NUTRIENTES PARA NUESTRA TIERRA LA IDENTIDAD Introducción Nuestra tierra, que es nuestra persona y nuestra vida, necesita nutrientes para poder desarrollarse y dar fruto. Nutrientes que nos alimenten en lo cotidiano, porque no podemos dejar que nuestra tierra se quede abandonada, o vendida, o sencillamente viviendo de reservas…sino que hay que trabajarla cada día y desarrollar todas las potencialidades que tiene. Porque sabemos que el día a día nos desgasta y debilita, tenemos que saber por dónde perdemos vida y por dónde se nutre; y no se trata de buscar en hechos extraordinarios, ni está fuera de la vida diaria aquello que pueda alimentar nuestra tierra. Hay una sabiduría de la interioridad que es la que tenemos que descubrir en nuestro corazón porque ahí están las fuentes de la vida, de la felicidad y de la creatividad. Con el ritmo cotidiano se nos puede olvidar lo que supone de novedad el seguimiento de Cristo. El ha venido a traer la Buena Nueva para cada día, a enseñarnos a vivir en la libertad de los hijos de Dios, a traernos Vida y Vida abundante... Y tenemos que ser creativas en vivir esto. Pero quizá nos preguntemos cómo… Primero hemos de escuchar las voces de nuestro interior, los deseos más profundos de nuestro corazón, que es algo más que nuestras necesidades y apetencias; porque podemos secar la Fuente de nuestra Agua verdadera llenándola de cieno, de arena, de cosas… y no ahondar en el verdadero deseo profundo. Podemos ir a saciar la sed en cisternas que no sacian, según dice el profeta Jeremías (Cf. Jer. 1,13). Si no descubrimos los nutrientes verdaderos que alimentan nuestra tierra; si éstos no los hemos identificado, es que aún no hemos encontrado el camino de la vida. Nuestros nutrientes verdaderos no son más que los que alimenten nuestra identidad (quiénes somos) y nuestra pertenencia (a quién pertenecemos), que por otra parte, están directamente relacionados entre sí, porque lo que somos viene marcado por las pertenencias ya que lo que 1 fundamenta nuestra pertenencia fundamenta nuestra identidad. Y nuestra identidad se va haciendo en las relaciones interpersonales de cada día, sabiéndonos parte de los otros. En realidad la pregunta que nunca acabamos de responder es la de nuestra identidad ¿Quién soy? ¿Qué y quién sostiene mi vida? Y esta pregunta está siempre en relación con la pregunta sobre Dios ¿Cuál es el Dios de mi vida? (no demos por supuesta la respuesta) NUTRIENTES DE IDENTIDAD: Son los primeros a tener en cuenta. Se trata de saber que somos plantas de una tierra en donde podemos y tenemos que dar fruto. Nos recuerda el Evangelio que “por sus frutos los conoceréis; porque todo árbol bueno da frutos buenos” (Mt. 7, 16-17). Lo que nos alimenta es crecer sabiendo bien la raíz que nos sostiene y alimenta. ¿En dónde arraigamos la identidad de nuestra vida consagrada? Tenemos que ser conscientes de que arraigamos allí donde encontramos nutrientes. La raíz de nuestra vida es aquello desde lo que podemos desplegar todo nuestro ser. En realidad la fuente de nuestro alimento tenemos que buscarla dentro de nuestro ser, en lo que somos, en lo que nos vertebra y nos da confianza esencial y arraigo en la vida. Tenemos identidad. Se nos ha regalado. La llamada recibida, que es esencialmente el don de la vocación, la invitación a “estar con el Señor” a entrar en intimidad con El, es el signo mayor de nuestra identidad: le pertenecemos porque “El nos amó primero”, El nos eligió, curó nuestras heridas, nos bendijo, nos perdonó, nos alimentó, nos santificó, nos regaló hermanas, nos envió a la misión, etc. Todo brota de esa elección de amor. Por otra parte, nuestra crónica de identidad es tanto una historia de amor personal con El como de amor interpersonal con las personas que nos ha regalado. Identidad y pertenencia se vinculan. Los frutos que damos en nuestra vida y misión son los frutos que brotan de este amor y que se entrega como vida compartida con los hombres, mis hermanos. La experiencia fundamental en nuestra vida debe ser la de estar enamoradas de Jesús, la de sabernos amadas incondicionalmente por El y saber que El es fiel a este amor. Hay ocasiones en que esto lo hemos vivido de 2 una forma especial, hasta sensorialmente, en otras se nos oculta la vivencia de Dios, pero es ésta es la raíz principal de nuestra identidad: la raíz vocacional, el sabernos TIERRA ELEGIDA. El Señor es nuestra riqueza, desde la que enriquecemos a los hermanos. Hemos sido seducidas por su amor… ¿perdura hoy esta seducción? ¿Cómo? ¿He experimentado en lo hondo del ser el amor personal, incondicional, gratuito…de Dios por mí? Pero Dios es siempre diferente a nuestras expectativas y nos cuesta aceptar su forma de actuar, que a veces se queda oculto entre las realidades triviales. El es la libertad y no se deja manipular por nosotras; cuando quiera y como quiera se manifestará. La experiencia de habernos sentido amadas, gratuita e incondicionalmente por Dios, nos mantiene en el día a día y la hemos de refrescar en el encuentro íntimo con El en la oración. No se trata de una obra de conocimiento, sino de amor. La experiencia de “estar enamoradas” de Dios no se justifica desde fuera, no precisa razones para ser vivida. “Amo porque amo, amo por amar” decía S. Bernardo. Es una experiencia de novedad que impulsa nuestra vida. ¿Cómo vivir los votos sin la experiencia de este amor apasionado? ¿Qué es la pobreza, la obediencia, la castidad para una concepcionista? Miremos a M. Carmen… Amemos la pobreza que se priva de lo perecedero y caduco, para enriquecerse con estimables riquezas celestiales y eternas. Despreciemos los amores de la tierra que mortifican y atormentan y ambicionemos unirnos por la pureza de cuerpo y alma con aquel Celestial Esposo… Despojémonos de nuestra voluntad, con frecuencia peligrosa y tornadiza, y dejémonos guiar como niños inocentes, inexpertos, por los deseos y mandatos de Dios revelado por nuestros Superiores. (Cf. Carta 30 de Mayo de 1909). Sólo mirando a Cristo, se sostienen… Detengámonos un momento para examinar las raíces profundas de nuestra vida. Para ello necesitamos profundizar en lo que somos, en nuestro ser más hondo y en las experiencias que hemos vivido. Los nutrientes de identidad se encuentran en un lugar esencial de la persona: el corazón. Es necesario entrar en contacto con nuestras raíces y encontrar el cauce para poder alimentar la vida que nace ahí. Tenemos identidad, eso está claro y no es el problema fundamental el reconocerlo. El problema viene de cómo negociamos nuestra identidad en nuestro mundo. ¿No la podemos estar “vendiendo” a nuestra eficacia? ¿No 3 podemos estar negociando el ser (identidad) por el hacer? ¿Cuales son las raíces de mi vida? Nuestra identidad la podemos alimentar desde el cultivo del deseo profundo, vivir en la confianza esencial y crecer en la libertad. El afecto integrado es el primer nutriente de la vida consagrada. (Alimentar el deseo) El deseo es el motor de nuestra existencia. Somos personas de deseo. Somos algo más que carencias, necesidades, instinto… hay un deseo que toma la forma de todo nuestro ser, es nuestro yo más íntimo. Debemos descender al mundo interior de los deseos para examinar las fuentes de donde brota la vida… Tenemos que despertar el deseo (porque normalmente lo tenemos dormido) con infinita paciencia, con mucho cuidado, ahondar la tierra del corazón sin herirla, “con paciencia y tino” diría M. Carmen; podemos tener capas y capas en nuestra tierra debido quizá a la moral mal entendida, a la educación no muy liberadora, a las heridas de la vida, etc. que pueden haber ahogado nuestros deseos profundos, aunque tenemos que reconocerlos a veces agazapados unos detrás de otros y no siempre el que se ve primero es el más importante, por eso hay que trabajarse con paciencia. Dinámica del deseo Dejar aflorar los deseos es un camino para tocar las raíces de nuestra vida. Al tocar los deseos se llega a la propia riqueza personal. Tenemos que ser conscientes que la dinámica del deseo es triangular: existo yo, que soy quien deseo, lo deseado y un mediador del deseo. (Bien lo sabe la “cultura del deseo” en la que vivimos, que nos va satisfaciendo los pequeños deseos y deja oculto el verdadero deseo de la persona…) ¿Quién es el mediador de los deseos en esta cultura? ¿Quien debe ser el Mediador de nuestro deseo más hondo? Un deseo profundo es el de ser amados, sabernos alguien para alguien. Y el secreto para alimentar este deseo es cuidar el corazón. “Hija mía, cuida tu corazón porque en él están las fuentes de la vida” (Prov. 4) nos dice la Palabra de Dios. En esto María es la mejor Maestra, la primera que dejó evangelizar su corazón. Cada una vamos sabiendo que Dios tiene para nosotras un secreto de amor que nos va revelando progresivamente. Si como Ella sabemos acoger 4 la Palabra y guardarla en el corazón, ésta nos irá transformando la tierra del mismo, ahondando nuestros más íntimos deseos y purificando motivaciones, afectos, hasta llegar a los que M. Carmen nos decía y que ella vivió: “Que nuestros pensamientos, nuestros gustos, nuestro querer mismo estén puestos en Cristo”. Esta experiencia es la primera del Itinerario espiritual concepcionista: La experiencia de VOCACION, de llamada, que se tiene que actualizar día a día. Cada día somos llamadas, cada día debe resonar en nuestro corazón el “sígueme”, el “ven conmigo”. Así se va unificando nuestra vida en torno a lo esencial y este el verdadero criterio de discernimiento para nuestra vida, que orienta y plenifica todas las decisiones personales y apostólicas que tengamos que asumir. Nos dejamos evangelizar cuando nos colocamos con y como María en actitud de Fiat. Y nuestra vida se va integrando en el amor a Dios y a los hermanos, con predilección a los más pequeños, a los débiles: éste es el criterio fundamental. Estos son los frutos por los que se reconocerá la identidad de nuestro árbol y si nuestras raíces están sanas. Dinamismos Todo esto supone clarificar el corazón, tener intención recta en todas las cosas particulares y en todas las decisiones de la vida. Pero este esfuerzo de orientar el corazón, que es muy importante, no es suficiente para lograr el objetivo, ya que éste es fruto de la oración confiada y constante. Actitud que debe cultivarse asiduamente mediante el examen y la oración sobre la vida: el discernimiento. Oración que transforme el corazón y la vida. Llegar hasta los deseos más profundos y a la unificación del corazón es fundamentalmente un proceso de conversión. Es irnos desprendiendo de todo lo que nos aprisiona y dejarnos envolver en la misericordia y el perdón de Dios que nos libera. Es, en definitiva, un éxodo del amor propio hacia la tierra de la promesa, que es el verdadero amor que nace de Dios. Gracias a esta experiencia de intimidad con Jesús, el corazón célibe de una religiosa debe hacerse “experto en intimidad” al modo del de Jesús. En esta sociedad que manipula los afectos, la sexualidad, el amor… nosotras debemos ser personas que por nuestra opción de vida célibe garanticemos un mundo de relaciones que no busca crear dependencias, ni retener a nadie, sino respetar siempre a la persona y encauzarlo hacia Dios. Lugar teológico: “Hay que entrar en el corazón de los niños, decía M. Carmen, para ganarles el amor y llevarles a Dios” “Los niños” pueden ser ampliados a cualquier persona 5 que entre en los afectos y deseos de nuestro corazón. Y nos repite que “Dios nos da por compañeros a los niños”. Hemos de ser “compañeras” expertas en intimidad consagrada que abran el interior a las personas y reflejen el deseo de Dios y su ternura. El corazón de los niños (de las personas) debe ser para la concepcionista el “lugar teológico”, donde queda unificada la vida y la misión: “Encontraréis a Cristo en el corazón de los niños”. En estos tiempos podemos vivir el celibato matando el amor,… (Y quizá es el camino más fácil), pero ¿es ese el camino de la vivencia del amor consagrado? Estamos llamadas a reinventar la vivencia de los votos cada día, porque no hicimos la consagración de una vez para siempre, sino que la hacemos día a día… Necesitamos parar y preguntarnos sobre el Absoluto de nuestro corazón: ¿Cuales son mis deseos más profundos? ¿Cómo los alimento? ¿Qué es lo que me habita por dentro? ¿Dónde está mi corazón? ¿A quien pertenezco? ¿Quién quiero que sea el único dueño y señor de mi vida? Recuperar la confianza esencial: Al llegar a los deseos se despiertan las capacidades de nuestra persona, el valor esencial de nuestro ser, ahí donde somos amados por lo que somos, no por lo que hacemos o tenemos… al tocar los deseos y reconocer nuestra riqueza personal nos sentimos valorados, nos sabemos amados, nos percibimos ricos para compartir la vida con otros…y eso nos da la confianza básica. Sin ella nuestra vida no tiene soporte, edificamos obre arena, podemos ser como un cacharro agujereado que por mucha agua que eches…se caerá siempre. La confianza básica no son falsas seguridades, sino la experiencia de saberse “hija única amada”. Por eso está conectada con la vida interior, con la experiencia de oración profunda donde nos sentimos amadas por lo que somos y como somos… sabernos amados y acogidos personal e incondicionalmente por Dios es el sustrato fundamental de nuestra tierra. La confianza es una actitud básicamente concepcionista. Hagamos memoria de todo lo que M. Carmen vivió y pidió como abandono en la Divina Providencia. ¿Cómo ando de confianza esencial en mi vida? ¿En qué apoyo mi existencia? 6 “Liberar” la libertad: Así, ahondando nuestras raíces llegamos al núcleo esencial de lo que somos: a nuestra propia libertad. Al remover la tierra vamos encontrando los obstáculos que nos impiden amar y ser felices. Porque nos encontramos con frecuencia con nuestra libertad obstaculizada, frágil, paralizada muchas veces, incapaz de moverse hacia el amor, la verdad, la belleza, el gozo…y necesita liberación, y ser “conquistada”. Somos libres, pero ¿vivimos en libertad? Sólo si tocamos el núcleo de nuestra libertad llegaremos a nuestro ser. La libertad es un don pero es también una conquista y sólo tomando opciones libres iremos “conquistando y liberando” libertad. Se trata de apegarnos a lo bueno, de adherirnos a la dinámica del don. Libres para hacer el bien, sin estorbos, sin ataduras, libres para amar… que “para ser libres nos liberó Cristo”. Crecer en la libertad nos da la clave de que vamos creciendo como personas, de que vamos personalizando la vida. ¿Qué hago para crecer en libertad personal? En resumen: los tres grandes cauces de nutrición de nuestra tierra son: La vida de oración, de relación e intimidad con Jesús La Vida comunitaria La Misión La Vida Consagrada se alimenta de tres experiencias básicas: experiencia de Dios; experiencia de Comunión y Experiencia de Misión. Repasemos aquí el primero: REFLEXION PERSONAL Examinar los nutrientes de nuestra identidad Es hora de examinar los nutrientes de nuestra pertenencia al Señor, las raíces de nuestro corazón. ¿Dónde apoyo mi identidad? ¿Cómo la alimento? 7 ¿Estamos en la Iglesia para hacer cosas eficaces o para ofrecer otro modo de ser, otro modo de relacionarnos y de vivir? ¿Cómo realizo la crónica de mi vocación, la memoria escrita y narrada de lo vivido con Cristo? ¿Cómo vivo y actualizo los vínculos de mi entrega (los votos)? ¿Qué formas de vida nos pueden estar reclamando los votos que hemos hecho? ¿A qué discernimiento nos conducen? ¿Qué carga de sufrimiento queremos soportar por ellos? NUTRIENTES DE PERTENENCIA Rehacer las raíces de la pertenencia No basta saber quienes somos… tenemos que saber también a quien pertenecemos. Identidad y pertenencia van juntas; en realidad la raíz de la identidad es la pertenencia., porque quien nos ha ido dando la identidad son los lazos que hemos establecido en la vida. Desde que nacimos, se ha ido formando en nuestra vida una red de relaciones que nos ha alimentado (sería bueno recordarlas…). Lo que realmente nos nutre es sabernos relacionados con la vida de los demás; los otros son parte esencial de lo que somos; “Somos lo que somos por los encuentros que hemos tenido, dice el “Diario de un profesor novato”. Es importante saber a quien pertenecemos porque la identidad se revitaliza en las pertenencias. Lo que nos alimenta es saber que estamos en el corazón de alguien, saber que somos amamos gratuitamente, sabernos don para alguien y recibir el cariño de los demás. Para revitalizar las pertenencias debemos pasar del interior, donde están las raíces de la identidad, al mundo de la relación, del compartir y 8 descubrir la capacidad expansiva del propio ser. El mundo de las pertenencias es el mundo de la intimidad, de las confidencias, de la amistad, de la comunicación y el diálogo. Recordemos que la experiencia de COMUNIÓN es clave en el itinerario espiritual concepcionista, porque también es fundamental en toda persona: estamos llamadas a la comunión. ¡Esta es nuestra vocación! Sabemos que la comunidad es lugar privilegiado de ello. Por eso la vida comunitaria es un nutriente indispensable para nuestra tierra, por los vínculos de pertenencia que crea y porque en el encuentro con las hermanas nos conocemos mejor a nosotras mismas…al confrontar la vida en el roce diario. Los nutrientes de la pertenencia se pueden resumir en: Cuidar los vínculos del propio corazón; de los que amamos y favorecer la comunicación. Cuidar los vínculos del corazón: aprendizaje “Ensancha el espacio de la tienda, extiende las lonas sin temor, alarga las cuerdas, refuerza las estacas” (Cf. Is. 54, 2), nos dice Isaías. Podemos entender esta Palabra como ensanchar el espacio de nuestras relaciones, no sólo en cantidad sino, sobre todo, en profundidad. Hemos sido seducidas por el amor de Dios y su Espíritu debe ensanchar nuestro corazón de mujeres para amar y dejarnos amar, suscitando en nosotras nuevos modos de relacionarnos. El seguimiento de Jesús nos tiene que unificar integrando desde el amor todas las dimensiones de nuestra persona: físico, psicológico, espiritual... Pero hemos de recorrer un camino que nos ayude a crecer en el conocimiento propio y en la aceptación de nuestra identidad, en la integración de la corporalidad y la sexualidad y en la capacidad de asumir la soledad para entrar en relación. Somos mujeres consagradas y como mujeres hemos de vivir, cultivando los valores de la feminidad y de la virginidad. La relación con Jesús nos debe disponer para abrirnos al don de la amistad y manifestar nuestro amor con gestos, palabras y actitudes de ternura y misericordia, como Él, que vivió relaciones liberadoras. Cuando dejamos entrar a alguien en nuestra vida interior, en nuestras relaciones, se dilata nuestro corazón y se enriquece nuestra tierra. Amar es crear vínculos; los afectos son los lazos que nos comunican y nos crean vínculos de pertenencia mutua. Amar es ensanchar el terreno a la vez que 9 poner un cartel de” propiedad privada”. Releamos algunos capítulos del Deuteronomio. (Cf. 6,7) El amor de la persona consagrada tiene que actuar de manera activa y no reactiva. Nos damos gratuitamente y no como respuesta. Sólo así puede la persona célibe conservar su propia libertad y determinación. No amamos esperando la recompensa emocional, aunque ésta llegue algunas veces, sino que hemos de amar como Dios lo hace: gratuita e incondicionalmente. Se puede ser célibe matando el amor y renunciando a cualquier tipo de relación amistosa gratificante, o se puede vivir el celibato como una forma de dar cauce al amor. El amor se concede a sí mismo sus propios límites y no de manera abstracta, sino en cada caso concreto y real. Porque el amor de la persona consagrada sólo puede ser transparencia de ella mismo. Hay formas de amar, como hay formas de apropiarse del terreno, dejando libertad o atando a las personas. Amar es crear vínculos, pero los vínculos del amor verdadero han de ser los de la libertad: la propia y la de la persona amada. Amar es dejar a la persona ser libre. Hay modos de vincularse que potencian la libertad y ensanchan el corazón y eso son los nutrientes para nuestra tierra. Tenemos que aprender a amar como seres sexuales y apasionados- a veces un poco desordenados- que somos, o no tendremos nada que decir a nuestro mundo sobre Dios que es Amor. ¿Cómo cultivo los vínculos del corazón? Cuidar de los que amamos: Cuidar los vínculos del corazón es también ocuparnos de aquellos a quienes amamos, de responsabilizarnos de ellos, de cuidarles. Somos responsables de aquellos a los que amamos; “Eres responsable de tu rosa”, le dice el zorro al Principito. El jardín del que M. Carmen nos habla en su carta del 30 de Mayo de 1909, que está dentro de los muros de la consagración bien puede ser el jardín comunitario, en el que se crean vínculos de pertenencia. Cuidar “las rosas” que el Señor ha colocado en nuestro jardín es una forma de fidelidad. En este tiempo en que se rompen con tanta facilidad las alianzas, que prima el individualismo y la falta de pertenencias, nosotras estamos llamadas a ser signos de la fidelidad al amor. Responsabilizarnos de los que amamos no significa invadir terrenos, sino respetarlos, cuidar su libertad, su autonomía, sus opciones… y ello 10 supone conjugar la cercanía y la distancia. Saber estar cerca sin atosigar, sin pretender poseer su terreno, ni tampoco trabajar lo que el otro tiene que hacer. Cada cual tiene su trabajo peculiar en su tierra, no podemos ni debemos hacer lo que es tarea de la otra persona, pero sí estar cerca, a la vez que trabajando nuestra propia parcela. “Vigilancia cercana” diría M. Carmen. Vivir cada día en comunidad nos da múltiples ocasiones para crecer en el conocimiento propio y en el de nuestras hermanas. La comunidad es ámbito de formación continua, y ésta abarca toda la persona y toda la vida. Cuidar de los que amamos es potenciar siempre el diálogo sincero, la comunicación cada vez más profunda y más respetuosa. Supone no pactar con la debilidad de la otra persona sino potenciar sus recursos y alentar su libertad. Cuidarlas para que sean ellas las autoras de su propia vida y no atraerlas hacia una dependencia engañosa y estéril. Cuidar de los que amamos es crecer en fidelidad, es comprometernos con la vida, es fomentar nuestra pertenencia, es caminar hacia Dios en relación, en cadena, y al final poder llegar a El y decirle: “tengo las manos vacías de tanto dar sin tener, pero las manos son mías”. Y cuando El nos pregunte ¿has amado?... poder enseñarle las manos vacías y el corazón lleno de nombres. Dice VC que “nuestra comunidad es un espacio humano habitado por al Trinidad”. La presencia de Dios-Comunión que reconocemos entre nosotras, va transformando nuestras relaciones, si aceptamos la comunidad como DON y si recreamos cada día la comunión entre nosotras. Madre y médico M. Carmen en las Primeras Constituciones (1893) dice que tenemos que ser madres y médicos a la vez; médico que diagnostica -y ¡qué difícil es hacer un diagnóstico certero!- y madre que pone el remedio oportuno. ¡Todo un programa! Hablando a las Superioras dice: “pórtense con ellas como sabio médico y como cariñosa madre, que no desea otra cosa que el bien de su hija.” Y es que también en la vida en común- “lugar privilegiado de nuestra ascesis”- podemos también ayudar a nuestras hermanas a recuperar los hilos de su historia, a mirar hacia atrás sin amargura, a recuperar los episodios felices y/o los desgraciados y a reconciliarse con ellos. Volver sobre lo vivido y recuperar los hilos, quizás muy débiles y perdidos, del amor de Dios y del amor de los demás. Esto es también hacer de madre y médico. Para ser una buena Superiora-acompañante en la comunidad de hermanas, deberemos aprender a ayudar a leer y rehacer los aspectos dañados 11 de la vida de las hermanas, los diversos episodios negativos que las pueden haber marcado y que les hacen enfocar la vida en negativo. Volver sobre el sufrimiento pasado es doloroso pero es la única posibilidad de recuperar la dignidad perdida y rehacer la vida. La escucha fraterna es un resorte muy útil para el manejo de las crisis personales, de los fallos, de las heridas… Pero debemos situarnos delante de ellas como personas que quieren escuchar su sufrimiento y hacernos en cierto modo coautoras de la historia dañada. Nadie puede rehacer su vida sin narrar su historia ante otro y nadie puede escucharla sin que ésta tome algo de su punto de vista. Sabemos que la intimidad de las personas es enormemente vulnerable. Primeramente porque las heridas íntimas son las más dolorosas y todas tenemos heridas que bloquean nuestro bienestar psicológico y espiritual; y en segundo lugar porque muchas de esas heridas han sido causadas precisamente por la manipulación de la intimidad, o por la traición a la confianza y el abuso de la misma. ¿Nos creemos que estamos llamadas a conocer el misterio de la vida, a cuidar la vida que está sana, a recuperar la que está herida, a asistir al largo proceso de gestación un una vida nueva que puede estar emergiendo…? (cf. Ez. 34). Recordemos que la imagen del Buen Pastor era también muy querida para M. Carmen. Por algo sería. “Imitemos el ejemplo del Buen Pastor que dejando en la sierra las noventa y nueve ovejas, se fue a buscar una que se había perdido, de cuya flaqueza se compadeció en tal extremo, que tuvo a bien ponerla sobre sus hombros y llevarla así al aprisco”(1893, XXXV). Todas somos conscientes de que aquí tenemos tareas urgentes que realizar en este sentido ¿cómo hacerlo? ¿Cómo cuido a las personas que amo? ¿Como es mi amor? ¿Sabría calificarlo? Intensificar la comunicación: Animarnos a cuidar de los demás en comunidad puede ser una tarea urgente de los responsables de la misma. Estamos llamadas a cuidar mucho las relaciones y quizá a practicar una nueva manera de relacionarnos, ya que somos nosotras las responsables de la animación comunitaria, las que hemos recibido la misión de ocuparnos de personas que no nos pertenecen, porque son de otro Dueño, es decir del Señor. Es muy común sentirnos incapaces cuando se nos encarga la misión de animar la comunidad. Y esto no es malo si no nos frena en la misión. Al 12 contrario, nos sentimos tan pequeñas y vulnerables como los demás, pero el Señor nos da las fuerzas contando con nuestras propias debilidades. No lo sabemos todo, también nosotras tenemos dudas, conflictos, etc. pero caminamos queriendo ser fieles al Señor y nos animamos a hacerlo mutuamente. Es importante “compartir pobrezas”. Se nos pide que cuidemos la vida de “nuestro jardín” que son nuestras hermanas, nuestras “flores” “lo que Dios más ama en el mundo”. Todas necesitamos personas que nos cuiden, que se ocupen de nosotras, que nos escuchen, que nos atiendan…a no ser que estemos infectadas por el más terrible individualismo. Nuestra comunidad no puede reproducir los roles de una familia, pero sin duda necesitamos que sea a la vez “hogar y taller”, que la superiora sea a la vez madre y médico. La comunidad es la tierra donde ha de arraigar nuestra identidad y nuestra vocación. Sin embargo, todas somos conscientes de las graves situaciones comunitarias que a veces debilitan la vocación y la identidad en lugar de fortalecerla. Por eso deberemos detenernos y analizar cómo está la tierra de nuestra comunidad: cuáles son los parásitos que la habitan, las piedras que la obstaculizan, el terreno movedizo que no deja arraigar, etc. Tomémonos tiempo para analizar nuestra tierra comunitaria y todos los “okupas” que la habitan. Porque repito: sólo enraizamos en aquella tierra que nos nutre y si la comunidad no nutre la vocación ni la vida de las personas… se buscarán otras tierras. ¡Esto es serio! Tierra común: la Congregación: Estamos vinculadas a una tierra común y donde se establece una nueva pertenencia. “Nuestra amada Congregación, hijas mías, es nuestra madre, es nuestra heredad, sus triunfos y sus glorias son los nuestros”. (30. V.1909) Todas nos necesitamos. Nuestra tierra es tierra común. Hemos de insistir en que formamos una trama común, de mutua pertenencia: unas de otras y todas del Señor, dentro de una Congregación. Nadie está de más en esta tierra común y somos responsables las unas de las otras. Vivimos misteriosamente vinculadas unas a otras. Por lo mismo deberemos ir creciendo en profundidad en nuestras relaciones y en nuestra comunicación interpersonal. En este mundo en que fácilmente se hacen superficiales las relaciones, tenemos delante de nosotros un caudal inmenso de comunicación con muchas personas, en nuestra vida comunitaria e intercomunitaria y en nuestra misión apostólica… ¡no lo desperdiciemos! 13 Compartir lo que Dios hace conmigo Sin embargo tenemos el peligro que quedarnos en la superficie y es urgente intensificar la relación interpersonal. El amor es siempre intensificación de la relación personal, es crecer en profundidad, en intimidad. Esto es un gran nutriente para nuestra pertenencia. Para revitalizar una cultura espiritual necesitamos partir de un mayor caudal de comunicación espiritual con nuestras hermanas de comunidad. Comunicar lo que Dios nos ha confiado, sin reservas, perder el miedo a compartir interioridad, descubriendo el lenguaje de la intimidad. Dios mismo es el que se hace presente a nuestro corazón en la comunicación espiritual. Dios es comunicación, comunión de amor y esta es nuestra identidad y pertenencia. No se trata de informar a nadie de lo que sentimos, sino de expresarlo, convertirlo en palabra, darle una cauce aún sabiendo que no es fácil comunicar una experiencia. Pero al comunicar vivimos también la experiencia. Hablar de la experiencia de Dios es crear un lenguaje en donde puede circular su gracia, su bondad, su ternura,… ¿Cómo están nuestras comunidades en este campo? Comunicar lo que Dios hace con nosotras debería ser la línea maestra de una vida de comunidad. La memoria del corazón es lo que vincula a una comunidad de iguales y diferentes, desde las experiencias narradas y escuchadas, compartidas en un círculo de intimidad. Es lo que nos hace testigos de la vida de los otros y merecedores de gracia y de perdón. Por frágiles que creamos que son las experiencias de Dios en nuestra vida no podemos olvidarlas, pues en el olvido el corazón se va haciendo frágil tornadizo e infiel, mientras que en la memoria, en el recuerdo, se va fortaleciendo. Recordemos la insistencia del Deuteronomio, que se nos repite con frecuencia en la Liturgia de la Cuaresma: ¡“Acuérdate, Israel”! Recordar lo que Dios hace en nuestra vida y comunicarlas es signo de fidelidad a El. Tenemos que crecer en ser comunidades orantes, llamadas a escuchar, compartir, celebrar, vivir y proclamar la Palabra de Dios. ¿Por qué nos cuesta tanto dar pasos por aquí? Comunidad- Don Hay algo que destruye las comunidades y es la pretensión de estar por encima de los demás, de convertirnos en jueces de nuestras hermanas. Ello es debido a que proyectamos nuestros sueños y exigimos a los demás que 14 los cumplan. Y al amar nuestro sueño de comunidad, más que la comunidad real nos convertimos en destructores de ella. Ya lo dijo Bonhoeffer: “quien ama su sueño de comunidad más que la misma comunidad, se convierte en destructor de la misma por muy honesta, seria y estregada que él piense personalmente que es su conducta. Dios odia la ensoñación pues hace a la gente orgullosa. El que se forja una imagen de comunidad exige su cumplimiento a Dios, a los otros, a sí mismo… porque Dios ya ha colocado el único fundamento de la comunidad, mucho antes de que entráramos en ella: Cristo. Por eso no entramos como retadores en la vida común, sino como agradecidos y receptores…” Entremos en comunidad agradeciendo porque toda comunidad es un regalo que se nos hace. Y estamos con personas que no hemos elegido pero que sabemos que han hecho experiencia de Dios. Este es el dato fundamental. Deberemos examinar nuestra llamada a la convocación. Lo comunitario no es algo accesorio a nuestra vida, sino esencial, porque deriva de la misma llamada recibida. En nuestras vidas comunitarias tenemos un reto y es: elaborar un “lenguaje” para que emerjan esas experiencias del fondo del corazón. ¿Cómo trabajo las relaciones interpersonales? ¿Crezco en profundidad? ¿Y también en extensión? Examinar los nutrientes de nuestra vida en común Llegadas aquí podemos pararnos ante nuestra vida comunitaria, en libertad, con confianza, sin miedo, en verdad…. Para “regar las raíces” de nuestra vida en común podemos hacernos las siguientes preguntas: 1. ¿Qué podemos hacer para que nuestra comunidad nutra a las personas en su vocación? 2. ¿Qué nutriente necesita mi comunidad? 3. ¿Hemos descubierto la fecundidad comunitaria de narrar las historias de vida, como crónica compartida de lo que Dios ha hecho y hace en nosotras? 4. ¿Qué prácticas de comunión fraterna pueden “regar” nuestra vida en común? Tratemos de ser creativas… 15 5. ¿Qué elementos de nuestra tradición congregacional podemos rememorar juntas y celebrar en común? 6. ¿Nos sentimos responsables del cuerpo de la Congregación? ¿Cómo se manifiesta? 7. ¿En qué servicios y tareas de animación expresamos el cuidado mutuo y la atención a las más débiles? 8. ¿Cómo favorecemos prácticas de compasión, de perdón, de curación, de unas por otras? LA MISION Rehacer los nutrientes de nuestro ser enviadas “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Noticia, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos.” (Lc. 4, 18) Llamadas a la misión “La Misión es la clave para entender la Iglesia y todo lo que acontece en ella, así como en la vida consagrada. Sin la misión como punto básico y principio arquitectónico, todo puede derruirse y caerse. Cuando la misión ejerce su función de principio central y estructurante, todo funciona y se desarrolla y despliega”. Son palabras de José Cristo Rey García Paredes, cmf, en un artículo en que habla de “la Misión: la clave para entender la vida consagrada hoy” y asegura que los temas que con frecuencia tanto nos preocupan: la espiritualidad, la vida comunitaria, el gobierno, la autoridad, la formación, los proyectos comunitarios, o las “modas” del momentos,… -y que pueden ser problemas reales-, se agravan cuando hemos perdido el sentido misionero.1 Detengámonos un poco a analizar esto. El Señor nos envía como comunidad de mujeres consagradas a hacer presente el Reino por al oración y la educación. Marcadas por la experiencia de Dios, iluminadas por la Palabra e interpeladas por la realidad en la que estamos insertas, estamos viviendo nuestra vocación en una Congregación 1 Cf. Vida religiosa septiembre- octubre 2004. 16 eminentemente apostólica (siempre unidas identidad y pertenencia). Toda nuestra vida es y se va haciendo misión. 2 El Espíritu nos impulsa siempre a ampliar nuestros horizontes y nos está urgiendo en la Vida Religiosa actual a un proceso de cambio de mente y de corazón, a la acogida de todas las personas, en este mundo globalizado, así como a colaborar con quienes trabajan por hacer este mundo mejor. No estamos solas en la Misión, ni somos las protagonistas. Sabemos de la dificultad de la misión hoy, en este mundo tan… (Podemos poner los adjetivos que queramos). Quizá nos esté faltando un nuevo “lenguaje” para la misión, que comunique la experiencia nueva de Dios en el mundo. O es posible que nos falte el “nuevo ardor” del que hablaba ya el Papa al convocar a la Iglesia a una “Nueva Evangelización”. La misión es para nosotras la proyección vocacional. Hemos sido elegidas para ser enviadas. ¿Desgaste o nutriente? Pero la Misión no es para vivirla en un continuo desgaste personal, sino que ha de ser también para nosotras un nutriente vocacional. Profundicemos un poco en ello. ¿Por qué la misión a la que Cristo nos envía nos desgasta tanto? La respuesta está, creo, en que no lo vivimos como misión, sino como cúmulo de tareas. Y esto puede ser estresante. No se trata tanto en vivir la misión como una exigencia ética ante los ojos de nosotras mismas y de los demás y menos como un conjunto de tareas. Se trata de una Misión. Pero ¿de quién es esta Misión? Con frecuencia nos vemos tentadas de activismo desenfrenado. Nuestra actividad educativa nos gasta y desgasta, dejándonos sin energía espiritual que se debilita en la medida en que ocupan el centro del corazón las tareas que llevamos a cabo. Este es un gran peligro: sustituir la entrega personal por la multitud de actividades que nos ocupan pero que no pueden darnos satisfacción personal verdadera. Llenar nuestra cabeza y nuestras mesas de trabajo de programaciones y estrategias no nos asegura la plenitud interior ni el sosiego del corazón. Y sin esta experiencia de plenitud, de sentido, de sosiego del corazón, de entrega… podemos vivir las actividades como neuróticas insatisfechas. 2 VC 72 17 ¿Cómo vivirla? La clave puede estar en adherirnos a Jesús en la misión, en vivir ahí en comunión con Él, encontrar a Dios en la vida de la misión, compartiendo la vida con nuestros hermanos, en clave de encarnación e inculturación. Vivir la misión como adherencia a Jesús no expresa la necesidad de realizar bien una tarea, sino solamente un deseo de intimidad, de apego, de comunión con Él. Recordemos el gesto profético de Jeremías3 a quien Dios le manda comprarse un cinturón de lino y luego esconderlo en el río. ¿Qué significa? El cinturón enterrado se pudre lejos de la cintura que debe adornar. Nosotras, consagradas, queremos vivir la misión a la que se nos envía, sin perder la conciencia de lo que somos en realidad: el cinturón adherido al Cuerpo, a Cristo y a la vida de las personas, para no pudrirnos. El cinturón es un signo a la vez vulnerable y firme, figura de nuestra intimidad con Jesús: un cinturón que se ciñe a la cintura de la persona que ama. El término “adherencia” asume el deseo con con-formarse con aquel a quien amamos, estar con El aunque sin identificarnos totalmente. Sólo pretendemos la cercanía inmediata, el contacto, la inmerecida contigüidad, casi mágica, de estar con Él, de pertenecerle lo más íntimamente posible, de adherirnos a la misión con Él y hacerlo con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, como nos dice la Palabra. Somos carta de Dios La Misión no es nuestra. Es la de Jesucristo. Y es Él quien de nuevo nos envía. Si somos enviadas, debemos hacer visible a Aquel que nos envía, de tal manera que le permitamos a Él decir su palabra sobre nosotras y a través de nosotras. Somos conscientes de que la Misión es suya y a nosotras nos ha elegido para ser sus administradoras, no propietarias; instrumentos débiles en sus manos, como nos diría M. Carmen: “pobres mujeres”. Nosotras somos la carta de Dios para nuestros hermanos, escrita en nuestra biografía personal. Nos hacemos mensaje de Cristo porque Él mismo lo ha querido. Hemos de dejarle a Él decir su palabra sobre nuestra vida y hacernos así humildemente 3 Cf. Jer. 13 18 palabra suya para los demás, narrar su paso constante aunque fugaz sobre nuestra vida.4 Además, cuando Jesús nos manda a la misión no nos envía a la frontera y Él se queda en retaguardia, sino que El ha ido delante de nosotras a la Galilea de todos los días y nos anima a acompañarle: Él está ya operando con su Espíritu en cada corazón antes de que nosotras lleguemos: “Id… El va delante de vosotros a Galilea”5. Misión compartida En este momento importante de Misión Compartida se nos pide ser con los demás más que ser para los demás.6 Un punto importante siempre a tener en cuenta: la comunión en la Misión, según nos recuerda también M. Carmen.7 Vivimos en un mundo postmoderno donde hemos de “negociar” nuestra identidad y pertenencia. Se nos está pidiendo crear una nueva “cultura” de la Las personas consagradas serán misioneras ante todo profundizando continuamente en la conciencia de haber sido llamadas y escogidas por Dios, al cual deben pues orientar toda su vida y ofrecer todo lo que son y tienen, liberándose de los impedimentos que pudieran frenar la total respuesta de amor. De este modo podrán llegar a ser un signo verdadero de Cristo en el mundo. (VC. 25) 5 Mc. 16,7 6 “El valor de la postmodernidad es el “sujeto” y hay que acompañar y mover a la persona sobre todo porque lo más importante de un Centro no es el proyecto pedagógico sino las personas y a éstas hay que acompañarlas y estar presentes en los momentos vitales… en esta labor, los sujetos son no sólo los alumnos sino los profesores, con los cuales se debe buscar el fortalecer nuestra identidad… En un mundo de muerte y estructuras de pecado nosotros debemos llegar a ser realmente “concepcionistas”, mujeres que engendran vida. La modernidad nos exige práctica, testimonio… Tenemos que ser profetas en cuanto que sabemos mirar en lo profundo, en el corazón de las personas… Donde hay “vida” tiene que haber una concepcionista. Es muy importante crear relaciones en la comunidad educativa: los profesores son el alma de la escuela, pero pueden estar muy abandonados, ¿nos preguntamos con frecuencia sobre qué pasa en el corazón de los profesores? Hemos de escuchar el corazón de los profesores que están en nuestros Centros, reflexionar sobre la familia, el ambiente, escuchar al personal no docente, etc.”. (VII Asamblea, Brasil) 7 "Como Comunidad Religiosa, tiene este Colegio la ventaja de marchar a su objetivo bajo la unidad de acción, unidad de principios, unidad de sentimientos y método que produce en el alma de las educandas espíritu de orden, de unión, de inocencia, de amor al estudio y a la labor; y sobre todo, espíritu completamente cristiano" (Reglamento de Pozoblanco). 4 19 vida consagrada en esta sociedad que nos duele y a la que no pocas veces condenamos… pero no olvidemos que Cristo nos envía al mundo, por el cual Él entregó su vida. Discernir la Misión Tenemos que discernir la Misión en las tareas que hacemos porque participamos de la misma misión de Cristo. Ésta es la intuición fundamental de M. Carmen al fundar la Congregación: colaborar en la obra de la Redención, que es la misma obra de Cristo y se trata de “reconciliar todas las cosas en Él”8. La conciencia de tener entre las manos algo que nos supera nos hace a la vez ser responsables de la misión y ser humildes, conscientes de que “Dios pone su sabiduría y su poder en quien de sí mismo desconfía. Nos sabemos siervos inútiles que lo importante no es lo que hacemos sino que somos conscientes de que no podemos dejar de hacerlo, que en nosotras arde el fuego evangelizador de Pablo: “Ay de mí si no evangelizo”. Lo primero que debemos de preguntarnos es si en nosotras existe este fuego evangelizador, que llevó a Cristo a su Misterio Pascual. 9 Este debe ser el primer criterio de discernimiento. Discernir la misión no es simplemente elegir lo mejor, ponderar aquello en lo que nos sentimos más útiles o eficaces,… sino que se trata de encontrar sentido en las múltiples tareas en las que estamos metidas por nuestra vocación de servicio. Y nuestro servicio no es a la manera de los “servicios sociales” de tantos hermanos nuestros, -muy laudables por otro lado- sino que nuestro servicio es colaborar en la Obra de la Redención, como insistentemente repetía M. Carmen al fundar la Congregación y abrir cualquier Casa o Colegio: "Procurar la salvación y perfección de las almas"10, En la Misión como en la vida, ni el éxito ni el fracaso tienen la última palabra. La eficacia nunca puede ser la medida de la entrega del corazón. Es verdad que el amor debe ser eficaz, pero con una eficacia diferente al balance del haber y el debe. En cristiano no hablamos de eficacia, sino de “dar fruto”. Es el mandato de Jesús.11 Col. 1,20 “Fuego he venido a traer a la tierra y ojalá estuviera ya ardiendo” (Lc. 12, 49) 10 CC1893 11 “Os he destinado para que vayáis y deis fruto… Jn. 15, 16:” 8 9 20 Identidad concepcionista Somos llamadas a amar sin recompensa. La gratuidad es, debe ser, el valor por antonomasia de una concepcionista, cuya vida y misión se inspira en la Inmaculada donde todo es Don, Gratuidad. ¿Cómo están nuestras vidas de gratuidad? La eficacia del amor,- y la Misión es cuestión de amor- tiene su punto de convergencia en la “ineficacia” de la Cruz, como la sabiduría en la necedad de la Cruz y la fortaleza en la debilidad. Nuestra misión, que es participación de la misión redentora de Cristo, tiene en la Cruz su última palabra. Sin Misterio Pascual no hay redención, sin Cruz no hay Misión ni santidad. Recordemos que la fuente de nuestro carisma, donde nace la Inmaculada, es en el Misterio Redentor de la Cruz. “En previsión de los méritos de Cristo…“Fue hecha Inmaculada” (dice la definición del Dogma que hace poco hemos celebrado). Por eso nuestra misión participa a la vez de la fragilidad y de la intensidad del amor, del fervor y de la pobreza. La fuerza de nuestro amor es la que nos impulsa a ir sobre todo hacia lo más débil, lo frágil, lo pobre y vulnerable… para ponernos a sus pies como servidores. Es también la llamada de M. Carmen: primero, “los más necesitados”. Por todo esto, la experiencia de la misión ha de ir caminando por la senda del despojo, del desprendimiento y la humildad, en definitiva, de la kénosis. ¿No es esta una experiencia clave en el Itinerario Espiritual Concepcionista y en el de todo cristiano? Lo que se nos ha prometido no es la eficacia apostólica sino la fecundidad: “la que esté más unida a Cristo es la que dará más fruto en la educación”. Quien hace fecunda nuestra vida es Cristo, Él dinamiza nuestros medios apostólicos, porque la eficacia de los medios no está en ellos mismos, sino en la virtud de Aquel que los hace eficaces para la misión a la que nos envía y nos consagra. No se puede estar en misión sin ser misión en persona, sin haber tenido que sufrir las consecuencias del fuego que queremos comunicar. ¿Por dónde nos lleva el Espíritu hoy? La vida apostólica en este milenio ha de evitar el peligro de convertirse en una eficaz fuerza transformadora desde sus propios recursos y medios. Hemos de recuperar la humildad, la pobreza, ir a las raíces del Evangelio… lo nuestro es ser de los “pobres de Yahvé” los anawin. Es quizá la convicción 21 más fuerte que ha salido del último Congreso de la Vida Religiosa celebrado en Roma en Noviembre pasado. Sólo así podremos ser una palabra de profecía para el mundo que está naciendo, que necesita más que maestros, testigos, más que dirigentes, compañeros de viaje con los que aprender juntos y equivocarse. Así nuestra vida se va haciendo Eucaristía, Misterio que celebramos de forma especial en este año. Debemos de preguntarnos especialmente este año: ¿Qué significado tiene la vivencia de la Eucaristía cada día para una concepcionista? Es un nuevo reto a tener en cuenta.12 Lo que nos desgasta en la vida religiosa apostólica no es lo que hacemos o dejamos de hacer…sino que es lo que no le dejamos hacer al Amor en nosotras. Hacer lo que somos no desgasta, sino que alimenta nuestro ser y nuestro actuar de forma original y propia y entonces “somos felices en la misión…” como también repetía M. Carmen13. Los verdaderos nutrientes de la misión, como los de Jesús, están en la convicción de que el querer de Dios es nuestro propio querer. Es la conjunción de deseos: “Yo quiero lo que el Padre quiere… Mi alimento es hacer su la Voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su Obra”14. Este es el nutriente que Jesús tenía y que sus discípulos no entendían y puede ser que tampoco nosotras entendamos. Para Jesús hacer la Voluntad del Padre, la misión de hacer presente el Reino, no era desgastante sino el alimento (nutriente) que le fortificaba y le daba vida ¿Por qué no lo es para nosotras? Desde aquí deberemos revisar la idea de que es en la oración donde debemos cargarnos para descargarnos en la misión. ¿Cómo entendemos la frase de M. Carmen: “sed aljibes que se llena por el estudio y la oración de ciencia y virtud para después repartirlo? Examinar los nutrientes de la misión que hemos recibido “Como evangelizadoras con un carisma de vida nos dijo que nuestras escuelas tiene que generar Vida, a veces en medio del dolor, pero en nuestra espiritualidad y carisma tenemos dos grandes amores: la Eucaristía y María Inmaculada que son inseparables. María Inmaculada es la Mujer apostólica que engendra la vida de la Iglesia, en medio del dolor. (VII Asamblea, Brasil) 13 "¡Qué feliz, hijas mías, es nuestra misión, somos Esposas del Dios que nos creara, somos depositarias y encargadas de lo que más ama en este mundo, que es la niñez! ¡Qué feliz nuestra misión que nos da por compañeras a las niñas que son un pedacito de cielo en la tierra!". 14 Jn. 4,34 12 22 Al terminar el tercer nutriente, nos paramos a ponderar nuestro corazón. Nuestra consagración a Dios y a su Reino, exigen de nosotras ser testigos visibles no para deslumbrar con nuestra propia luz, sino para que se manifieste su gloria: “Que todos vean vuestras buenas obras y glorifiquen a Dios”. 1. ¿Por qué la misión a la que Cristo nos envía no es nutriente para nuestra tierra? 2. ¿En qué grado nos sentimos fecundas con la misión que se nos ha encomendado? 3. ¿Cómo hacer más visible la gratuidad y el desprendimiento en nuestra vida personal y en nuestras obras apostólicas? 4. ¿Podemos discernir, con cuidado y atención, los cómos de la Misión Compartida que estamos llevando a cabo? 5. ¿Qué imagen perciben los otros de nuestra actividad? ¿Qué les provoca nuestro modo de estar, de hacer, de compartir? 6. Nuestra actuación evangelizadora educativa-humanizadora ¿les ayuda a descubrir los deseos de su corazón? 7. ¿Cómo discernimos la Misión de Cristo en las tareas que realizamos? 8. ¿Son nuestras prácticas educativas, pastorales,… compasivas como lo fueron las de Jesús? 9. ¿Cómo atendemos a los largos procesos de inculturación de la fe en nuestros Centros? 10. ¿Acertamos a ser signos de solidaridad evangélica en los contextos de pobreza y marginación en los que nos situamos? 23