DISCAPACIDAD MENTAL SEVERA. Los debates que nos debemos Graciela M. González y María Elena Harambourei A medida que la sociedad y las instituciones educativas se construyen y crecen facilitando la inclusión, cambia la población atendida en los centros educativos especiales. Frente a esta situación nos preguntamos ¿cuál es el común denominador de la población atendida o que deberían atender, las escuelas especiales? ¿Quién debe atender a los alumnos con Necesidades Educativas Especiales (NEE) permanentes; asociadas a discapacidad/es severa/s o grave/s? ¿Cómo deben abordarse las adaptaciones curriculares significativas extremas en las áreas del currículum que le correspondan por su edad, o un desarrollo curricular adecuado a sus características? La complejidad de las problemáticas atendidas nos demanda respuestas formuladas desde una perspectiva transdisciplinar y multiparadigmática porque ninguna disciplina y ningún modelo único por sí mismo, resuelve “eficientemente” la atención educativa. Los nombres Nombrar es describir, calificar, clasificar, acomodar, seriar, denotar y connotar. Nombrar es prescribir. Cambiar los nombres, puede significar lo mismo bajo sospechosos eufemismos. Quizá, por eso –a veces- podemos utilizar todos los nombres para hablar de la discapacidad mental severa. Lo que pretendemos es designar, pero no para encasillar, ni etiquetar, ni estigmatizar, sino empezar a pronunciar sin prejuicios, una problemática que nos parece importante, que necesita abrirse a las demandas comunitarias y avanzar hacia propuestas superadoras. Porque los discapacitados severos y sus familias siguen siendo actores sin voz en un momento histórico en el que los grupos minoritarios están luchando por sus derechos como parte del nuevo escenario político-social de nuestros días. Para luchar por sus derechos, las minorías (cualquier minoría) necesitan tener identidad con lo cual se autoestigmatizan y se produce una contradicción: por un lado construyen la fuerza de un nosotros para luchar por los derechos y por otro pierden la fuerza de su particularidad. Aún así, a riesgo de perder dicha fuerza, hasta tanto la igualdad de derechos esté instalada en la sociedad, se hace imprescindible constituirse como grupo. Hablar de Necesidades Educativas Especiales asociadas a la discapacidad mental severa, es entrar en una frontera de la discapacidad, donde las causas confluyen o divergen, las ciencias abren múltiples preguntas pero pocas respuestas. Es el espacio en el que la intuición pareciera ganar terreno sobre lo racional y la experiencia por sobre los discursos académicos, en la necesidad de buscar caminos alternativos. En educación nos servirían las denominaciones que reconozcan al discapacitado como una persona con una identidad en construcción, por la interacción con un medio que puede facilitarle o no su vida, con un montón de “otros”; nos serían útiles las conceptualizaciones que nos permitan traducir en líneas de acción educativas y de apoyos las necesidades del alumno. El campo de la educación especial es el que con más fuerza pone en evidencia la zona de incertidumbre que tiñe las actividades de los maestros y especialistas en discapacidad. La mayoría de las veces, la dificultad de establecer diagnósticos certeros por la complejidad de los cuadros y el compromiso de las áreas del lenguaje y la comunicación -sobre las cuales se asientan muchas de las pruebas diagnósticas- obliga a mantener abiertas las hipótesis sobre las posibilidades de los alumnos. También exige trabajar sobre variables diferentes, sobre ensayo y error, probar y buscar nuevos e impensados itinerarios y, esencialmente, atreverse a andar y desandar caminos. Estos niños y jóvenes demandan la concreción del nuevo paradigma de la ciencia que rechaza la simplicidad del análisis del objeto de conocimiento desde la linealidad causal y se basa en la concepción del pensamiento complejo. En ese marco planteamos un profundo debate acerca de las aproximaciones diagnósticas, el aprendizaje y el contexto que sustenten la toma de decisiones pedagógico-didácticas y el rescate de las experiencias como formas de evaluar necesidades y demandas, obstáculos y dificultades; tanto para desechar rumbos en función de su aplicabilidad como para replicarlos. Sostenemos la necesidad de un enfoque multiparadigmático para la atención de las necesidades educativas especiales y la formulación de algunos postulados básicos para el abordaje de esta discapacidad: el diagnóstico es un elemento referencial, flexible, no linealmente vinculante para la toma de decisiones pedagógicas, que debe ser multidimensional e incluir los contextos como criterio de análisis. la familia no puede ni debe relegar su vínculo amoroso con el niño o joven discapacitado y la escuela su vínculo formativo. Ni los padres son terapeutas del sujeto discapacitado ni los profesionales padres o madres sustitutos. la escuela, y no un centro de salud, es el lugar propicio para la educación y el ámbito específico en el cual podrá efectivizarse este derecho. la jornada escolar ha de ser completa como la de cualquier otro alumno en la etapa de escolarización primaria o secundaria. La situación de las personas con necesidades educativas complejas, que a veces tienen pocas horas de clase en las escuelas, aparece como un quiebre en el sistema de inclusión educativa, acentuando la vulnerabilidad a que están expuestos estos niños y/o jóvenes y sus familias. El entorno educativo El entorno educativo está constituido por todo lo que rodea al niño para crear condiciones propicias de aprendizaje, desde el espacio físico a la calidad de intercambios y estímulos que se promuevan para el desarrollo cognitivo y de socialización. Esto significa que construir un entorno educativo favorable para el niño, implica pensar en la organización total de la escuela, los salones, los patios, los pasillos, las experiencias fuera de ella, los contenidos, las consignas de trabajo, los materiales, el clima del aula. En el caso de niños y/o jóvenes con problemáticas complejas, el aula debe servir para organizar la tarea pero no todas las actividades deben realizarse en ella. Se utilizarán entornos significativos: además del aula, el comedor, el baño, la cocina, la calle. Hay que acostumbrar al alumno que hay un lugar para cada tipo de actividad. La escuela es un contexto de artificialidad, por lo tanto es fundamental que los profesionales trabajen con la familia para coordinar objetivos y evaluar la posibilidad de actividades a desarrollar en el ámbito del hogar, para generalizar habilidades de comunicación y hábitos. El entorno educativo favorecerá el desarrollo de la comunicación, paso prioritario para la intervención educativa y el aprendizaje, en la medida que se den experiencias en ambientes naturales, observando y analizando todos los comportamientos del niño para favorecer esa comunicación y la interpretación de lo que nos está comunicando. La observación en contextos naturales y artificiales, amplía la información y proporciona una evaluación funcional que se complementa con datos obtenidos de distintas fuentes: entrevista a padres y/o cuidadores, registros de actividades que realiza en la escuela y en la casa, cuestiones relacionadas con la salud, preferencias percibidas por quienes están más cerca del niño, La creciente expansión del discurso científico y el aumento de competencias y especialidades, ha ido transformando nuestras instituciones educativas y terapéuticas, con equipos que progresivamente incorporan conocimiento a partir de la propia práctica. Esto es un insumo importante a la hora de pensar en nuestros profesionales pero sin olvidar un elemento sustantivo que subyace en la subjetividad del ser humano: el deseo, esa cualidad que motoriza el acto de educar y de aprender. El deseo surge al elegir, y el camino que trazamos está hecho de elecciones sucesivas que involucran también el respeto por las elecciones que realiza o que desea el otro: nuestro alumno con necesidades especiales. El rol de la familia No detallaremos aquí las diversas reacciones que produce la llegada de un hijo discapacitado. Mucho se ha escrito sobre esto y, además, no es nuestra intención entrar en ese terreno sino, pensar juntos, de qué modo se puede relacionar la familia y la escuela. Generalmente se ha concebido una relación de poder de la escuela sobre los padres. Es aquella quién “advierte” sobre las características de la problemática del hijo, la conveniencia de realizar algunas actividades de refuerzo en la casa, la lista de especialistas a consultar y/o reforzar la atención del niño o joven. La entrevista inicial también suele ser una pormenorizada lista de preguntas sobre el embarazo, nacimiento y primeros años de vida ante las cuales “sucumbe” cualquier vínculo. La escuela ha de penetrar en el mundo familiar para entender, captar y descubrir vivencias que sólo se dan en las relaciones primarias de los niños y que, rescatados para la vida escolar, permitirán avanzar en la relación de aprendizaje. El valor del intercambio entre el saber experiencial de la familia y el saber técnico enriquecerá a ambas partes permitiendo algunos distanciamientos necesarios: alejar del rol técnico a los padres y del rol de “segundo hogar” a la escuela. Considerar a los padres como reeducadores, terapeutas y/o educadores podría resultar perjudicial, por el desvío de las funciones naturales que implica y la sobrecarga y discriminación con que se tiñe el lugar de la acción familiar, en relación a lo que se exige al resto de las familias de cualquier niño o joven en su etapa escolar. Recuperar la división de funciones permitirá valorar el vínculo amoroso de los padres que no puede ni debe ser tecnificado, como suele ocurrir en el caso de la discapacidad. Se trata de realizar un análisis psicosocial que contribuya a mitigar esfuerzos de uno y otro lado y que evite ahondar la problemática al recargar el vínculo familiar con responsabilidades de carácter técnico o profesional, confundiendo las funciones. Diferenciándolos se gana en posibilidades y potencian los dos tipos de relaciones: las propias del hogar y las escolares. Esta separación entre la institución familiar y la institución social (escuela- más tarde Centro de Día o Residencia) es importante por cuanto establece límites en los espacios de participación de la persona discapacitada. En los primeros tiempos el pasaje del núcleo familiar al escolar, supone abandonar la alianza amorosa materna-filial y posibilitar nuevos vínculos. “Abandonar la casa de los padres, abandonarla en cuanto heredero de la complejidad del deseo amoroso de sus padres para desprenderse de ello, lo que supone una capacidad individual de autonomía” (Lompre. L’Institution et son complexe. En CESAP, 1996. Traducción Prof. Carlota Romero). En el ambiente familiar se cría, se desarrolla amorosamente; en el ambiente escolar se educa y se sociabiliza. Esto, que podría parecer una escisión para una escuela moderna o postmoderna que nunca rompió el dispositivo de alianza entre ambas instituciones, es una necesidad para que los roles no se yuxtapongan o se inviertan. Por otro lado, valorar las experiencias familiares siendo reconocidas por los demás, permite concretar la participación de la familia en las decisiones de la vida escolar al aportar cooperativamente hechos significativos de la cotidianeidad, sobre los cuales se asiente el trabajo educativo del profesional. Antes (o además) que un largo repaso de pesares post-parto, convendría preguntar qué cosas hacen brillar los ojos de su hijo. Descubriremos así si hay comunión de miradas y qué es lo que enciende el deseo de ese niño discapacitado. Un relato de Nicola Cuomo (1998) nos permitirá entender esa búsqueda de interpretación de las intervenciones familiares con el hijo discapacitado, para aprovechar escolarmente aquellas que resulten placenteras y facilitadoras de crecimiento personal. Narra el pedagogo: “La educadora comenzó a tomar parte en la relación “ceremonial” que se producía todas las mañanas entre D. y su madre, tomó parte en desnudarla, en acariciarla, ayudaba a la madre a cambiar los pañales”. Esta actitud de la educadora, de tomar el saber de la madre para trasladarlo al plano escolar, permite establecer tres principios fundamentales en el trabajo con estas problemáticas: 1. Considerar el comportamiento de los padres (o tutor) como punto de partida para la organización de la actividad en la escuela. 2. Ampliar el campo de observación al contexto familiar para profundizar las posibilidades de acción. Reorganizar y transformar los ejercicios en actividades que se basen en el deseo de hacer. 3. Desde este punto de vista las observaciones que se recojan de la casa del alumno tendrán por finalidad conocerlo más y capturar los momentos que permitan entrar en su mundo. Será esta la base para un diagnóstico contextual que permita un trabajo conjunto, que no significa delegar tareas, sino co-responsabilidad en las decisiones. Una experiencia de vida “Conocí a Diana, la mamá de un alumno severo, siendo inspectora jefe de una región del interior bonaerense. Diana fue a verme porque no sabía qué hacer con su hijo Pedro, un joven de 17 años, de cuerpo grande, más grande que ella, y torpes abrazos que asustaban a los otros chicos de la escuela a la que asistía, en horario muy reducido, precisamente por esas razones. Además, su marido trabajaba todo el día por lo cual no podía compartir el cuidado de Pedro, -ni entender sus problemas-, situación que estaba resintiendo la relación de pareja. Diana en cambio no trabajaba fuera de la casa. Desde que Pedro nació estuvo dedicada a buscar “algo” o “todo” para atenuar los efectos de una discapacidad que comprometía casi todos sus actos de autovalimiento y desarrollo social. Se sentía abatida, tras años de infinitas búsquedas y recorridos, lo cual la llevó a un intento de suicidio. Cuando nos encontramos la escuché. No la llené de recetas, de “instructivos” profesionales ni “tareas para el hogar”. Y siguió yendo periódicamente a conversar conmigo. Mi tarea se centró entonces, en procurar que se extendiera paulatinamente el tiempo de permanencia de Pedro en la escuela y sostener con ella un vínculo de diálogo tranquilo y relajado. Esto me permitió interesarla en iniciar una terapia psicológica y tratar de que realizara su propia vida, que había quedado relegada frente a la de su hijo. Asistió a terapia en un hospital municipal y pudo reparar algunas asignaturas pendientes. Hizo acuerdos con su marido que empezó a cuidar a Pedro mientras ella cursaba el secundario (que no había podido realizar hasta ese momento). Con el tiempo se separó de su esposo y junto a su hijo decidió ir a vivir a una ciudad más grande que le permitiera seguir estudios universitarios, trabajar y ubicar a Pedro mientras ella no estaba en la casa. Establecimos una red de sostén para su nueva vida. La ayudamos en las gestiones y trámites para resolver dos cuestiones cruciales: vivienda y un lugar para albergar a Pedro. Así, Diana empezó a trabajar, estudió abogacía, pagó con sacrificio una casa en un barrio humilde y ubicó a Pedro en un Centro de Día. Finalizadas sus actividades lo cuidaba como siempre, pero había podido recuperar “un pedazo de sí misma a pesar de los obstáculos”. (Testimonio personal de una supervisora) En este testimonio, vale la pena rescatar algunos aspectos trabajados para resolver la adversidad: La posibilidad de establecer acuerdos familiares que impidan la polarización en la intervención materna, delegando funciones al resto de los miembros de la familia especialmente el padre. En este caso esos acuerdos permitieron los primeros pasos de la independencia de la madre que pudo iniciar estudios secundarios y superiores. La necesidad de quitar normatividad y tecnificación al vínculo madre e hijo, que suele ocurrir cuando los profesionales hacen recomendaciones y sobrecargan de responsabilidades a la familia, con respecto a su hijo discapacitado. La opción de concientizar a la madre en este caso, de que su responsabilidad sobre ese hijo discapacitado no debe ir más allá que la responsabilidad sobre la vida de cualquier otro miembro de la familia, y aún la propia. La utilización oportuna de todas las redes intra e interinstitucionales para abordar un problema. El sostenimiento por parte de la comunidad y del Estado, de “espacios de respiro”, que constituyen las instituciones que albergan al niño, joven o adulto discapacitado mientras los demás miembros de la familia realizan sus propias actividades cotidianas. Para reflexionar Moshe Feldenkrais dice que “Un niño no sabe que es un paralítico cerebral antes que nadie se lo enseñe”. Estos pensamientos tendrían que estar presentes en nuestra mente cuando nos abocamos a la tarea de hacer currículum. Les colocamos aparatos, los sometemos a serios procedimientos de rehabilitación… Queremos que aprendan todo lo relativo a la comunicación, aseo, autovalimiento, etc., etc. Les enseñamos y nos ocupamos de hacerles sentir permanentemente que son discapacitados, con nuestras mejores intenciones. “Existe una oposición antagónica entre la concepción de desarrollo y de autonomía (…) –basadas en la seguridad afectiva, en la dinámica del vínculo de apego y su evolución progresiva, en el respeto por la maduración, la propia iniciativa y la motricidad libre– y otras concepciones que, con el pretexto de exquisitas y tempranas competencias justifican la hiperestimulación, la manipulación del niño como objeto posible de entrenar o rehabilitar. Frente a esto, creemos que es necesario que entre todos nos planteemos que nuestras propuestas no se encuentran exceptuadas del análisis al que sometemos al currículum común. De esta forma, podremos ver programas o currículos prescriptos por el equipo, moldeados por el maestro, realizados o efectivizados en el aprendizaje, evaluados, ausentes - no enseñados o excluidos- y ocultos para re-flexionar sobre las ópticas e ideas subyacentes en nuestro día a día con el niño o joven con discapacidad severa. En tiempos en los cuales una pastillita o un manual de ejercicios programados soluciona la vida, proponemos descubrir y trabajar sobre el deseo que anida en todo ser humano. i Extracto del libro González y Haramboure, “Discapacidad mental severa. El debate que nos debemos”, Ediciones Elemento, 2012. Formato E-book en www.bajalibros.com Las autoras se han desempeñado como docentes y en equipos de conducción y asesorías en la Dirección de Educación Especial (Prov. de Bs.As.). Actualmente integran REDOS, un espacio de asesoramiento para la construcción de contextos educativos democráticos. Sitio web: www.redos.com.ar E-mail: gracielagonzalez50@gmail.com