La Biblia nos dice que en Israel, cada 50 años, el “Juba” (un cuerno de carnero) anunciaba un año de gracia y perdón, un año en que la Tierra Prometida volvía a su dueño, Yahvéh, que la volvía a regalar a su pueblo de un modo equitativo. A este año de gracia, que suponía una sanción de la ambición y avaricia humanas, Jesús le da un carácter definitivo al regalarnos su vida en la Cruz. Estamos en el año 2000, un año jubilar, en el que todos somos invitados a concretizar ese año de gracia en el que continuamente somos regalados. El año jubilar es la insistencia evangélica a apostar por la plenitud escapándonos de la sugestiva atracción que ejercen continua e insistentemente sobre nosotros las parcialidades. Como a los israelitas, se nos invita a ver que todo es don: oferta de un Reino con el que Dios sueña invadir nuestros corazones. El años jubilar no es ganar unas indulgencias, sino tomar conciencia de que Alguien, Jesús de Nazareth, nos arrancó de la seducción del mal, para situarnos en el corazón misericordioso del Padre. ¡Él sanó nuestras heridas! El jubileo no es hacer una peregrinación a unos determinados templos, sino atrevernos a peregrinar a nuestro interior y permitir que el mismo Dios nos enseñe el misterio de nuestra vida. Desde la vivencia de esta sanación divina, hemos sido enviados con la misión terapéutica de “abrir las prisiones injustas”. ¿Hay alguna prisión justa? ¿Cómo puede ser el castigo evangélico? ¿No nos dice Jesús, implícita pero constantemente, que todo remedio violento engendra una nueva violencia? ¿Desde dónde creamos nuestras leyes y nuestro discernimiento del bien y del mal? Cuantos estamos en contacto directo con la realidad de la cárcel, sabemos que abolir los sistemas penitenciarios, hoy por hoy, es una quimera, pero denunciar una realidad tan ilógica como obsoleta desde el compromiso diario de acompañar a quienes son víctimas de este sistema, que entre todos hemos creado, es una realidad evangélica urgente. Hemos de anunciar a todos, mucho más durante este año 2000, que cada cárcel es una catedral del dolor, donde Cristo sigue viviendo su Calvario, una Catedral donde Dios sigue olvidado, donde hay un alto número de personas que son nuestros hermanos, y que en la privación de su libertad nuestras vidas, personal y comunitariamente, también se deterioran perdiendo prestigio e intensidad. Y a esos hermanos privados de tantas veces con las manos atadas, nuestra presencia y nuestros gestos oyendo sus gritos y lamentos y que Él sible, sus sueños realidad. libertad, ante quienes nos vemos tantas y aprender a decirles con nuestro talante, que Dios sufre con ellos, que Dios sigue mismo sueña con hacer, lo más pronto po- Que todos, hombres y mujeres privados de libertad, voluntarios, comunidades..., vivamos hoy y mañana, este años, el que viene y el otro..., el júbilo de permitir al “ABBA” (papaíto) llevar a plenitud la obra que tiene prevista desde el principio. ¿No es, en definitiva, ésta la única libertad posible a la que todo hombre está aspirando? ¿Qué el júbilo del Padre nos embriague! 2 Introducción Todos coincidimos en que el concepto de justicia es ambiguo y es un término difícil de definir, aplicar, y mucho más vivir. Desde nuestra experiencia, sabemos que el fiel que separa la justicia de la injusticia es muy tenue. El abanico de la justicia es muy amplio y depende desde donde sea contemplada para que se vea y discierna de una manera u otra. Nosotros, hoy, queremos contemplarla desde la perspectiva cristiana, y en ese encuentro del hombre con su hacedor, desde la dinámica bíblica, el término justicia va abordando la vida del hombre desde el corazón de Dios Padre, hasta que en el patíbulo de la Cruz se identifica con la misericordia. Reflexión teológica Cuando el hombre sueña, lo hace con la libertad; gusta saborearla, acariciarla, gozarla... El hombre es sueño de libertad. Sin embargo, cada hombre sueña de diverso modo. Habrá quien lo haga con ser grande y poderoso, y colocarse siempre por encima de quien con él vive; sin embargo, confundiendo soñar con la libertad con soñar consigo mismo, y con hacerse esclavo de sí mismo. Habrá también quien sueñe con la libertad de hacer su gusto y apetencia, confundiendo soñar con la libertad de los hombres con soñar con un mundo donde sólo existe un hombre: él. Habrá también quien sueñe con glorias y grandezas, con la omnipotencia, confundiéndose, puesto que soñar con la libertad es aceptar la cruz, fuerza de Dios y sabiduría de Dios (1 Cor 1, 24). El sueño de libertad del hombre, lejos de ser agradable y complaciente, es duro y dramático; porque le enfrenta con sus límites y sus esfuerzos. El sueño de libertad es justo si se adecua a la realidad del hombre; con la conciencia clara de que la aceptación de la dimensión más atroz de la vida equivale a la resignación. El sueño de libertad es justo si también supone la capacidad de transformar la realidad del hombre para hacerla más humana, siempre partiendo de la aceptación de sus límites y de sus condicionantes; conlleva, pues, revestirse del Hombre Nuevo, creado según Dios, en justicia y santidad verdaderas (Ef 4, 24). LA JUSTICIA ES ACEPTACIÓN DE LA REALIDAD Nadie se complace en el malestar o en buscar el dolor. Todos hacemos nuestra la oración de Jesús: “Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz” (Mt 26, 39); sin embargo, el sufrimiento es –querámoslo o no- inevitable. Inútil es la rebeldía contra el dolor, baldía la lucha contra el mal. Más aún, el por qué de todo ello tiene como respuesta un atroz silencio; Dios parece que, cobardemente, calla, cuando el hombre grita como Jesús: “¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?” (Mt 15, 34). Al hombre parece que en esos momentos no le queda otra alternativa que sumergirse en fantásticos paraísos cuyas sensaciones placenteras le anulan como persona y le merman su humanidad o seguir sufriendo, si bien descubriendo a la divinidad, a Cristo –escondida también en nuestro mismo dolor. 3 Todos huimos de la soledad, de la angustia de sentirse solo en el desierto del mundo. Sabiendo que, por experiencia, la mayor de las soledades no es tanto la de no tener a quien hablar, sino por quien ser escuchado, o, más aún, no es tanto la de tener a quien amar, sino por quien ser amado. Si no se tiene alguien a quien querer, se carece de alguien por quien esforzarse y luchar, haciendo que se carezca de razón para continuar viviendo o motivos para seguir existiendo. El hombre ha de tener posibilidad de querer, ya que vivir es poseer libertad para amar: “hermanos, habéis sido llamados a la libertad; sólo que no toméis esa libertad como pretexto para la carne; antes, al contrario, servios por amor unos a otros”. (Gal 5, 13). Todos evadimos el pecado. El hombre, infinidad de veces, experimenta, como el apóstol, que no realiza el bien que quisiera hacer, sino el mal que no quisiera hacer (Rom 7, 19). Así el hombre se descubre condicionado por el pecado, en tanto incapaz de amar con amor total, perseverante gratuito y universal. Cometer pecado es renunciar a la libertad, porque todo el que comete pecado es un esclavo (Jn 8, 34); se esclaviza porque, amándose sólo a sí, se encierra en sí mismo y se olvida del hombre y rompe con Dios. Ante la dificultad de regir la convivencia humana sobre la base del amor, aparece la ley entre los hombres, sabiendo que cuantos pecaron bajo la ley, por la ley serán juzgados (Rom 2, 12). La muerte es, sin duda, la realidad más dramática del hombre; su mayor sinsentido y sinrazón. Es la realidad que, aunque al final de la existencia del hombre, le replantea toda su vida. Lo que quisiéramos que fuese intemporal, por la muerte, pasa a ser temporal y, a veces, efímero y fugaz. En el momento de la muerte cada hombre se encuentra a solas con su destino, cuanto más cruel si este instante se vive en el abandono y entre frías paredes y rígidos barrotes, sin una brizna de compañía y de amor. Con todo, feliz quien considera la muerte como un tránsito de vida a vida, sabiendo que, tras ella, ha de ser juzgado, pero con la confianza que la misericordia vence al juicio (St 2, 13). Mientras que desgraciada la vida de quien espera –o provoca- su muerte como una liberación.. LA JUSTICIA ES TRANSFORMACIÓN DE LA REALIDAD La transformación del hombre implica, ante todo, reconciliarse, primeramente, consigo mismo: renunciando a una constante huída hacia delante y acepta los límites propios de su naturaleza humana, anteriormente referidos. Igualmente, supone aceptar las heridas del pasado, consecuencia de la dramática lucha en la vida. El pasado, en tanto que ya pasado, no ha lugar para abordarlo de nuevo y afrontarlo con actitudes y posturas distintas; sino que sólo cabe tener la audacia de aceptarlo y convivir muchas veces con la amargura de su recuerdo y el dramatismo de sus consecuencias. Así mismo, el hombre debe de reconciliarse con Dios, o mejor dicho, dejarse reconciliar por él (2 Cor 5, 20). Sólo en Dios encuentra el hombre su razón de ser y el sentido de la vida; mientras que desde la experiencia se afirma que los dioses y señores de esta tierra no me satisfacen (Sal 15, 2). La transformación de la realidad supone la capacidad de crear. El hombre debe continuar la labor iniciada por Dios en la creación. Dios nos dejó un mundo siempre inconcluso, para que nosotros seamos responsables de él y protago4 nistas de su devenir. El hombre creador será capaz de dejar su impronta y su huella a su alrededor, haciendo su mundo algo más suyo. En un mundo impersonal y frío, limitado y pequeño, la capacidad de crear será capaz de abrir los horizontes del hombre en la medida que genere belleza: alegría en la amistad, sinceridad en el diálogo, disponibilidad para el otro... Crear es, pues, un derroche de imaginación y creatividad en el tedio y la monotonía del ambiente y de la vida. Asimismo, aceptar la realidad es capacidad para esperar, más aún, esperar contra toda esperanza (Rom 4, 18). Quien espera, lejos de sentirse encadenado al realismo humano, vive con la confianza de que sus sueños llegarán a ser realidad. La esperanza es anhelo de futuro; y, si hay porvenir, hay razones para vivir. No sólo hay un „hoy‟, sino también un „mañana‟. Así la rutina de existir se convierte en alegría de vivir; el destino en tarea por hacer, hasta llegar a decir con el apóstol: “nos aprietan por todos los lados, pero no nos aplastan; estamos apurados, pero no desesperados; acosados, pero no abandonados; nos derriban, pero no nos rematan” (2 Cor 4, 8-9). Interpelaciones 1. ¿Por qué crees que es tan frecuente que cuando se habla de la justicia nos referimos a los demás o a instituciones, en vez de dejar que interpele nuestro estilo de vida y nuestra escala de valores? 2. ¿Puede el hombre tejer un tejido social justo y equitativo? ¿Desde dónde? ¿Es una quimera? 3. Desde la vivencia de la cárcel ¿cuáles son hoy las interpelaciones más fuertes que hemos de hacer a nuestro sistema jurídico? ¿Ya nuestro sentido de justicia? 4. Desde el quehacer eclesial y desde nuestra pastoral ¿apostamos más por una justicia social o por una misericordia divina que amando hace justicia? 5 Oración – plegaria ESTE ROSTRO, SEÑOR, ME VUELVE LOCO Este rostro, Señor, me ha vuelto loco todo el día. Es un reproche vivo, un largo grito que golpea mi paz. Es un rostro joven, Señor, y todos los pecados del mundo se han ensañado en él, que estaba indefenso, abierto a los ultrajes. Vinieron de todas partes. Vino la miseria, la chabola, la cama con montículos y baches, el aire apestado, el humo, el alcohol, el hambre, el hospital, el sanatorio. El trabajo aplastante, el trabajo humillante, el paro, la crisis, la guerra. La lucha por la vida, la revuelta, el alboroto, los gritos, los golpes, el odio. Sí han llegado de todas partes, horribles egoísmos de hombres de mil rostros horrorosos, son sus gordos dedos sucios, sus uñas rotas, sus alientos apestosos. Han acudido de todos los rincones del mundo, de todos los extremos de los siglos, de todas partes, de siempre. Y largamente, unos tras otros, o bruscamente todos a la vez como toros, han golpeado, azotado, estrujado, mordido, moldeado, martillado, grabado, esculpido. Y he aquí, por fin, este Rostro, ese pobre rostro. Han tardado dieciocho años para podérmelo enseñar, han empleado cientos de siglos para producirle: Ecce Homo: He aquí el hombre. He aquí este pobre rostro del hombre, como un libro abierto: el libro de la miseria y del pecado de los hombres, el libro del egoísmo, del orgullo, de la cobardía; el libro de las avaricias, de las sensualidades, de los despidos, de las trampas. Helo aquí como una queja dolorosa, como un grito de rabia, pero también como una llamada desgarradora, pues en el fondo de este rostro atormentado, en el fondo de esos ojos desorbitados, como las manos tendidas del ahogado, blancas bajo el agua sombría del muelle, un destello, una llama, una trágica súplica: el infinito deseo de un alma que quisiera vivir 6 más allá de su cieno. Señor, ese rostro me vuelve loco, me da miedo, me condena, porque yo he trabajado como todos para que fuera así, o, al menos, he dejado que lo hicieran así, y ahora pienso que este rostro es el rostro de un hermano mío y tuyo. Oh Dios, ¡cómo hemos puesto a este miembro de tu familia! Y ahora temo tu juicio, Señor. Me parece que al fin de los tiempos, Tú harás desfilar ante mí todos los rostros de los hombres, mis hermanos, y especialmente los de la gente de mi ciudad, los de mi barrio, los de mi puesto de trabajo. Y a tu luz inexorable yo leeré estos rostros: la arruga que yo he abierto, la boca que torcí, la mueca que esculpí, la mirada que manché, la que extinguí. Vendrán todos inexorables, desfilando ante mí, maniquíes vengadores de la miseria y del pecado. Vendrán los conocidos y los desconocidos, los de mi tiempo, los de siglos pasados, y todos cuantos vendrán a este taller del mundo, y yo estaré allí, inmóvil, aterrado, en silencio. Será entonces cuando Tú me dirás: Aquel rostro era el mío. Señor, perdón por este rostro que hoy me ha condenado. Señor, gracias por este rostro que hoy me ha despertado. (Michel Quoist) 7 Introducción Misericordia: regalo del corazón al mísero y miserable. Realidad que desborda las expectativas del hombre, realidad ininteligible desde la razón, pero realidad que configura al ser humano en su existencia. La misericordia se basa en la afectividad, en el sin sentido del regalo total, por lo que interpela y resitúa la realidad de justicia, entendido desde el mero plano jurídico. La misericordia rompe nuestras configuraciones y nos traslada a mundos desconocidos: el mismo corazón de Dios. Reflexión teológica EN EL ANTIGUO TESTAMENTO El antiguo Testamento utiliza la palabra hebrea “rehem” para denominar lo que nosotros decimos con la palabra misericordia. “Rehem” propiamente designa el seno materno como lugar de procedencia de toda vida y “rahamîm” designa el sentimiento de misericordia; originalmente, la sede de este sentimiento (entrañas, interior) sería el “sitio tierno” en la naturaleza de un hombre. Hay que hacer notar que en hebreo existe el verbo “rhm” : si lo comparamos con nuestro idioma veremos que necesita dos verbos para designar el mismo movimiento (ser misericordioso, tener misericordia, hacer misericordia) indica el carácter dinámico del concepto, aparte de que todas estas dimensiones (ser, tener, hacer...) no son disociables, es misericordioso el que tiene misericordia y a la vez hace misericordia. Quizá para acercarnos al concepto tendríamos que traducirlo por “entrañar”. Cuatro quintas partes de los textos con el verbo “rhm” tienen a Dios como sujeto (los escasos textos que tienen sujeto humano se suele aplicar a una madre). No se debe caer en el error de considerar que la misericordia de Dios es sólo una afección interior meramente psicológica, un sentimiento. La misericordia de Dios en el antiguo Testamento es inseparable del concepto “alianza”. Israel cuando reflexiona sobre el origen de su relación con Dios: “mi padre era un arameo errante que bajó a Egipto [...] Loe egipcios nos maltrataron y nos oprimieron [...] Nosotros clamamos al Señor Dios de nuestros padres [...] nos sacó de Egipto con mano fuerte [...]”. Si quiere preguntarse el por qué de esa relación, por qué se fija en unos nómadas que no tienen donde caerse muertos (“el más insignificante de todos los pueblos de la tierra” Dt 7, 7). Por qué se puso de parte suya en lugar de ponerse de parte de los egipcios... La única respuesta que encuentras es porque Dios es así: misericordioso. Esa relación la explican, desde su contexto cultural de la época con la palabra “alianza”, [=berit]. “Berit” pertenece al 8 mundo de la política internacional y expresa primariamente la relación jurídica entre dos partes desiguales en la cual la parte más poderosa se compromete a sí misma con la otra parte, es decir, es en principio unilateral y sólo el poderoso adquiere obligaciones. Lo primero que descubre Israel es que su relación con Dios y la manifestación de esa relación como misericordia de Dios se desarrolla en la historia. No son primariamente conceptos abstractos que se reducen al mundo del culto, sino que se desarrollan en la esfera de lo secular y de la vida cotidiana. Por eso, a medida que las condiciones históricas van transformando la vida, la reflexión sobre los acontecimientos va transformando su perspectiva sobre Dios, enriqueciendo su conocimiento y su relación con Él. Por eso, también, los conceptos de alianza y de misericordia van evolucionando y enriqueciéndose paralelamente. En un primer momento la misericordia de Dios viene entendida como “bondad” [=hesed]. Viene expresado fundamentalmente con dos imágenes que designan a Dios como “padre y pastor de su pueblo”: con estas imágenes expresan la idea de protección ante las naciones más fuertes que les rodean o por las que tienen que pasar en su camino hacia la tierra prometida. También está incluida la idea de cercanía y de presencia permanente (en la tienda que está en medio del campamento, respondiendo a los problemas sucesivos que se van presentando...) y la idea de fidelidad: Dios es el que cumple las promesas, el que permanece... En la época del profetismo, se reconoce el pecado del pueblo en toda su gravedad, es decir, como una infidelidad que desmorona la comunidad y crea exclusión y muerte dentro de ella. Se acentúa dentro de la idea de misericordia la dimensión de la parcialidad de Dios que no mira en abstracto sino desde los más pobres y que exige el cambio de la situación. Castiga con intención de corregir a su pueblo, siempre abierto a su vuelta al camino. Se relaciona íntimamente con justicia. Cuando en el exilio todo se desmorona la misericordia de Dios es la que anima, levanta, recrea, reconstruye, perdona... se relaciona con perdón y con renovación. EN EL NUEVO TESTAMENTO En el Nuevo Testamento, la manifestación de la misericordia de Dios se realiza a través de Jesús. Jesús es la trasparencia de esa misericordia. Lo mismo que en el Antiguo Testamento la misericordia de Dios la entendíamos como manifestación de la alianza, así también en Jesús, también la misericordia es expresión de su vivencia de la realidad de Dios como “Abba” y de la expresión de esa realidad en las tierras de Palestina del s.I como invitación a participar del Reinado de Dios que se acerca. Esa experiencia fundamental se expresa a través de la misericordia de Jesús que sale a los caminos y a las aldeas a anunciar, a sanar, a invitar a la conversión para sentarse a la mesa. 9 En Jesús la misericordia se manifiesta en primer lugar en los relatos de curaciones. La realidad del dolor producido por la enfermedad, por la exclusión, por el dolor, penetra en lo más hondo de Jesús (“splagchnizomai” = “tener misericordia” es el verbo que se utiliza para el movimiento de su corazón, viene de la raíz “splagchnos” = “entrañas” concebidas como los órganos donde residen estos sentimientos), y por ello reacciona desde lo más hondo transformando la situación. Así pues, también para Jesús la misericordia no es un mero sentimiento sino que es una reacción. Esta misericordia de Jesús como expresión de la misericordia de Dios va encaminada a la integración de las personas y por lo tanto no sólo supera la justicia distributiva basada en los méritos (parábola del amo bueno que paga a los jornaleros el mismo salario), sino que su sentido de la justicia le lleva a la parcialidad de su solicitud (oveja perdida, moneda perdida, hijo pródigo...) es más, la condición para participar en el banquete pasa por la conversión a esa parcialidad de la misericordia (el final abierto con que termina la parábola del hijo pródigo debe de ser entendido como invitación a los interlocutores a cerrarlo con su propio comportamiento). La apertura a esa misericordia de Dios, expresada a través de Jesús, debe de transformar y abrir hacia una vivencia misericordiosa, una conversión a la misericordia (Mt 18, 27; Lc 6, 36; Mt 25, 31 ss). Las comidas de Jesús con los pecadores se pueden entender dentro de la misma dinámica. La misericordia se manifiesta también en la fidelidad a su misión aun a sabiendas de que esta comporta la amenaza de la muerte. Jesús expresa esta fidelidad como entrega de sí mismo a favor de los hombres, y como entrega que Dios hace en su persona por amor a los hombres (Mt 21, 33 – 34: relatos de la cena...). Los teólogos escritores del Nuevo Testamento dirán que la misericordia de Dios prometida en el Antiguo Testamento, experimentada en la historia de la salvación de Israel, alcanza su plenitud en la clemente entrega que Dios hizo de sí mismo ante los insignificantes y los pobres en la encarnación de su Hijo. Interpelaciones 1. Relacionar y diferenciar “misericordia” humanos”. con “paternalismo” y “derechos 2. En nuestra historia personal ¿hemos experimentado, realmente, la misericordia de Dios? ¿Serías capaz de hacer un pequeño relato de tu experiencia de misericordia? ¿Te atreves a compartirlo? 3. Desde nuestra pastoral apostamos por la misericordia divina, como única posibilidad de abrirnos a la justicia y libertad. Sin caer en vanas complacencias y desde la verdad y sencillez, hacer una lista de las pequeñas “maravillas” que el Padre hace a través nuestro en el mundo de la prisión y su entorno. Elaborar un “Magnificat”. 10 4. Muchas de las personas privadas de libertad no se han experimentado como seres humanos, con condiciones y posibilidades normales de familia, amigos, estudio, trabajo, valoración social, autoestima. Viven un sinfín de carencias: no libertad, no familia, futuro difícil, no trabajo, indigencia, relaciones agresivas, valoración social negativa, impotencias... ¿Qué acciones y qué actitudes hemos de cuidar de modo especial para “ser misericordiosos” al estilo bíblico? 5. Conscientes de formar parte de una sociedad que crea desigualdad económica, cultural, política, que fomenta pobreza y exclusión social, que habla de bienestar pero prefiere las cifras, que habla de reinserción pero prefiere el castigo en aras de una mal entendida seguridad ciudadana ... ¿qué retos de cara a la transformación social se plantea a nuestra pastoral para ser “misericordia” al estilo bíblico? 6. Si es verdad que cada vez hay más deseos de hacer un mundo más humano, en que se hagan realidad los derechos humanos, ¿con quién nos podemos relacionar, coordinar, trabajar juntos... para que la misericordia de Dios llegue mejor a los privados de libertad? 7. Aceptando que la Iglesia tiene un potencial inmenso en sus creencias (qué dice de Dios, qué dice del hombre, qué dice del caído...) y en muchos de los creyentes y que a la vez está llena de contradicciones (una cosa es lo que creemos y otra lo que hacemos)... ¿seríamos capaces de hacer un decálogo para una Iglesia diocesana, misericordiosa con los privados de libertad? ¿Qué propuestas concretas plantearíamos ya a nuestra Iglesia diocesana? Oración – plegaria ¡Señor! Lo más importante no es: Que yo te busque, sino que Tú me buscas en todos los caminos. Que yo te llame por tu nombre, sino que Tú tienes el mío tatuado en la palma de tus manos. Que yo te grite cuando no tengo ni palabra, sino que Tú gimes en mí con tu grito. Que yo tenga proyectos para ti, sino que Tú me invitas a caminar contigo hacia el futuro. Que yo te comprenda, sino que Tú me comprendas en mi último secreto. Que yo hable de ti con sabiduría, sino que Tú vives en mí y te expresas a tu manera. Que yo te guarde en mi caja de seguridad, sino que yo soy una esponja en el fondo de tu océano. Que yo te ame con todo mi corazón y todas mis fuerzas, sino que Tú me amas con todo tu corazón y todas tus fuerzas. Que yo trate de animarme, de planificar, sino que tu fuego arde dentro de mis huesos. Porque, ¿cómo podría yo buscarte, llamarte, amarte... si Tú no me buscas, llamas y amas primero? El silencio agradecido es mi última palabra, y mi mejor manera de encontrarte. 11 EL ABRAZO SIN RUPTURA (Salmo 65) Dios de la fraternidad universal, ¿quién no se siente arrebatado de entusiasmo ante la certidumbre de tu obra liberadora que supera y hace inútiles todos los sistemas basados en el principio del más fuerte? Feliz el pueblo que, a la hora de la crisis, confió más en Ti que en los programas de restauración económica; pues de Ti aprendió a compartir y a poner en común la mesa de la escasez y de la abundancia. Tú nunca te callas ante el atropello, y nos haces saber con la elocuencia de los hechos que todo poder explotador se derrumba dejando sus ruinas como lección permanente. Por Ti se oyeron gritos de júbilo en los sectores más míseros de nuestro planeta: ya no se llamará nación culta a la que despliega mejores medios de influencia, ni se llamará pueblo desarrollado al que posee técnicas más poderosas de producción. El desarrollo y la cultura estarán contenidos en la sabiduría de admirar y de compartir. La admiración nos llevará a respetar y a comulgar los valores de otras culturas distintas a la nuestra. La admiración nos volverá a enseñar a hacer del espacio natural una casa habitable para el hombre, en tanto que El saber compartir nos abrirá los ojos para descubrir que las riquezas de este mundo tienen poder para satisfacer con creces las más auténticas necesidades del hombre colectivo. Jamás se volverá a oír hablar de escasez o de hambre; jamás se volverá a creer en la necesidad de la guerra; jamás un país se impondrá por la fuerza a otro país ni un hombre por la astucia a otro hombre. ¡Jamás! ¡Todos beben de la fuente de tu salvación gratuita! ¡Todos se sienten sanados en la raíz de sus torpezas e iniquidades! ¡Todos se saben invitados al abrazo que jamás conocerá ruptura! (Antonio L. Baeza) 12 CREDO DEL AMOR Creo que Dios es Padre misericordioso. Creo en Jesucristo, su hijo querido, testigo del amor del Dios entre los hombres, que pasó la vida haciendo el bien y anunciando la buena noticia de que Dios nos quiere, y de que su Reino ya está entre nosotros. Entregó su vida por amor, pero resucitó al tercer día, porque el amor de Dios es más fuerte que la muerte. Creo en el Espíritu Santo que es el amor de Dios derramado en nuestros corazones. Creo en la Iglesia, llamada a ser en cada uno de sus miembros presencia del amor de Dios en medio de las necesidades de los hombres. Creo que al final, después de haber sido preguntados por el amor, celebraremos la Pascua definitiva, la vida regalada por Dios en plenitud. 13 Introducción Todos experimentamos la incapacidad existencial de decidir acertadamente el camino que lleva al bien, pues nuestra percepción de la Verdad es equívoca. Jesús se nos presenta como la Verdad que proporciona la Libertad (Jn 8, 32). El hombre ha de optar por la Verdad o por la mentira, por una libertad que le ponga a disposición total de los demás o por una falsa libertad que en su mal uso le va a encadenar interiormente. Esta lucha que anida en el corazón de toda persona se intensifica en personas que viven situaciones límites por carencias exteriores (enfermedad, pobreza, inmigración, transeuntismo, drogas, cárcel, falta de vivienda, falta de trabajo...) o interiores (soledad, ausencia de valores o escala incorrecta de valores, falta de motivaciones, avaricia, ambición, lujuria, indiferencia ante la vida, depresiones...). Hay demasiadas personas angustiadas por los problemas de cada día, por las situaciones que les oprimen. Necesitan una luz que les ilumine y colme su existencia de fuerza y esperanza. Existen, pues, muchos hermanos nuestros privados de libertad. Viven en sus carnes la crudeza de vivir. Hoy más que nunca hemos de presentarles un Libertador que les anuncie la libertad a los oprimidos y la redención de los cautivos. Quizá también nosotros sintamos con relativa frecuencia el zarpazo del caos que nos invita a tomar atajos que conducen a la esclavitud: esclavos del dinero, del egoísmo, de la comodidad, de nuestras pasiones, de nuestro yo... Todos necesitamos un Libertador que nos conceda la semilla de la Verdad y el gozo de la libertad. Reflexión teológica JESÚS, HOMBRE LIBRE La libertad sorprendente de Jesús es el dato primero y mejor confirmado tanto por la oposición de sus adversarios como por la admiración del pueblo y la adhesión de sus seguidores. Jesús se impone como un hombre libre frente a todo y frente a todos los que pueden obstaculizar su misión. Jesús es un hombre libre frente a sus familiares que tratan de apartarle de su vida peregrinante de anuncio de la Buena Noticia (Mc 3, 21) Jesús se mantienen libre frente al círculo de sus amigos que quieren dictarle cómo debe ser su conducta en contra de la voluntad última del Padre (Mc 8, 31-33). Jesús se atrevió a enfrentarse y criticar libremente a los escribas y a las clases cultas de la sociedad judía (Mt 23). 14 Jesús manifiesta una libertad total frente a la presión social ejercida por las clases dominantes. Jesús es libre frente al poder político de las autoridades romanas sin entrar en cálculos políticos o juegos diplomáticos (Lc 13, 31). Jesús no se deja llevar por la estrategia de las fuerzas de la resistencia a los ocupantes romanos (Mc 4, 26 – 29) Jesús no se deja esclavizar por las “tradiciones de los antiguos que alejaban a los judíos de la voluntad de Dios (Mc 7, 1-12). Tampoco se ata a las últimas corrientes Rabínicas que circulan en la sociedad judía. Jesús se manifiesta libre frente a los ritos, prescripciones y leyes litúrgicas que quedan vacías de sentido si se olvida que deben estar al servicio del hombre (Mc 3, 1-6) Estas actitudes y manifestaciones de hombre libre, Jesús las adquiere y nutre en su relación íntima con Dios a quien llama “Abba”. Jesús con su vida y predicación nos enseña que la Verdad es la Voluntad del Padre escuchada, aceptada y encarnada en la vida de cada día. El Evangelio de Juan es presentado por su autor como un combate encarnizado entre la Verdad y la mentira que tiene la pretensión de dominar este mundo con las armas del más fuerte. Este Evangelio nos presenta a Jesús como Hombre Libre, entronizado en la Cruz, regalándonos a todos el Espíritu de Dios, que lo recrea todo en la Verdad para invitar a todo hombre a la fiesta de la libertad. JESÚS HOMBRE LIBERADOR Jesús no ofrece dinero, cultura, poder, armas, seguridad..., pero su vida es una Buena Noticia para todo el que busca liberación. Jesús es un hombre que cura, que sana, que reconstruye a los hombres y los libera del poder inexplicable del mal. Jesús trae salud y vida (Mt 9, 35). Jesús garantiza el perdón a los que se encuentran dominados por el pecado y les ofrece posibilidad de rehabilitación (Mc 2, 1-12) Jesús contagia su esperanza a los pobres, los perdidos, los desalentados, los últimos que están llamados a disfrutar la fiesta final de Dios (Mt 5, 3-11) Jesús descubre al pueblo desorientado el rostro humano de Dios. Ayuda a los hombres a vivir con una fe total en el futuro que está en manos de un Dios que nos ama como Padre (Mt 6, 25-34) Jesús ayuda a los hombres a descubrir su propia verdad (Lc 6, 39-45), una verdad que les puede ir liberando (Jn 8, 31-32) Jesús invita a los hombres a buscar una justicia mayor que la de los escribas y fariseos, la justicia de Dios que pide la liberación de todo hombre deshumanizado (Mc 6, 33). Jesús busca incansablemente crear verdadera fraternidad entre los hombres aboliendo todas las barreras raciales, jurídicas y sociales (Mt 5, 38-48). 15 Si quisiéramos resumir de alguna manera la actuación liberadora de Jesús, podríamos decir que desde su fe total en un Dios que busca la liberación del hombre, Jesús ofrece a los hombres esperanza para enfrentarse al problema de la vida y al misterio de la muerte. PARA ANUNCIAR LA LIBERTAD A LOS PRESOS El reto y la oferta de Jesús son claros. El hombre puede cambiar y liberarse cuando se siente personalmente responsable ante un Padre cercano. Dios no sólo reclama lo exterior, lo controlable, sino lo interior, lo incontrolable, el corazón del hombre. No sólo espera unos frutos sanos, exige el árbol sano. No sólo el obrar también el Ser. No sólo algo de mí sino mi propio yo y éste entero. Para el que vive desde la dinámica del Reino de dios está claro que no es el hombre para le ley sino la ley para el hombre. Es decir, el hombre está por encima de todo. No es justa en la línea del Reino de Dios y su justicia una ley que provoca, mantiene o acrecienta el clasismo, la marginación de los débiles, la opresión de los más indefensos. El anuncio que hace Jesús del perdón liberador de Dios para todo hombre pecador tiene que tener una traducción jurídica en nuestra sociedad. La ley no debe abandonar a ningún hombre ni siquiera al culpable. El que vive desde la realidad del Reino de Dios no puede aceptar que el Derecho Penal devuelva mal por mal. No debe hundir al delincuente en su pasado, ni abandonarle sin ofrecerle posibilidades de rehabilitación. El mundo de las cárceles, reformatorios y centros de rehabilitación es quizás uno de los campos más descuidados y abandonados por la conciencia de los creyentes cristianos. Jesús no justificó nunca el pecado pero adoptó siempre una postura constructiva, liberadora con los culpables sin despreciar, sin excluir a nadie del Reino de Dios y su justicia. CREER EN JESÚS, EL CRISTO LIBERADOR No es posible creer en un Dios que se ha hecho hombre buscando la liberación de la humanidad y no esforzarse por ser más hombre cada día y trabajar por un mundo más humano y más liberado. No es posible creer en un Dios que ha querido compartir nuestra vida por restaurar todo lo humano y al mismo tiempo colaborar en la deshumanización de nuestra sociedad, atentando contra la dignidad y los derechos de la persona. No es posible creer en Dios que se ha entregado hasta la muerte por defender y salvar al hombre y al mismo tiempo pasarse la vida sin hacer nada por nadie. 16 No es posible creer en un Dios que se ha hecho solidario de la humanidad y al mismo tiempo organizarse la propia vida de manera individualista y egoísta. No es posible creer en un Dios que busca para el hombre un futuro de justicia, liberación y amor y al mismo tiempo no hacer nada por conseguirlo. Interpelaciones 1. Jesús, Hombre Libre: ¿cuáles son mis mentiras personales, las que me aprisionan? ¿Cuál es el nombre de las seudo libertades que hoy continuamente se nos presentan? 2. Jesús, hombre liberador: ¿qué contenido tiene en mi vida esta afirmación? Mi vida y mi libertad ¿en qué se basan: en mis opciones autosuficientes o en la escucha cotidiana de la Voluntad divina que me revela mi camino y misión? 3. Jesús: Libertad de los presos: ¿nuestro quehacer en la pastoral penitenciaria es liberador, expresión del quehacer redentor de Cristo? 4. Mi libertad se basa en creer en Jesús como Liberador de mi vida: ¿a qué me compromete esta afirmación? ¿A qué nos compromete como equipo? Oración – plegaria Canto: El pueblo gime en el dolor, Ven y sálvanos... Experiencia: “estos barrotes me producen sentimientos de odio y rencor. Estos meses no he aprendido otra cosa que a odiar. Odiar a todos, a los jueces, a los funcionarios, a toda la sociedad... Pero, la verdad es que no quiero salir con odio de aquí porque me carcome por dentro, me quita energías... Quiero vivir, no quiero morir de odio”. Evangelio: Lc 4, 16 – 21. Reflexión: Jesús nos invita a ser nosotros mismos, a reconocer nuestra limitación y pedir ayuda; a repeler la comedia de ser justo: no jugar a ser buenos. El reto y la oferta de Jesús son claros: el hombre entra en la dinámica de la libertad cuando deja entrar a Dios en su vida para que le libere del pecado de su origen y aprenda el Camino de la Verdad y la Vida. La invitación que se nos hace es al perdón, la curación y sanación de toda persona herida interior o exteriormente. No se puede abandonar a ningún hombre, ni siquiera al culpable. Esto nos obliga a reconocer que nuestra sociedad que funciona según una ley del ciudadano ideal es injusta e inhumana con muchos personas marginadas, incapacitadas para vivir integrada en esta sociedad y que necesariamente terminan en la delincuencia. Quien vive la realidad del Reino apuesta por: “devolver bien por mal”, es decir, no abandonar a la persona equivocada a su pasado, sino ofrecerle perspectivas de un futuro distinto, en contraposición al derecho penal que nos involucra a todos a “devolver mal por mal”. Las exigencias del amor no tienen límite, lo que nos compromete a promover una acción constante de renovación y reforma de leyes. 17 CREDO Todos: Creemos en Jesús libre y liberador. Voz 1: Jesús de Nazareth fue un hombre libre y valiente: libre ante su familia, libre ante los escribas y fariseos, libre ante el poder político y religioso, libre ante las riquezas, libre ante el futuro, libre ante la ley. Todos: Creemos en Jesús libre y liberador. Voz 2: Jesús de Nazareth fue un hombre cercano a los necesitados, acogió los pecadores, curó a los enfermos, defendió a los marginados, a los oprimidos trajo un mensaje de liberación. Todos: Creemos en Jesús libre y liberador. Voz 3: Jesús de Nazareth después de pasar muchas penalidades entregó su vida por nosotros. Todos: Creemos en Jesús libre y liberador. Voz 4: Jesús de Nazareth ha resucitado. Él es la Vida; es la Verdad; es el Camino de Libertad y en su Resurrección realiza nuestra liberación. Todos: Creemos en Jesús libre y liberador. Voz 5: Y porque creemos en Jesús de Nazaret nos sentimos miembros de su equipo y nos comprometemos en la tarea de Liberación de todo hombre. Amén Todos: Padre nuestro... ORACIÓN FINAL Tú dirás que soy un loco; yo conozco muchos más y confío que algún día junto a ti podré soñar. Soñé que desmontaban las rejas de cautividad y cada cárcel era una universidad. Soñaba que la gente vivía en libertad. Soñé que no había muerte, tampoco había enfermedad. No eché a nadie de menos al compartir el pan. Soñaba que toda la gente esta junto a mí para cantar. Padre bueno que nuestros sueños sean los tuyos para que la Verdad nos embriague y la Libertad resplandezca. Te lo pedimos por Jesús, el hombre libre que nos enseñó el camino de la felicidad que dura por los siglos de los siglos. Amén CANTO FINAL: Libertador de Nazaret, Cristo nos da la Libertad,... 18 Introducción Perdonar y acoger al otro son dos realidades difíciles en el mundo en que nos movemos, donde predomina el tener y el poder, inmerso en el consumismo y la ambición de enriquecerse aunque sea a cosa del otro. ¡Todo vale! ¿Cómo pedir el perdón y la acogida para los hermanos/as que sufren privación de libertad, presos por tantas causas y que la mayoría de la sociedad rechaza, margina y aleja de sí? ¿Es posible solicitar el perdón y la acogida para quienes desea esta sociedad desea ver encerrados de por vida? El JUBILEO 2000, no obstante, nos invita a abrirnos a los demás, especialmente a los más pobres, con entrañas de reconciliación y misericordia ante toda la miseria humana. Reflexión teológica La historia de la Salvación, que es la relación de Dios Padre con la humanidad, con cada uno de nosotros, es un continuo perdonar y acoger. Desde el perdón a los primeros padres, Adán y Eva, prometiendo y ofreciendo un Salvador, toda la historia está tejida de esta constante: pecado (ruptura de las relaciones por no cumplir la ley del Señor), perdón (predicado por los Profetas y ofrecido por un Padre – Madre que olvida, acogida (renovando siempre la amistad y tendiendo la mano a quien le busca). Los textos bíblicos al respecto son tan numerosos como conocidos: fijémonos en los que más nos interpelen. Este es el talante del Padre que “tanto amó al mundo que le entregó a su Hijo para que el mundo se salve” (Jn 3). Basta leer las parábolas de la misericordia: la oveja perdida y la consiguiente alegría por hallarla; la parábola del Hijo Pródigo, cuyo Padre prepara el banquete para celebrar el regreso del Hijo “que había muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y se le ha encontrado”. (Lc 15) El ejemplo mayor lo tenemos en Cristo Jesús que perdona dando la vida: en lo alto de la Cruz, en medio de dolores, humillaciones y despreciado como malhechor exclama: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”. Es por ello que, cuando resucita, lo primero que anuncia es el perdón (Jn 20, 23). No en balde, nos enseñó y exigió en la oración del Padre Nuestro, “perdona nuestras ofensas para que nosotros perdonemos a quienes nos ofenden”. Su mandamiento nuevo es: “amaos los unos a los otros como Yo os he amado”. Consecuentemente, la condición para que Dios nos escuche y podamos celebrar la Eucaristía es que “perdonemos de corazón a quien tenga quejas contra nosotros” (Mt 5, 20 – 26). 19 Somos seres humanos y cometemos faltas y errores (Rom 7, 14 – 15). En el Sacramento de la reconciliación, a quien se convierte y arrepiente de sus culpas y las confiesa, Cristo, a través de la Iglesia, ofrece y concede la reconciliación y el perdón, acogiéndolo de nuevo. Bastaría recordar siempre la actitud del Maestro: “¡Vete en paz! Yo tampoco te condeno” (Jn 8, 1 – 10) ¿Cómo sería nuestro mundo si no existiera el perdón? Y ¿cómo cambiaría la estructura de nuestras cárceles si se buscara y se intentara provocar la reconciliación víctima – agresor? Pero... Si la palabra perdón y acogida no forma parte de nuestra experiencia personal y penitenciaria..., si no existe la mano tendida ni tenemos entrañas de misericordia ante toda miseria humana (plegaria eucarística 6ª) acogiendo a todos..., si el que “peca” tiene que seguir siendo culpable y quedarse encerrado en sus yerros..., si sólo existe la venganza y el peso de la ley su sentencia..., olvidamos el Evangelio en su realidad más profunda y para nada sirve el júbilo que proclama el JUBILEO que queremos celebrar en el año 2000. Desde la perspectiva de la pastoral penitenciaria nos gustaría emplazar, por así decir, a las partes contendientes: la sociedad, víctima en algunos de sus miembros, y los que delinquen, a una doble actitud y exigencia: A cuantos formamos la sociedad, el año Jubilar nos invita a abrir nuestros corazones y no hacernos sordos y duros a la situación del hermano/a encarcelado que, proveniente en su mayoría de la marginación y sufriendo la postergación del mismo entorno social, precisan de la comprensión y acogida, pues muchos de ellos/as son, a la vez, víctimas de una estructura de pecado y exclusión. Para ellos/as va la gracia del Padre bueno Dios, a través de nuestra acogida y perdón A cuantos habitan nuestros recintos penitenciarios, el año Jubilar les invita a que, reconociendo sus errores, pidan perdón a la Sociedad, a las víctimas y a sus propias familias y allegados A todos, el año Jubilar nos urge a perdonar, a renunciar al desquite y la venganza, a no guardar rencor alguno, a no aprovechar situaciones de superioridad y poder para humillar y borrar al otro; son actitudes difíciles que rebasan nuestras fuerzas y posibilidades. Por eso el Señor, como a Pedro nos invita al perdón infinito, pero sabiendo que quien actúa en nosotros es el Espíritu (Mt 18, 21 – 22). PERDONAR Y ACOGER, dentro de la Institución penitenciaria, implica a todos: sociedad, víctimas, poder judicial y policial, autoridades penitenciarias, equipos de tratamiento, funcionariado en general y a toda la población reclusa. Sin la experiencia del perdón recibido de una manera explícita ¿es posible la rehabilitación de la persona? El Padre nos acoge y perdona; nosotros sus hijos estamos llamados, también a acoger y perdonar. Es en la dinámica del perdón y la misericordia donde los creyentes nos jugamos el Evangelio, pues el Padre Misericordioso que permanece con la puerta de la fiesta siempre abierta, sigue esperando a todos sus hijos. 20 Interpelaciones 1. A la luz de lo expuesto, frente a una actitud de perdón y acogida, ¿vemos al otro como persona, digna de comprensión y apoyo, sin distinción de raza, religión, idioma e incluso delito? 2. ¿Estarías dispuesto a favorecer y promover el perdón mutuo y a la reconciliación Víctima – delincuente? 3. ¿Crees en la rehabilitación personal y en la reinserción social, como acogida de la Sociedad para ti y para el hermano/a? 4. ¿Piensas que es una posibilidad real la reestructuración de la vida carcelaria o es una utopía? ¿Cuál sería tu aportación personal a esta reconversión? 5. Crees que el perdón es un don del Espíritu o sigues pensando que es un reto y apuesta del ser humano? ¿Es posible el perdón sin mirar al Crucificado? 6. ¿Cómo patentizar el perdón de un modo concreto en este año Jubilar? Oración – plegaria A Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, dirigimos nuestras plegarias en este año Jubilar, poniendo como intercesora a María de la Merced, patrona de Cautivos y retenidos: 1. Por la Iglesia, que se hace presente en las cárceles, para ayudar a la humanización de sus hijos e hijas privados de libertad, para que sea testigo prolongado de perdón y acogida liberadora. 2. Por cuantos ejercen autoridad y está al servicio de los Centros Penitenciarios, para que trabajen en la rehabilitación de aquellos que privados de libertad, descubren como hijos de Dios. 3. Por todas las víctimas del delito, para que con la fuerza de Dios, superen los quebrantos recibidos y se abran a la reconciliación. 4. Por las familias de las personas privadas de libertad, para que no decaigan en el apoyo que les prestan y en su dolor acojan generosamente a los suyos. 5. por toda la sociedad, para que no margine a quienes, desde su situación personal han sido víctimas de su propio delito. 6. por todos los presos y presas que tengan la valentía y generosidad de manifestar su arrepentimiento y deseos de cambio personal. 7. por cuantos colaboran en la Pastoral Penitenciaria para que sean fieles a su ministerio de llevar paz, reconciliación y amor a quienes viven la privación de su libertad. Dios y Padre nuestro, por tu Hijo Jesucristo y la fuerza del Espíritu Santo, imploramos el perdón y la acogida, confiando en tu gran misericordia. Que tu gracia promueva, inspire y sostenga nuestros buenos deseos y sea una realidad el júbilo del Jubileo 2000, trayendo la alegría y la reconciliación entre la Sociedad y los que hayan equivocado su camino. Por Jesucristo nuestro Señor. 21 Introducción El corazón del hombre ha sido creado para la fiesta; no para cualquier fiesta, sino para aquella que le transforma, plenifica y lanza a lo definitivo. Sin fiesta el hombre entra en el torbellino de la rutina y se va degradando en el gozne sin fin del abismo. La fiesta ha de desarrollar la dimensión de la gratuidad, del derroche de gracia, la dimensión lúdica que desarrolla ese niño agazapado que todos llevamos dentro. Cuando nuestro corazón accede a esta dinámica de fiesta, que sólo la relación con la transcendencia puede aportar, el gozo invade nuestra existencia en una alegría interminable. Reflexión teológica El acto de fe profundo emplaza la vida humana en la fiesta de Dios, por lo que la vida cristiana es, ante todo, una epifanía de gozo festivo. Nuestra fiesta se basa en la Buena Noticia de que Dios viene a nuestro encuentro, para liberarnos de nuestras esclavitudes y abrirnos a la bienaventuranza evangélica. La fiesta es la celebración de la liberación de la nada para existir. La fiesta es revivir diariamente la llamada de Alguien que nos llama desde las profundidades del abismo a Ser. La fiesta, en primer lugar, es un recuerdo de nuestra esencia, de nuestra vocación, del sentido de vivir. La fiesta es descubrir y celebrar la realidad constitutiva de nuestro existir cada día: hay que dirigir nuestros ojos y nuestra memoria hacia el acontecimiento primordial, salvador, que nos constituye. Es un intento de no dejarnos atrapar por la monotonía de lo cotidiano, para sublimar y situar nuestros sentimientos interiores y las aspiraciones más hondas en la gratuidad infinita. Este fenómeno interior lo expresamos de mil maneras: rituales, música, danza, canto, baños lustrales, comidas sagradas... En cada fiesta reivindicamos el aspecto sagrado de cada acontecimiento.: a través de la celebración festiva queda abolida la duración temporal y se inaugura un tiempo sagrado, un tiempo singular portador de gracia y de salvación; hay que distinguir entre el tiempo del trabajo y el tiempo de la fiesta, entre el tiempo del hacer y del producir y el tiempo de expresar la alegría de vivir. Cada fiesta es una convocatoria, un memorial, un recuerdo, una conmemoración ritual del acontecimiento salvador: los cristianos evocamos no sólo el origen de la vida, sino que la eclosión de vida, verificada en el acto creador, llega a su máxima manifestación en la muerte y resurrección de Jesús de Nazareth. 22 La fiesta condensa la vida cotidiana y nos resitúa en la gratuidad divina para recrear el universo en el quehacer cotidiano. La fiesta que no condensa y expresa la vida aliena a quien dice celebrarla; la fiesta que es expresión de lo que se vive redimensiona la existencia en una acción de gracias. Así, la fiesta es incorporarse al descanso soberano de Dios para reconocer con El que la creación es buena. El fundamento último de toda fiesta, lo que la motiva y justifica en última instancia, es la convicción de que todo lo que existe es bueno y es bueno que exista. La dinámica de la fiesta nos sitúa en la culminación del tiempo que vivimos, anticipándolo. Apoyados en el Resucitado, desarrollamos la fantasía cristiana, anticipando en el presente las nuevas formas de existencia humana, los nuevos estilos de convivencia, estructuras sociales nuevas, modos nuevos de entender la vida y el mundo, ..., que se manifestarán en el esjatón definitivo mediante el rito festivo, el futuro no sólo se proyecta y anuncia, sino que se anticipa y experimenta. En el aquí y ahora de la celebración confluyen el pasado y el futuro, en un intento de vivir ya la exuberancia contenida en nuestras potencialidades: esa exuberancia se manifiesta en el traje de gala, en la comida festiva, en el engalanamiento de calles y edificios, en la generosidad de la bebida y hasta en el derroche de medios... El día de fiesta es un día distinto. Rompemos los tabúes y los convencionalismos sociales; la fiesta nos permite mostrarnos tal como somos, en libertad de acción y espontaneidad, sin caretas ni formalismos. La fiesta es el entrenamiento para la libertad definitiva, acompasada por la alegría exuberante y el derroche gozoso. La fiesta, el gozo, la libertad, es un “sí” a la vida, a Dios, a Jesús, nuestro Salvador. La fiesta nos permite experimentar como presentes los acontecimientos salvadores del pasado y la gozosa posesión de los bienes de futuro. El Jubileo de este año 2000 es un intento de condensar, en nuestro modus vivendi, todo el júbilo divino, permitiendo que este derroche de fiesta trinitaria alcance a todos los hombres y a todo lo creado. La fiesta y el júbilo han de ser comunitarios o son falsos, han de abarcar a todos o no son válidos. El Jubileo del año 2000 no es algo distinto a otros años, sino la oportunidad de gracia que se nos regala para disfrutar lo que se nos ofrece día tras día, mes tras mes, año tras año, pero que no somos capaces de discernir y disfrutar por estar demasiado aferrados a la mecánica de lo cotidiano. Cada Eucaristía es la mejor síntesis y la mejor epifanía de la fiesta cristiana; en ella se condensa y se ofrece en alimento esa Vida en abundancia que Dios Padre en su Hijo Jesús nos regala gratuitamente en el Espíritu. Cada Eucaristía celebra la fiesta pascual, transformación de la existencia: abandono de una existencia según las categorías de aquí abajo (pecado, fragilidad,...) para acceder a una existencia nueva, transfigurada, gloriosa en el Espíritu. Dios, que es presencia perenne e incesante, a través de la fiesta, nos brinda a los cristianos la posibilidad de entrar, desde ahora, en su presente inmutable, en el “hoy” eterno de la divinidad. A través de la celebración festiva la comunidad se libera de los estrechos límites de lo temporal y se ve transportada a la órbita de lo divino, inmersa en el eterno presente de Dios, en un “hoy” inmutable y siempre nuevo. 23 Interpelaciones 1. ¿Cómo es la percepción de nuestro tiempo? ¿Desde dónde lo percibimos? ¿Cómo articulamos en nuestro vivir cotidiano el pasado, el presente y el futuro? ¿Cuál es la medida del tiempo en el interior de los centros penitenciarios? ¿Nos inquieta el pasado que hemos vivido? ¿Cómo afrontamos el futuro: desde la realidad profunda del presente o desde fantasías inverosímiles? 2. ¿Qué relación tiene la fiesta con la diversión? ¿Las fiestas tal como la vivimos, expresan lo que vivimos o son una válvula de escape? 3. ¿Cómo interpela, purifica y transforma tu vida cada fiesta que vives? 4. ¿Es posible la fiesta sin Dios? ¿Es posible la libertad sin la fiesta? Oración – plegaria Pasado algún tiempo, advertí cambios en la táctica de Jesús. No se limitaba ya a predicar a las multitudes. Prestaba ahora mayor atención a sus discípulos. Solía retirarse con un grupo reducido de seguidores y les instruía largo rato a solas. Daba la impresión de estar preparando algo importante. Un buen día asistí a un acontecimiento que él quiso revestir de un significado especial. Y que marcaría un hito en mi trayectoria personal. Nos encontrábamos en la cima de un montículo desde donde se divisaban las aguas azuladas del lago. Jesús conocía muy bien el simbolismo que la montaña tiene para un judío.. Empezó a hablar. Pausadamente. Emocionadamente. Decía: Felices quienes han abierto al viento del Espíritu su corazón, y han dejado que este les enseñe qué es amar. Felices los que han elegido la parte de sus hermanos más pobres. Los que se han hecho pobres con los pobres. Para aprender a amar donde no hay amor. Felices los que lloran lágrimas de ojos ajenos, y hacen suyo el grito de los que no tienen voz. Felices, porque el Dios-amor derramará a manos llenas sobre ellos su ternura. Felices los humildes. Los que tienen los pies en la tierra, y saben soñar sueños de inmensidad. Felices los que buscan la justicia como busca el hambriento su pan. Felices, porque conocerán lo que es la libertad. Felices los compasivos. Saborearán el cariño de mi Padre Dios. Felices los que tienen transparente el alma. Los que saben el nombre de las cosas y osas pronunciarlo sin temor. Felices, porque verán las huellas del amor en la playa fresca de la vida. Felices los que construyen la paz. Los que crean espacios de amor y libertad. Felices, porque con su estilo de ser proclaman ante el mundo que el Dios – amor es un Dios de todos y para todos. Felices los que padecen persecución a causa de su lucha por conseguir que las cosas sean lo que pueden ser, lo que deben ser. Felices, porque a pesar de todo, contra todos, el Dios – amor se hace responsable de su felicidad. Y seguía hablando. Explicaba sin prisas el significado, las consecuencias de cuanto iba diciendo. 24