Mortificación cristiana: 10 respuestas Ofrezco estas respuestas, dirigidas a jóvenes, sobre las diez preguntas más frecuentes sobre la mortificación cristiana que se hacen las chicas y chicos. Faltan muchos aspectos, y no pretenden ser exhaustivas. Son, sencillamente, mis respuestas. 1. La mortificación cristiana… ¿no será una especie de masoquismo? No, porque no se busca el dolor por el dolor; ni tiene nada que ver con el maniqueísmo, porque no se castiga al cuerpo porque se le considere el malo frente al alma, que sería la buena. Al contrario, es el cristianismo —y sólo el cristianismo— el que valora con más profundidad al cuerpo humano. 2. ¿Por qué es el que “valora con más profundidad”? Porque sabe que el cuerpo ha sido creado por Dios —y, por tanto, es bueno. Y porque sabe que el cuerpo ha sido destinado a la inmortalidad y a la gloria, cuando al fin de los tiempos el cuerpo resucite semejante al Cuerpo Glorioso de Jesucristo (cfr. Fil 3, 1; Conc. Vaticano II, Const. Gaudium et spes, n. 14). 3. Entonces ¿por qué hay que castigar el cuerpo con el sufrimiento? El sufrimiento de la penitencia no es un castigo, sino una búsqueda ordenada de unión con Cristo, por amor. Estamos ante un misterio. No acabamos de entender del todo por qué Dios ha querido redimirnos mediante la obediencia y el sufrimiento de Jesús en la Cruz. Pero es así como nos redimió el Señor. Por tanto la mortificación voluntaria cristiana es imitación de Jesucristo, que padeció por nosotros, dándonos ejemplo, para que sigamos sus pisadas (1 Pt 2, 21); no sólo en cuanto supone dolor, sino también en su voluntariedad. Jesús murió por amor, porque quiso: “Por esto mi Padre me ama porque doy mi vida para tomarla otra vez. Nadie me la quita sino que yo la doy por mi propia voluntad, y soy dueño de darla y de recobrarl” (Io 10, 17-18). Nosotros podemos unirnos a ese sacrificio por amor, porque queremos y porque Le queremos. 1 4. Muy bien, así nos redimió Jesús. Pero nosotros, ¿tenemos que hacer lo mismo? Jesús dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame (Lc 9, 23). El Señor nos invitó expresamente a hacer mortificación voluntaria, y no sólo a aceptar los sufrimientos que lleguen sin buscarlos (cfr., por ejemplo, Io 16, 33). 5. Pero, ¿no bastó con su sacrificio en la Cruz? Sí: el Sacrificio de Cristo es suficiente y sobreabundante para la Redención de todo el género humano; y no sólo no son necesarios otros sacrificios, sino que ningún otro sacrificio es agradable a Dios: la Cruz de Jesús y su renovación sacramental en la Santa Misa, es el único Sacrificio de la Nueva Alianza. El Señor no quiere que hagamos otros sacrificios; sino que nos unamos con nuestro sacrificio, al único Sacrificio: el sacrificio de la Cruz. 6. Yo he oído que la mortificación corporal cristiana es una costumbre de la Edad Media. San Pablo escribía muchos siglos antes, en el siglo I: Estoy cumpliendo en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia (Col 1, 24). La mortificación corporal es algo para los cristianos de todos los tiempos. Como ha recordado el Concilio Vaticano II es uno de los modos de la abnegación en que se ejercita el sacerdocio común de los fieles (cfr. Conc. Vaticano II, Const. Dogm. Lumen gentium, n. 10). 7. ¿No puede perjudicar a la salud? La mortificación corporal cristiana no debe hacerse nunca de forma desmedida o incontrolada; y por tanto, no perjudica la salud. Las prácticas tradicionales de mortificación en la Iglesia Católica (el ayuno, el uso del cilicio o de las disciplinas, etc.) son muy poca cosa en comparación con los sufrimientos físicos y morales que han de sufrir diariamente innumerables personas, por enfermedad, por soledad, marginación, pobreza, etc., con las que la mortificación nos hace más solidarios de algún modo. Piensa por ejemplo en las personas que sufren graves limitaciones físicas, accidentes, etc. 2 La mortificación cristiana sólo perjudica a la pereza, a la blandenguería y a la lujuria. 8. Pero hoy en día muchas personas no entienden la mortificación Es cierto. No les extraña que haya que hacer grandes sacrificios y renuncias para conseguir determinadas metas intelectuales, deportivas, etc. como hacen los grandes montañeros o en los deportistas de élite. En aparente paradoja, existe un agudo miedo al dolor y una incomprensión de la mortificación cristiana. En el fondo de esta aparente paradoja no está, en realidad, el hecho de la mortificación cristiana en sí – porque muchas personas se mortifican para ganar un partido de fútbol o adelgazar -, sino en su finalidad. 9. ¿En su finalidad? 10. Sí. Hay personas que, igual que hace dos mil años, se escandalizan de la Cruz de Cristo (cfr. 1 Cor 1, 23). Se escandalizan de que haya cristianos que se mortifiquen, uniéndose a los sufrimientos de Cristo Crucificado. Para entender la mortificación cristiana hay que aceptar la posibilidad de que una persona se esfuerce para alcanzar un fin más alto que la belleza física, la forma atlética, etc. Como escribía San Pablo, todo atleta es continente en todo, y sólo para alcanzar una corona perecedera; mientras que nosotros la esperamos eterna (1 Cor 9, 25). ¿Hay más razones para mortificarse? Toda persona humana experimenta numerosas tendencias opuestas a la dignidad del hombre (soberbia, pereza, concupiscencia de la carne, etc.), que dificultan reconocer la verdad y realizar el bien. La Revelación divina y la fe nos dan a conocer el origen de ese desorden interior que hay en el hombre: es el pecado original que, incluso una vez perdonado por Dios, ha privado a la naturaleza humana de la impasibilidad de la que gozaba Adán y además, ha dejado herida esa naturaleza (Conc. Vaticano II, Const. Gaudium et spes, n. 13). Esas heridas de la naturaleza, debidas al pecado original, pueden agravarse por los pecados personales, que suelen engendrar vicios. Pero estas heridas pueden también aliviarse: por la gracia divina, que eleva y sana la naturaleza, y por la mortificación cristiana. 3 La mortificación cristiana rechaza los impulsos desordenados y purifica los actos humanos y al mismo hombre. 11. ¿Y no es suficiente para un cristiano, mortificarse de vez en cuando, por ejemplo, no comiendo carne el día de Viernes Santo? Los deportistas no se entrenan una vez al año: saben que la continuidad en el entrenamiento es decisiva: si no se avanza, se retrocede. La mortificación habitual es un medio de avance espiritual: ayuda a identificarse cotidianamente con Jesucristo. Es un entrenamiento muy necesario para mortificar los impulsos desordenados cuando se presenten, y ayuda a corregir las disposiciones habituales desordenadas. JMC 4