REGULACIONES MEDIOAMBIENTALES DE LA ACTIVIDAD AGRARIA EN LA UNION EUROPEA Juan Romero González. Cátedra de Geografía Humana Universitat de València. Inicio estas páginas con dos imágenes proporcionadas por los medios de comunicación por entender que son la mejor forma de sintetizar los diferentes estadios que presenta en Europa la relación entre agricultura y medio ambiente. Viviendo en Inglaterra a comienzos de los noventa, me sorprendió el anuncio de una campaña de la Federación de Amigos de la Tierra que decía: “La contaminación agraria está matando los ríos. Si observa contaminación agraria llame al teléfono de la Autoridad Nacional de Ríos o a la Unidad de Control de Contaminación Agraria de la Federación de Amigos de la Tierra”. Casi diez años después, el 23 y el 24 de diciembre de 1999, la edición regional de El País en la Comunidad Valenciana informaba que, en el marjal de Pego-Oliva, uno de los mayores humedales de España, los agricultores, apoyados por el alcalde conservador del municipio alicantino de Pego, tras varios años de inclumplimientos de leyes y reglamentos, están desobedeciendo un auto judicial que prohibe proseguir con los bombeos de agua sistemáticos; han roto los precintos de las bombas de agua que habían sido colocados por orden judicial y, con rótuos de “propiedad privada”, han cerrado los caminos del marjal con cadenas para que nadie “ de fuera” pueda transitar por ellos. Entre estas dos noticias, separadas por una década, hay mucho más que dos meras referencias. Es todo un mundo el que las separa, y la mejor muestra que he encontrado para introducir la idea de que la construcción social que en cada país acompaña al término medioambiente, depende del proceso histórico y del contexto sociocultural y político en cada caso. Esta idea va a presidir el recorrido sobre los procesos que explican las relaciones, casi siempre conflictivas, entre actividad agraria y medio ambiente, cargadas de un profundo significado político y portadoras de valores muy diferentes para los distintos actores que residen en los espacios rurales de la Unión Europea. El final de la década de los ochenta y el comienzo de la década de los noventa, marca sin duda un cambio - otros hablan de ruptura- con el modelo productivista en la mayor parte de los paises de la UE, en especial en los países del norte de Europa. Cambio que algunos sitúan simbólicamente en el desarrollo del Reglamento 2078/92 -si bien es conocido que ello obedeció a cuestiones de tipo presupuestario y comercial- y que en realidad es fruto del cambio social ocurrido en el espacio rural europeo a lo largo de las tres ultimas décadas. Se trata más bien de un cambio social, fruto del proceso de urbanización, unido al proceso de modernización y especialización de la agricultura, que ha transformado profundamente su paisaje sociocultural. Han aparecido nuevos actores con percepciones y opiniones muy diferentes de las mantenidas tradicionalmente por los agricultores acerca del impacto de la actividad agropecuaria sobre el medio natural. De igual modo, han surgido también nuevos empresarios agrarios con sus propias opiniones sobre el significado de medio ambiente rural. Nuevos actores que, si en un principio son vistos por la comunidad agraria como algo separado -”los otros”, “los de fuera”-, disponen de medios y de relaciones suficientes como para hacer oír sus opiniones e incluso conseguir imponerlas en términos políticos. Nuevos actores, pertenecientes a una clase social distinta, en muchos casos, con otros valores que suponen una alteración de las prioridades tradicionalmente asignadas a la comunidad agraria. Parte del espacio rural europeo se ha ido convirtiendo progresivamente en el “territorio de las clases medias” (Lowe et al., 1997:154). Esto es particularmente visible en las regiones fuertemente urbanizadas con alta densidad demográfica del norte de Europa. Unas clases medias que ya no sitúan el aumento de la producción de alimentos como prioridad, sino que aprecian más otros valores “postmateriales” (Inglehart, 1990:59-101) que se han visto acompañados desde ámbitos institucionales con medidas “post-productivistas”, por la necesidad de reducir excedentes y controlar el gasto público. Sus prioridades son ahora, calidad y belleza paisajísticas, tranquilidad, contacto con la naturaleza, calidad de alimentos y seguridad para su salud. Todo ello desde una construcción social de lo rural, en ocasiones idealizada e idílica, que simboliza todos aquellos elementos que no encuentran en la ciudad y que pretenden que mantenga “el campo” para poder disfrutarlo cuando periódicamente lo visitan. Son estas clases medias, a través de sus relaciones con los medios de comunicación, las que han ocupado un papel relevante en estos procesos desde comienzos de la década de los ochenta, y han hecho posible que la imagen de los agricultores haya ido pasando, progresivamente, de ser los responsables de garantizar la alimentación y de ser los auténticos conservadores de la naturaleza y del paisaje, a convertirse en agentes contaminantes a niveles equiparables a cualquier actividad industrial. La modernización y especialización agropecuarias y algunas crisis ecológicas relacionadas con la salud de las poblaciones han contribuido de forma decisiva a modelar este perfil del agricultor como contaminador. Parece que, al menos en los países del norte de Europa, se ha llegado al final de la “excepción agraria” (Lowe et al. 1997:77), al final de los privilegios legales para la agricultura y la ganadería respecto a otras actividades productivas contaminantes, tradicionalmente relacionadas con la ciudad. Incluso en algunos países, como Francia, en los que la tradición histórica había identificado a los agricultores con el “alma del país”, símbolo de la identidad nacional, garante de las tradiciones (a la vez que firme aliado político frente al electorado obrero de la ciudad), (Hervieu, 1997), la actividad agropecuaria ha dejado de tener tratamiento excepcional aunque todavía disfrute de gran influencia política. Incluso han llegado a criminalizarse determinadas prácticas, fruto de la aplicación, también en la agricultura, del principio “quien contamina paga”. Por vez primera se ha sentado a la profesión agraria en el banquillo de los acusados, y no precisamente de forma simbólica. Desde la parte opuesta, hay otra forma de enfocarlo. A la comunidad agraria se le había asignado desde la Segunda Guerra Mundial, el papel estratégico de garantizar la seguridad alimentaria de la población. Y los agricultores europeos respondieron al desafío con éxito. Con tanto éxito que muchas producciones fueron excedentarias y el sistema de subvenciones era insostenible en términos presupuestarios. Además, el incremento de la productividad y el proceso de especialización exigido, se produjo gracias a la adopción generalizada de nuevas técnicas y productos químicos y fitosanitarios impuestos por el sistema tecnológico industrial y sin que el agricultor tuviera otra elección para garantizar la supervivencia de su explotación en condiciones de competir. El paradigma productivista suponía que una explotación moderna era aquella que producía más para el mercado al menor coste. Muchos agricultores, -ahora convertidos en empresarios-, se dedicaron a ello y, vía endeudamiento, modernizaron y ampliaron la dimensión económica de sus explotaciones. Los que “fracasaron” tuvieron que abandonar la explotación a lo largo de un proceso de ajuste estructural, que muchos teóricos vaticinaban como inevitable y muchos expertos como imprescindible. Pero nadie había tenido en cuenta las consecuencias medioambientales -la naturaleza no había sido incluida en el análisis económico- ni las consecuencias sobre la salud de las personas. Los agricultores se ven a sí mismos como víctimas de un proceso que en ningún momento han controlado. A la misma comunidad agraria se le exige ahora que produzca menos alimentos y, a cambio de compensaciones económicas, que produzca paisaje para el consumo masivo y que se convierta en su guardián. Y lo que es más importante, está cambiando el sentido profundo que para los agricultores tiene el desarrollo de su actividad. Ahora, su trabajo, su forma de llevar la explotación, es cuestionado, cuando no es condenado, por otros actores que residen en la misma comunidad rural, por habitantes de la ciudad (grupos ecologistas, periodistas, científicos...), y por representantes del ámbito institucional con el que siempre habían tenido una relación exclusiva y, en muchos casos, excluyente. Muchos agricultores perciben la nueva situación como una agresión externa. En la mayoría, ha generado sensación de inseguridad y desconcierto. Una crisis de identidad y de legitimidad social. Porque, en muy pocos años, la opinión pública de muchos países ha cambiado radicalmente de opinión sobre lo que había pensado de los agricultores durante siglos. Der ser el grupo social legitimado para mantener el paisaje y los recursos naturales, ya que el conjunto de la sociedad les había hecho depositarios exclusivos de esa tarea histórica, son ahora señalados como uno de los agentes más contaminadores. Otros muchos se resisten a ser considerados como nuevos guardianes del paisaje. Se produce una situación ambigua, porque frente a su propia consideración como ciudadanos de segunda, a la vez consideran que su trabajo -producir alimentos- es fundamental para el conjunto de la sociedad. Una mezcla de orgullo y complejo frente al mundo de la ciudad. De infravaloración y sobrevaloración. Les resulta difícil de entender el nuevo contexto post-productivista y se resisten a asumir el nuevo papel, al mismo tiempo que, precisamente, el hambre es el problema fundamental del planeta. Por una mera cuestión de dignidad no se resignan a ser considerados como subsidiarios, mucho menos como subsidiados y, en absoluto, como asistidos. Sólo una minoría, por lo general más jóven, con mejor formación y que forma parte de redes sociales más amplias dentro de la propia comunidad y fuera de ella, suele mostrarse más favorable a incorporar otra lógica productiva si obtiene determinadas garantías de seguridad, de “certidumbre” (Mormont, 1996 b). Muchas de las razones arriba expuestas explican por qué el nuevo discurso ha encontrado serias resistencias desde el denominado “bloque agrario” (Mormont, 1988:9), incluso allí donde parece más claro el cambio de la opinión pública exigiendo control sobre la contaminación de origen agrícola y ganadera. El bloque agrario ha sido políticamente hegemónico en toda Europa occidental hasta, prácticamente, el final de la década de los ochenta. Los representantes de los intereses agrarios han sido los únicos interlocutores para la mayoría de los gobiernos, a la hora de tomar decisiones relacionadas con el espacio rural. La mayoría de los ministros de agricultura, tradicionalmente, han tenido su procedencia de los influyentes sindicatos y organizaciones agrarias. El discurso ideológico sobre el que se han inspirado las políticas agrarias y, en muchos casos, rurales ha sido el discurso de estas organizaciones. El razonamiento anterior, en buena medida, es válido en clave de pasado para los países del norte de Europa, pero debe ser leído en clave de presente para el caso de los países del sur. Llegados a este punto, a la vista de las políticas desplegadas en la década de los noventa, cabría preguntarse dónde ha dejado de ser realmente hegemónico el peso de ese bloque agrario integrado por representantes en los parlamentos, altos funcionarios de diversas administraciones públicas -desde Bruselas hasta miembros electos de corporaciones municipales-, sindicatos agrarios, confederaciones de empresarios y Cámaras de Comercio, representantes de la indusria y el comercio privados y miembros de la comunidad científica. La primera idea central que aquí proponemos es que durante la década de los noventa, presionados por una opinión pública cada vez más sensibilizada con las cuestiones medioambientales y con hábitos alimentarios saludables, y que ha contado además con un creciente apoyo mediático, lo que algunos autores han definido como “giro o inflexión medioambiental”, en realidad, ha consistido en muchos casos, en concesiones bien delimitadas por el bloque agrario. Diversas formas de simbólicas cesiones tácticas. Y que, allí donde esto ha ocurrido, no ha supuesto cambio estructural alguno, ni ha implicado reducción en los niveles de producción. Excepción hecha de algunos países del norte de Europa y para algunas cuestiones específicas, no se perciben grandes avances en el desarrollo de una agricultura sostenible, porque el grueso de las medidas agroambientales siguen afectando, básicamente,a la periferia del sistema productivo y a las zonas menos productivas de las explotaciones. En ocasiones -las menos- no ha sido por falta de voluntad política, sino porque todos reconocen que se trata de una cuestión muy compleja a la hora de arbritrar soluciones. La contaminación difusa que provocan miles de pequeñas unidades productivas en las regiones de agricultura y ganadería intensivas es siempre más dificil de solucionar que la que provienen de otras fuentes de contaminación industrial. Hace más de una década que Mormont ya señaló algunas dificultades políticas para superar el divorcio entre agricultura y naturaleza. Hoy siguen vigentes: a) la gran dispersión espacial de la actividad de una multitud de empresas independientes; b) la gran diversidad de situaciones regionales, tanto agrícolas como de medio natural; c) la fuerte organización de la práctica agraria y el peso político del bloque agrario; d) el predominio de las preocupaciones de gestión de la producción agraria (tanto en Bruselas como en cada estado miembro), hasta el punto que cabría preguntarse sobre la contradicción que supone mantener, a la vez, privilegios para la intensificación agrícola y reglamentaciones agroambientales, y e) los problemas derivados de los tiempos, en la medida en que los tiempos de amortización de inversiones, de impactos ecológicos y de la política (y de los mercados), no son homogéneos (Mormont, 1988:9) Es cierto que, a nivel normativo, se ha producido una incorporación generalizada de retórica agroambiental. Pero, en unos casos, las normas no se han acompañado del imprescindible “dispositivo institucional” (Mormont, 1996 b), y en otros, leyes y reglamentos no se han dotado presupuestariamente de manera adecuada. La experiencia demuestra que en la parcela destinada a producir para el mercado, es muy difícil que un agricultor se convenza de que contribuye al bien común introduciendo técnicas y métodos de producción más respetuosos con el medio ambiente. Es decir, medidas concretas, aceptables para el agricultor o el ganadero, que no les suponga reducción de ingresos, que sean percibidas por ellos como positivas, que generen entre los diferentes actores de la comunidad rural una predisposición a la coperación entre ellos y con los representantes de las administraciones públicas o de otras entidades. Esto no significa que no se haya avanzado, pero el diálogo entre agricultura y medio ambiente es difícil y, en muchos casos, tenso. Cada uno de estos avances se ha producido con el inevitable conflicto de intereses entre los diferentes actores. Conflictos entre los representantes políticos y técnicos de los ministerios de Agricultura y Medio Ambiente cada uno con sus respectivos lobbies detrás- ; entre representantes de las administraciones públicas y los agricultores; entre agricultores y ecologistas; entre cazadores y/o agricultores y ecologistas; entre residentes de origen urbano y agricultores; entre planificadores regionales y ayuntamientos con representación mayoritaria de agricultores; entre ayuntamientos con representación mayoritaria de nuevos residentes y miembros de la comunidad agraria; entre representantes de los consumidores y agricultores... Avances que han tenido lugar, o no, en función de los diferentes contextos económicos, sociales y culturales. Cada país -o cada región- es heredero de su propio proceso histórico. Eso explica su grado de urbanización, nivel de renta, grado de atraso económico, nivel de formación, tradición cultural, cultura democrática o tradición científica. Es imposible separar el debate medioambiental de cada contexto sociopolítico. Por ello, la segunda idea central que aquí avanzamos es que, cuanto más intenso ha sido el proceso de cambio social en el espacio rural de un país -o una región-, más ha avanzado el discurso agroambiental, siendo esto más importante que el proceso de modernización que la agricultura haya experimentado, si bien esta cuestión también influye. La modernización agraria sería así condición necesaria, pero no suficiente, en la construcción social del debate agroambiental. En función de los diferentes contextos socio-políticos se han desplegado diferentes regulaciones y mecanismos institucionales. Muchos países han elaborado medidas agroambientales con presupuestos propios y otros no. La mayoría han desarrollado, ya en la década de los noventa, las normas generales elaboradas por Bruselas, adaptándolas en cada caso a sus características específicas. En algunos casos, los gobiernos han utilizado todo tipo de maniobras dilatorias, sencillamente, para no aplicar determinadas directivas o reglamentos (el ejemplo de la Directiva Nitratos es paradigmático); en otros, han sido aplicadas de forma tan parcial que han quedado completamente desvirtuadas; algunas otras medidas ya fueron concebidas de facto como simple mecanismo de mantenimiento de rentas aunque fueran revestidas de la necesaria retórica medioambiental. Excepción hecha del último grupo de medidas, horizontales y uniformes, consideradas por los agricultores como subvenciones y, en general, bien acogidas por la profesión, el resto han sido aplicadas o no en función del grado de madurez manifestado por las respectivas opiniones públicas respecto a la contaminación de origen agrario y, en segundo lugar, del nivel de resistencia ofrecido por los agricultores -siempre mejor organizados y de forma más cohesionada que el resto de actores- y por el conjunto del bloque agrario. En general, como veremos, los agricultores han estado poco dispuestos a incorporar medidas -suelen considerarlas poco realistas- que supusieran cambios en el modelo productivista. Esto explica el mayor grado de desarrollo de medidas agroambientales en los países del norte de Europa, donde ha avanzado más claramente la idea de que la actividad agraria es una de las principales fuentes de contaminanción, que en el sur, donde el discurso predominante sigue siendo claramente productivista y “desarrollista”. En este caso, las reglamentaciones agroambientales se perciben y se asumen muchas veces como una obligación procedente de Bruselas que lleva implícita contraprestación económica. Se produce así una gran diferencia, en función de los países, entre la auténtica gravedad de los problemas ambientales, provocados por la actividad agrícola y ganadera, y la percepción que de los mismos tiene el conjunto de sus respectivas poblaciones. Las políticas públicas suelen estar más directamente relacionadas con la percepción que, de forma mayoritaria, tenga la opinión pública y con la presión que ésta ejerza, que con la gravedad real del problema. Rara vez se han desplegado iniciativas públicas si previamente no han contado con suficiente consenso social entre los diversos actores implicados y en amplias capas de la población. Aún en estos casos, el bloque agrario ha resistido con éxito obligando, en procesos subsiguientes de negociación, a dilatar plazos de aplicación, a reducir superficies previmente incluidas en una medida de protección, o a dejar parcialmente sin aplicación una norma. Y cuando en ocasiones un gobierno ha querido seguir adelante, pese a todo, se han provocado conflictos abiertos con la comunidad agraria con serias repercusiones políticas. Muchos se preguntan cómo es posible que un porcentaje tan pequeño de la población de un país -a veces no superan el 3% de la población activa- conserve un poder político tan considerable. Sólo la historia de cada país nos ayuda a entenderlo. De igual forma que la pequeña historia de las dos últimas décadas nos ha proporcionado ya información esencial para el futuro de la regulación en agricultura: a) los reglamentos no resuelven por sí mismos los problemas; en ocasiones pueden incluso provocar efectos contrarios (Osi, 1992); b) las medidas de carácter general suelen resultar poco eficaces en cada ámbito local o regional, marco adecuado por excelencia para la búsqueda de soluciones equilibradas; c) si las políticas públicas no cuentan con la cooperación o cuando menos con la comprensión de la comunidad agraria, no hay avance posible, aunque se cuente con el apoyo del resto de actores implicados, y d) los cambios estructurales son muy lentos. Tal vez por ello en algunos países se ha avanzado, también en agricultura, tratando de que los mecanismos institucionales se adecúen lo mejor posible al principio de subsidiariedad, de cercanía. Pese a las diferencias de estructuras políticas, predominan las propuestas de gestión locales o de agrupación de municipios. En todo caso de tipo zonal. Los poderes públicos persiguen la búsqueda de equilibrios con la implicación en comités de seguimiento de los diferentes actores que constituyen la comunidad rural. En torno a acciones agroambientales consensuadas, voluntariamente asumidas por los agricultores, previa compensación económica, suelen concretarse compromisos plurianuales que pueden afectar al conjunto de la explotación o, más generalmente, a algunas parcelas. En las páginas que siguen nos referimos no tanto a la descripción de algunos de los problemas más importantes causados por la actividad agrícola o por el abandono de la misma, como a algunas de las diferentes políticas públicas desplegadas en el conjunto de países comunitarios, el contexto político en que se producen y las diferentes estrategias de los actores implicados. En todo caso, de acuerdo con la clasificación establecida por Jollivet, conviene precisar que aquí nos referimos, exclusivamente, a políticas públicas relacionadas con los problemas ambientales relacionados con la actividad agrícola y ganadera (contaminación de aguas superficiales y subterráneas, de suelos y atmosférica, banalización y degradación de paisajes, agotamiento y salinización de acuíferos, erosión...). No se incluyen referencias a los problemas medioambientales derivados de actividades no agrícolas en el espacio rural, ni tampoco las consecuencias derivadas de actividades que tienen lugar fuera del espacio rural pero que afectan al mismo (Jollivet, 1997:13). Tampoco incorporamos aquí descripciones o valoraciones de las primeras medidas acometidas por todos los países, de creación de parques nacionales y regionales, espacios naturales y lugares de especial interés paisajístico o científico. El término agroambiental no se utiliza aquí para referirnos exclusivamente al desarrollo de las medidas incluidas en los reglamentos comunitarios de 1985, 1992 y adaptaciones de 1996, sino al conjunto de políticas públicas, incluidas iniciativas regionales. 2. REGULACIONES AGROAMBIENTALES EN LA UNION EUROPEA. Desde las dificultades políticas antes señaladas, en gran medida comunes a todos los países, cada uno ha abordado la cuestión desde itinerarios históricos distintos y, en consecuencia, en contextos políticos, económicos, sociales, culturales y científicos muy diferentes. Esto explica que encontremos diversas construcciones sociopolíticas de lo rural y de las relaciones entre agricultura y medio ambiente, que otorgan a esta relación un lugar diferente en las prioridades de los debates de cada país -o región“a través de significados sucesivos que le dan los actores sociales, a su vez diferentes, en el tiempo” (Jollivet, 1997:359). Ni siquiera resulta aconsejable hacer una simple agrupación de países a partir de sencillas aproximaciones (del tipo Norte-Sur) que podrían resultar tentadoras pero que no ayudan demasiado. Eso obligaría a ignorar las diferencias, incluso las divergencias, en la construcción social de lo rural entre países del sur como Portugal y Grecia, o entre el Reino Unido , Holanda o Alemania (VVAA, 1992; Jollivet, 1997). No obstante, y haciendo esta salvedad, avanzamos aquí interpretaciones, más que descripciones, de algunas de las medidas legislativas, reglamentarias y administrativas adoptadas por diferentes países comunitarios durante los últimos quince años, a partir de una agrupación que no tiene otro objeto que el de no sobrepasar una extensión razonable del trabajo. Proponemos una aproximación a partir de los diferentes niveles existentes tanto en la construcción social como en el grado de desarrollo de los mecanismos institucionales. Hacemos un primer balance de los casos holandés y británico, por entender que son los países en los que más se ha avanzado en políticas y en regulaciones de la actividad agrícola y ganadera. Haremos después una valoración de algunas medidas adoptadas por Alemania y Bélgica, países que disponen de estructura política federal. El caso francés merece, a nuestro juicio, consideración aparte. Finalmente, agrupamos los ejemplos de Irlanda, Portugal, Grecia Italia y España. 2.1. La contaminación agrícola como problema de los ciudadanos (Holanda ). Holanda es uno de los primeros países en los que la opinión pública señaló a la agricultura y la ganadería como fuentes de contaminación severa. Desde mediados de los ochenta, pero contando con producción científica desde hace veinticinco años, diferentes estudios ya ponen claramente de relieve, de forma sistemática, los graves problemas ambientales provocados por la agricultura más intensiva y más “industrial” de Europa, y cómo la imagen del agricultor protector de la naturaleza ya había sido destruida (Glasbergen, 1992:31-36; Frouws, 1997:251). Dos ideas señaladas por Frouws quisiera destacar aquí. La primera es que desde mediados de los ochenta, las investigaciones -en las que el centro de Wageningen ocupa un lugar preeminente- intentan y logran que la opinión pública nacional tome verdadera conciencia del problema y alcanzar un amplio consenso político. La cuestión agroambiental consigue así institucionalizarse en el apartado de poder y mantenerse en la agenda política, reforzándose claramente la posición del Ministerio de Medio Ambiente frente al de Agricultura a lo largo de los noventa , tanto en el plano sociopolítico, como en el referido a necesidades de expertos. Es así hasta el punto de que el volumen de reglamentaciones agroambientales permite hablar de un verdadero “intervencionismo medioambiental” (Frouws; Van Tatenhove, 1993:221; Frouws, 1997:248-251. En el proceso destaca la evolución que va desde la posición hegemónica, en la década de los setenta, del bloque de poder agrícola en un contexto productivista, hasta la pérdida de influencia del corporatismo agrícola, durante la década de los ochenta, (no sin oponer muy seria resistencia) y la erosión definitiva de su influencia política en los noventa (Frouws; Van Tatenhove, 1993:221-236; Frouws, 1997:244). La segunda idea, que hace de Holanda un caso diferente respecto a la construcción social que acompaña a la cuestión rural y agroambiental, es que, en este caso, la preocupación de la población no guarda relación con la herencia histórica, ni con la tradición paisajística, sino que se inscribe en una demanda general de calidad agroambiental de suelo, agua, aire, energía y residuos (Frouws, 1997: 255). La regulación, paralela a los muy severos problemas de contaminación agraria, de suelos, aguas y atmósfera, ha sido intensa en el caso holandés desde finales de los ochenta. Por esta razón pueden extraerse interesantes conclusiones. Según indica Frouws, parece que el cambio político más relevante hay que situarlo en 1989 con la transformación del Ministerio de Agricultura y Pesca, en Ministerio de Agricultura, Gestión de la Naturaleza y Pesca. Varios autores señalan que fue mucho más que un mero cambio de nombre. Supuso un cambio en sus relaciones privilegiadas con el sector agrario y, en consecuencia, una pérdida de peso político de la influyente Cámara Agraria y de los sindicatos. Las relaciones con otros grupos con intereses no agrarios, con representantes en el Parlamento y especialmente con el Ministerio de Medio Ambiente, se reforzaron. El otro elemento de cambio viene significado por la aprobación en 1989 del Plan Nacional de Política Ambiental , con la implicación de varios ministerios. Todo ello supuso un cambio en la “privilegiada posición institucional de la política agraria”. Pero no conviene pasar por alto un dato esencial: este proceso fue el resultado de una “continua y creciente presión pública y política” que tiene su origen en los setenta y a la que no fue ajena la contribución de la comunidad científica. Los efectos de la contaminación agrícola, sobre todo la relacionada con vertidos de granjas de cerdos, con el sobretratamiento de suelos con abono químico y orgánico y con el uso masivo de fitocidas, eran tan intensos que las políticas públicas agroambientales comenzaron a instrumentarse desde finales de la década de los ochenta (Vid. recuadro 1). Del conjunto de medidas enumeradas puede decirse que el objetivo político es el de caminar hacia un cambio, aunque lento, más que garantizar el mantenimiento de determinadas situaciones. Esta cuestión es importante porque contrasta con la finalidad política de la mayoría de medidas agroambientales desplegadas en otros países comunitarios. ________________________________________________________ Recuadro 1. Medidas agroambientales en Holanda En el Memorandum de Estructura Agraria (Structuurnota Landbouw), el gobierno holandés se proponía reducir significativamente en un periodo de diez años el uso de pesticidas (50%), las emisiones de amoníaco(70%), el uso de energía de invernaderos (50%) y la cantidad de abono orgánico esparcido en la tierra (entre el 15% y el 20%). Las medidas legislativas más importantes han sido las relacionadas con la contaminación de suelos, de acuíferos y atmosférica. La reducción de los niveles de abonado (químico y orgánico) y los controles de emisión de amoníaco, han sido objeto de diversas normas desde la segunda mitad de los ochenta (leyes de fertilizantes , protección de suelos, de residuos de granjas, de reducción de acidificación) (Glasbergen, 1992:37). Otras medidas aplicadas y que afectan de forma general , son las guías de abonado más correcto (métodos de inyección a determinada profundidad del suelo de estiércol), de tratamiento de residuos o sistemas experimentales de ventilación de granjas. A estas iniciativas hay que añadir los programas integrales llevados a cabo en regiones de ganadería intensiva con problemas muy graves de contaminación (valle de Gelderse y región de Peel) (Frouws, Van Tatenhove, 1993:233). Uno de los proyectos inicialmente más ambiciosos fue el Plan Plurianual de Protección de Cultivos de 1991 (Meerjaren Plan Gewasbescherming). Se proponía una reducción drástica de emisiones de componentes activos a suelos y aguas subterráneas, atmósfera y aguas superficiales (Frouws, Van Tatenhove, 1993:229). Inicialmente tenía caracter voluntario, pero si no se alcanzaban los objetivos pasaba a ser obligatorio. Preveía, sistemas de control, vigilancia y, en su caso, sancionadores. No incorporaba subvenciones, sino que transfería el coste a los agricultores y no estaba concebido como una mera cuestión de adopción de una técnica o innovación, sino como un lento proceso de aprendizaje y un cambio de mentalidad. Una iniciativa interesante incorporada al plan era la creación de un servicio de análisis de residuos de pesticidas en la propia cooperativa, además de los servicios de laboratorios nacionales. La respuesta de los agricultores ha sido desigual, aunque relativamente bien aceptada (Röling, 1999:263-274). El actual proyecto MINAS de reducción de nitratos en aguas subterráneas (Mineral Accounting System), obliga a establecer a los titulares de explotaciones ganaderas detallados balances de cantidades máximas por Ha de residuos orgánicos que pueden esparcirse. Establece sanciones económicas si se excede el nivel máximo establecido por Ha (Neeteson, 1999:5-15). Para otros ejemplos de países nórdicos, con problemas en parte similares al caso holandés, vid. Dubgaard, 1990; Baldock, 1992;Bager, Proost, 1997 ). ____________________________________________________________________ La cuestión que queremos destacar ahora es la reacción de los agricultores y el proceso de búsqueda de soluciones concertadas que admnistraciones de diferente orientación ideológica han ensayado en cada caso. Bager y Proost, en un reciente trabajo de campo sobre Holanda y Dinamarca, han avanzado algunas conclusiones acerca de tres cuestiones básicas: a) el impacto real de las medidas agroambientales en esos países; b) los factores que influyen en la reacción de los agricultores ante las medidas, y c) los posibles cambios en la mentalidad productivista que no vengan directamente condicionados por regulaciones obligatorias o incentivos económicos coyunturales. Opinan que la combinación de regulaciones obligatorias, persuasión moral y medidas de innovación revela un proceso de cambio positivo. Señalan una modesta reducción en el uso de fertilizantes químicos durante la década de los noventa, -aunque insuficiente para alcanzar los objetivos inicialmente propuestos en los planes-, y una reducción significativa en la utilización de pesticidas, si bien el impacto ambiental es de dudosa eficacia (Bager, Proost, 1997:81-83). Otros países vecinos emprendieron iniciativas similares. El programa de reducción de los niveles de nitratos iniciado en Dinamarca hace más de una década (Dubgaard, 1990) ha conseguido contener la preocupante situación de los ochenta, si bien todavía por debajo de los objetivos propuestos. Por su parte, el gobierno holandés está considerando la posibilidad de aumentar las cuantías de las sanciones a los ganaderos (sobre todo a las granjas de cerdos) porque algunos prefieren pagar la sanción y seguir contaminando, cuando no consiguen envir los efluentes a Bélgica, e incluso instalar las granjas en otras regiones europeas más permisivas. Estas regulaciones han contado con la firme resistencia organizada del bloque agrario. Durante los años ochenta incluso, la posición prevalente del ministerio de Agricultura, frente al de Salud y Medio Ambiente, hizo posible que los agricultores contaran inicialmente con un periodo de adaptación transitoria de quince años con restricciones mínimas en el uso de abono orgánico. La creación del nuevo ministerio de Medio Ambiente y el aumento de su influencia política, y la dimensión alarmante alcanzada por la contaminación, permitieron en los noventa la introducción de regulaciones más estrictas. Similar reacción se produjo en el inicio de desarrollo de los planes regionales de Gelderse (Frouws, van Tatenhove, 1993:230-234). En todos los casos, el lobby agrícola reaccionó denunciando -incluso con sus propios informes de “contra-expertos” científicos- que la agricultura no es la única fuente de contaminación y solicitando aplicaciones flexibles de las reglamentaciones y financiación adecuada para compensar supuestas reducciones de productividad que varios autores cuestionan. Frente a la estrategia del lobby agrícola, se ha ido imponiendo progresivamente la estrategia del gobierno a través del ministerio de Medio Ambiente. Desde las iniciales propuestas “defensivas”, pasando por soluciones “técnicas” y las medidas basadas en la autorregulación de las organizaciones agrarias, hasta las más recientes medidas obligatorias, inspiradas en la defensa de métodos más respetuosos con la práctica de una agricultura sostenibe. La adopción de las medidas es desigual y está lejos de responder a criterios de racionalidad colectiva o de mero cálculo económico. Las vías por las que los agricultores deciden incorporarse a la adopción voluntaria de regulaciones, obedece a motivaciones muy diferentes. En todo caso, muchos están concienciados acerca del papel contaminante de la agricultura, pero son contrarios a la forma en la que las medidas se introducen. La reacción de hostilidad ha ido creciendo a lo largo de la primera década de los noventa. Los estudios de campo sobre la comunidad agraria muestran que los avances logrados en la reducción del uso de fertilizantes , pese a no haber alcanzado los objetivos previstos, se han conseguido mediante la aplicación combinada de regulaciones obligatorias y voluntarias. (Bager, Proost, 1997:85-93). Prueba evidente de que el nivel de regulación, control y sanción de determinadas prácticas agrarias y tratamiento de residuos orgánicos es más riguroso que en el resto de países, lo demuestra el hecho de que los países vecinos, especialmente las regiones valona y flamenca, han tenido que establecer dispositivos para evitar que los residuos de Holanda fueran derivados por más tiempo. Se introducen aquí estas dos últimas cuestiones de fondo, sobre las que más adelante volveremos, que presiden todo el debate. La primera está relacionada con la opinión mayoritariamente sostenida de que, aún reconociendo la necesidad de regulaciones obligatorias, las medidas voluntarias basadas en mecanismos de participación y complementadas con programas de divulgación y formación han demostrado, a la larga, mayor eficacia. La segunda tiene que ver con el debate sobre la validez de introducir medidas que afecten parcialmente a una explotación o a unas regiones sí y a otras no. La experiencia demuestra que para conseguir avances efectivos en materia agroambiental, las medidas no pueden afectar únicamente a parcelas de una explotación o a unas regiones sí y a otras no, porque se corre el riesgo de que las reducciones y limitaciones conseguidas en una parte sean compensadas con incrementos en otra y el deterioro global aumente. 2.2. La conservación del paisaje cultural como objetivo ciudadano. Gran Bretaña. Desde una construcción social de lo rural completamente distinta, en la que el concepto de paisaje y los valores culturales y sociales que la sociedad urbana atribuye al espacio rural, prevalecen sobre los de explotación o utilización (Buller, 1997:145-146), el Reino Unido, y más concretamente Inglaterra, ha sido pionero en la Unión Europea en la puesta en marcha de un amplio abanico de medidas agroambientales. Algunas son específicas y otras han sido desplegadas al amparo de las medidas agroambientales comunitarias. Desde contextos históricos y socioculturales distintos, existen elementos comunes con el ejemplo holandés: a) el profundo cambio social y determinadas crisis ecológicas, han roto definitivamente la tradicional relación existente entre la comunidad agraria y el resto de la sociedad civil, y b) el ministerio de Medio Ambiente es ahora la administración dominante en el espacio rural británico (Buller, 1997:146), aunque la profesión agraria conserva una influencia política importante (Facchini, 1999:6). Las medidas agroambientales británicas ponen más el acento en reglamentaciones referidas a la conservación del paisaje. Esto se explica por el proceso de apropiación ideológica y cultural del espacio rural por una clase media urbana muy influyente en la concepción de las políticas públicas de protección desde comienzos del sigloXX. Cosa distinta es, como veremos, el apartado referido al bloque de reglamentaciones relacionadas con la posible introducción de restricciones en zonas de agricultura o ganadería intensivas. Haremos aquí un balance de los tres grandes dispositivos agroambientales británicos: protección del paisaje, control de residuos procedentes de las granjas y reducción de compuestos nitrogenados y fertilizantes, relacionándolas, en cada caso, con la actitud de los agricultores. Parte del actual dispositivo agroambiental es anterior a las disposiciones comunitarias que, con carácter general, establece el reglamento 2078/92 con el precedente del artículo 19 del reglamento 797/85. En 1987, el gobierno británico creaba las seis primeras ESA (Environmentaly Sensitive Area) en Inglaterra y Gales. Un cambio importante en la política agroambiental con cuatro objetivos básicos: reducir excedentes y gasto, responder a una fuerte demanda social en favor de prácticas agrarias más respetuosas con el medio ambiente, apoyar económicamente a las regiones agrarias con dificultades y cambiar la imágen de un ministerio de Agricultura para recuperar el terreno político perdido (Buller, 1999:56). Esta figura, que curiosamente goza de amplia aceptación entre los diferentes actores implicados, incluidos los agricultores, actualmente afecta a 3,5 millones de Ha en 43 áreas diferentes. Es dentro de estos espacios, bien delimitados por la administración, donde se establecen contratos con los agricultores para la protección de la naturaleza y para el mantenimiento de paisajes rurales (aproximadamente un millón de Ha está actualmente bajo contrato). El desarrollo del reglamento 2078/92 no ha modificado la concepción de esta medida ni la especificidad de la agenda agroambiental británica, más atenta al contexto nacional que a las iniciativas de Bruselas, pero sí ha servido para incorporar diez nuevas figuras, cofinanciadas o no por Bruselas. (Vid. recuadro 2). La mayoría responden al esquema ya conocido: carácter zonal y contratos voluntarios con adaptación a cada contexto local, con compromiso por parte de los agricultores de realizar determinadas prácticas de protección o mantenimiento de paisajes durante un número de años, a cambio de primas o compensaciones económicas. Sobre el balance, necesariamente referido a las dos medidas ESA y Countryside Stewardship) que absorben el 80% del -modesto- presupuesto total agroambiental, parece existir amplia coincidencia: a) las medidas han sido ampliamente aceptadas por los agricultores porque son sencillas, suponen mínimas modificaciones de sus prácticas tradicionales y los agricultores que se deciden tienen la seguridad de que la producción se mantiene intacta; b) los agricultores que no han firmado contratos ven en estas figuras pérdida de autonomía y de independencia (muchos incluso han intensificado su producción); c) gozan de más aceptación en regiones con dificultades, lo que significa que la mayor parte de las zonas de agricultura y ganadería intensivas han quedado excluidas; d) los agricultores más favorables a la adopción de las medidas suelen ser los de más edad (algunos entienden la ayuda como una especie de pre-jubilación) y los menos dinámicos; e) muchas veces incluyen en los cuadernos de obligaciones las peores parcelas de la explotación y siguen manteniendo incluso intensificando abonado y tratamientos- los niveles de producción en las parcelas no incluidas, para compensar una eventual reducción en las parcelas no contratadas; f) pese a todo, la mayor parte de los participantes han reducido la utilización de fertilizantes que compensan con el incremento sustancial de la compra de forraje, y g) la reducción de la carga de ganado por Ha es muy poco significativa (Whitby, Walsh, 1996:175182;Buller, 1996:171-174; Buller, 1999:51-61). Pero el mayor impacto medioambiental es el que se produce en la áreas de cultivo y ganadería intensivas que reciben el 96% del total de subvenciones comunitarias y gubernamentales. Los niveles de contaminación provocados por pesticidas, abonos nitrogenados y vertidos incontrolados de efluentes de granjas, son tan severos como en cualquier otro país de su entorno (Skinner et al. 1997:111-128). El gran número de trabajos disponibles sobre esta cuestión en el contexto de creciente toma de conciencia de la opinión pública británica, hace innecesario reproducirlos de nuevo aquí. Únicamente llamamos la atención sobre las principales conclusiones de recientes estudios de casos e investigaciones referidas al contexto político, a la actitud de los agricultores y al impacto real de las normas en la reducción de los niveles de contaminación. Entre los objetivos de la política agrícola británica no se incluye, por ahora, la aplicación de medidas dirigidas a reducir significativamente los niveles de inputs. Las políticas que generan mayor beneficio ambiental cuentan con financiación escasa o nula. El ejemplo más claro está en el hecho de la no aplicación por el gobierno británico de la primera parte del artículo 2.1 (a) del regamento 2078/92, referido precisamente a este tema, o en el desinterés por la agricultura biológica. “Los avances en términos de calidad agroambiental no son siempre evidentes” afirma Buller (1999:58). Parece que también en el Reino Unido las medidas agroambientales afectan básicamente a la periferia del sistema productivo agrario. Es dudoso, por tanto, que de forma general se haya producido una pérdida real de influencia política del bloque agrario. Algunos autores ven incluso en el desarrollo de las ESA “una respuesta del NFU (Sindicato Nacional Agrario) al poder de los no agricultores en las zonas rurales británicas” (Facchini, 1999:5). ____________________________________________________________ _ Recuadro 2 .Medidas agroambientales británicas Además de las ESA, el gobierno británico ha desarrollado desde 1991 las siguientes medidas: Countryside Stewardship ( gestión del espacio rural) (Inglaterra); Habitat Scheme (hábitats naturales sensibles) (Inglaterra, Escocia, Irlanda del Norte); Organic Aid Scheme (agricultura biológica) (Reino Unido); Countryside Acces Scheme (acceso público a tierras particulares (Reino Unido); Moorland Scheme (protección de landas por sobrepastoreo (Reino Unido); Nitrate Sensitive Areas (zonas sensibles a contaminación por nitratos) (Inglaterra); Tir Cymen (medida experimental de tipos de hábitat y pasajes) (Gales) y Farm Conservation Grants Scheme (conservación de paisaje) (Vid, Buller, 1999:57-59). Salvo en la ESA y Countryside Stewardship ( que absorben el 80% del presupuesto y afectan al 13% de la SAU total), el resto ha registrado un nivel de participación muy discreto. Además de estas medidas agroambientales, el Reino Unido dispone de otras figuras cuyo objetivo es proteger y mantener hábitats o lugares de especial interés (Zonas de Interés Científico Particular, Zonas de Protección Especial ) gestionadas a través de diversas instituciones públicas, semipúblicas o privadas. ____________________________________________________________________________________ La parte en la que se ha avanzado con claridad ha sido en la aplicación de medidas de protección del medio natural y del paisaje, es decir en aquellas zonas -y parcelas- en las que no se ha encontrado resistencia política de la comunidad agraria. Los agricultores mantienen el monopolio de la gestión del espacio rural y obtienen fuentes de ingreso complementarias por realizar unas prácticas que no suponen cambios sustanciales, al privilegiar la continuidad sobre el cambio (Buller, 1999:5960). Prácticas que solamente absorben el 4% del presupuesto de la PAC en el Reino Unido porque el resto sigue destinado a cereales y ganadería, precisamente actividades con mayor impacto ambiental. El otro campo en el que se han producido avances ha sido en el control de efluentes ganaderos. Aquí es donde más claramente puede percibirse el final de la “excepción agraria” en el Reino Unido (Baldock, 1992:53-56; Lowe et al. 1997:42). Los ganaderos se han situado políticamente a la defensiva frente a una opinión pública, que de forma abrumadora, les señala como la mayor fuente de contaminación de ríos, lagos y acuíferos. La hegemonía y la iniciativa políticas han pasado a los otros actores (organizaciones ecologistas, residentes no agrícolas, comunidad científica, medios de comunicación, funcionarios del ministerio de Medio Ambiente y miembros del Parlamento). En un excelente trabajo de Lowe, Clark, Seymour y Ward (Lowe et al. 1997), se analiza la evolución de la política medioambiental británica en materia de contaminación de aguas por residuos ganaderos, a partir de un exhaustivo trabajo de campo llevado a cabo en el condado de Devon. Por su extraordinario interés general incorporamos aquí la síntesis de un proceso cargado de significado político, del que no pueden hacerse extrapolaciones a otros países, pero sin duda arroja mucha luz acerca de por dónde pueden discurrir los acontecimientos cuando se trata de introducir medidas que afectan a la agricultura y la ganadería intensivas. La contaminación del agua es la cuestión que ha concitado mayor interés y movilización en la opinión pública de todos los países comunitarios, durante la década de los noventa. Por esa razón es el mejor escenario para analizar la posición política de los diferentes actores y la secuencia de los hechos es, a nuestro juicio, modélica. Adelanto tres cuestiones que me parecen relevantes: a) las normas gubernamentales vienen precedidas del debate social, son consecuencia de la presión social y política. Por esa razón, al desplegarse en un contexto intelectual y social propicio, son más efectivas y generan menos conflicto con la comunidad agraria; b) en ocasiones, la misma norma, vigente durante años, pero inaplicada, sirve para desarrollar iniciativas medioambientales, sencillamente porque el contexto sociopolítico ha cambiado, y c) la llamada “excepción agraria” se mantiene durante muchos años, fruto de una negociación política en la que el bloque agrario es hegemónico, pero en un momento dado se anula como consecuencia de una presión política en la que el lobby agrario ya es minoritario. En la primera etapa (hasta comienzos de los ochenta) la contaminación de las aguas era una cuestión políticamente indiferente y, desde mediados de los ochenta, pasó a convertirse en una cuestión políticamente muy relevante (Seymour et al. 1992). La síntesis ayuda a entender qué ocurrió entre esas dos fechas relativamente cercanas. ____________________________________________________________ _ Recuadro 3. El contexto sociopolítico de la regulación británica en materia de contaminación de aguas. El fin de la “excepción agraria”. 1. La “excepción agraria” fruto de la negociación política. La ley de Control de la Contaminacón de 1974 (Control Pollution Act) no regulaba en la práctica la contaminación de origen agrario. La parte de la ley referida a contaminación del agua no entró en vigor hasta julio de 1984 porque el bloque agrario negoció un acuerdo que “específicamente eximía a los agricultores de la negociación” (Lowe et al. 1997: 57). En 1984, el Ministerio de Agricultura seguía manteniendo claramente el peso político y la relación privilegiada con el sector agrario. Desde esa posición, mantiene el control del proceso y la inciativa política basada, únicamente, en medidas autorreguladoras. Prepara un borrador de Código de Buenas Prácticas Agrarias, finalmente publicado en enero de 1985. 2. Proyecto de privatización del agua e Informe de la Comisión de Medio Ambiente del Parlamento. Desde esas fechas, y sobre todo desde 1986, la contaminación del agua por residuos de las granjas emerge como problema políticamente relevante. Hay tres cuestiones que lo explican: a) la imposición de cuotas lecheras (1984); b) el gran debate público producido por el anuncio de los planes del gobierno de privatización del agua, ya que la idea inicial era transferirlo todo al sector privado, incluidas las competencias reguladoras; c) la investigación sobre contaminación fluvial de la Comisión de Medio Ambiente del Parlamento, cuyo informe fue publicado en 1986, fue un hecho clave en el proceso de politización de la cuestión. Junto a ello fue igualmente influyente el informe de los caos de contaminción porresiduos de granjas en Inglaterra y Gales publicado por la Autoridad Nacional de Ríos (National Rivers Authority). “Estas dos publicaciones cambiaron la percepción del problema de los residuos orgánicos de las granjas”. También fue relevante la publicación conjunta, en 1986, del primer informe sobre contaminación del agua por residuos de granjas, entre el Ministerio de Agricultura y la Watter Authority Association. A partir de ese momento, esta segunda institución asumió el papel de liderar el control estadístico del control de vertidos ganaderos(Lowe et al. op cit.: 57-67). 3. El conflicto político interministerial. Los informes periódicos, en los que quedaba clara la responsabilidad de la ganadería intensiva en la contaminación , fueron de gran utilidad para los intereses de otros grupos de presión: industriales y, sobre todo, conservacionistas del espacio rural. El Nature Conservancy Council, el Natural Environment Research Council y el Council for the Protection of Rural England, junto a más de 60 organizaciones presentaron a la Comisión de Medio Ambiente del Parlamento, durante 1987, pruebas de que los residuos de las granjas eran una de las mayores fuentes de contaminación. La reacción de los ministros y los altos funcionarios del Ministerio de Agricultura no se hizo esperar. En su intento de “ situar las estadísticas en su justa perspectiva”, el Ministerio de Agricultura estimaba en su informe de 1987 que los casos de contaminación eran provocados por menos de un 1% de la comunidad agraria y representaban la sexta parte de los casos de contaminación respecto a los que procedían de otras fuentes. Por su parte, el Sindicato Nacional Agrario (NFU) no reconocía como válido el sistema de medida de la contaminación por no considerarlo “objetivo”. El mismo año, la Autoridad de Ríos del Sudoeste (SWWA) informaba, en su informe basado en un estudio de campo, que de las 30.000 granjas de Devon y Corwall, entre 5.000 y 10.000 contaminaban. Y el Ministerio de Medio Ambiente, primero en comparecer ante la Comisión Parlamentaria en 1987, identificaba entre las dos causas principales en el deterioro de la calidad del agua en los ríos, la contaminación agraria (Lowe,1997, op.cit.: 71-74). 4. El Informe Torridge. La SWWA, tras comprobar el rápido deterioro en la calidad de las aguas fluviales, encargó una investigación sobre la degradación ambiental del río Torridge, que atraviesa una región que soporta una presión ganadera muy elevada. Quedó claro que las granjas de producción de leche eran la mayor causa de deterioro ambiental que debía acometerse. Sirvíó a su vez para que la SWWA informara en la comisión parlamentaria sobre la inadecuación de las bases en las que se fundamentaba el control medioambiental. Aún así el representante del Ministerio de Agricultura argumentaba en la misma comisión respecto al Informe Torridge, que “no estaban claras las causas precisas del deterioro” (Lowe et al. op. cit.:71-76). 5. Desafiando la “excepción agraria”. La corriente de opinión mayoritaria estaba claramente contra el excepcional estatus legal otorgado a la agricultura en la Ley de Control de Contaminación de 1974. Sólo el Ministerio de Agricultura y el Sindicato Nacional Agrario reiteraban la tradicional justificación para la exención agraria, amparándose en la propuestas autorreguladoras de un ineficaz Código de Buenas Prácticas Agrarias. Pero la prevalencia política del Ministerio de Medio Ambiente, fruto de una presión creciente de la opinión pública y de organizaciones de defensa de la naturaleza entre las que destacó la campaña organizada por la Federación de Amigos de la Tierra, sirvió para dar paso a una situación completamente distinta. El primer signo fue la aplicación con carácter preventivo del mismo Código . “Irónicamente, lo que inicialmente había sido un intento de salvaguardar a los agricultores, era ahora interpretado, en circunstancias diferentes, como una salvaguarda medioambiental”. Pero, evidentemente, sólo con un código prolijo y difícil de interpretar y de adquirir por los agricultores, poco se podía hacer. La comisión parlametaria concluyó que era una idea aceptable pero no era práctica. 6. Una nueva red de regulación. El informe de la comisión parlamentaria (mayo de 1987) concluía con una serie de importantes recomendaciones: revisar el Código de Prácticas Agrarias, introducir regulaciones para facilitar, vía subvención, la construcción y el mantenimiento de depósitos de residuos ganaderos. El informe fue publicado por el Ministerio de Medio Ambiente en julio de 1998 y, en noviembre, el gobierno tomó dos decisiones importantes: a) privatizar el agua, pero reteniendo las funciones de regulación en el sector público; b) aprobar nuevas medidas de regulación, de control, de invstigación, de subvención, así como un nuevo programa de orientación medioambiental , y c) delimitar competencias de manera que el control y la regulación de la contaminación quedó atribuida a la nueva NRA (dependiente del Ministerio de Medio Ambiente) por la Watter Act de 1989 y todo lo referido a subvenciones al Ministerio de Agricultura. En febrero de 1989 entró en vigor el nuevo Programa Subvencionado de Explotaciones Ganaderas y de Conservación (Farm and Conservation Grant Scheme). El programa establecía subvenciones de hasta el 50% de la inversión para depósitos de almacenamiento de residuos de las granjas, previo infome favorable de la NRA. Este organismo introdujo nuevas regulaciones en 1991 especificando las características técnicas para estos depósitos. La nueva Ley de Protección Medioambiental de 1990 (Environmental Protection Act estableció aumentos muy importantes de las sanciones por vertidos incontrolados. También se reorganizó el Ministerio de Agricultura, acentuando el perfil preventivo de la contaminación y fue aprobado un nuevo Código de Buenas Prácticas Agrarias (julio de 1991), más facilmente comprensible por los agricultores (Lowe, op. cit.:77-84). ______________________________________________________________________ En menos de una década, se había producido un gran cambio social y político, en lo referido al control de la calidad de las aguas. Era evidente que la identificación de los agricultores como agentes contaminadores incrementó la presión social en favor de mayores controles y en contra del trato excepcional y de los privilegios legales. La tesis es que el problema de la contaminación emergió de forma colateral como consecuencia del gran debate nacional en torno a la privatización del agua llevada a cabo por el gobierno Thatcher (Lowe et al., op.cit.:87). Este fue el elemento central que determinó en el Reino Unido el vuelco en la opinión pública. Sea como fuere, lo cierto es que 1989 marca un punto de inflexión en la construcción de un nuevo “discurso moral” (Lowe et al. op. cit.: 191 y ss.), de otra legitimidad. El ministerio de Medio Ambiente gana la batalla política gracias a la presión social que hace posible un cambio profundo en la opinión pública. En este cambio participaron centenares de asociaciones conservacionistas, otros actores residentes en las comunidad rural, comunidad científica, medios de comunicación, expertos medioambientales, funcionarios del ministerio de Medio Ambiente y miembros del parlamento. 2.3. Regulación agroambienal en un contexto sociopolítico de predominio del corporatismo agrario. Francia. Francia se sitúa a medio camino entre el Norte y el Sur. Ha aplicado diferentes medidas agroambientales adaptando algunas propuestas comunitarias derivadas de los reglamento de 1985 y 1992 y ha puesto en marcha otras iniciativas públicas específicas. Dos características destacan sobre el conjunto. La primera es el intencionado retraso demostrado por el gobierno en la aplicación efectiva de las medidas. Las reticencias y la dilación del Ministerio de Agricultura, no son más que la manifestación de la resistencia organizada del poderoso lobby agrario francés. La segunda es la “regionalización desde arriba”, dentro del marco común al resto de países: carácter zonal, voluntariedad, orientación hacia zonas de especial interés o hacia espacios de agricultura extensiva con dificultades. Se ha abierto así, desde una estructura políticoadministrativa muy “vertical” y “burocrática” controlada por el Ministerio de Agricultura, la posibilidad de introducir diferentes mecanismos específicos de gestión a escala local, negociados entre la pluralidad de actores existentes, sobre la base de consensos sociales establecidos a partir de conocimientos heterogéneos producidos en esa escala (Alphndéry, Bourliaud, 1996:14-15 y 29). Dos programas agroambientales son los que han concentrado la mayor parte de esfuerzos y recursos económicos: el programa de prime à l´herbe y las Operaciones Locales Agroambientales. A estos cabe añadir, a mucha distancia, el programa de protección de las aguas. ____________________________________________________________ _ Recuadro 4. Regulaciones agroambientales en Francia. Para conocer en detalle los resultados de diversas medidas agroambientales véanse especialmente los excelentes números monográficos de Études Rurales 1996, num. 141-142) y Économie Rurale (1999, numeros 249 y 252). En esta nota sintetizamos únicamente algunas de las contribuciones para que el lector disponga de información que haga más cómoda la lectura del texto. Al amparo del artículo 19 del regamente 797/85, Francia inició tímidamente el mecanismo agroambiental con la creación, en 1989, de cuatro zonas seleccionadas a partir de dos criterios básicos: a) constituían “biotopos sensibles” que representaban ecosistemas distintos, y b) estaban situadas en zonas donde los actores locales se sentían muy concienciados por las cuestiones ecológicas y disponían de redes externas. Se inciaba así la primera fase de la creación de versión francesa de las Environmentaly Sensitive Areas británicas. En la segunda fase, iniciada en 1991, el Ministerio de Agricultura generalizó a todo el territorio la aplicación del art. 19, a partir de las OGAF (Operations Groupés d´Amenagement Foncier), con cuatro objetivos: a) reducción de contaminación agraria por prácticas intensivas; b) adaptación de los sistemas de explotación en zonas de biotopos raros y sensibles; c) prevención de la dèprise agraria, y d) prevención de incendios en la zona mediterránea. El reglamento 2078/92, que suprimía el art. 19, dió paso en 1993 a las Acciones Locales Agroambientales (OLAE), cuyo precedente fueron las OGAF. Acciones de tipo zonal, de carácter voluntario, cuyo desarrollo fue encomendado a unos Comités Regionales Agroambientales (CRAE) presididos por la autoridad política regional. Estos comités, de perfil marcadamente institucional, están integrados por representantes del Mninisterio de Agricultura, Ministerio de Medio Ambiente, del delegado regional de CNASEA, de los colectivos territoriales y empresas públicas más representativas, de representantes de las organizaciones profesionales agrarias, así como de organizaciones de defensa de la naturaleza designados por el prefecto. Cada Operación Local, una vez aprobada, cuenta con un comité de dirección integrado por representantes de los diferentes actores, presupuesto propio, un cuaderno de obligaciones y delimitación zonal. El mismo reglamento permitió la puesta en marcha desde 1993 de dos medidas más específicas para Francia: a) la prime à l´herbe (subvención a sistemas de ganadería extensivos mediante contratos por cinco años), y b) los planes de desarrollo duradero (PDD) (programas no financiados por Bruselas hasta 1998 y concebidos por el Ministerio de Agricultura como instrumentos de ordenación del territorio). Estos programas afectan al total de la explotación y está definido en el documento de presentación del Ministerio de Agricultura como “ la búsqueda de un sistema de explotación coherente que contribuya a que el capital técnico, económico, ecológico y social del que el agricultor es el gestor , no sea dilapidado, siendo retribuido por ello. Esta definición-prosigue la circular ministerial- de duración, corresponde a una versión moderna del concepto de `gestión de buen padre de familia´, teniendo en cuenta las funciones que la sociedad reconoce hoy a los agricultores y que ellos aseguran conjuntamente: productores, gestores del medio ambiente y actores del mundo rural” (Alphandéry, Bourliaud, 1196: 27-38; Couvreur at al. 1999:610; Facchini, 1999: 3-8). A partir de 1998, el mecanismo agroambiental propuesto por Francia a Bruselas incorporó algunas modificacioes en sus prioridades, entre las que destacan: la reconducción del programa de prime à l´herbe, mayor apoyo a la agricultura biológica, la inclusión de los PDD en el esquema general de cofinanciación y la posible creación de una nueva figura, el contrato territorial de explotación (CTT), previsto en la nueva ley de orientación agraria (Couvreur et al., 1999: 10). ______________________________________________________________________ Cada país tiene su propia historia a la hora de explicar el proceso de toma de conciencia colectiva de los problemas agroambientales y de la construcción de la imagen de los agricultores. En el caso de Francia, pese a que algunas crisis ecológicas y hechos relevantes (crisis del agua en los noventa, caso Perrier, informe de la Unión de Consumidores sobre la deficiente calidad del agua (Berlan, Kalaora, 1992), hicieron posible que hasta se visualizara un importante enfrentamiento político entre el Ministerio de gricultura y el secretario de Estado de Medio Ambiente, Brice Lalonde, no puede decirse que se haya producido un cambio en la hegemonía política del bloque agrario. La ofensiva de Lalonde, cuando en 1990 denunciaba que la contaminación de origen agrícola era el “auténtico punto negro” del deterioro medioambiental y reclamaba el final de la “excepción” para la agricultura, era reflejo de la lenta pero inevitable incorporación de esta cuestión a la agenda política y de un cierto cambio de opinión -minoritariosobre el papel de los agricultores. Ello obligó al lobby agrario a tener más en cuenta a los otros actores rurales, pero siempre ocupando posiciones subordinadas y subalternas. Desde el Ministerio de Agricultura se ha controlado políticamente el proceso de desarrollo de aquellas medidas agroambientales que menos conflicto hayan podido generar a unos agricultores, gestores de las mismas, considerados auténticos “padres de la gran familia francesa”, como recoge el delicioso texto ministerial recogido por Alphandéry e incorporado en la nota anterior. En su reciente trabajo, Facchini sintetiza perfectamente el caso francés: la “falta de interés” y los retrasos en la aplicación de las medidas se deben a una “estrategia definida por parte de la administración y sus grupos de apoyo”. El retraso francés en establecer los mecanismos institucionales sería básicamente “resultado de una fuerte resistencia de la profesión agraria” (Facchini, 1999:4), fruto de la posición política ocupada por los agricultores entre los actores rurales y de la diferente posición que ocupa la contaminación agraria en la sociedad francesa, en contraste con la situación antes descrita de Holanda o el Reino Unido. Las superficies, el presupuesto y el número de agricultores comprometidos por las dos grandes medidas agroambientales, son calificados acertadamente como “relativamente marginales” (Billaud, Pinton, 1999:65). En efecto, la prime à l´herbe registró, entre 1993 y 1997, en torno a 100.000 contratos y los programas regionales en torno a 38.000, desde 1991. En términos presupuestarios representaban, en 1995, el 2,8% y e 0,2% respectivamente del conjunto de las ayudas directas percibidas por los agricultores franceses (Couvreur at al. 1999:7). También es marginal la localización geográfica. Los contratos se han celebrado preferentemente en las regiones montañosas y en las zonas de mayor dificultad para la actividad agropecuaria. Dentro de las propias zonas, el número de contratos es minoritario. Se orientan fundamentalmente a recuperar y mantener paisajes y, en menor grado, a la preservación de la biodiversidad natural. El balance de las Operaciones Locales es desigual, y los resultados, en general, poco significativos (Steyaer, 1999; Berthelot, 1999; Barbut, 1999; Billaud, 1996; Le Guen, Sigwalt, 1999). Muchas de las OLAE estudiadas revelan que, donde no existen redes locales suficientemente consolidadas, o no hay actores suficientes, son operaciones “desde arriba” en las que el proceso de concertación queda suplantado por los representantes institucionales. Se respetan los procedimientos, pero la operación local es poco efectiva por la sobrerepresentación institucional en los comités de seguimiento, en detrimento de la mayor experiencia práctica que podrían aportar los agricultores de la zona. Algunos autores ven ahí la explicación a la falta de corresponsabilidad de los agricultores en las OLAE. En otros casos, donde la posición política de los agricultores en la red local esta afianzada, para poder alcanzar el consenso en el diseño de operaciones locales, se aparcan cuestiones esenciales, como medidas para reducir los niveles de nitratos o restricciones de superficies cultivadas en zonas húmedas, con lo cual se reduce notablemente la efectividad de la medida propuesta (Candau, 1999). El conflicto entre agricultores y protectores en el delta del Ródano, se ha saldado con el fracaso de las medidas agroambientales previstas para zonas húmedas. El triunfo de las tesis de los propietarios agrícolas frente a la posición de otros actores locales y de los ministerios de Agricultura y Medio Ambiente, es un excelente ejemplo de lo que antes se decía (Picon, 1996). Más desalentador ha sido el balance de las políticas de protección de acuíferos afectados por la contaminación difusa de origen agrícola y ganadero. En este campo, que compromete más directamente las prácticas actuales en las zonas intensivas, el peso político del bloque agrario es, todavía, incuestionable. Por esa razón, no se ha aplicado en Francia la Directiva Nitratos, y en las escasas operaciones locales en las que se ha intentado plantear esta cuestión , o bien el acuerdo ha sido imposible, como en Aquitania (Candau, 1999:13), o sus resultados son tan poco significativos y de resultado incierto, como en el Franco Condado (Barbut, 1999:29-30). Eso no significa que la preocupación de la opinión pública francesa sobre los efectos en la salud de la contaminación de acuíferos no haya cesado de aumentar durante los últimos quince años. La seria denuncia política del Secretario de Estado de Medio Ambiente, Lalonde, que data ya de 1990, es buena muestra. Desde entonces la estrategia del Ministerio de Agricultura y de los representantes de la profesión agraria ha consistido en implicarse formalmente en algunos programas nacionales, garantizándose previamente el control frente a otros actores, y en oponerse políticamente a la aplicación real de la Directiva Nitratos y de cualquier programa regional o local que se propusiera acometer seriamente esta cuestión. Es cierto que desde finales de la década de los ochenta se lanzaron programas de divulgación del tipo Ferti-Mieux, Irrigue-Mieux y FourrageMieux por diversos institutos agronómicos, auspiciados por el Ministerio de Aagricultura y con la colaboración de diversas asociaciones agrarias. Posteriormente se aprobó el Programa de Control de la Contaminación de Origen Agrario (POMPOA), publicado en octubre de 1993 conjuntamente por los ministerios de Agricultura y Medio Ambiente y las organizaciones de productores agrarios. Pero, desde 1994, la profesión agraria cuestiona aspectos relacionados con la financiación e introduce todo tipo de dilaciones para evitar la delimitación de “zonas vulnerables”. El decreto del gobierno que, teóricamente, marca el inicio del proceso establecido en la Directiva Nitratos de 1991, ha aparecido en marzo de 1996, vulnerando el calendario comunitario. A partir de ese momento deben delimitarse las zonas, previa negociación entre gobierno, agricultores y orgnismos de cuenca hidrográfica...(Alphandéry, Bourliaud, op.cit.:38-40). Resta una última referencia a los PDD. En un trabajo reciente, Mormont, partiendo del análisis de los PDD en Lorena, estima que pueden ser una propuesta interesante como nuevo mecanismo institucional de desarrollo territorial. Incorpora una nueva técnica que, básicamente, trata de innovar en materia de métodos de producción adaptados a situaciones locales, en cuya definición se incluyen tanto propuestas de protección de acuíferos y de paisajes, como estrategias de reconversión económica. En cualquier caso, el autor aventura resultados “prometedores” y “eficaces” únicamente si se cumplen determinadas condiciones (verdadera relación negociada de exigencias medioambientales y agrícolas, definición de proyectos colectivos...) que aún no es posible evaluar por lo reciente de la medida (Mormont, 1996 b:34). 2.4. Regulación agroambiental en un marco de federalismo cooperativo. Alemania y Bélgica. El marco federal ha hecho posible que en Alemania y Bélgica, los gobiernos regionales hayan puesto en marcha proyectos muy diferentes en función de sus distintas características sociopolíticas, geográficas, de orientación productiva y medioambientales. El elemento común es que los gobiernos regionales, más allá de las grandes leyes federales, disponen de competencias plenas en materia de política agraria y regulación agroambiental. Este hecho explica que las prioridades políticas sean muy distintas y que el grado de desarrollo de las medidas haya dependido mucho del contexto sociopolítico en cada caso. Refiriéndose a Bélgica, Mormont sitúa en el proceso de devolución federal el principio de un importante desarrollo de mecanismos institucionales agroambientales. “...El hecho de haber confiado a las regiones las cuestiones de medioambiente y de ordenación, conduce a las autoridades regionales, que han de legitimar su nuevo poder, a ser más activas en materia de protección de la naturaleza (...). Las instancias que tienen que ver con el medioambiente se estructuran de forma más eficaz por el hecho de que la regionalización ha hecho posible reagrupar en ese ministerio instituciones antes dispersas...” (Mormont, 1996 a:160). Este es un punto de vista que, tal vez, confirme lo ocurrido en Bélgica, pero puede ser, en parte, discutible en otros casos. En otros países, los gobiernos regionales, en busca de su nueva legitimidad, tienden a apoyarse en los sectores tradicionales de la agricultura si estos representan el suelo electoral más seguro. Si atendemos al hecho de la existencia de cuestiones relacionadas con la aplicación del principio de subsidiariedad, a veces puede ser más aconsejable que el centro de decisión política esté más lejos, precisamente para evitar la presión que propicia la cercanía cuando se trata de aprobar prohibiciones o restricciones. Hay dos ejemplos que suelen ser la mejor muestra: las normas reguladoras del urbanismo y las normas que regulan las actividades que generan fuerte impacto ambiental. Creo que el tema admite, cuando menos, las dos lecturas. Los diferentes gobiernos regionales han establecido sus prioridades con resultados desiguales. En unos casos, han sido los residuos procedentes de la ganadería intensiva, como en Flandes y algunos estados alemanes del norte; en otros, la reducción de componentes nitrogenados y fitosanitarios, como en Baden-Würtenberg; finalmente, en otros ha sido el mantenimiento de rentas en zonas rurales desfavorecidas, como en Schsleswig-Holstein. En ocasiones se trata de crear una nueva imagen del agricultor como protector, para favorecer programas de turismo rural; en otras, se trata de restaurar una imagen de agente contaminador. En todos los casos, el agua potable ha estado en el centro de la preocupación política, en un contexto de creciente toma de conciencia de la opinión pública, desde mitad de la década de los ochenta. Antes de esa fecha el tema no figuraba en la agenda política de estos países. ____________________________________________________________ _ Recuadro5. Medidas agroambientales en Alemania y Bélgica A comienzos de la década de los noventa diferentes Länder disponían de normas autorreguladoras, incentivadoras y obligatorias relacionadas con la contaminación de origen agrario. En 1985, el estado de Baden-Würtenberg introdujo la primera medida por la que se compensaba a los agricultores por reducir aportes de fertilizantes en zonas vulnerables. La ley federal de 1989 sobre Promoción de la Agricultura Familiar incluía diversas formas de labranza de acuerdo con niveles de protección ambiental. Inportante fue la aprobación de las leyes federales de Gestión del Agua y de Residuos de Origen Animal, que regulaban aportes de abonos nitrogenados, uso de pesticidas y residuos ganaderos, para reducir niveles de contaminación de acuíferos. Sólo los estados del norte desarrollaron regulaciones específicas a partir de estas leyes federales: Baja Sajonia en 1983 y Norte Rin-Wesfalia, en 1984, incorporaron limitaciones a prácticas agrarias. También datan de 1985 las primeras medidas extensificadoras en Schleswig-Holstein (Extensivierungsförderung), al amparo de las medidas comunitarias. Otras medidas de divulgación y de regulación voluntarias fueron establecidas entre agricultores y compañías suministradoras de agua (Bruckmeier, Teherani-Krónner, 1992:66-81; Jones, 1990:9-16; Bruckmeier, 1997: 311-350). En la región de Flandes el gobierno ha establecido un plan de acción de control de residuos de origen animal (Mestaktieplan) de inspiración holandesa. La norma obliga a todos los titulares de explotaciones a llevar un registro de cantidades y su destino; se vigila el transporte de residuos fuera de la explotación que debe ser autorizado por la admnistración; obliga, igualmente, a cumplir unas normas de cantidades máximas a esparcir en el terreno y establece una casi prohibición de cualquier nueva instalación de cría intensiva de cerdos. En la región Valona, aunque la presión sobre el medio es menor que en Flandes, la prioridad política también es el agua. En los años ochenta ya se estableció un Comité de Nitratos con objeto de divulgar códigos de prácticas agrarias y, más tarde, un comité similar para estudiar la contaminación por productos fitosanitarios. Pero no fue hasta 1993 cuando el gobierno regional lanzó el Programa de Acción Hesbaye (PAH) como experiencia piloto, durante el periodo 1993-1996. El objetivo era incorporar voluntariamente a agricultores que redujeran los niveles de abonado y tratamiento en zonas de protección de acuíferos. Las iniciativas desarrolladas desde 1994 a partir del programa agroambiental comunitario orientadas a protección de paisajes y de la biodiversidad, han interesado poco a los agricultores. Incluyen cinco medidas horizontales (mantenimiento de setos, siega tardía, reducción de carga de ganado, ampliación de bordes sin cultivar en parcelas y recuperación de razas amenazadas) y otras medidas verticales (reducción de inputs en cereales y maíz, mantenimiento de vegetación durante el invierno, conservación de zonas húmedas y siega muy tardía). En la región de Flandes existe igualmente un plan regional de ordenación que incluye, vía contratos voluntarios, medidas protectoras de mantenimiento de paisajes y de apoyo a la agricultura biológica (Mormont, 1996 a:162-165; Delvaux et al. 1999). ______________________________________________________________________ El Land de Schleswig-Holstein inició en 1985, con financiación íntegra del gobierno regional, un ambicioso programa voluntario de retirada de tierras, previa compensación económica a los agricultores, en un contexto más amplio de protección ambiental. Incluía nueve tipos de contratos diferentes para protección de hábitats y reducción y control de actividades agrarias. Pero en este caso, el objetivo político era el mantenimiento de rentas en zonas desfavorecidas con explotaciones familiares afectadas desde 1984 por la reducción de cuotas lecheras y explotaciones agrarias con dificultades estructurales. Las medidas han contado con razonable apoyo en una parte de la profesión y en los sindicatos y se han mentenido con gobiernos de CDU y de SPD, pero la resistencia ha sido importante en las zonas de predomínio de gran propiedad cerealícola, porque las compensaciones, pese a ser superiores a las ofrecidas por Bruselas, no eran suficientes para incitar a la gran explotación. Desde los ochenta han mejorado algunos hábitats, pero no se ha experimentado reducción alguna en la producción agraria -los agricultores incluyen en el programa las tierras de peor calidad-. De hecho, nunca fue éste un objetivo del gobierno (Jones, 1990:12-15). Lo mismo podríamos decir en el caso de los programas agroambientales de la región valona. Las medidas, dentro del escaso interés suscitado, han sido adoptadas por los agricultores que deben modificar poco sus prácticas tradicionales (Delvaux, op.cit.:79). Se trata de medidas incorporadas en la periferia del sistema productivo y entendidas como complemento de rentas. Otros gobiernos regionales han centrado su atención en la reducción de la contaminación por residuos ganaderos. En este caso, el ejemplo de la región de Flandes, descrito por Mormont, es particularmente revelador en los planos político y territorial. El plan (Mestaktieplan) era realmente restrictivo y se proponía una reducción en la contaminación atmosférica y de acuíferos por nitratos. Tenía un gran significado político: “sentaba por vez primera a los agricultores en el banquillo de los acusados” como agentes contaminadores. La reacción de la profesión agraria contra el plan inicial fue tal, que provocó la caída del gobierno y el proyecto tuvo que ser posteriormente modificado. Pese a todo, como los problemas de salud han sensibilizado a la opinión pública, la regulación vigente es restrictiva para las granjas de cría intensiva, lo que ha provocado un efecto colateral: una parte de la producción porcina se ha localizado en la región valona que tiene disposiciones menos restrictivas. A la misma región se han exportado también, durante años, residuos ganaderos procedentes de Holanda por idéntica razón.Esto ha obligado a introducir en la región Valona controles estrictos de entrada de residuos de granjas procedentes de Flandes y de Holanda (Mormont, 1996 a). La contaminación de acuíferos es la cuestión que más preocupa a todos los gobiernos regionales. Por eso también otros Länder, como el de Baden-Würtenberg, han introducido programas de defensa de acuíferos. Como en el caso de la región valona, los agricultores reciben compensaciones por introducir prácticas agrarias más respetuosas en zonas vulnerables. En general, puede hablarse de una situación desigual. Pero la cuestión se ha incorporado a la agenda política y existen mecanismos institucionales fruto “...de la puesta en común de medidas, cada una de las cuales es resultado de un compromiso consentido por redes específicas de actores, sobre la bases de directivas emanadas de Bruselas y de prioridades elaboradas a escala regional...” (Mormont, 1996 a: 163). Hay un nivel más alto de presión de la opinión pública en aquellas regiones donde las prácticas intensivas hacen aflorar cuestiones relacionadas con la salud pública. Por esa razón, el agua es la cuestión central. El conjunto de normas y regulaciones en este campo, que combina medidas restrictivas con propuestas de cooperación-negociación, han permitido avances en la política agroambiental, pero faltan evaluaciones que proporcionen una visión de conjunto sobre los resultados durante la década de los noventa. También falta saber cómo se han abordado los graves problemas agroambientales de los Länder de la ex-RDA. Por último, el resto de medidas agroambientales más relacionadas con paisajes, hábitats y razas amenazadas, han sido básicamente aprovechadas como “renta de situación” (Delvaux, op.cit.:79). 2.5 La regulación agroambiental como “obligación” de Bruselas. Irlanda, Grecia, Italia, Portugal y España. La regulación agroambiental en los países del Sur se encuentra todavía muy poco desarrollada. Políticamente no es una cuestión relevante. Prevalece la inercia profunda de la lógica productivista. Sólo en los últimos años han aflorado algunas cuestiones relacionadas con el impacto medioambiental de la actividad agrícola y ganadera. Pero si se compara con el nivel de percepción del problema en el norte, puede afirmarse que no es una cuestión que, de forma generalizada, preocupe al conjunto de la población. Tampoco puede decirse que sea una cuestión que esté situada en la agenda política de los gobiernos nacionales o regionales. El contexto sigue siendo “agrarista”. Los agricultores y el conjunto del bloque agrario siguen monopolizando el discurso y siguen siendo depositarios de la confianza de la mayoría, como protectores y defensores del espacio rural. Están socialmente legitimados. La figura del agricultor no se cuestiona públicamente y tampoco sus prácticas. Las voces autorizadas de la profesión y de sus representantes defienden las posiciones intensificadoras clásicas apoyadas en un discurso “técnico”. Los problemas medioambientales derivados de la actividad agraria se atribuyen al complejo agroquímico y a las crecientes exigencias del mercado urbano. El conflicto entre “productores” y “protectores” se reduce en estos casos a un enfrentamiento entre campo y ciudad. Entre unos agricultores que, con dificultades, siguen produciendo alimentos para todos, y unas élites urbanas portadoras de un discurso preservacionista o conservacionista que pretenden, vía regulaciones, “reorientar la jerarquía de estatus existente en la sociedad” rural . Esta es una cuestión que queda reflejada por cualquiera de los autores que han reflexionado sobre el tema en los distintos países ( Tovey, 1996:186-190; Paniagua, Moyano, Diez, 1998:681). El proceso histórico vuelve a estar en la base de la explicación. Si en el Norte ha sido progresivo el proceso de apropiación territorial y cultural del espacio rural por las clases medias urbanas, la situación en los países del sur es muy distinta. Esto explica que se haya producido una creciente separación entre lo agrario y lo rural, en el primer caso, y no en el segundo. Beopoulos lo ha sintetizado bien: “...A cada país su rural, a cada sociedad rural sus problemas de medioambiente, a cada situación medioambiental sus representaciones y sus sensibilidades colectivas...” (Beopoulos, Damianakos, 1997:177). Diferentes contextos socioeconómicos, políticos y culturales entre el norte y el sur, que pueden entenderse si atendemos a cuatro elementos: a) distintos itinerarios históricos; b) el hecho de que en extensas regiones del sur exista menor presión sobre el medio; c) la propia biografía de decenas de millones de habitantes. Ahora residen en las ciudades, pero proceden del campo y mantienen relación directa con su lugar de origen; d) el proceso tardío de crisis de la agricultura tradicional, modernización, especialización y ajuste estructural ha hecho que, en conjunto, los problemas medioambientales relacionados con prácticas intensivas sean de menor entidad que en el norte de Europa. Los problemas medioambientales que atraen la atención ciudadana y mediática están más relacionados con actividades contaminantes localizadas en el espacio rural, pero que no tienen nada que ver con la agricultura y la ganadería. Predomina la preocupación por la protección de espacios naturales específicos, a partir de propuestas de corte mayoritariamente biologicista. Se manifiesta inquietud por el impacto ambiental producido por proyectos de grandes infraestructuras que atraviesan paisajes o entornos bien conservados. Preocupan las consecuencias producidas por la instalación de servicios o industrias percibidas como altamente contaminantes o que generan efectos indeseables (plantas de tratamiento de residuos urbanos, tóxicos o peligrosos, centrales de producción de energía, tendidos eléctricos de alta tensión, depuradoras, pérdidas de patrimonio natural o cultural provocados por la urbanización...). Es decir, son cuestiones medioambientales que tienen lugar en el espacio rural, pero la fuente de contaminación es “externa”, no guarda relación con las prácticas agrarias o ganaderas. No sólo no se cuestiona la figura del agricultor, sino que éste monopoliza el discurso agrario y rural y el bloque agrario es políticamente hegemónico. En algunos casos, a diferencia de lo que señalaba Mormont para Bélgica, los gobiernos regionales han buscado su nueva legitimitad apoyándose en los sectores agrarios tradicionales y en sus representantes. Sólo en fechas recientes aparecen las primeras denuncias de actividades agrarias o ganaderas señaladas como nocivas, normalmente vinculadas a acontecimientos o crisis ecológicas relacionadas con la salud alimentaria y la calidad del agua. ____________________________________________________________ _ Recuadro 6. Medidas agroambientales en los países del sur. De forma resumida, podemos destacar aquí las principales similitudes existentes entre los distintos países del sur, a las que hacen referencia diferentes autores (Beopoulos, Damianakos, 1997:177-268; Mansinho, Schmidt, 1997:278-302; Beopoulos, Skuras, 1997:263-268; Tovey,1996:186-193; López Bermúdez, 1999; Hernández, 1999:53-68; Paniagua, Moyano, Díez, 1998: 661-688; Paniagua et al. 1998 a: 315-326). 1. Un proceso histórico en el que ha destacado un discurso “agrarista”, fuertemente apoyado por diferentes regímenes empeñados, por una parte, en conseguir la modernización y especialización agrarias, y por otra, en otorgar a lo rural una “calidad moral” frente a lo urbano. Una buena parte de la población adulta de esos países comparte “una cierta visión de los poblemas” (Mansinho, Schmidt 1997: 276-278) que guardan relación con valores asentados en la memoria colectiva. 2. La agricultura no ha sido percibida hasta ahora como fuente de contaminación y la preocupación fundamental de bloque agrario está dominada por la aplicación de políticas socioestructurales, de precios y mercados. 3. Aparece una clara división espacial entre zonas “frágiles” sometidas a procesos de abandono, donde el problema medioambiental más importante es la erosión acelerada, y las zonas de ganadería y agricultura intensivas, donde los problemas más graves están relacionados con la contaminación y sobreexplotación de acuíferos, con la banalización y degradación de paisajes rurales y con el deterioro de ecosistemas de alto interés, especialmente humedales, a causa de la excesiva presión sobre el territorio. Esta división ha permitido a muchos autores y a responsables públicos hablar de “las dos agriculturas” (Buller, Tovey, 199...) y de la existencia de políticas públicas, a veces contradictorias desde el punto de vista medioambiental. Existe, en general, una preocupación emergente mayor por los problemas de desertificación (Conacher, Sala, 1998; UIMP, 1999 a), pese a que los graves efectos contaminantes en las áreas de agricultura intensiva, son ya suficientemenete conocidos (Vera, Romero, 1994; Izcara, 1997; Rico, 1993; Varela, Navarrete, 1998; ITGE, 1998; UIMP, 1999 b). 4. Los gobiernos han ignorado de facto las directivas y reglamentos comunitarios, referidos a regulaciones agroambientales, destinados a reducir la contaminacdión agrícola y ganadera. Algunos países ni siquiera han sido capaces de desplegar el programa agroambiental destinado al mantenimiento de sistemas tradicionales y no han podido percibir las subvenciones comunitarias. 5. Las regulaciones comunitarias orientadas a reducir la contaminación de origen agrícola y ganadero son vistas mayoritariamente como una obligación o restricción impuesta por las autoridades de Bruselas. Los gobiernos han acabado, finalmente, por elaborar normas y reglamentaciones -en algún caso han sido instados por Bruselas bajo amenaza de sanciones económicas-. Muchas de ellas ni siquiera se aplican, porque “no se corresponden con sus prioridades” (Begopoulos, Damianakos, 1997: 209), y porque la situación socioeconómica y política real lo impide en la escala regional y local. Las únicas medidas agroambientales, parcialmente desarrolladas, son las que tienen que ver con mantenimiento de prácticas agrícolas extensivas tradicionales de conservación de paisajes rurales. En este caso, las ayudas son consideradas, tanto por los gobiernos, como por los beneficiarios, “como subvenciones a la producción agraria y no como un programa de protección del medio ambiente” (Manzinho, Schmidt, 1997:291). Muchos gobiernos ni siquiera han hecho uso de los presupuestos destinados a tal fin (Beopoulos, Skuras, 1997:265). 6. El elemento que me parece más importante es la ausencia de mecanismos institucionales capaces de coordinar y desarrollar, de manera eficaz, las escasas medidas agroambientales vigentes. Esta debilidad organizativa institucional “provoca retrasos en la trasposición, mala interpretación de las disposiciones, incapacidad en aplicar las directivas a nivel local, incompetencia y falta de motivación por parte de los servicios implicados”(Beopoulos, Damianakos, 1997:207). 7. Existen grandes discontinuidades y no hay proporción adecuada entre la gravedad de los problemas y la aplicación real de políticas públicas: los niveles de contaminación, la toma de conciencia por la opinión pública, el desarrollo reglamentario, la capacidad institucional y la eficacia de las medidas, son cuestiones que, por lo general, no guardan relación. Los niveles de contaminación, sin alcanzar los de los países del norte, son elevados y la profusión reglamentaria de iure es, a veces, incluso excesiva, pero el concepto de mecanismo institucional capaz de desarrollar políticas públicas de manera eficaz, “presupone la existencia de construcciones sociales medioambientaes” ( Mormont, 1996b: 29). Su ausencia explica por qué en los países del sur las reglamentaciones agroambientales todavía no existen de facto, y los resultados de su aplicación son escasos y poco eficaces. (El subrayado es mío). 8. La comunidad científica se encuentra en gran medida en la fase de descripción de los procesos. Los grupos con tradición investigadora en estas cuestiones son escasos, poco estructurados y sin tradición de trabajo interdisciplinar. Todavía son más escasos aquellos grupos en los que no predominen los puntos de vista “técnicos” (Paniagua et al. 1998 a:324). Diversos autores subrayan la necesidad de superar la fase de descripción y adentrarse en la de elaboración de “soluciones específicas”, con participación de la comunidad en la escala local (Thomas, D.S.G., 1997), a partir de indicadores válidos (López Bermúdez, 1999) y de estudios de casos, con vocación interdisciplinar. Sólo de esa forma podrá invertirse la actual situación, en la que es la propia administración pública la que propone, transmitiendo así de forma unidireccional su fragmentación, su segmentación y su propia agenda agroambiental, a una comunidad científica sin suficiente “masa crítica” y sin “capacidad de liderazgo” (Paniagua et al. 1998 a:324-325). 9. El resto de actores sociales, distintos a los agricultores y sus representantes, pese a sus meritorios logros y esfuerzos en algunos casos concretos, ocupan todavía una posición subalterna en los ámbitos de decisión política y en la opinión pública de estos países. Conclusiones El campo de las regulaciones agroambientales es, por su complejidad, uno de los ámbitos más idóneos para profundizar en el debate sobre el proceso de convergencia real de las políticas públicas en el nuevo contexto de transformación del Estado-Nación. El actual proceso de devolución a los niveles regional y local y, a su vez, de cesión de soberanía política desde los Estados-nación hacia el nivel supranacional de la UE, obliga a hacer una primera consideración sobre el impacto de las medidas comunitarias y sobre las respuestas sociales y políticas en estos niveles local y regional. De esta cuestión, de indudable trascendencia política (Buller, Hoggart, 1998), depende, a mi juicio, todo lo demás. La primera conclusión que queremos subrayar, es que el contexto económico, social, político y cultural en los niveles local y regional, prevalece sobre las propuestas políticas uniformes y uniformizadoras, procedentes de los niveles nacional y supranacional. El repaso de la regulación agroambiental nos ha permitido constatar la gran distancia que existe entre Bruselas y las realidades sociopolíticas en cada territorio. Se cuestiona incluso la idoneidad en términos medioambientales de algunas medidas -por ejemplo de abandono de tierras-, porque parecen “pensadas desde el norte y para el norte”, sin tener en cuenta las consecuencias negativas que pueden acarrear en medios más frágiles. No obstante, nadie discute la ventaja que presenta el nuevo marco supranacional en el establecimiento de nuevos mecanismos (institucionales, reglamentarios, de investigación), que probablemente irán madurando en cada país, aunque sea a ritmo diferente. La gran diferencia existente entre los Estados-nación y, dentro de ellos, entre las diferentes regiones o realidades comarcales, conduce a una segunda conclusión: la puesta en marcha de regulaciones es politicamente más importante -y mucho más difícil y complejo- que su formulación en los niveles reglamentarios. La experiencia demuestra que es un error creer que la elaboración de normas inicia realmente procesos de solución efectiva de los problemas. En ocasiones, las normas pueden ser irrelevantes e incluso pueden acarrear efectos contraproducentes. En todo caso, queda claro que los procesos políticos complejos, que se ponen en marcha con las regulaciones agroambientales, no se resuelven en el terreno normativo o técnico, sino en el político. El nuevo contexto institucional, presidido por el desarrollo del principio de subsidiariedad, plantea el debate sobre la capacidad de liderazgo de la UE en materia medioambiental, la discusión sobre la búsqueda de nuevas legitimidades por los gobiernos regionales y el reto de las crecientes dificultades de coordinación entre los distintos niveles políticos. En el terreno de las legitimidades políticas, el nuevo marco federal ha supuesto avances en la regulación ambiental en algunos países, como Bélgica o Alemania, pero en otros casos, como el español, la “cercanía” ha propiciado que algunos gobiernos regionales hayan buscado sus apoyos políticos en los sectores tradicionales de la profesión agraria. Más complejo es, si cabe, el problema de la coordinación. Esta cuestión, particularmente grave en España, abre numerosas incertidumbres, porque muchas experiencias ponen en evidencia la parálisis provocada por la existencia de diferentes niveles políticos con competencia sobre el mismo tema. Se corre el riesgo de que con los niveles crecientes de segmentacón, fragmentación y solapamiento institucionales, la divergencia se imponga a la convergencia. En ese caso, tendrían razón quienes afirman que instrumentar la vieja Política Agrícola Común era sencillo, pero desarrollar la nueva Política Agroambiental Común -y ambiental en general- es una tarea llena de interrogantes. Como tercera conclusión destaca el hecho de que los procesos políticos de puesta en marcha de reglamentaciones efectivas, deben basarse en la participación de los diferentes actores sociales implicados, pero, especialmente, deben contar con la confianza y la cooperación de los agricultores. En las páginas anteriores se sostiene que no es posible avanzar en la regulación agroambiental, si no se tiene en cuenta la organización específica y el contexto cultural de la profesión agraria. Sin compromiso de los agricultores, ninguna medida tendrá éxito. Por eso, es preferible buscar espacios de consenso en los que sea posible la participación de todos los actores en la elaboración consensuada de medidas, aunque sea a costa de aplazar o aparcar cuestiones que puedan ser más importantes (Osti, 1992; Lowe et al. 1997; Delvaux, et al. 1999; Mormont, 1996 b). A lo largo de la segunda mitad de los noventa, las experiencias han demostrado que el escenario idóneo es al ámbito local o comarcal, y que la relación personal, basada en la confianza y en la persuasión, entre agricultores y responsables de la aplicación de las regulaciones y del control de su aplicación, resulta muy eficaz (Ward, N.; Munton, R., 1992: 142; Lowe et al. 1997). De igual modo, países como Dinamarca u Holanda, situados en la vanguardia de las regulaciones agroambientales, han demostrado que las medidas de carácter voluntario evidencian mayor eficacia de la que, en principio, se estimaba (Bager, Proost, 1997:79). Como cuarta conclusión destaco la extraordinaria importancia de la opinión pública y su percepción sobre los problemas de contaminación agrícola y sobre la figura de los agricultores. Es el proceso de maduración de una opinión pública mayoritaria en favor de regulaciones agroambientales el que, a partir de itinerarios históricos concretos, favorece la creación de mecanismos institucionales eficaces, en los que se produce, además, una pérdida de hegemonía política del bloque agrario. En ese caso, incluso cobran sentido y resultan eficaces viejas reglamentaciones inaplicadas, como demuestra el caso británico. Con ello quiero remarcar, de nuevo, que los contextos socio-políticos concretos son más importantes que la influencia de los niveles supranacionales. Como quinta y última conclusión, se impone un balance del desarrollo de las medidas agroambientales, derivadas de la aplicación de los reglamentos comunitarios de 1985 y 1992 y de otras medidas nacionales asimiladas, entre las que sobresalen las ESA británicas y las OLAE francesas. Fundamentalmente desplegadas en los países del norte de Europa, afectan a zonas de agricultura extensiva y zonas húmedas. Las palabras clave, en todos los casos, son especies, hábitats, paisajes y turismo. Más que suponer un “giro medioambiental” o una “ruptura” con el modelo productivista, su mérito principal ha consistido en favorecer la posibilidad de abrir nuevos espacios de consenso y crear nuevas metodologías de resolución de conflictos entre todos los actores rurales de un territorio, con el objetivo de diseñar acciones y gestionar políticas rurales y prácticas agrícolas más respetuosas con el medio ambiente. “Más que una mutación importante de las representaciones del oficio de agricultor, y a una revolución de principios de la política agrícola, se asiste a una serie de inflexiones propiciadas por la `puesta en escena´ a las que la cultura del medio ambiente ha otorgado legitimidad” (Alphandéry, Bourliaud, 1996:12-13; Thannberger, 1999:39). Por ahora, es más un proceso cualitativo que cuantitativo, a la vista de los pocos agricultores adheridos y el escaso presupuesto comprometido. Se necesita más tiempo para la consolidación de este nuevo mecanismo institucional, así como, para evaluar sus resultados. Diversos autores otorgan una importancia política fundamental a la actitud individual de los agricultores, al apoyo que concedan a las políticas agroambientales y a su capacidad de aceptar discutir sus prácticas con los otros actores rurales, una importancia política fundamental (Battershill, M.R.J.; Gilg,A., 1997: 226).Por esa razón, subrayan la necesidad de realizar más investigaciones sobre esta cuestión clave. Otros reivindican, acertadamente, la necesidad de desarrollar más investigaciones orientadas a analizar las realidades locales desde el punto de vista diacrónico y sincrónico (Alphandéry, Bourliaud, 1996:11-12) La progresiva conversión del espacio rural de “primario” en “terciario” (Jollivet, 1997:111), ha permitido, en algunos países, el cuestionamiento del oficio de agricultor y de las prácticas agrícolas más nocivas. En general, se han incrementado las propuestas de intervención sobre espacios protegidos, cada vez considerados menos “santuarios”, para dar paso a visiones más integradas. El nuevo marco institucional comunitario ha hecho posible, en los países del norte de Europa, una mayor implicación de diversos actores a escala local, si bien los dispositivos específicos de gestión responden en cada caso a la historia, la memoria colectiva y el proceso de cambio social de cada territorio. Por eso, en espacios naturales o rurales parecidos, las respuestas son diferentes; la gran diversidad de situaciones locales depende, en cada caso, de la presencia o ausencia de actores distintos a los agricultores y de las conexiones de cada uno a otros niveles; en definitiva, de la capacidad política de cada uno. Un rasgo común de la profesión agraria, ha sido la puesta en marcha de nuevas estrategias que les permita dotarse de una nueva legitimidad para continuar seguir siendo depositarios de la defensa del medio ambiente rural. Pero cada vez les resulta más difícil, ante el creciente sentimiento instalado en la sociedad, que les señala como principales responsables de la contaminación (Alphandéry, Bourliaud, 1996:14; Billaud, Pinton, 1999:61). La medidas agroambientales tienen más que ver con programas enmascarados de mantenimiento de rentas en zonas desfavorecidas -así lo perciben muchos agricultores beneficiados y lo entienden algunos gobiernos- que con la verdadera dimensión mediombiental de los problemas. La mayor parte de las iniciativas agroambientales, tal vez con la excepción de Holanda y, en menor grado, del Reino Unido, Flandes, y algunos Länder alemanes, se ha concentrado en los márgenes de la agricultura productiva. Estas iniciativas se han orientado preferentemente a fomentar el uso de prácticas tradicionales en zonas desfavorecidas y a proteger o recuperar paisajes naturales o culturales, lugares de interés especial, razas y especies amenazadas. Es más fácil alcanzar compromisos y conseguir la aceptación de los agricultores en las áreas periféricas -sean parcelas, bordes de explotaciones, o zonas más desfavorecidas de un municipio-, que en las zonas de agricultura y ganadería intensivas. Sin embargo, - y ésta es la gran contradicción a la que se enfrenta la Política Agroambiental Común-, los grandes problemas medioambientales se localizan precisamente en estas áreas intensivas, que representan el 30% del territorio agrícola, proporcionan el 80% de la producción total y absorben más del 95% de los presupuestos totales nacionales y comunitarios. La resistencia política de la comunidad agraria ha sido mucho mayor cuando se han propuesto medidas reguladoras que incluían restricciones severas o sanciones. El conflicto de intereses es, en esos casos y en todos los países, más agudo y el lugar que ocupa cada actor en el terreno político mucho más visible. En general, el bloque agrario, mejor organizado, ha superado con mucho la capacidad política de organizaciones medioambientales, la influencia de la comunidad científica e incluso, en no pocas ocasiones, la posición de los responsables políticos de Medio Ambiente. Sólo en algunos casos la profesión agraria ha perdido su legitimidad social y su hegemonía política. La contaminación del agua ha sido un elemento clave en los procesos de toma de conciencia de las poblaciones, en muchos países (Holanda, Reino Unido, Alemania, Bélgica, Dinamarca), y aunque todavía no se ha convertido en una cuestión de relevancia política en los países del Sur, la preocupación emergente por la calidad y la sobreexplotación de acuíferos es una de las cuestiones que más van a contribuir, en un futuro inmediato, a cambiar la actual imágen de los agricultores. Bibliografía Alphandéry, P.; Billaud, J.P. (1996): “L´agriculture à l´article de l´environnement”, Études rurales, nº. 141-142, pp. 9-19. Alphandéry, P.; Bourliaud, J. (1996): “L´agri-environnemet, une production d´avenir?, Études rurales, nº. 141-142, pp. 21-43. Bager, T.; Proost, J. (1997): “Voluntary regulation and farmers´ environmental behaviour in Denmark and the Netherlands”, Sociologia Ruralis, vol. 37, nº. 1, pp. 7996. Baldock, D. (1992): “The polluter pays principle and its relevance to agricultural policy in european countries”, Sociologia Ruralis, vol. XXXII(1), pp. 49-65. Barbut, L. (1999): “Evaluation du programme agri-environnemental franc-comtois”, Économie Rurale, nº. 249, pp. 27-33. Battershill. M.R.J.; Gilg,A. (1997): “Socio-economic constraints and environmentally friendly farming in the Southwest of England”, Journal of Rural Studies, vol. 13, nº. 2, pp. 213-228. Beopoulos, N.; Skuras, D. (1997): “Agriculture and the greek rural environment”, Sociologia Ruralis, vol. 37, nº. 2, pp. 255-269. Beopoulos,N.; Damianakos, S. (1997): “Le cache-cache entre la modernité et la tradition”, en Jollivet, M. (dir), Vers un rural postindustrial, Paris, L´Harmattan, pp. 176-231. Berlan-Darque, M; Kalaora, B. (1992): “The ecologization of french agriculture”, Sociologia Ruralis, nº. XXXII (1), pp. 104-114. Berthelot, Ph. et al. (1999): “L´impact des mesures agri-environnementales sur le revenue des exploitations agricoles françaises”, Économie Rurale, nº. 249, pp. 19-26. Billaud, J.P. (1996): Négotiations autour d´une nature muette. Dispositifs environnementaux dans les marais de l´ouest”, Études rurales, nº.141-142, pp. 63-83. Billaud, J.P.; Pinton, F. (1999): “De l´institution à l´individu. Esquisse du paysage agrienvironnemental dans trois pays européens”, Économie Rurale, nº. 249, pp. 62-70. Bruckmeier, K.; Teherani-Krönner, P. (1992): “Farmers and environmental regulation”, Sociologia Ruralis, vol. XXXII, nº. 1, pp. 66-81. Bruckmeir, K.; (1997):“L´espace rural en Allemagne. Agriculture et protection de la nature”, en Jollivet, M. (dir), Op. cit. pp. 310-350. Buller, H. (1996):”Regards croisés: Angleterre, Irlande, France”, Études rurales, nº.141142, pp. 171-174. Buller, H. (1997): “La “Countrisyde” britannique: un espace symbolique”, en Jollivet, M. (dir), Op. cit., pp. 128-173. Buller, H.; Hoggart,K. (1998): “Pluralidad e implementación de políticas de medio ambiente en la Unión Europea”, Revista Internacional de Sociología, nº. 19 y 20, pp. 153-179. Buller, H. (1999): “Les mesures agri-environnementales en Grande-Bretagne”, Économie Rurale, nº.249, pp. 55-61. Candau, J. (1999): “ Usage du concept d´espace public pour une lecture critique des processus de concertation”, Économie Rurale, nº. 252, pp. 9-15. Conacher, A.J.; Sala,M. (ed.) (1998): Land Degradation in Mediterranean Environments of the World: Nature and Extent, Causes and Solutions, Wiley & Sons Ltd. Couvreur, M. et al. (1999): “Les mesures agri-environnementales mises en oeuvre en France”, Économie Rurale, nº. 249, pp. 6-10. Delvaux, L. et al. (1999): “Adoption d´une MAE et consentement à recevoir des agriculteurs en région wallone”, Économie Rurale, nº. 249, pp. 71-80. Dubgaard, A. (1990): “Danish policy measures to control agriculturl impacts on environment”, Statens Jordbrugokonomiske Institut, Rapport nº. 52, Copenhage. Facchini, F. (1999):“La mise en oeuvre de l´article 19 du règlement CEE 797/85 en France et en Grande-Bretagne”,Économie Rurale, nº. 252,pp. 3-8. Frouws, J.; Van Tatenhove, J. (1993): “Agriculture, environment and the State. The development of agro-environmental policy-making in the Netherlands”,Sociologia Ruralis, vol. XXXIII, nº. 2, pp. 220-239. Frouws, J. (1997): “L´environnement rural: l´espace contesté”, en Jollivet, M. (dir), op. cit. pp. 234-259. Frouws, J. (1998): “The contested redefinition of the countryside. An analysis of rural discourses in the Netherlands”, Sociologia Ruralis, vol. 38, nº. 1, pp. 55-68. Glasbergen, P. (1992): “Agro-environmental policy: trapped in an iron law?”, Sociologia Ruralis, vol. XXXII (1), pp. 31-47. Hernández, Mª. (1999): “Las repercusiones espaciales de las políticas ambientales en el Véneto (Italia), Investigaciones Geográficas, nº. 22, Alicante, Instituto Universitario de Geografía, Universidad de Alicante. Hervieu, B. (1997): Los campos del futuro, Madrid, Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, serie Estudios, nº. 118. Inglehart, R. (1990): El cambio cultural en las sociedades industriales avanzadas, Madrid, CIS, Siglo XXI. Instituto Tecnológico Geominero de España, (1998): Mapa de contenido de nitrato de las aguas subterráneas en España, Madrid, Ministerio de Medio Ambiente. Izcara, S.P. (1997):“La agricultura europea ante el problema de la contaminación nítrica de las aguas”, Agricultura y Sociedad, nº. 84, pp. 167-196. Jollivet, M. (1997): “ Des campagnes paysannes au rural “vert”: naissance d´une ruralité postindustrielle”, en Jollivet, M. (dir), Op. cit., pp. 79-125 y 351-369. Jones, A. (1990): “New directios for West German agricultural policy. The example of Schleswig-Holstein”, Journal of Rural Studies, Vol. 6, nº. 1, pp. 9-16. Le Guen, R.; Sigwalt, A. (1999): “Le métier d´éleveur face à une politique de protection de la bio-diversité”, Économie Rurale, nº. 249, pp. 41-48. López Bermúdez, F. (1999): “Indicadores de la desertificación: una propuesta para las tierras mediterráneas amenazadas”, en UIMP-sede de Valencia, Las tierras mediterráneas en la frontera de la desertificación: el mayor riesgo ambiental para el siglo XXI, Documentación fotocopiada inédita, Valencia. Lowe, Ph.; Clarck, J.; Seymour, S.; Ward.N. (1997): Moralizing the environment. Countryside change, farming and pollution, Londres, UCL Press. Mansinho, M.I.; Schmidt, L. (1997): “Réinventer le rural par l´environnement”, en Jollivet, M. (dir), pp. 262-308. Mormont, M. (1988): “Agriculture et environnement: les termes d´un débat”, Environnement et Société, nº. 1-2, Arlon, Fondation Universitaire Luxembourgeoise. Mormont, M. (1996 a): “De Bruxelles à la ferme: environnement et agriculteurs en Belgique”, Études rurales, nº. 141-142, pp.157-169. Mormont, M. (1996 b): “Agriculture et environnement: pour una sociologie des dispositifs”, Économie Rurale, nº. 236, pp. 28-36. Moyano, E.; Paniagua, A. (1998): “Agricultura, espacios rurales y medio ambiente”, Revista Internacional de Sociología, nº. 19 y 20, pp. 127-152. Murdoch, J. (1995): “Governmentality and the politics of resistance in UK agriculture: the case of the Farmers´Union of Wales”, Sociologia Ruralis, vol. XXXV, nº. 2, pp. 187-205. Neeteson, JJ. (1999): “Nitrogen losses to the environment from agriculture”, en UIMPValencia, Medio ambiente y agricultura: los nuevos desafíos, Valencia, texto fotocopiado inédito. Osti, G. (1992): “Co-operative regualtion: contrasting organizational model for the control of pesticides. The case of north-east italian growing”, Sociologia Ruralis, vol. XXXII (1), pp. 163-177. Paniagua, A. et al. (1998 a): “La investigación socioambiental en España. Proceso de institucionalización y estructuras de investigación”, Revista Internacional de Sociología, nº. 19-20, pp. 315-326. Paniagua, A.; Moyano, E.; Díez, C.(1998 b): “ Articulación de intereses y conflicto entre actores sociales debido a la introducción de medidas de regulación ambiental en la agricultura española”, Estudios Geográficos, nº. 233, pp. 661-688. Picon, B. (1996): “Du bon usage de la menace. Chronique des représentations de la nature en Camargue”, Études rurales, nº. 141-142, pp. 143-156. Rico, A.M. (1993): Explotación de aguas subterráneas y nuevos regadíos en la cuenca del Vinalopó: análisis y consecuencias de un sistema de aprovechamiento intensivo, Tesis Doctoral, Instituto Universitario de Geografía, Universidad de Alicante. Röling, N. (1993): “Agricultura knowledge and environmental regulation in the Netherlands”, Sociologia Ruralis, vol. XXXIII (2), pp. 261-280. Seymour, S.; Cox, G.; Lowe, Ph. (1992): “Nitrates in water: the politics of the `polluter pays principle´, Sociologia Ruralis, vol. XXXII(1), pp. 82-103. Skinner, J.A. et al. (1997): “An overview of the environmental impact of agriculture in the U.K.”, Journal of Environmental Management, nº. 50, pp. 111-128. Steyaert, P.; Papy, F. (1999): “Contribution de l´agronomie à l´évaluation des opérations locales agri-environnementales”, Économie Rurale, nº. 249, pp. 49-54. Thannberger, E. (1999): “Contrat agri-environnemental: un outil pour quelles coordinations?”, Économie Rurale, nº. 249, pp. 34-40. Thiebaut,L. et al. (1999): “Mesures agri-environnementales et politiques d´environnement. Integrations, complémentarités et décalages”, Économie Rurale, nº. 249, pp. 11-18. Thomas, D.S.G. (1997): “Science and the desertification debate”, Journal of Arid Environments, nº. 37, pp. 599-608. Tovey, H. (1996): “Conflits entre protecteurs et producteurs dans la campagne irlandaise”, Études rurales, nº. 141-142, pp. 183-195. UIMP (1999 a): Las tierras mediterráneas en la frontera de la desertificación: el mayor riesgo ambiental para el siglo XXI. Políticas, instrumentos financieros, programas y proyectos, Seminario Internacional celebrado en la sede de Valencia de la UIMP, dirigido por F. López Bermúdez. Documentación fotocopiada inédita, 2 vols. UIMP (1999 b): Medio ambiente y agricultura: los nuevos desafíos, Seminario internacional celebrado en la sede de valencia de la UIMP, dirigido por Millán Millán y Carlos Ramos. Documentación fotocopiada inédita. Varela, M.; Navarrete, P. (1998): Calidad y contaminación de las aguas subterráneas en España. Propuestas de protección, Madrid, Ministerio de Medio Ambiente. Vera,F.; Romero,J. “Impacto ambiental de la actividad agraria”, Agricultura y Sociedad, nº. 71, pp. 153-181. Ward, N.; Munton, R. (1992): “Conceptualizing agriculture-environment relations”, Sociologia Ruralis, vol. XXXII (1), pp. 127-145. Whitby, M.; Walsh, M. (1996): “Contrats d´éleveurs dans les pennines”, Études rurales, nº. 141-142, pp. 175-182. Winter, M. (1997): “New policies and new skills: agricultural change and technology transfer”, Sociologia Ruralis, vol. 37, nº.3, pp. 364-381.