VI Seminario sobre Patrimonio Cultural segundo día EL PATRIMONIO CULTURAL INMATERIAL UN RECURSO POLITICO EN EL ESPACIO DE LA CULTURA PÚBLICA LOCAL EL PATRIMONIO CULTURAL INMATERIAL: UN RECURSO POLÍTICO EN EL ESPACIO DE LA CULTURA PÚBLICA LOCAL MONICA LACARRIEU [ 154 ] Licenciada en Ciencias Antropológicas, con postgrado en Antropología Social. Doctora en Filosofía y Letras. De reconocido prestigio internacional, ha publicado cerca de una decena de libros, entre ellos Parando la Olla. Transformaciones familiares, valores y representaciones en los tiempos de Menem (NormaFlacso, 1999) y La (Indi) Gestión Cultural. Una cartografía de los procesos culturales contemporáneos (Ciccus-La Crujía, 2002), además de numerosos artículos. Es Directora del Programa Antropología de la Cultura, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires. ....no me parece que haya que hacer una política de recuperemos esto, ya la gente sola se encarga de recuperar y volver a traer al presente hechos que le son significativos para su lugar, no como una política intencionada de ir a buscar. No como una militancia de la memoria, no estoy de acuerdo con la militancia de la memoria me interesa la construcción de esa memoria.... (Testimonio de la murga Alucinados de Parque Patricios). VI Seminario sobre Patrimonio Cultural C omo ha sido consensuado por los especialistas en el tema, los últimos años, se han convertido en el escenario propicio a la emergencia de los usos generalizados de la memoria, así como al reconocimiento y revalorización del patrimonio cultural, con especial énfasis en el nivel de su inmaterialidad. Es atribuible al contexto de globalización agudizado esa tendencia de viraje hacia el pasado, un movimiento que habría impuesto una especie de obsesión hacia la cultura de la memoria (Huyssen;2002), o en otras palabras un culto de/a la memoria asociado al riesgo de su propio abuso (Todorov) o bien de lo que nuestros entrevistados remarcaron no sin dejo de ironía: una (1) especie de militancia de la memoria . Con el trasfondo de una melodía similar, también se universaliza un interés inusitado por el patrimonio cultural. Aunque la sociedad entera parece estar atravesada por este volver a vivir, su generalización debe ser entendida en el marco de un boom asociado al papel de los medios de comunicación y el marketing, al rol jugado por los organismos internacionales como UNESCO, al incremento en los flujos transnacionales de personas que en condición de (1) Una expresión también utilizada por Todorov, cuando menciona la necesidad de convertirnos en militantes de la memoria. Obviamente los murgueros entrevistados en Buenos Aires no han leído a este autor, sin embargo, sorprendentemente recurren a una expresión similar, cargada de un sentido muy peculiar para el ámbito local. turistas contribuyen en la promoción de pasados y patrimonios únicos y singulares, finalmente al consumo masivo de memorias y patrimonios comercializables anclados en un anhelo por el pasado, por la diferencia, dicho en términos de Appadurai (2001) y Huyssen (2002), de nostalgia y memorias imaginadas. En suma, un movimiento que, aunque no en la misma velocidad, viene ubicando instrumentalmente a la memoria y el patrimonio como recursos de la economía y la política. Pero estamos aquí convocados para reflexionar sobre las prácticas locales en torno de procesos vinculados a la constitución de memoria y patrimonio cultural, y esto nos lleva ineludiblemente a cuestionar la linealidad de las tendencias globalizantes, más bien a pensar en la traducción local que se hace de las mismas, no sin fisuras, no sin pliegues, ni quiebres. Más bien, se hace necesario pensar la problemática en el contexto de la tensión entre los movimientos globales y las prácticas locales contemporáneas, atravesado por el interés inusitado por memorias y patrimonios, sin embargo, también por las luchas por su definición y legitimación. Y en este sentido, me permitiré abordar estos temas desde una postura contrapuesta a la de algunos especialistas que convocan a imaginarnos por fuera de (2) localizaciones específicas , para retomar la idea de [ 155 ] MÓNICA LACARRIEU Appadurai (2001;28), la de ubicarnos en el contexto de la diferencia situada, una diferencia con relación a algo local, que tomó cuerpo en un lugar determinado donde adquirió ciertos significados. Si nuestra tarea es pensar sobre las prácticas y expresiones, o bien sobre el lugar que las comunidades locales dan a las mismas, nosotros mismos debemos reflexionar desde nuestra propia situacionalidad como argentina y residente de la ciudad de Buenos Aires, desde el ámbito de coproducción local del cual también participamos. En este sentido, y en tanto lo local se constituye desde el atravesamiento de los diferentes niveles de sí mismo, propongo repensar estas cuestiones a la luz del contexto nacional argentino, aunque mirado y atravesado desde la localización específica de Buenos Aires, donde en el contexto de la Comisión de Patrimonio del Gobierno de la Ciudad, estamos desarrollando un proceso de investigación y relevamiento del patrimonio cultural inmaterial. [ 156 ] Así, las tendencias y movimientos globalizantes se ven traducidos y reflejados en Argentina y más específicamente en su capital, bajo la forma de dinámicas particulares y conflictivas sólo entendibles en la situación (2) Hace unos años, Renato Ortiz de paso por Buenos Aires planteó que para dar cuenta del mundo actual debía imaginarse no ser brasileño, que en otras palabras se traduciría en imaginarse ser global, de cualquier parte y de ningún lado en particular. de contexto contemporánea y a la luz de procesos de conformación histórica que dan sentido a las mismas. Desde esta perspectiva, es entendible la separación extrema en que se ha elaborado y desarrollado la noción de memoria tanto institucionalmente como desde la sociedad en su conjunto respecto del papel fuertemente institucionalizado del patrimonio cultural. Dicha separación ha tenido y aún tiene profundas implicancias en la formulación e implementación de políticas y estrategias de gestión, pero también en la relación compleja que los sujetos y grupos sociales locales establecen con ambas cuestiones. Partiendo de esta serie de consideraciones, es que propongo, con énfasis en el patrimonio cultural, repensar aspectos estimados cruciales en las nuevas visiones que en el contexto de la contemporaneidad revalorizan el patrimonio local. A contraluz de los procesos de constitución y disputa por la memoria, resulta de interés focalizar en el patrimonio cultural inmaterial como estrategia y recurso de nuevas formas de reconocimiento social e identitario. LA COSIFICACIÓN DE LOS BIENES Y/O EXPRESIONES DE LA INMATERIALIDAD El reconocimiento dado por la UNESCO al Patrimonio VI Seminario sobre Patrimonio Cultural Cultural Inmaterial ha contribuido en la legitimación de una conceptualización que, al mismo tiempo que amplía satisfactoriamente la definición preexistente, delimita en forma restrictiva los contenidos dados a la misma. La recuperación y adaptación de ciertos aspectos fundantes del denominado patrimonio tangible, así como el desplazamiento de las estrategias políticas y de gestión vinculadas al mismo, hablan de los problemas y riesgos de la institucionalización del patrimonio intangible. Como ha remarcado la UNESCO, lo tangible sólo es interpretado mediante lo intangible (1997), sin embargo, en el campo institucional permanece y prevalece una visión que define al patrimonio en relación a cosas u objetos descontextualizados del entorno sociocultural en que se producen y desde el cual obtienen eficacia simbólica. En clave con esta concepción se integra el patrimonio inmaterial aceptando su importancia en la promoción de la diversidad cultural, no obstante, en una tendencia a objetivar los bienes y expresiones culturales pertenecientes a las poblaciones involucradas. Se institucionalizan acciones que procuran ante todo la conservación del bien material, desconsiderando que las paredes y objetos hablan desde las representaciones y prácticas sociales, siempre dilemáticas, por tanto constituidas en el contexto de procesos sociales que ponen en juego diversos, fluctuantes y contradictorios sentidos. Como ejemplo sirve el pedido reciente de patrimonialización realizado por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires sobre la tumba-monumento de Carlos Gardel en el cementerio de La Chacarita: la solicitud privilegia el bien material antes que el mito o la serie de rituales que suelen desplegar las personas que mantienen viva la memoria del cantante a través de encuentros perfomáticos en determinadas fechas consideradas significativas para la comunidad. Se legitima el monumento en tanto señal de identificación de un pasado que se percibe tangible y que permite trascender la efimeridad temporal de las expresiones inmateriales, obnubilando no sólo otros posibles aspectos de la tangibilidad, como las ofrendas de monedas, cigarrillos, cartas, flores, fotografías, sino por sobre todas las cosas, la trama de significados sin la cual dicho monumento no tendría sentido. Aunque es probable que los mitos, rituales, conmemoraciones y cultos no precisen del bien físico para su patrimonialización, parece impensable que el soporte simbólico pueda convertirse en la señal de identificación de las expresiones en cuestión. Si la tumba es el objeto que comunica, lo hace desde la suma de representaciones y prácticas sociales eficaces a los fines de atribuir valor a la celebración y culto experimentada por los sujetos que mantienen viva la memoria del mismo. Pero entonces, ¿sería posible que el ritual o el culto pudieran reemplazar al monumento? Invertir el orden [ 157 ] MÓNICA LACARRIEU de los términos, ¿posibilitaría la institucionalización de estrategias de gestión que prioricen el lugar de las expresiones culturales y su creación/recreación en el espacio de lo público por parte de sujetos y grupos sociales, aunque pertenezcan al mundo de lo simbólico con toda su fragilidad, efimeridad y dinámica social? [ 158 ] La puesta en valor de las cosas por sobre los procesos constitutivos de los bienes y expresiones culturales y las experiencias provocadas por los mismos, es uno de los aspectos más problemáticos que presenta la actual gestión del patrimonio cultural, una vez que se reconoce la importancia simbólica del mismo. Si bien la ampliación de la noción integra una extensión de la valoración patrimonial a los sujetos que intervienen y se apropian del mismo en los procesos dinámicos de creación, producción, circulación, intercambio y consumo; la proclividad a la cosificación de los bienes y manifestaciones que entran en esa lógica forma parte de las estrategias que las instituciones y gestores desarrollan en función del conocimiento con que han actuado previamente sobre el patrimonio histórico. Hasta en el interés por la patrimonialización de un tipo de música podría ser el vallenato colombiano, el samba brasileño o el tango argentino, hay una necesidad de tangibilizar, obviando los sistemas de creencias y las representaciones que comunican producto de procesos constantes de transformación social. Tangibilizar implica volver las expresiones de la intangibilidad un soporte de lo duradero, en consecuencia bienes congelados en un tiempo especial, reflejo de la autenticidad y antigüedad que otorgan identidad al grupo involucrado. Aunque pareciera que mayormente este problema deviene de la mirada sesgada, constituida de este modo desde el campo de las instituciones estatales que continúan operando en la lógica del patrimonio nacional-tangible; cabe destacar que, con la misma linealidad, es esta visión la que prima en los sujetos y grupos sociales partícipes y protagónicos de las manifestaciones potencialmente patrimonializables. Una perspectiva asociada a la materialidad de los bienes y expresiones es la que ha logrado imponerse y legitimarse recortando el campo patrimonial a las señales y objetos que permiten percibir un pasado tangible. Desde el sistema de clasificación imperante, legitimado por las personas que intervienen en la dinámica social, aquello que los organismos internacionales e instituciones definen como inmaterial o intangible, pertenecería al ámbito de la memoria, visualizada en su vínculo directo con el pasado como el nicho de los recuerdos, de lo afectivo y de las ideas que se transmiten boca a boca de generación en generación, mientras el patrimonio VI Seminario sobre Patrimonio Cultural queda restringido a la necesidad de indicadores, objetos, señales que localicen, permitan ver y palpar, den existencia y exhiban un pasado conveniente y con estatus para quienes necesitan del mismo. La memoria, así, permanece en el nivel de lo evanescente y de lo que puede diluirse, parte ineludible de saberes y prácticas que experimentan los sujetos y los grupos sociales, se ve condicionado por las estrategias de conservación que tienden a su congelamiento o bien a su fijación, aunque más no sea que por la vía de su identificación y registro. mientras el patrimonio en el lugar de la fijación y el congelamiento, contribuyendo desde esta dicotomía a fortalecer la paradoja en la que se ve envuelto el patrimonio inmaterial, pero también los procesos de construcción de memoria social. Asimismo, esta división opera sobre las consecuencias y riesgos asociados a la novedosa revalorización, institucionalización y gestión del patrimonio, pero también de la memoria. PATRIMONIO CULTURAL INSTITUCIONALIZADO Y MEMORIAS NO INSTITUCIONALIZADAS La extirpación valga la metáfora organicista de los objetos de la circulación e intercambios sociales, ha sido el presupuesto de base en las prácticas de preservación del patrimonio tangible. Esta forma de actuar sobre los bienes culturales, pero materiales, ha llevado al aislamiento de algunos en su condición de singularidad y excepcionalidad. Y sin duda que su extrapolación hacia las expresiones culturales inmateriales lleva hacia la cosificación de las mismas, por ende a su paradójica constitución: su carácter de patrimonio vivo en tanto La problemática de las estrategias y medidas encaminadas a la salvaguarda de los bienes y expresiones culturales, lleva a la cuestión del grado de institucionalización que caracteriza al patrimonio en su acepción tradicional y su distancia de la aparente no institucionalización de los procesos de construcción de memoria. Aunque obviamente los niveles de institucionalización pueden ser de diferente escala y correspondientes a diferentes campos sociales (el campo asociativo local, el de la academia, el de la ciudadanía), suele atribuirse al Estado y las instituciones derivadas de su esfera, el punto de vista desde el cual se legitima e institucionaliza qué instrumentos normativos y ejecutivos deben aplicarse, qué debe patrimonializarse y qué no. Pero cuando se trata del patrimonio inmaterial esta cuestión se vuelve extremadamente riesgosa y si bien el Estado no pierde centralidad, por el contrario vuelve al centro de la escena, surgen una serie de preguntas: ¿Es legítimo institucionalizar las expresiones culturales que los sujetos y grupos sociales ejecutan espontáneamente y en el seno de procesos dinámicos que las transforman [ 159 ] MÓNICA LACARRIEU permanentemente?; ¿será relevante como parte de iniciativas de gestión pública la creación de modelos de relevamiento y registros de dichas expresiones?; ¿podremos considerar de mayor pertinencia la aplicación de registros como instrumentos específicos normativos y de gestión, en procura de superar los riesgos propios de las prácticas de preservación inherentes a los procesos de patrimonialización de los objetos tangibles? ¿es que este tipo de estrategia evitaría el congelamiento y la intervención ortodoxa sobre bienes y expresiones sujetos a dinámicas sociales?; ¿resulta, entonces, imprescindible la elaboración e implementación de medidas tendientes a la salvaguarda de este tipo de patrimonio? [ 160 ] Es evidente que la serie de inquietudes formuladas sintetizan el debate materializado en el dilema acerca de la preservación de los bienes y expresiones inmateriales. Sin embargo, un debate que cabe más al ámbito de la academia especializada y a la instituciones involucradas que a las poblaciones objeto del mismo. El desafío e innovación planteado desde el gobierno brasileño en relación al decreto 3.551 (4/8/2000), por el cual se ha instituido el registro de los bienes culturales de naturaleza inmaterial a nivel nacional, supervisado por el organismo federal del patrimonio (IPHAN), ha puesto en cuestión la pertinencia de preservar la inmaterialidad, sin embargo, colocando también en debate la necesidad de un registro, los objetivos de dicho instrumento, las consecuencias de identificar, relevar y registrar, la dicotomía entre registrar y preservar, el papel dado al registro en la gestión del patrimonio inmaterial. En consecuencia, llevando a preguntarnos en sintonía con De Barros Laraia (2004): ¿cómo evitar que el registro venga a constituir un instrumento de segunda clase, destinado a las culturas materialmente pobres porque sus testimonios no son reconocidos con el estatus del monumento?. La elaboración de una metodología siempre institucional (3) que retoma las unidades de patrimonialización como componentes cruciales a considerar en el proceso de patrimonialización, permite trascender los límites impuestos por la preservación y objetivación del patrimonio. Las mismas aluden a: 1) los saberes que detentan los sujetos intervinientes; 2) los sujetos que possen esos saberes; 3) los productos resultado de esos (3) Las unidades de patrimonialización son mencionadas en Carozzi, María Julia (2003) El reconocimiento de las formas populares y locales de la memoria en las políticas del patrimonio cultural en: El espacio cultural de los mitos, ritos, leyendas, celebraciones y devociones, Temas de Patrimonio 7, Alvarez y Lacarrieu (coordinadores editoriales), Comisión para la Preservación del Patrimonio Histórico Cultural de la Ciudad de Buenos Aires, GCBA. Esta conceptualización ha sido con posterioridad discutida conjuntamente con Loreto López de la Unidad de Estudios de Cultura de Chile VI Seminario sobre Patrimonio Cultural saberes y de la dinámica social; 4) los contextos en los que se despliegan saberes y prácticas. La consideración del conjunto articulado de las cuatro unidades permite trascender la puesta en valor de objetos disociados de las prácticas desplegadas en las diversas manifestaciones culturales. Así, privilegiar la perdurabilidad de los instrumentos de música o de los vestidos utilizados por ejemplo en el contexto de una fiesta, implicaría soslayar la escenificación y ejecución de los saberes, sistemas de creencias y rituales vinculados a la manifestación cultural pública que suele desarrollarse en determinados espacios significativos para la misma. Por el contrario, es en las experiencias perfomáticas que incluyen sistemas de comunicación y creencias, prácticas ejecutadas de los saberes, la creatividad de los sujetos involucrados incluyendo aspectos sensoriales y emotivos donde debieran rastrearse las propiedades del patrimonio inmaterial (cfr. Londres; 2004). La asunción de la inestabilidad propia de las prácticas desarrolladas en el contexto de significatividad para el grupo, permite revisar la noción de temporalidad involucrada en la dinámica de los bienes y expresiones intangibles, superando el congelamiento mediante una visión relacionada a la continuidad histórica de dichas manifestaciones es decir de los procesos de apropiación, transmisión conflictiva y transformación social de saberes y prácticas que mantienen vigencia en el presente para los sujetos que los poseen y despliegan, ya sea a través de las prácticas como de las representaciones. No obstante, y aún con estas consideraciones, el patrimonio persiste en cierta forma prejuiciado desde los sujetos y constituido en su ajenidad respecto de la dinámica social. Aunque en los últimos años ciertos grupos sociales utilizan instrumentalmente la posibilidad de legitimar institucionalmente sus prácticas colectivas y las expresiones que de las mismas se desprenden como veremos es el caso de las murgas de Carnaval en Buenos Aires, el patrimonio continúa sobrecargado de estatalidad, o como nos lo han manifestado algunos entrevistados: el patrimonio es más un sello... necesita del reconocimiento público, la memoria no necesita ser públicamente reconocida o legitimada por alguna entidad, sino que la memoria es mucho más viva, más fuerte, más afectiva, más vinculante, está mucho más cargada de sentido... porque si lo convertís en patrimonio va a quedar registrado que eso es patrimonio, por ahí dentro de 50 años no tiene ningún valor, pero sigue dentro del registro de patrimonio, en cambio la memoria existe en el presente... (Alucinados). Ese reconocimiento público está directamente asociado a su condición adquirida a través de la preservación, práctica estatal de intervención por excelencia, de la que la memoria se encontraría afuera. [ 161 ] MÓNICA LACARRIEU [ 162 ] En este sentido, la ausencia de gente con que se vincula al patrimonio, se ecuaciona directamente con la presencia de gente en la recuperación y constitución de la memoria. La memoria no institucionalizada permite volverla parte del campo de lo popular, plena de espontaneidad, cargada del sentido de recuperación del pasado para dar significación al presente. Como señaláramos al comienzo del texto, retomando el testimonio de los murgueros de un barrio de Buenos Aires, los procesos de memorización son visualizados como trabajos en el sentido dado por Jelin (2002:14) de seres humanos activos en los procesos de transformación simbólica y de elaboración de sentidos del pasado. Seres humanos que trabajan sobre y con las memorias del pasado; sujetos que desde el llano pueden recuperar sin la presencia de las instituciones, ni de una política intencionada de intervención, los hechos considerados significativos para la comunidad. La metaforización arguida por los entrevistados, acerca de su negativa a la militancia de la memoria, es entendible desde la propia idea setentista de la militancia, asociada al control y disciplinamiento devenido de las organizaciones partidarias. Desde esta perspectiva, el patrimonio es observado como un instrumento de domesticación de la memoria, desde el cual se fija la dispersión de sentidos y se construye un espacio de control social, poder y autoridad. Esta aparente distinción coloca a los procesos vinculados a la memoria como espacios distendidos y descontracturados de la acción estatal, mientras el patrimonio, aun el inmaterial que incorpora los saberes y prácticas sociales, como el mayor instrumento de regulación, control y poder que distancia a las manifestaciones culturales de los sujetos que los producen, circulan, consumen e intercambian. Aunque efectivamente en Argentina, y específicamente desde Buenos Aires, la memoria ha quedado al menos hasta recientemente- un poco al margen de las políticas institucionales del patrimonio y en este sentido, fuertemente legitimada como ese espacio de la ciudadanía, la visión planteada elude la confrontación de memorias hegemónicas y memorias disidentes, así como la necesaria producción de la memoria social entre procesos de negociación y disputas de los que participan quienes controlan los usos del pasado, así como quienes procuran subvertir dicho control (cfr. Zambrano y Gnecco; 2000). La complejidad de estos procesos lleva ineludiblemente a preguntarnos entonces ¿qué sucede con esa memoria social cuando es hegemonizada institucionalmente y llevada al campo del patrimonio por vía de su monumentalización o museízación? VI Seminario sobre Patrimonio Cultural La reciente toma de posición del gobierno argentino respecto de las prácticas vinculadas a la memoria de los desaparecidos por la última dictadura militar, no sólo nos remite a que también en este campo se producen acciones institucionales que devienen del ámbito nacional y no global, sino que debería poner en debate el preconcepto naturalizado acerca de que la memoria vinculada a los derechos humanos es propiedad de la ciudadanía, siendo esta cualidad inherente a su carácter de transgresión. La hegemonización de ese hito epocal por parte del Estado nacional en la ritualización seriada de varios museos de la memoria en los excentros clandestinos de detención, antes producidos como grietas urbanas invisibilizadas (cfr.Graham et.al.;2001) de los cuales la ESMA resulta el más emblemático-, tensa la disociación que los propios organismos de derechos humanos han procurado establecer con respecto al patrimonio, caminando durante años por andariveles separados. Así, la obsesión por el monumento, el museo y la sacralización de las paredes, habitaciones, rejas y ventanas que conforman dichos espacios, desplaza el sentido inmaterial de la desaparición hacia la preservación de edificios, que aunque evidentemente hablan y dicen acerca de lo sucedido, imponen un orden que contribuiría a captar casi estéticamente y en paz el testimonio del horror. La visibilización mediante la conversión de centros de tortura en museos de la memoria, aunque atiende a la legitimación de una memoria (nacionalizada) por sobre otras (más locales), al reconocimiento por parte del Estado de una etapa de la historia reciente silenciada por años, por otro lado, acaba generando la instalación masiva y patrimonialización de la memoria, vaciando de sentido e invisibilizando ese pasado problemático y conflictivo como diría Huyssen para el caso alemán, una redención a través del olvido-. Pero también su legitimación y reconocimiento público por sobre otras memorias, ha desplazado hacia la esfera de la vida pública hechos del pasado reciente, acotados al espacio de los seguidores de los derechos humanos, ahora entonces, disputados, debatidos y puestos en discusión por sectores de la sociedad reacios a dicha acción recordemos el cuestionamiento de una madre de un secuestrado mediante una carta al presidente, cuando le enrostró su dedicación a la puesta en escena de museos de la memoria vinculados a los muertos del pasado, cuando tendremos nuevos muertos del presente, víctimas de la inseguridad a quienes nadie recordará. El poder ha decidido no invisibilizar, aunque al mismo tiempo y a pesar de la producción seriada de museos, recordar dosificadamente en lo que a patrimonio pesado de esa época se refiere. Aunque la Cárcel de Caseros, [ 163 ] MÓNICA LACARRIEU por poner un ejemplo, también se ha convertido en un locales. No obstante, simultáneamente a que se impone símbolo emblemático de la dictadura, por alli pasaron el gusto por la diferencia, se tiende como hemos no sólo presos comunes, sino también presos políticos; visto- a tangibilizar la intangibilidad presente en fiestas, el sitio no ha sido legitimado desde los sentidos que del rituales, celebraciones, en las diversas experiencias que mismo se desprenden por los organismos de derechos surgen de los encuentros memorables entre los sujetos humanos y los vecinos del lugar, han activado una locales. Así, desde la lógica de lo intangible impera la memoria disidente para reclamar su implosión, justamente relativización del patrimonio nacional, revalorizando por las mismas razones en que la ESMA será museízada: la visión del patrimonio local, visto éste como la por constituirse en el símbolo de la memoria del horror estrategia y recurso de nuevas políticas identitarias. y el terror, traído al presente desde los recuerdos fijados en los gritos, incendios, motines que circundaron el lugar. Entonces, ¿qué lugar tiene la ciudadanía en estas activaciones?, ¿por qué en unos casos se apela a una memoria patrimonializada, mientras en otros a una des-memoria? Sin embargo, la puesta en valor de la diversidad cultural apunta a su delimitación restrictiva en el seno del denominado patrimonio inmaterial: vinculada ineludiblemente a grupos visualizados y construidos desde la exoticidad de lo local poblaciones nativas y autóctonas en riesgo de desaparición, en consecuencia marginales respecto del poder material y simbólico. [ 164 ] EL PATRIMONIO CULTURAL INMATERIAL Y EL GUSTO POR LA DIFERENCIA El discurso global y globalizante de la diversidad cultural, En el contexto de la globalización agudizada, los bienes misma en patrimonio de todos y su tolerancia y respeto y/o expresiones inmateriales se han vuelto el recurso por en garantía de interacción armoniosa y de forma de vida excelencia para pensar, promocionar y gestionar el conjunta de las diferentes identidades a la vez variadas, reconocimiento de la diversidad cultural. Desde esta plurales y dinámicas. Pero aunque como ha señalado perspectiva, se procura un descentramiento de la noción Loreto López (2003), el patrimonio inmaterial se ha vuelto clásica del patrimonio asociado naturalmente al estado- un espacio de oportunidad para pensar y repensar las nación, para dar espacio a las manifestaciones culturales identidades, comenzando a configurarse un diálogo que adquieren sentido en el seno de las diversas culturas sobre las identidades, más aún no un diálogo desde las apuntalado fuertemente por la UNESCO, convierte a la VI Seminario sobre Patrimonio Cultural mismas; la insistencia en el reconocimiento de la diversidad vía la salvaguarda normativa y ejecutiva del patrimonio inmaterial tiende a ordenar la diferencia cultural: con la representación de lo diverso hacia fuera una representación ecualizada y licuada por las imágenes construidas desde organismos, gobiernos, medios que requieren de esa diversidad y un ordenamiento convergente y aplanador de esa misma diversidad hacia adentro. El reconocimiento de lo diverso como parte inherente del patrimonio inmaterial lleva hacia la legitimación de lo auténtico, como aquello que convalida una determinada identidad cultural, colocándose en la misma la capacidad de comunicar lo que hace diferente a unos frente a otros. La diversidad cultural en clave de exotismo, reivindica en cierta forma el lado más perverso del relativismo cultural: la cosificación no sólo de bienes, sino incluso de sujetos aislados de contexto, en cuyo seno, sus prácticas y manifestaciones adquieren sentido, ocultando el momento de conflicto que no sólo es asociable al rechazo hacia los otros, sino particularmente al sistema económico y socio-político imperante (cfr. Altan;1973). La nueva visibilidad del registro de fiestas de la ciudad de Buenos Aires donde la anulación de festividades y celebraciones locales se suponía como consecuencia del impulso dado al crisol de razas, por efecto de la explosión de la diversidad, se inscribe en el denominado laissez faire cultural (Bidney;1908, citado por Altan). Ese dejar hacer se relaciona con un sistema urbano legitimador de un etnocentrismo policéntrico (Altan;op.cit), según el cual se institucionaliza la sacralización de cada cultura siempre aceptada en tanto negociación de producción de su imagen negociación que suele efectivizarse entre las instituciones y los líderes de ciertas colectividades. Así, el requisito de tolerancia y respeto por las diferentes culturas se constituye como el deber ser o lo políticamente correcto de la validación de la diversidad. La rotulación de una diversidad estereotipada es el requerimiento institucionalizado del patrimonio inmaterial en el espacio de lo público. Es nuevamente al patrimonio, como instrumento de gestión, al que cabe la domesticación de la diferencia, en pos de su conversión en diversidad institucionalizada desde el poder. En este sentido, algunas colectividades, como la boliviana, aceptan el etiquetamiento o el mote del boliviano permitido, una vez que el mismo les ofrece la posibilidad de cierta visibilización positiva en el espacio público urbano. Este espacio de legitimidad les otorga un reconocimiento social más allá de la bolivianidad de Buenos Aires, en este sentido, permitiendo trascender la mirada de una Buenos Aires monolíticamente europeízada, garantizando cierta apropiación del espacio público, si bien restringida al momento de la [ 165 ] MÓNICA LACARRIEU [ 166 ] espectacularización. La amplia red de fiestas bolivianas que emerge en esta ciudad, una vez que lo inmaterial asociado a lo multicultural toma auge, permite entrever una demanda de diversidad cultural a fin de dar color a los espacios, trabajando de boliviano, sin embargo, procurando la legitimación de cada fiesta en el contexto de un circuito que se quiere turístico. Pero esta visión como hemos dicho aplana la diversidad, ocultando conflictos entre bolivianos, entre éstos y jujeños, entre líderes y comunidad, entre bolivianos y la iglesia, etc. propios de las luchas por el reconocimiento identitario. El papel asumido por el Estado en estos casos puede ser auspicioso si al reconocer las manifestaciones de las culturas, en cierta forma contribuye a legitimar grupos sociales discriminados e invisibilizados en el espacio público (por ejemplo estas comunidades de inmigrantes con sus rituales y festividades). Sin embargo, no siempre su papel se asocia a ese objetivo, pues al negociar qué imagen del sí mismo mostrar en tanto otro, no cualquier expresión inmaterial puede ser aprobada. Así, por ejemplo los brasileños que residen en Buenos Aires hacen gala de sus danzas y vestimentas, incluso bailando en adoración a sus dioses y diosas, no obstante ocluyen y silencian la ejecución de ciertos rituales como el culto a Yemanjá, el que suele realizarse un día antes de lo previsto en pos de convertir el momento en una celebración privada vista desde la colectividad como incomprensible para la lógica de uso del espacio público porteño, así como en relación a las prácticas colectivas que se despliegan y que serían asociables a ciertos grupos de sectas como los umbanda, fuertemente prejuiciados en nuestra sociedad. El Estado en ese sentido, puede aportar en control y disciplinamiento de lo festivo y de las prácticas rituales, de su ocupación simbólica de la ciudad, produciendo e institucionalizando objetos de museo en el espacio público o dejando ver y hacer manifestaciones perfomáticas. Cuando la diversidad cultural toma la forma de derechos culturales, tanto los grupos demandantes, como el Estado, los convierte en sujetos de derechos a ser contemplados como tales en el campo institucional de los derechos humanos y por ende en el ámbito de los procesos de memorización colectiva. Aunque mayormente colocados en situación de pintoresquismo, en ocasiones la demanda de identidad viene por asociación al reclamo por los derechos culturales. Es el caso particularmente de los indios mapuches, quienes antes que mostrar la celebración del nguillatún en la versión patrimonialista de la misma, colocan en su desarrollo y ejecución una reivindicación de identidad cultural que conlleva otros reclamos como la devolución de tierras: recientemente en el conflicto con Beneton por las tierras ocupadas por una familia mapuche, durante el período de juicio, la comunidad VI Seminario sobre Patrimonio Cultural mapuche realizó ceremonias vinculadas a la devolución de las tierras, o bien es común que desarrollen la perfomance de la ceremonia, autorizando la proximidad de autoridades, sin que éstos participen plenamente (sólo escuchando de lejos), y desde alli usando instrumentalmente la misma para el reclamo posterior de las tierras en clave de derecho a la identidad cultural. Aunque en el ámbito de los derechos humanos, los indios no han sido objeto y sujeto de acciones y demandas concretas, es de destacar el lugar diferenciado en que se colocan como sujetos portadores de saberes y prácticas que bien pueden ser potencialmente patrimonio inmaterial de hecho, hace dos años autoridades de la nación argentina junto con las de Chile, intentaron hacer la presentación a UNESCO del nguillatún junto a otros elementos simbólicos de la cultura mapuche como patrimonio de la humanidad. LA DESCONFLICTIVIZACIÓN DEL PATRIMONIO LOCAL La promoción del respeto por la diversidad cultural como anclaje básico del patrimonio cultural inmaterial se vuelve un componente central en la definición del patrimonio local. Así, desde la lógica que opera en la patrimonialización de lo intangible, se relativiza la conceptualización del patrimonio nacional que supo dominar las sociedades de la modernidad, revalorizándose los procesos de constitución de patrimonio local visto éste como estrategia y recurso de nuevas políticas identitarias. La visión asociada a lo local se construye en buena medida por contraste con lo global y por descentramiento de lo nacional, no obstante, como ya se ha visto ni lo nacional pierde su lugar en los procesos de patrimonialización, ni lo global deja de actuar complejamente y en tensión con lo local, debiendo atravesarles necesariamente el nivel de lo regional. El preconcepto básico que vincula inescindiblemente las expresiones inmateriales con los sujetos que detentan el saber y desarrollan las prácticas colectivas en su cotidianidad y en espacios con sentido de lugar cuestión fuertemente relacionada a las unidades de patrimonialización ya comentadas; coloca en el territorio de lo local algunas cuestiones fundantes de la patrimonialización de lo intangible: el lugar dado a los sujetos y grupos sociales creadores, ejecutores, portadores y consumidores de las expresiones y bienes en cuestión, de donde deviene el sentido de autenticidad y diversidad atinente a los mismos, y la posibilidad de descentralización del poder que ha sabido tener el Estado en la conformación de estos procesos. No obstante, la posibilidad de operar sobre lo local suele omitir que 1) los sujetos no constituyen personas con igual capital [ 167 ] MÓNICA LACARRIEU económico, social, político y simbólico; 2) en consecuencia, que los saberes y prácticas se materializan aunque a través de los sentidos, en el contexto de conflictos, desigualdad de intereses y relaciones de poder; 3) que al registrar (incluso institucionalmente) dichas expresiones debiéramos considerar los diferentes y desiguales puntos de vista que juegan en la gestión de las mismas tomando en cuenta las visiones hegemónicas del campo institucional, asociativo local, académico, ciudadano, y sus procesos de disputa por la legitimación y reconocimiento social de sus perspectivas. [ 168 ] El papel que continúa teniendo el Estado en sus diferentes instancias nacional, regional, local se problematiza cuando asume el papel de interventor y procura sobre la base del presupuesto fundante del patrimonio inmaterial obligar a las poblaciones a recuperar motivos, prácticas, elementos de la tradición, vetando la inclusión de componentes importados y/o globales; homogeneizando y legitimando una representación y práctica de la expresión en cuestión, ocluyendo la visibilidad de las diferentes versiones siempre en conflicto que los mismos sujetos despliegan en sus prácticas. De allí, que los especialistas y gestores ocupados en la temática observan que la reversión de estos problemas puede estar en la inversión del camino naturalizado en los procesos de patrimonialización. De allí, que la legitimación de la noción de patrimonio local, que supone cierto compromiso de la sociedad en la revalorización de sus bienes y expresiones, introduce un rol de participación destacado a los sujetos y grupos sociales en articulación con el papel institucional del Estado. Una participación social que debiera superar un papel meramente pasivo vinculado al aporte de las personas en el estudio del impacto que pueden producir los planes de gestión y manejo por parte del Estado, para arribar a una reflexión dinámica de los grupos sociales acerca de lo que hacen, de lo que crean y de cómo las expresiones potencialmente patrimonializables organizan y dan sentido a sus vidas. Pero algunos ejemplos dan cuenta de los múltiples problemas que aún así pueden surgir. Tomemos por caso el de vestimentas tradicionales de los migrantes o de los indígenas cuyos bordados han sido modificados por quienes conocen las tradiciones del hacer y que además son quienes los portan: aunque no está en riesgo de desaparición la tradición del vestido, sí lo estarían los motivos con los cuales se representa el mundo social en dichas prendas, pues se incluyen figuras de Disney como el Pato Donald y otros diseños asociados a elementos globales, reemplazando a los de la cosmogonía local. Indudablemente es probable que el papel del campo institucional se orientara al rescate de los motivos tradicionales locales, retomando así las prácticas de VI Seminario sobre Patrimonio Cultural preservación clásicas; no obstante, se eludiría la participación de la población en estos cambios y sobre todo el dilema de las representaciones que van tomando espacio conflictivamente en los nuevos sentidos dados a la prenda, que incluyen la importación de elementos globales. Este tipo de vestimenta reflejaría algunos aspectos problemáticos: por un lado, intervenir sobre el producto, que sería la prenda que aún sigue vigente en los usos y tradiciones de la población, disociaría a la vestimenta en cuanto objeto de los sentidos que la propia vestimenta porta y que no sólo es rastreable en el bien de uso, sino en los significados que la misma posee; por otro lado, profundizar sobre el rescate de los sentidos coloca a las instituciones ante el problema de preservar o alterar desconsiderando las versiones seguramente conflictivas de las transformaciones hechas por la gente, cuestión que si se considera nos colocará, a su vez, ante la complejidad de qué representaciones registrar. En clave similar, la escultura sobre la Pachamama realizada por un artista local de la región del NO de Argentina, bajo la directiva del gobierno nacional en 2001, con el objeto de establecer un hito cultural local en el Camino del Inca, generó múltiples controversias a nivel de la población e incluso entre autoridades locales que se vieron sobrepasadas por el Estado nacional. El escultor diseñó una Pachamama estéticamente más joven y redondeada, muy diferente de la representación local que se atribuyen los pobladores nativos. Sin embargo, es posible que dicha representación no se constituya monolíticamente, sino entre diferentes versiones de la misma. Más allá de la intervención unilateral del Estado que operó con estrategias políticas propias del patrimonio tangible, en la actualidad vinculadas a propuestas de turismo cultural, es evidente que las diversas versiones contradictorias a través de las cuales la comunidad y las autoridades locales se representan a la Pacha, introduce el problema del dilema de representación que sin duda no se resuelve en la relación entre Estado-sociedad y con la participación directa de la población. En este sentido, la cuestión de la participación social no debería relegar aspectos vinculados a las diferentes formas de representación, de gestión y de intervención que los propios sujetos elaboran. Así, como no deberia omitir el dilema de la representación en el contexto de múltiples y conflictivas versiones de las manifestaciones desarrolladas por quienes detentan el conocimiento y las formas de hacer determinadas prácticas, y el problema de la institucionalización de una representación en el marco de experiencias y escenificaciones espontáneas, considerando las versiones encontradas y disputadas por los diversos actores. En otras palabras, ¿hasta dónde resolvería la cuestión el tomar registro de la diversidad de versiones locales relativas a la conmemoración, el culto y los rituales de la Pacha, sin riesgo de homogeneizar [ 169 ] MÓNICA LACARRIEU una representación, la más legítima? En ese caso las versiones más autóctonas se volverían insumo de una versión unificada de las mismas. [ 170 ] En la misma ciudad de Buenos Aires, la puesta en valor por parte de determinados grupos sociales de algunos cultos provenientes del interior del país, como el de la Pachamama, el del Gauchito Gil, o de fiestas locales importadas a la ciudad por bolivianos por tomar este ejemplo, ponen en debate desde donde se constituye el patrimonio de lo local. La incorporación de expresiones potencialmente patrimonializables que provienen de otros ámbitos de lo local, en la producción de espacios locales de la ciudad, conlleva la necesaria discusión acerca del sentido dado a lo local: ¿se trata de aquello que es de origen y antigüedad remota de la ciudad?, ¿es el carácter de antigüedad el aspecto fundante?, ¿es lo auténticamente porteño lo que debiera ser considerado local? En ese sentido, ¿será más porteño un acontecimiento netamente urbano, producido y recreado desde sus orígenes en el territorio de la ciudad, o debieran incorporarse los procesos de producción y constitución de patrimonio local a través de fiestas, celebraciones, rituales y cultos, expresiones de la diversidad cultural, anclaje crucial del patrimonio inmaterial? Es evidente que si lo local deviniera del carácter original, auténtico, ligado a un pasado genuino y remoto que vincula a los bienes y expresiones con los sujetos autóctonos y nativos de un lugar, en el caso de la ciudad de Buenos Aires, sería pasible de aceptación el tango y las manifestaciones derivadas del mismo, pero no así el chamamé, sería legítimo aprobar la conmemoración de la huelga de obreros en los talleres de Vasena, asi como la conmemoración que año tras año se desarrolla para el 8 de diciembre en la iglesia de la Santa Cruz, de donde desaparecieron las primeras madres de Plaza de Mayo, pero no la fiesta de San Patricio que, aunque es una celebración de carácter global, a esta altura tiene un sentido local o un sentido de origen adjuntado por las comunidades que la han adoptado. Pero ¿es más porteño el tango, el rock nacional o la cumbia? Depende de los grados de apropiación y de quienes detentan el poder material y simbólico para legitimar un género y no el otro más allá de procedencias territoriales específicas. Para el poder público y privado el tango es la música porteña por excelencia, sin embargo, para determinados grupos etarios y de cierto sector social puede serlo el rock. Asimismo, la cumbia es apropiada y consumida en forma generalizada por los grupos que han venido del interior. Se estaría planteando un problema de criterio electivo y de quién puede o no elegir, para luego activar un género y no el otro. En tanto, continúa siendo el Estado nacional el activador y legitimador de cierta expresión y no de otra, el tango no sólo ha sido VI Seminario sobre Patrimonio Cultural patrimonializado a nivel de la nación, trascendiendo el mero hecho de tener origen urbano, sino que incluso fue candidateado a la UNESCO para convertirse en patrimonio de la humanidad. En este sentido, hay manifestaciones que por hegemónicas consiguen operar más allá de las lógicas conflictivas que atraviesan lo local. LA CONFORMACIÓN DE CIUDADANÍA Y EL CARÁCTER POLÍTICO DE LAS EXPRESIONES INMATERIALES El patrimonio, como hemos dicho, es un espacio para repensar la(s) identidad(es), al mismo tiempo que un espacio de suma complejidad cuando se trata de pensar y reflexionar sobre el vínculo identidades y constitución de ciudadanía. El patrimonio constituido en torno de la nación es el producto de un entramado de recursos simbólicos hechos a medida del poder material y simbólico de quienes lo legitiman, por tanto, activados en relación a la identidad, pero a una identidad en singular. Históricamente, esta práctica propia de los estados modernos, ha contribuido en la atribución de valor simbólico a ciertos bienes seleccionados, con tal grado de eficacia simbólica que los ha vuelto incontestables, a los fines de fortalecer la identidad nacional. La supuesta falta de conciencia ciudadana que se ha atribuido a esta forma de patrimonio ha sido el resultado de bienes simbolizados sin gente y/o con gente que, sin disputa, se vinculan al mismo tiempo desde una posición simbiotizada: reinventándose en su condición de actores de perfomances ligadas al pasado representativo y desconflictivizado de dicho patrimonio. Una vez identificado, es incontestable para la construcción de identidades y el pleno ejercicio de la ciudadanía. La incontestabilidad e incuestionabilidad que ha despertado este tipo de patrimonio, nos lleva a pensar que aún con la necesidad de constitución de un ciudadano nacional, mediante la instauración de un patrimonio común a todos que, sin embargo, no es representación de todos, con el cual todos podamos identificarnos en tanto vinculados con el espacio de lo público; su activación no redundó en potenciación de la ciudadanía, sino más bien en la conformación de una ciudadanía regulada por la atribución de valor acordada por quienes han detentado el poder simbólico. Más que una apropiación del patrimonio ha habido una relación establecida desde la distancia constituida por el proceso de interiorización del mirar, en consecuencia del se mira... y no se toca peculiar a este tipo de bienes y/o espacios patrimoniales (cfr. Lacarrieu; 2000). En la medida en que es esa visión [ 171 ] MÓNICA LACARRIEU la que se legitima, se constituye un patrimonio en ausencia de gente. En tanto, el patrimonio consagrado oficialmente ha funcionado y funciona a modo de ritual de ciudadanía (Alvarez Curbelo; 2002:159) en su carácter ordenador que desde el poder público ha buscado y busca legitimar una forma de control social a través de monumentos o sitios históricos. La ciudadanía deficitaria derivada de la relación con ese proceso selectivo de bienes que el poder ha decidido salvaguardar en pos de la identidad nacional, deja latente la pregunta acerca de ¿cuál sería la forma o el recurso por el cual una sociedad democrática conquiste sus derechos en el sentido de escoger qué quiere ser, qué quiere recordar y qué olvidar? ¿Cómo construye su patrimonio e identidad? Sin duda, la respuesta que, en primera instancia, surge es: tal vez a través del pleno ejercicio de la ciudadanía. Pero una respuesta no implica necesariamente la materialización de ese ejercicio pleno. [ 172 ] En los últimos años, mucho se ha postulado acerca de la flexibilización de la visión sobre el patrimonio y la identidad, en concordancia con el aparente debilitamiento de los estados-nación, y la contribución de nuevos ámbitos como el turismo, los medios de comunicación, entre otros. Aunque el patrimonio se ha convertido en patrimonio(s), la identidad nacional parece haberse resquebrajado en múltiples identidades, y en pos de su constitución se apela a patrimonio (con) gente; la visión de la nación no parece haber desaparecido del todo ni dejado de condicionar la selección de los bienes simbólicos a patrimonializar, así como su constitución con la gente no está implicando que se desarrolle desde la gente evidenciando cuestionamientos, conflictos y contestaciones. Hay cierto consenso en un pasaje relativizaría la idea de continum evolutivo que ha llevado del patrimonio en su vínculo con lo que fuera el campo de la producción y/o industrialización al patrimonio como espacio de consumo y placer; asimismo, del papel del patrimonio como instrumento ajeno al campo de la política, o dicho en otros términos, el pasaje entre el patrimonio como campo apolítico hacia el patrimonio asociado a la despolitización de lo político -en un contexto donde parece haber primado la política de la despolitización (Bourdieu;2002). En el primer caso, se ha pretendido una ciudadanía normalizada y deficitaria, en el segundo, la conformación de ciudadanía a través de la inclusión cultural de los excluidos social y económicamente o la compensación a la ciudadanía sin derechos mediante el reconocimiento de sus diferencias inmateriales (Fiori Arantes;1996), que sólo parece posible por via de una estética decretada, del derecho a la belleza antes VI Seminario sobre Patrimonio Cultural que del derecho a decidir qué queremos ser como sociedad. La idea de participación contemplativa y de asistencia al espectáculo que ha dominado el campo de la cultura en los últimos años, provoca ilusión de participación (Miranda Vieira;1999), pero no participación ciudadana. En cualquier caso, además, se silencian potenciales identidades de resistencia y contestación. Acríticamente se supone que en ese pasaje que va del patrimonio sin gente al patrimonio con gente, de la identidad nacional a las identidades, al abusar de la memoria,a las monumentalizaciones y conmemoraciones públicas; el patrimonio se vuelve recurso eficiente y eficaz de inclusión y participación social. En este proceso ha comenzado a configurarse un diálogo sobre/entre las identidades, un diálogo en ausencia de conflicto (López;2002). Pero hay épocas en que los conflictos, los traumas o las transformaciones se vuelven tan contundentes para la sociedad, que la diversión debe acabar para dar lugar a procesos políticos y ciudadanos. Los acontecimientos recientes ocurridos en nuestro país, como producto de la crisis de diciembre de 2001, resultan fuertemente ilustrativos acerca del lugar que ha cabido a la ciudadanía cuando de patrimonio(s) e identidad(es) se trata. Vayamos al año 2002 en Buenos Aires, época de coexistencia y convivencia contradictoria de patrimonios pesados y leves y de ciudadanías en procura de nuevas identidades. Nuevas formas de ritualización del espacio público han encontrado expresión en la instauración de conmemoraciones con autocelebración y en nuevas formas de identificación, así como en el debatir memoria/olvido y construcción de ciudadanía. En relación al patrimonio han sucedido cosas bien interesantes. Basta con observar algunos ejemplos donde esa vieja tensión entre el contenido político y sentido pretendidamente apolítico del patrimonio se ha puesto de manifiesto. Tomemos por caso uno de los cacerolazos de los viernes en Plaza de Mayo, en que grupos vecinales dibujaron a lápiz, cacerolas, cucharas y tenedores, remedando el accionar del golpe de cacerolas en las paredes del Cabildo Nacional, Monumento Histórico Nacional donde además reside la Comisión Nacional de Museos y Monumentos Históricos dependientes de la Secretaría de Cultura de la Nación. Los dibujos estética y excelentemente diseñados en este sentido cumplían con las normas fachadistas de los nuevos procesos de producción de valor que se desarrollan en las ciudades contemporánea sin embargo, permanecieron el tiempo coyuntural de la manifestación pública de esa jornada. Si bien demoraron cerca de dos días en ocultar esas imágenes con pintura blanca bien diferente de la original, [ 173 ] MÓNICA LACARRIEU [ 174 ] el hecho dejó expresada la tensión entre la visión preservacionista y una mirada pública del asunto. Según la primera el Cabildo y más allá de la leyenda a la cual va asociado, aquélla del pueblo quiere saber de qué se trata del 25 de mayo de 1810 por ser monumento histórico debe ser intocable y por tanto ajeno a los avatares de lo político y de la acción ciudadana. Recientemente, una revista de tirada nacional mostraba una imagen del Cabildo con un graffiti que sólo reflejaba la palabra Trabajo, en consecuencia el sentido muy concreto de reclamo por empleo en un contexto de profundización del desempleo. Sin embargo, la propia revista fortalecía la imagen del deterioro de los símbolos emblemáticos porteños por vía de la pintada de la protesta social. Un debate que se instaló y persiste en el tiempo, toda vez que las multitudes se han reapropiado de la plaza. de contaminación ciudadana. En la cotidianeidad de una calle común de barrio, la gente es la suma de vecinos notables cuentacuentos, mientras en la Plaza de Mayo y frente al Cabildo al toque de cacerolas, esos mismos vecinos trasmutan en ciudadanos, volviéndose peligrosos y/o subversores del orden público, un orden que también atañe al patrimonio tal como ha sido legitimado. De hecho, la pintada de un extenso mural en otra calle de barrio Grito de Asencio en Parque Patricios- realizada por un grupo de jóvenes, además creadores de la murga Pasión Quemera y residentes de un lugar que cada fin de año quema el muñeco y celebra así el fin de año y el comienzo del nuevo; podría convertirse en un patrimonio local ejemplificador de la participación de sujetos locales en la revalorización de su territorialidad a través de expresiones potencialmente patrimonializables. Y es bien interesante que el mural no constituiría ruptura alguna con el orden legítimo del relato histórico nacional y La despolitización de la política del patrimonio se hace aún más evidente en caso en que las cacerolas dibujadas u otra acción similar hubiera sido idea y obra de un artista vinculado al arte público contemporáneo o de un creador de imagen y marketing cultural. En casos en que el patrimonio pudiera trasmutar en parque temático o en acción artística urbana, sin duda la despolitización se da por descontada y su inocuidad ofrece un valor de legitimidad, volviéndolo factible de ser tocado sin amenaza porteño, aun cuando se encuentra atravesado por acontecimientos político-partidarios y hechos significativamente controvertidos de nuestra historia del siglo XX (el peronismo junto a Maradona, los desaparecidos y las madres con Gardel y el tango, la guerra de Malvinas con la inmigración europea). Este tipo de controversias que sin duda remiten al orden de lo político, han llegado aún más lejos, cuando la VI Seminario sobre Patrimonio Cultural Comisión de Monumentos declaró monumento histórico nacional el edificio que actualmente ocupa el Banco de Boston en Florida y Diagonal Norte de esta capital, y al cual suelen dirigirse los ahorristas cada lunes, miércoles y viernes a martillar en sus puertas de bronce, a pintar graffittis en sus paredes, en suma a tatuar sus muros. Este acontecimiento se vivió como una provocación, de tal modo que los ahorristas inmediatamente pintaron: Monumento Nacional no, Monumento ahorristas estafados. Pero sin duda, esta marca territorial que la ciudadanía instaló como un acto político irremediable, se procura diluir bajo el manto de lo histórico y lo tangible, con connotaciones tan fuertes que llegaría hasta vociferarle a cada ahorrista que en tanto edificio sacralizado es intocable y que por tanto, de aquí será imposible que pueda sacar nada, ni siquiera el dinero de su propiedad. Se ha tratado de silenciar los sentidos disidentes, que las mismas paredes del monumento están expresando. Los monumentos, legitimados como patrimonio nacional en el pasado o recodificados como tales ante el conflicto social, buscan aportar en procesos de redención más que de reconciliación tal como lo señalara Huyssen (2002) para el caso alemán. Es probable que recordar obsesivamente el pasado nacional a través de determinados monumentos emplazados en el centro del poder político y simbólico, asi como saturar de nuevos monumentos enclavados en edificios de estilos arquitectónicos valorizables, sin embargo, vinculables a la coyuntura de crisis y conflicto actual; estén contribuyendo a procurar un sentido de sacralización que vuelva intocable y recurso del poder un bien que también es de la ciudadanía, en tanto bienes de carácter público. La ciudadanía aspira a usar, apropiarse y contestar la normalización del pasado, sin embargo, se enfrenta con la intención de dar continuidad a la refundación de patrimonios que como recursos del poder permiten acallar las voces de la crisis y el conflicto. La controversia política y el debate entre instituciones que procuran permanecer en el orden legitimado, y la sociedad que aspira a dar pelea por el sentido de sí misma, está en pleno auge. El patrimonio ha sido y es aún un elemento de suspensión del presente. Permite evadirse del presente (Fortuna;1998) por vía del pasado, recuperar una paz y estetización que ordena y armoniza, estimulando los sentidos. Pero ¿qué pasa cuando hay saturación de presente como en la coyuntura de crisis local? (Lomnitz; 2002), ¿cómo evadirse? El patrimonio es, evidentemente, un recurso en disponibilidad, pero disponible ¿para quién? La apropiación que algunas asambleas barriales hicieron [ 175 ] MÓNICA LACARRIEU [ 176 ] de este recurso durante el 2002, como las de San Telmo, resulta paradigmático de este punto. Procurando otra reescritura de la historia barrial, en una de las asambleas se promovió que San Telmo ya no tiene historia sino memoria, recuperando, desde esta consigna, el sentido social del recurso patrimonio, o más bien distanciándose de la noción preservacionista y legitimada en su tangibilidad. San Telmo ya no tiene historia sino que tiene memoria, y los límites temporales dados al pasado en cuestión ya no son los propios de la matriz colonial, sino los de la dictadura militar que sin duda han excedido el mero lugar central de San Telmo en un intento por obnubilar la historia oficial mediante un trabajo de reencuadramiento de la memoria (Pollak 1989) prestigiado incluso por la excavación arqueológica que se hace en lo que fuera un centro clandestino de detención en el lugar. El pasaje mismo desde la concepción de historia a la de memoria está colocando en el espacio público la idea misma de disputa que determinados sectores sociales del lugar fundamentalmente vecinos con diferentes pertenencias sociales, políticas y culturales procurando poner en juego un nuevo proyecto que incorpore no sólo nuevas dimensiones del pasado, de un pasado más reciente, pero que justamente por el propio conflicto que conlleva vinculado a la dictadura, permita cuestionar el poder de la historia legítima que ha llevado a la exclusión de quienes no han sido, no son, no serán parte de la misma. También en el caso de la Asamblea 20 de Diciembre que se conformó a poco de ocurrir el estallido social del 19 y 20 de diciembre, ha habido un proceso de constitución de memorias disidentes. La misma se apropió del territorio de un bar, cuyo propietario es líder de la asamblea, en una esquina del centro histórico fuertemente caracterizada por contener residentes de casas tomadas, alejada del núcleo duro del lugar, o sea de la Plaza Dorrego. Recientemente y debido a que un grupo de vecinos notables del lugar realizaron un acto contra determinados sectores del barrio, la Asamblea 20 de Diciembre decidió contestar lo que consideraron un acontecimiento del poder, apropiándose por unas horas de la misma esquina que utilizaron los otros, en la Plaza Dorrego. No sólo el acto en sí constituyó una disputa al Grupo de Vecinos Notables, sino a todo el producto San Telmo, tal como se ha venido constituyendo desde los años sesenta para acá. Y nótese cuánto más dura ha sido dicha pelea respecto de las llevadas adelante por la Asamblea de Plaza Dorrego: son los sectores populares, ilegales, sin techo, desocupados, quienes ocuparon la escena de los anticuarios, cafés, clases medias. Ellos mismos son los que desde esa posición social discuten el sentido oficial dado al lugar desde diferentes asuntos: con una feria popular que se constituye para los fines de VI Seminario sobre Patrimonio Cultural semana pero en forma diferenciada de la de anticuarios y de la alternativa cultural, ésta procura contribuir a generar un tipo de empleo apropiándose de un espacio local (el Pasaje Giuffra), diferenciándose desde lo popular y recurriendo a estrategias vinculadas a los mercadillos donde se vende de todo; procurando otra reescritura de la historia barrial, esta vez más ligada a lo popular y para ello se usa aquella vertiente que no ha sido oficializada, la de los negros que vivieron en el barrio, y desde ahí la de los sectores negritos populares que son ellos mismos y que se sienten en cierta forma descendientes de aquéllos. Resulta interesante que este reencuadramiento se intenta desde lo ilegítimo de la historia barrial, aunque utilizando para su legitimación símbolos de la cultura que contribuyen a la disputa: el candombe se vuelve la música legítima del lugar, mientras el tango la versión foránea que ha llegado para excluir a los sectores de la cultura popular y en ese sentido, la creación de una murga que se expone incluso en el acto tiende a reafirmar esta cuestión. La reescritura se observa más ligada a lo popular y para ello se usa aquella vertiente que no ha sido oficializada, la de los negros que vivieron en el barrio y desde ahí la de los cabecitas negras que son quienes conforman el espacio asambleístico y que se sienten en cierta forma descendientes de aquéllos. Resulta interesante que este reencuadramiento se intenta desde lo ilegítimo de la historia barrial, aunque utilizando para su legitimación símbolos de la cultura que contribuyen a la disputa: para quienes contestan el patrimonio oficial, el candombe se vuelve la música legítima del lugar, mientras el tango, la versión foránea, que ha llegado para excluir a los sectores de la cultura popular. En ese sentido, la creación de una murga, con integrantes de la asamblea, tiende a reafirmar la nueva versión. Ambos casos expresan las disputas que parte de la ciudadanía hace al patrimonio legitimado, y desde allí vuelve al mismo un recurso de la política, disputando en el terreno de la esfera pública el sentido social y político de su existencia. Desde esta perspectiva, es en lo público, más que en lo estatal, donde parece estar dándose la lucha por la apropiación de sentidos, sin embargo, la disputa no consigue otorgar visibilidad pública al conjunto de los ciudadanos involucrados, ni todos pueden hacerse oír y escuchar. La presencia de una historia y patrimonio hegemónico no puede desplazarse para dar lugar a otros procesos de construcción de las memorias como el de los derechos humanos y los desaparecidos, o como el de los negros que con su candombe inundaron también las calles del centro histórico. En tanto es así, los sectores populares (del Padelai o de otros conventillos actuales o de casas tomadas) no son herederos naturales de esa Buenos Aires, más bien son los desheredados del modelo cultural [ 177 ] MÓNICA LACARRIEU implantado por aquellos inmigrantes, asimismo, valorizados por la cultura del trabajo que supieron forjar los vecinos históricos de San Telmo ante el reciente suceso, no sólo volvieron a la escena pública, sino que recrearon un discurso moralizador del ciudadano dignificado por el trabajo y por las cualidades de aquéllos que aunque fueron pobres en conventillos hacinados, supieron elevarse socialmente, dignificando también los lugares de la ciudad. Los oriundos del barrio como los auténticos vecinos de otros barrios son los grupos sociales que con recursos materiales y simbólicos, procuran dar continuidad al modelo legítimo de ciudad. [ 178 ] El tiempo de crisis, sin embargo, no acaba con la visión que ha prevalecido en torno al patrimonio de la modernidad, que no es otra que observarlo como un recurso de lujo, antes que de la crisis, más un producto de la alta cultura que de la ciudadanía. Es en la memoria en que se coloca el espacio de la resistencia. Este dilema, en torno al cual aún gira la noción de patrimonio, también ha sido vislumbrado en situaciones promovidas por organizaciones políticas y en el seno de asambleas barriales. En el año 2003 fue ocupada la casa más antigua de San Telmo y este hecho en sí mismo, el de la ocupación/toma de vivienda, que en otros casos se legitima sin más como derecho a la ciudad de quienes menos tienen, en esta oportunidad generó controversias internas a las organizaciones sociales y políticas comprometidas en el asunto: por el lado de la asamblea barrial, la duda giró en relación a hasta dónde legitimar la ocupación de una casa-patrimonio -el patrimonio debe evitar toda contaminación de pobreza y crisis, por el contrario debe ser maquillado para su exposición-; por el lado de la organización política, se constituyó en un recurso para dar batalla al poder local y resistir la ocupación, pero con la ambigüedad de estar reivindicando un bien accesorio -la cultura es accesoria, mientras los alimentos, vivienda, trabajo son efectivamente derechos a conquistar y que sí vale la pena reivindicar-. En ambos espacios el asambleístico y el vinculado a la organización político-popular- se gestó un debate en torno a la noción, legitimación y reivindicación del patrimonio, pero sin duda, desde la misma visión ya legitimada, es decir, aquella vinculada al poder. Ante la alternativa de aunar el recurso patrimonio al conjunto de los derechos sociales insatisfechos, prima el lugar dado al patrimonio en las sociedades modernas. En ese sentido, es un recurso disponible y como tal fue utilizado en la retórica de la organización política, sin embargo, un recurso escasamente disponible para los sectores populares y empobrecidos en épocas en que los derechos inmateriales, es decir los culturales e identitarios, parecen estar en auge, quienes reivindican derechos del orden socioeconómico observan con cierto desgano y desprecio VI Seminario sobre Patrimonio Cultural la cultura y el patrimonio como recurso y atajo para reconquistar ciudadanía. Los ejemplos permiten observar hasta dónde la ciudadanía se involucra con esta problemática, haciéndolo desde la disputa, en franca contradicción con el poder, incluso contestando al poder, o bien recuperando la necesidad de la identidad nacional mediante el uso de símbolos (como placas, etc.) propios de la modernidad, o ligándose a procesos de memorización antes que de patrimonialización. Entre ambos caminos se intersecta la ambigüedad dada por una visión naturalizada, que automáticamente muestra y coloca al patrimonio como un bien museístico intocable e incontaminable de todo aquello que parece feo, sucio y malo. En este sentido, resulta imprescindible pensar en estrategias de gestión que incluyan la visualización del carácter político de las experiencias inmateriales, procurando la comprensión de formas de apropiación, de representaciones y prácticas desarrolladas por las comunidades y que en la mayoría de las veces entran en contradicción con los instrumentos políticos y legales que el campo institucional elabora. No obstante, reflexionar sobre el carácter político implica visualizar que las demandas y disputas producidas en este campo desde las culturas locales, por el sentido social y político de su existencia, se constituyen en el terreno de la esfera pública, más que en la estatal. Es allí donde los grupos sociales procuran lograr visibilidad pública, resistir, negociar, aunque no todos puedan hacerse oír y escuchar. Tal vez el caso más paradigmático y en cierta forma único, que ha logrado trascender y vincularse entre procesos de disputa vinculados a la memoria disidente y su legitimación institucional en el campo del patrimonio local, es el de las murgas. Las mismas han conseguido traspasar las fronteras que dividen la memoria del patrimonio, institucionalizándose como patrimonio cultural de la ciudad mediante una legitimación hegemónica de las mismas en el contexto del campo de lo popular y por oposición a las expresiones tangueras más universalizantes y elitistas; pero también operando según la lógica de las memorias de la resistencia: participando de festivales en homenaje a los desaparecidos, en el escenario de la protesta social, en consecuencia contestando desde la esfera pública los usos hegemónicos del pasado, sin embargo, con la legitimación dada por la esfera estatal, lo que ha permitido su imposición como visión patrimonial de los sectores populares hacia el territorio de la ciudad en su conjunto. [ 179 ] MÓNICA LACARRIEU BIBLIOGRAFIA CITADA Alvarez Curbelo, Silvia (2002) Que te coge el holandés: miedos y conjuros en la ciudad de San Juan, El Miedo. 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Estoy partiendo de la idea de que ahora la esencia se busca en cada una de estas diferencias. no se homogeneiza a un boliviano, y los bolivianos, esto también hay que tenerlo en cuenta, negocian, manipulan, utilizan esto como un recurso para poder apropiarse mejor del espacio público, para visibilizarse mejor, para tratar de legitimarse y también para ser menos discriminados por el resto de la sociedad. Entonces, no sé si el patrimonio lograría, si sigue constituyéndose de esta manera, evadirse de esa pureza cultural, me parece que tendríamos que discutir esta idea de identidad que se habló esta mañana. PÚBLICO En la perspectiva de institucionalización o [ 181 ] DIALOGO CON EL PUBLICO [ 182 ] patrimonialización de la memoria, ¿cómo entender la supresión del 11 de septiembre. Como día de fiesta oficial, considerando su fuerte carga simbólica? toda la discusión que ha habido en torno de qué hacer con ese lugar, qué hacer con ese día, con todo lo que ha significado eso, es un tema bien complejo. MÓNICA LACARRIEU PÚBLICO Bueno, justamente porque opera la institucionalización y porque, de alguna manera, es el poder del Estado el que está decidiendo qué se carga simbólicamente, qué se olvida, qué se recuerda. Kirchner decidió sobresaturarnos de museos de la memoria, reconociendo la dictadura militar, como si el reconocimiento pasara solamente por ahí, la legitimidad y todo lo que debiéramos pensar sobre esa época. De cualquier manera, creo que es un avance. Creo que estas fechas, las conmemoraciones, son vehículos de la memoria que están cargados de poder, de relaciones, de intereses políticos que, sin duda, operan sobre la ciudadanía, ¿cuál es el lugar de la ciudadanía en esto? Los feriados tienen mucho que ver con el turismo, esto de pasar la mayor parte de las conmemoraciones al día lunes, cosa de extender el fin de semana... esto no ha entrado en discusión, por ejemplo, porque hay fechas que no tienen demasiada carga simbólica y otras que sí, porque son del pasado reciente y generan mucho conflicto. Justamente porque generan mucho, el poder necesita atenuar, diluir. Piensen en el otro 11 de septiembre, en ¿Cómo se relacionan, si es que tienen algún tipo de relación, el concepto de memoria y el concepto de representación social de Serge Moscovici? MÓNICA LACARRIEU Sí, claro que tiene mucha relación, la memoria es la que nos representa, normalmente se construye a partir de eventos o experiencias que a veces hemos vivido, sobre todo de las representaciones que nos hacemos de ese pasado, de eso que se supone que hemos vivido o que alguien nos ha contado. Lo mismo el patrimonio, también es una activación de representaciones y de prácticas que se desarrollan en función de esas representaciones. Por eso yo hablaba del dilema de las representaciones, que tiene que ver con la construcción simbólica, con eso que se recorta simbólicamente como legítimo para unos actores sociales y no para otros. Está fuertemente vinculado y por eso es tan complejo operar institucionalmente sobre esto. VI Seminario sobre Patrimonio Cultural Algunas consideraciones sobre El patrimonio cultural inmaterial: un recurso político en el espacio de la cultura pública local Para alcanzar una reflexión radical sobre el patrimonio se hace necesario eliminar provisoriamente el museo y el objeto (o, por lo menos, restarle protagonismo) para resituarlos, más tarde, en un contexto intelectual más amplio y autónomo. LORETO F. LÓPEZ G. Licenciada en Antropología por la Universidad de Chile. Investigadora del Departamento de Estudios del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes. (Lloren Prats. Antropología y Patrimonio. Ed. Ariel. 1992) [ 183 ] LORETO F. LÓPEZ G. D esde un tiempo a esta parte, hablar de patrimonio intangible o inmaterial parece haberse convertido en un punto obligado en las conversaciones que se sostienen sobre patrimonio en los países latinoamericanos. Sin embargo, la definición de lo que hoy puede considerarse como patrimonio intangible no está exenta de las imprecisiones y debates propios de un concepto de carácter emergente. Es muy probable que la discusión del concepto no sólo se deba a su novedad, sino también a un cierto contexto de ausencia institucional, aunque sin duda lo persigue, o lo persiguen quienes tienen muchas expectativas respecto de este tipo de patrimonio. [ 184 ] Si el patrimonio (tangible), como fenómeno social, surge y se legitima al alero de proyectos nacionales o republicanos, junto a una institucionalidad que garantizará la pervivencia y adhesión al patrimonio, el patrimonio intangible, por su parte, ha gozado más constantemente de la promoción que UNESCO ha hecho de él en los últimos años, que de políticas y respaldos institucionales de amplia trayectoria. En ningún caso ello quiere decir que UNESCO sea el garante institucional del patrimonio intangible (algunos lo pensarán), pero sí un importante orientador para otras instituciones nacionales que deciden incorporar este patrimonio como objeto de sus políticas patrimoniales. Hay países que sin duda tienen una aproximación al tema mucho anterior a las iniciativas impulsadas por UNESCO, y ello denota una relación con su herencia, identidad y cultura que diversifica las alternativas de patrimonialización. Ahora bien, en este escenario donde el patrimonio intangible parece destinado a la consolidación como un nuevo tipo de patrimonio, a partir del cual desarrollar todo tipo de líneas de investigación, fomento, rescate o reproducción, y finalmente gestión, subsiste aún la interrogante sobre de qué hablamos cuando hablamos de patrimonio intangible, ¿se trata de lo inmaterial en el patrimonio? ¿o del patrimonio inmaterial? Algunas aproximaciones iniciales sobre el patrimonio intangible consideran lo inmaterial como una dimensión del patrimonio, la dimensión significativa o simbólica. Ello quiere decir que lo intangible estaría presente en todo tipo de patrimonio, pero eso tiene menos rentabilidad política, ¿quién podría apropiarse de aquello?(23), supondría únicamente intentar restituirle a la materialidad la significación que le otorga sentido. (23) Sin duda sería de gran rentabilidad disciplinaria para los interesados en el estudio de los símbolos y significados. VI Seminario sobre Patrimonio Cultural Por otra parte, y con mayor popularidad, se habla de lo inmaterial como un tipo de patrimonio, como la naturaleza de cierto patrimonio. Desde esta perspectiva, se produce la sustitución de una materialidad por otra, claro, ya no hablamos de objetos inanimados, como edificios o monumentos, hablamos de festividades, de eventos, de ocasiones, de saberes que se transmiten, de formas de transmisión, de espacios culturales donde ocurren cosas, y por cierto de personas (nada más animado que eso). Pero materialidad, al fin y al cabo, de otro orden, aunque la función que este patrimonio cumple respecto de la identidad y la cultura es la misma que el otro. A partir de las ideas expuestas por Mónica Lacarrieu, me parece que podríamos pensar en lo inmaterial como el espacio donde lo simbólico y representacional está más vivo, o es más evidente. Aquí entra el concepto de eficacia simbólica(24). La eficacia simbólica se ejerce, no la portan los objetos por sí mismos, es necesario que intervenga un conjunto de acciones para activar la eficacia simbólica de un objeto, en el momento que entran preferentemente en un sistema de acciones o en el contexto de experiencias performáticas, se actualiza el vínculo del objeto o del referente material, (24) Ver capítulo La Eficacia Simbólica, en Antropología Estructural, Claude Lévi Strauss. Ed. Paidós. 1995. con experiencias, recuerdos y significaciones portadas por los sujetos o colectivos sociales. En este sentido, el patrimonio intangible tendría un efecto retrovinculante, por llamarle de alguna forma, es eficaz en la medida que cohesiona, pero en torno a una herencia compartida, a una experiencia de lo que ha venido siendo. A su vez, las denominadas expresiones mínimas, en el texto de Mónica Lacarrieu, contrastan con lo monumental, las primeras parecen sostenerse más en el sentido que en la monumentalidad, y más aún, al tratarse de acciones, prácticas o ritos, suponen una voluntad (de acción) por parte de los sujetos, en lo que podríamos encontrar entonces un sentido que moviliza más eficazmente. Cual sea la definición que pueda arriesgarse para el patrimonio intangible, me parece que ambos patrimonios, el material y el inmaterial, pertenecen al mundo de lo simbólico, la diferencia radicaría en la forma en que acceden a ese mundo, o la forma en que lo simbólico circula o se actualiza en cada patrimonio. Pero en el caso del patrimonio intangible, nos aproximaríamos cada vez más a la reflexión sobre lo que sostiene al patrimonio: no es la integridad material [ 185 ] LORETO F. LÓPEZ G. (que de hecho puede desvanecerse o desmoronarse), sino la integridad simbólica(25). Hasta aquí las consideraciones sobre delimitación, puesto que en rigor en el texto que nos propone Mónica el patrimonio inmaterial aparece signado por el uso que de él hacen los grupos territoriales, ya sea para escenificar su memoria o como un espacio de transición hacia formas institucionalizadas de ella. Al respecto, resulta iluminador pensar en la memoria como un lugar menos institucionalizado, o en ausencia de institucionalidad, mientras el patrimonio propiamente tal vendría a ser el lugar de lo institucional. [ 186 ] A ello agregaría, como para no caer en la idea de si nos vamos por el lado de la memoria encontraremos más rápidamente la voluntad ciudadana o popular no coercionada, que la memoria tendría además sus propias políticas o formas de administración. Sus propios criterios de selectividad y olvido construidos desde el presente, que es el supuesto con el que se opera cuando se intenta reconstruir un relato de vida, por ejemplo, (25) Sin duda esto constituye un enfoque para mirar el patrimonio, ya que también habrán miradas que continúen concentrándose únicamente en los aspectos formales, como las características de las acciones, los colores de los trajes usados en los bailes, las entonaciones de las canciones, etc., sucumbiendo a ratos a un análisis meramente descriptivo del fenómeno. la reconstrucción del pasado desde el presente, donde la memoria es el hilo conductor, el camino, que puede ir variando con el paso del tiempo. Entonces además, no habría que buscar sustituir patrimonio por memoria, pues se trataría de fenómenos distintos, aunque vinculados, y que de hecho pueden coexistir. Al respecto, recordé algo que escuché en una reunión institucional sobre los sitios del patrimonio mundial, referente a Humberstone. La persona que intervenía decía que estaban empezando a trabajar con los pampinos (que vendrían a ser el colectivo más directamente asociado a ese patrimonio, la voluntad ciudadana), pero que había costado un poco que ellos entendieran este concepto de que el patrimonio debe permanecer o manifestar la pátina del tiempo, pues ellos querían ver a la salitrera pintada, con las casas y edificios perfectamente restaurados como eran antes. Claro, los pampinos de Humberstone están más conectados con la memoria que con el patrimonio, ellos quieren ver a la salitrera como está registrada en su memoria (o como sus abuelos y bisabuelos les hablaban de Humberstone), y no como lo dictan las políticas internacionales del patrimonio (UNESCO). Ellos tenían VI Seminario sobre Patrimonio Cultural una memoria muy poco domesticada o controlada, pueden coincidir en lo que hay que recordar, pero no en cómo hay que recordarlo. El disciplinamiento puede ir tanto por el lado de los contenidos (qué patrimonializar) y de las formas (cómo patrimonializarlo, cómo escenificarlo)(26). Por otra parte, pretender la institucionalización de la memoria por la vía del patrimonio tiende sin duda a la normalización, a la desconflictuación, a la idea del todo homogéneo y cohesionado, ausente de conflictos y tensiones. Omitiendo u ocultando desencuentros, contradicciones y pugnas internas, cuando se intenta representar un patrimonio local, de nosotros, para los otros. Incluso en términos morales, al parecer el patrimonio, porta un sentido de trascendencia que lo sitúa más allá del bien y el mal, pero que siempre tiende al bien. Parece enajenado de acciones mundanas, pero sometido irremediablemente a ellas, como la venta, el desmantelamiento, la erosión, la explotación y por cierto la propia disputa sobre él, encubierta por la idea de que hay una relación unívoca, directa y natural entre memoria, identidad y patrimonio. (26) Aquí se desliza un problema particularmente inquietante para los especialistas: ¿por qué es necesario indicarle a la gente cómo debe vivir su memoria o gestionar su pasado? Finalmente, ¿no será el patrimonio inmaterial un camino más largo, autoimpuesto, para poder abordar problemas relativos a la naturaleza del patrimonio como fenómeno social, y a su constitución e instrumentalización como fenómeno político? Es decir, en parte el patrimonio intangible ha permitido iniciar una reflexión y debate sobre estos problemas, pero también podríamos agregar que la ineludible realidad del turismo ha contribuido a despertar dudas y ha hecho visibles ciertos conflictos en torno al uso del patrimonio. Probablemente la declaración de Valparaíso (aunque sólo una parte de él, pero simbólicamente toda la ciudad) no hizo más que evidenciar procesos de construcción y apropiación patrimonial, que permanecían en los límites de la privacidad local, pero no por eso menos presentes. Sin embargo, para no entrar tan directamente en el problema planteado, digamos al menos, y como lo propone Mónica, que la importancia de hablar hoy sobre patrimonio intangible, puede rastrearse en la comprensión de éste al menos como estrategia y recurso de nuevas formas de reconocimiento social e identitario. Desde aquí, las instantáneas locales no son sólo el contrapunto de lo nacional, o una fuente para obtener buenas anécdotas o para que la gente se sienta liberada [ 187 ] LORETO F. LÓPEZ G. de lo que uno supone es la opresión institucional pública, sino que vendrían a ser el espacio que nos permite observar el proceso de construcción o activación de patrimonios, y de muchos otros fenómenos que circulan por cauces desinstitucionalizados, como las formas de escenificación de las memorias, las disputas por los emblemas o la propia reproducción del discurso hegemónico que el Estado ha construido y reproducido sobre el patrimonio (nacional). Estar dispuesto a entrar en estas lides, permitiría además entender que la participación social (ciudadana) en los procesos de construcción de patrimonios locales, tal como lo dice Mónica, no debiera relegar aspectos vinculados a las diferentes formas de representación, de gestión y de intervención que los propios sujetos elaboran. Esa alternativa es sin duda más ardua y costosa, si se trata de gasto público, pero a la larga más efectiva. [ 188 ] Para finalizar, me parece necesario rescatar algunas preguntas planteadas por Mónica, y que a mi juicio debieran orientar la reflexión sobre el patrimonio en nuestro país: ¿cuál sería la forma o el recurso por el cual una sociedad democrática conquiste sus derechos en el sentido de escoger qué quiere ser, qué quiere recordar y qué olvidar?, ¿cómo construye su patrimonio y su identidad? VI Seminario sobre Patrimonio Cultural [ 189 ] DIRECCIÓN DE BIBLIOTECAS, ARCHIVOS Y MUSEOS DIBAM 2004 Directora de Bibliotecas, Archivos y Museos Representante Legal CLARA BUDNIK SINAY Auspicio UNESCO CODELCO ORGANIZACIÓN Departamento de Prensa y Relaciones Públicas Unidad de Estudios y Desarrollo Organizacional EDICIÓN Patricio Heim DISEÑO Alt 164 [Taty Mella - Marcos Correa] CORRECCIÓN DE TEXTOS Héctor Zurita [ 190 ] AGRADECIMIENTOS Nescafé Departamento de Prensa y Relaciones Públicas Avenida Libertador Bernardo O'Higgins 651 Santiago, Chile Teléfono 360 53 30 / Fax 632 48 03