El deterioro fisiológico del ser humano Francisco Grande Covián

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Francisco Grande Covián
El deterioro fisiológico
del ser humano
Como deterioro fisiológico debemos
definir la disminución de la capacidad
funcional del organismo humano, en
cualquiera de sus diversos aspectos,
producida en ausencia de enfermedad
o de exposición a causas capaces de
producir efectos patológicos.
La principal forma de deterioro fisiológico así definido es la que se manifiesta en asociación con el paso del
tiempo, es decir, con el envejecimiento.
En consecuencia, el intento de describir
el deterioro fisiológico del ser humano
debe comenzar por una consideración de
los cambios funcionales que se
producen conforme aumenta la edad del
individuo.
Es universalmente admitido que el
envejecimiento lleva consigo una disminución de la capacidad fisiológica
del individuo, que no puede atribuirse
a otra causa que el paso del tiempo.
Esto equivale a decir que existe un proceso fisiológico de envejecimiento que
se expresa por la disminución más o
menos marcada de ciertas funciones
orgánicas (4).
El método tradicional para el estudio del efecto de la edad sobre una
función dada consiste en la medida de
dicha función en grupos de individuos
de distintas edades, integrados por sujetos considerados sanos. Si el número
de sujetos es suficiente y las diferenCuenta y Razón, n.° 2
Primavera 1981
cias de las medidas alcanzan el nivel
debido, no es difícil establecer, mediante el cálculo estadístico, la existencia de un cambio funcional atribuible
al efecto de la edad. El problema está
en que los grupos de sujetos de distinta
edad no son estrictamente comparables.
Un grupo de sujetos de setenta años,
por ejemplo, es una muestra cuya composición ha sido determinada por la
mortalidad selectiva. Los supervivientes
que componen la muestra no son en
realidad comparables a la totalidad de
los individuos de una muestra de sujetos de veinte años, que incluye inevitablemente individuos que no van
a alcanzar la edad de setenta años.
El método longitudinal, es decir, el
estudio repetido de un mismo grupo
de sujetos en años sucesivos, tiene el
inconveniente de la duración del estudio
y el que es necesario comenzar con un
amplio número de sujetos si se quiere
evitar que la muestra resulte al final
demasiado reducida. Este método es
habitual en la experimentación con animales, cuya vida es más corta que la
humana. La limitación de estos datos
depende de la incertidumbre acerca de
la validez de los resultados obtenidos
en una especie de vida corta para otra
de vida de mayor duración.
El conocimiento del deterioro fisiológico asociado con el envejecimiento
no es sólo importante desde el punto
de vista de las ciencias biológicas; tiene
también
considerable
importancia
sociológica. Aunque el enorme progreso
de los conocimientos médicos no se
ha traducido todavía en una mejora
equivalente de la práctica médica, el
hecho es que la proporción de personas
que alcanzan edad avanzada crece continuamente en los países desarrollados.
Las estadísticas españolas para 1970
muestran que un 10 por 100 aproximadamente de la población es mayor
de sesenta y cinco años. La proporción
de personas de más de sesenta y cinco
años en la población americana era el
3,4 por 100 en 1880, y se calcula que
pasará del 14 por 100 en 1980.
Deterioro de las funciones
fisiológicas en la edad avanzada
El deterioro durante el envejecimiento
ha sido bien documentado en la especie
humana para funciones tan diversas
como la acomodación visual, el
aclaramiento renal de urea, el volumen
minuto cardíaco, el flujo de sangre cerebral, la concentración de enzimas en
las secreciones digestivas, etc. (3, 4,
17). El cambio más importante parece
residir en una disminución general y
progresiva de la capacidad del organismo para ajustar sus actividades a los
cambios en la demanda. Se ha dicho
por ello que la disminución de la capacidad de reserva para hacer frente a
las exigencias de la vida diaria es el
mejor índice del proceso de envejecimiento (17).
En la imposibilidad de detallar todos los cambios fisiológicos asociados
con el envejecimiento, quiero referir,
como ejemplo, los efectos de la edad
sobre la capacidad para realizar ejercicio físico y el recambio energético en
reposo, es decir, el metabolismo basal.
a) Disminución de la capacidad física
en el envejecimiento
Numerosos estudios han demostrado
que la fuerza muscular está disminuida
en las personas de edad avanzada. Así,
por ejemplo, Asmussen y Mathiesen (1)
obtuvieron datos en 25 estudiantes de
educación física a los 23-24 años y a
los 50-51 años de edad. La fuerza manual (mano derecha) fue de 54,3 kg.
para los varones a los 24 años y de
44,2 kg. a los 50 años. En las mujeres,
los valores fueron 36,7 kg. a los 23
años y 26,6 a los 51 años. La fuerza
muscular descendió, por tanto, en el
curso de unos 26 años en un 19 por
100 del valor inicial para los hombres y
en un 28 por 100 para las mujeres. Esta
disminución se atribuye principalmente a
disminución de la masa muscular y a
descenso de la motivación de los
sujetos.
La capacidad para realizar ejercicio
físico de máxima intensidad, medida
mediante la determinación del consumo
de oxígeno, disminuye al aumentar la
edad, según demuestran los datos clásicos de Robinson (13). Expresado en
porcentaje del valor a los 24,5 años
de edad, el consumo máximo de oxígeno
fue del 88,5 por 100 a los 35 años,
del 81 por 100 a los 45, del 78,8 por
100 a los 52, del 71 por 100 a los 63 y
del 52,5 por 100 a los 75 años. Nótese
que estas cifras proceden de distintos
individuos y que el grupo de edad más
avanzada sólo incluía tres sujetos. El
estudio de Bonjer en 258 trabajadores
muestra que el consumo máximo de
oxígeno de los sujetos de 64 años es
un 58 por 100 del observado en los
de 20 años (2).
En contraste con el descenso de la
capacidad para realizar trabajo de máxima intensidad, la capacidad para realizar trabajo físico de intensidad
sub-máxima parece afectarse poco por
la edad. La conclusión generalmente
aceptada es que la capacidad para
realizar
esfuerzo físico de intensidad ligera o
moderada apenas se modifica por la
edad, al menos hasta los 65 años (17).
Esto es importante, puesto que en la
mecanizada sociedad moderna son pocas
las personas que realizan esfuerzo físico
de intensidad máxima como parte de su
actividad laboral. Por otro lado, no debe
olvidarse que el tiempo necesario para la
recuperación de los cambios producidos
por el ejercicio está aumentando en las
personas de edad. Esto aconseja
aumentar el número y la duración de los
períodos de reposo intercalados entre los
períodos de actividad en los individuos
de edad avanzada. El entrenamiento o el
mantenimiento de un cierto nivel de
actividad física habitual tienden a
contrarrestar los efectos de la edad sobre
la capacidad física del ser humano. Así,
en el estudio de Sidney y otros (16) se
demuestra que un programa de
entrenamiento físico moderado en
hombres y mujeres de más de 70 años
eleva su consumo máximo de oxígeno a
niveles comparables a los observados en
sujetos sedentarios de 10 a 20 años más
jóvenes. Pero esto, naturalmente, no
quiere decir que la actividad física sea
capaz de detener el proceso del
envejecimiento;
quiere
decir,
simplemente, que una persona de edad
que se mantiene «en forma» puede tener
una capacidad para realizar trabajo
físico superior a la de un sujeto
sedentario mucho más joven.
b) Metabolismo basal, composición
corporal y envejecimiento
Una idea muy extendida es que el
recambio energético del organismo humano en reposo y ayunas, es decir, lo
que habitualmente llamamos «metabolismo basal», desciende progresivamente
al aumentar la edad del sujeto. Esta
idea se basa en observaciones realizadas
por
varios
investigadores
distíngui-do¿
que
midieron
su
metabolismo basal
repetidas veces a lo largo de su vida
y en estudios comparativos de grupos
humanos a distinta edad.
En consecuencia, y teniendo en cuenta
que el nivel de actividad física tiende a
reducirse al aumentar la edad, se
calcula habitualmente que las necesidades energéticas de un sujeto de 75 años
son, aproximadamente, un 70 por 100
de las de un adulto de 20 a 25 años (6).
Sin embargo, experimentos llevados a
cabo con mis colegas los doctores
A. Keys y H. L. Taylor, en un grupo
de hombres jóvenes, estudiados en dos
ocasiones, con un intervalo de 19 años, y
en un grupo de hombres de más edad,
estudiados repetidamente durante un
período de 25 años, han demostrado
que el descenso del metabolismo basal
atribuible al aumento de edad es mucho
menor de lo que habitualmente se
supone y no es mucho mayor de un 1
por 100 por década (11).
El supuesto descenso del metabolismo basal no se debe tanto a una disminución de la actividad metabólica de
las células que integran el organismo
como a los cambios de composición corporal que acompañan al envejecimiento
del ser humano. La información que
hemos analizado recientemente (5, 10)
indica que un hombre que mantiene a
los 65-70 años el mismo peso corporal
que tenía a los 25 puede tener una
masa celular varios kilos menor que la
que tenía en su juventud. Esto quiere
decir que la composición corporal se
modifica con el paso del tiempo y que
dicha modificación se caracteriza por una
disminución de la masa celular
(músculo, visceras) y un aumento de
la proporción de grasa corporal.
El aumento en la proporción de grasa
corporal es, lógicamente, más marcada
en los sujetos que muestran elevación
de peso en el transcurso de su vida,
hecho bastante frecuente en la sociedad
moderna. Los 58 jóvenes de uno de
nuestros estudios tenían un contenido
medio de grasa corporal del 14,5 por
100 cuando la media de edad del grupo
era de 21,8 años. El contenido de grasa
ascendió al 26,5 por 100 cuando los
sujetos fueron estudiados 19 años más
tarde. Durante este tiempo habían ganado por término medio 10,8 kg. de
peso total. Puede calcularse, por tanto,
que en el transcurso de 19 años estos
sujetos habían ganado 11,9 kg. de grasa
y habían perdido 1,1 kg. de masa celular (11).
La disminución de la masa celular
se atribuye a la disminución progresiva
de la capacidad del organismo para renovar las células de sus tejidos. Como
es sabido, el envejecimiento se ha considerado tradicionalmente como una
consecuencia de la cesación del proceso
de crecimiento (3). En el caso de la
musculatura, la disminución de la masa
muscular que acompaña al aumento de
la edad puede hacerse más patente por
la falta de actividad física, según hemos
comentado anteriormente.
La acumulación de grasa, por su parte,
debe considerarse fundamentalmente
como el resultado de una ingestión calórica en exceso de las necesidades energéticas del sujeto. Muchos de nosotros
conservamos en la edad avanzada el
apetito de nuestra juventud, aunque
nuestro nivel de actividad física se haya
reducido considerablemente.
El descenso de la actividad física y
el consumo de dietas de excesivo valor
calórico, evidentemente, contribuyen en
la sociedad actual al deterioro fisiológico que habitualmente atribuimos al
envejecimiento. Es, pues, de interés considerar ahora la posible contribución de
la dieta al deterioro fisiológico del ser
humano.
Dieta, deterioro funcional y
longevidad
Mientras que en los países en vías
de desarrollo el problema médico prin-
cipal está relacionado con las consecuencias de la alimentación insuficiente,
muchos de los problemas médicos de
las sociedades más desarrolladas están
relacionados con el consumo de dietas
excesivas en cuanto a su valor calórico
o de composición inadecuada en cuanto
a la proporción y naturaleza de sus
componentes principales. El papel de
la dieta en el deterioro físico de los
miembros de las sociedades desarrolladas debe considerarse desde dos puntos
de vista:
a) La posible influencia de la die
ta sobre el proceso de envejecimiento.
b) La influencia de la dieta sobre
el desarrollo de las enfermedades habi
tualmente llamadas enfermedades dege
nerativas.
La creencia en la influencia de la
dieta sobre el proceso de envejecimiento
tiene un profundo arraigo en la imaginación popular. Pero es preciso afirmar terminantemente que no hay prueba
alguna de que la adición de un nutriente,
o combinación de nutrientes, a una
dieta adecuada, según nuestros actuales
criterios, sea capaz de reducir la
velocidad de dicho proceso (18).
La esperanza de retrasar los efectos
de la vejez mediante la adición de vitaminas a una dieta adecuada, por ejemplo, no tiene justificación alguna. Tal
idea refleja, simplemente, la general
ignorancia acerca del papel fisiológico
y el modo de acción de estas sustancias.
Ignorancia que, triste es decirlo, parece
compartida por muchos miembros de
la profesión médica.
En ciertas especies animales, particularmente en los roedores, es posible
influir sobre el envejecimiento y la duración de la vida mediante la limitación
del consumo alimenticio. Este hecho fue
demostrado de modo convincente por
los famosos experimentos de McCay
en ratas hace más de cuarenta años (12).
Una restricción del consumo alimenticio
capaz de reducir la velocidad de crecimiento da lugar a una prolongación
notable de la duración media de la vida
en dicha especie. En uno de los experimentos, la duración media de la vida
de los animales alimentados ad libitum
fue de 655 días. Los animales que sufrieron una restricción alimenticia durante los 300 primeros días mostraron
una vida media de 835 días, es decir,
un 27 por 100 mayor.
Estos resultados han sido comprobados por otros autores y en otras especies animales. Parece evidente que
en la rata un régimen de alimentación
ad líbitum a lo largo de la vida se
acompaña de una disminución de la
duración de ésta (19).
Los extensos y más recientes experimentos de Ross y Brass, también en ratas (14, 15), han demostrado que existe
una marcada correlación negativa entre
el consumo de alimento (gr/día) y la
duración media de la vida.
La restricción de alimento durante
la primera época de la vida da lugar a
una reducción de la velocidad de crecimiento, con una prolongación de dicho
período. En consecuencia, estos experimentos parecen demostrar que una
prolongación del período de crecimiento
da lugar a una prolongación de la vida,
de acuerdo con el concepto según el
cual la duración de la vida de las
distintas especies animales es un múltiplo de la duración del período de crecimiento.
Debo apresurarme a añadir ahora
que no tenemos prueba de que este fenómeno tenga lugar en la especie humana. Si la especie humana respondiese
del mismo modo que la rata, tendríamos que decidir si la prolongación de
la vida justifica la reducción del tamaño
de los individuos. El dilema planteado
es, pues, el de establecer las características de la dieta capaz de mantener un crecimiento óptimo y la mayor duración de la vida.
No es difícil darse cuenta de la importancia de estas ideas para la alimen^
tación infantil. El crecimiento ponderal
del niño ha sido el criterio umversalmente utilizado para enjuiciar la calidad de la dieta infantil. No debe extrañar, por tanto, el interés que en la
actualidad se concede a este problema
y la crítica a que están sometidas algunas
de las prácticas de alimentación infantil
corrientes.
Aparte de los posibles efectos de la
dieta sobre el proceso del envejecimiento
que acabo de considerar, debo ocuparme ahora del papel de la dieta en el
desarrollo de un grupo de enfermedades
que generalmente designamos con el
nombre de enfermedades degenerativas.
Tales enfermedades se caracterizan por
su etiología multifactorial y porque sus
manifestaciones clínicas se presentan
con mayor frecuencia en la edad
avanzada. Algunas de estas enfermedades, como las complicaciones clínicas de la arteroesclerosis (infarto de
miocardio principalmente), constituyen
en la actualidad uno de los principales
problemas médicos en las sociedades
«desarrolladas, en las que figuran como
causa de muerte preponderante (7).
La dieta, indudablemente, no es más
que uno de los factores en el desarrollo
de dichas enfermedades, y no podemos
esperar que un simple cambio en los
hábitos dietéticos sea suficiente para
eliminarlas. Pero no es menos cierto
que los conocimientos que actualmente
poseemos acerca del papel de la dieta
en el desarrollo de algunas de estas enfermedades, tales como la obesidad y
la arteroesclerosis, permiten esperar
que una modificación de los hábitos
dietéticos pueda contribuir a su eliminación.
Refiriéndome concretamente al caso
de la arteroesclerosis y su manifestación
clínica, el infarto de miocardio, sabemos
que su desarrollo aparece asociado a
una serie de factores que habitualmente
llamamos factores de riesgo. Entre ellos
podemos citar el nivel de lípidos del
suero, principalmente el colesterol, el
nivel de la presión arterial, el número
de cigarrillos fumados habitualmente,
el grado de actividad física y el peso
corporal elevado. El papel de la dieta
se explica principalmente por el efecto
que ciertos componentes de la misma
ejercen sobre los niveles de colesterol
(7, 8).
Durante la década de 1970 se ha
observado una notable disminución de
la mortalidad coronaria en algunos países como los Estados Unidos, Finlandia,
Australia y Bélgica, en los que esta
enfermedad constituye la principal causa
de muerte (9). No es posible discutir
ahora la participación de cada uno de
los distintos factores que han podido
contribuir a este resultado. Por lo que a
Estados Unidos se refiere, la disminución de la mortalidad coronaria se
ha producido al mismo tiempo que han
ocurrido notables cambios en los hábitos
dietéticos, tales como un menor
consumo de grasas saturadas y colesterol y un aumento del consumo de grasas insaturadas. Al mismo tiempo se ha
detectado un descenso de los niveles
de colesterol de la población, una dis-
minución del hábito de fumar cigarrillos, una mayor preocupación por evitar
la elevación del peso corporal y una
tendencia en los adultos a elevar su
nivel de actividad física. Finalmente es
importante señalar que el tratamiento de
la hipertensión se ha intensificado
notablemente durante este período.
La reducción de la mortalidad coronaria en cerca de 200.000 muertes por
año en Estados Unidos ha ido acompañada de la disminución de otras causas
de muerte como los accidentes vasculares cerebrales y de una reducción de
la mortalidad total.
Estos datos y los datos semejantes
que se están recogiendo en otros países
indican, por tanto, que es posible establecer medidas preventivas capaces de
reducir eficazmente la mortalidad coronaria. Si esta tendencia continúa y las
medidas preventivas alcanzan mayor
aceptación, como es de esperar, puede
predecirse un aumento notable en la
proporción de personas de edad en la
población de los países desarrollados.
Espero que los sociólogos, quienes
tendrán que hacerse cargo de este problema, no nos acusen a los médicos de
haberlo creado.
F. G. C *
* 1909. Profesor extraordinario de la Facultad de Ciencias de Zaragoza.
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