciudad permite ampliar el sujeto de derechos
sobre el que construir una política de oposición al orden patriarcal- capitalista. “… La
composición de género (…) parece muy diferente cuando se hacen entrar en el cuadro
las relaciones fuera de la fábrica convencional, tanto en el lugar de trabajo como en el
hábitat. La dinámica social no es la misma en esos dos espacios; en el segundo, las
distinciones basadas en el género, la raza, la etnia, la religión y la cultura suelen estar
más arraigadas en el tejido social, y las cuestiones de la reproducción social
desempeñan un papel más destacado, incluso dominante, en la configuración de la
subjetividad y la conciencia política.” (Harvey, 2012)
1
Para profundizar en el concepto y los debates en torno a la División Sexual del Trabajo- en adelante
DST- (Benería, 1984); Para analizar el papel del Estado de Bienestar en relación a la DST Jane Lewis
trabaja sobre el tema en el marco europeo (Lewis, Gender and the development of welfare regimes,
1992). Son interesantes los debates entre Nancy Fraser (Fraser, 1997) e Iris Marion Young (Young, 1997)
Para concluir el artículo sitúo la reflexión teórica en el contexto de la ciudad de Madrid.
Los cambios que se están experimentando en el gobierno local, así como en los distintos
actores políticos y sociales vinculados al mismo, han abierto un espacio político
discursivo que bajo la demanda del derecho de la ciudad van articulando nuevas
subjetividades y posiciones que tienen como hilo conductor el espacio urbano.
Interrogarnos acerca de las posibilidades que los discursos feministas adquieren en este
contexto es otro de los objetivos.
El dentro y el afuera.
El dentro
Para abordar esta reflexión conviene comenzar aclarando los distintos planos analíticos
que confluyen en ella. Cuando nos referimos a conceptos tan connotados en las ciencias
sociales como el de espacio público es necesario aclarar primero a qué nos estamos
refiriendo. En este caso, además, ocurre que al ser un elemento que está presente de
manera cotidiana en nuestras vidas, la confusión al abordar su interpretación se
multiplica.
La retórica política y administrativa en torno a la idea de espacio público ha ido
aumentando paulatinamente hasta convertirse en un elemento fundamental de la misma.
Dicha evocación al concepto se sostiene sobre dos ideas fundamentales: el espacio
público como núcleo de los derechos de ciudadanía. Es decir, como escenario – en el
sentido material, pero también en el figurado- de la materialización de los derechos
democráticos de igualdad y ciudadanía. Y la segunda idea, el espacio público como el
espacio administrativo común, como práctica urbanística. Esas dos evocaciones están,
como no podría ser de otra manera, profundamente conectadas.
Sin embargo, aunque en la actualidad este término parezca ser indisputable, lo cierto es
que esta noción de espacio público, como nos recuerda Manuel Delgado, (Delgado,
2011) es un fenómeno relativamente reciente que, como sostendremos, tiene más que
ver con una propuesta ideológica que pretende presentarlo como concepto “neutro”,
ausente de conflictos.
Así nos encontramos con que las primeras reflexiones en los estudios urbanos que
comienzan a emplear la noción de espacio público, tienen más que ver con una forma
anodina – en el sentido de descriptiva- de nombrar cualquier espacio abierto y accesible
de la ciudad. La idea de espacio público podía ser reemplazada, en este sentido, por el
término acera (Jacobs, 2011), calle o plaza (Whyte, 1980). Acompañando esta idea
podríamos hablar del espacio público como el espacio de las relaciones en público
aquellas que se producen entre individuos que coinciden en un lugar determinado y que
llevan a cabo una serie de prácticas adecuadas para esa relación efímera. Como apunta
el profesor Delgado, para Lyn H. y John Lofland la definición de espacio público es “…
aquellas áreas de una ciudad a las que, en general, todas las personas tienen acceso
legal. Me refiero a las calles de la ciudad, sus parques, sus lugares de acomodo
públicos. Me refiero también a los edificios públicos o a las “zonas públicas” de
edificios privados. El espacio público debe ser distinguido del espacio privado, en el
que este acceso puede ser objeto de restricción legal.” (Lofland, 1985)
Frente a esto, los planteamientos inscritos en el área de la filosofía política entienden la
idea de espacio público como el espacio de la deliberación política. El espacio público
sería la culminación de las propuestas contractuales del proyecto de la modernidad. El
contrato social, mito fundante de la democracia liberal, se construye sobre esta idea de
espacio público como el escenario del acuerdo político y la deliberación. Un espacio en
el que es posible la construcción de grandes consensos cuyo horizonte sería el bien
común y un espacio desde el que los ciudadanos – en tanto que tales- pueden ejercer la
tarea de controlar al poder.
Este discurso sobre el espacio público, como un espacio mitificado en el que es posible
que, mediante el despliegue de La Razón, los ciudadanos de manera libre e igualitaria
tomen decisiones en torno a la gestión de la cosa pública, parte del presupuesto de un
sujeto universal con una razón universal. La noción misma de espacio público se
construye, paradójicamente, desde un planteamiento profundamente excluyente, en el
momento en el que se introduce el conflicto en esa idea de espacio público, la
deliberación y los consensos parecen inalcanzables. El contrato social es, efectivamente,
un contrato entre iguales: igualmente varones, igualmente blancos e igualmente
burgueses.2
Esta idea de espacio público desarrollada a partir de las teorías contractuales es la que
persiste en la actualidad, sólo que evocada ahora desde diferentes ciencias que, de
alguna manera tratan de des-ideologizar la noción invistiéndola de neutralidad técnica
cuando lo que oculta es que la concepción que manejamos bajo esta idea de espacio
público, pretende normativizar – en el sentido de convertir en norma- este sujeto
universal. “El orden de un espacio se advierte en el espacio del orden” (Lefebvre,
2013) Sería esta idea de predominio de lo que Lefebvre caracterizó como espacio
concebido que exige la adaptación de los usos a la forma y a la norma impuesta.
Es un espacio que ya existe antes de que los distintos sujetos lo ocupemos, que trae
incorporado aquello que podemos y que no podemos hacer, un espacio que elimina
nuestra agencia pues todo ya está dispuesto de antemano. Es aquí donde se funden
filosofía política y urbanismo. El espacio público parece perder su carácter político para
convertirse apenas en “suelo definido administrativamente”. Pero esa “pérdida” es la
operación política que convierte el espacio en un elemento fundamental de reafirmación
y transmisión ideológica, pues hemos naturalizado de tal manera estos conceptos que
salirse de ellos para repensarlos es complicado. En palabras de Bourdieu “Los
condicionamientos asociados a una clase particular de condiciones de existencia
producen habitus', sistemas de disposiciones duraderas y transferibles, estructuras
estructuradas predispuestas para funcionar como estructuras estructurantes, es decir,
como principios generadores y organizadores de prácticas y representaciones que
pueden estar objetivamente adaptadas a su fin, sin suponer la búsqueda consciente de
fines y el dominio expreso de las operaciones necesarias para alcanzarlos,
objetivamente “reguladas” y “regulares” sin ser el producto de la obediencia a reglas,
y, a la vez que todo esto, colectivamente orquestadas sin ser producto de la acción
organizadora de un director de orquesta.” (Bourdieu, 1997)
Esta idea de espacio público ha de materializarse físicamente, debe convertirse en las
plazas, las calles y las aceras que transitamos. Este espacio concebido, por lo tanto ha de
2
Para un análisis en profundidad del asunto se puede acudir a la obra de Rosa Cobo, Fundamentos del
patriarcado moderno (Bedía, 1995). Es interesante también la obra de Alicia Puleo que recoge los
debates feministas de la ilustración. (Alicia H. Puleo, 1993)
tomar cuerpo y convertirse en el escenario de esos anhelos democráticos que posibiliten
el encuentro entre iguales. Y es aquí donde se rompe esa proyección ideal como espacio
libre de conflictos compuesto por individuos libres e iguales o, para seguir con lo
planteado en líneas anteriores, es aquí donde se experimenta corporalmente la falacia
ciudadanista, dado que lo público se transforma en el espacio privilegiado para los
privilegiados. Para aquellos a partir de los cuales se hizo norma. Los lugares explicitan
frente al otro las desigualdades que atraviesan nuestras vida: el sexo, la clase, la etnia...
A determinadas subjetividades – aquellas que se salen de la norma impuesta- se les
despoja en público de la igualdad debido a distintas connotaciones y estigmas sociales.
“Lo que se tenía por un orden social público basado en la adecuación entre
comportamientos operativos pertinentes, un orden transaccional e interaccional basado
en la comunicación generalizada, se ve una y otra vez desenmascarado como una arena
de y para el marcaje de ciertos individuos o colectivos, cuya identidad real o atribuida
los coloca en un estado de excepción del que el espacio público no le libera en
absoluto. Antes al contrario, agudiza en no pocos casos su vulnerabilidad.” (Delgado,
2011)
El fuera
“Cuando las relaciones sociales se enfocan desde dentro del espacio doméstico se
pueden superar los límites entre lo público y lo privado, entre lo particular y lo
general.” (McDowell, 1999)
Hanna Arendt nos hablaría del reino de las sombras (Arendt, 1997) para hacer
referencia a ese lugar oscuro que trajeron las luces de la razón moderna. Si lo público es
el escenario de lo trascendente, lo privado emergía como antítesis siendo el refugio de
lo intrascendente, de lo natural. Aquello que había que dejar oculto y al libre discurrir
de los asuntos privados. Carole Pateman hace una lectura del mito del contrato social
poniendo el foco justamente sobre aquello que queda entre las sombras de tal manera
que desvela la existencia de un mito previo sobre el cual se construye el relato de la
modernidad: el contrato sexual. “Las mujeres no son parte del contrato originario a
través del cual los hombres transforman su libertad natural en la seguridad de la
libertad civil. Las mujeres son el objeto del contrato. El contrato (sexual) es el vehículo
mediante el cual los hombres transforman su derecho natural sobre la mujer en la
seguridad del derecho civil patriarcal”. (Pateman, 1995)
Desde este punto de vista la visión dicotómica entre el dentro y el afuera de aquello que
es susceptible de ser legislado y normativizado, aquello que debe regirse por valores
democráticos e igualitarios, lo transcendente para el desarrollo social quedaría
constituido como un universo exclusivamente masculino.
Y si lo trascendente, se encarna en nuestras calles, aceras o plazas, es decir, en los
“exteriores de nuestra vida en común”, lo privado será encarnado por el hogar. Como
apuntaba en líneas previas y, al igual que sucede con el concepto de espacio público, la
idea de hogar es también un término muy connotado en el que se entremezclan lo
material y lo simbólico para configurar diferentes modelos de hogares en relación con el
contexto social y geográfico en un momento histórico concreto.
Uno de los discursos más comunes en la literatura sociológica sobre la idea de hogar
tiende a presentarlo como un espacio idílico fuera de toda temporalidad o contexto
político. El hogar tiene a menudo connotaciones relacionadas con la idea de refugio y
seguridad. Un espacio, como decimos mitificado, donde las personas se resguardan de
un mundo cada vez más en riesgo. Se elimina – también aquí- por lo tanto, la
posibilidad del conflicto dentro de este espacio, de la existencia de dinámicas de poder y
dominación. El hogar es la guarida regida por el amor y la bondad. Es ahistórico,
inmutable y no tiene ninguna conexión con el mundo social donde se inserta. Este
planteamiento - profundamente moderno- que pretende ser universal sólo refleja la
proyección masculina del deber ser del mismo, en palabras de Spring Rice “Para la
inmensa mayoría de los hombres, que trabajan fuera de casa, el hogar supone descanso
y recreo. En casi todas las familias, los miembros más jóvenes, salvo los muy pequeños,
pasan mucho tiempo fuera de casa, en el colegio o, cuando han acabado los estudios,
en sus primeros trabajos remunerados, de modo que, también para ellos, el hogar es el
espacio del descanso o del juego.” (Spring Rice, 1981)
Este tipo de discursos en torno al hogar tiene como consecuencia principal – no fuera
sino su interés- la invisibilización de la cantidad de trabajo necesario para construir ese
hogar ideal. Las trabajadoras de lo privado se convierten en ángeles del hogar que
desarrollan esas funciones y tareas de manera natural y por un profundo sentimiento de
amor.
Invisibilización que es doble porque por un lado oculta la cantidad de trabajo necesario
y por otro oculta la relación que existe entre esos trabajos y los trabajos de la esfera
pública, que en el capitalismo se asocia con la esfera productiva. El hogar es una
entelequia que parece flotar en el aire, es la unidad espiritual de los seres humanos con
las cosas en palabras de Heideger (citado por Harvey 1996).
Pero desde el feminismo estamos acostumbradas a poner las cosas del revés y a realizar
preguntas sobre aquello que parece que cuesta ser nombrado. Y así mucho se ha
avanzado en la comprensión del rol de la casa dentro del sistema patriarcal capitalista.
El hogar adquiere una función fundamental en la creación social del sentido y la
subjetividad que son las bases de la construcción de la identidad. El espacio doméstico
es la representación material del orden social existente en un momento histórico
concreto, reproduce y por lo tanto perpetúa simbólica y económicamente la
reproducción social – en su sentido más holístico dado que reproduce la condiciones de
posibilidad de existencia de la vida, además de reproducir el sentido común dominante
en una época concreta- .
La división del espacio urbano en dos mundos y la reclusión de la mujer al ámbito
privado convirtió la casa en el espacio de la imposibilidad de emancipación (Mertes,
1999) del abuso y de la satisfacción alternativamente.3
Desde el feminismo marxista y la crítica feminista de la economía se ha demostrado
fehacientemente que la vinculación entre el trabajo no remunerado que se realiza en los
hogares y el trabajo remunerado existe una relación directa consistente en la extracción
ad infinitum de la plusvalía derivada de la creación y sostenimiento de las condiciones
necesarias para la reproducción de la vida.
La división sexual del trabajo se constituye como la columna vertebral que sostiene el
sistema capitalista que, gracias a los discursos que hemos venido analizando, permanece
oculta e inmutable, garantizando así la reproducción del sistema de explotación.
3
Para profundizar en el concepto de hogar y sus relaciones de poder y dominación son también
interesantes las reflexiones del feminismo postcolonial al respecto del mismo. En este caso tanto Bell
Hooks (Hooks, 1990) como Angela Davis (Davis, 2004) plantean que el hogar negro occidental,
desarrollado en el contexto de la esclavitud, desplegaba unas relaciones mucho más horizontales entre
el hombre y la mujer dado que el hogar era el espacio de resistencia frente al sistema de dominación.
El conflicto capital vida y su despliegue en la ciudad.
Los riesgos de las decisiones que se toman en la sala de juntas, se absorben en la
cocina. (Elson, 2002)
Como planteamos en el epígrafe anterior acerca de la política, los discursos económicos
hegemónicos entienden la economía únicamente como aquello que ocurre en el espacio
público – al igual que ocurre con todas las ciencias que adolecen de la misma miopía
moderna: no analizar el papel de los hogares en la creación y producción científica-.4 Su
papel, desde esta perspectiva, acaba limitándose al de consumidor de los bienes y
servicios producidos en el mercado.
Desde este punto de vista toda la responsabilidad en el funcionamiento del sistema
empieza y acaba en las empresas: son ellas las que producen bienes y servicios y son
ellas las que crean empleo. Esto hace que en la identificación de los agentes que
importan, aquellos que forman parte de la dinámica económica, sean los dueños de las
empresas y los trabajadores que están produciendo en el mercado. El hogar es
nuevamente el refugio de esos trabajadores exhaustos de la jornada laboral. Se concibe
a las personas, recuerda Amaia Orozco, como trabajadores champiñones (Orozco,
2014). No importan de dónde han venido ni cómo han llegado aquí, lo único que
importa es su capacidad para producir. No nos cuestionamos quién les atendió cuándo
era niño y se encargó de que recibieran una educación. Como tampoco nos preguntamos
a quien o a quienes cuida o deja de cuidar. Las personas sólo contamos en tanto en
cuanto somos capaces de poner en venta nuestra fuerza de trabajo.
Una visión ampliada del funcionamiento del sistema en la que nos preguntamos sobre
qué es lo que ocurre realmente en los hogares y dónde se cuidan, se educan, se
alimentan y se visten toda esa cantidad de trabajadores champiñones dispuestos a
producir en el mercado de trabajo, pone de manifiesto la multiplicidad de funciones,
indispensables para el mantenimiento del sistema capitalista que tienen lugar en ese
espacio.
La siguiente figura, extraída del libro Subversión feminista de la economía (Orozco,
2014), que se basa en el esquema de Antonella Picchio del flujo circular de la renta
ampliada es una imagen que aclara la idea que pretendo exponer.
4
Aquí resulta interesante el estudio de Catherine Hall, White , Male and Middle Class donde hace
referencia a como las amas de casa no creen tener historia, dado que el hogar es entendido, como
decíamos antes como un espacio anacrónico e independiente de las épocas o las condiciones
económicas donde se inserta. (Hall, 1992)
En la parte superior del esquema se encuentra aquella parte de la economía que tiene
lugar en el espacio público y que por lo tanto goza de determinados elementos como
consideración social, valorización monetaria, existencia de un conjunto de normas que
regulan su funcionamiento … mientras que en la parte inferior del esquema se encuentra
todo aquello que sucede más allá de lo público, en el espacio de sostenibilidad de la
vida, y que se caracteriza por no estar regulado, no tener consideración social y tampoco
valoración económica dado que es un trabajo hecho por amor.
En primer lugar cabria una interpretación cualitativa referida a las funciones o
estrategias que se desarrollan en el hogar que, como apunta Amaia Orozco pueden darse
de manera simultánea. En este sentido veríamos que el trabajo que se desarrolla en el
espacio privado contribuye de manera sustancial en la creación de bien- estar. Pero la
importancia del trabajo que se realiza en el espacio privado no consiste únicamente en la
ampliación de los estándares de vida, la expansión de los bienes y servicios o la
selección de la mano de obra disponible para incorporarse al mercado. Siendo
fundamentales todas estas funciones, insisto en esta idea.
El trabajo que se realiza en el espacio de lo privado puede ser sujeto de una
aproximación cuantitativa en la que, de manera tentativa nos hagamos una idea de la
cantidad de trabajo socialmente necesario que está siendo asumido de manera gratuita
en nuestro país. Para ilustrar la magnitud de lo que estamos hablando tomo de referencia
los datos alumbrados por la profesora María Ángeles Durán es su estudio La
contabilidad del tiempo (Durán Heras, 2001 ) al respecto de contabilizar el tiempo
invertido por mujeres y hombres de manera gratuita en tres tipos de tareas: cuidado a
niñas y niños, cuidado a personas mayores o dependientes y limpieza y mantenimiento
de los hogares.
“En el primer caso, según las estimaciones del estudio5 en nuestro país harían falta
8.769.671 personas a tiempo completo para hacerse cargo de ello; para sustituir la
aportación de los varones 1.534.611 empleos y para sustituir a las mujeres 7.141.791
empleo”. En el cuidado a personas mayores “… harían falta dos millones y medio de
empleados a tiempo completo; 523.163 para sustituir la aportación de los varones y
2.072.282 para sustituir la aportación de las mujeres.” Y en el caso de limpieza y
mantenimiento de la casa “harían falta 9.943.753, de los cuales 1.336.972
corresponderían a hombres mientras que los 8.634.507 son cubiertos por mujeres.”
(Durán Heras, 2001 )6
No es el objeto de este estudio analizar en profundidad el trabajo que tiene lugar en los
hogares como llamar la atención sobre la magnitud del fenómeno del que estamos
hablando. Obviamente se quedan fuera de esta imagen un sinfín de trabajos y estrategias
que se producen y reproducen diariamente en los hogares y que son igualmente
indispensables para el sostenimiento de la vida que no podrían ser equiparadas en
términos de trabajo. Coincido con Orozco en que uno de los grandes problemas de los
planteamientos que pretenden ser emancipadores pasa por replantearse el concepto de
trabajo y la centralidad que ocupa en nuestro pensamiento económico.
Lo que se pone de manifiesto es que el sostenimiento y la creación de las condiciones
necesarias para que la vida tenga lugar se encuentran totalmente privatizadas
adquiriendo los hogares el lugar predominante para generarlas. En este sentido
podríamos decir que la vida se sostiene incluso a pesar del sistema.
Amaia Orozco habla de esta tensión como el conflicto capital vida, haciendo referencia
a que el proceso de valorización del capital y el proceso de generación de las
condiciones de existencia de la vida7 son contradictorios. Esto es algo que es fácilmente
observable en un contexto de crisis como el que atraviesa nuestro país desde el estallido
de la burbuja inmobiliaria. El papel de los hogares en España ha sido fundamental para
soportar la crisis económica, el desempleo y el recorte en prestaciones. Hoy más que
5
Merece la pena acudir al estudio citado para aquellas que tengan interés en cómo se han realizado los
cálculos dado que este texto no explicaremos esa parte. Se puede revisar en
http://digital.csic.es/bitstream/10261/10789/1/revista_n6-4.pdf
6
Estos cálculos referidos a la ciudad de Madrid y en este mismo estudio para el caso de los trabajos de
cuidados a niñas y niños es más de un millón de empleos (1.156.558), de los que 199.281 sustituirían el
cuidado de los varones y 955.517 el de las mujeres; para el cuidado a personas mayores la equivalencia
actual es 341.279 empleos, de ellos 67.937 en equivalencia al cuidado prestado por varones y 277.248
en equivalencia al cuidado prestado por mujeres. (Durán Heras, 2001 )
7
La idea de proceso aquí es importante, pues consideramos que ciertos planteamientos dentro de la
economía feminista tienden a hablar de choque de “lógicas”, y por lo tanto sostienen la existencia de
una “lógica del cuidado” que es un planteamiento que no comparto, entre otras razones porque cae,
bajo mi punto de vista, en un enfoque esencialista de la idea del cuidado. Con la propuesta de proceso
hacemos referencia a que para que la vida tenga lugar es necesario la confluencia y la relación de
múltiples factores y estrategias sostenidas en un espacio tiempo concreto.
nunca hemos entendido que determinadas vidas suponen un lastre en los circuitos de
valorización del capital. Vidas humanas y la vida del planeta, sobre cuya depredación se
levanta el sistema.
El espacio donde el conflicto capital vida toma cuerpo y por lo tanto materialidad en
nuestras vidas es en la ciudad. En la ciudad por lo que tiene de frontera entre el dentro y
el afuera. Porque delimitar experiencialmente nuestro hogar es imposible. No podemos
desagregar la noción que hemos construido de hogar del entorno donde este se
desarrolla, su barrio, su comunidad… y suponen al mismo tiempo condiciones
determinantes de nuestra calidad de vida.
La ciudad como frontera entre el dentro y el afuera, la convierte en el espacio
privilegiado para desplegar este conflicto porque las personas resolvemos nuestras vidas
en un espacio- tiempo concreto, fundamentalmente local aunque, como planteábamos al
principio atravesado por múltiples escalas que lo reconfiguran constantemente. Porque
el espacio es un lugar fluido que configura y se reconfigura constantemente, es
susceptible de disputa y genera dinámicas y estrategias que trascienden con mucho su
función de contenedor de las relaciones sociales.
Esta idea de la ciudad como frontera parte de la noción de Lefebvre de los espacios de
representación como los espacios imaginados, aquellos donde se mezcla lo materialprácticas espaciales- con lo simbólico. Es en el espacio de la ciudad donde se resuelven
materialmente nuestras vidas, donde las personas despliegan sus estrategias de
supervivencia. Al mismo tiempo que es el espacio de la acción política es el escenario
de las manifestaciones y materializaciones de los conflictos políticos. Es el espacio, por
tanto, donde se buscan nuevas posibilidades de realidad espacial. (Lefebvre, 2013)
Desde esta perspectiva la propuesta que Harvey hace de Hardt y Negri de la metrópoli
como fábrica en la que se produce el bien común (Harvey D. , 2012) permite desprivatizar los trabajos de cuidados y llevarlos al terreno de la disputa política, la disputa
por un modelo de ciudad que se articule desde y en relación con los hogares que la
componen. La puesta en el centro de la idea de sostenimiento de la vida cobra en la
ciudad un contenido político transformador pues es desde la localidad donde es posible
reconfigurar las condiciones de sostenimiento de ésta.
En las páginas anteriores se ha reflexionado sobre la carga política que tienen los
conceptos de espacio público y de hogar, dado que se entiende que esta tensión es la
base sobre la que se desarrollan la mayoría de discursos sobre la ciudad. Una tensión
que, como hemos planteado, se mantiene oculta mediante la premisa de que los asuntos
del hogar son cuestiones relativas a la vida privada. De esta manera el hogar se nos
presenta como un espacio anacrónico, libre de conflictos y aislado del contexto social
donde se inserta. Esta visión sesgada tiene como consecuencia principal la negación de
agencia del sujeto femenino, desde el punto de vista de su asignación al espacio privado
y, aunque es evidente que a lo largo del tiempo múltiples fracturas y luchas sociales han
posibilitado transformaciones sustanciales y la incorporación de las mujeres y lo
femenino al ámbito de lo público,- así como la entrada de lo público en el ámbito
privado mediante la existencia de normas y discursos que sitúan determinados
conflictos como conflictos sociales y que, por lo tanto, se abordan colectivamente- se
mantienen determinadas resistencias que conviene continuar socavando. La mayor de
ellas tiene que ver con superar la distinción entre espacio público/ espacio privado en
favor de la idea del espacio de la vida.
Siguiendo los planteamientos de Amaia Orozco (Orozco, 2014) en torno al conflicto
capital/vida, la operación de descentramiento de los mercados pasa por generar esa
ruptura entre el dentro y el afuera en términos epistemológicos. No se propone con esto
ningún planteamiento colectivizador por el cual las viviendas particulares pasen a ser
propiedad del común. Me refiero a la necesidad de entender el espacio como un espacio
social (Lefebvre, 2013) en el que las personas desplegamos múltiples estrategias de
supervivencia y sostenimiento de la vida. Que esas estrategias se desarrollan sobre una
espacialidad fundamentalmente local pero atravesada por diversas escalas que se
entrecruzan en cada momento y contexto concreto y donde una escala fundamental es la
escala del hogar. Lo que sucede en nuestros hogares determina, de manera sustancial las
condiciones particulares en las que se desarrollan nuestras vidas.
“No existen ideas políticas sin un espacio de referencia, ni espacios o principios
espaciales que no corresponden a ideas políticas” (Schmitt, 1979) Las ciudades que
habitamos son, desde este punto de vista el espacio del orden patriarcal- capitalista. Al
construirse al margen de las dinámicas de los hogares, las ciudades son la cortina
perfecta tras la que ocultar la contradicción capital/vida.
Pero como también hemos planteado los espacios no son contenedores de las relaciones
sociales, sino que son fluidos y permeables a la acción humana. Los espacios
condicionan nuestro comportamiento mediante la reproducción espacial de las normas
predominantes en una época concreta, al mismo tiempo que son transformados por las
relaciones y estrategias que se desarrollan en ellos y la capacidad de imaginar nuevas
espacialidades. La tensión entre el espacio percibido, el espacio concebido y el espacio
vivido de la que nos habla Lefebvre sigue operando, aunque con preeminencia clara del
espacio concebido, reino de los urbanistas y los expertos. En este sentido se trata de una
apuesta por la disputa trialéctica en favor del espacio vivido, el espacio de la vida.
Y si la ciudad es la representación espacial del orden patriarcal capitalista, al mismo
tiempo la ciudad se convierte - desde esta perspectiva - en el espacio político de
referencia donde se despliega el conflicto entre el capital y la vida. Re-pensar la ciudad
desde esta perspectiva abre un abanico de posibilidades políticas que deberemos ir
construyendo entre todas.
Es importante aclarar que no se trata únicamente de plantear la necesidad de ampliar los
espacios y las estrategias de atención y cuidado de la vida. Aunque es evidente que este
tipo de cuestiones tendrán que formar parte de la nueva espacialidad. Si no que se trata
de reflexionar de qué manera la ciudad genera condiciones que posibiliten lo que
podríamos considerar como vida digna. Vamos a tener que poner patas arriba la idea de
espacio público como ese espacio de libertad y de igualdad, para ir desvelando la
manera en el que los cuerpos se inscriben en él atravesados por distintas dinámicas de
poder. Porque los espacios son vividos y percibidos de diversas maneras y en la tarea de
crear esa nueva espacialidad de la que hablamos vamos a tener que re-pensar estrategias
espaciales no tan segmentadas y jerarquizadas que permitan que los distintos sujetos
puedan apropiarse de ella.
Madrid. La plaza contra el palacio. 8
Madrid ha sido uno de los escenarios donde se han desarrollado con más intensidad las
manifestaciones de los grandes conflictos político-sociales de nuestro país. Es testigo y
cómplice, por lo tanto, de este gran momento de impugnación social frente al régimen
que comenzó a acelerarse de manera determinante a partir del 15 M. El hecho de que la
mayoría de las manifestaciones espaciales de estas disputas hayan tenido lugar en
Madrid 9tiene como consecuencia la modificación de su memoria espacial. En la
memoria colectiva de la ciudad, se insertan estas luchas dejando una impronta que
determina su identidad de manera específica.
La metáfora que aparece en el título serviría, entonces, para ilustrar esta idea de Madrid
como una tensión dialéctica entre la plaza y el palacio. Por un lado el Madrid del sueño
olímpico que ha gobernado la ciudad levantando grandes obras arquitectónicas y
diseñándola como si se tratara de un gran escaparate; frente al Madrid que toma sus
plazas y calles apropiándose no sólo de su espacio sino también de su impronta, su
subjetividad.
La llegada al gobierno de candidaturas gestadas al calor de esas grandes
manifestaciones en las tres ciudades más importantes de nuestro país, nos da una idea de
la trascendencia de la ciudad y lo urbano en la disputa hegemónica. Porque si la crisis
ha tenido como punta de inflexión el estallido de la burbuja inmobiliaria, parece lógico
pensar que la disputa por el gobierno de las ciudades se encuentra en el núcleo del
cambio de modelo. Como nos recuerda Bernardo Secchi “el mundo ha salido de ellas –
de las crisis- diferente en cada ocasión y diferente salió la ciudad: en su estructura
espacial, en su función y en el modo de funcionar, en su imagen” (Secchi, 2013)
En la candidatura de Ahora Madrid participaron los distintos sujetos que, como
decíamos venían siendo protagonistas de las grandes luchas sociales. Los movimientos
feministas tuvieron una gran presencia durante dicho proceso condicionando tanto las
metodologías de trabajo como la propuesta programática, como la composición de la
misma candidatura. Unos movimientos feministas que estaban especialmente
fortalecidos por la acumulación de fuerzas tras las grandes manifestaciones contra la
Ley Gallardón10 y que terminaron con la retirada del proyecto y la dimisión del
Ministro.
El gobierno lleva menos de un año de gestión y aún es difícil evaluar las medidas que
están implementando, pero hay algunas reflexiones que es importante realizar.
8
Parafraseo el artículo de Pier Paolo Pasolini “Fuori dal Palazzo” (Pasolini, 1975)en el cual reflexiona
sobre cómo las élites políticas se construyen como una trama oligárquica subordinada del poder
económico. Mientras que la plaza, el resto de la ciudadanía, es expulsada de la política institucional. El
Palacio ha construido un muro infranqueable que mantiene sus asuntos al margen de la vida de la plaza.
Así se genera una ficción en el que una política profundamente autoritaria – aunque encubierta- convive
con mecanismos de la democracia formal.
9
Nos referimos a Juventud Sin Futuro, las manifestaciones del 15-M y la posterior acampada, las
Marchas de la Dignidad, la Marea Verde, la Marea Blanca, el Tren de la Libertad, Rodea el Congreso, la
Manifestación Feminista del 7 de Noviembre contra la Ley Gallardón…
10
Ley Orgánica de Protección del Concebido y los Derechos de la Embarazada.
Para poder transformar el modelo de ciudad es necesario transformar primero la manera
en que la gente imagina la ciudad. Es decir, hay que poner en marcha un discurso de
ciudad alternativo con vocación hegemónica, que permita desplegar una política urbana
que ponga las necesidades para la sostenibilidad de la vida en el centro. Desde este
punto de vista, debemos centrar nuestra atención no tanto en las medidas y políticas
públicas como en el discurso sobre la ciudad que desarrolla.
En este sentido en Madrid asistimos a un choque frontal en los discursos de
representación sobre el modelo de ciudad. La nueva corporación no sólo incorpora
referentes discursivos claramente opuestos, sino que despliega una serie de referentes
simbólicos que, aunque aún no aparecen de manera sustantiva – ni tampoco parecen
responder tanto a una actitud consciente ni planificada, como a un sentir casi
inconsciente del nuevo deber ser de la ciudad. – confrontan claramente con el modelo al
que preceden.
El liderazgo de Manuela Carmena convulsiona la escena política con cada aparición.
Podríamos preguntarnos aquí sobre si es pura coincidencia que el discurso que se
articula contra ella pretenda mostrarla como incompetente a base de utilizar referentes
que tradicionalmente se asocian a las mujeres y al ámbito de lo privado. El bloque
dominante la considera una outsider del espacio público de poder. Y su consideración
pasa por caricaturizarla como una abuela dulce y espontánea cargada de buenas
intenciones pero incapaz para gestionar una ciudad como Madrid. Para ahondar más en
esta idea, la presentan rodeada de unos jóvenes inexpertos a los que ella es incapaz de
controlar. En la toma de posesión del nuevo gobierno, Manuela Carmena en su discurso
hizo referencia a la necesidad de recuperar y poner en el centro la cultura de las
mujeres. Y esto es una constante en la mayoría de intervenciones que realiza, una
evocación reiterada a los cuidados y al trabajo de las mujeres.
La campaña institucional del Ayuntamiento para conmemorar el 8 de Marzo – día
internacional de la mujer trabajadora- diseñó una serie de materiales gráficos bajo el
lema “Madrid necesita feminismos” y las fotografías de diferentes mujeres y hombres.
Inauguraron las actividades con una conferencia sobre Los Feminismos y la Nueva
Política Municipal.
Una de las propuestas la Consejera de Cultura y Deportes, Celia Mayer, en relación con
la aplicación de la Ley de Memoria Histórica pasaba por dejar una serie de calles para
ser re-nombrados con los nombres de las mujeres que hubieran tenido relación con ese
barrio. Para ello se habían previsto una serie de asambleas vecinales donde se debatieran
las distintas propuestas que hubiere. Esta idea plantea un elemento central que pasa por
recuperar la historia de las mujeres y dejar su impronta en el espacio.
La concejalía del Distrito Centro hizo como una de sus primeras medidas una campaña
de pegatinas y cartelería para los bares y locales de ocio del distrito bajo el lema “La
calle y la noche también son nuestras. Por un Madrid libre de violencia machista”.
Este tipo de actuaciones vienen a cuestionar los planteamientos del espacio público
como espacio libre de conflictos y de tensiones del que hemos hablado a lo largo del
artículo.
Como decíamos un poco más arriba es pronto para poder sistematizar un análisis sobre
las modificaciones que el gobierno municipal de Madrid pretende implementar, pero
estos ejemplos quieren llamar la atención sobre el cambio que ya está teniendo lugar y
la posibilidad de profundizar desde el feminismo en él.
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