El mito: como forma de pensamiento y modelo de explicación de la realidad. En el cuarto cerrado, que ya no está defendido por la presencia de una madre, el universo recobra su carácter amenazador; los rayos de la luna o los susurros del viento hacen surgir seres maléficos: imaginarlos, llamarlos hadas o genios, ya es hacerlos propicios, y actuar sobre ellos acercándolos a nosotros. Los orígenes de la humanidad constituyen y constituirán siempre un misterio, al que la ciencia podrá acercarse sólo asintóticamente, pues la hominización conlleva un elemento espiritual, que no queda encerrado en los restos fósiles y escapa en consecuencia a la paleontología. Con la finalidad de estudiar el modo de pensar del hombre a lo largo de la historia, abordaremos en este texto las características del mito, como tipo de explicación o modo de pensar y concebir el mundo. Suele decirse que la filosofía y la ciencia aparecen cuando se abandona el mito, sustituyéndolo por la explicación racional. Utilizamos la expresión “explicación racional” para traducir el término griego “logos”. La filosofía surge, pues, cuando el “logos” sustituye al mito en la tarea de explicar la realidad en toda su complejidad: el universo físico, la naturaleza individual humana, la convivencia social con sus implicaciones de carácter político y moral. Una cuestión nos interesa analizar, ¿en qué consiste el pensar mítico, que se abandona y el pensar racional, que se le opone?. Propuesta de lectura de textos Sugerencias para el Docente En general cabe entender el mito por el conjunto de narraciones y doctrinas tradicionales de los poetas (especialmente Homero y Hesíodo) acerca del mundo, los hombres y los dioses. Como conjunto de estas narraciones y doctrinas, el mito se caracteriza por ofrecer una explicación total, una explicación en que encuentran respuestas los problemas y enigmas más acuciantes y fundamentales acerca del origen y naturaleza del universo, del hombre, de la civilización y la técnica, de la organización social, etc. Tipos de Mitos Por mito, cabe entenderse también, no solamente el conjunto de las narraciones tradicionales de los poetas, sino una actitud intelectual, algo así como el esquema mental que subyace a tales explicaciones. Las características peculiares del mito así entendido, es decir, en cuanto actitud intelectual ante la realidad, son varias. De ellas nos importa considerar dos fundamentales. En primer lugar, en el mito las fuerzas naturales (el fuego, el viento, etc.) son personificadas y divinizadas: se trata de dioses personales, cuya presencia y actuación como tales se deja sentir continuamente en el curso de los acontecimientos. En segundo lugar, y en consecuencia con lo anterior, los fenómenos y sucesos del universo se hacen depender de la voluntad de un dios (de los dioses en general). Las consecuencias de esto son fácilmente comprensibles: los fenómenos naturales son en gran medida imprevisibles, suceden de un modo arbitrario, dependen en su curso de la voluntad antojadiza de la divinidad. Resulta obvio que dentro de estas coordenadas es imposible la ciencia. La ciencia sólo es posible como búsqueda de las leyes, de las regularidades que rigen la naturaleza y ¿cómo intentar siquiera descubrir las leyes que rigen el universo, si se niega por principio su misma existencia?. Mircea Ëliade, el gran historiador de las religiones, ha estudiado en diversas obras lo que el mito era y significaba para las sociedades primitivas y arcaicas. Según este autor: En el pensamiento de estas sociedades, el mito expresa la verdad absoluta, puesto que cuenta una historia sagrada, esto es, una revelación transhumana, que tuvo lugar al alba del gran tiempo, en el tiempo sagrado de los comienzos. Al ser real y sagrado, el mito se convierte en ejemplar y en consecuencia repetible, pues sirve de modelo y juntamente de justificación de todos los actos humanos. En otras palabras, un mito es una historia verdadera, que pasó al comienzo del tiempo y que sirve de modelo para el comportamiento humano. Imitando las acciones ejemplares de un dios o de un héroe mítico, o simplemente contando sus aventuras, el hombre de las sociedades arcaicas se arranca del tiempo profano y alcanza en forma mágica el gran tiempo, el tiempo sagrado. De este modo, el mito es concebido por la mentalidad primitiva como una historia verdadera, porque aunque hace referencia a unos hechos preterhumanos, constituye una explicación de la situación actual del hombre y del mundo. Así, el mito se nos presenta como el producto de una imaginación creativa, de tal vigor que cautivó el pensamiento de toda la colectividad en tal medida que el mito llega a convertirse en una expresión del pensar colectivo. Y precisamente por ello, su transmisión se hace sin que medie una nueva reflexión de tipo personal. Junto a Félix Guirand, podemos afirmar que los mitos son esencialmente materia social y sería desnaturalizarlos el aislarlos del grupo humano en que han nacido y para el que se han hecho. Aquí, es interesante resaltar un nuevo aspecto de este tipo de pensamiento, no es sólo característico de las sociedades primitivas. Mitos Modernos No es cierto que el hombre, con el avance de la cultura y el conocimiento, posee en la actualidad, únicamente, una forma de pensamiento relacionada con las características del pensar científico. En efecto, los historiadores actuales del pensamiento humano, no se contentan ya con ese esquema. Si cada uno de nosotros se interroga con sinceridad, se verá obligado a reconocer que el mito está lejos de ser ajeno a nuestro pensamiento cotidiano, y que incluso no se opone de ningún modo, por su esencia, al pensamiento científico. El mito, al igual que la ciencia, tiene la ambición de explicar el mundo, haciendo inteligibles sus fenómenos. Igual que ella, pretende ofrecer al hombre un modo de actuar sobre el universo, asegurándole su posesión espiritual y material. Ante un universo lleno de incertidumbres y de misterios, el mito interviene para introducir lo humano: las nubes del cielo, la luz del sol, las tempestades del mar, todo lo inhumano, pierde una buena parte de su carácter aterrorizador, en cuanto se cree discernir en ello, unas intenciones, una sensibilidad, una motivación análogas a las que todo individuo experimenta cada día. Sin duda, afirmaremos, pero las “explicaciones” propuestas son pueriles y falsas. Sin embargo si el mito es error, ¿no lo son también las “verdades” científicas, destinadas a ser perpetuamente superadas?. El mito y las “verdades” provisionales de la ciencia son sólo aproximaciones diferentes de la “verdad” ese enigma del mundo que sigue estándonos cerrado, tras de tantos trabajos y descubrimientos. Lo cierto es que el mito, responde a una necesidad fundamental del espíritu humano, y para darse cuenta de ello, no es necesario hacerse artificialmente un pensamiento “primitivo”: basta recordar nuestras impresiones de niño. Después de todo, la “verdad” científica no desempeña más que un papel muy débil en nuestra vida diaria más íntima, y lo que conocemos con la razón es muy poca cosa al lado de lo que creemos o de lo que imaginamos. Todo lo que en nosotros no está iluminado por el conocimiento racional pertenece al mito. Este no es más que la defensa espontánea del espíritu humano ante un mundo initeligible u hostíl. En el cuarto cerrado, que ya no está defendido por la presencia de una madre, el universo recobra su carácter amenazador; los rayos de la luna o los susurros del viento hacen surgir seres maléficos: imaginarlos, llamarlos hadas o genios, ya es hacerlos propicios, y actuar sobre ellos acercándolos a nosotros. Incluso en ese estadio elemental, tal como nace espontáneamente en el alma infantil, el mito no es fundamentalmente religioso: los “espíritus” de los bosques de la luz, de las aguas, no son divinidades, sino solamente presencias, capaces de actuar en dominios sobre los que no tenemos ningún poder. El parentesco que le suponemos con nosotros mismos nos permite influir sobre ellas por la persuasión, el ruego, la constricción mágica, acrecentando así y prolongando nuestra acción en el mundo. Es muy raro que el mito sea un sueño gratuito: más bien, en su esencia, es una hipótesis de trabajo, un intento de salir de la impotencia en que nos encontramos. El mito sigue cumpliendo su papel – su verdadero papel – que es consolar, quitar al alma el peso de una preocupación abrumadora, y liberar al espíritu para otras tareas asegurándole el auxilio de una verdad. Bibliografía: Dóriga, E. Metodología del pensamiento. (sin más datos). Grimal, P. Mitologías. (1963). Librairie Larousse. Navarro Cordón Calvo Martinez (1983) Historia de la Filosofía. C.O.U.