TRABAJO, DESCANSO Y CEREBRO Prof. Dr. Sergio Mora. Facultad de Medicina, Universidad de Chile. En este periodo del año no es raro que nos sintamos agobiados por la fatiga y el estrés, provocados por el trabajo más o menos agobiante desarrollado durante el año, la presión que significa todo lo que rodea a las fiestas de fin de año, la organización cada vez más anticipada de las vacaciones de febrero, como llenar tres o más semanas de ocio, sin olvidar que después “se nos viene marzo”. La fatiga es uno de los peores enemigos de nuestro rendimiento intelectual. Por su parte, el estrés crónico tiene efectos nocivos sobre nuestra salud tanto física como mental. Los niveles elevados de las llamadas hormonas del estrés, como el cortisol, afectan el funcionamiento de varios sistemas fisiológicos, en particular nuestro cerebro. Los neudocientíficos han demostrado que mientras el estrés agudo provoca ansiedad, el estrés crónico puede llevar a trastornos severos del sistema nervioso, tales como depresión, insomnio, envejecimiento prematuro, muerte neuronal y disminución de la neurogènesis (nacimiento de nuevas neuronas) en regiones del cerebro que son fundamentales para el aprendizaje y la memoria, como el hipocampo. Un estilo de vida sano requiere buenos hábitos como descansar en forma adecuada. Parece obvio, pero es bueno insistir que en el descanso y la relajación encontramos un remedio eficaz para luchar contra el estrés y la fatiga de la vida diaria. El descanso debe considerarse como consustancial con el trabajo. Uno no puede tener verdadero significado sin el otro y deben complementarse de manera alternativa y armoniosa. Dormir bien por la noche, realizar pausas breves durante el trabajo son claves para mejorar el rendimiento cerebral, la motivación y la creatividad. Por otra parte, el ambiente de trabajo debe estar diseñado para que la tarea se desarrolle en condiciones en que se reduzcan la fatiga cognitiva y el esfuerzo para cumplirla. PAUSAS DE TRABAJO Hay muchos tipos necesarios de descanso: las vacaciones anuales, el descanso semanal y el diario, esenciales para la vida personal o familiar y la recuperación de nuestra actividad biológica y laboral y, finalmente, las pausas durante la propia jornada de trabajo, que hacen posible que esta pueda desarrollarse de manera saludable y eficiente. Con nueve o más horas de trabajo continuadas es común sentirse estresado y fatigado; Son tantas las responsabilidades y compromisos que muchas veces nos olvidamos de disfrutar con las actividades que realizamos. No importando el tipo de trabajo que se tenga, según los especialistas siempre es bueno hacer una pausa para que el trabajo se haga menos pesado y exigente y, de paso, reencantarse con la labor. La duración y frecuencia de estas pausas y las actividades a desarrollar en ellas son muchas y dependen de la imaginación del trabajador o del empleador y van desde el ocio individual a actividades grupales de ejercicio o relajación. Un ejercicio recomendable es la conversación amistosa. Un estudio realizado por el grupo de Oscar Ybarra de la Universidad de Michigan (Pers Soc Psychol Bull 34: 248-259, 2008) demostró que las conversaciones amistosas pueden mejorar el desempeño del cerebro. Los investigadores estudiaron a 192 personas entre 17 y 34 años de edad a quienes se les pidió participar en diversos tipos de conversaciones, por ejemplo, competitivas o colaborativas. Un grupo de ellos también debió realizar juegos cerebrales como crucigramas o sudokus. Luego, todos fueron sometidos a exámenes cognitivos. Los resultados mostraron que cuando estas personas participaban en conversaciones amistosas, su desempeño en las pruebas de habilidad mental fue superior. "Creemos que el rendimiento aumenta, porque algunas interacciones sociales inducen a la gente para tratar de leer la mente de los demás y tomar sus puntos de vista sobre las cosas", explica Oscar Ybarra Según el investigador, las conversaciones cordiales permiten que las personas actúen de este modo. El área más favorecida por la conversación fue la función ejecutiva, la cual organiza y dirige el trabajo del cerebro. Entre otras labores, comprende el procesamiento de datos, la concentración, el control de las emociones y el uso del lenguaje. Y lo bueno es que bastan sólo 10 minutos diarios para gozar de estos beneficios. La recomendación práctica que se extrae de este estudio es que si Ud. quiere tener un buen desempeño en el trabajo, en un examen o en una presentación, tómese unos minutos antes para sostener una buena conversación con un amigo. Otra medida muy útil es parar 10 minutos en lo que estamos haciendo. Darse un tiempo para tomar un café, por ejemplo, permite liberar tensiones y no llevarlas a la casa. Esto, porque el trabajo ininterrumpido a lo largo de la jornada impide que la presión laboral se libere, ocasionando que luego se descargue en el hogar, produciendo conflictos y agotamiento. LA IMPORTANCIA DEL SUEÑO PARA EL CEREBRO Definitivamente el mejor remedio para lidiar con la fatiga y el cansancio es el dormir. Para nuestro cerebro, el sueño es como una terapia intensiva porque lo recompone física, psíquica y emocionalmente. Siempre pensamos o escuchamos que dormir es muy bueno, pero a veces no sabemos bien el por qué. Otros, por el contrario, opinan que pasar un tercio o más de nuestra vida durmiendo, es una pérdida de tiempo, Sin embargo, basta averiguar qué pasa si no dormimos, para darnos cuenta lo importante que es para nuestra salud mental. Las investigaciones han demostrado que se sobrevive más tiempo sin comida que sin dormir. La falta de sueño disminuye el estado de alerta, disminuye la capacidad de concentración y la de experimentar placer, provoca confusión mental, fatiga, falta de energía, disforia, ansiedad, psicosis, alucinaciones y un largo etcétera de trastornos fisiológicos que sería muy largo de describir en este espacio. La privación de sueño ha sido utilizada como una forma de tortura y si no durmiésemos durante días o semanas podríamos llegar a morir. Si bien la mayoría de las funciones del sueño son desconocidas, las investigaciones en este campo de las neurociencias han demostrado, tanto en animales como en el hombre, que mientras dormimos nuestro cerebro no descansa sino más bien aprovecha de “desconectarse” de los estímulos sensoriales para procesar y categorizar la información que hemos adquirido durante el día, el cerebro reorganiza los datos, elimina los detalles irrelevantes, conservando los más importantes y almacenándolos en la memoria. Más aun, nuestro maravilloso cerebro trabaja durante el sueño y mientras soñamos, buscando relaciones ocultas entre los recuerdos y trata de resolver los problemas que nos ocupaban, y preocupaban, durante la vigilia. Existen suficientes evidencias experimentales que demuestran la importancia que tiene el sueño para el aprendizaje y la memoria. El grupo de investigadores dirigido por Ted Abel en la Universidad de Pennsylvania descubrió en el 2003 que la mejor manera de almacenar información en el cerebro era dormir un par de horas después de aprender algo nuevo. Trabajando con ratones notaron que aquellos a los que se les permitía dormir inmediatamente después de haber sido entrenados en una tarea específica, recordaban mucho mejor “la lección” que los que permanecían despiertos durante varias horas. Los resultados del equipo de Pennsylvania sugieren que el sueño afecta la memoria ayudando a regular la actividad del hipocampo, responsable de la consolidación de la memoria, es decir de la transformación de la memoria de corta duración en una memoria de larga duración o permanente. A pesar de misterio del porque después de estar despierto cierto número de horas nuestro organismo se duerme, hay algunas cuestiones cada vez más claras. Por ejemplo, que el sueño es necesario para aprender, que las fases del sueño son cruciales para el aprendizaje, que áreas cerebrales están implicadas y si se producen cambios con la edad, como sugiere el hecho de que los bebes duermen mucho más que los ancianos. Una mención especial merece el trabajo de Mathew Walker, de la Universidad de Berkeley en California, publicado en 2006, que refuerza la teoría que el sueño “limpia” la memoria de corta duración dejando sitio libre para almacenar más información. Los recuerdos de los hechos del día se almacenarían en el hipocampo, área que ya hemos mencionado como muy importante para la memoria, para que después durante el sueño sean enviados a la corteza cerebral que dispone, probablemente, de mayor capacidad. En uno de sus experimentos Walker demostró la importancia de dormir la siesta para mejorar el aprendizaje. El experimento consistió en hacer que 39 jóvenes aprendieran una tarea específica durante un tiempo determinado, al mediodía. Todos tuvieron resultados similares. Pero, a las dos de la tarde, la mitad de ellos durmió una siesta y la otra mitad no, y de nuevo a las seis se dedicaron a aprender. Esta vez los que no habían dormido tuvieron peores resultados que los si durmieron la siesta. Walker repite un consejo que para nada es nuevo para los estudiantes: “pasar la noche despierto estudiando antes del examen no es en absoluto una buena idea”. Según Walker, una noche sin dormir reduce la capacidad de asimilar conocimientos en casi un 40%; las regiones cerebrales implicadas en el aprendizaje “se cierran” debido a la falta de sueño. Estos hallazgos han sido corroborados por otros autores que han demostrado que una siesta de no más de 20 minutos mejora el rendimiento en un 34% y el estado de alerta en un 54%. En cuanto al número de horas que debiéramos dormir durante la noche, hay quienes les basta con dormir poco, pero para un adulto las horas aconsejables están entre las 7 y 8 horas, aunque hay quienes necesitan menos y otros que necesitan más. Los niños de edad entre 4 y 6 años necesitan 10 a12 horas, los de entre 6 y 12 años necesitan entre 9 y 11 horas de sueño. Ya se ha dicho que la falta de sueño es perjudicial para el cerebro porque no descansar entorpece la concentración, dificulta el aprendizaje y aumenta la impaciencia y la irritabilidad. Sin embargo, igualmente de perjudicial es el abuso de horas de sueño. Nueve horas diarias de sueño para un adulto tiene el mismo riesgo que dormir menos de seis. Efectivamente, un trabajo reciente de Jane Ferrie y colaboradores del University College de Londres, publicado en la revista Sleep (34: 565-573, 2011) relaciona la duración del sueño y la función cognitiva. En este estudio a largo plazo se recopilaron datos sobre 5431 hombres y mujeres en edades comprendidas entre los 35 y 55 años al inicio del mismo en 1985. De 1997 a 1999 se les preguntó a los participantes cuanto tiempo dormían como promedio en un día de la semana. Las preguntas se repitieron en 2003 y 2004. Todos los participantes fueron sometidos a pruebas para evaluar la memoria, el razonamiento, el vocabulario, el estatus cognitivo global y la fluidez verbal. Los resultados indicaron que la cantidad óptima de sueño, que se fijó en siete horas por noche, dio lugar a las puntuaciones más altas de todas las medidas cognitivas que se hicieron en el estudio. Como era de esperar los individuos que durmieron menos obtuvieron puntuaciones más bajas en las pruebas de razón, vocabulario y estado cognitivo global. Sorprendentemente, aquellos individuos que durmieron más durante el transcurso del estudio obtuvieron las puntuaciones más bajas en todas las pruebas cognitivas, excepto en las de memoria. Los autores concluyen que dormir muy poco o demasiado puede provocar disminución de la función cerebral. En concreto, dormir menos de seis horas o más de ocho horas puede envejecer el cerebro hasta un total de siete años.