CURSO VIRTUAL PEDAGOGÍA DE LA TERNURA TERCERA UNIDAD TEMA 3 3. El Eros Pedagógico de la pedagogía de la ternura El eros pedagógico está ligado a lo que podríamos llamar las paradojas de la pedagogía de la ternura que son simultáneamente la metáfora del antifatalismo y la parábola del optimismo pedagógico. Señalemos algunas cuando desde los orígenes, entre nosotros, del discurso de la pedagogía de la ternura, ésta empezara a dejarse oir: a. Afirmar el valor de los no reconocidos en igualdad de derechos; b. Afirmar el valor y significado de los sin «valor de uso, de cambio», sin valor«agregado» como refiere Helmut Witemberger refiriéndose a los niños y niñas trabajadores 1; c. Afirmar la posibilidad de recuperar a los «descartables» como se llamaba en Colombia a la población numérica, con frecuencia objeto de políticas de limpieza social; d. Afirmar la posibilidad de resignificar la vida de quienes socialmente se les considera en «fase humana terminal»; e. Afirmar la necesidad del afecto y amorosidad en contexto con tendencia a cierta banalización del amor humano; f. Afirmar el carácter público y político de la ternura cuando ésta ha sido relegada al ámbito de la privacidad; g. Afirmar la ternura como una virtud política- como entendía Aristóteles la philía- necesaria en la transformación de la democracia en un modo de vida, cuando ésta tiende a ser apenas un régimen constitucional. Hablar de eros pedagógico refiere a la capacidad de convicción y apasionamiento. No es el maestro o el docente o el pedagogo quien debe estar henchido de eros pedagógico; el reto es que éste emerja también en el discípulo, que se encienda de tal manera en él el fuego no sólo por conocer, por aprender, sino por compartir lo sabido, lo conocido, lo aprendido. Sería un error pensar que el portador del eros pedagógico sea sólo el preceptor, el filósofo, el mayeuta. Como refiere Bedoya, «entre Sócrates y sus interlocutores mediaba en cierta forma lo que hoy podemos llamar una «relación amorosa» entre maestro y discípulos». Y continúa señalando que «esto se da cuando el pedagogo, desea, quiere el progreso de sus discípulos. Anhela o espera que cada uno llegue a investigar y a conocer como él ya lo ha hecho, o mejor, ya lo está haciendo. Pretende que se despierte en ellos el verdadero deseo por el conocimiento. La actitud del maestro hacia el alumno se puede caracterizar como una «voluntad erótica»...lo que debe infundir o ayudar...a que surja en el alumno es este amor o deseo de conocer, esa capacidad de asombro, esa curiosidad natural o innata...»2 Nosotros simplemente haríamos girar el acento hacia lo que venimos llamando el conocer, el deseo de conocer y de aprender la condición humana como resultado de descubrir que es por la amorosidad y la sensibilidad solidaria conjuntamente que se aprende la condición humana; aprender entonces y desear y seguir deseando aprender la condición humana, en su complejidad, en la trascendencia de su capacidad de amar, de saberse y experimentar el ser amado. Y es que la práctica de la pedagogía de la ternura ella misma es experiencia y es mensaje, es proceso y es proyecto, es teoría que se eleva a praxis. Desde el enfoque clásico del eros pedagógico, encontramos evocaciones de lo que se ha llamado la educación entendida como autoeducación; pero además en relación directa con el protagonismo 1 H. Wintersberger «Niños como productores y consumidores. Sobre la percepción del significado económico de las actividades de los niños» en , Rev. I. Nats,2003, n. 10, p11-27; ver Olga Nieuwenuhuys, «Las peores formas de trabajo infantil y lo peor para los niños trabajadores: el tema del trabajo infantil, explotación y la cuestión del valor», ib., p. 77-88. 2 Op.cit, p.44. -del que nos ocupamos más adelante- En particular cuando afirmamos que sólo va deviniendo protagonista quien contribuye a que otros también vayan siendo protagonistas de su vida, de su historia. No obstante cabe preguntarse si por eros pedagógico podemos entender una expresión del llamado amor erótico o más bien del amor fraterno o filial. Fromm nos advierte sobre esta necesaria distinción que además trae implicaciones para la propia relación pedagógica cuando ésta se da fuera del marco de la relación familiar, tanto entre padres e hijos como de éstos entre sí. Y es que «el amor erótico es el anhelo de fusión completa, de unión con una única otra persona. Por su propia naturaleza, es exclusivo y no universal; es también, quizás, la forma de amor más engañosa»3 Sin un buen entendimiento de la naturaleza del amor erótico, es decir del eros, en terrenos estrictamente pedagógico podemos tropezar con serios equívocos. Pero no obligatoria y fatalmente existe una relación entre amor erótico y relación carnal o deseo de unión física. El eros pedagógico requiere estar simultáneamente orientado por el amor fraterno cuando ingresamos al terreno de relaciones de carácter formalmente educativo o en el del ejercicio profesional del acompañamiento, de la escucha y de la orientación en la que nos toca jugar un papel que refleja cierta superioridad; en otras palabras cuando la relación es desventajosamente asimétrica y ocupamos el lugar de mayor asignación de poder. El eros pedagógico, entonces, presupone no sólo la intención de no dominación ni sujeción, sino positivamente de libertad, de respeto, de autonomía y de control para que la eventual tendencia contraria no devenga hegemónica en la relación pedagógica. «La ternura no es en modo alguno, como creía Freud, una sublimación del instinto sexual; es el producto4 directo del amor fraterno y existe en las formas físicas del amor, como en las no físicas» Y como dice Fromm, el amor erótico en su desarrollo más profundo, es decir no posesivo y excluyente, es una expresión máxima del amor fraterno5. Es por aquí que debemos entender el eros pedagógico en la pedagogía de la ternura. Los adultos deberemos siempre estar vigilantes para evitar que nuestras inmadureces en este necesario aunque delicado terreno de nuestra labor pedagógica, devenga en una expresión de «generosidad neurótica» como se conoce en el psicoanálisis. 3 Erich Fromm, op.cit., p. 67 4 Erich Fromm, op.cit., p. 69 5 Ibidem, p. 70-71: “El amor erótico es exclusivo, pero ama en la persona a toda la humanidad, a todo lo que vive ... El amor erótico excluye a los demás sólo en el sentido de la fusión erótica, de un compromiso total en todos los aspectos de la vida, pero no en el sentido de un amor fraterno profundo ... Amar a alguien no es meramente un sentimiento poderoso, es una decisión, es un juicio, es una promesa. Si el amor no fuera sino un sentimiento, no existirían bases para la promesa de amarse eternamente.