NUTRIENTES PARA NUESTRA TIERRA.2doc

Anuncio
NUTRIENTES PARA NUESTRA TIERRA
LA IDENTIDAD
Introducción
Nuestra tierra, que es nuestra persona y nuestra vida, necesita nutrientes para
poder desarrollarse y dar fruto. Nutrientes que nos alimenten en lo
cotidiano, porque no podemos dejar que nuestra tierra se quede abandonada,
o vendida, o sencillamente viviendo de reservas…sino que hay que trabajarla
cada día y desarrollar todas las potencialidades que tiene.
Porque sabemos que el día a día nos desgasta y debilita, tenemos que
saber por dónde perdemos vida y por dónde se nutre; y no se trata de buscar
en hechos extraordinarios, ni está fuera de la vida diaria aquello que pueda
alimentar nuestra tierra.
Hay una sabiduría de la interioridad que es la que tenemos que
descubrir en nuestro corazón porque ahí están las fuentes de la vida, de la
felicidad y de la creatividad.
Con el ritmo cotidiano se nos puede olvidar lo que supone de
novedad el seguimiento de Cristo. El ha venido a traer la Buena Nueva para
cada día, a enseñarnos a vivir en la libertad de los hijos de Dios, a traernos
Vida y Vida abundante... Y tenemos que ser creativas en vivir esto. Pero
quizá nos preguntemos cómo…
Primero hemos de escuchar las voces de nuestro interior, los deseos
más profundos de nuestro corazón, que es algo más que nuestras necesidades
y apetencias; porque podemos secar la Fuente de nuestra Agua verdadera
llenándola de cieno, de arena, de cosas… y no ahondar en el verdadero deseo
profundo. Podemos ir a saciar la sed en cisternas que no sacian, según dice el
profeta Jeremías (Cf. Jer. 1,13).
Si no descubrimos los nutrientes verdaderos que alimentan nuestra
tierra; si éstos no los hemos identificado, es que aún no hemos encontrado el
camino de la vida.
Nuestros nutrientes verdaderos no son más que los que alimenten
nuestra identidad (quiénes somos) y nuestra pertenencia (a quién
pertenecemos), que por otra parte, están directamente relacionados entre sí,
porque lo que somos viene marcado por las pertenencias ya que lo que
1
fundamenta nuestra pertenencia fundamenta nuestra identidad. Y nuestra
identidad se va haciendo en las relaciones interpersonales de cada día,
sabiéndonos parte de los otros.
En realidad la pregunta que nunca acabamos de responder es la de
nuestra identidad ¿Quién soy? ¿Qué y quién sostiene mi vida? Y esta pregunta
está siempre en relación con la pregunta sobre Dios ¿Cuál es el Dios de mi
vida? (no demos por supuesta la respuesta)
NUTRIENTES DE IDENTIDAD:
Son los primeros a tener en cuenta. Se trata de saber que somos plantas de
una tierra en donde podemos y tenemos que dar fruto. Nos recuerda el
Evangelio que “por sus frutos los conoceréis; porque todo árbol bueno da frutos
buenos” (Mt. 7, 16-17). Lo que nos alimenta es crecer sabiendo bien la raíz
que nos sostiene y alimenta.
¿En dónde arraigamos la identidad de nuestra vida consagrada?
Tenemos que ser conscientes de que arraigamos allí donde encontramos
nutrientes.
La raíz de nuestra vida es aquello desde lo que podemos desplegar
todo nuestro ser. En realidad la fuente de nuestro alimento tenemos que
buscarla dentro de nuestro ser, en lo que somos, en lo que nos vertebra y nos
da confianza esencial y arraigo en la vida.
Tenemos identidad. Se nos ha regalado. La llamada recibida, que es
esencialmente el don de la vocación, la invitación a “estar con el Señor” a
entrar en intimidad con El, es el signo mayor de nuestra identidad: le
pertenecemos porque “El nos amó primero”, El nos eligió, curó nuestras
heridas, nos bendijo, nos perdonó, nos alimentó, nos santificó, nos regaló
hermanas, nos envió a la misión, etc. Todo brota de esa elección de amor.
Por otra parte, nuestra crónica de identidad es tanto una historia de
amor personal con El como de amor interpersonal con las personas que nos
ha regalado. Identidad y pertenencia se vinculan.
Los frutos que damos en nuestra vida y misión son los frutos que
brotan de este amor y que se entrega como vida compartida con los hombres,
mis hermanos.
La experiencia fundamental en nuestra vida debe ser la de estar
enamoradas de Jesús, la de sabernos amadas incondicionalmente por El y
saber que El es fiel a este amor. Hay ocasiones en que esto lo hemos vivido de
2
una forma especial, hasta sensorialmente, en otras se nos oculta la vivencia de
Dios, pero es ésta es la raíz principal de nuestra identidad: la raíz vocacional,
el sabernos TIERRA ELEGIDA. El Señor es nuestra riqueza, desde la que
enriquecemos a los hermanos. Hemos sido seducidas por su amor… ¿perdura
hoy esta seducción? ¿Cómo?
 ¿He experimentado en lo hondo del ser el amor personal, incondicional,
gratuito…de Dios por mí?
Pero Dios es siempre diferente a nuestras expectativas y nos cuesta
aceptar su forma de actuar, que a veces se queda oculto entre las realidades
triviales. El es la libertad y no se deja manipular por nosotras; cuando quiera
y como quiera se manifestará.
La experiencia de habernos sentido amadas, gratuita e
incondicionalmente por Dios, nos mantiene en el día a día y la hemos de
refrescar en el encuentro íntimo con El en la oración. No se trata de una obra
de conocimiento, sino de amor. La experiencia de “estar enamoradas” de
Dios no se justifica desde fuera, no precisa razones para ser vivida. “Amo
porque amo, amo por amar” decía S. Bernardo. Es una experiencia de novedad
que impulsa nuestra vida.
¿Cómo vivir los votos sin la experiencia de este amor apasionado?
¿Qué es la pobreza, la obediencia, la castidad para una concepcionista?
Miremos a M. Carmen… Amemos la pobreza que se priva de lo perecedero y
caduco, para enriquecerse con estimables riquezas celestiales y eternas. Despreciemos los
amores de la tierra que mortifican y atormentan y ambicionemos unirnos por la pureza
de cuerpo y alma con aquel Celestial Esposo… Despojémonos de nuestra voluntad, con
frecuencia peligrosa y tornadiza, y dejémonos guiar como niños inocentes, inexpertos,
por los deseos y mandatos de Dios revelado por nuestros Superiores. (Cf. Carta 30 de
Mayo de 1909). Sólo mirando a Cristo, se sostienen…
Detengámonos un momento para examinar las raíces profundas de
nuestra vida. Para ello necesitamos profundizar en lo que somos, en nuestro
ser más hondo y en las experiencias que hemos vivido.
Los nutrientes de identidad se encuentran en un lugar esencial de la
persona: el corazón. Es necesario entrar en contacto con nuestras raíces y
encontrar el cauce para poder alimentar la vida que nace ahí.
Tenemos identidad, eso está claro y no es el problema fundamental
el reconocerlo. El problema viene de cómo negociamos nuestra identidad
en nuestro mundo. ¿No la podemos estar “vendiendo” a nuestra eficacia? ¿No
3
podemos estar negociando el ser (identidad) por el hacer? ¿Cuales son las
raíces de mi vida?
Nuestra identidad la podemos alimentar desde el cultivo del deseo
profundo, vivir en la confianza esencial y crecer en la libertad.
El afecto integrado es el primer nutriente de la vida consagrada. (Alimentar el
deseo)
El deseo es el motor de nuestra existencia. Somos personas de deseo. Somos
algo más que carencias, necesidades, instinto… hay un deseo que toma la
forma de todo nuestro ser, es nuestro yo más íntimo.
Debemos descender al mundo interior de los deseos para examinar
las fuentes de donde brota la vida…
Tenemos que despertar el deseo (porque normalmente lo tenemos
dormido) con infinita paciencia, con mucho cuidado, ahondar la tierra del
corazón sin herirla, “con paciencia y tino” diría M. Carmen; podemos tener
capas y capas en nuestra tierra debido quizá a la moral mal entendida, a la
educación no muy liberadora, a las heridas de la vida, etc. que pueden haber
ahogado nuestros deseos profundos, aunque tenemos que reconocerlos a
veces agazapados unos detrás de otros y no siempre el que se ve primero es el
más importante, por eso hay que trabajarse con paciencia.
Dinámica del deseo
Dejar aflorar los deseos es un camino para tocar las raíces de nuestra
vida. Al tocar los deseos se llega a la propia riqueza personal. Tenemos que
ser conscientes que la dinámica del deseo es triangular: existo yo, que soy
quien deseo, lo deseado y un mediador del deseo. (Bien lo sabe la “cultura del
deseo” en la que vivimos, que nos va satisfaciendo los pequeños deseos y deja
oculto el verdadero deseo de la persona…) ¿Quién es el mediador de los
deseos en esta cultura? ¿Quien debe ser el Mediador de nuestro deseo más
hondo?
Un deseo profundo es el de ser amados, sabernos alguien para
alguien. Y el secreto para alimentar este deseo es cuidar el corazón. “Hija mía,
cuida tu corazón porque en él están las fuentes de la vida” (Prov. 4) nos dice la
Palabra de Dios.
En esto María es la mejor Maestra, la primera que dejó evangelizar su
corazón. Cada una vamos sabiendo que Dios tiene para nosotras un secreto
de amor que nos va revelando progresivamente. Si como Ella sabemos acoger
4
la Palabra y guardarla en el corazón, ésta nos irá transformando la tierra del
mismo, ahondando nuestros más íntimos deseos y purificando motivaciones,
afectos, hasta llegar a los que M. Carmen nos decía y que ella vivió: “Que
nuestros pensamientos, nuestros gustos, nuestro querer mismo estén puestos en Cristo”.
Esta experiencia es la primera del Itinerario espiritual concepcionista:
La experiencia de VOCACION, de llamada, que se tiene que actualizar día a
día. Cada día somos llamadas, cada día debe resonar en nuestro corazón el
“sígueme”, el “ven conmigo”.
Así se va unificando nuestra vida en torno a lo esencial y este el
verdadero criterio de discernimiento para nuestra vida, que orienta y
plenifica todas las decisiones personales y apostólicas que tengamos que
asumir. Nos dejamos evangelizar cuando nos colocamos con y como María en
actitud de Fiat. Y nuestra vida se va integrando en el amor a Dios y a los
hermanos, con predilección a los más pequeños, a los débiles: éste es el
criterio fundamental. Estos son los frutos por los que se reconocerá la
identidad de nuestro árbol y si nuestras raíces están sanas.
Dinamismos
Todo esto supone clarificar el corazón, tener intención recta en todas
las cosas particulares y en todas las decisiones de la vida. Pero este esfuerzo
de orientar el corazón, que es muy importante, no es suficiente para lograr el
objetivo, ya que éste es fruto de la oración confiada y constante. Actitud que
debe cultivarse asiduamente mediante el examen y la oración sobre la vida: el
discernimiento. Oración que transforme el corazón y la vida.
Llegar hasta los deseos más profundos y a la unificación del corazón
es fundamentalmente un proceso de conversión. Es irnos desprendiendo de
todo lo que nos aprisiona y dejarnos envolver en la misericordia y el perdón
de Dios que nos libera. Es, en definitiva, un éxodo del amor propio hacia la
tierra de la promesa, que es el verdadero amor que nace de Dios.
Gracias a esta experiencia de intimidad con Jesús, el corazón célibe
de una religiosa debe hacerse “experto en intimidad” al modo del de Jesús. En
esta sociedad que manipula los afectos, la sexualidad, el amor… nosotras
debemos ser personas que por nuestra opción de vida célibe garanticemos un
mundo de relaciones que no busca crear dependencias, ni retener a nadie,
sino respetar siempre a la persona y encauzarlo hacia Dios.
Lugar teológico:
“Hay que entrar en el corazón de los niños, decía M. Carmen, para ganarles
el amor y llevarles a Dios” “Los niños” pueden ser ampliados a cualquier persona
5
que entre en los afectos y deseos de nuestro corazón. Y nos repite que “Dios
nos da por compañeros a los niños”. Hemos de ser “compañeras” expertas en
intimidad consagrada que abran el interior a las personas y reflejen el deseo
de Dios y su ternura. El corazón de los niños (de las personas) debe ser para
la concepcionista el “lugar teológico”, donde queda unificada la vida y la
misión: “Encontraréis a Cristo en el corazón de los niños”.
En estos tiempos podemos vivir el celibato matando el amor,… (Y
quizá es el camino más fácil), pero ¿es ese el camino de la vivencia del amor
consagrado? Estamos llamadas a reinventar la vivencia de los votos cada día,
porque no hicimos la consagración de una vez para siempre, sino que la
hacemos día a día…
Necesitamos parar y preguntarnos sobre el Absoluto de nuestro
corazón: ¿Cuales son mis deseos más profundos? ¿Cómo los alimento? ¿Qué es lo que
me habita por dentro? ¿Dónde está mi corazón? ¿A quien pertenezco? ¿Quién quiero
que sea el único dueño y señor de mi vida?
Recuperar la confianza esencial:
Al llegar a los deseos se despiertan las capacidades de nuestra persona, el
valor esencial de nuestro ser, ahí donde somos amados por lo que somos, no
por lo que hacemos o tenemos… al tocar los deseos y reconocer nuestra
riqueza personal nos sentimos valorados, nos sabemos amados, nos
percibimos ricos para compartir la vida con otros…y eso nos da la confianza
básica. Sin ella nuestra vida no tiene soporte, edificamos obre arena,
podemos ser como un cacharro agujereado que por mucha agua que
eches…se caerá siempre.
La confianza básica no son falsas seguridades, sino la experiencia de
saberse “hija única amada”. Por eso está conectada con la vida interior, con la
experiencia de oración profunda donde nos sentimos amadas por lo que
somos y como somos… sabernos amados y acogidos personal e
incondicionalmente por Dios es el sustrato fundamental de nuestra tierra.
La confianza es una actitud básicamente concepcionista. Hagamos
memoria de todo lo que M. Carmen vivió y pidió como abandono en la
Divina Providencia.
 ¿Cómo ando de confianza esencial en mi vida? ¿En qué apoyo mi existencia?
6
“Liberar” la libertad:
Así, ahondando nuestras raíces llegamos al núcleo esencial de lo que somos: a
nuestra propia libertad. Al remover la tierra vamos encontrando los
obstáculos que nos impiden amar y ser felices. Porque nos encontramos con
frecuencia con nuestra libertad obstaculizada, frágil, paralizada muchas veces,
incapaz de moverse hacia el amor, la verdad, la belleza, el gozo…y necesita
liberación, y ser “conquistada”. Somos libres, pero ¿vivimos en libertad?
Sólo si tocamos el núcleo de nuestra libertad llegaremos a nuestro
ser. La libertad es un don pero es también una conquista y sólo tomando
opciones libres iremos “conquistando y liberando” libertad. Se trata de
apegarnos a lo bueno, de adherirnos a la dinámica del don. Libres para hacer
el bien, sin estorbos, sin ataduras, libres para amar… que “para ser libres nos
liberó Cristo”.
Crecer en la libertad nos da la clave de que vamos creciendo como
personas, de que vamos personalizando la vida.
 ¿Qué hago para crecer en libertad personal?
En resumen: los tres grandes cauces de nutrición de nuestra tierra son:
 La vida de oración, de relación e intimidad con Jesús
 La Vida comunitaria
 La Misión
La Vida Consagrada se alimenta de tres experiencias
básicas: experiencia de Dios; experiencia de Comunión y
Experiencia de Misión.
Repasemos aquí el primero:
REFLEXION PERSONAL
Examinar los nutrientes de nuestra identidad
Es hora de examinar los nutrientes de nuestra pertenencia al Señor, las raíces
de nuestro corazón.
 ¿Dónde apoyo mi identidad? ¿Cómo la alimento?
7

¿Estamos en la Iglesia para hacer cosas eficaces o para ofrecer otro
modo de ser, otro modo de relacionarnos y de vivir?

¿Cómo realizo la crónica de mi vocación, la memoria
escrita y narrada de lo vivido con Cristo?

¿Cómo vivo y actualizo los vínculos de mi entrega (los
votos)?

¿Qué formas de vida nos pueden estar reclamando los
votos que hemos hecho?

¿A qué discernimiento nos conducen?

¿Qué carga de sufrimiento queremos soportar por ellos?
NUTRIENTES DE PERTENENCIA
Rehacer las raíces de la pertenencia
No basta saber quienes somos… tenemos que saber también a quien
pertenecemos. Identidad y pertenencia van juntas; en realidad la raíz de la
identidad es la pertenencia., porque quien nos ha ido dando la identidad son
los lazos que hemos establecido en la vida. Desde que nacimos, se ha ido
formando en nuestra vida una red de relaciones que nos ha alimentado (sería
bueno recordarlas…).
Lo que realmente nos nutre es sabernos relacionados con la vida de
los demás; los otros son parte esencial de lo que somos; “Somos lo que somos por
los encuentros que hemos tenido, dice el “Diario de un profesor novato”. Es
importante saber a quien pertenecemos porque la identidad se revitaliza en
las pertenencias. Lo que nos alimenta es saber que estamos en el corazón de
alguien, saber que somos amamos gratuitamente, sabernos don para alguien y
recibir el cariño de los demás.
Para revitalizar las pertenencias debemos pasar del interior, donde
están las raíces de la identidad, al mundo de la relación, del compartir y
8
descubrir la capacidad expansiva del propio ser. El mundo de las pertenencias
es el mundo de la intimidad, de las confidencias, de la amistad, de la
comunicación y el diálogo.
Recordemos que la experiencia de COMUNIÓN es clave en el
itinerario espiritual concepcionista, porque también es fundamental en toda
persona: estamos llamadas a la comunión. ¡Esta es nuestra vocación!
Sabemos que la comunidad es lugar privilegiado de ello. Por eso la
vida comunitaria es un nutriente indispensable para nuestra tierra, por los
vínculos de pertenencia que crea y porque en el encuentro con las hermanas
nos conocemos mejor a nosotras mismas…al confrontar la vida en el roce
diario.
Los nutrientes de la pertenencia se pueden resumir en: Cuidar los
vínculos del propio corazón; de los que amamos y favorecer la comunicación.
Cuidar los vínculos del corazón: aprendizaje
“Ensancha el espacio de la tienda, extiende las lonas sin temor, alarga las cuerdas,
refuerza las estacas” (Cf. Is. 54, 2), nos dice Isaías. Podemos entender esta
Palabra como ensanchar el espacio de nuestras relaciones, no sólo en cantidad
sino, sobre todo, en profundidad.
Hemos sido seducidas por el amor de Dios y su Espíritu debe
ensanchar nuestro corazón de mujeres para amar y dejarnos amar, suscitando
en nosotras nuevos modos de relacionarnos.
El seguimiento de Jesús nos tiene que unificar integrando desde el
amor todas las dimensiones de nuestra persona: físico, psicológico,
espiritual... Pero hemos de recorrer un camino que nos ayude a crecer en el
conocimiento propio y en la aceptación de nuestra identidad, en la
integración de la corporalidad y la sexualidad y en la capacidad de asumir la
soledad para entrar en relación. Somos mujeres consagradas y como mujeres
hemos de vivir, cultivando los valores de la feminidad y de la virginidad.
La relación con Jesús nos debe disponer para abrirnos al don de la
amistad y manifestar nuestro amor con gestos, palabras y actitudes de ternura
y misericordia, como Él, que vivió relaciones liberadoras.
Cuando dejamos entrar a alguien en nuestra vida interior, en nuestras
relaciones, se dilata nuestro corazón y se enriquece nuestra tierra. Amar es
crear vínculos; los afectos son los lazos que nos comunican y nos crean
vínculos de pertenencia mutua. Amar es ensanchar el terreno a la vez que
9
poner un cartel de” propiedad privada”. Releamos algunos capítulos del
Deuteronomio. (Cf. 6,7)
El amor de la persona consagrada tiene que actuar de manera activa y
no reactiva. Nos damos gratuitamente y no como respuesta. Sólo así puede la
persona célibe conservar su propia libertad y determinación. No amamos
esperando la recompensa emocional, aunque ésta llegue algunas veces, sino
que hemos de amar como Dios lo hace: gratuita e incondicionalmente.
Se puede ser célibe matando el amor y renunciando a cualquier tipo
de relación amistosa gratificante, o se puede vivir el celibato como una forma
de dar cauce al amor. El amor se concede a sí mismo sus propios límites y no
de manera abstracta, sino en cada caso concreto y real. Porque el amor de la
persona consagrada sólo puede ser transparencia de ella mismo.
Hay formas de amar, como hay formas de apropiarse del terreno,
dejando libertad o atando a las personas. Amar es crear vínculos, pero los
vínculos del amor verdadero han de ser los de la libertad: la propia y la de la
persona amada. Amar es dejar a la persona ser libre. Hay modos de vincularse
que potencian la libertad y ensanchan el corazón y eso son los nutrientes para
nuestra tierra.
Tenemos que aprender a amar como seres sexuales y apasionados- a
veces un poco desordenados- que somos, o no tendremos nada que decir a
nuestro mundo sobre Dios que es Amor.
 ¿Cómo cultivo los vínculos del corazón?
Cuidar de los que amamos:
Cuidar los vínculos del corazón es también ocuparnos de aquellos a
quienes amamos, de responsabilizarnos de ellos, de cuidarles. Somos
responsables de aquellos a los que amamos; “Eres responsable de tu rosa”, le dice
el zorro al Principito. El jardín del que M. Carmen nos habla en su carta del
30 de Mayo de 1909, que está dentro de los muros de la consagración bien
puede ser el jardín comunitario, en el que se crean vínculos de pertenencia.
Cuidar “las rosas” que el Señor ha colocado en nuestro jardín es una
forma de fidelidad. En este tiempo en que se rompen con tanta facilidad las
alianzas, que prima el individualismo y la falta de pertenencias, nosotras
estamos llamadas a ser signos de la fidelidad al amor.
Responsabilizarnos de los que amamos no significa invadir terrenos,
sino respetarlos, cuidar su libertad, su autonomía, sus opciones… y ello
10
supone conjugar la cercanía y la distancia. Saber estar cerca sin atosigar, sin
pretender poseer su terreno, ni tampoco trabajar lo que el otro tiene que
hacer. Cada cual tiene su trabajo peculiar en su tierra, no podemos ni
debemos hacer lo que es tarea de la otra persona, pero sí estar cerca, a la vez
que trabajando nuestra propia parcela. “Vigilancia cercana” diría M. Carmen.
Vivir cada día en comunidad nos da múltiples ocasiones para crecer
en el conocimiento propio y en el de nuestras hermanas. La comunidad es
ámbito de formación continua, y ésta abarca toda la persona y toda la vida.
Cuidar de los que amamos es potenciar siempre el diálogo sincero, la
comunicación cada vez más profunda y más respetuosa. Supone no pactar con
la debilidad de la otra persona sino potenciar sus recursos y alentar su
libertad. Cuidarlas para que sean ellas las autoras de su propia vida y no
atraerlas hacia una dependencia engañosa y estéril.
Cuidar de los que amamos es crecer en fidelidad, es comprometernos
con la vida, es fomentar nuestra pertenencia, es caminar hacia Dios en
relación, en cadena, y al final poder llegar a El y decirle: “tengo las manos
vacías de tanto dar sin tener, pero las manos son mías”. Y cuando El nos pregunte
¿has amado?... poder enseñarle las manos vacías y el corazón lleno de
nombres.
Dice VC que “nuestra comunidad es un espacio humano habitado por al
Trinidad”. La presencia de Dios-Comunión que reconocemos entre nosotras,
va transformando nuestras relaciones, si aceptamos la comunidad como DON
y si recreamos cada día la comunión entre nosotras.
Madre y médico
M. Carmen en las Primeras Constituciones (1893) dice que tenemos
que ser madres y médicos a la vez; médico que diagnostica -y ¡qué difícil es
hacer un diagnóstico certero!- y madre que pone el remedio oportuno.
¡Todo un programa! Hablando a las Superioras dice: “pórtense con ellas como
sabio médico y como cariñosa madre, que no desea otra cosa que el bien de su hija.”
Y es que también en la vida en común- “lugar privilegiado de nuestra
ascesis”- podemos también ayudar a nuestras hermanas a recuperar los hilos de
su historia, a mirar hacia atrás sin amargura, a recuperar los episodios felices
y/o los desgraciados y a reconciliarse con ellos. Volver sobre lo vivido y
recuperar los hilos, quizás muy débiles y perdidos, del amor de Dios y del
amor de los demás. Esto es también hacer de madre y médico.
Para ser una buena Superiora-acompañante en la comunidad de
hermanas, deberemos aprender a ayudar a leer y rehacer los aspectos dañados
11
de la vida de las hermanas, los diversos episodios negativos que las pueden
haber marcado y que les hacen enfocar la vida en negativo. Volver sobre el
sufrimiento pasado es doloroso pero es la única posibilidad de recuperar la
dignidad perdida y rehacer la vida. La escucha fraterna es un resorte muy
útil para el manejo de las crisis personales, de los fallos, de las heridas…
Pero debemos situarnos delante de ellas como personas que quieren
escuchar su sufrimiento y hacernos en cierto modo coautoras de la historia
dañada. Nadie puede rehacer su vida sin narrar su historia ante otro y nadie
puede escucharla sin que ésta tome algo de su punto de vista.
Sabemos que la intimidad de las personas es enormemente
vulnerable. Primeramente porque las heridas íntimas son las más dolorosas y
todas tenemos heridas que bloquean nuestro bienestar psicológico y
espiritual; y en segundo lugar porque muchas de esas heridas han sido
causadas precisamente por la manipulación de la intimidad, o por la traición a
la confianza y el abuso de la misma.
¿Nos creemos que estamos llamadas a conocer el misterio de la vida,
a cuidar la vida que está sana, a recuperar la que está herida, a asistir al largo
proceso de gestación un una vida nueva que puede estar emergiendo…? (cf.
Ez. 34). Recordemos que la imagen del Buen Pastor era también muy querida
para M. Carmen. Por algo sería. “Imitemos el ejemplo del Buen Pastor que dejando
en la sierra las noventa y nueve ovejas, se fue a buscar una que se había perdido, de
cuya flaqueza se compadeció en tal extremo, que tuvo a bien ponerla sobre sus hombros
y llevarla así al aprisco”(1893, XXXV).
Todas somos conscientes de que aquí tenemos tareas urgentes que
realizar en este sentido ¿cómo hacerlo?
 ¿Cómo cuido a las personas que amo? ¿Como es mi amor? ¿Sabría calificarlo?
Intensificar la comunicación:
Animarnos a cuidar de los demás en comunidad puede ser una tarea urgente
de los responsables de la misma. Estamos llamadas a cuidar mucho las
relaciones y quizá a practicar una nueva manera de relacionarnos, ya que
somos nosotras las responsables de la animación comunitaria, las que hemos
recibido la misión de ocuparnos de personas que no nos pertenecen, porque
son de otro Dueño, es decir del Señor.
Es muy común sentirnos incapaces cuando se nos encarga la misión
de animar la comunidad. Y esto no es malo si no nos frena en la misión. Al
12
contrario, nos sentimos tan pequeñas y vulnerables como los demás, pero el
Señor nos da las fuerzas contando con nuestras propias debilidades. No lo
sabemos todo, también nosotras tenemos dudas, conflictos, etc. pero
caminamos queriendo ser fieles al Señor y nos animamos a hacerlo
mutuamente. Es importante “compartir pobrezas”.
Se nos pide que cuidemos la vida de “nuestro jardín” que son nuestras
hermanas, nuestras “flores” “lo que Dios más ama en el mundo”. Todas
necesitamos personas que nos cuiden, que se ocupen de nosotras, que nos
escuchen, que nos atiendan…a no ser que estemos infectadas por el más
terrible individualismo. Nuestra comunidad no puede reproducir los roles de
una familia, pero sin duda necesitamos que sea a la vez “hogar y taller”, que la
superiora sea a la vez madre y médico.
La comunidad es la tierra donde ha de arraigar nuestra identidad y
nuestra vocación. Sin embargo, todas somos conscientes de las graves
situaciones comunitarias que a veces debilitan la vocación y la identidad en
lugar de fortalecerla. Por eso deberemos detenernos y analizar cómo está la
tierra de nuestra comunidad: cuáles son los parásitos que la habitan, las
piedras que la obstaculizan, el terreno movedizo que no deja arraigar, etc.
Tomémonos tiempo para analizar nuestra tierra comunitaria y todos los
“okupas” que la habitan. Porque repito: sólo enraizamos en aquella
tierra que nos nutre y si la comunidad no nutre la vocación ni la vida de
las personas… se buscarán otras tierras. ¡Esto es serio!
Tierra común: la Congregación:
Estamos vinculadas a una tierra común y donde se establece una nueva
pertenencia. “Nuestra amada Congregación, hijas mías, es nuestra madre, es nuestra
heredad, sus triunfos y sus glorias son los nuestros”. (30. V.1909)
Todas nos necesitamos. Nuestra tierra es tierra común. Hemos de
insistir en que formamos una trama común, de mutua pertenencia: unas de
otras y todas del Señor, dentro de una Congregación. Nadie está de más en
esta tierra común y somos responsables las unas de las otras. Vivimos
misteriosamente vinculadas unas a otras. Por lo mismo deberemos ir
creciendo en profundidad en nuestras relaciones y en nuestra comunicación
interpersonal. En este mundo en que fácilmente se hacen superficiales las
relaciones, tenemos delante de nosotros un caudal inmenso de comunicación
con muchas personas, en nuestra vida comunitaria e intercomunitaria y en
nuestra misión apostólica… ¡no lo desperdiciemos!
13
Compartir lo que Dios hace conmigo
Sin embargo tenemos el peligro que quedarnos en la superficie y es
urgente intensificar la relación interpersonal. El amor es siempre
intensificación de la relación personal, es crecer en profundidad, en
intimidad. Esto es un gran nutriente para nuestra pertenencia. Para revitalizar
una cultura espiritual necesitamos partir de un mayor caudal de comunicación
espiritual con nuestras hermanas de comunidad. Comunicar lo que Dios nos
ha confiado, sin reservas, perder el miedo a compartir interioridad,
descubriendo el lenguaje de la intimidad. Dios mismo es el que se hace
presente a nuestro corazón en la comunicación espiritual. Dios es
comunicación, comunión de amor y esta es nuestra identidad y pertenencia.
No se trata de informar a nadie de lo que sentimos, sino de
expresarlo, convertirlo en palabra, darle una cauce aún sabiendo que no es
fácil comunicar una experiencia. Pero al comunicar vivimos también la
experiencia. Hablar de la experiencia de Dios es crear un lenguaje en donde
puede circular su gracia, su bondad, su ternura,… ¿Cómo están nuestras
comunidades en este campo?
Comunicar lo que Dios hace con nosotras debería ser la línea maestra
de una vida de comunidad. La memoria del corazón es lo que vincula a una
comunidad de iguales y diferentes, desde las experiencias narradas y
escuchadas, compartidas en un círculo de intimidad. Es lo que nos hace
testigos de la vida de los otros y merecedores de gracia y de perdón.
Por frágiles que creamos que son las experiencias de Dios en nuestra
vida no podemos olvidarlas, pues en el olvido el corazón se va haciendo frágil
tornadizo e infiel, mientras que en la memoria, en el recuerdo, se va
fortaleciendo. Recordemos la insistencia del Deuteronomio, que se nos
repite con frecuencia en la Liturgia de la Cuaresma: ¡“Acuérdate, Israel”!
Recordar lo que Dios hace en nuestra vida y comunicarlas es signo de
fidelidad a El.
Tenemos que crecer en ser comunidades orantes, llamadas a
escuchar, compartir, celebrar, vivir y proclamar la Palabra de Dios. ¿Por qué
nos cuesta tanto dar pasos por aquí?
Comunidad- Don
Hay algo que destruye las comunidades y es la pretensión de estar
por encima de los demás, de convertirnos en jueces de nuestras hermanas.
Ello es debido a que proyectamos nuestros sueños y exigimos a los demás que
14
los cumplan. Y al amar nuestro sueño de comunidad, más que la comunidad
real nos convertimos en destructores de ella.
Ya lo dijo Bonhoeffer: “quien ama su sueño de comunidad más que la
misma comunidad, se convierte en destructor de la misma por muy honesta, seria y
estregada que él piense personalmente que es su conducta. Dios odia la ensoñación pues
hace a la gente orgullosa. El que se forja una imagen de comunidad exige su
cumplimiento a Dios, a los otros, a sí mismo… porque Dios ya ha colocado el único
fundamento de la comunidad, mucho antes de que entráramos en ella: Cristo. Por eso
no entramos como retadores en la vida común, sino como agradecidos y receptores…”
Entremos en comunidad agradeciendo porque toda comunidad es un
regalo que se nos hace. Y estamos con personas que no hemos elegido pero
que sabemos que han hecho experiencia de Dios. Este es el dato fundamental.
Deberemos examinar nuestra llamada a la convocación. Lo
comunitario no es algo accesorio a nuestra vida, sino esencial, porque deriva
de la misma llamada recibida. En nuestras vidas comunitarias tenemos un reto
y es: elaborar un “lenguaje” para que emerjan esas experiencias del fondo del
corazón.
 ¿Cómo trabajo las relaciones interpersonales?
¿Crezco en profundidad? ¿Y también en extensión?
Examinar los nutrientes de nuestra vida en común
Llegadas aquí podemos pararnos ante nuestra vida comunitaria, en
libertad, con confianza, sin miedo, en verdad…. Para “regar las raíces” de
nuestra vida en común podemos hacernos las siguientes preguntas:
1. ¿Qué podemos hacer para que nuestra comunidad nutra a las
personas en su vocación?
2. ¿Qué nutriente necesita mi comunidad?
3. ¿Hemos descubierto la fecundidad comunitaria de
narrar las historias de vida, como crónica
compartida de lo que Dios ha hecho y hace en
nosotras?
4. ¿Qué prácticas de comunión fraterna pueden
“regar” nuestra vida en común? Tratemos de ser creativas…
15
5. ¿Qué elementos de nuestra tradición congregacional podemos
rememorar juntas y celebrar en común?
6. ¿Nos sentimos responsables del cuerpo de la Congregación? ¿Cómo
se manifiesta?
7. ¿En qué servicios y tareas de animación expresamos el cuidado
mutuo y la atención a las más débiles?
8. ¿Cómo favorecemos prácticas de compasión, de perdón, de
curación, de unas por otras?
LA MISION
Rehacer los nutrientes de nuestro ser enviadas
“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los
pobres la Buena Noticia, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la
vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos.” (Lc. 4, 18)
Llamadas a la misión
“La Misión es la clave para entender la Iglesia y todo lo que acontece en ella, así
como en la vida consagrada. Sin la misión como punto básico y principio
arquitectónico, todo puede derruirse y caerse. Cuando la misión ejerce su función de
principio central y estructurante, todo funciona y se desarrolla y despliega”. Son
palabras de José Cristo Rey García Paredes, cmf, en un artículo en que habla
de “la Misión: la clave para entender la vida consagrada hoy” y asegura que los
temas que con frecuencia tanto nos preocupan: la espiritualidad, la vida
comunitaria, el gobierno, la autoridad, la formación, los proyectos
comunitarios, o las “modas” del momentos,… -y que pueden ser problemas
reales-, se agravan cuando hemos perdido el sentido misionero.1
Detengámonos un poco a analizar esto.
El Señor nos envía como comunidad de mujeres consagradas a hacer
presente el Reino por al oración y la educación. Marcadas por la experiencia
de Dios, iluminadas por la Palabra e interpeladas por la realidad en la que
estamos insertas, estamos viviendo nuestra vocación en una Congregación
1
Cf. Vida religiosa septiembre- octubre 2004.
16
eminentemente apostólica (siempre unidas identidad y pertenencia). Toda
nuestra vida es y se va haciendo misión. 2
El Espíritu nos impulsa siempre a ampliar nuestros horizontes y nos está
urgiendo en la Vida Religiosa actual a un proceso de cambio de mente y de
corazón, a la acogida de todas las personas, en este mundo globalizado, así
como a colaborar con quienes trabajan por hacer este mundo mejor. No
estamos solas en la Misión, ni somos las protagonistas.
Sabemos de la dificultad de la misión hoy, en este mundo tan…
(Podemos poner los adjetivos que queramos). Quizá nos esté faltando un
nuevo “lenguaje” para la misión, que comunique la experiencia nueva de Dios
en el mundo. O es posible que nos falte el “nuevo ardor” del que hablaba ya
el Papa al convocar a la Iglesia a una “Nueva Evangelización”. La misión es
para nosotras la proyección vocacional. Hemos sido elegidas para ser
enviadas.
¿Desgaste o nutriente?
Pero la Misión no es para vivirla en un continuo desgaste personal, sino
que ha de ser también para nosotras un nutriente vocacional. Profundicemos
un poco en ello. ¿Por qué la misión a la que Cristo nos envía nos
desgasta tanto?
La respuesta está, creo, en que no lo vivimos como misión, sino como
cúmulo de tareas. Y esto puede ser estresante. No se trata tanto en vivir la
misión como una exigencia ética ante los ojos de nosotras mismas y de los
demás y menos como un conjunto de tareas. Se trata de una Misión. Pero ¿de
quién es esta Misión?
Con frecuencia nos vemos tentadas de activismo desenfrenado. Nuestra
actividad educativa nos gasta y desgasta, dejándonos sin energía espiritual que
se debilita en la medida en que ocupan el centro del corazón las tareas que
llevamos a cabo. Este es un gran peligro: sustituir la entrega personal por la
multitud de actividades que nos ocupan pero que no pueden darnos
satisfacción personal verdadera. Llenar nuestra cabeza y nuestras mesas de
trabajo de programaciones y estrategias no nos asegura la plenitud interior ni
el sosiego del corazón. Y sin esta experiencia de plenitud, de sentido, de
sosiego del corazón, de entrega… podemos vivir las actividades como
neuróticas insatisfechas.
2
VC 72
17
¿Cómo vivirla?
La clave puede estar en adherirnos a Jesús en la misión, en vivir ahí en
comunión con Él, encontrar a Dios en la vida de la misión, compartiendo la
vida con nuestros hermanos, en clave de encarnación e inculturación. Vivir la
misión como adherencia a Jesús no expresa la necesidad de realizar bien una
tarea, sino solamente un deseo de intimidad, de apego, de comunión con Él.
Recordemos el gesto profético de Jeremías3 a quien Dios le manda
comprarse un cinturón de lino y luego esconderlo en el río. ¿Qué significa? El
cinturón enterrado se pudre lejos de la cintura que debe adornar. Nosotras,
consagradas, queremos vivir la misión a la que se nos envía, sin perder la
conciencia de lo que somos en realidad: el cinturón adherido al Cuerpo, a
Cristo y a la vida de las personas, para no pudrirnos. El cinturón es un signo
a la vez vulnerable y firme, figura de nuestra intimidad con Jesús: un cinturón
que se ciñe a la cintura de la persona que ama. El término “adherencia” asume
el deseo con con-formarse con aquel a quien amamos, estar con El aunque sin
identificarnos totalmente. Sólo pretendemos la cercanía inmediata, el
contacto, la inmerecida contigüidad, casi mágica, de estar con Él, de
pertenecerle lo más íntimamente posible, de adherirnos a la misión con Él y
hacerlo con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, como nos dice
la Palabra.
Somos carta de Dios
La Misión no es nuestra. Es la de Jesucristo. Y es Él quien de nuevo nos
envía. Si somos enviadas, debemos hacer visible a Aquel que nos envía, de tal
manera que le permitamos a Él decir su palabra sobre nosotras y a través de
nosotras.
Somos conscientes de que la Misión es suya y a nosotras nos ha elegido
para ser sus administradoras, no propietarias; instrumentos débiles en sus
manos, como nos diría M. Carmen: “pobres mujeres”. Nosotras somos la
carta de Dios para nuestros hermanos, escrita en nuestra biografía personal.
Nos hacemos mensaje de Cristo porque Él mismo lo ha querido. Hemos de
dejarle a Él decir su palabra sobre nuestra vida y hacernos así humildemente
3
Cf. Jer. 13
18
palabra suya para los demás, narrar su paso constante aunque fugaz sobre
nuestra vida.4
Además, cuando Jesús nos manda a la misión no nos envía a la frontera y
Él se queda en retaguardia, sino que El ha ido delante de nosotras a la Galilea
de todos los días y nos anima a acompañarle: Él está ya operando con su
Espíritu en cada corazón antes de que nosotras lleguemos: “Id… El va delante
de vosotros a Galilea”5.
Misión compartida
En este momento importante de Misión Compartida se nos pide ser
con los demás más que ser para los demás.6
Un punto importante siempre a tener en cuenta: la comunión en la
Misión, según nos recuerda también M. Carmen.7
Vivimos en un mundo postmoderno donde hemos de “negociar” nuestra
identidad y pertenencia. Se nos está pidiendo crear una nueva “cultura” de la
Las personas consagradas serán misioneras ante todo profundizando
continuamente en la conciencia de haber sido llamadas y escogidas por Dios, al cual deben
pues orientar toda su vida y ofrecer todo lo que son y tienen, liberándose de los
impedimentos que pudieran frenar la total respuesta de amor. De este modo podrán llegar a
ser un signo verdadero de Cristo en el mundo. (VC. 25)
5 Mc. 16,7
6
“El valor de la postmodernidad es el “sujeto” y hay que acompañar y mover a la persona
sobre todo porque lo más importante de un Centro no es el proyecto pedagógico sino las personas y a éstas
hay que acompañarlas y estar presentes en los momentos vitales… en esta labor, los sujetos son no sólo
los alumnos sino los profesores, con los cuales se debe buscar el fortalecer nuestra identidad…
En un mundo de muerte y estructuras de pecado nosotros debemos llegar a ser realmente
“concepcionistas”, mujeres que engendran vida.
La modernidad nos exige práctica, testimonio… Tenemos que ser profetas en cuanto que
sabemos mirar en lo profundo, en el corazón de las personas…
Donde hay “vida” tiene que haber una concepcionista. Es muy importante crear relaciones en la
comunidad educativa: los profesores son el alma de la escuela, pero pueden estar muy abandonados,
¿nos preguntamos con frecuencia sobre qué pasa en el corazón de los profesores? Hemos de escuchar el
corazón de los profesores que están en nuestros Centros, reflexionar sobre la familia, el ambiente,
escuchar al personal no docente, etc.”. (VII Asamblea, Brasil)
7 "Como Comunidad Religiosa, tiene este Colegio la ventaja de marchar a su objetivo bajo la
unidad de acción, unidad de principios, unidad de sentimientos y método que
produce en el alma de las educandas espíritu de orden, de unión, de inocencia, de amor al
estudio y a la labor; y sobre todo, espíritu completamente cristiano" (Reglamento de
Pozoblanco).
4
19
vida consagrada en esta sociedad que nos duele y a la que no pocas veces
condenamos… pero no olvidemos que Cristo nos envía al mundo, por el cual
Él entregó su vida.
Discernir la Misión
Tenemos que discernir la Misión en las tareas que hacemos porque
participamos de la misma misión de Cristo. Ésta es la intuición fundamental
de M. Carmen al fundar la Congregación: colaborar en la obra de la
Redención, que es la misma obra de Cristo y se trata de “reconciliar todas las
cosas en Él”8.
La conciencia de tener entre las manos algo que nos supera nos hace a la
vez ser responsables de la misión y ser humildes, conscientes de que “Dios
pone su sabiduría y su poder en quien de sí mismo desconfía. Nos sabemos siervos
inútiles que lo importante no es lo que hacemos sino que somos conscientes
de que no podemos dejar de hacerlo, que en nosotras arde el fuego
evangelizador de Pablo: “Ay de mí si no evangelizo”.
Lo primero que debemos de preguntarnos es si en nosotras existe este
fuego evangelizador, que llevó a Cristo a su Misterio Pascual. 9 Este debe ser
el primer criterio de discernimiento.
Discernir la misión no es simplemente elegir lo mejor, ponderar aquello
en lo que nos sentimos más útiles o eficaces,… sino que se trata de
encontrar sentido en las múltiples tareas en las que estamos metidas por
nuestra vocación de servicio. Y nuestro servicio no es a la manera de los
“servicios sociales” de tantos hermanos nuestros, -muy laudables por otro
lado- sino que nuestro servicio es colaborar en la Obra de la Redención,
como insistentemente repetía M. Carmen al fundar la Congregación y abrir
cualquier Casa o Colegio: "Procurar la salvación y perfección de las almas"10,
En la Misión como en la vida, ni el éxito ni el fracaso tienen la última
palabra. La eficacia nunca puede ser la medida de la entrega del corazón. Es
verdad que el amor debe ser eficaz, pero con una eficacia diferente al balance
del haber y el debe. En cristiano no hablamos de eficacia, sino de “dar
fruto”. Es el mandato de Jesús.11
Col. 1,20
“Fuego he venido a traer a la tierra y ojalá estuviera ya ardiendo” (Lc. 12, 49)
10 CC1893
11 “Os he destinado para que vayáis y deis fruto… Jn. 15, 16:”
8
9
20
Identidad concepcionista
Somos llamadas a amar sin recompensa. La gratuidad es, debe ser, el
valor por antonomasia de una concepcionista, cuya vida y misión se inspira en
la Inmaculada donde todo es Don, Gratuidad. ¿Cómo están nuestras vidas de
gratuidad?
La eficacia del amor,- y la Misión es cuestión de amor- tiene su punto de
convergencia en la “ineficacia” de la Cruz, como la sabiduría en la necedad de
la Cruz y la fortaleza en la debilidad. Nuestra misión, que es participación de
la misión redentora de Cristo, tiene en la Cruz su última palabra. Sin
Misterio Pascual no hay redención, sin Cruz no hay Misión ni santidad.
Recordemos que la fuente de nuestro carisma, donde nace la Inmaculada, es
en el Misterio Redentor de la Cruz. “En previsión de los méritos de Cristo…“Fue
hecha Inmaculada” (dice la definición del Dogma que hace poco hemos
celebrado).
Por eso nuestra misión participa a la vez de la fragilidad y de la intensidad
del amor, del fervor y de la pobreza. La fuerza de nuestro amor es la que nos
impulsa a ir sobre todo hacia lo más débil, lo frágil, lo pobre y vulnerable…
para ponernos a sus pies como servidores. Es también la llamada de M.
Carmen: primero, “los más necesitados”.
Por todo esto, la experiencia de la misión ha de ir caminando por la
senda del despojo, del desprendimiento y la humildad, en definitiva, de la
kénosis. ¿No es esta una experiencia clave en el Itinerario Espiritual Concepcionista
y en el de todo cristiano?
Lo que se nos ha prometido no es la eficacia apostólica sino la
fecundidad: “la que esté más unida a Cristo es la que dará más fruto en la
educación”. Quien hace fecunda nuestra vida es Cristo, Él dinamiza nuestros
medios apostólicos, porque la eficacia de los medios no está en ellos mismos,
sino en la virtud de Aquel que los hace eficaces para la misión a la que nos
envía y nos consagra. No se puede estar en misión sin ser misión en persona,
sin haber tenido que sufrir las consecuencias del fuego que queremos
comunicar.
¿Por dónde nos lleva el Espíritu hoy?
La vida apostólica en este milenio ha de evitar el peligro de convertirse
en una eficaz fuerza transformadora desde sus propios recursos y medios.
Hemos de recuperar la humildad, la pobreza, ir a las raíces del Evangelio…
lo nuestro es ser de los “pobres de Yahvé” los anawin. Es quizá la convicción
21
más fuerte que ha salido del último Congreso de la Vida Religiosa celebrado
en Roma en Noviembre pasado. Sólo así podremos ser una palabra de
profecía para el mundo que está naciendo, que necesita más que maestros,
testigos, más que dirigentes, compañeros de viaje con los que aprender juntos
y equivocarse.
Así nuestra vida se va haciendo Eucaristía, Misterio que celebramos
de forma especial en este año. Debemos de preguntarnos especialmente este
año: ¿Qué significado tiene la vivencia de la Eucaristía cada día para una
concepcionista? Es un nuevo reto a tener en cuenta.12
Lo que nos desgasta en la vida religiosa apostólica no es lo que hacemos o
dejamos de hacer…sino que es lo que no le dejamos hacer al Amor en
nosotras. Hacer lo que somos no desgasta, sino que alimenta nuestro ser y
nuestro actuar de forma original y propia y entonces “somos felices en la
misión…” como también repetía M. Carmen13.
Los verdaderos nutrientes de la misión, como los de Jesús, están en la
convicción de que el querer de Dios es nuestro propio querer. Es la
conjunción de deseos: “Yo quiero lo que el Padre quiere… Mi alimento es hacer su
la Voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su Obra”14. Este es el nutriente
que Jesús tenía y que sus discípulos no entendían y puede ser que tampoco
nosotras entendamos. Para Jesús hacer la Voluntad del Padre, la misión de
hacer presente el Reino, no era desgastante sino el alimento (nutriente) que
le fortificaba y le daba vida
¿Por qué no lo es para nosotras?
Desde aquí deberemos revisar la idea de que es en la oración donde
debemos cargarnos para descargarnos en la misión. ¿Cómo entendemos la
frase de M. Carmen: “sed aljibes que se llena por el estudio y la oración de ciencia y
virtud para después repartirlo?
Examinar los nutrientes de la misión que hemos recibido
“Como evangelizadoras con un carisma de vida nos dijo que nuestras escuelas tiene que generar Vida,
a veces en medio del dolor, pero en nuestra espiritualidad y carisma tenemos dos grandes amores: la
Eucaristía y María Inmaculada que son inseparables. María Inmaculada es la Mujer apostólica que
engendra la vida de la Iglesia, en medio del dolor. (VII Asamblea, Brasil)
13 "¡Qué feliz, hijas mías, es nuestra misión, somos Esposas del Dios que nos creara, somos depositarias y
encargadas de lo que más ama en este mundo, que es la niñez! ¡Qué feliz nuestra misión que nos da por
compañeras a las niñas que son un pedacito de cielo en la tierra!".
14 Jn. 4,34
12
22
Al terminar el tercer nutriente, nos paramos a ponderar nuestro corazón.
Nuestra consagración a Dios y a su Reino, exigen de nosotras ser testigos
visibles no para deslumbrar con nuestra propia luz, sino para que se
manifieste su gloria: “Que todos vean vuestras buenas obras y glorifiquen a Dios”.
1. ¿Por qué la misión a la que Cristo nos envía no es nutriente para
nuestra tierra?
2. ¿En qué grado nos sentimos fecundas con la misión que se nos ha
encomendado?
3. ¿Cómo hacer más visible la gratuidad y el desprendimiento en
nuestra vida personal y en nuestras obras apostólicas?
4. ¿Podemos discernir, con cuidado y atención, los cómos de la Misión
Compartida que estamos llevando a cabo?
5. ¿Qué imagen perciben los otros de nuestra actividad? ¿Qué les
provoca nuestro modo de estar, de hacer, de compartir?
6. Nuestra actuación evangelizadora educativa-humanizadora ¿les ayuda
a descubrir los deseos de su corazón?
7. ¿Cómo discernimos la Misión de Cristo en las
tareas que realizamos?
8. ¿Son nuestras prácticas educativas, pastorales,…
compasivas como lo fueron las de Jesús?
9. ¿Cómo atendemos a los largos procesos de
inculturación de la fe en nuestros Centros?
10. ¿Acertamos a ser signos de solidaridad evangélica
en los contextos de pobreza y marginación en los que
nos situamos?
23
Descargar