Basura Álex Covarrubias Valdenebro*

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Basura
Álex Covarrubias Valdenebro*
El “trash talk” o pronunciación de basura es en los encuentros deportivos lo que el “bluffing” es en los juegos de cartas. Los jugadores lo
usan para intimidar al contrario. Pero mientras el “blufeo” o presunción se dirige a confundir al otro sembrando la duda sobre las fichas y
cartas combinables que cada quien tiene, el “trasheo” trabaja sobre los efectos de la agresión y la reacción. Se injuria, se ofende, buscando
lastimar al contrario donde más le duele. Se intenta sacarlo de sus cabales mediante la provocación, en espera y festejo de su reacción
desmedida. De ahí que los ataques del hablador de basura son frontales, directos y descarados. Sus armas son bien conocidas, pero no por
ello menos perturbadoras: El rayado materno repiqueteado sin causa de por medio; el reto a la hombría con jaloneo de trusa; la petición
de favores de la hermana consentida sin galanteo de por medio; el ninguneo de las capacidades en competencia sin desahogo de pruebas.
Algunos de los jugadores tenidos por lo más extraordinario que el deporte ha dado, han sido o son los mayores escupidores de basura. El
superdotado de Michael Jordan en los escenarios frente al público era y es un caballero a carta cabal. Pero en la duela era un “trashero” de
lo peor. Bueno figúrese que su ralea hacía parecer santos a los regeaetoneros del Harlem. Otros más han sido famosos por suplementar el
“trasheo” con acciones desconcertantes por la vía de hechos muy dolorosos. “El Pibe” Valderrama se hizo temible por sus impiadosos
tirones de la zona de flotación hacia abajo. El Tyson orangután perfeccionó el reparto de mandurría asesina con el arranque de orejas a
dentellada pura. Nuestro modoso Hugo Sánchez se hizo bien conocido en España por su rapidez para pastelear a los defensivos
contrarios. Y qué decir del inolvidable “Púas” Olivares que a su mortífero gancho de izquierda agregaba un arsenal de recursos ilegales
de todo tipo cosechados en su teibolero barrio de la Bondojo.
El “trash talk” tiene un equivalente en el dilatado mundo de la literatura. Se concreta en el infla-mundillo de los libros, revistas y artículos
basura. Pese a ser -o quizás por ser- un mundillo bastante deplorable es la literatura que más se consume. La integran varios grupos, pero
dos son los más conocidos. Una es la Literatura de entretenimiento de los sentidos que oscila entre los renglones del cuento sentimental y
los libretos de la pornografía. El otro grupo corresponde a los minitextos y seudotextos de superación personal que contienen la promesa
perenne de revelar las claves del éxito. Distintos en sus presuntos ámbitos de competencia, ambos se encuentran en el punto de llegada
que los hace por igual panfletarios para el olvido. El placer del amor y el sexo sin límites prometido por la Literatura pornográfica se
hermana con el placer de los caminos del éxito sin excusas jurado por la literatura de superación de bolsillo.
Ambas literaturas carecen de valor educativo y sin embargo explotan eficientemente las necesidades de un público definido por su
ignorancia, su dejadez extrema, su estado de abandono y necesidad alarmante por vacíos de todo tipo. Vacíos materiales, vacíos
emocionales, vacíos culturales, vacíos intelectuales. Vacíos, en suma de alimento y contacto y estima humana básicas.
En mi artículo pasado comentaba que la población no lee o lee poquísimo. Señalaba que los universitarios en promedio estudian o leen
muy poco. La mayoría lee, con suerte, dos textos por año; más de común de uno para abajo. Contrastaba cómo a las dos a cinco horas
promedio que los universitarios invierten en una semana para estudiar (en el mejor de los casos), se oponía un consumo desproporcionado
de tiempo frente a los televisores. Las estadísticas varían, pero la moda va de dos a cinco horas promedio por día consumidos frente a las
pantallas. Se queda corto cualquier calificativo para subrayar lo gravemente preocupante que pueden ser las implicaciones de estos
patrones de consumo cultural.
Ahora deseo enfatizar que de esos escasos libros o revistas que la población lee en un año entero de sus vidas, el grueso son textos de
aquellas inapreciables categorías. Cuadernos pornográficos; renglones del último grito de superación personal. Son textos repetitivos,
obtusos, carentes de formación e información. Pero son prolijos de dosis encomiables de bonos del ahorro del pensamiento y las ideas.
Por hechos como éste seguimos siendo una Nación de pobres e iletrados –a lo que hay que sumar el despliegue de cualquier cantidad de
analfabetas funcionales. En México carecemos de estudios e innovaciones que puedan marcarnos pautas claras de desarrollo, pero nos
sobran merolicos dispuestos a vendernos de todo. Desde la última foto comprometedora de la englobada Sabrina; hasta la última receta
para triunfar en la vida y ser un héroe de la Patria.
Algo captaba en el ambiente al respecto el humor amargo de Mark Twain desde hace más de un siglo. Es cuando el padre de la novela
estadounidense se preguntaba sobre lo qué estaba ocurriendo: ‘Nos hablan y nos dirigen personas inteligentes que nos están embromando.
O estamos en manos de imbéciles que hablan en serio’.
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