VIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, 2/3/2014 Isaías 49, 14-15; Salmo 61; 1Corintios 4, 1-5; Mateo 6, 24-34. En este domingo, primero de marzo, el último de la primera parte del Tiempo Ordinario, ya que el próximo miércoles iniciaremos la Cuaresma con el gesto de la bendición e imposición de la ceniza, domingo de carnaval, ya que es raro el lugar donde el ambiente de fiesta, los disfraces, las chirigotas no se hagan presentes, y el domingo en el que la Iglesia española nos invita a mirar a los sacerdotes españoles que se encuentran sirviendo a nuestros hermanos de América Latina, la Liturgia nos regala una de las páginas más bellas del Evangelio de Mateo, el pasaje que san Francisco cito ante el Papa Inocencio III cuando se presentó ante él para pedirle que bendijera su manera de seguir a Jesús desde la pobreza. En medio de la situación que vivimos, en la que muchas veces nos cuesta ver a Dios, notar su presencia en medio de nosotros, y en medio de tantas máscaras que nos impiden ver la verdad, y de fiestas de mucho ruido, que buscan llenar el espacio del ser humano para que este no sea consciente del vacío en medio del que vive, nos encontramos con este pasaje del Evangelio que nos invita a contemplar, meditar, reflexionar y valorar lo mucho que en cada momento recibimos de Dios. Confieso que mirar desde mi ventana de la 104 a la Sierra del Buey, o subir a Santa Ana, mirar el cielo por la noche, las estrellas, cuando esta despejado, o contemplar el horizonte del mar, en Torrevieja, cuando estoy con mis padres, es algo que me ayuda a relativizar muchas de las situaciones que he vivido a lo largo del día, y muchos de los casos en los que me siento impotente y sin saber que hacer. Ver lo creado, respirarlo, notar su armonía, su grandeza y mi pequeñez, es ponerme en mi sitio, sentir al Creador que lo ha hecho todo para que en este momento yo lo sienta y lo disfrute, y lo goce, en ese momento los problemas, las dificultades, los retos parecen pequeños, no son nada al lado de la presencia y compañía del Creador, que cuida de mí. También disfruto de esto al lado de las personas que me aman y a las que amo: verlas más allá de su fisico, de sus problemas, de sus defectos, verlas como regalos que Dios me ha ido poniendo y me sigue poniendo en la vida, verlas como presencia del amor infinito de Dios, me ayuda a valorar la vida, a gozar del momento en que las tengo a mi lado, aunque sea en silencio, sin decir nada, pero viviendo la compañía, la cercanía, el estar con,... Esto es algo que no tiene precio, que el dinero no puede comprar. Auténticos y sencillos regalos cotidianos de Dios, que quiénes los vivimos hemos de administrar correctamente como nos recuerda san Pablo en la primera carta a los corintios, y de lo que Él nos pedirá cuentas. Que Dios nos bendiga, nos ayude a valorar y a disfrutar de todo lo que ha creado para nosotros, a gozar con las personas que pone en nuestra vida, y a valorar la vida, una vida que se nos ha dado para VIVIRLA. Un abrazo en Cristo, José Luis.