CINE La comedia JORGE BERLANGA* Ernst Lubitsch S I hay un género que ha dado al cine una ingente cantidad de obras maestras y que, sin embargo, ha tenido que sufrir los rigores del desprestigio, ése es el de la comedia. Los críticos, a la hora de enjuiciarla, le han dado durante años un tratamiento menor, al igual que los jurados de festivales a la hora de concederle premios. Incluso los mismos actores la desprecian en cierto modo, suspirando continuamente por conseguir el gran papel dramático donde poder demostrar lo bien que saben soltar la lágrima. ¿Puede llegar a ser la comedia un vicio inconfesable? La verdad es que todavía hay gente para la que ir al cine es algo similar a una ceremonia sacra, solemne y que hay que tomarse muy en serio. Gente reacia a admitir que ¡se puede ir a ver una película sólo para reír y pasar un buen rato. Si hay una visión errónea del hecho cultural, y especialmente del cinematográfico, es la valoración en géneros mayores y menores. Puede haber obras sublimes y obras deleznables, pero siempre en base a sus valores intrínsecos, ajenos a la generalización. Aunque un equivocado exceso en la aspiración intelectual pueda a veces desmerecer los méritos de la comedia, la realidad de la industria y del favor del público mantienen siempre viva la ca'Madrid, 1958. Licenciado Filosofía y Letras. Crítico de ne. pacidad mágica del cine para destilar humor y conseguir esa explosión absurda y necesaria del espíritu que es la risa. La comedia a veces puede decir tanto de la vida como el drama. Puede ser ligera y cosquilleante, y otras, apabullante y áspera. Puede ser acida o dulce, plácida o trepidante. Pero aunque en alguna ocasión llegue a dejar sabor amargo, siempre se sostiene sobre una premisa de optimismo, que no es otra que la demostración de que hasta en las mayores desgracias, el ser humano siempre tiene en su mano la maravillosa posibilidad de reírse de sí mismo y de su circunstancia. No todo han de ser senti.mientos trágicos hacia la existencia. Con igual derecho y mayor diversión, también se puede tener un sentimiento cómico de la vida. Esa es la enseñanza principal de los grandes maestros de la comedia, como Ernst Lubitsch. Humor y lujo E puede ver ahora en nuestras pantallas un viejo título de Lubistch: «Un ladrón en la alcoba», una película que él consideraba la mejor y más querida de S todas las suyas, y no sin razón. Rodada en 1932, esta deliciosa comedia viene a dar la razón a los que opinan que cualquier tiempo pasado fue mejor, especialmente en lo que se refiere al cine. Todo el genio del inolvidable director está aquí condensado con cristalina pureza. Los diálogos, las escenas, el movimientos de los personajes, están engarzados con el sofisticado gusto de la más perfecta y luminosa orfebrería. Cuando uno va al cine a ver una joya como ésta, se deja irremediablemente robar la atención por el elegante birlibirloque de su autor. Algo así como les pasa a los protagonistas del film, habitantes de un paraíso encantado donde el robo es simplemente considerado como otra de las bellas artes en un escenario de lujo. La secuencia inicial es un ejemplo magistral de estilo para cualquier amante del cine. Lubistch une a la elegancia un funcionamiento perfecto de relojería. El encuentro entre dos ladrones profesionales de guante blanco, que acaba en rendido enamoramiento tras ir desvelando sibilinamente su verdadera identidad anteriormente velada, es un prodigio de «savoir faire», con un exquisito sentido del diálogo cortés, a la vez que agudo, entre dos supuestos aristócratas embebidos en la sugestión romántica de la noche de Venecia, en la que la luna se refleja en las copas de champagne, al mismo tiempo que sujetos disimuladamente a más prosaicos intereses comerciales dirigidos a aligerar a su oponente de todo objeto de valor. El chispeante ingenio que se desprende de principio a fin de la escena, se mete en el bolsillo desde el inicio cualquier reserva por parte del espectador, arrastrado ya en una historia que fluye con indiscutible gracia y ritmo impecable. La aparición de una rica viuda, a la que la pareja de ladrones decide esquilmar, y las complicaciones al establecerse un triángulo amoroso en el que las pasiones del corazón se interponen hasta que el protagonista debe tomar una decisión entre el amor y su profesión de carterista, dan pie a un juego de situaciones exquisitamente enlazadas, donde brillan con luz propia el trío principal de actores: Herbert Marshall, Miriam Hopkins y Kay Francis, sin desmerecer para nada excelentes secundarios que han pasado a la historia, como Edward Everett Horton, Charles Ruggles o C. Aubrey Smith. En resumen, una deliciosa película, absolutamente refrescante a pesar del tiempo transcurrido desde su rodaje. Alta comedia podemos presumir de que NOel cine español sea muy dado a la alta comedia. La tendencia generalizada al llamado «cine de boina» suele llevar a la comicidad asilvestrada y con buenas dosis de sal gorda más que al humor refinado. Emilio Martínez Lázaro, un director que comenzó haciendo películas tirando a comprometidas, con cierto mensaje social, se ha volcado en los últimos tiempos, en un cambio radical de intenciones, a hacer un intento de comedia sofisticada a la española. En «El juego más divertido», la sofisticación no está tanto en el fondo como en la forma, en un complicado ejercicio narrativo en el que se superponen dos historias paralelas, con el inevitable riesgo de caer en ocasiones en el embrollo desconcertante. La historia se desarrolla en dos planos donde se conjuga la su- Maribel Verdú puesta realidad con la ficción. Por un lado, un serial de televisión de enorme aceptación pública, donde se manejan encendidas pasiones amorosas, con una pareja de enamorados y un marido de por medio al que hay que eliminar. Por otro, las vicisitudes que tienen los dos actores que encarnan a la susodicha pareja, enamorados en la vida real, para consumar su pasión clandestina sin que lo sepan sus respectivos cónyuges, dado que no pueden ir a ningún sitio sin ser reconocidos. La línea dramática de la ficción televisiva se entrecruza paso a paso con las peripecias cómicas de los protagonistas a la hora de hacer realidad una infidelidad imposible. El enredo, que es la habitual premisa sobre la que se sustenta toda comedia, tiene aquí el único problema de enredarse demasiado con las dos historias conjuntas. El proyecto de Martínez Lázaro es ambicioso, pero el resultado final desmerece a la intención primaria. Los saltos entre el supuesto serial televisivo y la acción real tienen un ritmo desarmónico. La ficción televisiva tiene un lenguaje totalmente cinematográfico, cuando quizá hubiese sido conveniente darle un tratamiento distinto, empezando por la fotografía, el montaje, el trabajo de los actores o los mismos títulos de crédito que señalan los distintos capítulos del serial. De cualquier manera, hay que apuntar entre los méritos de la película una buena dosis de diálogo chispeante, así como el excelente trabajo de actores como Victoria Abril, Antonio Valero, Antonio Resines, Santiago Ramos o Maribel Verdú. Es loable el intento de Martínez Lázaro de hacer un tipo de comedia inhabitual por estos pagos, pero en otra ocasión debería centrarse más en una historia sólida y olvidarse de dispersiones. Comedía vasca hace unos años, se está DESDE desarrollando en el país vasco una cinematografía con financiación autónoma, que habitualmente ha sido dada a tratar temas excesivamente localistas. Por eso es digna de mención la aparición de una película como «Tu novia está loca», de Enrique Urbizu. Situada en pleno Bilbao, pero con personajes que pueden darse en cualquier lugar, es, aún con algunas torpezas propias de un director debutante, uno de los estrenos más refrescantes y divertidos que se pueden encontrar en la actual cartelera. El argumento es clásico, nada más y nada menos que los problemas que provoca un triángulo amoroso, pero el tratamiento es imaginativo y lleno de ingenio. Las tribulaciones de una joven «yuppie», directora de una agencia de publicidad, que se debate entre el amor a su novio, un abogado tirando a atípico, y la súbita pasión por un afamado actor borrachín y excéptico, se desarrollan con agilidad, buen humor, intuición en el «gag» y diálogos brillantes gracias a un estupendo guión, con una galería de personajes de moderna opereta que dan el acertado tono coral sin desentonar en ningún momento por el exceso. Cuando los rivales se hacen amigos para combatir juntos la amenaza de la necedad, se pone el lazo del final feliz a un producto que, sin pretensiones y con naturalidad, presagia un futuro optimista para su novel autor, que destaca especialmente por una excelente dirección de actores, destacando el trabajo de la sugestiva Ana Gracia, el gracejo habitual de Antonio Resines y Santiago Ramos (por cierto que estos dos actores van poco a poco con- virtiéndose en la nueva pareja cómica del cine español, con dos películas en estos momentos en cartel), y la eficacia de magníficos secundarios como Guillermo Montesinos, el Gran Wyoming o Alex Ángulo. Pasando a otras galaxias, hay que hablar de la comedia del chiste fácil y el humor grueso, de la que es especialista el americano Mel Brooks. Este director ha hecho de la parodia un género, utilizando las películas clásicas de la historia del cine para hacer su propia chanza. Desde el cine de terror, con el «Jovencito Frankenstein», al oeste con «Sillas de montar calientes», pasando por Hitchcock en «Máxima ansiedad», el cine mudo en «La última locura», y atreviéndose incluso a emular a Lubitsch en «Ser o no ser», no hay nada ante lo que se detenga este bromista irredento del cine. Tarde o temprano, y dado el éxito internacional de la saga de «La guerra de las galaxias», de George Lucas, convertida ya en clásico cinematográfico, tenía que llegar la correspondiente parodia por parte de Brooks. Tomando los personajes característicos del original, la princesa de un planeta amenazado, el aventurero del espacio acompañado por un piloto peludo, el malvado escondido tras un casco oscuro, se da la vuelta a la tortilla en busca del humor inmediato. Con referencias claras a la película que sirve de modelo, lo que hace a veces difícil comprender algún chiste para el que no sea buen conocedor de la trilogía galáctica, Brooks ni siquiera desdeña el meter en algún momento alusiones a películas como «El mago de Oz» o «Alien», con repetición cómica de una de las más célebres escenas de esta última película. En resumen, una película con unos objetivos claros, destinada a hacer pasar el rato al espectador sin exigencias que sabe a priori a lo que va. En el plano de comedia fantástica, resulta sin embargo más sorprendente «El chip prodigioso», de Joe Dante. Desde aquella antigua «Viaje alucinante», a nadie se le había vuelto a ocurrir el introducir a una nave circulando por el interior de un cuerpo humano. En este caso, se trata de un experimento de miniaturización con fines bélicos, en donde un piloto de pruebas va a ser inoculado en el interior de un conejo, pero tras un sabotaje por parte de unos espías, acaba siendo inyectado accidentalmente en el cuerpo de un mequetrefe empleado de supermercado. A partir de ese momento, la vida del sujeto, anteriormente anodina y mediocre, da un giro radical. Perseguido por los agentes enemigos, y a la vez obligado a recuperar el «chip» que éstos han robado, necesario para el regreso del piloto a la normalidad, el alfeñique se convierte en héroe, ayudado por los poderes de la nave que circula en su interior. La película combina sabiamente el tono de comedia con las escenas de acción, destacando sobremanera los efectos especiales, que día a día alcanzan en el cine una mayor sofisticación, recreando en esta ocasión con singular perfección el interior del ser humano, dejando chiquitas aquellas recreaciones naifde corpúsculos y células que aparecían en el título antecesor. Gran parte del mérito se la tiene que llevar el director, Joe Dante, sin duda el 'director con más talento para el cine fantástico de nuestros días.