IV DOMINGO DE CUARESMA, 30/3/2014 1Samuel 16, 1b.6-7.10-13a; Salmo 22; Efesios 5, 8-14; Juan 9, 1-41. En este cuarto domingo de Cuaresma el Evangelio de Juan nos presenta para nuestra reflexión el pasaje de la curación del ciego de nacimiento, y el testimonio que este, una vez tocado por Jesús, tiene que dar ante la gente, ante las autoridades y por último ante el propio Jesús Lo primero que nos dice el relato del Evangelio de Juan es que Jesús al pasar vió, a un hombre ciego de nacimiento: Jesús ve a aquellos que normalmente no son vistos, no son objeto de la atención ni de la preocupación de nadie; ni siquiera los discípulos de Jesús le dan importancia a este hombre, es más, lo consideran un pecador o heredero de un pecador, y así se lo preguntan a Jesús. Jesús en cambio tienen la misma mirada que Dios, elige a los mismos que Dios elige: lo hemos visto en la primera lectura, Dios manda a Samuel para que consagre a un rey, y el elegido de Dios es el último, el más pequeño, el pastorcito, aquél que nadie, ni sus propios padres y hermanos, pensarían que Dios ha elegido. Pero al igual que David fue elegido para ser rey y manifestar la gloria de Dios, este hombre ciego de nacimiento es elegido para manifestar la gloria de Dios. Luego en el relato de cómo cura Jesús la ceguera de este hombre nos encontramos ante una alusión a la Creación: igual que Dios hizo al hombre del barro, Jesús hace barro para curar a este hombre. El evangelista nos presenta a Jesús como el Dios que culmina su obra, pone el último detalle, la mejora, corrige su imperfección. Y, esto lo hace en el sábado, pues asi muestra una vez más que él es el Señor del Sábado, y que el Sábado esta hecho para el hombre, no el hombre para el Sábado, es decir: el ser humano, su salud, su salvación, sus necesidades son, o al menos deben ser, más importatnes que las normas religiosas y sociales, que al fin y al cabo han sido creadas e impuestas por los hombres. Esto llevará a Jesús a enfrentarse con la autoridad y a ser rechazado junto con el que es testigo de que el ser humano es más importante que las normas. Y, ahora, una vez curado, el hombre debe cambiar de vida, ya no puede seguir pidiendo limosna. Darse cuenta como la gente se muestra extrañada de que ya no pide limosna, sino que sea uno de ellos, y les cuesta aceptar que sea como ellos. Nos duele la pobreza, nos quejamos del sufrimiento ajeno, pero, en el fondo no nos molesta mientras sea ajeno y, desde luego, no estamos dispuestos a perder nada de nuestra situación social para mejorar la del rechazado, antes, preferimos y justificamos que ellos sigan al otro lado de la valla, en la puerta de la Iglesia o del supermercado pidiendo limosna. Alguno quizá se alegra si mejora su situación, pero por lo general no lo esperamos. Entonces tampoco lo esperaban, por ello lo llevan ante la autoridad, que era autoridad religiosa y social al mismo tiempo. Ante la autoridad el hombre ciego debe dar testimonio de lo que ha pasado, lo cuenta ateniéndose a la verdad, y esto le conlleva el rechazo de la autoridad, que le presiona y presiona a sus padres contra él. Si antes era pecador por ser ciego, ahora lo es para la autoridad, y lo es desde nacimiento, porque le ha curado alguien que se ha saltado la norma, la Ley, y, encima lo dice y presume de ello. Es más importante la Ley que la mejora de la vida de un ser humano. Esta autoridad identifica a Dios con la Ley, y el seguimiento de Dios consiste en un comportamiento moral y se reduce al cumplimiento de leyes. Pero este hombre, conforme debe contar su historia, y es juzgado por mantenerse en la verdad, descubre que hay alguién que le ha puesto a él por encima de la Ley, de la norma, que le ha hecho más importante, y este es Jesús, el Mesías. Con este descubrimiento el hombre ciego es cuando deja realmente de ser ciego, pasa a vivir lo mismo que experimentó Pablo en Damasco y que nos cuenta en su carta a los efesios: pasa de las tinieblas (ceguera) a la luz. Ahora, lo difícil es mantenerse como hijo de la luz, haciendo las obras de la luz, y no caer en la tentación de sustituir una Ley por otra, una moral por otra, y reducir el encuentro con Cristo, con un Dios que se identifica con el hombre y especialmente con el pequeño, al cumplimiento de unas normas. Hoy nosotros estamos llamados a ser testigos de esto ¿Si nos preguntarán sobre Cristo y nuestra vida como hicieron con el hombre ciego, qué diríamos, cuál sería nuestro discurso?