Antonio Sánchez o la creación de belleza como tarea del artista A Francisco Jarauta “Yo amo las nubes... las nubes que pasan... y se van... se van... ¡Las maravillosas nubes!” Charles Baudelaire. Hace ya algunos años, Germán Ramallo, en su presentación de una exposición de Antonio Sánchez en Murcia, sostenía que más allá de la posibilidad de filiación de su obra pictórica a algún tipo de corriente artística, la intención de Antonio era la de “crear belleza”. Y el mismo pintor, en una entrevista concedida al diario “La Opinión”, se definía a sí mismo como “un artista que va buscando la creatividad y la belleza en cada obra de arte”. Pues bien, si, de acuerdo con esto, admitimos con Nietzsche que “el arte ha de embellecer la vida... ha de encubrir o reinterpretar todo lo feo...”. Cabe preguntarnos, entonces, en qué consiste ese proceso creativo por el que el artista, en este caso Antonio Sánchez, consigue “crear belleza”. Ahora bien, posiblemente, nadie haya sabido responder mejor a esta pregunta en el siglo XX que Rainer Maria Rilke, mediante la concepción de la tarea del artista que reflejan sus Elegías duinesasi. Por lo que les propongo que me acompañen en un breve recorrido en el que contemplaremos la obra de Antonio a la luz de la poesía rilkeana. Si hay algo que caracterice, para Rilke, a la experiencia humana en su relación con la naturaleza, es la fugacidad del paso del tiempo y el cambio constante que produce en las cosas. Lo que, cruelmente, nos obliga a desprendernos de todas nuestras experiencias e incluso de aquellas que más amamos. Por eso, entre el final de su Octava Elegía y el inicio de la Novena, se lamenta diciendo: Y nosotros: espectadores, siempre, por donde quiera, vueltos hacia todo, pero jamás a la lejanía. Las cosas nos desbordan. Las ordenamos. Se disgregan. Las ordenamos nuevamente y nosotros nos disgregamos. ¿Quién nos colocó así, de espaldas, de modo que hagamos lo que hagamos, siempre estamos en la actitud de aquel que se marcha? Como aquél que, sobre la postrera colina que le muestra todo el valle, por última vez se vuelve, se detiene, se demora, así vivimos nosotros, siempre en despedida. … A nosotros, los más efímeros. Cada cosa, una vez, sólo una vez. Una vez y nada más. Y también nosotros una vez, aunque no sea más que una sola: haber sido terrenal no parece revocable. … Lo mejor sería conservarlo todo para siempre... Ay, al otro reino, oh míseros, ¿qué podemos llevar? No el mirar tan lentamente aquí aprendido. Nada de lo sucedido aquí. Nada. Pero, a pesar de estar inmersos en la corriente de ese río que es el devenir incesante que se precipita en el abismo del tiempo, arrancándonos los momentos más hermosos, Rilke vislumbrará, al menos, el resplandor de una esperanza de salvación para el ser humano, precisamente, en el arte: ¿Acaso no estamos aquí para decir: casa, puente, fuente, puerta, vaso, árbol, ventana, a lo sumo: columna, torre?... Más para decirlo, comprende, ay, para decirlo así como jamás las cosas mismas creyeron ser en su intimidad. ¿No es un ardid oculto de esta tierra que guarda silencio, cuando estimula a los amantes a que todas y cada una de las cosas se transfigure en su propio sentimiento? … He aquí el tiempo de lo comunicable, aquí está su patria. Habla y proclama. Más que nunca declinan las cosas susceptibles de ser vividas, pues lo que en acoso incesante las desplaza es un obrar sin figura. De modo que, al menos, “mientras todo cambia y transcurre – en palabras de Francisco Jarauta, nos es dado nombrar ese cambio, describir el mundo, construir aquellas figuras que hacen que las cosas tengan un sentido. No nos es dado detener su curso, tan sólo nombrarlo, sabiendo que en el nombre –como en un espejo – se refleja el instante del devenir inexorable”. Pues, “la pintura no es otra cosa que el saber que todo es representación y que a ésta le es dado el poder fijar aquel instante fugaz del mundo, librándole del precipicio de la disolución”; “es ese espejo que hace posible la aparición de las cosas, para retenerlas y salvarlas de la caducidad infinita.”ii ¿Y no esto lo que trata de hacer Antonio Sánchez en sus cuadros y lo que manifiesta cuando afirma que su pretensión al pintar es “atrapar el tiempo”? Pues, por una parte, reconoce que “el tiempo en el que estaba realizando este cuadro ya no existe, pero se ha quedado materializado en la obra.”; y, por otra, su pincelada suelta y su elección de temas: casas en ruinas, nubes.. nos muestran que es consciente de que debe apresurarse por captar el instante. Ahora bien, ¿se trata tan sólo de atrapar el tiempo como lo haría un espejo? No, pues cualquier artista podría decir que trata de atrapar el tiempo y asumir que, pese a todo, no podemos detenerlo, mientras que Antonio demuestra ser un verdadero artista moderno, un pintor del siglo XX (aunque no haya dado el último paso que le llevaría a la vanguardia), porque no sólo trata de retener el tiempo en sus cuadros sino que intenta construir para las cosas –como decía Jarauta, el significado que no tienen por sí mismas en la experiencia (obrar sin figura), mediante la búsqueda de la belleza en su pintura. Es decir, además de atrapar el tiempo, hará de la representación pictórica el lugar en el que crear un sentido para las cosas que, en su caso, consistirá en apartar todo aquello que estorbe a la belleza para ofrecernos una visión de la naturaleza más hermosa que aquella de nuestra vida diaria, deteriorada por la mano del hombre y, en todo caso, siempre mediada por nuestros intereses vitales. Por eso, dice Rilke que el verdadero artista asombraría a los mismos ángeles si pudieran contemplar sus obras: Ensálzale al ángel el mundo, no lo inefable del mundo … Muéstrale, pues, una cosa sencilla que, configurada por sucesivas generaciones, vive como algo nuestro junto a la mano y en la mirada. Dile las cosas. Se quedará asombrado … Muéstrale lo feliz que puede ser una cosa, que inocente y nuestra, como la queja misma que brota del dolor, se consiente pura en la forma, tiene como tal cosa una finalidad, o muere para ser cosa Porque retener las cosas a través del arte, tanto para Rilke como para Antonio, significa crear y crear equivale a transformar dichas cosas interiorizándolas en lo invisible de nuestro corazón y haciéndolas resurgir de nuevo a través del arte. Por eso, Antonio cree que “hay que conseguir que cada obra de arte tenga corazón” y “pintar lo que ves no es tan difícil como pintar lo que sientes”. Y es que no podía ser de otro modo, ya que, desde el romanticismo, lo que caracteriza a lo moderno es “la dificultad de darle una forma a la experiencia”. “No es fácil para un artista –decía Antonio en sus Diálogos con Venezia – pintar lo que siente, sobre todo cuando no existen límites para los sentimientos y menos para las pasiones”. Pero, el verdadero artista, pese a todo, se empeñará en conseguirlo: Antonio, como el que está enamorado, transfigurará la naturaleza en su propio sentimiento y nos mostrará, con su pintura, “lo feliz que puede ser una cosa”, porque en su relación con las cosas tratará de rescatar la belleza del abismo del tiempo. Por eso, Rilke, en su diálogo con el artista y la naturaleza, acaba la Novena Elegía diciendo: Y estas cosas que viven de su propio declinar comprenden que tú las celebras; perecederas, nos confían su salvación, a nosotros, los más perecederos. Quieren que las transformemos en lo invisible de nuestro corazón, oh, infinitamente, en nosotros, seamos a la postre lo que seamos. Oh tierra, ¿no es esto lo que tú quieres: resucitar invisible en nosotros? ¿No es este tu sueño, hacerte una vez invisible? ¡Tierra! ¡Invisible! ¿Qué es, sino transformación, tu imperioso mensaje? Tierra, oh tú, amada tierra, yo lo quiero. Aunque nos duela el carácter efímero de todas las cosas, Rilke en sus Elegías así como Antonio Sánchez al despedirse de Venezia o de la puesta de sol más maravillosa, creen que, al menos, podremos encontrar consuelo en la belleza de las obras de arte: Y nosotros, que pensamos en una felicidad creciente, sentimos la emoción que casi nos anonada cuando algo feliz se derrumba. Pedro Carrión i Rainer Maria Rilke, Elegías duinesas, Trad. Jaime Ferreiro Alemparte en Nueva antología poética, Espasa Calpe, 2008. ii Francisco Jarauta, La experiencia del tiempo: exposición en San Esteban, Murcia, 1990; Jarauta, F., “Fragmento y totalidad: sobre los límites del clasicismo” en VVAA, Los confines de la modernidad, Granica, Barcelona, 1988.