Almería, 27/01/08 Los pisos de Almería con un bar cerca pierden una quinta parte de su valor El 'mal del primero' afecta a propietarios de más de 95.000 edificios de la provincia, que sufren la depreciación de sus viviendas y que tienen problemas para vender o alquilar JORGE PASTOR Dicen las estadísticas oficiales que el precio de la vivienda empieza a bajar en un cambio de tendencia que tiene una explicación económica: El 'ladrillo' se ha abaratado porque la demanda ha caído. Los propios empresarios del sector lo reconocían durante la presentación de la quinta edición del próximo salón internacional inmobiliario que se celebrará en el Palacio de Congresos de Aguadulce al mismo tiempo que instaban a buscar nuevas fórmulas que revitalicen la construcción. ¿Y por qué ha disminuido el número de potenciales compradores? Porque cada vez hay menos personas dispuestas a pagar un riñón entero y parte de otro por algo que, teóricamente, debería ser un derecho fundamental, y que en realidad se ha convertido en una carga que esclaviza a las familias durante tres o cuatro décadas. Pero que una morada cueste ahora menos que meses atrás no se debe tan sólo a ese invento del liberalismo llamado 'mercado', sino que muchas veces influyen otra serie de factores, como la instalación de un bar, un pub o una discoteca justo debajo de nuestro domicilio. Pues sí, la puesta en marcha de uno de estos establecimientos de ocio en los bajos de cualquier bloque puede depreciar algunas de las casas de ese mismo edificio hasta un 20 por ciento. El margen de devaluación depende de la altura a la que nos encontremos. Entreplantas y primeros pierden entre el 15 y el 20 por ciento de su valor; segundos y terceros, entre un 5 un 15 por ciento; y a partir del cuarto, entre el 0 y el 5 por ciento. Todos en el mismo saco Además, nadie está 'libre de pecado'. La 'china' le puede tocar a cualquiera, menos a los titulares de las 79.629 viviendas unifamiliares existentes en Almería que, por la propia fisonomía de las construcciones, no admiten ningún tipo de uso que no sea exclusivamente el residencial. A los 95.062 propietarios en edificios restantes no les queda otra que santiguarse y rogar a Dios no ser el elegido. Y es que por mucho que se cumplan las normas, por muchos materiales de primera calidad que se hayan utilizado en la obra y por muy indulgente que se sea con el prójimo, nadie ve con buenos ojos la proximidad de uno de estos negocios, en los que no para de entrar y salir gente a lo largo de todo el día y que en muchas ocasiones ofrecen también servicios de terraza en las épocas estivales. De hecho, según el Censo de Población y Viviendas elaborado por el INE en 2001, el 26,86 por ciento de los hogares de Almería capital aseguraban vivir molestos con los ruidos externos. También era representativo el porcentaje (17,6%) de los que se quejaban por los malos olores provocados por la industria. Y es que precisamente la música a volumen elevado y el hedor de freidoras y demás aparatos de cocina son los dos puntos de fricción más frecuentes en la 'convivencia' entre inquilinos y hosteleros, unas diferencias que en no pocas ocasiones terminan en los tribunales. Conviene recordar que el artículo 325 del Código Penal castiga con penas de entre 6 meses y 4 años de cárcel a quienes infringen la normativa y generan sonidos que provoquen riesgos para la salud. De hecho, en una provincia cercana, como la de Jaén, ya hay una sentencia condenatoria en firme que obliga a dos empresarios a ingresar en prisión, previo pago de las indemnizaciones a los afectados. Tasación a la baja Normalmente, los promotores inmobiliarios tasan a la baja (entre un 15 y un 20 por ciento) los apartamentos más cercanos a la calle. De esta forma se compensa el menor atractivo de unos pisos con unas vistas más reducidas, con menos luz y más expuestos al fragor del tráfico rodado y demás fuentes de contaminación acústica. Demasiado dinero para quien ha depositado todos sus ahorros en cuatro paredes y que confía en obtener alguna rentabilidad de su venta. Para Jesús García-Casarrubios, administrador de fincas, la mejor manera de evitar conflictos es adelantarse a los acontecimientos y regular por la vía estatutaria qué actividades están permitidas y cuáles no en el edificio. «En cualquier caso -aclara- esta medida debe ser tomada con el voto favorable de todos los propietarios». Y agrega que esta decisión también puede ser tomada con posterioridad, con los mismos requisitos de unanimidad, «pero suele ser más difícil de llevarse a cabo porque ya que entran en juego las expectativas y los intereses de los dueños de los bajos, que son perfectamente conscientes de que una posible salida de venta y arrendamiento son restaurantes, cafeterías y demás». Desde el Colegio de Agentes Inmobiliarios, por su parte, se aconseja a todos los que estén pensando en adquirir un inmueble situado en plantas bajas, y que sospechen que pueden tener problemas, que se informen de los usos que pueden tener esos los bajos comerciales. Y es que, a su juicio, «todo lo que ahorran por una parte, a final les sale caro si su bienestar se resiente y su calidad de vida no es la que habían imaginado antes de realizar la inversión». En este sentido, también se remarca que es muy útil que se consulten también las ordenanzas municipales. Todos los municipios de más de 20.000 habitantes de la comunidad autónoma andaluza están obligados a tener normas específicas sobre esta materia. «Estoy pensando en vender ahora antes de que el piso se deprecie» La depreciación de los pisos situados encima de establecimientos hosteleros es consecuencia directa del menoscabo en la calidad de vida de sus moradores. Son más baratos porque nadie los quiere, porque la contaminación acústica provoca, en el mejor de los casos, malestar y trastornos del sueño, y en el peor, enfermedades psicofísicas y afecciones cardiovasculares. De ahí que se generen conflictos desde el mismo momento en que se conoce que un bajo comercial va a ser ocupado con una de estas actividades consideradas como 'molestas'. Así le sucede a Antonio. Vive junto a su familia (su esposa y un niño de cuatro años) en la entreplanta de un edificio en una céntrica y nueva zona. Sabe que antes o después le van a abrir un restaurante en uno de los locales próximos a su vivienda. «A mí se me plantea un auténtico contratiempo, ya que se ve amenazada toda la tranquilidad que disfrutamos en estos instantes», comenta. Y añade que ante la tesitura de tener un negocio de estas características debajo de sus pies, se plantea seriamente la posibilidad de vender y evitar que su casa se deprecie en exceso. «Prefiero obtener ahora el máximo rendimiento a la inversión que hice en su día -explica- y cambiar a otro domicilio situado en una planta más alta y en la que sé seguro que no voy a tener que soportar ni ruidos ni malos olores ni demás inconvenientes». Y señala que «es injusto que no exista una ley que proteja realmente a los propietarios ante este tipo de situaciones tan abusivas». En los tribunales Pedro es presidente de la misma comunidad de propietarios en la que vive Antonio. Narra que en este residencial ya existen disputas con tres bares instalados en otros tanto bloques de la urbanización, «hasta el apunto de que en algunos casos el asunto ya se encuentra en manos de los abogados». «Ahora se nos plantea otro nuevo enfrentamientos, ya que los vecinos directamente afectados no están dispuestos a que se lesionen sus derechos y ya se han puesto en manos de un administrador de fincas y un abogado que vele por sus intereses», dice. Considera que fue un error en su momento no regular en los estatutos qué empresas se podrían implantar, «porque de esta forma se evitarían muchos problemas».