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Dilemas de Supervivencia: la postmodernidad
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Dilemas Supervivencia postmodernidadDilemas estructurales: El origen del poder.aspectos
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(guillehassel@iposadas.com.ar) DILEMAS DE SUPERVIVENCIA. LA POSTMODERNIDAD Definición
de postmodernismo El Postmodernismo es un movimiento internacional extensible a todos los aspectos de la
sociedad, incluyendo las artes, las ciencias, la cultura y, obviamente, los aspectos políticos. Históricamente
hace referencia a un periodo muy posterior a los modernismos y, en un sentido amplio, al comprendido entre
1970 y el momento actual. Teóricamente se refiere a una actitud frente a la modernidad y lo moderno. Se trata
de un movimien-to global presente en casi todas las manifestaciones culturales, con una especial exaltación de
la indi-vidualidad en desmedro de los aspectos comunitarios. El filósofo francés Jean-François Lyotard
considera que la explosión de las tecnologías de la infor-mación, y la consiguiente facilidad de acceso a una
abrumadora cantidad de materiales de origen en apariencia anónimo es parte integrante de la cultura
postmoderna y contribuye a la disolución de los valores de identidad personal y responsabilidad.
Postmodernidad y el capitalismo tardío Tal como expresa Gladis Adamson, \"creyendo con Max Weber que el
hombre es un animal inserto en tramas de significación que él mismo ha tejido, considero que la cultura es esa
urdimbre\", es decir, la cultura es esa “urdimbre de significaciones” que toda sociedad crea para sí misma y
que le permite reconocerse como tal. Por su parte Fredrich Jameson sostiene que el postmodernismo es una
dominante cultural que co-rresponde a un momento histórico que él denomina de Capitalismo Tardío o
Capitalismo Multina-cional. Sostiene que “el capitalismo ha atravesados tres momentos fundamentales y que
cada uno de ellos ha significado una expansión dialéctica en relación con el período anterior: estos tres
momentos son el capitalismo de mercado, el estadio monopolista o del imperialismo y el actual momento, al
que algunos llaman posindustrial, pero para el cual un nombre mejor podría ser el de capitalismo
multi-nacional o capitalismo tardío, que constituye la forma mas pura de capitalismo que haya surgido,
produciendo una prodigiosa expansión de capital hacia zonas que no habían sido previamente con-vertidas en
mercancías\". Agrega que la fragmentación aparece como rasgo distintivo de la postmodernidad, aspecto que
suele atribuirse a la complejidad tecnológica y a la saturación de información que proveen los medios
ma-sivos de comunicación. Para F. Jameson esas cuestiones son “las representaciones con las cuales tra-tamos
de captar algo mas profundo: el sistema internacional del capitalismo multinacional de nues-tros días” y del
cual es prácticamente imposible lograr una representación de totalidad. Se atribuye la lógica de la
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fragmentación de la cultura postmoderna a la variedad y vertiginosidad de los cambios tecnológicos, pero eso,
que constituiría la materialidad que explicaría la lógica de las re-presentaciones culturales, es lo que Fredrich
Jameson dice que constituye “la representación posible de un irrepresentable que sería la lógica misma del
capitalismo multinacional”. Enfatiza que “nos representamos a la tecnología como \"causa\" de la
fragmentación en nuestra cultura porque nos es imposible representarnos la complejidad del capitalismo tardío
o multinacional”. Puede ser útil comparar las ideas rectoras de la Modernidad, algo que diversos autores
concuerdan en afirmar que comenzó a concluir luego de la década de 1950. La Modernidad se caracteriza por
la confianza en el Progreso, por la búsqueda de una razón globalizante que de cuenta del momento histórico y
su devenir, la postulación de metas ideales, un fuerte sentido de la vida signada por res-ponsabilidades acerca
del mundo, responsabilidad por el otro, aun en el heroísmo, el imperio de la razón. Esta modernidad
correspondía a la Industria Capitalista o al capitalismo industrial con sus fábricas, sus organizaciones obreras,
sindicales. La postmodernidad corresponde a un momento histórico diferente vinculado con el Capitalismo
Tardío, con una sociedad de consumo, una sociedad de la informática, de los medios masivos de
comunicación, una sociedad de una tecnología sofisticada. Si bien no toda nuestra cultura es post-moderna
pero si el postmodernismo es una dominante cultural en nuestros días. Incluso algunos autores como Marshall
Berman o Jurgen Habermas no acuerdan en denominar a nuestro momento actual de postmodernidad, pero sí
acuerdan en las características que definen a nuestra cultura con-temporánea. La revolución postmoderna
Uno de los principales estudiosos de las características culturales postmodernas como es Gilles Lipo-vetski,
sostiene que “asistimos a una nueva fase en la historia del individualismo occidental y que constituye una
verdadera revolución a nivel de las identidades sociales, a nivel ideológico y a nivel cotidiano”. Esta
revolución se caracteriza por: un consumo masificado tanto de objetos como de imágenes, una cultura
hedonista que apunta a un confort generalizado, personalizado, la presencia de valores permi-sivos y light en
relación a las elecciones y modos de vida personales. Estos cambios, novedosos a nivel de la cultura y los
valores morales implican una fractura de la so-ciedad disciplinaria (bien analizada por Michel Foucault) y la
instauración de una sociedad mas flexi-ble \"basada en la información y en la estipulación de las necesidades,
el sexo y la asunción de los \"factores humanos\", en el culto a lo natural, a la cordialidad y al sentido del
humor\" La cotidianeidad tiende a desplegarse con un mínimo de coacciones y el máximo de elecciones
priva-das posibles, con el mínimo de austeridad y el máximo de goce, con la menor represión y la mayor
comprensión posible. Poder planificar una vida \"a la carta\". Esta sería la utopía de los tiempos postmodernos
donde el mito, tal cual lo señala Lipovetski, no sería Prometeo como en la Modernidad, sino Narciso. La
sociedad disciplinaria si bien correspondía a un sistema político democrático era de tipo autorita-rio. Se tendía
a sumergir al individuo en reglas uniformes, en eliminar lo máximo posible las eleccio-nes singulares en pos
de una ley homogénea y universal, la primacía de una voluntad global o univer-sal que tenia fuerza de
imperativo moral que exigía una sumisión y abnegación a ese ideal. En el contraste se ve la diferencia. Lo
interesante de pensar es que la Modernidad plasmada como sociedad disciplinar constituyó una subjetividad y
una forma de ejercer un control de esta subjetivi-dad. Como lo señala M.Foucault el control de las mentes y
las conciencias permitió el control sobre los cuerpos y las prácticas sociales de los sujetos. La postmodernidad
no implica una liberación del control social, no nos libera de una estrategia de control global. Simplemente la
manera de ejercer dicho control varía, ya que ahora dicho control se ejerce a través de la seducción, de una
oferta de consumo, de objetos o de imágenes, consumo de hechos concretos o de simulacros. La cultura
postmoderna es en definitiva una pluralidad de subculturas que corresponden a diversos grupos sociales y que
adquieren su propia legitimación a existir y a coexistir con otras subculturas con igual o similar
reconocimiento social. Dice G.Lipovetski: \"la cultura posmoderna es descentrada y heteróclita, materialista y
psíquica, porno y discreta, renovadora y retro, consumista y ecologista, sofisticada y espontánea, espectacular
y crea-tiva; el futuro no tendrá que escoger una de esas tendencias sino que, por el contrario desarrollará las
lógicas duales, la correspondencia flexible de las antinomias”. Se diversifican las posibilidades de elección
individual, se anulan los puntos de referencia ya que se destruyen los sentidos únicos y los valores superiores
dando un amplio margen a la elección indivi-dual. Lo interesante es pensar esta lógica no como la aspiración a
un paraíso terrenal sino como una nueva forma de control social. La posibilidad de la constitución de una
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nueva subjetividad tal vez más controlable que la subjetividad moderna-revolucionaria. Implican nada más que
tecnologías blandas de control. El fin del trabajo En el marco del análisis de la postmodernidad no debe
soslayarse una problemática que constituye el centro de los debates sociales y psicosociales en el momento
actual y que se percibe como una suerte de fantasma del futuro: el fin del trabajo tal como lo conocemos desde
hace unos 200 años. Tanto Jeremy Rifkin en \"El fin del Trabajo\" y Robert Castel quien editó \"La cuestión
de la metamor-fosis social\" muestran datos históricos que resultan sumamente contundentes a la hora de
analizar este tema. Entre las informaciones analizadas destacan que a principio del siglo XIX la agricultura
constituía la ocupación fundamental de los hombres. Todas las tareas agrícolas se realizaban \"a mano\", arar,
sem-brar, carpir, regar, cosechar, etc. A partir de 1850 las condiciones comenzaron a variar Mc Cormick
invento la segadora, John Deere el arado de acero, mas adelante apareció el tractor. En la actualidad solo un
3% de la población laboral se dedica a tareas del agro. Estos trabajadores se trasladaron a las industrias que se
hallaban en pleno auge. Llegaron a ocupar el 35% de la mano de obra de la clase trabajadora. Pero aquí
también llegó la tecnología y la robótica y aunque la tecnificación de las industrias aumentaba la producción
hacían que disminuyera estrepito-samente el caudal de obreros empleados. Quedaba aún el sector de
Servicios. Desde profesores a abogados, enfermeras y médicos cuidadores varios, funcionarios de gobierno
administrativos y guardas de seguridad, este sector permitió salvar a la sociedad del terrible efecto desbastador
del desempleo. Pero actualmente el sector de Servicios también se está tecnificando, la computadora, el
Internet, la fotocopiadora, el procesador de textos entre otros adelantos, hace que se esté desplazando también
de este sector a una masa de trabajado-res que generan este gran interrogante: ¿adonde van? A este
interrogante se suma otro que es: ¿que actividad humana va a suplir la multidimensionalidad de efectos,
vinculares, culturales, de la vida cotidiana, barriales y subjetivos que produjo el trabajo hasta ahora?. La
ausencia de trabajo y el aumento del ocio forzado pone en evidencia que el trabajo es mucho más que un
medio de producción económica. El hecho que falte hace visible su múltiple función de or-ganizar la
cotidianidad no solo de un sujeto sino de su familia, genera hábitos, costumbres, horarios, es un medio de
ubicación social de sentido para la vida, es generadora de subjetividad. Si era el trabajo lo que producía todos
estos efectos la gran pregunta es ¿qué otra actividad lo va a reemplazar como generadora de estos efectos que
corresponden a la dignidad humana? Desde los distintos autores, incluyendo los mencionados Rifkin y Castel
se plantea la necesidad de repensar la cuestión social, la necesidad de pensar las condiciones de un nuevo
contrato social, de reformular la concepción de lo equitativo y de lo justo, de crear formas inéditas de
solidaridad y a buscar modalidades originales de recomposición del tejido social. La actual política mundial
de exclusión y disgregación produce la segregación de los circuitos sociales de producción, de utilidad y de
reconocimiento de una gran parte de la población mundial. Se perfila, así un modelo de sociedad en el que sus
miembros no están ya vinculados por aquellas relaciones de interdependencia que teorizó Durkheim, por
ejemplo y que permiten que se pueda hablar de una sociedad como un conjunto de sujetos que se reconoce, por
rasgos, como \"semejantes\". Tal es el peligro que comportan los fenómenos de exclusión: el exilio de una
parte de la población respecto de la sociedad y la ciudadanía. El peligro no solo es encontrarnos en un nuevo
tipo de sociedad sino en la descomposición de las condiciones de la democracia misma.
¿El fin de las
ideologías? El fin de las ideologías fue pronosticado en los años sesenta por Daniel Bell en un libro titulado
\"Contradicciones culturales del capitalismo\". Dos décadas después, Francis Fukuyama publicó un célebre
artículo, titulado \"¿El fin de la historia?\", por la confusión que generó sobre el término \"his-toria\",
entendida en el sentido convencional de sucesión de acontecimientos. Más adelante, Fukuya-ma retornó sobre
estas cuestiones en su libro: \"El fin de la historia y el último hombre\". Un hecho ocurrido en el corazón de
Europa en 1989, la caída del Muro de Berlín y la consiguiente desintegración del mundo socialista que giraba
en torno a la Unión Soviética, pareció confirmar las tesis expuestas por Bell y Fukuyama. El fin de la guerra
fría, que había caracterizado la vida del plane-ta tras la Segunda Guerra Mundial, marcaba según esas
apreciaciones el fin de las ideologías, y había un consenso tácito acerca de la democracia liberal como forma
final de gobierno y a la que podían llegar todos los Estados, es decir, se había llegado al techo de la evolución
ideológica de la Humani-dad o, en otras palabras, al fin de la historia. Polémicas En el marco mencionado, se
presenta entonces una de las grandes polémicas de estos tiempos y que se relaciona con las ideologías.
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Efectivamente, algunos opinan que estamos en la era donde las ideo-logías han tocado a su fin u otros indican
que en realidad asistimos a una etapa de redefinición y ac-tualización de las ideologías a la luz de los cambios
que se están produciendo. Con la caída del muro de Berlín y el fin de la guerra fría se terminaron los grandes
debates entre el socialismo y el liberalismo. Por esa causa, muchos afirman que ya no queda nada por discutir,
razón por la cual en el mundo occidental se indica que no existen ideologías y que sólo nos quedan
realida-des: el progreso, el avance tecnológico, la modernidad, la globalización son realidades, “pero también
son parte de una ideología”, indica el periodista Ignacio Ramonet, quien remarca que “en las demo-cracias
actuales, cada vez son más los ciudadanos que se sienten atrapados, empapados en una espe-cie de doctrina
viscosa que, insensiblemente, envuelve cualquier razonamiento rebelde, lo inhibe, lo paraliza y acaba por
ahogarlo. Esta doctrina es el pensamiento único, el único autorizado por una invisible y omnipresente policía
de la opinión” que es la “traducción en términos ideológicos, con pretensión universal, de los intereses de un
conjunto de fuerzas económicas, en particular las del capital transnacional”. Se trata ese pensamiento único del
neoliberalismo, “como única ideología aceptada por los dueños del mundo”, que con su discurso racional y
totalizador bloquea o ahoga cualquier intento de pensa-miento crítico de acuerdo con las expresiones de
Ramonet quien remarca que “hoy no existe una polémica fructífera, esclarecedora sobre alternativas
ideológicas. Existe un pensamiento unificador, producto del proceso económico de globalización que ante una
realidad económica ineluctable y un pragmatismo exagerado antepone la economía a la política”. Como
ejemplo de esa realidad, en la década de los ochenta, Reagan en Estados Unidos y Thatcher en Inglaterra
llevaron a la práctica estas ideas neoliberales mediante la aplicación de programas económicos de corte duro.
El conservaduris-mo trajo el debilitamiento y desmoronamiento de los valores que conformaron el Estado de
bienes-tar, en virtud del cual se había institucionalizado la protección social de los ciudadanos por el mero
hecho de serlos. En contra el pensamiento único, Joaquín Estefanía escribe que \"al autodestruirse
definitivamente el sistema alternativo al mercado y poderse contener el miedo al comunismo, el Es-tado de
bienestar ya no fue necesario y la revolución que lo hizo posible se mandó al cuarto trastero\". Las ideologías
no han muerto Es evidente entonces que no es verdad que las ideologías hayan muerto, sí que existe una
ideología totalizadora y predominante, enfrentada a “una alarmante carencia de pensamiento crítico”, que
in-tenta explicarlo todo, ante la lógica irrebatible de las nuevas realidades económicas, donde todo –política,
sociedad, cultura- ha de supeditarse a la economía. En este aspecto la ideología neo liberal globalizadora
asume la forma de un proyecto político global, que pregona el no intervencionismo, la minimización de los
estados, la exaltación del mercado como único mecanismo de regulación eco-nómica, pero también social,
cultural y política. Se hace un mito de la linealidad del proceso de globa-lización que escapa totalmente a la
capacidad de los políticos y por tanto de los Estados, un proceso predeterminado donde todo está
interrelacionado y nos lleva al progreso y al bienestar económico de todos. Es un proyecto político que tiene
una utopía, la de un mercado global, sin fronteras, donde capitales, personas e información circulan con total
libertad configurando un mundo idílico donde todos viviremos mejor. Su principal fuerza está generada en que
se basa en realidades, en una lógica económica verificable que no cuenta con alternativas del mismo status. El
progreso, la tecnología, las comunicaciones, el consumo, son realidades, pero también forman parte de esta
ideología neoliberal que exalta las individualidades e intenta reemplazar las políticas estatales por la nueva
tecno-política global. Lo que ha dado en llamarse como neoliberalismo es una especie de revolución
conservadora que exacerba el liberalismo económico, en cuanto sociedad de mercado, pero mantiene vivos los
princi-pios filosóficos de los viejos conservadores. Es clasista, excluyente y políticamente autoritario. Ignora
totalmente las consecuencias negativas de la globalización y del propio progreso, no le interesan y por tanto no
se preocupa en neutralizarlas, más bien la oculta. Utiliza el discurso liberal-económico en varios aspectos pero
olvidando que el fin último del pensamiento político debe ser el hombre. LA GLOBALIZACIÓN Reemplazo
de los Estados Nacionales. Centralización y Descentralización. La crisis de las fronteras tradicionales. La
Globalización es concepto que pretende describir la realidad inmediata como una sociedad plane-taria, más
allá de fronteras, barreras arancelarias, diferencias étnicas, credos religiosos, ideologías polí-ticas y
condiciones socio-económicas o culturales. Surge como consecuencia de la internacionaliza-ción cada vez más
acentuada de los procesos económicos, los conflictos sociales y los fenómenos político-culturales. En sus
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inicios, el concepto de globalización se ha venido utilizando para describir los cambios en las economías
nacionales, cada vez más integradas en sistemas sociales abiertos e interdependientes, sujetos a los efectos de
la libertad de los mercados, las fluctuaciones monetarias y los movimientos especulativos de capital. Los
ámbitos de la realidad en los que mejor se refleja la globalización son la economía, la innovación tecnológica
y el ocio. La caída del Muro de Berlín y la desaparición del bloque comunista ha impuesto una acusada
mun-dialización de nuevas ideologías, planteamientos políticos de \"tercera vía\", apuestas por la superación
de los antagonismos tradicionales, como \"izquierda-derecha\", e incluso un claro deseo de
internacio-nalización de la justicia. En todos los países crece un movimiento en favor de la creación de un
tribunal internacional, valida-do para juzgar los delitos contra los derechos humanos, como el genocidio, el
terrorismo y la perse-cución política, religiosa, étnica o social. Aspectos fundamentales de la globalización
Dos fenómenos centrales caracterizan hoy a nuestro planeta: por una parte, todos los Estados parti-cipan de la
dinámica globalizadora. Al mismo tiempo, el mundo asiste a la revolución de la informa-ción. Se trata de un
proceso importante, comparable al del pasaje de la economía agraria al de la eco-nomía industrial. Vivimos
una segunda revolución capitalista, cuyo nombre es: globalización. ¿Y qué es en definitiva la globalización?
Se trata de la interdependencia y de la imbricación cada vez más estrecha de las eco-nomías de numerosos
países, sobre todo el sector financiero, ya que la libertad de circulación de flu-jos financieros es total y hace
que este sector domine, muy ampliamente, a la esfera económica. La globalización llega a todos los rincones
del planeta, ignorando o pasando por alto tanto los dere-chos y reglas de individuos y empresas como la
independencia de los pueblos o la diversidad de re-gímenes políticos. La globalización es la característica
principal del ciclo histórico inaugurado por la caída del muro de Berlín, en noviembre de 1989, y la
desaparición de la Unión Soviética, en diciembre de 1991. Su em-puje y su potencia son tales, que nos obligan
a redefinir conceptos fundamentales sobre los que re-posaba el edificio político y democrático levantado a
finales del siglo dieciocho: conceptos como Estado-nación, soberanía, independencia, fronteras, democracia,
Estado benefactor y ciudadanía. La globalización no apunta a conquistar los países, sino los mercados. Su
preocupación no es el con-trol físico de los cuerpos ni la conquista de territorios, como fue el caso durante las
invasiones o los períodos coloniales, sino el control y la posesión de las riquezas. La consecuencia de la
globalización es la destrucción de lo colectivo, la apropiación de las esferas pública y social por el mercado y
el interés privado. Actúa como una mecánica de selección perma-nente, en un contexto de competencia
generalizada. Existe competencia entre el capital y el trabajo, pero como los capitales circulan libremente y los
seres humanos son mucho menos móviles, el capi-tal siempre gana. Los fondos privados de los mercados
financieros tienen ahora en sus manos el destino de muchas empresas nacionales y la soberanía de numerosas
naciones. También, en cierta medida, la suerte o el destino económico del mundo. Los mercados financieros
pueden dictar sus leyes a las empresas y a los Estados. En este nuevo paisaje político-económico, el financista
se impone al empresario, lo glo-bal a lo nacional y los mercados al Estado. En una economía globalizada ni el
capital, ni el trabajo, ni las materias primas constituyen en sí mis-mos el factor económico determinante, sino
que lo importante resulta la relación óptima entre esos tres factores. Para establecer esa relación las grandes
firmas globales no tienen en cuenta ni las fron-teras ni las reglamentaciones, sino solamente el tipo de
explotación inteligente que pueden realizar de la información, de la organización del trabajo y de la revolución
en los métodos de gestión. Esto comporta con frecuencia la ruptura de la cadena de solidaridades en el interior
de un país. Se llega así al divorcio entre el interés de las grandes multinacionales y el de las pequeñas y
medianas (incluso grandes) empresas nacionales; entre el interés de los accionistas de las grandes empresas y
el de la colectividad nacional, entre la lógica financiera y la lógica democrática. Las grandes multinacionales
no se sienten concernidas, ni mucho menos responsables, por esta situa-ción, ya que subcontratan y venden en
el mundo entero y reivindican un carácter supranacional que les permite actuar con enorme libertad ya que no
existen, por decirlo así, instituciones internacionales capaces de reglamentar con eficacia su comportamiento.
La globalización constituye una inmensa ruptura económica, política y cultural; somete a las empre-sas y a los
ciudadanos a una salida única: \"adaptarse\", abdicar de su voluntad para obedecer al man-dato anónimo de los
mercados financieros. La globalización, tal como se desarrolla actualmente, es el economicismo llevado al
extremo. Esta mundialización condena por adelantado, en nombre del \"realismo\", cualquier veleidad de
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resistencia e, incluso, de disidencia. Los pujos proteccionistas, la búsqueda de alternativas, las tentativas de
regulación democrática y las críticas a los mercados financieros son consideradas \"arcaicas” e, incluso,
oprobiosas. La mundialización erige a la competencia en única, exclusiva, fuerza motriz. Helmut Maucher, un
ex presidente de Nestlé, declaró en el Foro de Davos: \"Tanto para un individuo, como para una empre-sa o un
país, lo importante para sobrevivir en este mundo es ser más competitivo que el vecino\". Y pobre del
gobierno que no siga esta línea. \"Los mercados lo sancionarían de inmediato -advirtió Hans Tietmeyer, ex
presidente del Bundesbank alemán- ya que los políticos están ahora bajo control de los mercados financieros\".
Marc Blondel, secretario del sindicato francés Force Ouvrière, pudo verificar esto en Davos, en 1996: \"En el
mejor de los casos, los poderes públicos sólo son subcontratistas de las grandes multinaciona-les. El mercado
gobierna; el gobierno administra\", declaró. Boutros Boutros-Ghali, ex secretario general de Naciones Unidas,
señaló por su parte: \"La realidad del poder mundial escapa ampliamente a los Estados. Esto es así porque la
globalización implica la emergencia de nuevos poderes, que trascienden las estructuras estatales\" ¿Y quiénes
son, en este siglo que comienza, esos \"nuevos poderes\", esos nuevos amos del mundo? Por cierto no
constituyen, como algunos imaginan, una especie de estado mayor conspirando en las sombras para controlar
al mundo. Se trata más bien de fuerzas que se mueven a su antojo gracias a la globalización. Que obedecen a
consignas precisas, cuyo slogan totalitario podría ser: \"todo el poder a los mercados\". George Soros,
financista multimillonario, sostiene que \"los mercados votan todos los días (...) por cierto, fuerzan a los
gobiernos a adoptar medidas impopulares, pero indispensables. Son los merca-dos los que tienen sentido del
Estado\". Sin embargo, la globalización mata al mercado nacional -en particular los de los países en
desarrollo- que es uno de los fundamentos del poder del Estado-nación. Anulando al mercado, modifica el
capitalismo nacional y disminuye el papel de las empresas locales y de los poderes públicos. Las empresas
locales, incluso los Estados, ya no disponen de los medios para oponerse a los merca-dos. Quedan desprovistas
de instrumentos para frenar los formidables flujos de capital, muchas veces puramente especulativos, o para
oponerse a la acción de los mercados contra sus intereses y los in-tereses de los ciudadanos. En general los
gobiernos se someten a los consignas de política económica definidas por organismos mundiales como el
Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial o la Organización Mundial de Comercio, que ejercen una
verdadera dictadura sobre la política de los Estados. La globalización no se reduce a la simple apertura de
fronteras; traduce sobre todo el creciente poder de los mercados financieros, el retroceso de los Estados
nacionales y las dificultades para establecer poderes supranacionales capaces de orientarla hacia el interés
general. Favoreciendo el libre flujo de capitales y las privatizaciones masivas a lo largo de las dos últimas
dé-cadas, los responsables políticos han permitido la transferencia de decisiones capitales (en materia de
inversiones, de empleo, de salud, de educación, de cultura, de protección del medio ambiente), desde el ámbito
público nacional hacia el ámbito privado internacional. Es por eso que actualmente más de la mitad de las
doscientas primeras economías del mundo no pertenecen a países, sino a empresas privadas. Desigualdad y
devastación Si consideramos la cifra de negocios global de las doscientas principales empresas del planeta,
vemos que ésta representa más de un cuarto de la actividad económica mundial. Sin embargo, esas doscien-tas
firmas emplean menos del 0,75% de la mano de obra mundial. Mediante las fusiones se multiplica el número
de firmas gigantes, cuyo peso es a veces superior al de los Estados. La cifra de negocios de General Motors es
superior al Producto Bruto Interno de Di-namarca; la de Exxon-Mobil supera el de Austria. Cada una de las
100 multinacionales más importan-tes vende más de lo que exporta cada uno de los 120 países más pobres del
planeta. Y las 23 multina-cionales más poderosas venden más de lo que exportan algunos gigantes del sur del
planeta, como la India, el Brasil, Indonesia o México. Esas grandes firmas controlan el 70% del comercio
mundial y amenazan con asfixiar o absorber a millares de pequeñas y medianas empresas en el mundo. Los
dirigentes de las multinacionales y de los grandes grupos financieros y mediáticos mundiales de-tentan la
realidad del poder y, a través de sus poderosos lobbies, se imponen sobre las decisiones polí-ticas, confiscando
en su beneficio la economía y la democracia. El volumen de la economía financiera es 50 veces superior al de
la economía real y sus principales actores -los fondos de pensión estadounidenses, británicos y japonesesdominan los mercados fi-nancieros. Ante ellos, el peso de los Estados y de las empresas locales, cualesquiera
que sean, resulta casi despreciable. Cada vez más países que han vendido (muchas veces malvendido) sus
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empresas públicas al sector privado internacional se han convertido de hecho en propiedad de los grandes
grupos multinaciona-les, que actualmente dominan sectores enteros de la economía del sur, sirviéndose de los
Estados locales para ejercer presión sobre los foros internacionales y obtener las decisiones políticas más
fa-vorables a su dominación global. Las políticas de ajuste estructural impuestas a los países en desarrollo en
los años \"80 en el marco del \"Consenso de Washington\" han dado resultados satisfactorios a escala
macroeconómica, pero han significado un costo social exorbitante y contraproductivo. Los gobiernos han
\"saneado\" las econo-mías únicamente para favorecer la inversión internacional y, al mismo tiempo, han
destruido las so-ciedades. La aceleración de la globalización y las crisis financieras de los años 1997 y 1998
aumentaron estos perversos efectos. Provocaron una reducción de los gastos públicos en salud y educación en
nombre de la lucha contra el déficit fiscal y un aumento de las desigualdades y de la pobreza. Es cierto que en
los países en desarrollo éstas no son producto exclusivo de las políticas de ajuste, pero es innegable que esas
políticas han contribuido a acrecentarlas. Actualmente, tanto las estructuras de Estado como las económicas y
sociales de los países en desa-rrollo han sido barridas. El Estado se desploma un poco en todas partes. Se
desarrollan zonas donde no existe el derecho; una suerte de entidades caóticas ingobernables al margen de toda
legalidad, donde se ha recaído en un estado de barbarie en el que sólo las mafias imponen su ley. Aparecen
nuevos peligros: crimen organizado, delincuencia explosiva, inseguridad generalizada, redes mafiosas,
fanatismos étnicos o religiosos, corrupción masiva, etc. La abundancia de bienes y el progreso de la técnica
alcanzan niveles sin precedentes en los países ricos y desarrollados, pero en los países en desarrollo el número
de los que no tienen techo, ni traba-jo, ni medicamentos, ni lo suficiente para alimentarse, aumenta sin cesar.
Sobre los 4.500 millones de personas que viven en los países en desarrollo, más de un tercio (o sea 1.500
millones) no tiene acce-so al agua potable. El 20% de los niños no ingiere las calorías o proteínas suficientes y
alrededor de 2.000 millones de personas, un tercio de la humanidad, sufre de anemia. La globalización viene
acompañada de un impresionante proceso de destrucción. Desaparecen indus-trias enteras en todas las
regiones, con los sufrimientos sociales que eso comporta: feroz explotación de hombres, mujeres y, más
escandaloso aún, de niños; 300 millones de niños son explotados en el mundo, en condiciones de brutalidad
sin precedentes. La mundialización comporta también devastación ecológica. Las grandes firmas pillan el
medio am-biente valiéndose de medios desmesurados; se aprovechan sin frenos ni escrúpulos de riquezas
natu-rales que representan el bien común de la humanidad. Esto se acompaña asimismo de una criminalidad
financiera ligada a los negocios y a los grandes ban-cos, que reciclan sumas que superan el millón de millones
de dólares por año, es decir 20% de todo el comercio mundial y más que el Producto Nacional Bruto de un
tercio de la humanidad. La mercantilización generalizada de las palabras y las cosas, de los cuerpos y los
espíritus, de la natu-raleza y de la cultura, agrava las desigualdades. Las diferencias de ingreso a escala
planetaria se am-pliaron en proporciones sin precedentes en la historia. La relación entre el país más rico y el
más pobre era de alrededor de 3 a 1 en 1816, cuando Argentina se declaró independiente. En 1950 era de 35 a
1; de 44 a 1 en 1973; de 72 a 1 en 1992 y de ¡82 a 1 en 1995! Si bien gracias a un crecimiento sostenido y los
beneficios de la llamada nueva economía el mundo es globalmente más rico, las políticas de ayuda a los más
pobres resultan un fiasco evidente. Entre 1990 y 1998 la progresión anual media del ingreso por habitante fue
negativa en 50 países en desarrollo. En más de 70 países, el ingreso medio por habitante es hoy menor que
hace 20 años. A escala plane-taria, uno de cada dos niños sufre de malnutrición. Más de 3.000 millones de
personas, la mitad de la humanidad, viven con menos de 2 dólares por día... \"Viven\" es una manera de decir,
porque con dos dólares por día deben comer, alojarse, curarse, vestirse, transportarse... En América Latina, la
pobreza alcanzaba en 1980 al 35% de los hogares; en 1990, al 45%. O sea que pasó de 135 a 200 millones de
personas. En 1998, más de 50 millones de personas, que antes perte-necían a las clases medias, habían pasado
a la clase de \"nuevos pobres\". La desigualdad aumenta entre países ricos y pobres, en materia de acceso a
medicamentos y de inves-tigación para el tratamiento de enfermedades prácticamente ausentes en los países
desarrollados. La globalización es cada vez más excluyente. En nuestro planeta, el quinto más rico de la
población dispone del 80% de los recursos, mientras el quinto más pobre dispone de menos del 0,5%. El
nú-mero de personas que viven en la pobreza es más grande que nunca, y la distancia en términos relati-vos
entre los países desarrollados y en desarrollo nunca fue más importante. La fosa que separa el Norte del Sur es
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hoy tan grande, que resulta difícil imaginar cómo podría desaparecer. Podemos verificar con satisfacción que
en los últimos veinte años más de 100 países se desprendie-ron de regímenes militares o de partido único y
que, por primera vez en la historia, la mayor parte de la humanidad vive en democracia. Pero el desastre
económico pone en cuestión el progreso de las libertades civiles en muchos países en desarrollo. La pobreza
disminuye el sentido de la democracia. Se podría estimar que la clase media global reagrupa a los propietarios
de automóviles, o sea alrede-dor de 500 millones de personas. Si estimamos tres personas por coche, eso hace
1.500 millones, o sea el 25% de la población mundial, de las cuales cuatro quintas partes viven en el Norte y
consumen el 80% de los recursos del planeta. La comunidad mundial de abonados a Internet conoce un
crecimiento exponencial y representa ac-tualmente el 26% de la población de Estados Unidos, pero menos del
1% del conjunto de los países en desarrollo. Se considera que el número de utilizadores de Internet, estimado
en 142 millones en 1998, debería ser de 700 millones en 2004. La gran batalla del porvenir será entre
empresas estadou-nidenses, europeas y japonesas por controlar las redes. Los países en desarrollo y sus
empresas, salvo alguna excepción, están por completo al margen de esta nueva fuente de riquezas y apenas
recogerán unas migas del comercio electrónico. Embrionario en 1998, con apenas 8.000 millones de dólares de
intercambio, el comercio electrónico llegará a 120.000 millones este año. Pero en la edad de la globalización,
incluso los países ricos no garantizan un nivel de desarrollo humano satisfactorio a todos sus habitantes.
Sectores enteros de la sociedad quedan al margen de la aparente prosperidad económica. En Estados Unidos,
el 16% de la población -o sea una persona de cada seis- sufre de exclusión social. El número de niños sin
cobertura médica satisfactoria llega al 37%. En Tejas, el Estado de George Bush, llega al 46%. En la primera
potencia económica del mun-do, 32 millones de personas tienen una esperanza de vida inferior a los 60 años;
44 millones están privadas de toda asistencia médica; 46 millones viven por debajo de los niveles de pobreza y
hay 52 millones de iletrados. En el Reino Unido, un cuarto de los niños vive por debajo de los niveles de
pobreza: más de la mitad de las mujeres trabaja en condiciones precarias y, en el plano de la asistencia médica,
Gran Bretaña está en la última posición en la Unión Europea, después de Grecia, Portugal e Irlanda. A quien
estas cifras parezcan asombrosas o desmesuradas, no tiene más que consultar el último informe del Programa
de Naciones Unidas para el Desarrollo. Por todas partes la regla es la pobreza y el confort la excepción. La
desigualdad creciente es una de las características estructurales de la mundialización. Estimaciones recientes
de Naciones Unidas se-ñalan que en 1999 la fortuna acumulada por las 200 personas más ricas del mundo
representa más de un millón de millones de dólares. A título comparativo digamos que los 582 millones de
habitantes de los 43 países menos desarrollados totalizaron un ingreso de 146.000 millones de dólares.
Existen individuos más ricos que los Estados: el patrimonio de las 15 personas más ricas supera el Producto
Bruto Interno del conjunto del África subsahariana... La riqueza de las tres personas más ricas del mundo es
superior a la suma del Producto Nacional Bruto de todos los países menos des-arrollados, o sea 600 millones
de personas. La globalización ha favorecido una gigantesca dilatación de la esfera financiera: el monto de las
tran-sacciones del mercado de divisas se multiplicó por cinco desde 1980, para llegar a cerca de dos millo-nes
de millones de dólares por día. El monto de las transacciones financieras internacionales es 50 veces más
importante que el valor del comercio internacional de bienes y servicios. El monto de los activos en poder de
los inversores institucionales (compañías de seguros, fondos de pensión, etc.) supera los 25 millones de
millones de dólares, o sea más que la totalidad de las riquezas producidas anualmente en todo el mundo. Y las
autoridades no pueden hacer gran cosa ante el poder de la especulación. Por ejemplo Japón, país que posee la
más importante reserva de divisas del mundo (más de 200.000 millones de dólares), no es nada ante el poder
financiero de los tres primeros fondos de pensión de Estados Unidos: más de 500.000 millones de dólares. Si
un gobierno democrático desea proteger sus empresas nacionales y realizar una política favorable al
crecimiento y al empleo reduciendo las ganancias de las grandes empresas y tolerando un pequeño aumento de
la inflación, los inversores internacionales lo acusarán de inmediato de proteccionismo y sancionarán al país,
sea atacando su moneda, sea vendiendo masivamente las acciones de sus empre-sas. Esta reacción brutal
provoca una crisis y hace imposible la aplicación de una política que ha sido democráticamente elegida por los
ciudadanos. Rubens Recúpero, integrante de la Comisión de Naciones Unidas para el Comercio y el
Desarrollo, afirmó alarmado que \"es necesario controlar los movimientos de capital volátil. La economía
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mundial es hoy más inestable que nunca desde la segunda guerra mundial. Los países en vías de desarrollo son
los más vulnerables. La reforma de la arquitectura financiera planetaria debe ser la primera prioridad
mundial\". También el economista del Banco Mundial, James Wolfensohn, admitió el fracaso de una cierta
polí-tica, a punto tal que declaró en Ginebra: \"Sabemos ahora que la estabilidad macroeconómica, la
libe-ralización y las privatizaciones son importantes, pero no suficientes. El desarrollo tiene múltiples facetas.
Hacer funcionar los mercados apunta a reducir la pobreza, pero demanda un entorno social sólido. La pobreza
es multidimensional: una mejor calidad de vida no se traduce solamente por in-gresos más elevados, sino que
debe representar asimismo más libertades civiles y políticas, más segu-ridad y participación en la vida pública,
más educación, alimentación y salud, un medio ambiente más protegido y un aparato de Estado que funcione
realmente\". En conclusión, la globalización construye sociedades duales: de un lado un grupo de
privilegiados e hiperactivos y, del otro, una inmensa masa de precarios, desempleados, marginados, es decir,
tiempo de la exclusión social. Con todos los riesgos que ello supone, ya que el crecimiento de la pobreza y la
desaparición de toda esperanza de salir de ella favorece el aumento de la violencia en los países en desarrollo.
En algunos de ellos la violencia ha adquirido la dimensión de una verdadera guerra. En Brasil, por ejemplo,
alrededor de 600.000 personas han muerto asesinadas en los últimos 20 años. En países como Japón o Francia,
el número de personas asesinadas es, respectivamente, de 2 y 3 por cada 100.000 personas. En Brasil es de 58
y en Colombia de 78 personas asesinadas por cada 100.000 En ciertas ciudades esa proporción es aún más
trágica: en Cali es de 88, y en ciertos barrios de San Pablo de 102. En ciertas ciudades de América Latina,
más del 50% de las personas interrogadas declaran que ya no salen de su casa por la noche, lo que comporta
un desastre económico para muchos comercios y empresas. “¿Cuándo acabaremos por comprender, por
aceptar, que la equidad y la justicia social, ejes de consti-tuir frenos al desarrollo, son por el contrario
favorables a mediano y largo plazo a la eficacia econó-mica, a la expansión del comercio y a la prosperidad de
las empresas?” se pregunta el analista francés Ramonet. Sostiene que deben tomarse “medidas redistributivas
destinadas a facilitar el acceso de los pobres a la renta y poner en práctica políticas que estimulen la
participación de los pobres en la vida social y económica” y en el plano internacional “se requiere ante todo un
entorno de estabilidad que favorez-ca el crecimiento económico y marcos reguladores que limiten los flujos
especulativos y eliminen la volatilidad financiera asociada a la globalización”. “Solo así conseguiremos
humanizar la globalización y hacerla compatible con una concepción eleva-da de la democracia y de la
dignidad humana” resalta. LA GLOBALIZACIÓN Y LA MISIÓN SOCIAL DE LA IGLESIA El
cristianismo aportó una ética social de la dignidad de la persona y una igualdad que trascendía el status social,
es decir, la Iglesia se entendió a sí misma desde el principio como una comunidad con una misión social. Esta
misión social, como la misma Iglesia, siempre ha estado condicionada por el contexto. Esta contextualización
se puede ver con la máxima claridad en el período moderno de la misión social de la Iglesia. Cuando León
XIII escribió la Rerum novarum (1891), el contexto era la rápida industrialización y ur-banización de Europa,
y la cuestión laboral condujo a una sociedad de dos clases: los empresarios burgueses capitalistas y la clase
trabajadora o proletariado urbano. De ahí el tema de la encíclica. En 1931, su sucesor Pío XI conmemoró la
encíclica de León XIII con la Quadragesimo anno. La cuestión del momento era la alternativa real a un orden
social cristiano planteado por el socialismo de estado o comunismo. Por aquel entonces, el sistema capitalista
había llegado a ser tan generalizado que había permitido la acumulación de «un inmenso poder y una dictadura
económica despótica» en ma-nos de unos pocos (Quadragesimo anno, n. 105). Desde este momento la Iglesia
articuló por primera vez, con toda claridad, el principio de subsidiariedad. Cuando Juan XXIII articuló su
visión de la misión social de la Iglesia en Mater et magistra (1961) y Pacem in terris (1963), el contexto era la
guerra fría, las armas nucleares, la carrera del espacio. Las cuestiones del momento tenían que ver con
problemas internacionales provocados por la nueva energía nuclear, el desequilibrio entre agricultura e
industria en la economía de los estados, la dispari-dad de riqueza entre países. Juan XXIII enunció entonces el
principio de la solidaridad de la raza humana y la necesidad de que los estados enfrentasen juntos problemas
como la explosión demográ-fica y la necesidad de ayuda internacional. Esta perspectiva internacional y
universalista pasó a la Gaudium et spes (1965) del Vaticano II. El contexto era el de la transformación social y
cultural fruto de la ciencia y la tecnología, un sentido más dinámico y evolutivo de la realidad, la gran
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prosperidad de algunos países industrializados y la creciente interdependencia de los humanos, con el
resultado de que el bien común tenía ahora carác-ter universal e incluía derechos y deberes respecto a toda la
raza humana. La idea de la solidaridad humana, de una única comunidad mundial impregna todo el
documento. La misión social de la Igle-sia está al servicio de toda la humanidad (Gaudium et spes, n. 3). Las
encíclicas sociales de Pablo VI y Juan Pablo II han continuado esta perspectiva internacional. Marcando el
aniversario de la Rerum novarum, Juan Pablo II escribe en Centessimus annus (1991) que «hoy el factor
decisivo es cada vez más el hombre mismo, es decir, su conocimiento, especialmente el científico, su
capacidad para una organización interrelacionada y compacta, así como su habilidad para percibir las
necesidades de los demás y satisfacerlas» (n.32). El comunismo ya no es una alterna-tiva viable al capitalismo
liberal, lo cual no significa que el sistema capitalista sea algo bueno sin más. Las consecuencias del
capitalismo (materialismo, consumismo, pobreza continuada de los países subdesarrollados, deuda externa,
amenazas ecológicas) deben ser enfrentadas por la comunidad mundial. La relación de la misión social de la
Iglesia con su contexto y su reflejo en documentos oficiales de la Iglesia se ha dado también a niveles
regionales y nacionales. El caso más conocido es el de América Latina, con las dos reuniones del CELAM
(Medellín, 1968, y Puebla, 1979). La jerarquía latinoameri-cana proclamó que la misión social de la Iglesia allí
era una «opción preferencial por los pobres», con lo que enfocaba la misión hacia los «no personas» más que a
los «no creyentes». Este breve recorrido nos ha permitido ver que la misión social de la Iglesia ha cambiado
siguiendo su contexto social, económico y político. Los signos de los tiempos han de ser releídos
constantemente. La vinculación con la Globalización El término, principalmente aplicado en economía, tiene
implicaciones políticas, sociales y culturales, por cuya razón deben subrayarse aquellos aspectos que puedan
contribuir a reflexionar sobre la mi-sión social de la Iglesia. Definición descriptiva: Una definición funcional
de globalización podría ser «la extensión de los efectos de la modernidad en el mundo entero, y la compresión
del tiempo y el espacio, de modo que todo ocurre al mismo tiempo», a lo que habría que añadir «la
intensificación de la conciencia del mundo como un todo» (Robert J. Schreiter). Schreiter describe
positivamente los efectos de la modernidad como «creciente prosperidad material, mejor cuidado de la salud,
más oportunidades educativas, aumento de libertad personal y liberación de muchas obligaciones
tradicionales», y negativamente como materialismo, consumismo, individua-lismo al margen de las normas y
relativización de los valores. Estos efectos se extienden por todo el mundo gracias a las tecnologías de la
comunicación. Los mismos desarrollos tecnológicos que han extendido la modernidad por todo el globo, han
com-primido también nuestro sentido del tiempo y del espacio. Ejemplos de este efecto serían que la misma
noticia llega simultáneamente a medio mundo; el correo electrónico permite una comunica-ción instantánea
casi con todas partes; ciudadanos de un país viven y trabajan en otro, y se vuela a Japón o Sudamérica para
una reunión de fin de semana. Otras expresiones del mismo fenómeno serían el turismo masivo y, en otro
orden, las migraciones de masas en busca de una salida económi-ca. La «intensificación de la conciencia» es
el aspecto subjetivo del proceso de globalización, tan impor-tante como el aspecto objetivo. Se aplica a los
individuos y a los colectivos. Nos sentimos parte de la humanidad como un todo, amenazada por un posible
holocausto nuclear o por un desastre ecológico originado en tierras lejanas, como Bhopal o Chernobyl. La
conciencia global está creando una nueva clase, pequeña pero influyente, de profesionales cosmopolitas, que
tienen más en común con sus colegas de otras «ciudades globales» que con los trabajadores de su propia
ciudad. En definitiva, en un mundo globalizado, hay un aumento de autoconciencia a nivel de civilización, de
sociedad, de etnia, de región y también, por supuesto, a nivel individual (Robertson). Fuentes y desarrollo
histórico: La globalización, tal como la hemos descrito, es considerada un fenómeno relativamente reciente
por la mayoría de los autores. lmmanuel Wallerstein, en un análisis básicamente marxista del sistema mundial,
sostiene que éste empieza con la expansión del comercio y el desarrollo de una agricultura capitalista en
Europa, entre 1450 y 1640, a lo que sigue el sistema mercantilista durante un siglo y medio. El capital se
acumuló en manos de mercaderes que comercia-ron con regiones que quedaban muy lejos de sus territorios.
Dichos territorios pasaron a ser parte de una economía mundial, aunque no de un único dominio político.
Wallerstein sostiene que esta eco-nomía mundial europea creó sus propias divisiones geográficas: núcleo
(donde se concentraba el capital), periferia (proporcionando materia prima y mano de obra barata) y áreas
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semiperiféricas (que compartían características de las otras dos). Esta economía mundial condicionaba la
forma en que se formaban las unidades políticas, y las naciones-estado son una función dependiente de la
economía mundial. Para Walierstein, pues, el moderno sistema mundial es la economía mundial capitalista.
Aun apreciando la contribución de Wallerstein a la discusión, Giddens ve la economía capitalista mundial sólo
como una de las cuatro dimensiones de la globalización. Las otras son: el sistema de naciones-estado, el orden
militar mundial y la división internacional del trabajo. Las naciones-estado son los «actores» principales
dentro de la política global, pero sociedades-empresas son los agentes dominantes dentro de la economía
mundial. Por orden militar mundial Giddens entiende las co-nexiones entre la industria de guerra, el flujo de
armamento y de técnicas de organización militar de algunas partes del mundo a las otras, el sistema de
alianzas militares y, por supuesto, las guerras mundiales. La cuarta dimensión de la globalización Giddens la
ve como desarrollo industrial y como «la expansión de interdependencia global en la división del trabajo desde
la Segunda Guerra Mun-dial», y la «difusión mundial de los aparatos tecnológicos». Roland Robertson, uno de
los teóricos de la globalización más atento y penetrante, es crítico con Wallerstein y Giddens por no haber
prestado suficiente atención a los factores culturales de la globa-lización. Concibe su desarrollo como algo
multidimensional en cinco fases: 1.La fase germinal (Europa 1400-1750) incluye el incipiente crecimiento de
las comunidades nacionales, la caída en importancia del sistema transnacional, la ampliación del dominio de la
Iglesia Católica, la teoría heliocéntrica, la difusión del calendario gregoriano. 2.La fase incipiente
(principalmente en Europa, 1750-1875), incluye la idea del estado homogéneo, unitario, la legalización de las
relaciones internacionales, los individuos como ciudadanos, y las ferias internacionales. 3.La fase de despegue
(1875-1925), que da origen a los cuatro puntos de referencia claves en el análisis de Robertson: sociedades
nacionales, individuos genéricos, una única «sociedad interna-cional» y una concepción de la humanidad;
globalización de las restricciones a la inmigración, crecimiento en rapidez y formas de la comunicación global,
movimiento ecuménico, competicio-nes globales, por ejemplo, las olimpiadas, los premios Nóbel, la Primera
Guerra Mundial. 4.La fase de lucha por la hegemonía (1925-1969), con las Naciones Unidas, el principio de
la inde-pendencia nacional, concepciones conflictivas de la modernidad (los Aliados contra el Eje), la
Se-gunda Guerra, la Guerra Fría, cuestiones acerca de las esperanzas para la humanidad, planteadas por el
Holocausto y la bomba atómica, cristalización del Tercer Mundo. 5.La fase de incertidumbre (fines de 1960
hasta hoy), que incluye el crecimiento de la conciencia global, la llegada a la Luna y las imágenes de la Tierra
desde el espacio, fin de la Guerra Fría del mundo bipolar, rápido crecimiento de instituciones, movimientos y
medios de comunicación globales, problemas de multiculturalidad y polietnia, los derechos humanos se
generalizan, resur-ge el Islam, reconocimiento de los problemas globales de medio ambiente y la Cumbre de la
Tie-rra. En resumen, el punto más importante de Robertson «es que el proceso de globalización tiene una
autonomía general y una lógica que operan con relativa independencia de los procesos estrictamente sociales y
de otros procesos estudiados de forma más convencional. “El sistema global no es sim-plemente un resultado
de procesos de origen básicamente intra-social ni tampoco un desarrollo del sistema interestatal… Es mucho
más complejo que todo esto”. Análisis y consecuencias: Si el proceso de globalización remite a algo más que
al mundo de la eco-nomía capitalista y al del sistema de las naciones-estado, si es complejo y
pluridimensional, ¿cómo hemos de entenderlo y cuáles son sus consecuencias? El análisis de Robertson del
proceso de globalización implica la interacción dinámica de cuatro componentes, puntos focales o de
referencia que han agudizado sus formas desde la fase de despegue: las sociedades constituidas nacionalmente,
el sistema internacional de sociedades, los individuos, la humanidad. Se remarcarán algunos aspectos. •En
primer lugar afirma que cada uno de los componentes tiene una relativa autonomía, pero al mismo tiempo es
constreñido por los otros tres, y que cargar el énfasis en uno a expensas de los otros es una forma de
“fundamentalismo”. •En segundo lugar, su perspectiva de la globalización tiene un foco cultural, lo cual
significa que, por importantes que sean, las cuestiones económicas y las relaciones transnacionales están
consi-derablemente sujetas a contingencias y codificaciones culturales. •En tercer lugar, en su modelo, la
globalización incluye procesos de relativización: de sociedades, de identidades, de ciudadanía, de referencias
sociales y también de culturas, doctrinas e ideologías. Al usar el término «relativización» Robertson pretende
indicar las formas en que, a medida que avanza la globalización, se presentan cada vez más retos a la
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estabilidad de las perspectivas parti-culares sobre el proceso de globalización en su conjunto y a las formas
colectivas e individuales de participar en él. Una de las intuiciones más provechosas de Robertson es que
mientras las tendencias hacia la unici-dad del mundo son inexorables, esto no implica la desaparici6n de lo
local o la homogeneización de lo particular. Es más, la relación entre lo universal y lo particular es central para
nuestra comprensión del proceso de globalización. Particularismo y universalismo no son simplemente
simultáneos, sino que están interpenetrados. Finalmente Robertson enfatiza lo que otros no hacen: el aspecto
de intensificación de conciencia que acompaña la globalización. En efecto, la misma noción de globalización
implica connotaciones que hacen reflexionar. Qué pensamos acerca del mundo, de nosotros, de nuestros países
y de la relación entre todo esto, forma parte de lo que entendemos por globalización. Y por esto es importante
para entender la posición de la la Iglesia y su misión social. Para los teóricos, la globalización es un hecho, no
necesariamente una cosa buena en y por sí misma; e implica la relativización de identidades individuales y
colectivas; rompe modelos establecidos de relaciones políticas y económicas; engendra conflictos culturales al
yuxtaponer diferentes formas de vida; en definitiva: plantea problemas y retos a las naciones, al orden
internacional, a los individuos y a la humanidad. Globalización y religión: Hasta aquí no se ha hecho mención
de la religi6n. Wallerstein considera todos los factores culturales, incluida la religión, como epifenómenos,
funciones dependientes del dominio económico. Y para Giddens la religión tampoco es un factor importante
en el proceso de globalización. Para Robertson, en cambio, la religión es un ingrediente crítico del proceso de
globalización y lo es de diversas formas. Se centra en la pregunta de cómo pensamos el mundo como una
comunidad de seres humanos, cuestión que, como él mismo reconoce, tiene una larga historia en el
pensamiento teológico y metafísico. Es una imagen del orden mundial que coloca a la humanidad como pivote
del mundo como un todo. Y Robertson cita explícitamente a la Iglesia Católica, a la que considera la
organización más antigua orientada a todo el mundo, en el que recientemente ha sido particularmen-te efectiva
y políticamente influyente reivindicando que la humanidad era su interés principal. Ro-bertson considera la
religión como algo crucial para repensar la noción de comunidad en un mundo globalizado. Pero el
tratamiento más completo y sistemático de la relación entre religión y globalización se debe a Peter Beyer, de
la Universidad de Toronto. Beyer sostiene que la religión “desempeña uno de sus papeles significativos en el
desarrollo, la elaboración y la problematización del sistema global”. Beyer está interesado en la influencia
pública de la religión, que es otra forma de hablar de su misi6n social. Beyer define la religión en general
como un tipo de comunicación basado en la polaridad inmanente-trascendente, que funciona para dar
significado a la indeterminabilidad radical de toda comunicación humana significativa, y que ofrece vías de
superación o al menos de dominio de esta indeterminabili-dad y de sus consecuencias. Históricamente ha
habido una relación estrecha entre grupo cultural y religión, con lo que uno y otro han tenido que hacer frente
a distintos contextos. Pero la religión no es sólo algo cultural, también es algo sistémico y, como otros
sistemas de comunicación (político, legal, artístico, económico) puede funcionar como un subsistema de la
moderna sociedad global. Beyer afirma que la religión es una esfera social que manifiesta a la vez lo particular
sociocultural y lo global universal. En el nuevo contexto, Beyer ve dos posibles maneras de que la religión
tenga una influencia pública en una sociedad global. La primera, que él llama opción liberal (la terminología
puede más bien con-fundir que clarificar), es seguida por los ecumenistas, los tolerantes, los religiosamente
pluralistas. El principal problema teológico de esta opción es que hace poco reales las demandas religiosas:
vehicula poca información específicamente religiosa que marcaría la diferencia en las decisiones de la gente, o
que la gente no podría obtener de fuentes no-religiosas. La opción liberal tiene dificultades para es-pecificar
los beneficios y los requisitos de la religión en su forma funcional o “pura”, lo cual la ha llevado a apoyarse en
relaciones de aplicación para restablecer la importancia de la religión. Para Be-yer el mejor ejemplo de esta
opción es la teología de la liberación: “Esencialmente los teólogos de la liberación responden a la privatización
de la religión buscando una revitalización de la función reli-giosa en aplicaciones religiosas, especialmente en
la esfera política”. La segunda opción es la conservadora, que reafirma la tradición a despecho de la
modernidad. Beyer considera que esta opción hace más visible la religión en el mundo de hoy y es un aspecto
vital de la globalización y no su negación. La religión reafirma la visión tradicional de la trascendencia, pero
se encuentra en conflicto con las tendencias dominantes en la estructura social global. Esta opción se
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concentra en la función religiosa y tiende a la privatización. Y la aplicación, en esta opción, toma con
frecuencia la forma de la movilización política (la revolución islámica en Irán, el sionismo en Israel). A
diferencia de la opción liberal, esta opción sostiene que las normas religiosas deberían entrar en la legislación
y pretende resolver los problemas sociales otorgando al sistema religioso y sus valores el primer lugar entre las
distintas esferas funcionales. Según Beyer, pueden frenar la ola de las conse-cuencias de la globalización por
un tiempo, pero no niegan la estructura fundamental de la sociedad global. En el análisis de Beyer, el contexto
moderno y global conlleva implicaciones negativas para la religión como forma de comunicación, pero
también un potencial nuevo, pues los subsistemas dominantes dejan en la indeterminación amplias áreas de
vida social y crean problemas que no resuelven (de identidad personal o, de grupo, de amenazas
medioambientales, de desequilibrio creciente de bienes-tar y poder). Estos “asuntos residuales” son afrontados
hoy por movimientos sociales de base reli-giosa. Beyer ve en estos movimientos una serie de posibilidades de
salvar el hueco entre la función religiosa privatizada y la aplicación religiosa de influencia pública. La misión
social de la Iglesia en su contexto global ¿En qué medida la misión social de la comunidad cristina (y más en
concreto la católica) resulta afec-tada por el fenómeno de la globalización? El Papa Juan Pablo II, en su
exhortación Ecclesia in America recogía algunas de estas implicaciones. Positivas podrían ser, dentro de la
globalización económica, el aumento y la eficiencia de la producción que, unido al desarrollo de los lazos
económicos entre los países, pueden contribuir a una mayor unidad entre los pueblos y a hacer posible un
mejor servicio a la familia humana. Entre las negativas, Juan Pablo II menciona la absolutización de la
economía, el desempleo, la reducción y el deterioro de los servicios públicos, la destrucción del entorno y de
los recursos naturales, la creciente distancia entre ricos y pobres, la competencia desleal que pone a las
naciones pobres en situación de creciente inferioridad. En cualquier caso, si bien no se ha experimentado
suficientemente el proceso de globalización como para prever sus ramificaciones y su relación con la misión
social de la Iglesia, es dable analizar algu-nas posibilidades: Naciones – Estado: Si algo ha puesto
rotundamente de manifiesto el proceso de globalización es el cambio que ha supuesto para el papel y las
funciones de las naciones-estado. Sigue siendo cierto que controlan el territorio y los medios violentos, pero
han perdido el control regulador sobre sectores clave del subsistema económico, como las multinacionales, los
precios de las materias primas, el flujo de capitales y de la información económica, o incluso el valor de su
propia moneda. Y aunque algu-nos analistas sostienen que la economía global sigue basándose en lugares
geográficamente estratégi-cos (las ciudades globales) y que el estado sigue siendo el garante definitivo de los
derechos del capi-tal global, es decir, de los contratos y de los derechos de propiedad, lo cierto es que las
naciones-estado tienen un papel distinto y más limitado del que tenían en el siglo XIX y comienzos de XX. En
consecuencia, la nación-estado no puede ser el destinatario principal de la misión social de la Igle-sia como lo
fue en el pasado. La Iglesia, pues, sin dejar de lado las naciones, promueve nuevas orga-nizaciones y
estructuras transnacionales para hacer frente a las formas de injusticia provocadas por la economía
globalizada. En segundo lugar, la Iglesia ha mantenido la distinción entre estado y sociedad civil, en contra del
totalitarismo o del estado que controla todos los aspectos de la vida. En muchas de las naciones-estado
emergentes, la Iglesia ayuda a la formación de asociaciones cívicas, organizaciones intermedia-rias
independientes del estado ya que fomentar la democracia y gobiernos democráticos sea una con-dición previa
para el crecimiento de la sociedad civil. Es decir, la misión social de la Iglesia: impulsa ambas cosas a la vez:
organizaciones intermediarias de la sociedad civil y formas democráticas de gobierno en las naciones-estado
emergentes en las que la relación entre sociedad civil y el estado di-fiere de la que hay en Occidente. Sistema
internacional de sociedades: Estas limitaciones de las naciones-estado hablan a favor del fomento de los
organismos internacionales. La Iglesia apoya el fortalecimiento de las Naciones Uni-das de manera que
pudiera existir alguna forma de poder policial no sujeto al veto de ninguna na-ción-estado. El principio de no
interferencia debería modificarse legalmente para capacitar a las Na-ciones Unidas a proteger a las minorías de
la explotación y la opresión, como ponen de manifiesto las atrocidades en Ruanda y la antigua Yugoslavia. La
Iglesia apoya y colabora con otros organismos internacionales para controlar las violaciones de los derechos
humanos y también graves problemas ecológicos, como el efecto invernadero y la deforestación. También
desarrolla su misión social a ni-vel regional, impulsando la cooperación entre Iglesias en determinadas áreas.
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Economía capitalista, división del trabajo y orden militar mundial: Estos aspectos del análisis de Giddens los
ha tratado la Iglesia desde Juan XXIII. Pero la situación cambió radicalmente con el colapso de la Unión
Soviética y la caída del comunismo en los países de la Europa del Este. Juan Pablo II ya dejó claro en la
Centessimus annus (n. 42) que el capitalismo neoliberal actualmente impe-rante no existiría sin sus propias
formas de injusticia, y hacía notar las consecuencias de una forma de globalización dominada exclusivamente
por el mercado. El capitalismo neoliberal, en efecto, parece conducir a una mayor desigualdad en la
distribución del bienestar, a un cierto nivel de desempleo y de precariedad laboral, a una creciente desigualdad
entre ricos y pobres y entre naciones ricas y po-bres. Datos sobre esto no faltan: al menos 10 países africanos
tienen un producto interior bruto per capita inferior al que tenían en 1960; hay más ordenadores en los Estados
Unidos que en todo el resto del mundo y Norteamérica y otros países industrializados poseen el 97 % de las
patentes de todo el mundo. Este vacío creciente entre los países ricos del norte y los más pobres, especialmente
de África y Asia, suscita la pregunta de cómo la opción preferencial de la Iglesia por los pobres puede llevarse
a cabo en una economía globalizada. Por supuesto se debe hacer atendiendo no sólo a los individuos, sino
también a países o regiones enteras del mundo, y debe dirigirse a las estructuras que provocan la po-breza y a
las reglas de la globalización para que beneficien a todos y no sólo a las empresas. La Iglesia no puede
proporcionar soluciones específicas a estos problemas, pero puede presionar a los países ricos, representados
por ejemplo por el Grupo de los Siete, para que escuchen también a los países pobres cuando se trate de crear
nuevas estructuras. En cualquier caso, ya hemos dicho que muchas naciones-estado son incapaces de
enfrentarse a estos problemas por sí mismas, y que se requieren nuevas estructuras internacionales para
enfrentarse a estos problemas. Para responder a la pregunta de cómo se hace esto, hemos de acudir a los dos
com-ponentes mencionados por Robertson: la humanidad y los individuos. Humanidad: La inclusión de
Robertson del aspecto subjetivo de la globalización, la conciencia de globalidad, es muy pertinente para la
misión social de la Iglesia. Será necesaria una mayor conciencia de la unidad y la dignidad de todo el género
humano si algunas de las sugerencias mencionadas sobre responsabilidad y cooperación se han de hacer
realidad. Con los desarrollos tecnológicos en comuni-caciones, la globalización hace más posible que nunca la
conciencia de solidaridad humana. Los me-dios están contribuyendo claramente, aunque quizá no
deliberadamente, al incremento de esta con-ciencia. Gentes de muy distintas partes del globo quizá no puedan
ayudar, pero se identifican y sim-patizan con víctimas del hambre, de los terremotos, de las inundaciones que
se pueden ver cada no-che en la televisión. Históricamente la Iglesia ha despertado la conciencia de la
solidaridad humana por medio de la enseñanza y el testimonio, pero está dispuesta en ir más allá de este
despertar con-ciencias, hacia acciones responsables con sus indispensables estructuras. Los individuos: Como
individuos, a todos nos influye el conocimiento consciente de la globalidad, aunque nos resistamos a ello. Y
precisamente, la conciencia de la solidaridad humana tiene que darse en los individuos, no en una abstracta
“humanidad como tal”. En consecuencia, para ser efectiva, la misión social de la Iglesia ha de dirigirse a los
individuos. Históricamente esto se ha hecho con la enseñanza y la predicación, pero ante las modificaciones
mencionadas la Iglesia está buscando de forma permanente nuevas formas de comunicación, cada vez más
efectivas. Otra contribución de Giddens y Robertson es su llamada de atención sobre el lugar que ocupan los
individuos como agentes conscientes en el cambio social. Las estructuras sociales son producto de la actividad
humana y se mantienen o no en función del constante impulso de valores y compromisos por parte de los
individuos. La globalización puede hacer que el cambio social parezca una empresa imposible, pero incluso en
un contexto global sin esperanza y sin ayuda, los individuos pueden mar-car -y marcan- la diferencia. Una de
las principales funciones de la misión social de la Iglesia es seguir recordándonos que a la visión utópica
nosotros la llamamos Reino de Dios y que la esperanza lo engendra. Somos una comunidad de esperanza y
resistencia. Universalismo y particularismo: Quizá uno de los análisis más estimulantes de Robertson es el
que concierne a la universalización de lo particular, la particularización de lo universal y la mutua
interpe-netración de ambos. En el caso de la Iglesia (y de la teología) la atención a la diversidad y pluralidad
de culturas, estimulada por el Vaticano II , nos ayudó a centrarnos en lo particular y consecuente-mente en la
necesidad de inculturación. Pero ahora hemos constatado lo porosas que son las cultu-ras, por aisladas que
parezcan geográficamente (por ejemplo, las islas de Micronesia y Oceanía). Des-de sus inicios la comunidad
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cristiana ha vivido con la tensión entre lo particular y lo universal. Para llevar a cabo su misión social, la
Iglesia debe simultáneamente afirmar los principios universales de solidaridad y subsidiariedad humana y
adaptarlos a los contextos culturales particulares. Cultura: Ya hemos visto que el proceso de globalización
incluye aspectos que básicamente son de carácter cultural. Como dice Robertson, no importa cuánto “interés
nacional pueda haber en las in-teracciones entre las naciones, todavía hay aspectos cruciales de naturaleza
cultural que estructuran y modelan muchas relaciones, de las hostiles a las amigables, entre sociedades
organizadas nacional-mente…”. La mayor parte de los conflictos locales y regionales, por ejemplo, en
Ruanda, la antigua Yugoslavia, Oriente Medio, India y Pakistán, no se deben precisamente a territorios o
recursos natu-rales, sino a la cultura. La misión social de la Iglesia se interesa por las culturas, por una parte,
para apoyar las mejores contribuciones de las distintas culturas y, por otra, para criticarlas a la luz del
Evangelio. Habiéndose apoyado en la cultura occidental europea respecto a su actividad misionera, la Iglesia
adopta la posición de escuchar cada día las culturas no europeas y aprender de ellas antes de iniciar cualquier
crítica. Por otra parte, el análisis de la globalización sugiere que estamos ante la formación de algo parecido a
una cultura global y no meramente ante una occidentalización de las culturas. El flujo cultural no va sólo de
norte a sur, sino que, como resultado de la globalización, hay elementos de las culturas domi-nadas que se
abren camino en el norte (por ejemplo, el interés por las religiones orientales). Lo cual nos lleva a concluir que
si es cierto que está emergiendo una cultura global, será como resultado de una interpenetración de lo local y
lo universal. En cierto sentido, el interés por la globalización por parte de los católicos es una continuación de
nuestro interés por la cultura y la inculturación. Hoy, las culturas no sólo implican particularismos y
diferencias locales, sino también la cuestión de cómo cada grupo participa en la singularidad global. La
Eclesiología subyacente: Al reflexionar sobre la misión social de la Iglesia en el contexto de la globalización
presuponemos una eclesiología de comunión, es decir, que la Iglesia Universal es una comunión de Iglesias
particulares. Para entender a la Iglesia a la vez como universal y como local debe recordarse que el Vaticano
II, al reafirmar la importancia de las diversas Iglesias particulares, no abandonó la noción de catolicidad de la
Iglesia: “Esta variedad de Iglesias locales, con su aspiración común, es una prueba particularmente espléndida
de la catolicidad de la única Iglesia” (Lumen Gen-tium, n. 23). El concilio no podía prever el rápido proceso
de globalización que ha tenido lugar desde entonces, pero sí afirmó, con su lenguaje, la interpenetración de lo
universal y lo particular, descrito por Robertson y otros sociólogos desde una perspectiva sociológica. Sus
análisis pueden ayudarnos a evitar la inútil dicotomización entre las dimensiones particular y universal de la
Iglesia. Conclusión: La globalización, pues, es descripción adecuada de un cambio relativamente reciente de
la forma en que las naciones-estado, el sistema internacional de estados, los individuos y la humani-dad como
un todo interactúan los unos con los otros, y de cómo entienden cada uno de ellos que están en este “único
lugar”. La globalización describe a la vez una situación objetiva de relaciones y una conciencia subjetiva de
las mismas. Es cierto que estas nuevas dinámicas tienen aspectos negati-vos (amenazan la identidad de los
grupos y de los individuos), pero también los tienen positivos (po-sibilitan la participación de un número cada
vez mayor de personas en su propio desarrollo, no sólo desde un punto de vista económico, sino también
político y cultural).Y mientras es una cultura global en desarrollo, la globalización no es necesariamente
homogeneizadora, sino que también promueve y valora la diversidad. Para los cristianos, comprometidos
desde siempre con la promoción del bien común y de la justicia y la paz para todos, el nuevo contexto supone
retos y oportunidades. Entre los retos, mencionaremos los siguientes: repensar el lugar y la función de las
naciones-estado en la búsqueda de la justicia; promover y preservar la particularidad cultural capacitando a las
distin-tas culturas para participar en el mercado global; promover la libertad individual sin llevar a un
indi-vidualismo aislado; fomentar nuevas estructuras internacionales para hacer frente a los problemas que
exceden de las capacidades de las naciones-estado; comunicar los principios cristianos de la justi-cia social de
forma persuasiva y que lleve a la conversión del corazón; ejemplificar en la vida de la institución eclesial la
justicia que predicamos. La globalización también ofrece a la misión social de la Iglesia nuevas oportunidades.
Las espectacu-lares nuevas tecnologías de la comunicación ofrecen la mayor posibilidad de aumentar el
sentido de la solidaridad humana y permiten llegar a un conocimiento de unos y otros como seres humanos
impensable cuando León XIII escribió acerca de “las cosas nuevas”. El colonialismo occidental y el
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imperialismo soviético han cedido el paso a un mundo policéntrico. Culturas durante largo tiempo reprimidas
han cobrado nueva vida al interactuar con otras culturas. La Iglesia tiene una nueva opor-tunidad de fomentar
la subsidiariedad y la solidaridad. Su antigua doctrina sobre el uso de los bienes materiales para el bien común
puede ahora aplicarse globalmente, pero al mismo tiempo este bien común ha de concretarse en comunidades
locales y organizaciones intermediarias: globalización de la misión social. Y finalmente, debe insistirse que la
misión social de la Iglesia es una dimensión constitutiva de su misión fundamental: dar testimonio de la
verdad, salvar y no juzgar, servir y no ser servido, ser por-tador de la esperanza y luz para todas las naciones
(Gaudium et spes, n. 3). Lectura opcional ECONOMÍA POLÍTICA INTERNACIONAL Economía política
internacional, disciplina científica que analiza la interacción de la política en la economía entre los Estados del
mundo. La más importante de estas interacciones está relacionada con el comercio internacional. Los
estudiosos de la economía política internacional examinan tam-bién las relaciones financieras, la política
regional y la cooperación económica, la política medioam-biental, los modelos de inversión de las
multinacionales, la ayuda extranjera y las relaciones entre las regiones ricas y pobres del mundo. Los aspectos
militares dominaron el estudio de las relaciones internacionales después de finalizar la II Guerra Mundial en
1945. En las siguientes décadas, la atención se centró en la Guerra fría entre Es-tados Unidos y la Unión
Soviética. Sin embargo, desde 1991, los políticos y especialistas han dedica-do una mayor atención a la
importancia de la economía política internacional en el estudio de las relaciones internacionales. Los analistas
estudian cómo las políticas gubernamentales afectan a las tendencias económicas y por qué los Estados
adoptan determinadas políticas económicas. También intentan comprender los fun-damentos de la cooperación
económica global o regional. Tendencias en economía política internacional Desde el final de la II Guerra
Mundial, el volumen de las transacciones económicas internacionales ha ascendido de forma constante. Al
mismo tiempo, distintas regiones de todo el mundo han expe-rimentado modelos inadecuados de crecimiento
económico. Además, han surgido nuevas institucio-nes internacionales para coordinar esfuerzos y resolver las
disputas que han acompañado a esas transformaciones de la economía global. Comercio internacional Desde
la década de 1990 el comercio internacional ha crecido hasta ocupar casi el 20% de la produc-ción total de
bienes y servicios del mundo. Este volumen comercial equivale a casi cinco veces el gasto militar mundial. Se
han desarrollado asimismo nuevas instituciones para promover y dirigir el comercio mundial. De 1948 a 1995
se negociaron una serie de tratados a través del Acuerdo General sobre Aranceles y Co-mercio (GATT), que
gradualmente redujo los aranceles para la mayoría de productos manufactura-dos. En 1995 el GATT se
convirtió en la Organización Mundial del Comercio (OMC), con mayor autoridad y un mandato más amplio
para promover el comercio. Con todo, la mayor actividad políti-ca relativa al comercio se concentra en los
países industrializados de Norteamérica, Europa occiden-tal y Asia oriental. En conjunto, los países de estas
áreas acumulan el 75% del comercio internacio-nal. Flujo monetario internacional El gran incremento en el
intercambio de divisas en los mercados internacionales ha transformado igualmente la economía política
global. Avanzadas tecnologías de telecomunicaciones unen ahora esos mercados en los principales centros
financieros (Tokio, Hong Kong, Zurich y Nueva York). A mediados de la década de 1990, el valor de las
transacciones diarias de divisas superaba ampliamente el billón de dólares. Este volumen reduce al mínimo el
líquido disponible para los gobiernos naciona-les, que han perdido parte de su antigua capacidad de influir en
los mercados internacionales defen-diendo una determinada divisa. Integración internacional El aumento de
la integración internacional ha sido igualmente notable, ocurriendo sus logros más importantes en Europa. La
Unión Europea (UE) dio sus primeros pasos a partir de la coordinación de las políticas del carbón y del acero
en seis países que, constituidos como Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA) en París en 1951,
redujeron sus aranceles para permitir el libre comercio entre ellos. La UE coordina hoy prácticamente todos
los aspectos de las políticas económicas de los Estados miembros, desde el comercio y la inmigración hasta la
legislación laboral y la política agraria. El 1 de enero de 2002 doce países de la Unión Europea (España,
Portugal, Francia, Italia, Grecia, Alemania, Austria, Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Irlanda y Finlandia)
abandonaron sus monedas nacionales para adoptar el euro. Trescientos millones de ciudadanos pasaron a
formar parte de la Unión Monetaria Europea. El Mercosur (integrado por Brasil, Argentina, Uruguay y
Paraguay) y el Tratado de Libre Comercio Norteamericano (formado por Canadá, Estados Unidos y México)
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son otros ejemplos recientes de integración internacional, en este caso puramente comercial. Multinacionales
La naturaleza del comercio internacional se ha modificado radicalmente desde la II Guerra Mundial. Antes, las
multinacionales realizaban sus operaciones en un país y sus actividades en otros se limita-ban, en un principio,
a la venta de productos. Ahora manufacturan productos en cualquier lugar del mundo. Ello permite a las
compañías obtener ventajas de diverso tipo en cada Estado: por ejemplo, mano de obra barata, trabajadores
cualificados, recursos naturales o una legislación fiscal y comercial ventajosa. Las multinacionales han
generado mercados globales para sus productos. Su creciente po-der amenaza a los distintos gobiernos
nacionales, que deben sopesar la necesidad de la inversión y el comercio extranjeros con el deseo de preservar
su soberanía y cultura nacionales. Crecimiento de las economías asiáticas Al tiempo que la economía
mundial crecía en las décadas de 1980 y 1990, el centro de la actividad económica se trasladaba de Europa y
Norteamérica a Asia. Desde su reciente industrialización, Corea del Sur, Hong Kong y Singapur han registrado
un crecimiento económico y una prosperidad extra-ordinarias, utilizando estrategias basadas en el aumento del
comercio exterior y de sus exportaciones. China logró una media de crecimiento anual del 10% entre finales
de la década de 1980 y principios de la de 1990, utilizando un modelo de desarrollo económico parecido, que
ha prolongado en el tiempo y que le coloca como gran candidata a potencia económica mundial en el siglo
XXI. En cam-bio, la mayor parte de África ha mantenido una tendencia negativa en sus niveles de vida. El
cambio económico global ha alterado también el equilibrio del poder político. La economía política
internacional se convirtió rápidamente en una disciplina académica en la década de 1980. Liberalismo y
mercantilismo Quienes abogan por políticas liberales en economía internacional apoyan la libertad comercial
y de mercado, y se oponen a la legislación o a la intervención reguladora por parte de los gobiernos. El
compromiso con el libre mercado es la base de la “ventaja comparativa”, idea desarrollada por los economistas
británicos Adam Smith y David Ricardo a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX. De acuerdo con
la teoría de la ventaja comparativa, un país determinado puede producir y ex-portar determinados bienes y
servicios mejor que otro, debido a que posee los recursos naturales y la cualificación laboral que se necesita
para la producción de esos bienes y servicios. Los Estados se especializarían en la producción de bienes y
servicios en los que tienen una ventaja comparativa, utili-zando los beneficios obtenidos para importar otros
bienes y servicios que precisen. Los liberales ar-gumentan que tales prácticas maximizan la creación de
riqueza global y hacen crecer el patrimonio de cada país, aunque no necesariamente la igualdad. Las políticas
mercantilistas, por el contrario, favorecen un mayor control político sobre los mercados y los intercambios. En
concreto, abogan por el uso de políticas proteccionistas que incluyan arance-les, subsidios y otras medidas que
protejan a las compañías nacionales frente a sus competidoras ex-tranjeras. Los mercantilistas reclaman
políticas comerciales, monetarias y de intercambios como base para el fortalecimiento de la posición de fuerza
de un país respecto a los otros. En los siglos XVI y XVII, por ejemplo, las monarquías controlaban las
economías nacionales en Europa. En esa época, las autoridades consideraban que el excedente comercial
(cuando los beneficios de las exportaciones superaban los costes de las importaciones) debía destinarse a la
constitución de un fondo de oro o plata, que se podría utilizar cuando los necesitara el ejército en caso de
guerra. A los mercantilistas les preocupa menos que a los liberales aumentar la riqueza global. Se centran en la
fuerza tanto econó-mica como política de sus países en relación con los rivales. Los liberales toleran
temporalmente la protección de la industria nacional en algunos casos, como cuando la industria
automovilística o del acero precisa un tiempo para establecerse antes de poder competir en los mercados
globales. Las políticas también se enfocan a la protección de las industrias consideradas esenciales para la
seguridad nacional. Marxismo Las ideas de Karl Marx ofrecieron un enfoque filosófico-político
completamente diferente para com-prender el comportamiento y las políticas económicas. El marxismo incide
en la desigualdad de la relación entre clases económicas y la vulnerabilidad de los grupos económicos más
pobres para ser explotados por los grupos más ricos y poderosos. Los marxistas ven las relaciones económicas
inter-nacionales como una extensión de la lucha de clases entre ricos y pobres. El enfoque marxista ha
disminuido su influencia desde finales de la década de 1980, especialmente tras la desintegración del bloque
soviético y el proceso de transición al capitalismo en China. Sin embargo, las teorías marxistas aún suscitan el
interés de los estudiosos, especialmente en el análisis de las relaciones entre los países ricos y pobres. El
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problema de los bienes colectivos Los especialistas que estudian cómo cooperan los países a pesar de la falta
de un gobierno central a escala mundial dedican una atención especial al denominado “problema de los bienes
colectivos”. Un bien colectivo es cualquier beneficio del que disfruta un grupo, sin importar en qué medida
haya con-tribuido cada uno de los miembros que lo componen. Cada individuo se enfrenta a la tentación de
contribuir en menor medida que los demás al mantenimiento de ese bien colectivo. No obstante, si muchos
miembros dejan de cumplir con su responsabilidad, el bien dejará de existir. Por ejemplo, los bancos de pesca
de los océanos son un bien colectivo. Cada país se beneficia de ellos, pero si todos los países pescan
demasiado, las reservas mundiales decrecerán. En el ámbito de las políticas econó-micas nacionales, los
gobiernos solucionan el problema de los bienes colectivos mediante leyes, co-mo la obligación de pagar
impuestos. El problema de los bienes colectivos afecta prácticamente a todos los ámbitos de los que se ocupa
la economía política internacional. En las relaciones comerciales, cada país aprovecha su habilidad para
exportar sus productos a otros mercados nacionales, pero puede salir beneficiado si eleva sus arance-les para
restringir las importaciones. En el intercambio mundial de divisas, a todos los países les be-neficia que exista
un tipo de cambio estable, lo que facilita los negocios y el comercio, pero le puede convenir devaluar
unilateralmente su propia divisa para rectificar un déficit comercial. Las soluciones a los problemas
relacionados con los bienes colectivos en la economía política internacional suelen incluir la formulación de
acuerdos y creación de instituciones internacionales que coordinan las ac-ciones de varios países. Los
estudiosos “institucionalistas neoliberales” encuentran tales soluciones posibles, aunque imperfectas. Sin
embargo, los estudiosos “realistas” son mucho más pesimistas en cuanto a la resolución de los problemas de
los bienes colectivos, porque ven a los países más intere-sados en su propio beneficio y muy motivados por el
deseo de aumentar su poder respecto a otros Estados. Futuro de la economía política internacional En la
década de 1990 el liberalismo ha prevalecido sobre el mercantilismo y el marxismo en los deba-tes
académicos y políticos relativos a la economía política internacional. La expansión global del co-mercio
internacional, los negocios y el intercambio de divisas ha sustentado en gran parte el argu-mento liberal sobre
los beneficios que supone el libre comercio y los mercados abiertos. Pese a los problemas de los bienes
colectivos y otros obstáculos para la cooperación internacional, los gobier-nos nacionales y las organizaciones
internacionales han encontrado formas eficaces de cooperación. La economía política internacional se enfrenta
a un buen número de retos en las próximas décadas. Aunque la integración regional entre las distintas
economías nacionales avanza, ha emergido también un potencial divisor del mundo en tres bloques
comerciales rivales: Europa, América y Asia. La cada vez mayor interdependencia entre países ricos y pobres
se ha convertido en una rémora mundial, generando un creciente aislacionismo en Estados Unidos, xenofobia
contra los inmigrantes en Euro-pa y violentos movimientos islámicos antioccidentales en Oriente Próximo y el
norte de África. La estabilidad de la economía global interdependiente se ha visto afectada también por la
profunda crisis económica de la antigua Unión Soviética, el deterioro social y económico de África y las
oscilaciones de las principales economías latinoamericanas. Por último, debe citarse también la creciente
resisten-cia planetaria a la globalización capitalista. Su expresión más notoria, las multitudinarias
manifesta-ciones que rodean a cualquier reunión de los grandes organismos internacionales, son ya un factor
influyente para los líderes del mundo. Lectura Opcional ANÁLISIS DE LA GLOBALIZACIÓN DESDE LA
ECONOMÍA La globalización es un factor importante que ha contribuido a la disfuncionalidad de las
instituciones del mercado, la sociedad y el Estado, generando graves consecuencias en la economía, la política,
la sociedad y la cultura de nuestros pueblos. Los intereses de las empresas transnacionales se contrapo-nen con
los intereses de las grandes empresas nacionales y con más razón de las medianas, pequeñas y micros, al grado
de que muchas de éstas sucumben a los embates del capital transnacional. Además, los intereses de los dueños
de este capital e inversionistas se sobreponen a los intereses colectivos de las sociedades. Los procesos de
diferenciación por los que atraviesan los Estados-nación bajo la glo-balización, reducen las funciones y los
recursos del Estado en beneficio del mercado y de la denomi-nada sociedad civil. Por lo tanto, la lógica
financiera que quiere avanzar conjuntamente con la lógica de la democracia, también entran en conflicto. El
Estado-nación ya no puede dar marcha atrás y volver a proteger su economía, ni tampoco orien-tarse a la
demanda social, bajo las condiciones que le impone la globalización. En parte esto se expli-ca porque la
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evolución del capitalismo ha requerido del Estado para que cumplan con ciertas tareas que no le proporcionan
beneficios directos y por lo tanto influye en su comportamiento. El Estado es en cierta manera, un
representante oficial del capitalismo. El Estado surgió como un instrumento para salvaguardar los intereses del
capital y como una necesidad de gobernabilidad de una sociedad con una división de clases sociales. Una de
las cuales, la clase dominante, necesita de instrumentos para proteger sus intereses garantizando y creando las
condiciones necesarias para la reproducción y acumulación de procesos y medios de producción que son el
origen de su poder y riqueza. El Estado se formó en el siglo XVII y se consolidó en el XIX tanto el ámbito de
la ideología, las organizaciones y las instituciones. Para lograr sus propósitos, imponen la racionalidad del
sistema, las condiciones legales y las políticas que guían la acción de las instituciones económicas y sociales.
El Estado tuvo como objeto muchas propiedades mensurables tales como el poder y la riqueza. Las
condiciones de operabilidad del capitalismo cambian y ahora necesita de un Estado mínimo, cuya existencia
haga viable un gobierno para el mercado. El nuevo rol que el capital tiene en la globaliza-ción requiere de una
subordinación del Estado a sus intereses La sociedad civil intenta buscar respuestas a la dominación
capitalista neoliberal supranacional en el mismo plano a través de la experimentación de procesos
autorganizativos. Las normas sociales que promueve tienen el potencial para infundir una nueva moralidad a la
economía. Pero ni el Estado, ni el mercado, ni la sociedad civil tienen la suficiente capacidad por sí mismas
para lograr la gobernabi-lidad de una sociedad. El mercado no tiene la suficiente capacidad para cohesionar
una sociedad que presenta fisuras por problemas de diferencias políticas, étnicas, religiosas, etc. y por
conflictos de intereses. El mercado es una fuente constante de conflictos y tensiones sociales que deben ser
resueltos por un proyecto polí-tico. Screpanti (1999) ha acuñado el término \"estructuras de gobernabilidad de
acumulación\" para definir los sistemas que gobiernan los usos de la plusvalía que sostienen la acumulación,
tales como los \"mercados de bienes\", los \"mercados compañías\" o mercados para el control corporativo, las
jerar-quías externas y las jerarquías internas. Los mercados de bienes o mercancías son aquéllos en los que los
consumidores individuales y organizacionales aparecen como sujetos y los objetos de transacción son insumos
y productos reales, dinero y créditos. Los mercados compañías o mercados para el con-trol corporativo son
aquéllos que tratan a las empresas como cosas que son el objeto de la transac-ción. Las jerarquías internas son
estructuras de relaciones que unen a los miembros de una organiza-ción. Las estructuras externas son
estructuras de relaciones de poder y subordinación entre las orga-nizaciones. El mercado, dice Soros, reduce
todo, incluidos los seres humanos (mano de obra) y la naturaleza (tierra) a mercancía. Podemos tener una
economía de mercado, pero no podemos aceptar una sociedad de mercado. Además de los mercados, la
sociedad necesita instituciones que sirvan a fines sociales como la libertad y la justicia social. Esas
instituciones existen en países concretos, pero no en la sociedad global, continúa diciendo. A su vez, una
sociedad que aprecia la libertad tiene en el nihilismo un reto para evitar al Estado tota-litario que bajo su poder
involucra y sofoca a los seres humanos. De acuerdo con Henderson (1996), las asimétricas consecuencias
sociales, políticas, económicas y territoriales de la globalización son parcialmente un resultado de la lógica de
los procesos de globalización por sí mismos. También, par-cialmente de las relatividades de la economía
nacional y el poder geopolítico, y parcialmente de la constitución, prioridades y lógicas de las formas de
capitalismo que organiza los espacios nacionales y locales. Vista la globalización desde estos espacios, es la
continuidad de la experiencia capitalista. La globalización es una etapa superior del desarrollo del sistema
capitalista. El Estado ya no desempeña las funciones que tenía anteriormente, dejando un vacío que no ha
podido cubrirse por ninguna de las instituciones existentes. La comprensión adecuada de nuestra condición
presente, demanda atención a la conceptualización y teorización de los recursos, naturaleza y consecuencias de
la globalización de las diferentes formas de capitalismo que ahora organizan sus respectivos territorios dentro
de la economía mundial y a sus múltiples articulaciones. Bajo la tesis de que el capitalismo globalizador es un
proceso de destrucción creativa como resultado de un manejo de las tensiones entre caos y orden, se explica
que las empre-sas globales están reemplazando a las empresas que operan solamente en un territorio nacional.
En este sentido, el poder de sobrevivencia del capitalismo global depende de su capacidad para corregir sus
propias deficiencias. La productividad del capitalismo globalizador es resultado de una incesante y brutal
destrucción de cadenas industriales locales y regionales, estilos de vida nacional, etc. Por ejemplo, en los
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términos de producción, distribución y consumo, se confronta con un dilema: entre la producción orientada
hacia la satisfacción de las necesidades de un mercado nacional y la producción competitiva orientada para
insertarnos en un mercado globalizado bajo el supuesto de que la información en ese es virtualmente perfecta.
Las organizaciones son dominios importantes para el análisis crítico de las esferas públicas y priva-das. Las
organizaciones están pasando por un período crítico de autodiagnóstico para determinar sus capacidades y
competencias que les permitan no solamente su sobrevivencia, sino también asegurar cierta continuidad a sus
operaciones y funciones en un mercado global. Una política crítica debe res-paldar la idea de trabajo
organizacional. La dinámica de la economía ha hecho obsoletos muchos mecanismos a nivel micro para la
administración de los costos organizacionales. Las organizaciones pueden ser vistas como unas economías en
miniatura en las cuales la propiedad de los activos conlle-va el poder de los directivos para definir las reglas
del juego. Las organizaciones, sobretodo las empresas, son creadas para reducir los costos de transacción
aso-ciados con el uso de los sistemas de precios. Sin embargo, Riordan y Williamson (1985) en su discu-sión
sobre la economía de los costos de transacción y la elección organizacional anticiparon que la elección
organizacional puede estar influenciada por la búsqueda de la eficiencia y por la estrategia bajo una
competencia de números pequeños. Los análisis sobre la economía de los costos de tran-sacción y de otros
acercamientos organizacionales a la administración estratégica no incorporan el conflicto estratégico.
Nickerson y Bergh (1999) sugieren que la elección de gobernabilidad para una transacción intermedia puede
estar condicionada por los atributos tanto por la misma transacción como por consideraciones estratégicas en
la transacción empresa-cliente. Por lo tanto, para estos autores, economizar y estrategizar son actividades
relevantes a la elección organizacional. Los conceptos de los costos de transacción de la historia económica
(North and Thomas, 1973) ayu-dan en los análisis de las relaciones entre el gobierno y el mercado y en los
diferentes arreglos institu-cionales que existen para subsanar las llamadas fallas tanto del mercado como del
sector público, justificando hasta cierto punto las intervenciones del gobierno. Los diferentes trabajos de North
(1981, 1990, 1993) analizan los incrementos de los costos de transacción y coordinación como resul-tado de
una creciente complejidad de la actividad económica y los avances tecnológicos y organiza-cionales que
impactan en los arreglos institucionales. Allen (1991) define los costos de transacción como los recursos
necesarios para transferir, establecer y mantener los derechos de propiedad, los cuales llegan a ser más
completos y extensivos cuando se acercan a cero. Una teoría parcial de la firma integra aspectos de
organización interna con la teoría de los derechos de propiedad (Holmstrom, 1999). Esta teoría hace énfasis en
la contratación incompleta y en los derechos de decisión residual en lugar de los contratos imperfectos y los
costos de la agencia que dan mayor claridad al significado de propiedad como una característica definitoria del
mercado. El cues-tionamiento de fronteras entre mercado y organización permite analizar las interacciones y
las com-petencias así como las formas de complementación en la asignación de individuos- tareas y en los
incentivos individuales. Los costos de transacción están representados por los costos de las negociaciones,
contratos relacio-nales, demandas legales, etc. Bajo derechos de propiedad perfectamente especificados, con
cero cos-tos de transacción, los mercados operan perfectamente. De acuerdo con el enunciado del Teorema de
Coase, si los derechos de propiedad se especifican completamente y los costos de transacción son cero, la
asignación de los recursos será eficiente. De acuerdo con Adler (1999), la confianza como un mecanismo de
coordinación del modo organizacional comunidad, reduce considerablemente los cos-tos de transacción los
riesgos de la agencia. El concepto de eficiencia de un sistema económico es definido por Coleman (1993) sólo
dentro de una distribución particular de recursos, una asignación constitucional de derechos y recursos. Si las
externalidades son internalizadas y los costos de transacción son reducidos a cero, ese sistema logra la
eficiencia, pero si los derechos se asignan diferentemente, a personas con diferentes intereses, en-tonces la
eficiencia resultante varía. Sin embargo, en la realidad esta situación ideal enunciada en el Teorema de Coase
no existe debido a las fallas del mercado. Las fallas del mercado pueden ser defi-nidas como las desviaciones
de lo óptimo con respecto a la operación de un sistema de precios que no es costoso (Zerbe y McCurdy, 1999).
El concepto de falla de mercado es usado por la teoría mar-ginalista para describir situaciones en las que por
alguna razón se violan los supuestos que garantizan las proposiciones centrales. El análisis marginalista de las
fallas del mercado identifica dos estados: el primero enfocado a los efectos externos, la competencia
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imperfecta y los bienes públicos que dejan poco lugar para la intervención del Estado y muy poco para la
provisión estatal de bienes y servicios (Moudud and Zacharias, 1999). Sin embargo, en la realidad de muchos
países con economías capita-listas avanzadas el rol del Estado excedió las fronteras demarcadas por la teoría
marginalista. Las fallas de mercado ocurren cuando éste no produce los bienes públicos, inadveridamente
produce externalidades, da origen a monopolios naturales, exenta a las partes por medio de asimetrías de
in-formación o crea distribuciones no deseables de ingresos. Las externalidades surgen cuando las par-tes
efectúan transacciones (Zerbe y McCurdy, 1999). Las fallas del mercado desaparecen cuando los costos del
sistema de precios son cero. Pero este modelo del mercado falla porque las externalidades son definidas por
los costos de transacción y porque los costos de transacción son ubicuos. Las ex-ternalidades son definidas por
los costos de transacción como el valor neto de la externalidad que constituye la frontera más baja de los
costos de transacción asociados, es decir, los costos de transac-ción nunca serán más bajos que el impacto
monetario neto de la externalidad. Estos costos de tran-sacción nunca serán cero y serán iguales o mayores que
el valor neto de la externalidad. Las externa-lidades se presentan en cualquier momento que haya ineficiencias
en las leyes que afectan los merca-dos. En la organización de las transacciones pueden elegirse entre
colocarlas en el mercado o localizarlas dentro de una empresa, de acuerdo a Coase (1937). Las empresas,
caracterizadas como jerarquías administrativas, son una forma particular de organización la cual se contrasta
con otras formas dife-rentes, como el mercado, para administrar intercambios o transacciones entre las
diferentes partes involucradas. En el mercado, las transacciones ocurren sin la supervisión de los
administradores. Según Coase (1937) y Simon (1951), la característica distintiva de una empresa es el uso de
la autori-dad. Las empresas pueden considerarse como micoeconomías donde la propiedad de los activos
otorga el poder a los directivos y dueños para definir las reglas del juego (Holmstrom, 1999) en la toma de
decisiones. Sin embargo, Alchian y Demsets (1972) sugieren que la característica distitiva de una empresa es
el monitoreo de los insumos más que los productos. Las empresas existen porque pueden reducir los costos de
negociación y establecimiento de términos y condiciones de intercambio relativas a las transacciones del
mercado. Las jerarquías permiten una mejor adaptación que la contratación entre partes autónomas. La
adaptación es importante porque las consideraciones de eficiencia con frecuencia requieren que se hagan
ajustes en la distribución de las ganancias en una relación de intercambio, cuando las relaciones de
intercambio cambian. Las je-rarquías son capaces de resolver las disputas surgidas del intercambio por fiat
como un último recur-so, en donde el fiat no es disponible para gobernar los contratos del mercado. En
contraste, en las contrataciones del mercado, una parte puede usar la ley y el sistema legal oportunísticamente
para \"hacer esperar\" una parte contractual (Coase, 1937; Williamson, 1975, 1985; Klein, 1993; Argyres y
Liebeskind, 1999). Más cuestionable es el concepto de la eficiencia económica que se le asocia con \"la
vigencia del ideal democrático con un aparato productivo que garantiza la competencia, el crecimiento y la
elevación de los niveles de bienestar social\", según Berruga (1997). Sin embargo, la globalización económica
ha incrementado las amenazas y riesgos que no pueden resolver las instituciones de bienestar social. Cuando
un sistema económico opera con altos niveles de ineficiencia, su estructura se vulnera y au-menta su
inestabilidad, repercutiendo en el debilitamiento de su gobernabilidad.
Escisión entre la racionalidad
económica y la gobernabilidad de la sociedad. Para delimitar las bases teóricas de los cambios en el Estado, la
sociedad y el mercado, es necesario revisar las teorías de la agencia (agency theory) y de la elección racional
(rational choice) en que se fundamentan la racionalidad económica y analizar cómo estos principios crean
disfuncionalidades en la gobernabilidad de la sociedad. La racionalidad económica es la base de la \"lógica del
mercado\" y de la gobernabilidad de la sociedad bajo el principio dominante que la naturaleza y conducta
humana, como una inviolable verdad, pueden ser caracterizadas por la persecución de la maximización de
beneficios personales que aseguran el autointeresamiento. Hasta cierto punto, sin embargo, existen fines
sociales o motivaciones de conductas económicas enraizadas en un contexto societal, aunque los medios
necesarios para lograrlos sean económicos o no económicos. Bajo el modelo emergente de globalización
neoliberal, esta \"lógica del mercado\" se aplica a todo tipo de relaciones económicas, políticas y sociales, lo
que da como resultado una creciente sublimación de la política y un desprecio de la realidad social (Birchfield,
1999). Los acercamientos analíticos de la teoría de la agencia (Agency theory o AT) referida a la tecnología
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para monitorear obligaciones que toman la forma de nexos contractuales y organizacionales, así co-mo la
teoría de la economía de los costos de transacción o transaction cost economics (TCE) que relacionan a las
organizaciones como estructuras de gobernabilidad, bajo el supuesto conductual de una racionalidad confinada
y oportunista, constituyen la base de la nueva racionalidad económica y la gobernabilidad de la sociedad. Las
orientaciones racionales de las condiciones económicas y sociales integradas en sus estructuras para su
aplicación delimitan la concepción de esta racionalidad. De acuerdo a Przeworski (1996), la economía es una
red de relaciones múltiples y diferenciales entre clases particulares de principales y agentes: administradores y
empleados, dueños y administradores, inversionistas y empresarios pero también entre ciudadanos y políticos,
políticos y burócratas. El desempeño de las empresas, de gobiernos, y de la economía como un todo depende
del diseño de las instituciones que regulan estas relaciones y de las fronteras que se establezcan para la
separación de los campos de acción entre los Estados-nación y las empresas. Los empresarios son
administradores que actúan como agentes de los inversionistas y funcionarios de las empresas. En el problema
tradicional de la agencia, tanto el esfuerzo costoso del agente, como los factores es-tocásticos (perteneciente o
relativo al azar) más allá del control del agente, influyen en los resultados de una actividad productiva
propiedad del principal, quien elige un contrato de compensación para el agente que trata de alcanzar
incentivos óptimos. Desde luego, lo que se desea con estos incentivos óptimos es prescindir del esfuerzo con
el daño a riesgos compartidos causados por la exposición del agente al exceso de riesgo de los factores más
allá del control del agente. Sin embargo, lo que importa es que los empleados tengan incentivos para
maximizar sus esfuerzos, si los administradores tienen incentivos para maximizar sus utilidades, si los
emprendedores tiene in-centivos para tomar solamente los riesgos buenos, si los políticos tienen incentivos
para promover el bienestar público, si los burócratas tienen incentivos para implementar metas establecidas
por los políticos. Gersbach (1999), por ejemplo, considera un modelo donde el público está inseguro acerca de
la competencia de un agente y si el agente está preocupado acerca de las consecuencias de deci-siones de
políticas, como en el caso del estadista, o si solo está preocupado acerca de las creencias del público, es decir,
populista. Un agente competente puede juzgar las consecuencias de un proyecto de políticas y debe invertir
inmediatamente o nunca. En términos generales, el bienestar social puede ser mayor comparado a la situación
en donde el público está inseguro si el agente es un estadista o un populista. Los tipos de populistas
distorsionan su decisión, mientras que los tipos de estadistas son más eficientes en sus decisiones. El antiguo
debate entre lo público y lo privado bajo el marco de referencia de la teoría de la agencia está relacionado con
el cuestionamiento de cual forma de propiedad es la que mayormente promueve el bienestar social. La
compatibilidad entre los objetivos políticos y económicos ocurren cuando en un sistema político ideal se
enfatiza el mercado neoclásico con cero costos de transacción, lo que permite que ocurra el intercambio
político de la maximización de la riqueza. El problema está en que ningún sistema político es perfectamente
eficiente, lo que repercute en limitaciones que reducen la riqueza. El modelo teórico agente-principal
incorpora explícitamente los incentivos y las asimetrías de infor-mación en el diseño de mecanismos óptimos
en las organizaciones. El equilibrio de cualquier meca-nismo se obtiene como un resultado de un mecanismo
de revelación bajo e cual los agentes revelan confiadamente su información privada. Las relaciones entre al
agente y el principal (el administrador y el dueño) son importantes en la determinación de los niveles de
eficiencia. La teoría de la agencia se refiere a las relaciones entre el principal y el agente, salvaguardando las
transacciones que realicen contra acciones que son oportunistas. La unidad de análisis de la teoría de la
agencia es el agente contratante, mientras que para la teoría de los costos de transacción es la misma
transacción materia del contrato. La teoría de los costos de transacción con todos los tipos de relaciones
contractuales eficientes, tales como los costos en in-formación, negociación, contratación y garantía para hacer
cumplir las condiciones de los intercam-bios, examinan formas alternativas de organización económica para
economizar con respecto a las consecuencias de una racionalidad confinada. Estos costos de transacción se
relacionan con el desa-rrollo de estructuras de gobernabilidad que aseguran la obtención integrada de los
contratos. Ambas teorías son excepciones de la economía neoclásica que modela a la empresa como una
función de producción cuyo objetivo es la maximizar utilidades. Dunning (1997), argumenta que los patrones
cambiantes de demanda y avances tecnológicos han impactado los costos de transacción y coordinación de la
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actividad de valor agregado. Las institucio-nes e infraestructuras culturales sobre las que se desarrolla tal
actividad, han afectado críticamente los méritos de los modos alternativos de la organización económica, y
sobre los años, la combinación óptima de estos modos han sufrido un cambio marcado. Las variables
culturales están siendo subes-timadas como obstáculos al desarrollo. Las organizaciones que se diversifican en
los mercados inter-nacionales tienen la tendencia a ser más innovadoras y a desempeñarse mejor que las
organizaciones que no lo hacen. En parte, esto se debe a que participan en mercados mayores, en los cuales no
so-lamente pueden obtener más altos retornos sobre las inversiones, sino también para proveerse de los
recursos necesarios para desarrollar nuevas y mejores innovaciones. Los procesos de globalización creciente
presionan fuertemente a las organizaciones para la obtención de una constante \"desintermediación\" de los
procesos de producción, distribución y consumo que altera los patrones establecidos al nivel organizacional y
acelera la innovación de nuevos mecanismos que proporcionan ventajas en la adquisición de la información y
expectativas. Así, la forma en que las corporaciones multinacionales se organizan en un medio ambiente
altamente competitivo, el cual las presiona para dejar de operar como si fueran una colección de subsidiarias
independientes, por una estructura organizacional más flexible. Esta estructura les facilita la integración de sus
actividades a través de las diversas localidades geográficas, a fin de compartir los recursos y ganar en
economías de escala. La adopción del modelo organizacional transnacional por una empresa multinacional es
am-pliamente reconocida como los medios preferidos para ir global (Bouderau, Loch, Robey y Straud, 1998).
Las organizaciones multinacionales deben desarrollarse en organizaciones transnacionales a efecto de obtener
la coordinación global para compartir los recursos y ganar en economías de escala, al mismo tiempo que
permiten la autonomía local para tomar ventajas sobre las oportunidades en los mercados locales nacionales
(Hitt et al,1997). El reto que enfrentan las organizaciones transnacionales es identi-ficar y explotar las
sinergias existentes a través de las fronteras y balancear las demandas locales con la visión global de la
organización. El diseño estructural de una organización transnacional requiere de una cultura corporativa que
valora las diferencias globales tanto en las culturas como en los mer-cados (Hitt, Keats and DeMarie, 1998).
Todavía más, en lo concerniente a los gobiernos, como supervisores y participantes en el proceso creativo y de
asignación de recursos, juegan cualquier papel del todo, sus acciones en afectar la com-petitividad de las
firmas localizadas dentro de su dominio son propicias a afectar ese desempeño. La creciente integración
estructural de las políticas de los mercados, jerarquías y gobiernos a través del espacio geográfico, desde la
mitad de los setenta, ha dado origen a una nueva ola de pensamiento de los economistas, teóricos
organizacionales, y analistas de negocios, acerca del papel de las institucio-nes y los modos organizacionales
en la toma de decisiones económicas (Dunning, 1997). La principal contribución de los economistas clásicos y
neoclásicos es la de avanzar el entendimiento de la natura-leza de los mercados como un fenómeno
económico, mientras que los institucionalistas enfatizan el significado de las instituciones como un fenómeno
económico y social. Se necesita determinar los elementos esenciales de una teoría dinámica del papel de las
empresas en el desarrollo económico de tal forma que proporcionen un marco de referencia para el análisis
social. Las instituciones son diseñadas para obtener resultados eficientes y juegan un papel importante en el
desempeño económico. El modelo globalizador de la economía ha dado mayor preponderancia a las empresas
en las relaciones con el Estado-nación, aunque resulta difícil separar las fronteras entre el Estado-nación y las
empresas, no solo en el plano conceptual sino también en la realidad. La percep-ción y concepción dominantes
es la de que la separación entre Estados y firmas es un producto del tratamiento de modernidad del mismo
Estado-nación. El punto de vista neoclásico de cómo se comportan los mercados y como deben actuar las
institu-ciones, se fundamenta en la teoría de la elección racional (rational choice) de la economía
organiza-cional. A su vez, el diseño del Estado neoliberal y de formulación de las políticas públicas, se
orien-tan y se ajustan a los fundamentos de las teorías de la elección racional y de la elección pública de la
economía neoclásica que guían las decisiones hacia la búsqueda de la eficiencia, la justicia y el interés público
en forma de una racionalidad objetivista científica y por tanto positivista más que desde un criterio
procedimental. De acuerdo con este enfoque de diseño del Estado, los individuos buscan la maximización de
sus utilidades. La teoría de la elección pública, se relaciona con el análisis de la administración del Estado
moderno representado por el desempeño de los administradores y servidores públicos que persiguen la
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maximización de beneficios. El Estado moderno era un espacio de autoridad con un discurso que tiene como
objeto magnificar el poder y el conocimiento. Sin embargo, surge el cuestionamiento moral (Hoff et al. 1993)
cuando los individuos realizan acciones para maximizar su propio bienestar en detrimento del bienestar de
otros, sobretodo en aquéllas situaciones donde los problemas de in-formación previenen la asignación a los
individuos del daño total causado por esta acción. El proceso por el que transcurren las acciones directas se
caracteriza por pasar del conflicto a la confrontación, seguido de la negociación y el monitoreo y por último en
la asociación en el mejor de los casos. La economía clásica o convencional ha asumido esta conducta hiper
racional de los individuos. Sin embargo, está surgiendo un nuevo enfoque en la economía conductual que
diverge de la teoría de la elección racional (rational choice) bajo el supuesto de que en la realidad las personas
actúan en forma diferente, es decir, en forma irracional, a buscar la maximización de sus beneficios y de su
bienestar mediante el uso de la información disponible y actuando siempre con un auto interés a largo plazo,
porque carecen de la visión y de la voluntad para hacer lo que los textos de economía sugieren. Este nuevo
enfoque de economía conductual usa las teorías de la conducta para explicar el \"rompe-cabezas del premio de
la utilidad\", bajo el hecho de que los retornos de utilidad a largo plazo son más altos, de que las personas
odian más las pérdidas que gozan de las ganancias, de que la gentes es recí-proca al espíritu de otros más que a
contra atacar y que las percepciones de injusticias alimentan la revancha aún cuando los costos sean mayores.
Además, sostienen los teóricos de este modelo, los economistas Richard Thaler, Andrei Shleifer, Daniel
Kahneman y Amos Tversky entre otros, que el trabajo que toma realizar la planeación financiera es una buena
razón por la cual las personas son negligentes y descuidan las cosas más importantes que requieren de
esfuerzos personales. La sobrevivencia de las regulaciones pueden tener como explicación las teorías de la
elección pública acerca de los grupos y la búsqueda de rentas. Así, las políticas elaboradas fuera de esta
definición del Estado neoclásico son vistas como generadoras de rentas económicas para apoyar el pago de las
co-rruptelas (coimas) y para recompensar a los electores por el apoyo político. Por lo tanto, la racionali-dad
económica ha forzado a los Estado-nación a desmantelar instituciones y organismos regulatorios en un intento
para alcanzar el concepto ideal. Sin embargo, se cometen excesos, por ejemplo, cuando los emprendedores
sobrellevan los costos de agencia y tienen buenas razones para rendir cualquier discreción para expropiar la
riqueza de los inversionistas y para servir con más lealtad a los accionis-tas. La conclusión lógica, afirma
Coffee (1999) es que la regulación promueve la eficiencia económi-ca, más que confiar en la contratación
financiera solamente. La economía organizacional se caracteriza por una coexistencia en un estado constante
de tensión vigorosa pero creativa entre la intensiva competencia de los mercados y múltiples empresas. A
mayor competencia se generan estructuras de mercado más competitivas. En un modelo competitivo, las
organizaciones maximizan sus beneficios si cuentan con una tecnología que genere rendimientos constantes a
escala. La interacción continua entre las empresas que se someten a una búsqueda in-cansable de nuevas
formas que generan valor y los mercados que presionan a las empresas a rendir parte de este valor a otros. La
economía de la organización se enfoca a los costos de coordinación y transacción de la actividad económica,
bajo la tesis de que en condiciones de competencia perfecta, estos costos son cero para usar el mercado como
un modo de asignación de recursos, bajo el supues-to de que la información necesaria es completa. En aquéllas
culturas donde las relaciones de confianza tienen un valor de activo social, los costos de transacción se
reducen, aumentando la competitividad del sistema económico y político. La confian-za es definida como la
probabilidad subjetiva con la cual un actor evalúa que otro actor o grupo de actores desempeñará una acción
particular, antes de que pueda monitorear tal acción (independien-temente de su capacidad para poder
monitorear) y en un contexto en el cual afecta su propia acción (Adler, 1999). Las relaciones entre los actores
y grupos atraviesan por procesos determinados por situaciones específicas de conflicto, confrontación,
negociación y acuerdo, monitoreo y asociación. En la forma tácita del conocimiento, la confianza es una
condición esencial para la transferencia del conocimiento efectivo. Adler argumenta que la forma de confianza
más efectiva es la confianza que tiene propiedades efectivas únicas para la coordinación de actividades
intensivas en conocimiento dentro y entre las organizaciones, sobretodo la que denomina \"confianza
reflectiva\", en oposición a la confianza tradicionalista o ciega, para responder a creciente intensidad en el
manejo de activos basados en el conocimiento. Pareciera que esta \"confianza reflectiva\" amenaza los actuales
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privilegios de los actores sociales dominantes, quienes se resisten mediante la combinación de
interdependencias complejas entre los mecanismos de precios, autoridad y confianza, para responder a las
tendencias de las relaciones inter-organizacionales, interdivisionales y de los empleados. Las formas
organizaciona-les de baja confianza logran menos costos pero su desempeño en la generación de conocimiento
estratégico es muy pobre. La tendencia hacia una economía cada vez más intensiva en el conocimien-to tiene
grandes efectos en la dinámica capitalista, la cual se convierte en disfuncional. Todo esto representa un gran
reto para la sociedad capitalista actual. A pesar de que es innegable la fuerza expansiva de los mercados
competitivos, éstos no siempre son la más eficiente forma de transacción de bienes y servicios. Cuando el
desarrollo económico conti-núa, los costos de organizar la producción y el intercambio se incrementa,
cuestionando las condi-ciones bajo las cuales las diferentes formas alternativas de gobernabilidad son más
costo-eficientes. Los institucionalistas no necesariamente sostienen que la mano visible de las jerarquías y los
gobier-nos son necesariamente preferibles a la mano invisible de los mercados, sino cuales son las
condicio-nes en que los gobiernos pueden intervenir exitosamente para reemplazar o facilitar otros arreglos
institucionales. Dunning (1997), concluye que si la actividad económica involucra costos de transacción y
coordina-ción, no es posible formular una mezcla óptima de modos organizacionales alternativos los cuales
sean aplicables universalmente. La naturaleza de la asociación entre los sectores público y privado
parcialmente depende de la naturaleza de las funciones de producción o transacción que están siendo tomadas.
Los académicos han venido incrementalmente a enfatizar no solamente la importancia de los costos de
transacción y coordinación de la actividad económica, sino también de la necesidad de flexibilizar las
instituciones y los modos organizacionales. La flexibilidad organizacional queda mani-fiesta en la
flexibilización de los sistemas de producción y acumulación que junto con la perspectiva de los costos de
transacción permiten que las organizaciones lleguen a ser más flexibles a través de la desintegración vertical y
horizontal. La fricción de la distancia se incrementa en importancia prove-yendo un fuerte incentivo para el
aglomeramiento geográfico (Appelbaum abd Henderson). Esta flexibilización se expresa en estructuras de
redes que facilitan las interrelaciones que tienen que des-arrollarse en los diferentes niveles espaciales: local,
nacional, regional y global. Más allá de las organizaciones transnacionales está la noción de una corporación
sin Estado, es decir, una corporación que no reclama una nación como su patria, ni tampoco permite que un
país domine sus decisiones. Estas organizaciones tienen que ser más flexibles para competir en los mercados
glo-bales y más capaces para innovar. Esta flexibilidad que reclaman las corporaciones transnacionales está
cambiando el papel del gobierno, algunas veces haciéndolo más importante, otras veces menos importante.
Las economías capitalistas están organizadas de diferentes maneras, pero todas ellas se han vuelto más
interdependientes debido a los procesos de globalización en que se encuentran inmersas. La globalización de
la economía es en sí misma un fenómeno de amalgamiento de diferentes formas de economías capitalistas. Las
economías que no se estructuran en el mercado difícilmente pueden dar respuesta a los requerimientos para
participar en una economía global. Una forma para sostenerse en un mercado global altamente competitivo
consiste en implementar estrategias cooperativas. Un Estado mutante: En la era de la globalización el
Estado-nación está en crisis. La crisis del Esta-do-nación lo empuja a su transformación, acotada como un
componente de los procesos de \"rees-tructuración global\" asociados con la emergencia de un capitalismo
transnacionalista. Ya no es el Estado-nación modelado como un actor que tiene coherencia y un destino propio
dentro de una jerarquía de poder internacional y como resultado de una racionalidad de intereses. Por otra
parte, la presencia activa del Estado en las diferentes actividades económicas, polariza el debate de las
funcio-nes del mercado, el Estado y la sociedad en la asignación de los recursos y se dan diferentes
interpre-taciones acerca del papel óptimo de los gobiernos. Sin embargo, hay que reconocer que este debate
está perdiendo validez debido a que las fronteras y divisiones entre Estado, mercado y sociedad son más
fluidas y porosas. Las fronteras entre las em-presas y los Estados son todavía más permeables que aquéllas
entre los Estado-nación, tanto porque cada persona que pertenece a la empresa es al mismo tiempo ciudadano
de al menos un Estado-nación. No obstante, los Estados nación son los representantes exclusivos de la
ciudadanía, lo que los hace ser diferentes de otros agentes tales como los organismos públicos o privados
internaciona-les, las empresas transnacionales y multinacionales, las organizaciones no gubernamentales, etc.
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Incluso en los Estados de Bienestar más desarrollados, las diferencias estructurales del gasto en mate-ria de
bienestar eran muchas, pero eran más importantes las diferencias institucionales entre los Es-tados de bienestar
universalistas financiados directamente de los impuestos y los sistemas \"corpora-tistas\" con un enfoque a las
contribuciones de empleadores y empleados. Las diferencias estructura-les e institucionales entre aquéllos
Estados de Bienestar con altos niveles de protección social obsta-culizó las políticas de relaciones sociales e
industriales por acuerdos internacionales (Scharpf, 1997). Muchos países que aplican el modelo de Estado de
Bienestar toman una actitud paternalista con res-pecto a la sociedad, asumiendo la toma decisiones de
gobernabilidad, formulando e implementando políticas que correspondían al ámbito de la sociedad, y
descuidando la promoción de una cultura política basada en la democracia. La democracia capitalista se
manifiesta de formas y modelos muy diversos en la organización de las interrelaciones Estado-mercado,
incluyendo el estado de Bienestar. Los supuestos fracasos del Estado de Bienestar o Estado Keynesiano por no
representar ya los inter-eses del capitalismo globalizador, requieren de mutaciones radicales. El nuevo Estado
surge a partir de propuestas de políticas monetaristas y de una economía política neoliberal-ortodoxa por las
Es-cuelas de \"Chicago\" y de Stanford\". Este nuevo paradigma se fundamenta en el supuesto de que los
agentes económicos actúan correctamente, con conocimiento de causas y son progresistas social-mente. La
estrategia fundamental es limitar la participación del Estado en la economía. El capitalismo global socava el
poder absoluto del Estado y rinde la dualidad existente entre público-privado y eco-nomía-política que
presiona al Estado nación a renunciar a su función de mantener el bienestar so-cial, contradictoriamente
cuando la sociedad necesita la protección contra los excesos del mercado. Por otro lado, la soberanía nacional
se debilita cuando están incrementándose las relaciones de inter-dependencia entre los diferentes países del
mundo. Tanto el Keynesianismo como el monetarismo tienen como fundamento la teoría clásica en materia de
políticas de estabilización económica. Cuando el Keynesianismo no fue capaz de dar respuesta a los problemas
económicos de los años setenta en Inglaterra debido a las presiones del mercado, la reconfiguración de las
bases sociales del Estado y al cambiante clima de las ideas y opiniones domés-ticas (Baker, 1999) entonces
comenzó su reemplazo por el monetarismo. En la \"teoría General\" de Keynes, éste sostiene que \"una
economía de iniciativa privada que emplea dinero, intangible o fidu-ciario necesita ser estabilizada, y por lo
tanto, ello sería posible a través de políticas monetarias y fis-cales adecuadas”. En contraste, los auténticos
monetaristas son de la opinión de que, no existe una verdadera necesi-dad de estabilizar la economía, o de que
incluso, en caso de que la hubiera esto no podría realizarse, ya que las políticas estabilizadoras probablemente
se incrementarían en vez disminuir esa estabilidad\" (Alcántara Meixueiro, 1998). Cuando el Keynesianismo
entró en crisis, las prescripciones monetaris-tas sirvieron de fundamento a los formuladores de las políticas
públicas, bajo la perspectiva dominan-te de que las políticas económicas nacionales se ajustan de acuerdo a los
requerimientos de la eco-nomía mundial en transición. El argumento de la irreversibilidad de los procesos de
globalización está permeando la reforma del Estado y los nuevos diseños de sus funciones. Muchas de las
funciones que originalmente corres-ponden al Estado-nación están siendo transferidas a instancias
supranacionales debido a una presión exagerada que ejercen los procesos de globalización. Esta
supranacionalidad tensiona al Estado-nación buscando espacios más allá de las fronteras físicas y culturales,
aunque no lo deja vacío del todo. En realidad los procesos de globalización por un lado están desmantelando
las instituciones y funciones del Estado pero por otro lado está apoyando su recomposición mediante nuevas
institu-ciones y funciones. Territorio, moneda, fuerzas armadas, etc., están en constantes procesos de cam-bio.
Un análisis de las finanzas internacionales y los servicios corporativos puede ayudar a mostrar las diferencias
entre el papel del Estado en las formas anteriores de internacionalización y de la actual globalización de las
actividades económicas evidentes en algunos sectores económicos (Sassen, 1995). La composición de la
propiedad corporativa tiene un papel importante en la creación y soste-nimiento del crecimiento económico a
largo plazo, lo cual tiene una fuerte implicación en la teoría del crecimiento endógeno (Gylfason et al. 1999).
Las Naciones-Estado han estado siempre presentes y juegan un papel importante en el desarrollo económico al
hacerse responsable de la reproducción de las condiciones necesarias para la acumula-ción del capital y para la
legitimación de los arreglos sociales y políticos asociados con la obtención de riqueza y poder en un sistema
económico. Los Estados-nación se adaptan a la evolución misma de las formas que el desarrollo capitalista le
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impone. La forma en que los recursos son obtenidos y usados determinan hasta cierto punto el tipo de
desarrollo económico, el cual consiste en un proceso interactivo para la creación y realización de valor, a
través de las diferentes combinaciones de recur-sos e intercambios (Moran y Ghoshal, 1999). Lo importante de
esta combinación de recursos y los intercambios que se realizan es el resultante crecimiento económico que
tiene que trasladarse en me-joramiento de los niveles de calidad de vida de la población. La eficiencia y la
fiabilidad de las reglas son dos canales a través de los cuales las políticas pueden influenciar el crecimiento
económico de los países (Brunetti, Kisunko y Weder, 1998c). La eficiencia de las políticas explica las
diferencias en crecimiento con las diferencias en políticas macro y micro-económicas. La fiabilidad de las
políticas se refiere a la estabilidad e incertidumbres que rodean su implementación. Los investigadores usan
variables objetivas para medir la inestabilidad política, las cuales resultan incompletas para reducir las
incertidumbres. La inestabilidad puede ser objetivamente observada mientras que la incertidumbre es
subjetiva. Como resultado de su investigación, encontra-ron una relación cercana entre los indicadores de
incertidumbre institucional y el crecimiento eco-nómico. La credibilidad de las reglas se asocia
significativamente con las diferencias en crecimiento e inversiones entre los países, capturando una relación a
largo plazo entre las instituciones y el creci-miento. Existen algunas evidencias que demuestran que una
política económica que crea certidumbre en el entorno económico competitivo alcanza mayores tasas de
crecimiento económico. Para promover este crecimiento y desarrollo económico, el gobierno tiene que
embarcarse en pro-gramas de desarrollo social que garanticen ciertos derechos y libertades, políticas públicas
que com-batan el hambre, la insalubridad, el analfabetismo, la tiranía de los gobiernos no democráticos, etc. Si
las naciones pobres quieren ser competitivas, no pueden ignorar los males sociales que les aquejan. Si el
desarrollo desigual permanece como una característica del sistema mundial, la estratificación parece
incrementarse dentro de las naciones industrializadas (Habermas 1974; Offe 1975, Carnoy 1984, Ap-pelbaum
and Henderson 1995). Los estados pro-activos permanecen centrales al crecimiento y a la prosperidad
económica, mientras que la economía que parecer ser caótica, demanda por un mayor papel de la regulación
supranacional. El papel de las agencias estatales subnacionales como socios de empresas y asociaciones de
negocios energizan las redes de acción económica ubicadas localmente, es una de las formas para apoyar el
crecimiento económico y el desarrollo social. Pero este desarrollo económico y social desigual está muy lejos
de un verdadero desarrollo sustentable sólo delimitado por una cultura propia local y por una moralidad
económica. Es un desarrollo económico que privatiza los beneficios y socializa los costos. El propio concepto
de desarrollo sustentable debe estar relacionado con la competitividad de la economía, el nivel de desarrollo
social y por un modelo de nación. El cuestionamiento sobre la legitimidad del papel que el gobierno debe tener
para intervenir el mer-cado y en los asuntos privados es muy antiguo, y en términos generales se acepta como
respuesta normativa y como una justificación, que el gobierno interviene en el mercado cuando éste falla en
sus funciones. Apareció inicialmente como una forma de explicación en términos económicos del por qué la
necesidad de que los gobiernos eleven su gasto (Zerbe y McCurdy, 1999). Sin embargo, no existe una teoría
normativa que sea satisfactoria con respecto a las funciones apropiadas del gobierno en una economía mixta,
es más bien resultado de estudios empíricos. Por tanto, el modelo de las fallas del mercado también falla,
como cualquier otro modelo deductivo porque no deriva suficien-temente de lo empírico, no es
suficientemente inductivo y sólo se fundamentan en métodos enten-dimiento que derivan proposiciones
específicas de principios generales sin mucha atención los hechos observados. Los analistas de las políticas
públicas consideran que las fallas del mercado y la existencia de externa-lidades dan una justificación
necesaria aunque no suficiente de las intervenciones gubernamentales. El concepto de fallas del mercado es
aplicable a circunstancias donde la persecución del interés pri-vado no conduce a un uso eficiente de los
recursos de la sociedad o a una distribución justa de los bienes de la sociedad. La intervención gubernamental
puede realizarse cuando muestra que una polí-tica genérica menos intrusiva no puede ser utilizada o cuando no
pueda diseñarse efectivamente un contrato privado para tratar de resolver la falla del mercado (Veimer y
Vining, 1992). Sin embargo, muchos gobiernos de los Estado-nación, por ejemplo, están tomando la actitud
hacia la pobreza de dejar las manos libres al mercado, sustentándose en la premisa de que la globalización
económica derramará un mayor crecimiento económico y por consecuente el incremento en los in-gresos que
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disminuirán los niveles de pobreza. El informe del Banco Mundial \"Crecimiento es bueno para el pobre\"
relaciona uno a uno los ingreso de la quinta parte más baja de la población con el pro-ducto doméstico bruto
per cápita y argumenta que el ingreso de todos los sectores crece proporcio-nalmente en la misma tasa. El
estudio enfatiza que los beneficios de la apertura comercial son los mismos para los pobres que para la
economía total. Las investigaciones empíricas sobre los efectos del empleo en la liberalización comercial en
los países en desarrollo confirman que los costos poten-ciales de la apertura comercial pueden ser reducidos o
aumentados por el contexto de las políticas en las cuales la reforma se efectúa. La pobreza, al igual que la
riqueza tiene sus causas estructurales en el desarrollo. Habrá que comparar los beneficios de la intervención
gubernamental con el riesgo de que los problemas principal-agente en el sector público hagan los problemas
mucho más difíciles. La eficiencia de la intervención del gobierno hecha en los términos de Kaldor-Hicks se
fundamenta cuando los costos de intervención son menores que los beneficios. Es decir, la intervención del
gobierno es más eficiente cuando los beneficios que se obtienen son mayores que los costos que se implican.
Se asume que una falla del mercado es una condición necesaria para una intervención eficiente (Zerbe y
McCurdy, 1999). Es decir, la condición suficiente de la intervención gubernamental se determina cuando el
impacto eco-nómico de la regulación es mayor en los términos de beneficios que de costos, cuando las
ganancias sobrepasan los daños y perjuicios. El análisis costo-beneficio de la regulación puede determinar el
impacto económico de la política social, lo cual recibe menos atención que presupuesto de gastos
gubernamental. De esto se sigue que los que formulan las políticas públicas, hasta donde les sea posible deben
cuantificar y comparar los beneficios y los costos cuando se tomen decisiones de intervención y de regulación.
La investigación (Hahn, 1998) sugiere que la regulación y la intervención de los gobiernos pueden ser
ampliamente y significativamente mejoradas, de tal manera que obtengan mayores beneficios, salvar vidas por
ejem-plo, con menos recursos. Frankel (1995) por ejemplo, sugiere que en aquéllas situaciones donde se
involucran bienes públicos, el gobierno puede estar en una mejor posición que el sector privado para operar
una empresa. No obstante, el Estado-nación pierde poder y soberanía no solamente por las empresas
transnacionales sino por el avance del sector privado, en términos generales. Los costos de transacción
proveen el marco conceptual y el método para justificar la naturaleza de la acción colectiva y explican las
relaciones entre el gobierno y el mercado La intervención guberna-mental es óptima cuando sus costos de
transacción son cero y no se presentan problemas de princi-pal-agente. En general, concluyen Zerbe y
McCurdy (1999) en cualquier tiempo que el gobierno pue-da reducir los costos de transacción privados o sus
propios costos de provisión debe hacerlo a pesar de que exista o no una externalidad. Los análisis de los costos
de transacción llaman la atención a las características que le dan al gobierno una ventaja relativa sobre otras
instituciones en su habilidad para bajar los costos de transacción, tales como el poder de coerción. Weber
(1958) define al gobier-no como una institución que monopoliza el uso de la fuerza o los poderes de coerción
sobre un terri-torio dado. La intervención del Estado debe desarrollar aquéllas funciones en las que el poder de
coerción le da ventaja absoluta. Por otro lado, el relativo éxito que han logrado las economías orientadas por el
mercado, han sido las formas en las cuales el Estado y los mercados sistemáticamente interactúan. Ni el
mercado, ni el Es-tado ni cualquier otra institución económica son perfectos como mecanismos de
coordinación. Cada institución tiene sus costos y beneficios y es por lo tanto mejor que otras bajo ciertas
condiciones y peor bajo otras condiciones, observa Chang (1994). Los gobiernos de los países tienen
asignadas funciones en diferentes grados y niveles de responsabilidad, dependiendo de sus sistemas políticos,
de sus fuerzas demográficas, ingreso, riqueza y preferencias de la gente por la provisión pública de bienes y
servicios (Aronson and Ott, 1991). Sin embargo, entre las acciones que el gobierno puede establecer para
reforzar las funciones del mercado, están la creación de instituciones que fortalecen los derechos de propiedad
privada y el aseguramiento de la aplicación de pesas y medidas, etc. Estas acciones tienden a reducir los costos
de transacción Tampoco resulta fácil determinar hasta qué grado los regímenes supranacionales y las
administracio-nes nacionales necesitan modificar sus agendas y prescripciones de las políticas en virtud de la
cre-ciente movilidad de los recursos. En un extremo, la definición por una mayor función de las institu-ciones
del mercado para autoregular las formas de organización económica y la asignación de los recursos, y en el
otro extremo, la concepción neoestructuralista de las limitaciones del mercado como asignador óptimo de los
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recursos. La extensión y la forma de intervención e involucramiento del gobierno es dependiente de la
extensión y el carácter de las imperfecciones del mercado. Esta con-cepción fundamenta la responsabilidad de
la orientación del desarrollo económico de las sociedades periféricas, la cual debe recaer principalmente en el
Estado. Pero hasta ahora, no se ha evaluado si la intervención estatal es más efectiva en costos que el mercado
que reemplaza. Por otro lado, la cultura puede ser un substituto de la acción gubernamental. Los roles
emergentes del Estado: En un intento para crear una tipología de acercamientos a la organización económica,
Dunning (1997) identifica seis roles del gobierno en una economía orienta-da por el mercado: los intereses
políticos y económicos del Estado deben ser la principal justificación para la actividad económica
(mercantilistas, regular los asuntos de acuerdo a un orden natural (Fisió-cratas), la \"mano invisible\" de los
mercados como el mejor asignador de los recursos (clásicos y neo-clásicos), un activo y participativo papel del
Estado en todos los aspectos de los asuntos económicos (economía socialista), el bienestar social de la
comunidad y la distribución del dividendo nacional (economía de bienestar), libertad personal y contra la
intervención del Estado (contractarianismo) y la falta de confidencia en la eficiencia y en la justicia social de
la economía del mercado justifican las intervenciones del Estado (Estructuralismo). Los nuevos roles
emergentes en las responsabilidades del Estado incluyen las formas en que éste afecta al mercado. El nuevo
Estado emergente es un Estado capitalista neoliberal que se ha converti-do, al decir de Cox (1992) en la
\"correa de transmisión\" de los intereses globales a los nacionales. Por lo tanto, el nuevo Estado es una
agencia para el ajuste de las políticas económicas nacionales y las prácticas de las exigencias percibidas de la
economía global. Esto puede apreciarse con el crecimiento de las agencias estatales que cada vez se conectan
más a la economía global. Sin embargo, Baker (1999) no está de acuerdo con esta noción del Estado. En todo
caso, la metáfora no captura la com-plejidad de la relación entre los procesos de globalización y el Estado. El
Estado emergente está transitando de un Estado interventor a un Estado facilitador de las activi-dades del
sector privado. Pero en este tránsito se está descuidando el combate a los problemas de la pobreza, la
marginación y la exclusión social. El nuevo modelo simplemente ignora la necesidad de desarrollar un sistema
social más justo y eficiente, con las instituciones que lo garanticen. Hasta aho-ra, la instrumentación de
programas de estabilización y ajuste macroeconómicos ha dejado un fuerte impacto en los segmentos más
pobres más pobres de la sociedad, lo que hace urgente que se realicen arreglos institucionales que hagan
inversiones sociales para legitimar los roles emergentes del Estado. Tres principios sirven de fundamento para
legitimar los diferentes roles del Estado en una sociedad. Siguiendo a Camou (1998), estos tres \"principios
legitimadores\" del desarrollo y del progreso de los individuos en la sociedad son: en primer término el
\"privatista\" que se fundamenta en la libre inicia-tiva y la competencia abierta, el principio \"compensador\"
que fundamenta la protección a través de compensaciones que debe dar el Estado a los grupos sociales más
vulnerables, y finalmente el princi-pio de \"bienestar\" que justifica la intervención del Estado para satisfacer
las necesidades apremiantes de grandes grupos de la población que carecen de bienes y servicios básicos.
Desde otro punto de vista, el punto de vista filosófico/ideológico refleja la naturaleza de la sociedad y la forma
correcta, más que eficiente, de cómo la actividad económica debe ser organizada. El punto de vista del
costo-beneficio de las formas organizacionales alternativas (mercados, jerarquías, comu-nidades) parte de la
consideración de que en una situación de perfecta competencia, los mercados son el mejor instrumento para la
asignación de recursos escasos. Tal parece que la tendencia domi-nante en la ola de cambios de las formas
organizacionales apuntan hacia una hibridización de formas de jerarquías y mercados, las cuales introducen
los incentivos de los mercados en las organizaciones y jerarquías que controlan el manejo de los activos en los
mercados. La forma del mercado se fundamenta en el mecanismo de los precios para coordinar oferentes
com-petitivos y compradores anónimos. Con mercancías estándar, derechos de propiedad y precios
mar-ginales se promete optimizar la producción y la distribución: la dinámica de la competencia, la provi-sión
y la demanda llevan el precio a un bienestar social que es un óptimo de Pareto, en el cual ningún bienestar se
incrementa sin que se reduzca el de otro (Adler, 1999). Amartya Sen muestra cómo los derechos liberales
pueden producir resultados que cada individuo preferiría evitar, por lo tanto, vio-lando el principio de Pareto.
Sen critica el \"bienestarismo\" (Welfarism) porque hace de los juicios morales una función sólo de la utilidad
de los individuos. Lo define como el punto de vista que enjuicia la relativa bondad de los estados de cosas
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alternativos, los cuales deben estar basados exclusivamente en, y tomados como un incremento de la función
de, las respectivas colecciones de las utilidades individuales de estos estados (Sen, 1979). Sin embargo, la
teoría del bienestar no necesita asumir que el bienestar social para una población dada es igual a la suma de las
utilidades individuales. Chang (1999) presenta un ejemplo de una función de bienestar que puede incorporar
principios de justicia y aún cumplir con el principio de Pareto, demostrando que el principio de Pareto por sí
mis-mo no necesariamente implica que se tenga que abandonar principios de justicia, imparcialidad y
tolerancia liberal. La teoría de la justicia puede incorporar el principio de Pareto y puede generar además una
lista jerarquizada completa de alternativas, tanto como una función utilitaria de bienestar social puede. Para
ello, necesita de instituciones morales fuertes con respecto al principio de toleran-cia liberal y que además
respete el principio de Pareto. La sola justificación de la intervención externa es que de una manera u otra, los
mercados fallan en el desempeño del óptimo de Pareto. Las razones de las imperfecciones del mercado más
importantes que afectan los niveles de precios y el desarrollo, entre otros son, las distorsiones de las
estructuras del mercado en oligopolios y monopolios, la recesión del mercado interno, las externalidades y la
beneficencia social. Además se consideran también las deficiencias en la infraestructura física, el des-empleo
estructural, los cuellos de botella que aumentan los costos de producción y distribución, las instituciones y los
costos de transacción y coordinación y la tecnología y el cambio organizacional. Las jerarquías fundamentan
la autoridad en el poder legítimo o \"fiat\" para crear y coordinar la divi-sión horizontal y vertical del trabajo,
con una variación considerable de niveles y de actividades agru-padas. Muchas organizaciones están diseñas
en estructuras jerárquicas, en las cuales cada administra-dor reporta solamente a otro de nivel superior. El
papel del Estado en el desarrollo económico ha cambiado radicalmente desde la crisis de la década de los
ochenta y se ha acelerado con los procesos de globalización.. Pero la reducción de funciones del papel del
Estado en la política económica no es una condición suficiente para el habilitamiento de otras instituciones. El
bienestar fue evaluado como la distribución de un producto social neto sobre las bases de ciertas funciones que
los ciudadanos cumplían y de derechos derivados de ciertos roles personales. Las necesidades en materia
económica eran mensurables y capaces de ser comparadas interpersonalmente dentro de un espacio público de
ciudadanía. Se enfatizaron la titularidad de las asignaciones dentro de un concepto de distribución económica,
contrastados con las diferentes nu-meraciones, asociadas con estimaciones de gastos e ingresos agregados que
se centraban en un con-cepto de ciudadanía \"activa e individualista\". Ahora se insiste en que los Estados
subjetivos no pueden ser comparados, pero que las operaciones de \"la economía\" son concebidas como una
entidad largamente autónoma gobernada por sí misma, reguladas para hacer disponible las satisfacciones
individuales que persigan los individuos (Brown, 1997). Un individualismo y un libre mercado han dado por
resultado compradores y vendedores monopolísticos agrupados en corporaciones transnacionales
monopolísticas e impersonales. La Nueva Macroeconomía Clásica aliada de la Nueva Derecha y al
conservatismo que se apoya en la teoría de la elección pública, basada en los trabajos de Buchanan y Tullock
(1962), favorecen el esta-blecimiento de reglas constitucionales para controlar las acciones del Estado, limitar
sus intervencio-nes y reducir su crecimiento (Gilbert and Michie, 1997), aunque es dudosa la aseveración de
que la Nueva Macroeconomía Clásica se apoya en el trabajo de elección pública de Buchanan. Puesto que los
niveles de intervención del gobierno son altos en la mayor parte de las economías, la Nueva Ma-croeconomía
Clásica apoya las acciones tendientes a establecer reglas que gobiernen la elección de las políticas, las cuales
considera son no efectivas en su generalidad. Por ejemplo, Buchanan argumenta a favor de reglas que
restringen la acción del gobierno a fin de limitar la coerción de individuos ya sea a través de las acciones
propias de otros individuos o a través de acciones colectivas por medio del gobierno. La Nueva
Macroeconomía Clásica es un acercamiento instrumentalista que llama por reglas de las políticas bajo el
supuesto básico de que los mercados trabajan y que la intervención del gobierno es superflua y generalmente
el responsable de los problemas macroeconómicos. La intervención incon-trolada del Estado en el mercado
crea incertidumbres que causan inflación y es responsable de los ciclos de los negocios. Por lo tanto,
concluyen los autores, las reglas son preferibles a la discreción. Pero la no intervención del gobierno en la
economía, es lo mejor. De un Estado activo que intervenía en la racionalidad del desarrollo económico, de
acuerdo con Sa-lazar Xirinachs, se ha pasado a \"...un ambiente intelectual de profundo escepticismo acerca de
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los motivos, las habilidades y la conveniencia de la intervención estatal, y a una reafirmación de las bon-dades
de las fuerzas del mercado y de la iniciativa individual y privada\". El elemento central de este nuevo orden es
la intervención del Estado sobre una base diferenciada en la complejidad de la nueva economía. Así por
ejemplo, Buchanan (1991) no niega el papel del gobierno cuando centra su aten-ción en la posibilidad de las
fallas del mercado y la tendencia a expender el nivel de intervención del gobierno. En este sentido, las reglas
son diseñadas para afectar el proceso de gobierno. Por otro lado, la Nueva Macroeconomía Clásica considera
la intervención del Estado como ineficien-te y las reglas como los medios para limitar y reducir hasta lo
posible la intervención del del gobierno (Gilbert and Michie, 1997). El gobierno ya no es más un lugar para las
simples estructuras de los flu-jos de materiales planeados. El manejo de los asuntos públicos requiere de un
acercamiento altamen-te diferenciado en las cuales las decisiones finales se toman sobre la base de una
cascada de decisio-nes preliminares (Köning, 1998). Esta reevaluación del papel del Estado se encuentra
\"...estrechamente asociada con una reevaluación de las estrategias y mecanismos para promover el desarrollo
y lograr la reactivación económica...\" en los términos de Salazar Xirinachs. Sin embargo la limitación de las
funciones del Estado en materia de economía política no garantiza el adecuado fun-cionamiento de otras
instituciones. El gobierno del Estado-nación despiadadamente sometido a los embates de las fuerzas
económicas transnacionales y a una revolución tecnológica de la información, no debe sucumbir fácilmente a
las presiones, y menos renunciar a sus funciones de mediadores entre la sociedad y el mercado frente a los
enormes retos que estos cambios globales significan. Por el contrario, ante el enorme reto que representan las
fuerzas de los procesos de globalización informática y económica, los Estado-nación deben fortalecer sus
estructuras mediante la reorganización y el refinanciamiento de las instituciones del Estado-nación necesarias
para establecer la nueva gobernabilidad entre la sociedad y el mercado. Con ello, se debe apoyar un desarrollo
que se sustente en una profundización de la democracia y solidaridad social. Las nuevas formas de
gobernabilidad de un Estado-nación ampliamente insertado en la globalidad, deben traducirse en políticas
públicas que posibiliten una relación positiva entre el crecimiento eco-nómico y el desarrollo social. El
crecimiento económico que pueda derivarse de los procesos de glo-balización tiene que acompañarse de un
conjunto complejo de políticas entre las que se deben incluir la asistencia financiera y técnica multilateral
proveniente de organismos e instituciones globales, así como encauzamiento para la transferencia y ayuda
bilateral a los países menos desarrollados. La práctica de políticas públicas y una política económica que
promuevan un crecimiento económico que provea los recursos para sostener una política social capaz de
mejorar la equidad en la distribu-ción de los beneficios, es un requisito necesario, aunque no suficiente para
ampliar las opciones y oportunidades al pleno desarrollo humano. Además, las políticas públicas deben
orientar y apoyar los procesos de transformación que la sociedad misma impulsa e incorporar a la ciudadanía y
a la socie-dad en los beneficios y oportunidades y no solamente en el traslado de los costos de estos cambios.
El progreso y desarrollo de los países requiere además del Estado de Derecho, probidad financiera, estabilidad
política, la ausencia de conflictos y de un marco legal que estimule las inversiones domés-ticas y foráneas. El
desarrollo de la democracia y el desarrollo integral de la sociedad son dos factores importantes para avanzar en
las nuevas formas de la gobernabilidad sustentadas sobre la base de un Estado-nación eficaz y con un
liderazgo político fuerte y un ejercicio de la autoridad delimitado por las insti-tuciones que articule las diversas
fuerzas y armonice los intereses. Todavía el Estado nacional consti-tuye la base territorial para sostener la
gobernabilidad y la democracia como los primeros recursos para legitimarse y para delimitar la ciudadanía
misma que representan. Frente a los retos de competi-tividad que plantea la globalidad, un Estado-nación con
estas características es el mejor diseño para la incorporación y la expresión de las expectativas de la sociedad y
para conectarlas con los cambios del ambiente globalizador. Mercado contra Estado: El largo debate existente
entre los diferentes sistemas económicos (socialismo contra capitalismo), se caracteriza por la polarización de
las funciones del Estado contra las del mercado. En estos sistemas económicos, el ser humano se hace
\"objeto\" del poder del Estado o del mercado. El debate se ha centrado en un espectro de las formas
institucionales de las economías del mercado puro, los mercados regulados, el socialismo del mercado y las
jerarquías puras en la forma de las economías de planificación central. Las soluciones propuestas van entre un
extremo que reclama la intervención directa del Estado en las actividades económicas (economía socialista), al
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otro extremo, en el que el mercado con sus mecanismos de precios reclaman plena libertad para el ejercicio de
sus funciones (economía capitalista). Entre estas dos propuestas extremas, existen las intermedias como la del
\"socialismo democrático\", \"socialismo del mercado\" y la del \"mercado social\", solo por mencionar
algunas. Tanto el Estado comunista totalitario como el Estado nacionalista popular han resultado inviable. El
socialismo del mercado se refiere, por ejemplo, a un modelo de economía en que los trabajos del mercado eran
si-mulados, más que la existencia de un mercado real. Sin embargo, esta tipología es muy genérica y lo que se
acepta es la simplificación de que existen muchos modelos de capitalismo. Lo que existen son opciones, no
tanto alternativas, a la economía capitalista. Screpanti (1999) hace una clasificación de las formas
institucionales del capitalismo en función de las estructuras de la gobernabilidad de la acumulación y de los
regímenes de la propiedad privada. La propiedad privada es la regla fundamen-tal sobre la que se fundamenta
el mecanismo del mercado. Tipología de formas sociales: La emergencia de la confianza como un mecanismo
de coordina-ción, siguiendo a Adler (1999), debilita la legitimidad del mercado y de la jerarquía. Debilita al
merca-do como un modelo de gobernabilidad de las relaciones interdivisionales e interempresariales y
tam-bién debilita la legitimidad de la jerarquía como un modelo de gobernabilidad en las relaciones de los
empleados y las relaciones intradivisionales. Las costosas fluctuaciones con las manifiestas fallas de los
mercados así como el dominio coercitivo y la especialización enajenante de las jerarquías, las con-vierte en
incapaces para administrar las capacidades generadas por el conocimiento. La evolución de la estructura
socioeconómica hacia más altos niveles de capacidades de administración del conoci-miento requiere del
desplazamiento del mercado como la forma organizacional dominante. La infu-sión de confianza en el
mercado y en la jerarquía parece legitimar la democratización de las organiza-ciones. Los procesos de
planeación requerirán de altos niveles de confianza de las personas involu-cradas. El modelo de Estado de
Bienestar fue implementado en muchos países durante varias décadas de este siglo, mediante políticas públicas
y decisiones de gobernabilidad que iban desde posturas keyne-sianas que favorecían un intervencionismo
estatal, hasta posiciones extremas socialistas en donde el Estado asume control total del mercado. La
nacionalización de las empresas, basado en ideales socia-listas o comunistas, ha sido un fenómeno recurrente
en los países en desarrollo. Habermas (1998) acierta un punto que finalmente resulta ser muy discutible
cuando afirma que en las actuales dimen-siones, las funciones del Estado de bienestar social sólo pueden
cumplirse cuando pasan del Estado nacional a unidades políticas que se adelantan en cierta medida a una
economía transnacionalizada. La influencia de la Nueva Derecha y los trabajos académicos de Hayek,
Friedman y la Escuela Aus-triaca de economía en la década de los ochenta, inclinó las decisiones en favor de
un sistema econó-mico basado en las libres fuerzas del mercado. La Escuela Austriaca enfatiza la teoría
subjetiva del valor a diferencia de la teoría clásica de la economía política que enfatiza la teoría objetiva del
valor. Probablemente el economista y filósofo político Hayek es el más influyente en el neoliberalismo. Es
famoso el debate que sostuvo Hayek con Keynes acerca del intervencionismo. Keynes argumentó la existencia
de fallas para entender el papel que las tasas de interés y el capital juegan en la economía de mercado. Milton
Friedman sigue las propuestas de Hayek y junto con otros prominentes economis-tas norteamericanos forma la
escuela Americana Neoliberal con varias corrientes: la Escuela de Chi-cago, la teoría de la elección pública, la
teoría del capital humano. Hayek previno de los peligros polí-ticos del socialismo, como el totalitarismo que
surge que surge de la naturaleza planeada de las insti-tuciones económicas y se preocupa por restaurar el
liberalismo clásico en una sociedad libre, la cual incluye al mercado libre como su principal institución. La
orientación del Estado hacia el bienestar obstaculiza el desarrollo del mercado, consume la riqueza e infringe
los derechos ciudadanos. Así mismo, en detrimento de la acción centrada en el papel del Estado como
promotor del desarrollo y crecimiento económico y el bienestar de la sociedad. En este nuevo modelo
económico definido por una relación hacia adentro de separación entre el mercado y el Estado y hacia fuera
por la inte-gración a los procesos de globalización económica, e implementado con algunas diferencias en las
políticas económicas. En términos generales, la primera fase de reformas del Estado estuvieron mar-cadas por
un desmantelamiento del mismo Estado y por el reforzamiento de una economía antiesta-tista. Sin embargo,
en un entorno de globalización, el Estado tiene problemas para garantizar el bienestar de los ciudadanos que se
encuentran desempleados, marginados o excluidos socialmente. En otras palabras, las instituciones que
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garantizan el bienestar social se han vuelto disfuncionales. Los apoyos del Estado para el bienestar social
quedaron desvirtuados cuando se destinaban preferentemente a una clase media y no a los pobres y
marginados quienes verdaderamente lo necesitaban. Pero tampo-co el nuevo orden propuesto por la
globalización no ha creado las instituciones que resuelvan los grandes desajustes que genera y que enfrenten
los costos sociales. Igual que antes, el sistema de asis-tencia social del Estado ayuda a ciertos sectores
empresariales y otros estratos sociales que han sido debilitados por las fuerzas de la globalización, pero no a
quienes lo necesitan por su condición de ser marginados del desarrollo. Por tanto, en una economía capitalista,
los modos en que se organiza la actividad económica tales como los roles de los mercados, las jerarquías, las
alianzas inter-firma y los gobiernos, se han vuelto más complejos. En las economías en desarrollo, son las
fuerzas libres del mercado las que orientan sus objetivos de crecimiento económico y su desarrollo social, la
propuesta de los países capitalistas desarrollados, aunque no señalen como lograr el equilibrio de un desarrollo
sustentable en el logro de estos objetivos. Por supuesto que aquí el concepto de desarrollo sustentable está
enfocado hacia la obtención de una racionalidad de medios-fines según el concepto Weberiano. En un sistema
de libre mercado, por ejemplo, no existe forzamiento para la producción de acuerdos sobre cualquier cosa, de
tal forma que cualquier acción puede ser tomada, pero ajustándose a esta racionalidad en la rela-ción
medios-fines. Mientras, el sistema socialista pregonaba que los medios de producción y distribu-ción debían
ser propiedad y administradas por el Estado en substitución del mercado. El progreso económico se logra no
solamente mejorando la eficiencia dentro de una asignación cons-titucional de los derechos y mediante
cambios en las reglas que definen la eficiencia con los conse-cuentes cambios en la asignación constitucional
de derechos sobre los recursos. La suposición de que las políticas públicas comunes de varios Estados-nación
sobre la integración de los mercados, repre-sentan para estos Estados-nación mayor eficiencia y mayores
beneficios que pueden modelarse bajo la simetría del clásico Dilema del Prisionero, no es del todo clara. Sin
embargo, la eficiencia de un mercado puede estar limitada por altos grados de incertidumbre que complican el
cálculo del valor potencial de los recursos, la perversidad de los costos de transacción que distorsionan las
percepciones de la naturaleza de recursos disponibles y su grado de accesibilidad y las presiones de la
competencia. Las organizaciones y las empresas pueden balancear las limitacio-nes institucionales impuestos a
los mercados mediante el debilitamiento, la reposición y la modifica-ción de los incentivos del mercado,
redefiniendo la motivación y la eficiencia de las actividades eco-nómicas en las que influyen. Cuando esto
sucede, el concepto de eficiencia se modifica, de ser una eficiencia de asignación a una eficiencia adaptativa.
(Moran y Ghoshal, 1999). Los métodos para evaluar la elección entre los mercados y las jerarquías como
modos de creación y asignación de recursos no pueden ser usados para evaluar la elección entre gobiernos y
jerarquías o entre gobiernos o mercados. Incluso, dentro de las economías basadas en el mercado, el marco de
referencia institucional y las percepciones del papel de los gobiernos, jerarquías y mercados entre sí, difieren,
junto con una reacción a las fallas organizacionales. El imperativo del capitalismo sobre la globalización
económica ha sido ampliamente reconocido, pero los sistemas de organización eficaces para llevarla a cabo no
son del todo muy claras. En esta forma, el mercado adquiere importancia tanto en términos económicos como
culturales, dando sen-tido a criterios de eficiencia, productividad, legitimidad, transacciones y relaciones
interpersonales, etc. Los mercados operan en un medio político. La aplicación de una política económica
neoliberal que favorece el libre mercado ha generado una mayor desigualdad, pobreza y exclusión. Las
investigaciones empíricas, hasta ahora, no evidencian una simple asociación entre los cambios en la apertura
comercial y los cambios en los cambios en las desigualdades, y sin embargo, en muchos países la desigualdad
se ha elevado con los procesos de integración de estos países con la economía global. Sin embargo, en otros
casos de países, la desigualdad ha caído con la apertura económica abonando a favor del argumento de que en
términos generales, una mayor apertura eleva los ingresos per capita de los pobres y por tanto el ingreso de los
pobres. No obstante, la distribución del ingreso per capita entre países ha llegado a ser más desigual en las
últimas décadas., y por supuesto, las diferencias se reflejan en su población. Los gobiernos neoliberales no han
podido reorientar las instituciones para lograr una distribución más justa y equitativa en los beneficios de la
globalización. El capitalismo consiste en no más que un modo de producción en el cual formalmente se recluta
libremente el trabajo por empleadores regula-res de empresas que compiten en el mercado por la obtención de
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utilidades (Runciman 1995). Las implicaciones son obvias: cómo se pueden hacer predicamentos
democráticos que postulen la igual-dad política bajo condiciones de una economía que intrínsicamente
favorece la desigualdad. Al nivel de economía nacional se exhiben variaciones sustanciales en el significado
de asignaciones del mercado basadas en los precios, la política industrial y las relaciones de los negocios con
el Esta-do (Appelbaum and Henderson, 1995). Al mercado se le objeta de que está profundamente enraiza-do
en principios que promueven la competencia y la codicia entre los seres humanos, que conduce a la
explotación y a la profundización de las desigualdades. El mecanismo sobre el que se organiza la
globalización es el de una selección permanente en un contexto de competencia entre los principales factores
de la producción, como por ejemplo, entre el trabajo y el capital, con mayores ventajas para éste último por la
movilidad que le proporcionan los mismos procesos de globalización. La orienta-ción de una política
económica de crecimiento hacia fuera basado en la competitividad para poder insertarse en los mercados
internacionales, ha limitado la capacidad redistributiva del Estado y como resultado se han incrementado los
índices de pobreza. No hay que olvidar que el concepto de pobre-za es un concepto relativo. Las elecciones
económicas sobre el consumo y la inversión individuales son influidas por las varia-bles sociales, culturales,
institucionales, etc. Esta ambigüedad se manifiesta más claramente en la ne-cesidad que tienen los ciudadanos
para mantener lealtades separadas. Por un lado, a sus propias tra-diciones e instituciones, y por el otro lado, a
las características de una cultura internacional que rápi-damente se desarrolla (Ireland and Hitt, 1999). Con las
transformaciones económicas ocurren las políticas, sociales y culturales. La organización económica de las
sociedades democráticas ha quedado delimitada por las diferentes funciones que desempeñan los gobiernos, ya
sea como iniciador, supervisor del sistema económico y árbitro en las disputas que surgen entre los diferentes
agentes económicos. Estas funciones se consideran especia-les y de responsabilidad única para gobiernos, o
bien como dueño de activos, participante e influen-ciador de la forma en que los recursos son asignados,
funciones que son frecuentemente realizadas por las instituciones tanto del sector público como del privado.
Cualquier sociedad moderna debe ser un equilibrio ajustado de una mezcla de instituciones del sector privado
y del sector público que re-gule y redistribuya los recursos y que además experimente la autorganización. Para
mantener un nivel de gobernabilidad en la organización económica de una sociedad y conseguir los objetivos
sociales, se requiere equilibrar estas dos funciones de los gobiernos con las funciones de otras instituciones,
como el mercado mismo, por ejemplo. Este dilema de disfuncionalidad y desequ-librio de las relaciones entre
Estado y mercado es delimitado por Orive (1997) cuando anota que \"el mercado funciona con competencia
pero la cooperación exige el papel activo del Estado...como promotor y catalizador de acuerdos entre los
actores económicos y sociales que el mercado por sí mismo no garantiza...un papel más allá de ser el simple
corrector de las fallas del mercado sin por ello volver a ser el actor dominante\". El mercado puede ser el
principal asignador de recursos, pero el Estado puede crear las condiciones de equidad y justicia para que las
necesidades de los más pobres sean satisfechas. Sin embargo, es difícil delimitar la frontera entre el mercado y
el Estado, las cuales cambian constantemente, cargán-dose a un lado o a otro y ha sido el tema central de
luchas políticas e ideológicas que transtornan al mundo y modifican drásticamente a la humanidad, causando
muchas de las veces enormes daños y desigualdades. La acción de un Estado fuerte que apoya a empresas
pequeñas y medianas puede for-talecer un sistema económico con una política social más justa y equitativa.
Sin embargo, en las rela-ciones entre el Estado y las empresas, estas últimas mantienen su primacía sobre el
Estado. Appelbaum y Henderson (1995) sostienen que las compañías tendrán una presión creciente a niveles
nacional e internacional a fin de formular estrategias corporativas que sean determinantes para lograr objetivos
que tomen en cuenta la naturaleza de las estructuras de la gobernabilidad. El grado en el cual las compañías
son capaces - en algunos casos incluso interesadas - en institucionalizar la innova-ción como el mayor objetivo
de su operación, son centralmente importantes no solo para el desem-peño económico nacional, sino que
también para el grado en que pueden construirse sociedades más igualitarias y prósperas. Así pues, no es
sorpresa que las transformaciones económicas han traído consigo cambios políticos, sociales culturales y
psicológicos, los cuales tienen que analizarse no solamente en sus actores, estruc-turas y procesos, sino
también desde el punto de vista del ciudadano, a efecto de delimitar la urgencia que tiene el Estado para
atender las exigencias de una ciudadanía más capaz para deliberar y tomar decisiones. Decir que los principios
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democráticos y los principios solo se manifiestan en un modelo económico \"neoliberal\" resulta una falacia,
de tal forma que de la misma afirmación esos principios se convierten en antidemocráticos. La existencia de
principios democráticos y de libre mercado tampoco es garantía de un modelo de desarrollo social legitimado.
De hecho, no existe todavía una economía pura de mercado donde la democracia esté totalmente consolidada.
Lo que existen son democracias con diferentes grados de intervención estatal en la economía para garantizar a
los ciudadanos ciertos bienes públicos, tales como la educación, salud, vivienda, etc. Por otro lado, la
democracia está siendo delimitada por los cambios tecnológicos y el industrialismo. De acuerdo con Linz y
Stepan (1996), la consolidación de la democracia requiere de \"la instituciona-lización de un mercado
políticamente regulado. Esto requiere de una sociedad económica, que a su vez requiere de un Estado efectivo.
Aun un objetivo tal como estrechar el alcance de la propiedad pública (por ejemplo, la privatización, como una
actividad del Estado, que requiere una buena parti-cipación institucional) en una forma legal y ordenada es
llevado a cabo con mayor eficacia por un Estado fuerte que por uno débil. El deterioro económico provocado
por la incapacidad del Estado para desempeñar funciones regulatorias básicas en buena medida conjuga los
problemas de la refor-ma económica y la democratización\". Lectura opcional LA GLOBALIZACIÓN PONE
EN CRISIS AL ESTADO Y LAS FORMAS DE REPRESENTACIÓN POLÍTICA Entrevista con Tarso
Genro, alcalde de la ciudad de Porto Alegre, capital del Estado de Río Grande del Sur, Brasil Tarso Fernando
Herz Genro, abogado laboralista, nació en São Borja (Río Grande del Sur) el 6 de marzo de 1947. Fue vice
alcalde de Porto Alegre y diputado federal entre los años 1989 y 1992. Al-calde de la misma ciudad entre 1993
y 1996, fue reelegido en los últimos comicios de octubre de 2000, asumiendo el mandato oficialmente a partir
del 1 de enero del 2001. Miembro del Directorio Nacional del Partido de los Trabajadores y Coordinador
Nacional del Consejo Político del Frente Democrático y Popular, colabora con textos políticos y teóricos en
los principales medios informati-vos y de comunicación de Brasil y otros países latinoamericanos y europeos.
Escribió numerosos libros, entre los cuales: “Democracia Participativa, el caso de Porto Alegre” (publicado en
el Estado Español), “Política e Modernidade”, “Na Contramão da Pré-História”, “Utopia possível”. Alcalde de
Porto Alegre, ciudad que devino referencia política inexcusable para la izquierda desde hace algunos años y
una de las experiencias mundiales más avanzadas en términos de gestión muni-cipal desde la óptica de la
participación popular directa, Tarso Genro nos recibió en medio de una bulliciosa agitación, el pasado 6 de
marzo, en su despacho, una humilde habitación en el piso princi-pal del Ayuntamiento, uno de los edificios
más viejos de la ciudad a cuya entrada se levanta una fuen-te de inspiración sevillana ofrecida por una
asociación de españoles en los últimos años 30. Era el día de su aniversario. Cosa que, este corresponsal sólo
descubrió después, en la calle, cuando leyó más tranquilo el currículum que recibió durante el encuentro. Sin
guión previo, Tarso Genro, que se mantuvo de pie casi toda la entrevista, responde a las pregun-tas con la
rapidez, contundencia y fuerza de quien hubiera decidido de qué hablar y ya tuviera apren-dido el temario.
¿Cuál fue la participación del Ayuntamiento de POA (Porto Alegre) y suya personalmente en la organización
del Fórum Social Mundial? El Ayuntamiento dio apoyo a este evento, dentro del cual organizamos el Fórum
de Municipios, que contó con la participación de representantes de más de 200 ciudades, la mayoría
latinoamericanas pero también algunas europeas. Yo, personalmente, colaboré en la difusión del Fórum en
Brasil y durante algunos viajes por el exte-rior, antes de ser elegido alcalde (las elecciones fueron en octubre
de 2000). Y, ya como alcalde, parti-cipé activamente del mismo, tanto asistiendo a algunos de los talleres de
debate como conferenciante en otros. ¿Por qué un Foro Social Mundial? El FSM es un espacio político que
necesitábamos crear para empezar a dar respuestas articuladas a los graves problemas que enfrentamos los
pueblos del mundo, especialmente los del llamado Tercer Mundo, agravados con el proceso de globalización
de acuerdo con los patrones del modelo neolibe-ral y bajo la hegemonía total estadounidense durante la última
década. ¿Qué balance hace usted de los resultados y del impacto del FSM? El Fórum fue un éxito arrollador en
lo que hace a la participación (de 122 países), tanto de personas (más de 16.000) como de entidades y
organizaciones (casi 1000), superando ampliamente las previ-siones; también en relación con el número de
talleres de debate, ponencias, conferencias y otras acti-vidades. En relación con el impacto, éste fue bastante
grande en los “media” brasileños y, según la informa-ción que tenemos, también en otros muchos países (el
periódico francés Le Monde afirmó que “Por-to Alegre lanzó bases para otra globalización). La evidencia más
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elocuente de ese impacto fue la im-portancia que el propio foro de Davos dio al evento, entrando incluso a
participar de una videocon-ferencia con participantes del FSM. Lo más importante que consiguió el Fórum,
con todo, es el hecho de que la idea o pretensión de que hay un camino único para organizar la vida, la
sociedad, la política, fue destruido. Hay otras vías y otros modelos, no sólo posibles, como rezaba el lema del
FSM, sino real y urgentemente necesarios. El encuentro de Davos, sin embargo, abrió espacio para
representantes del llamado Tercer Mundo que plantearon algunas críticas a la globalización neoliberal. ¿Qué
opinión le mere-ce? ¿Cree que fue una respuesta al foro de POA? Originalmente, fue la celebración del FSM
la quería dar respuesta al foro de Davos. Pero, la dimen-sión de Porto Alegre fue tal que desde Davos se vieron
obligados también a contestar a nuestro en-cuentro. Los dos foros fueron, en definitiva, la expresión de los
intereses y sectores sociales en con-flicto hoy en el mundo. Por otro lado, los que dominan el mundo no
pueden esconder las consecuencias de las políticas que aplican, no pueden pretender que el mundo va bien y
que no pasa nada. Es ahí que ellos abrieron espacio para algunas expresiones críticas. Claro está que para
cooptar, no para reflexionar y cambiar de política. ¿A qué conclusiones llegó el Fórum? El FSM no aprobó
conclusiones. Fue un momento y un espacio de encuentro de muchas de las ex-periencias, luchas, análisis y
propuestas que vienen desarrollándose por el mundo. Fue también lugar y tiempo de establecer contactos y
proyectar luchas y alternativas, además de convocar a toda una serie de movilizaciones para el año en curso.
¿Tendrá continuidad el Fórum Social Mundial? ¡Sí, claro! El próximo año, también en enero, y de nuevo en
Porto Alegre, tendrá lugar la segunda edición del FSM. Este foro ha sido un momento histórico que marca el
fin del pensamiento único, la cultura del “camino único” de la globalización, una especie de hipnosis fascista
creada por gran parte de la media, acabó, y vemos el inicio de materialización de nuevas propuestas y
alternativas. Fue un proceso inicial, de carácter colectivo y mundial, de producción de un nuevo concepto de
globaliza-ción bajo la consigna “es posible otro mundo”. Entrando en algunos de los temas fundamentales del
FSM, ¿cuáles son según su opinión las consecuencias de la globalización y su efecto sobre la población y el
territorio? La globalización se da en un momento de rápida y brutal transformación de las estructuras
producti-vas y de los patrones de socialización característicos del período maduro de la segunda Revolución
Industrial. Todo está siendo debilitado por un proceso de “descohesión” de la sociedad de clases tradicional,
por el aumento de la exclusión, de la precariedad, de los nuevo modelos de formación de identidad de los
prestadores de servicios, con o sin contrato; por la unicidad aparente de lo “interno” y de lo “externo” en el
territorio, por la emergencia de la inseguridad como una de las categorías cen-trales de la política. La
globalización en curso pone en crisis al Estado y las formas de representación política, producien-do: una
separación estructural entre el Estado y la sociedad que aliena el interés público del estatal y disuelve la
efectividad de la ciudadanía en las relaciones de mercado; distribución desigual y control cada vez mayor del
conocimiento y la información; ausencia de control del Estado por parte de la sociedad. En términos más
concretos: la substitución de la agricultura comunal y de subsistencia en África, que tiene mucho que ver con
algunos de los problemas fundamentales del ese continente hoy, fue “regu-lada” por el Banco Mundial; la ida
y, posterior, fuga de capitales de México fueron “reguladas”por los mega-inversores del propio país y de los
países capitalistas desarrollados; el tipo de modelo económi-co que los países periféricos o semiperiféricos
adoptan, fueron animados o “regulados” por las trans-nacionales que comandan el flujo de capitales según la
“ley”de la moneda más estable y de la mano de obra más barata. La globalización neoliberal pretende la
mercantilización de todo, incluso de los seres humanos que, al mismo tiempo pasarían a ser consumidores y ya
no más ciudadanos ni personas. Es posible combinar la globalización neoliberal y la democracia? Quiero
aclarar, primero, que entiendo que una cosa es la “mundialización” de la economía, que es producto del
desarrollo del capitalismo en el mundo moderno y remonta a las “grandes navegacio-nes”. La “globalización
financiera”, sin embargo, es una opción política de la gran potencia. Ésta diferenciación conceputal es
importante porque, comprendiéndola, podremos pautar los verdaderos desafíos que nos esperan. Aclarado
esto, afirmo rotundamente que no es posible compatibilizar la globalización neoliberal con la democracia,
como creo que ya queda claro cuando señalaba antes las consecuencias de ese proceso que agudiza la
privatización del espacio público y segrega a enormes contingentes de personas, no sólo por la desigualdad
social, sino también por la apariencia personal y por la automarginación. Otra razón e que es con la
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desconstitución de las fronteras entre los Estados nacionales, se reduce su soberanía, y con ella la posibilidad
de efectivar la democracia, aumentando el poder y la fuerza de algunos pocos Estado y las grandes empresas
transnacionales que controlan el proceso. En nuestros países, las políticas “nacionales” son aplicadas por los
gobiernos neoliberales de cada país de acuerdo con las directrices del capital financiero (mirar hoy el ejemplo
de Argentina). Entonces, ¿el Estado debe o no debe intervenir en la economía? Absolutamente. Pero tiene que
ser un Estado bajo control público, que cree un sistema normativo interno capaz de refundar el contrato social
actual, que se muestra impotente para afirmar la sobera-nía del mismo, e inducir el desarrollo económico
endógeno, contando con el protagonismo de las clases trabajadoras, aunque no es cuestión exclusiva de ellas.
En el caso de Brasil, creo necesaria esa intervención para reordenar la estructura de clases de la sociedad a
través de la inducción planeada de un mercado interno de masas dirigido a las necesidades básicas de las
mayorías. Debe intervenir tam-bién, fuertemente, en el mercado de trabajo. Creo, en definitiva y de todos
modos, que no hay la menor posibilidad de pensar en cualquier trans-formación en el Estado y en la sociedad,
que tenga un carácter socializante o socialista –del poder y de la riqueza- sin que el país tenga una ambición
nacional que se materialice en un proyecto nacional. Sin una ambición nacional transformada en proyecto, la
articulación con la economía-mundo sólo puede profundizar las desigualdades, desestructurar más las
sociedades, crear más paro y marginaliza-ción. Pero, ¿cuál es el papel de la sociedad? Cómo ejercer algún tipo
de control público? En primer lugar, necesitamos establecer nuevas instituciones de control social que
produzcan una emancipación radical de la política con relación al poder del capital. El Estado aislado no es ya
capaz, con sus propias fuerzas de defender a sus ciudadanos contra los efectos externos de decisiones de otros
actores o contra los efectos en cadena de tales procesos que tienen origen fuera de sus fronte-ras. Necesitamos
nuevo procedimientos democráticos que combinen la democracia representativa, estable y previsible, con la
democracia directa de participación voluntaria. Premisas para la construc-ción de un nuevo Contrato Social de
la modernidad –como movimiento de la sociedad civil en la esfera política y como políticas públicas en la
esfera del Estado- pueden combatir la fragmentación y radicalizar la democracia volviéndose, incluso,
experimentos utópico-realistas para un nuevo proyec-to de sociedad. De acuerdo con lo que afirmó antes,
¿cree necesario algún tipo de desarrollo económico, incluso de proyecto nacional. Cuál ahí el papel de las
ciudades? El futuro del Estado nacional y el de las ciudades están determinados el uno por el otro, aunque,
claro, el Estado con características y papeles diferentes, y la ciudad con otra potencialidad política nacional e
internacional. En las grandes concentraciones urbanas ya funcionan visiblemente dos ordenes. Un orden
jurídico-formal que emana de la Constitución y otro orden que viene d la Constitución, pero que está
media-tizado por la fuerza normativa de los poderes reales, en las zonas pobres y marginales. En éstas la
fuerza del Estado –por la política- actúa según un código no escrito, en el cual la sanción precede el
conocimiento del conflico e, incluso, lo construye. La estabilidad es una inestabilidad tensa, controla-da por el
aparto estatal que es frecuentemente excusado informalmente del cumplimiento de la ley. Esta inestabilidad
está, hoy, integrada en la nueva psicología de masas urbanas, donde la explosión de la violencia sucede a los
periodos de pasividad tensa: nuestras sociedades atraviesan un periodo de bifurcación, o sea, una situación de
inestabilidad sistémica en que un cambio mínimo puede producir, de modo imprevisible el caos,
transformaciones cualitativas. La turbulencia de las escalas destruye secuencias y términos de comparación y,
al hacerlo, reduce alternativas y crea impotencia o promue-ve pasividad. El programa de una ciudad
democrática es oponerse a esta aparente espontaneidad en curso, de ma-nera que la ciudad transcienda más
allá de lo local: recohesionando la sociedad mediante la instaura-ción de nuevos procedimientos democráticos;
control público de las facciones del Estado presentes en la ciudad –lugar donde la cotidianidad se realiza y la
globalización se localiza-; impulsando la ex-presión de nuevas y antiguas identidades en la escena pública para
valorizarlas. En términos más concretos, ¿qué iniciativas públicas pueden ser llevadas a cabo? ¿Qué rela-ción
con el sector privado? ¿Qué relación con el sector de la Economía Social? Voy a ser muy concreto, de hecho
voy a citar la experiencia de POA. Reafirmando, primero, desde nuestra experiencia, que los municipios tienen
una función importantísima y pueden y deben disputar la gestión de la economía local e incidir para integrar la
economía local a partir de un concepto de creación de empleo y renta y no permitiendo que sea sofocada por
los monopolios, que es la tensión que fundamenta el proceso de globalización y que incide directamente en
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nuestras ciudades. Casos concretos: en el segundo año de mi primer mandato, creamos la Institución
Comunitaria de Crédito, más de 20 ferias-modelo, ampliamos la incubadora empresarial tecnológica y
creamos el proyecto de investigación “Proyecto Tecnopole”. Hemos trabajado y trabajamos con el sector de la
Economía Social porque creemos que es una pieza fundamental, y elemento prioritario, para el desarrollo
económico y social. Y hemos trabajo y traba-jamos también con los pequeños y medios empresarios que son
una realidad y también una necesi-dad. De la misma manera que las grandes empresas también tienen un papel
y tenemos un diálogo necesario con ellas. ¿Cómo valora la introducción de la informática y las nuevas
tecnologías en la producción y, en general, en la vida de las sociedades? Es preciso tener claro que estamos en
el inicio de una época histórica en la cual el trabajo como base civilizatoria, tal cual fue comprendido y
asimilado por la historia humana, hasta hoy, tiende a desapa-recer. Surgirán nuevas formas de relación práctica
de los hombres entre sí y de estos con la naturale-za. El control sobre la naturaleza y la explotación de sus
potencialidades tendrán una mediación mu-cho mayor de la información y del conocimiento, y las relaciones
de los hombres entre sí estarán mediadas por la digitalización y la informatización. Esto, en sí, no es malo ni
bueno. Puede ayudar o puede crear un infierno. En POA, por ejemplo, vamos a introducir mecanismos que
permitan, en estos próximos cuatro años de mi gobierno, la participación de los ciudadanos en la gestión
municipal a través de consultas, opi-niones y debates también vía internet. En nuestra administración
municipal, así como en la del Gobierno del Estado de Río Grande del Sur, todo el material informático que
utilizamos es a partir de Software libre, no utilizamos más ni Win-dows ni ningún otro. Pero, todo esto, de lo
que tan sólo apuntamos algunos detalles, remite fundamentalmente, de nuevo, como decía un poco antes, a la
política. O sea, la cuestión de un “nuevo modo de vida”, que necesa-riamente exige una nueva economía
política, pasa a ser el elemento fundante de una nueva práctica política, capaz de recomponer de manera
innovadora las relaciones del Estado con la Sociedad Civil. Y la reconstrucción de una tensión democrática
auténtica, entre Estado y Sociedad Civil, sólo puede ser materializada a través de la configuración de un nuevo
espacio público no estatal; o sea, que no es privado pero que está presidido por el interés público. Es,
humildemente, algo de lo que estamos intentando construir en POA desde hace ya algo más de doce años con
la implantación de mecanis-mos de participación democrática directa, de entre los cuales el más famoso es el
Presupuesto Parti-cipativo (Orçamento Participativo, OP, en portugués), aunque no el único, pues tenemos los
conse-jos municipales, el Congreso de la Ciudad y otros.
" }
Autor: Grupo HN
(guillehassel@iposadas.com.ar) DILEMAS DE SUPERVIVENCIA. LA POSTMODERNIDAD Definición
de postmodernismo El Postmodernismo es un movimiento internacional extensible a todos los aspectos de la
sociedad, incluyendo las artes, las ciencias, la cultura y, obviamente, los aspectos políticos. Históricamente
hace referencia a un periodo muy posterior a los modernismos y, en un sentido amplio, al comprendido entre
1970 y el momento actual. Teóricamente se refiere a una actitud frente a la modernidad y lo moderno. Se trata
de un movimien-to global presente en casi todas las manifestaciones culturales, con una especial exaltación de
la indi-vidualidad en desmedro de los aspectos comunitarios. El filósofo francés Jean-François Lyotard
considera que la explosión de las tecnologías de la infor-mación, y la consiguiente facilidad de acceso a una
abrumadora cantidad de materiales de origen en apariencia anónimo es parte integrante de la cultura
postmoderna y contribuye a la disolución de los valores de identidad personal y responsabilidad.
Postmodernidad y el capitalismo tardío Tal como expresa Gladis Adamson, "creyendo con Max Weber que el
hombre es un animal inserto en tramas de significación que él mismo ha tejido, considero que la cultura es esa
urdimbre", es decir, la cultura es esa “urdimbre de significaciones” que toda sociedad crea para sí misma y que
le permite reconocerse como tal. Por su parte Fredrich Jameson sostiene que el postmodernismo es una
dominante cultural que co-rresponde a un momento histórico que él denomina de Capitalismo Tardío o
Capitalismo Multina-cional. Sostiene que “el capitalismo ha atravesados tres momentos fundamentales y que
cada uno de ellos ha significado una expansión dialéctica en relación con el período anterior: estos tres
momentos son el capitalismo de mercado, el estadio monopolista o del imperialismo y el actual momento, al
que algunos llaman posindustrial, pero para el cual un nombre mejor podría ser el de capitalismo
multi-nacional o capitalismo tardío, que constituye la forma mas pura de capitalismo que haya surgido,
produciendo una prodigiosa expansión de capital hacia zonas que no habían sido previamente con-vertidas en
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mercancías". Agrega que la fragmentación aparece como rasgo distintivo de la postmodernidad, aspecto que
suele atribuirse a la complejidad tecnológica y a la saturación de información que proveen los medios
ma-sivos de comunicación. Para F. Jameson esas cuestiones son “las representaciones con las cuales tra-tamos
de captar algo mas profundo: el sistema internacional del capitalismo multinacional de nues-tros días” y del
cual es prácticamente imposible lograr una representación de totalidad. Se atribuye la lógica de la
fragmentación de la cultura postmoderna a la variedad y vertiginosidad de los cambios tecnológicos, pero eso,
que constituiría la materialidad que explicaría la lógica de las re-presentaciones culturales, es lo que Fredrich
Jameson dice que constituye “la representación posible de un irrepresentable que sería la lógica misma del
capitalismo multinacional”. Enfatiza que “nos representamos a la tecnología como "causa" de la
fragmentación en nuestra cultura porque nos es imposible representarnos la complejidad del capitalismo tardío
o multinacional”. Puede ser útil comparar las ideas rectoras de la Modernidad, algo que diversos autores
concuerdan en afirmar que comenzó a concluir luego de la década de 1950. La Modernidad se caracteriza por
la confianza en el Progreso, por la búsqueda de una razón globalizante que de cuenta del momento histórico y
su devenir, la postulación de metas ideales, un fuerte sentido de la vida signada por res-ponsabilidades acerca
del mundo, responsabilidad por el otro, aun en el heroísmo, el imperio de la razón. Esta modernidad
correspondía a la Industria Capitalista o al capitalismo industrial con sus fábricas, sus organizaciones obreras,
sindicales. La postmodernidad corresponde a un momento histórico diferente vinculado con el Capitalismo
Tardío, con una sociedad de consumo, una sociedad de la informática, de los medios masivos de
comunicación, una sociedad de una tecnología sofisticada. Si bien no toda nuestra cultura es post-moderna
pero si el postmodernismo es una dominante cultural en nuestros días. Incluso algunos autores como Marshall
Berman o Jurgen Habermas no acuerdan en denominar a nuestro momento actual de postmodernidad, pero sí
acuerdan en las características que definen a nuestra cultura con-temporánea. La revolución postmoderna
Uno de los principales estudiosos de las características culturales postmodernas como es Gilles Lipo-vetski,
sostiene que “asistimos a una nueva fase en la historia del individualismo occidental y que constituye una
verdadera revolución a nivel de las identidades sociales, a nivel ideológico y a nivel cotidiano”. Esta
revolución se caracteriza por: un consumo masificado tanto de objetos como de imágenes, una cultura
hedonista que apunta a un confort generalizado, personalizado, la presencia de valores permi-sivos y light en
relación a las elecciones y modos de vida personales. Estos cambios, novedosos a nivel de la cultura y los
valores morales implican una fractura de la so-ciedad disciplinaria (bien analizada por Michel Foucault) y la
instauración de una sociedad mas flexi-ble "basada en la información y en la estipulación de las necesidades,
el sexo y la asunción de los "factores humanos", en el culto a lo natural, a la cordialidad y al sentido del
humor" La cotidianeidad tiende a desplegarse con un mínimo de coacciones y el máximo de elecciones
priva-das posibles, con el mínimo de austeridad y el máximo de goce, con la menor represión y la mayor
comprensión posible. Poder planificar una vida "a la carta". Esta sería la utopía de los tiempos postmodernos
donde el mito, tal cual lo señala Lipovetski, no sería Prometeo como en la Modernidad, sino Narciso. La
sociedad disciplinaria si bien correspondía a un sistema político democrático era de tipo autorita-rio. Se tendía
a sumergir al individuo en reglas uniformes, en eliminar lo máximo posible las eleccio-nes singulares en pos
de una ley homogénea y universal, la primacía de una voluntad global o univer-sal que tenia fuerza de
imperativo moral que exigía una sumisión y abnegación a ese ideal. En el contraste se ve la diferencia. Lo
interesante de pensar es que la Modernidad plasmada como sociedad disciplinar constituyó una subjetividad y
una forma de ejercer un control de esta subjetivi-dad. Como lo señala M.Foucault el control de las mentes y
las conciencias permitió el control sobre los cuerpos y las prácticas sociales de los sujetos. La postmodernidad
no implica una liberación del control social, no nos libera de una estrategia de control global. Simplemente la
manera de ejercer dicho control varía, ya que ahora dicho control se ejerce a través de la seducción, de una
oferta de consumo, de objetos o de imágenes, consumo de hechos concretos o de simulacros. La cultura
postmoderna es en definitiva una pluralidad de subculturas que corresponden a diversos grupos sociales y que
adquieren su propia legitimación a existir y a coexistir con otras subculturas con igual o similar
reconocimiento social. Dice G.Lipovetski: "la cultura posmoderna es descentrada y heteróclita, materialista y
psíquica, porno y discreta, renovadora y retro, consumista y ecologista, sofisticada y espontánea, espectacular
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y crea-tiva; el futuro no tendrá que escoger una de esas tendencias sino que, por el contrario desarrollará las
lógicas duales, la correspondencia flexible de las antinomias”. Se diversifican las posibilidades de elección
individual, se anulan los puntos de referencia ya que se destruyen los sentidos únicos y los valores superiores
dando un amplio margen a la elección indivi-dual. Lo interesante es pensar esta lógica no como la aspiración a
un paraíso terrenal sino como una nueva forma de control social. La posibilidad de la constitución de una
nueva subjetividad tal vez más controlable que la subjetividad moderna-revolucionaria. Implican nada más que
tecnologías blandas de control. El fin del trabajo En el marco del análisis de la postmodernidad no debe
soslayarse una problemática que constituye el centro de los debates sociales y psicosociales en el momento
actual y que se percibe como una suerte de fantasma del futuro: el fin del trabajo tal como lo conocemos desde
hace unos 200 años. Tanto Jeremy Rifkin en "El fin del Trabajo" y Robert Castel quien editó "La cuestión de
la metamor-fosis social" muestran datos históricos que resultan sumamente contundentes a la hora de analizar
este tema. Entre las informaciones analizadas destacan que a principio del siglo XIX la agricultura constituía
la ocupación fundamental de los hombres. Todas las tareas agrícolas se realizaban "a mano", arar, sem-brar,
carpir, regar, cosechar, etc. A partir de 1850 las condiciones comenzaron a variar Mc Cormick invento la
segadora, John Deere el arado de acero, mas adelante apareció el tractor. En la actualidad solo un 3% de la
población laboral se dedica a tareas del agro. Estos trabajadores se trasladaron a las industrias que se hallaban
en pleno auge. Llegaron a ocupar el 35% de la mano de obra de la clase trabajadora. Pero aquí también llegó la
tecnología y la robótica y aunque la tecnificación de las industrias aumentaba la producción hacían que
disminuyera estrepito-samente el caudal de obreros empleados. Quedaba aún el sector de Servicios. Desde
profesores a abogados, enfermeras y médicos cuidadores varios, funcionarios de gobierno administrativos y
guardas de seguridad, este sector permitió salvar a la sociedad del terrible efecto desbastador del desempleo.
Pero actualmente el sector de Servicios también se está tecnificando, la computadora, el Internet, la
fotocopiadora, el procesador de textos entre otros adelantos, hace que se esté desplazando también de este
sector a una masa de trabajado-res que generan este gran interrogante: ¿adonde van? A este interrogante se
suma otro que es: ¿que actividad humana va a suplir la multidimensionalidad de efectos, vinculares, culturales,
de la vida cotidiana, barriales y subjetivos que produjo el trabajo hasta ahora?. La ausencia de trabajo y el
aumento del ocio forzado pone en evidencia que el trabajo es mucho más que un medio de producción
económica. El hecho que falte hace visible su múltiple función de or-ganizar la cotidianidad no solo de un
sujeto sino de su familia, genera hábitos, costumbres, horarios, es un medio de ubicación social de sentido para
la vida, es generadora de subjetividad. Si era el trabajo lo que producía todos estos efectos la gran pregunta es
¿qué otra actividad lo va a reemplazar como generadora de estos efectos que corresponden a la dignidad
humana? Desde los distintos autores, incluyendo los mencionados Rifkin y Castel se plantea la necesidad de
repensar la cuestión social, la necesidad de pensar las condiciones de un nuevo contrato social, de reformular
la concepción de lo equitativo y de lo justo, de crear formas inéditas de solidaridad y a buscar modalidades
originales de recomposición del tejido social. La actual política mundial de exclusión y disgregación produce
la segregación de los circuitos sociales de producción, de utilidad y de reconocimiento de una gran parte de la
población mundial. Se perfila, así un modelo de sociedad en el que sus miembros no están ya vinculados por
aquellas relaciones de interdependencia que teorizó Durkheim, por ejemplo y que permiten que se pueda
hablar de una sociedad como un conjunto de sujetos que se reconoce, por rasgos, como "semejantes". Tal es el
peligro que comportan los fenómenos de exclusión: el exilio de una parte de la población respecto de la
sociedad y la ciudadanía. El peligro no solo es encontrarnos en un nuevo tipo de sociedad sino en la
descomposición de las condiciones de la democracia misma.
¿El fin de las ideologías? El fin de las
ideologías fue pronosticado en los años sesenta por Daniel Bell en un libro titulado "Contradicciones
culturales del capitalismo". Dos décadas después, Francis Fukuyama publicó un célebre artículo, titulado "¿El
fin de la historia?", por la confusión que generó sobre el término "his-toria", entendida en el sentido
convencional de sucesión de acontecimientos. Más adelante, Fukuya-ma retornó sobre estas cuestiones en su
libro: "El fin de la historia y el último hombre". Un hecho ocurrido en el corazón de Europa en 1989, la caída
del Muro de Berlín y la consiguiente desintegración del mundo socialista que giraba en torno a la Unión
Soviética, pareció confirmar las tesis expuestas por Bell y Fukuyama. El fin de la guerra fría, que había
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caracterizado la vida del plane-ta tras la Segunda Guerra Mundial, marcaba según esas apreciaciones el fin de
las ideologías, y había un consenso tácito acerca de la democracia liberal como forma final de gobierno y a la
que podían llegar todos los Estados, es decir, se había llegado al techo de la evolución ideológica de la
Humani-dad o, en otras palabras, al fin de la historia. Polémicas En el marco mencionado, se presenta
entonces una de las grandes polémicas de estos tiempos y que se relaciona con las ideologías. Efectivamente,
algunos opinan que estamos en la era donde las ideo-logías han tocado a su fin u otros indican que en realidad
asistimos a una etapa de redefinición y ac-tualización de las ideologías a la luz de los cambios que se están
produciendo. Con la caída del muro de Berlín y el fin de la guerra fría se terminaron los grandes debates entre
el socialismo y el liberalismo. Por esa causa, muchos afirman que ya no queda nada por discutir, razón por la
cual en el mundo occidental se indica que no existen ideologías y que sólo nos quedan realida-des: el progreso,
el avance tecnológico, la modernidad, la globalización son realidades, “pero también son parte de una
ideología”, indica el periodista Ignacio Ramonet, quien remarca que “en las demo-cracias actuales, cada vez
son más los ciudadanos que se sienten atrapados, empapados en una espe-cie de doctrina viscosa que,
insensiblemente, envuelve cualquier razonamiento rebelde, lo inhibe, lo paraliza y acaba por ahogarlo. Esta
doctrina es el pensamiento único, el único autorizado por una invisible y omnipresente policía de la opinión”
que es la “traducción en términos ideológicos, con pretensión universal, de los intereses de un conjunto de
fuerzas económicas, en particular las del capital transnacional”. Se trata ese pensamiento único del
neoliberalismo, “como única ideología aceptada por los dueños del mundo”, que con su discurso racional y
totalizador bloquea o ahoga cualquier intento de pensa-miento crítico de acuerdo con las expresiones de
Ramonet quien remarca que “hoy no existe una polémica fructífera, esclarecedora sobre alternativas
ideológicas. Existe un pensamiento unificador, producto del proceso económico de globalización que ante una
realidad económica ineluctable y un pragmatismo exagerado antepone la economía a la política”. Como
ejemplo de esa realidad, en la década de los ochenta, Reagan en Estados Unidos y Thatcher en Inglaterra
llevaron a la práctica estas ideas neoliberales mediante la aplicación de programas económicos de corte duro.
El conservaduris-mo trajo el debilitamiento y desmoronamiento de los valores que conformaron el Estado de
bienes-tar, en virtud del cual se había institucionalizado la protección social de los ciudadanos por el mero
hecho de serlos. En contra el pensamiento único, Joaquín Estefanía escribe que "al autodestruirse
definitivamente el sistema alternativo al mercado y poderse contener el miedo al comunismo, el Es-tado de
bienestar ya no fue necesario y la revolución que lo hizo posible se mandó al cuarto trastero". Las ideologías
no han muerto Es evidente entonces que no es verdad que las ideologías hayan muerto, sí que existe una
ideología totalizadora y predominante, enfrentada a “una alarmante carencia de pensamiento crítico”, que
in-tenta explicarlo todo, ante la lógica irrebatible de las nuevas realidades económicas, donde todo –política,
sociedad, cultura- ha de supeditarse a la economía. En este aspecto la ideología neo liberal globalizadora
asume la forma de un proyecto político global, que pregona el no intervencionismo, la minimización de los
estados, la exaltación del mercado como único mecanismo de regulación eco-nómica, pero también social,
cultural y política. Se hace un mito de la linealidad del proceso de globa-lización que escapa totalmente a la
capacidad de los políticos y por tanto de los Estados, un proceso predeterminado donde todo está
interrelacionado y nos lleva al progreso y al bienestar económico de todos. Es un proyecto político que tiene
una utopía, la de un mercado global, sin fronteras, donde capitales, personas e información circulan con total
libertad configurando un mundo idílico donde todos viviremos mejor. Su principal fuerza está generada en que
se basa en realidades, en una lógica económica verificable que no cuenta con alternativas del mismo status. El
progreso, la tecnología, las comunicaciones, el consumo, son realidades, pero también forman parte de esta
ideología neoliberal que exalta las individualidades e intenta reemplazar las políticas estatales por la nueva
tecno-política global. Lo que ha dado en llamarse como neoliberalismo es una especie de revolución
conservadora que exacerba el liberalismo económico, en cuanto sociedad de mercado, pero mantiene vivos los
princi-pios filosóficos de los viejos conservadores. Es clasista, excluyente y políticamente autoritario. Ignora
totalmente las consecuencias negativas de la globalización y del propio progreso, no le interesan y por tanto no
se preocupa en neutralizarlas, más bien la oculta. Utiliza el discurso liberal-económico en varios aspectos pero
olvidando que el fin último del pensamiento político debe ser el hombre. LA GLOBALIZACIÓN Reemplazo
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de los Estados Nacionales. Centralización y Descentralización. La crisis de las fronteras tradicionales. La
Globalización es concepto que pretende describir la realidad inmediata como una sociedad plane-taria, más
allá de fronteras, barreras arancelarias, diferencias étnicas, credos religiosos, ideologías polí-ticas y
condiciones socio-económicas o culturales. Surge como consecuencia de la internacionaliza-ción cada vez más
acentuada de los procesos económicos, los conflictos sociales y los fenómenos político-culturales. En sus
inicios, el concepto de globalización se ha venido utilizando para describir los cambios en las economías
nacionales, cada vez más integradas en sistemas sociales abiertos e interdependientes, sujetos a los efectos de
la libertad de los mercados, las fluctuaciones monetarias y los movimientos especulativos de capital. Los
ámbitos de la realidad en los que mejor se refleja la globalización son la economía, la innovación tecnológica
y el ocio. La caída del Muro de Berlín y la desaparición del bloque comunista ha impuesto una acusada
mun-dialización de nuevas ideologías, planteamientos políticos de "tercera vía", apuestas por la superación de
los antagonismos tradicionales, como "izquierda-derecha", e incluso un claro deseo de internacio-nalización de
la justicia. En todos los países crece un movimiento en favor de la creación de un tribunal internacional,
valida-do para juzgar los delitos contra los derechos humanos, como el genocidio, el terrorismo y la
perse-cución política, religiosa, étnica o social. Aspectos fundamentales de la globalización Dos fenómenos
centrales caracterizan hoy a nuestro planeta: por una parte, todos los Estados parti-cipan de la dinámica
globalizadora. Al mismo tiempo, el mundo asiste a la revolución de la informa-ción. Se trata de un proceso
importante, comparable al del pasaje de la economía agraria al de la eco-nomía industrial. Vivimos una
segunda revolución capitalista, cuyo nombre es: globalización. ¿Y qué es en definitiva la globalización? Se
trata de la interdependencia y de la imbricación cada vez más estrecha de las eco-nomías de numerosos países,
sobre todo el sector financiero, ya que la libertad de circulación de flu-jos financieros es total y hace que este
sector domine, muy ampliamente, a la esfera económica. La globalización llega a todos los rincones del
planeta, ignorando o pasando por alto tanto los dere-chos y reglas de individuos y empresas como la
independencia de los pueblos o la diversidad de re-gímenes políticos. La globalización es la característica
principal del ciclo histórico inaugurado por la caída del muro de Berlín, en noviembre de 1989, y la
desaparición de la Unión Soviética, en diciembre de 1991. Su em-puje y su potencia son tales, que nos obligan
a redefinir conceptos fundamentales sobre los que re-posaba el edificio político y democrático levantado a
finales del siglo dieciocho: conceptos como Estado-nación, soberanía, independencia, fronteras, democracia,
Estado benefactor y ciudadanía. La globalización no apunta a conquistar los países, sino los mercados. Su
preocupación no es el con-trol físico de los cuerpos ni la conquista de territorios, como fue el caso durante las
invasiones o los períodos coloniales, sino el control y la posesión de las riquezas. La consecuencia de la
globalización es la destrucción de lo colectivo, la apropiación de las esferas pública y social por el mercado y
el interés privado. Actúa como una mecánica de selección perma-nente, en un contexto de competencia
generalizada. Existe competencia entre el capital y el trabajo, pero como los capitales circulan libremente y los
seres humanos son mucho menos móviles, el capi-tal siempre gana. Los fondos privados de los mercados
financieros tienen ahora en sus manos el destino de muchas empresas nacionales y la soberanía de numerosas
naciones. También, en cierta medida, la suerte o el destino económico del mundo. Los mercados financieros
pueden dictar sus leyes a las empresas y a los Estados. En este nuevo paisaje político-económico, el financista
se impone al empresario, lo glo-bal a lo nacional y los mercados al Estado. En una economía globalizada ni el
capital, ni el trabajo, ni las materias primas constituyen en sí mis-mos el factor económico determinante, sino
que lo importante resulta la relación óptima entre esos tres factores. Para establecer esa relación las grandes
firmas globales no tienen en cuenta ni las fron-teras ni las reglamentaciones, sino solamente el tipo de
explotación inteligente que pueden realizar de la información, de la organización del trabajo y de la revolución
en los métodos de gestión. Esto comporta con frecuencia la ruptura de la cadena de solidaridades en el interior
de un país. Se llega así al divorcio entre el interés de las grandes multinacionales y el de las pequeñas y
medianas (incluso grandes) empresas nacionales; entre el interés de los accionistas de las grandes empresas y
el de la colectividad nacional, entre la lógica financiera y la lógica democrática. Las grandes multinacionales
no se sienten concernidas, ni mucho menos responsables, por esta situa-ción, ya que subcontratan y venden en
el mundo entero y reivindican un carácter supranacional que les permite actuar con enorme libertad ya que no
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existen, por decirlo así, instituciones internacionales capaces de reglamentar con eficacia su comportamiento.
La globalización constituye una inmensa ruptura económica, política y cultural; somete a las empre-sas y a los
ciudadanos a una salida única: "adaptarse", abdicar de su voluntad para obedecer al man-dato anónimo de los
mercados financieros. La globalización, tal como se desarrolla actualmente, es el economicismo llevado al
extremo. Esta mundialización condena por adelantado, en nombre del "realismo", cualquier veleidad de
resistencia e, incluso, de disidencia. Los pujos proteccionistas, la búsqueda de alternativas, las tentativas de
regulación democrática y las críticas a los mercados financieros son consideradas "arcaicas” e, incluso,
oprobiosas. La mundialización erige a la competencia en única, exclusiva, fuerza motriz. Helmut Maucher, un
ex presidente de Nestlé, declaró en el Foro de Davos: "Tanto para un individuo, como para una empre-sa o un
país, lo importante para sobrevivir en este mundo es ser más competitivo que el vecino". Y pobre del gobierno
que no siga esta línea. "Los mercados lo sancionarían de inmediato -advirtió Hans Tietmeyer, ex presidente
del Bundesbank alemán- ya que los políticos están ahora bajo control de los mercados financieros". Marc
Blondel, secretario del sindicato francés Force Ouvrière, pudo verificar esto en Davos, en 1996: "En el mejor
de los casos, los poderes públicos sólo son subcontratistas de las grandes multinaciona-les. El mercado
gobierna; el gobierno administra", declaró. Boutros Boutros-Ghali, ex secretario general de Naciones Unidas,
señaló por su parte: "La realidad del poder mundial escapa ampliamente a los Estados. Esto es así porque la
globalización implica la emergencia de nuevos poderes, que trascienden las estructuras estatales" ¿Y quiénes
son, en este siglo que comienza, esos "nuevos poderes", esos nuevos amos del mundo? Por cierto no
constituyen, como algunos imaginan, una especie de estado mayor conspirando en las sombras para controlar
al mundo. Se trata más bien de fuerzas que se mueven a su antojo gracias a la globalización. Que obedecen a
consignas precisas, cuyo slogan totalitario podría ser: "todo el poder a los mercados". George Soros,
financista multimillonario, sostiene que "los mercados votan todos los días (...) por cierto, fuerzan a los
gobiernos a adoptar medidas impopulares, pero indispensables. Son los merca-dos los que tienen sentido del
Estado". Sin embargo, la globalización mata al mercado nacional -en particular los de los países en desarrolloque es uno de los fundamentos del poder del Estado-nación. Anulando al mercado, modifica el capitalismo
nacional y disminuye el papel de las empresas locales y de los poderes públicos. Las empresas locales, incluso
los Estados, ya no disponen de los medios para oponerse a los merca-dos. Quedan desprovistas de
instrumentos para frenar los formidables flujos de capital, muchas veces puramente especulativos, o para
oponerse a la acción de los mercados contra sus intereses y los in-tereses de los ciudadanos. En general los
gobiernos se someten a los consignas de política económica definidas por organismos mundiales como el
Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial o la Organización Mundial de Comercio, que ejercen una
verdadera dictadura sobre la política de los Estados. La globalización no se reduce a la simple apertura de
fronteras; traduce sobre todo el creciente poder de los mercados financieros, el retroceso de los Estados
nacionales y las dificultades para establecer poderes supranacionales capaces de orientarla hacia el interés
general. Favoreciendo el libre flujo de capitales y las privatizaciones masivas a lo largo de las dos últimas
dé-cadas, los responsables políticos han permitido la transferencia de decisiones capitales (en materia de
inversiones, de empleo, de salud, de educación, de cultura, de protección del medio ambiente), desde el ámbito
público nacional hacia el ámbito privado internacional. Es por eso que actualmente más de la mitad de las
doscientas primeras economías del mundo no pertenecen a países, sino a empresas privadas. Desigualdad y
devastación Si consideramos la cifra de negocios global de las doscientas principales empresas del planeta,
vemos que ésta representa más de un cuarto de la actividad económica mundial. Sin embargo, esas doscien-tas
firmas emplean menos del 0,75% de la mano de obra mundial. Mediante las fusiones se multiplica el número
de firmas gigantes, cuyo peso es a veces superior al de los Estados. La cifra de negocios de General Motors es
superior al Producto Bruto Interno de Di-namarca; la de Exxon-Mobil supera el de Austria. Cada una de las
100 multinacionales más importan-tes vende más de lo que exporta cada uno de los 120 países más pobres del
planeta. Y las 23 multina-cionales más poderosas venden más de lo que exportan algunos gigantes del sur del
planeta, como la India, el Brasil, Indonesia o México. Esas grandes firmas controlan el 70% del comercio
mundial y amenazan con asfixiar o absorber a millares de pequeñas y medianas empresas en el mundo. Los
dirigentes de las multinacionales y de los grandes grupos financieros y mediáticos mundiales de-tentan la
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realidad del poder y, a través de sus poderosos lobbies, se imponen sobre las decisiones polí-ticas, confiscando
en su beneficio la economía y la democracia. El volumen de la economía financiera es 50 veces superior al de
la economía real y sus principales actores -los fondos de pensión estadounidenses, británicos y japonesesdominan los mercados fi-nancieros. Ante ellos, el peso de los Estados y de las empresas locales, cualesquiera
que sean, resulta casi despreciable. Cada vez más países que han vendido (muchas veces malvendido) sus
empresas públicas al sector privado internacional se han convertido de hecho en propiedad de los grandes
grupos multinaciona-les, que actualmente dominan sectores enteros de la economía del sur, sirviéndose de los
Estados locales para ejercer presión sobre los foros internacionales y obtener las decisiones políticas más
fa-vorables a su dominación global. Las políticas de ajuste estructural impuestas a los países en desarrollo en
los años "80 en el marco del "Consenso de Washington" han dado resultados satisfactorios a escala
macroeconómica, pero han significado un costo social exorbitante y contraproductivo. Los gobiernos han
"saneado" las econo-mías únicamente para favorecer la inversión internacional y, al mismo tiempo, han
destruido las so-ciedades. La aceleración de la globalización y las crisis financieras de los años 1997 y 1998
aumentaron estos perversos efectos. Provocaron una reducción de los gastos públicos en salud y educación en
nombre de la lucha contra el déficit fiscal y un aumento de las desigualdades y de la pobreza. Es cierto que en
los países en desarrollo éstas no son producto exclusivo de las políticas de ajuste, pero es innegable que esas
políticas han contribuido a acrecentarlas. Actualmente, tanto las estructuras de Estado como las económicas y
sociales de los países en desa-rrollo han sido barridas. El Estado se desploma un poco en todas partes. Se
desarrollan zonas donde no existe el derecho; una suerte de entidades caóticas ingobernables al margen de toda
legalidad, donde se ha recaído en un estado de barbarie en el que sólo las mafias imponen su ley. Aparecen
nuevos peligros: crimen organizado, delincuencia explosiva, inseguridad generalizada, redes mafiosas,
fanatismos étnicos o religiosos, corrupción masiva, etc. La abundancia de bienes y el progreso de la técnica
alcanzan niveles sin precedentes en los países ricos y desarrollados, pero en los países en desarrollo el número
de los que no tienen techo, ni traba-jo, ni medicamentos, ni lo suficiente para alimentarse, aumenta sin cesar.
Sobre los 4.500 millones de personas que viven en los países en desarrollo, más de un tercio (o sea 1.500
millones) no tiene acce-so al agua potable. El 20% de los niños no ingiere las calorías o proteínas suficientes y
alrededor de 2.000 millones de personas, un tercio de la humanidad, sufre de anemia. La globalización viene
acompañada de un impresionante proceso de destrucción. Desaparecen indus-trias enteras en todas las
regiones, con los sufrimientos sociales que eso comporta: feroz explotación de hombres, mujeres y, más
escandaloso aún, de niños; 300 millones de niños son explotados en el mundo, en condiciones de brutalidad
sin precedentes. La mundialización comporta también devastación ecológica. Las grandes firmas pillan el
medio am-biente valiéndose de medios desmesurados; se aprovechan sin frenos ni escrúpulos de riquezas
natu-rales que representan el bien común de la humanidad. Esto se acompaña asimismo de una criminalidad
financiera ligada a los negocios y a los grandes ban-cos, que reciclan sumas que superan el millón de millones
de dólares por año, es decir 20% de todo el comercio mundial y más que el Producto Nacional Bruto de un
tercio de la humanidad. La mercantilización generalizada de las palabras y las cosas, de los cuerpos y los
espíritus, de la natu-raleza y de la cultura, agrava las desigualdades. Las diferencias de ingreso a escala
planetaria se am-pliaron en proporciones sin precedentes en la historia. La relación entre el país más rico y el
más pobre era de alrededor de 3 a 1 en 1816, cuando Argentina se declaró independiente. En 1950 era de 35 a
1; de 44 a 1 en 1973; de 72 a 1 en 1992 y de ¡82 a 1 en 1995! Si bien gracias a un crecimiento sostenido y los
beneficios de la llamada nueva economía el mundo es globalmente más rico, las políticas de ayuda a los más
pobres resultan un fiasco evidente. Entre 1990 y 1998 la progresión anual media del ingreso por habitante fue
negativa en 50 países en desarrollo. En más de 70 países, el ingreso medio por habitante es hoy menor que
hace 20 años. A escala plane-taria, uno de cada dos niños sufre de malnutrición. Más de 3.000 millones de
personas, la mitad de la humanidad, viven con menos de 2 dólares por día... "Viven" es una manera de decir,
porque con dos dólares por día deben comer, alojarse, curarse, vestirse, transportarse... En América Latina, la
pobreza alcanzaba en 1980 al 35% de los hogares; en 1990, al 45%. O sea que pasó de 135 a 200 millones de
personas. En 1998, más de 50 millones de personas, que antes perte-necían a las clases medias, habían pasado
a la clase de "nuevos pobres". La desigualdad aumenta entre países ricos y pobres, en materia de acceso a
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medicamentos y de inves-tigación para el tratamiento de enfermedades prácticamente ausentes en los países
desarrollados. La globalización es cada vez más excluyente. En nuestro planeta, el quinto más rico de la
población dispone del 80% de los recursos, mientras el quinto más pobre dispone de menos del 0,5%. El
nú-mero de personas que viven en la pobreza es más grande que nunca, y la distancia en términos relati-vos
entre los países desarrollados y en desarrollo nunca fue más importante. La fosa que separa el Norte del Sur es
hoy tan grande, que resulta difícil imaginar cómo podría desaparecer. Podemos verificar con satisfacción que
en los últimos veinte años más de 100 países se desprendie-ron de regímenes militares o de partido único y
que, por primera vez en la historia, la mayor parte de la humanidad vive en democracia. Pero el desastre
económico pone en cuestión el progreso de las libertades civiles en muchos países en desarrollo. La pobreza
disminuye el sentido de la democracia. Se podría estimar que la clase media global reagrupa a los propietarios
de automóviles, o sea alrede-dor de 500 millones de personas. Si estimamos tres personas por coche, eso hace
1.500 millones, o sea el 25% de la población mundial, de las cuales cuatro quintas partes viven en el Norte y
consumen el 80% de los recursos del planeta. La comunidad mundial de abonados a Internet conoce un
crecimiento exponencial y representa ac-tualmente el 26% de la población de Estados Unidos, pero menos del
1% del conjunto de los países en desarrollo. Se considera que el número de utilizadores de Internet, estimado
en 142 millones en 1998, debería ser de 700 millones en 2004. La gran batalla del porvenir será entre
empresas estadou-nidenses, europeas y japonesas por controlar las redes. Los países en desarrollo y sus
empresas, salvo alguna excepción, están por completo al margen de esta nueva fuente de riquezas y apenas
recogerán unas migas del comercio electrónico. Embrionario en 1998, con apenas 8.000 millones de dólares de
intercambio, el comercio electrónico llegará a 120.000 millones este año. Pero en la edad de la globalización,
incluso los países ricos no garantizan un nivel de desarrollo humano satisfactorio a todos sus habitantes.
Sectores enteros de la sociedad quedan al margen de la aparente prosperidad económica. En Estados Unidos,
el 16% de la población -o sea una persona de cada seis- sufre de exclusión social. El número de niños sin
cobertura médica satisfactoria llega al 37%. En Tejas, el Estado de George Bush, llega al 46%. En la primera
potencia económica del mun-do, 32 millones de personas tienen una esperanza de vida inferior a los 60 años;
44 millones están privadas de toda asistencia médica; 46 millones viven por debajo de los niveles de pobreza y
hay 52 millones de iletrados. En el Reino Unido, un cuarto de los niños vive por debajo de los niveles de
pobreza: más de la mitad de las mujeres trabaja en condiciones precarias y, en el plano de la asistencia médica,
Gran Bretaña está en la última posición en la Unión Europea, después de Grecia, Portugal e Irlanda. A quien
estas cifras parezcan asombrosas o desmesuradas, no tiene más que consultar el último informe del Programa
de Naciones Unidas para el Desarrollo. Por todas partes la regla es la pobreza y el confort la excepción. La
desigualdad creciente es una de las características estructurales de la mundialización. Estimaciones recientes
de Naciones Unidas se-ñalan que en 1999 la fortuna acumulada por las 200 personas más ricas del mundo
representa más de un millón de millones de dólares. A título comparativo digamos que los 582 millones de
habitantes de los 43 países menos desarrollados totalizaron un ingreso de 146.000 millones de dólares.
Existen individuos más ricos que los Estados: el patrimonio de las 15 personas más ricas supera el Producto
Bruto Interno del conjunto del África subsahariana... La riqueza de las tres personas más ricas del mundo es
superior a la suma del Producto Nacional Bruto de todos los países menos des-arrollados, o sea 600 millones
de personas. La globalización ha favorecido una gigantesca dilatación de la esfera financiera: el monto de las
tran-sacciones del mercado de divisas se multiplicó por cinco desde 1980, para llegar a cerca de dos millo-nes
de millones de dólares por día. El monto de las transacciones financieras internacionales es 50 veces más
importante que el valor del comercio internacional de bienes y servicios. El monto de los activos en poder de
los inversores institucionales (compañías de seguros, fondos de pensión, etc.) supera los 25 millones de
millones de dólares, o sea más que la totalidad de las riquezas producidas anualmente en todo el mundo. Y las
autoridades no pueden hacer gran cosa ante el poder de la especulación. Por ejemplo Japón, país que posee la
más importante reserva de divisas del mundo (más de 200.000 millones de dólares), no es nada ante el poder
financiero de los tres primeros fondos de pensión de Estados Unidos: más de 500.000 millones de dólares. Si
un gobierno democrático desea proteger sus empresas nacionales y realizar una política favorable al
crecimiento y al empleo reduciendo las ganancias de las grandes empresas y tolerando un pequeño aumento de
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la inflación, los inversores internacionales lo acusarán de inmediato de proteccionismo y sancionarán al país,
sea atacando su moneda, sea vendiendo masivamente las acciones de sus empre-sas. Esta reacción brutal
provoca una crisis y hace imposible la aplicación de una política que ha sido democráticamente elegida por los
ciudadanos. Rubens Recúpero, integrante de la Comisión de Naciones Unidas para el Comercio y el
Desarrollo, afirmó alarmado que "es necesario controlar los movimientos de capital volátil. La economía
mundial es hoy más inestable que nunca desde la segunda guerra mundial. Los países en vías de desarrollo son
los más vulnerables. La reforma de la arquitectura financiera planetaria debe ser la primera prioridad
mundial". También el economista del Banco Mundial, James Wolfensohn, admitió el fracaso de una cierta
polí-tica, a punto tal que declaró en Ginebra: "Sabemos ahora que la estabilidad macroeconómica, la
libe-ralización y las privatizaciones son importantes, pero no suficientes. El desarrollo tiene múltiples facetas.
Hacer funcionar los mercados apunta a reducir la pobreza, pero demanda un entorno social sólido. La pobreza
es multidimensional: una mejor calidad de vida no se traduce solamente por in-gresos más elevados, sino que
debe representar asimismo más libertades civiles y políticas, más segu-ridad y participación en la vida pública,
más educación, alimentación y salud, un medio ambiente más protegido y un aparato de Estado que funcione
realmente". En conclusión, la globalización construye sociedades duales: de un lado un grupo de privilegiados
e hiperactivos y, del otro, una inmensa masa de precarios, desempleados, marginados, es decir, tiempo de la
exclusión social. Con todos los riesgos que ello supone, ya que el crecimiento de la pobreza y la desaparición
de toda esperanza de salir de ella favorece el aumento de la violencia en los países en desarrollo. En algunos
de ellos la violencia ha adquirido la dimensión de una verdadera guerra. En Brasil, por ejemplo, alrededor de
600.000 personas han muerto asesinadas en los últimos 20 años. En países como Japón o Francia, el número
de personas asesinadas es, respectivamente, de 2 y 3 por cada 100.000 personas. En Brasil es de 58 y en
Colombia de 78 personas asesinadas por cada 100.000 En ciertas ciudades esa proporción es aún más trágica:
en Cali es de 88, y en ciertos barrios de San Pablo de 102. En ciertas ciudades de América Latina, más del
50% de las personas interrogadas declaran que ya no salen de su casa por la noche, lo que comporta un
desastre económico para muchos comercios y empresas. “¿Cuándo acabaremos por comprender, por aceptar,
que la equidad y la justicia social, ejes de consti-tuir frenos al desarrollo, son por el contrario favorables a
mediano y largo plazo a la eficacia econó-mica, a la expansión del comercio y a la prosperidad de las
empresas?” se pregunta el analista francés Ramonet. Sostiene que deben tomarse “medidas redistributivas
destinadas a facilitar el acceso de los pobres a la renta y poner en práctica políticas que estimulen la
participación de los pobres en la vida social y económica” y en el plano internacional “se requiere ante todo un
entorno de estabilidad que favorez-ca el crecimiento económico y marcos reguladores que limiten los flujos
especulativos y eliminen la volatilidad financiera asociada a la globalización”. “Solo así conseguiremos
humanizar la globalización y hacerla compatible con una concepción eleva-da de la democracia y de la
dignidad humana” resalta. LA GLOBALIZACIÓN Y LA MISIÓN SOCIAL DE LA IGLESIA El
cristianismo aportó una ética social de la dignidad de la persona y una igualdad que trascendía el status social,
es decir, la Iglesia se entendió a sí misma desde el principio como una comunidad con una misión social. Esta
misión social, como la misma Iglesia, siempre ha estado condicionada por el contexto. Esta contextualización
se puede ver con la máxima claridad en el período moderno de la misión social de la Iglesia. Cuando León
XIII escribió la Rerum novarum (1891), el contexto era la rápida industrialización y ur-banización de Europa,
y la cuestión laboral condujo a una sociedad de dos clases: los empresarios burgueses capitalistas y la clase
trabajadora o proletariado urbano. De ahí el tema de la encíclica. En 1931, su sucesor Pío XI conmemoró la
encíclica de León XIII con la Quadragesimo anno. La cuestión del momento era la alternativa real a un orden
social cristiano planteado por el socialismo de estado o comunismo. Por aquel entonces, el sistema capitalista
había llegado a ser tan generalizado que había permitido la acumulación de «un inmenso poder y una dictadura
económica despótica» en ma-nos de unos pocos (Quadragesimo anno, n. 105). Desde este momento la Iglesia
articuló por primera vez, con toda claridad, el principio de subsidiariedad. Cuando Juan XXIII articuló su
visión de la misión social de la Iglesia en Mater et magistra (1961) y Pacem in terris (1963), el contexto era la
guerra fría, las armas nucleares, la carrera del espacio. Las cuestiones del momento tenían que ver con
problemas internacionales provocados por la nueva energía nuclear, el desequilibrio entre agricultura e
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industria en la economía de los estados, la dispari-dad de riqueza entre países. Juan XXIII enunció entonces el
principio de la solidaridad de la raza humana y la necesidad de que los estados enfrentasen juntos problemas
como la explosión demográ-fica y la necesidad de ayuda internacional. Esta perspectiva internacional y
universalista pasó a la Gaudium et spes (1965) del Vaticano II. El contexto era el de la transformación social y
cultural fruto de la ciencia y la tecnología, un sentido más dinámico y evolutivo de la realidad, la gran
prosperidad de algunos países industrializados y la creciente interdependencia de los humanos, con el
resultado de que el bien común tenía ahora carác-ter universal e incluía derechos y deberes respecto a toda la
raza humana. La idea de la solidaridad humana, de una única comunidad mundial impregna todo el
documento. La misión social de la Igle-sia está al servicio de toda la humanidad (Gaudium et spes, n. 3). Las
encíclicas sociales de Pablo VI y Juan Pablo II han continuado esta perspectiva internacional. Marcando el
aniversario de la Rerum novarum, Juan Pablo II escribe en Centessimus annus (1991) que «hoy el factor
decisivo es cada vez más el hombre mismo, es decir, su conocimiento, especialmente el científico, su
capacidad para una organización interrelacionada y compacta, así como su habilidad para percibir las
necesidades de los demás y satisfacerlas» (n.32). El comunismo ya no es una alterna-tiva viable al capitalismo
liberal, lo cual no significa que el sistema capitalista sea algo bueno sin más. Las consecuencias del
capitalismo (materialismo, consumismo, pobreza continuada de los países subdesarrollados, deuda externa,
amenazas ecológicas) deben ser enfrentadas por la comunidad mundial. La relación de la misión social de la
Iglesia con su contexto y su reflejo en documentos oficiales de la Iglesia se ha dado también a niveles
regionales y nacionales. El caso más conocido es el de América Latina, con las dos reuniones del CELAM
(Medellín, 1968, y Puebla, 1979). La jerarquía latinoameri-cana proclamó que la misión social de la Iglesia allí
era una «opción preferencial por los pobres», con lo que enfocaba la misión hacia los «no personas» más que a
los «no creyentes». Este breve recorrido nos ha permitido ver que la misión social de la Iglesia ha cambiado
siguiendo su contexto social, económico y político. Los signos de los tiempos han de ser releídos
constantemente. La vinculación con la Globalización El término, principalmente aplicado en economía, tiene
implicaciones políticas, sociales y culturales, por cuya razón deben subrayarse aquellos aspectos que puedan
contribuir a reflexionar sobre la mi-sión social de la Iglesia. Definición descriptiva: Una definición funcional
de globalización podría ser «la extensión de los efectos de la modernidad en el mundo entero, y la compresión
del tiempo y el espacio, de modo que todo ocurre al mismo tiempo», a lo que habría que añadir «la
intensificación de la conciencia del mundo como un todo» (Robert J. Schreiter). Schreiter describe
positivamente los efectos de la modernidad como «creciente prosperidad material, mejor cuidado de la salud,
más oportunidades educativas, aumento de libertad personal y liberación de muchas obligaciones
tradicionales», y negativamente como materialismo, consumismo, individua-lismo al margen de las normas y
relativización de los valores. Estos efectos se extienden por todo el mundo gracias a las tecnologías de la
comunicación. Los mismos desarrollos tecnológicos que han extendido la modernidad por todo el globo, han
com-primido también nuestro sentido del tiempo y del espacio. Ejemplos de este efecto serían que la misma
noticia llega simultáneamente a medio mundo; el correo electrónico permite una comunica-ción instantánea
casi con todas partes; ciudadanos de un país viven y trabajan en otro, y se vuela a Japón o Sudamérica para
una reunión de fin de semana. Otras expresiones del mismo fenómeno serían el turismo masivo y, en otro
orden, las migraciones de masas en busca de una salida económi-ca. La «intensificación de la conciencia» es
el aspecto subjetivo del proceso de globalización, tan impor-tante como el aspecto objetivo. Se aplica a los
individuos y a los colectivos. Nos sentimos parte de la humanidad como un todo, amenazada por un posible
holocausto nuclear o por un desastre ecológico originado en tierras lejanas, como Bhopal o Chernobyl. La
conciencia global está creando una nueva clase, pequeña pero influyente, de profesionales cosmopolitas, que
tienen más en común con sus colegas de otras «ciudades globales» que con los trabajadores de su propia
ciudad. En definitiva, en un mundo globalizado, hay un aumento de autoconciencia a nivel de civilización, de
sociedad, de etnia, de región y también, por supuesto, a nivel individual (Robertson). Fuentes y desarrollo
histórico: La globalización, tal como la hemos descrito, es considerada un fenómeno relativamente reciente
por la mayoría de los autores. lmmanuel Wallerstein, en un análisis básicamente marxista del sistema mundial,
sostiene que éste empieza con la expansión del comercio y el desarrollo de una agricultura capitalista en
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Europa, entre 1450 y 1640, a lo que sigue el sistema mercantilista durante un siglo y medio. El capital se
acumuló en manos de mercaderes que comercia-ron con regiones que quedaban muy lejos de sus territorios.
Dichos territorios pasaron a ser parte de una economía mundial, aunque no de un único dominio político.
Wallerstein sostiene que esta eco-nomía mundial europea creó sus propias divisiones geográficas: núcleo
(donde se concentraba el capital), periferia (proporcionando materia prima y mano de obra barata) y áreas
semiperiféricas (que compartían características de las otras dos). Esta economía mundial condicionaba la
forma en que se formaban las unidades políticas, y las naciones-estado son una función dependiente de la
economía mundial. Para Walierstein, pues, el moderno sistema mundial es la economía mundial capitalista.
Aun apreciando la contribución de Wallerstein a la discusión, Giddens ve la economía capitalista mundial sólo
como una de las cuatro dimensiones de la globalización. Las otras son: el sistema de naciones-estado, el orden
militar mundial y la división internacional del trabajo. Las naciones-estado son los «actores» principales
dentro de la política global, pero sociedades-empresas son los agentes dominantes dentro de la economía
mundial. Por orden militar mundial Giddens entiende las co-nexiones entre la industria de guerra, el flujo de
armamento y de técnicas de organización militar de algunas partes del mundo a las otras, el sistema de
alianzas militares y, por supuesto, las guerras mundiales. La cuarta dimensión de la globalización Giddens la
ve como desarrollo industrial y como «la expansión de interdependencia global en la división del trabajo desde
la Segunda Guerra Mun-dial», y la «difusión mundial de los aparatos tecnológicos». Roland Robertson, uno de
los teóricos de la globalización más atento y penetrante, es crítico con Wallerstein y Giddens por no haber
prestado suficiente atención a los factores culturales de la globa-lización. Concibe su desarrollo como algo
multidimensional en cinco fases: 1.La fase germinal (Europa 1400-1750) incluye el incipiente crecimiento de
las comunidades nacionales, la caída en importancia del sistema transnacional, la ampliación del dominio de la
Iglesia Católica, la teoría heliocéntrica, la difusión del calendario gregoriano. 2.La fase incipiente
(principalmente en Europa, 1750-1875), incluye la idea del estado homogéneo, unitario, la legalización de las
relaciones internacionales, los individuos como ciudadanos, y las ferias internacionales. 3.La fase de despegue
(1875-1925), que da origen a los cuatro puntos de referencia claves en el análisis de Robertson: sociedades
nacionales, individuos genéricos, una única «sociedad interna-cional» y una concepción de la humanidad;
globalización de las restricciones a la inmigración, crecimiento en rapidez y formas de la comunicación global,
movimiento ecuménico, competicio-nes globales, por ejemplo, las olimpiadas, los premios Nóbel, la Primera
Guerra Mundial. 4.La fase de lucha por la hegemonía (1925-1969), con las Naciones Unidas, el principio de
la inde-pendencia nacional, concepciones conflictivas de la modernidad (los Aliados contra el Eje), la
Se-gunda Guerra, la Guerra Fría, cuestiones acerca de las esperanzas para la humanidad, planteadas por el
Holocausto y la bomba atómica, cristalización del Tercer Mundo. 5.La fase de incertidumbre (fines de 1960
hasta hoy), que incluye el crecimiento de la conciencia global, la llegada a la Luna y las imágenes de la Tierra
desde el espacio, fin de la Guerra Fría del mundo bipolar, rápido crecimiento de instituciones, movimientos y
medios de comunicación globales, problemas de multiculturalidad y polietnia, los derechos humanos se
generalizan, resur-ge el Islam, reconocimiento de los problemas globales de medio ambiente y la Cumbre de la
Tie-rra. En resumen, el punto más importante de Robertson «es que el proceso de globalización tiene una
autonomía general y una lógica que operan con relativa independencia de los procesos estrictamente sociales y
de otros procesos estudiados de forma más convencional. “El sistema global no es sim-plemente un resultado
de procesos de origen básicamente intra-social ni tampoco un desarrollo del sistema interestatal… Es mucho
más complejo que todo esto”. Análisis y consecuencias: Si el proceso de globalización remite a algo más que
al mundo de la eco-nomía capitalista y al del sistema de las naciones-estado, si es complejo y
pluridimensional, ¿cómo hemos de entenderlo y cuáles son sus consecuencias? El análisis de Robertson del
proceso de globalización implica la interacción dinámica de cuatro componentes, puntos focales o de
referencia que han agudizado sus formas desde la fase de despegue: las sociedades constituidas nacionalmente,
el sistema internacional de sociedades, los individuos, la humanidad. Se remarcarán algunos aspectos. •En
primer lugar afirma que cada uno de los componentes tiene una relativa autonomía, pero al mismo tiempo es
constreñido por los otros tres, y que cargar el énfasis en uno a expensas de los otros es una forma de
“fundamentalismo”. •En segundo lugar, su perspectiva de la globalización tiene un foco cultural, lo cual
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significa que, por importantes que sean, las cuestiones económicas y las relaciones transnacionales están
consi-derablemente sujetas a contingencias y codificaciones culturales. •En tercer lugar, en su modelo, la
globalización incluye procesos de relativización: de sociedades, de identidades, de ciudadanía, de referencias
sociales y también de culturas, doctrinas e ideologías. Al usar el término «relativización» Robertson pretende
indicar las formas en que, a medida que avanza la globalización, se presentan cada vez más retos a la
estabilidad de las perspectivas parti-culares sobre el proceso de globalización en su conjunto y a las formas
colectivas e individuales de participar en él. Una de las intuiciones más provechosas de Robertson es que
mientras las tendencias hacia la unici-dad del mundo son inexorables, esto no implica la desaparici6n de lo
local o la homogeneización de lo particular. Es más, la relación entre lo universal y lo particular es central para
nuestra comprensión del proceso de globalización. Particularismo y universalismo no son simplemente
simultáneos, sino que están interpenetrados. Finalmente Robertson enfatiza lo que otros no hacen: el aspecto
de intensificación de conciencia que acompaña la globalización. En efecto, la misma noción de globalización
implica connotaciones que hacen reflexionar. Qué pensamos acerca del mundo, de nosotros, de nuestros países
y de la relación entre todo esto, forma parte de lo que entendemos por globalización. Y por esto es importante
para entender la posición de la la Iglesia y su misión social. Para los teóricos, la globalización es un hecho, no
necesariamente una cosa buena en y por sí misma; e implica la relativización de identidades individuales y
colectivas; rompe modelos establecidos de relaciones políticas y económicas; engendra conflictos culturales al
yuxtaponer diferentes formas de vida; en definitiva: plantea problemas y retos a las naciones, al orden
internacional, a los individuos y a la humanidad. Globalización y religión: Hasta aquí no se ha hecho mención
de la religi6n. Wallerstein considera todos los factores culturales, incluida la religión, como epifenómenos,
funciones dependientes del dominio económico. Y para Giddens la religión tampoco es un factor importante
en el proceso de globalización. Para Robertson, en cambio, la religión es un ingrediente crítico del proceso de
globalización y lo es de diversas formas. Se centra en la pregunta de cómo pensamos el mundo como una
comunidad de seres humanos, cuestión que, como él mismo reconoce, tiene una larga historia en el
pensamiento teológico y metafísico. Es una imagen del orden mundial que coloca a la humanidad como pivote
del mundo como un todo. Y Robertson cita explícitamente a la Iglesia Católica, a la que considera la
organización más antigua orientada a todo el mundo, en el que recientemente ha sido particularmen-te efectiva
y políticamente influyente reivindicando que la humanidad era su interés principal. Ro-bertson considera la
religión como algo crucial para repensar la noción de comunidad en un mundo globalizado. Pero el
tratamiento más completo y sistemático de la relación entre religión y globalización se debe a Peter Beyer, de
la Universidad de Toronto. Beyer sostiene que la religión “desempeña uno de sus papeles significativos en el
desarrollo, la elaboración y la problematización del sistema global”. Beyer está interesado en la influencia
pública de la religión, que es otra forma de hablar de su misi6n social. Beyer define la religión en general
como un tipo de comunicación basado en la polaridad inmanente-trascendente, que funciona para dar
significado a la indeterminabilidad radical de toda comunicación humana significativa, y que ofrece vías de
superación o al menos de dominio de esta indeterminabili-dad y de sus consecuencias. Históricamente ha
habido una relación estrecha entre grupo cultural y religión, con lo que uno y otro han tenido que hacer frente
a distintos contextos. Pero la religión no es sólo algo cultural, también es algo sistémico y, como otros
sistemas de comunicación (político, legal, artístico, económico) puede funcionar como un subsistema de la
moderna sociedad global. Beyer afirma que la religión es una esfera social que manifiesta a la vez lo particular
sociocultural y lo global universal. En el nuevo contexto, Beyer ve dos posibles maneras de que la religión
tenga una influencia pública en una sociedad global. La primera, que él llama opción liberal (la terminología
puede más bien con-fundir que clarificar), es seguida por los ecumenistas, los tolerantes, los religiosamente
pluralistas. El principal problema teológico de esta opción es que hace poco reales las demandas religiosas:
vehicula poca información específicamente religiosa que marcaría la diferencia en las decisiones de la gente, o
que la gente no podría obtener de fuentes no-religiosas. La opción liberal tiene dificultades para es-pecificar
los beneficios y los requisitos de la religión en su forma funcional o “pura”, lo cual la ha llevado a apoyarse en
relaciones de aplicación para restablecer la importancia de la religión. Para Be-yer el mejor ejemplo de esta
opción es la teología de la liberación: “Esencialmente los teólogos de la liberación responden a la privatización
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de la religión buscando una revitalización de la función reli-giosa en aplicaciones religiosas, especialmente en
la esfera política”. La segunda opción es la conservadora, que reafirma la tradición a despecho de la
modernidad. Beyer considera que esta opción hace más visible la religión en el mundo de hoy y es un aspecto
vital de la globalización y no su negación. La religión reafirma la visión tradicional de la trascendencia, pero
se encuentra en conflicto con las tendencias dominantes en la estructura social global. Esta opción se
concentra en la función religiosa y tiende a la privatización. Y la aplicación, en esta opción, toma con
frecuencia la forma de la movilización política (la revolución islámica en Irán, el sionismo en Israel). A
diferencia de la opción liberal, esta opción sostiene que las normas religiosas deberían entrar en la legislación
y pretende resolver los problemas sociales otorgando al sistema religioso y sus valores el primer lugar entre las
distintas esferas funcionales. Según Beyer, pueden frenar la ola de las conse-cuencias de la globalización por
un tiempo, pero no niegan la estructura fundamental de la sociedad global. En el análisis de Beyer, el contexto
moderno y global conlleva implicaciones negativas para la religión como forma de comunicación, pero
también un potencial nuevo, pues los subsistemas dominantes dejan en la indeterminación amplias áreas de
vida social y crean problemas que no resuelven (de identidad personal o, de grupo, de amenazas
medioambientales, de desequilibrio creciente de bienes-tar y poder). Estos “asuntos residuales” son afrontados
hoy por movimientos sociales de base reli-giosa. Beyer ve en estos movimientos una serie de posibilidades de
salvar el hueco entre la función religiosa privatizada y la aplicación religiosa de influencia pública. La misión
social de la Iglesia en su contexto global ¿En qué medida la misión social de la comunidad cristina (y más en
concreto la católica) resulta afec-tada por el fenómeno de la globalización? El Papa Juan Pablo II, en su
exhortación Ecclesia in America recogía algunas de estas implicaciones. Positivas podrían ser, dentro de la
globalización económica, el aumento y la eficiencia de la producción que, unido al desarrollo de los lazos
económicos entre los países, pueden contribuir a una mayor unidad entre los pueblos y a hacer posible un
mejor servicio a la familia humana. Entre las negativas, Juan Pablo II menciona la absolutización de la
economía, el desempleo, la reducción y el deterioro de los servicios públicos, la destrucción del entorno y de
los recursos naturales, la creciente distancia entre ricos y pobres, la competencia desleal que pone a las
naciones pobres en situación de creciente inferioridad. En cualquier caso, si bien no se ha experimentado
suficientemente el proceso de globalización como para prever sus ramificaciones y su relación con la misión
social de la Iglesia, es dable analizar algu-nas posibilidades: Naciones – Estado: Si algo ha puesto
rotundamente de manifiesto el proceso de globalización es el cambio que ha supuesto para el papel y las
funciones de las naciones-estado. Sigue siendo cierto que controlan el territorio y los medios violentos, pero
han perdido el control regulador sobre sectores clave del subsistema económico, como las multinacionales, los
precios de las materias primas, el flujo de capitales y de la información económica, o incluso el valor de su
propia moneda. Y aunque algu-nos analistas sostienen que la economía global sigue basándose en lugares
geográficamente estratégi-cos (las ciudades globales) y que el estado sigue siendo el garante definitivo de los
derechos del capi-tal global, es decir, de los contratos y de los derechos de propiedad, lo cierto es que las
naciones-estado tienen un papel distinto y más limitado del que tenían en el siglo XIX y comienzos de XX. En
consecuencia, la nación-estado no puede ser el destinatario principal de la misión social de la Igle-sia como lo
fue en el pasado. La Iglesia, pues, sin dejar de lado las naciones, promueve nuevas orga-nizaciones y
estructuras transnacionales para hacer frente a las formas de injusticia provocadas por la economía
globalizada. En segundo lugar, la Iglesia ha mantenido la distinción entre estado y sociedad civil, en contra del
totalitarismo o del estado que controla todos los aspectos de la vida. En muchas de las naciones-estado
emergentes, la Iglesia ayuda a la formación de asociaciones cívicas, organizaciones intermedia-rias
independientes del estado ya que fomentar la democracia y gobiernos democráticos sea una con-dición previa
para el crecimiento de la sociedad civil. Es decir, la misión social de la Iglesia: impulsa ambas cosas a la vez:
organizaciones intermediarias de la sociedad civil y formas democráticas de gobierno en las naciones-estado
emergentes en las que la relación entre sociedad civil y el estado di-fiere de la que hay en Occidente. Sistema
internacional de sociedades: Estas limitaciones de las naciones-estado hablan a favor del fomento de los
organismos internacionales. La Iglesia apoya el fortalecimiento de las Naciones Uni-das de manera que
pudiera existir alguna forma de poder policial no sujeto al veto de ninguna na-ción-estado. El principio de no
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interferencia debería modificarse legalmente para capacitar a las Na-ciones Unidas a proteger a las minorías de
la explotación y la opresión, como ponen de manifiesto las atrocidades en Ruanda y la antigua Yugoslavia. La
Iglesia apoya y colabora con otros organismos internacionales para controlar las violaciones de los derechos
humanos y también graves problemas ecológicos, como el efecto invernadero y la deforestación. También
desarrolla su misión social a ni-vel regional, impulsando la cooperación entre Iglesias en determinadas áreas.
Economía capitalista, división del trabajo y orden militar mundial: Estos aspectos del análisis de Giddens los
ha tratado la Iglesia desde Juan XXIII. Pero la situación cambió radicalmente con el colapso de la Unión
Soviética y la caída del comunismo en los países de la Europa del Este. Juan Pablo II ya dejó claro en la
Centessimus annus (n. 42) que el capitalismo neoliberal actualmente impe-rante no existiría sin sus propias
formas de injusticia, y hacía notar las consecuencias de una forma de globalización dominada exclusivamente
por el mercado. El capitalismo neoliberal, en efecto, parece conducir a una mayor desigualdad en la
distribución del bienestar, a un cierto nivel de desempleo y de precariedad laboral, a una creciente desigualdad
entre ricos y pobres y entre naciones ricas y po-bres. Datos sobre esto no faltan: al menos 10 países africanos
tienen un producto interior bruto per capita inferior al que tenían en 1960; hay más ordenadores en los Estados
Unidos que en todo el resto del mundo y Norteamérica y otros países industrializados poseen el 97 % de las
patentes de todo el mundo. Este vacío creciente entre los países ricos del norte y los más pobres, especialmente
de África y Asia, suscita la pregunta de cómo la opción preferencial de la Iglesia por los pobres puede llevarse
a cabo en una economía globalizada. Por supuesto se debe hacer atendiendo no sólo a los individuos, sino
también a países o regiones enteras del mundo, y debe dirigirse a las estructuras que provocan la po-breza y a
las reglas de la globalización para que beneficien a todos y no sólo a las empresas. La Iglesia no puede
proporcionar soluciones específicas a estos problemas, pero puede presionar a los países ricos, representados
por ejemplo por el Grupo de los Siete, para que escuchen también a los países pobres cuando se trate de crear
nuevas estructuras. En cualquier caso, ya hemos dicho que muchas naciones-estado son incapaces de
enfrentarse a estos problemas por sí mismas, y que se requieren nuevas estructuras internacionales para
enfrentarse a estos problemas. Para responder a la pregunta de cómo se hace esto, hemos de acudir a los dos
com-ponentes mencionados por Robertson: la humanidad y los individuos. Humanidad: La inclusión de
Robertson del aspecto subjetivo de la globalización, la conciencia de globalidad, es muy pertinente para la
misión social de la Iglesia. Será necesaria una mayor conciencia de la unidad y la dignidad de todo el género
humano si algunas de las sugerencias mencionadas sobre responsabilidad y cooperación se han de hacer
realidad. Con los desarrollos tecnológicos en comuni-caciones, la globalización hace más posible que nunca la
conciencia de solidaridad humana. Los me-dios están contribuyendo claramente, aunque quizá no
deliberadamente, al incremento de esta con-ciencia. Gentes de muy distintas partes del globo quizá no puedan
ayudar, pero se identifican y sim-patizan con víctimas del hambre, de los terremotos, de las inundaciones que
se pueden ver cada no-che en la televisión. Históricamente la Iglesia ha despertado la conciencia de la
solidaridad humana por medio de la enseñanza y el testimonio, pero está dispuesta en ir más allá de este
despertar con-ciencias, hacia acciones responsables con sus indispensables estructuras. Los individuos: Como
individuos, a todos nos influye el conocimiento consciente de la globalidad, aunque nos resistamos a ello. Y
precisamente, la conciencia de la solidaridad humana tiene que darse en los individuos, no en una abstracta
“humanidad como tal”. En consecuencia, para ser efectiva, la misión social de la Iglesia ha de dirigirse a los
individuos. Históricamente esto se ha hecho con la enseñanza y la predicación, pero ante las modificaciones
mencionadas la Iglesia está buscando de forma permanente nuevas formas de comunicación, cada vez más
efectivas. Otra contribución de Giddens y Robertson es su llamada de atención sobre el lugar que ocupan los
individuos como agentes conscientes en el cambio social. Las estructuras sociales son producto de la actividad
humana y se mantienen o no en función del constante impulso de valores y compromisos por parte de los
individuos. La globalización puede hacer que el cambio social parezca una empresa imposible, pero incluso en
un contexto global sin esperanza y sin ayuda, los individuos pueden mar-car -y marcan- la diferencia. Una de
las principales funciones de la misión social de la Iglesia es seguir recordándonos que a la visión utópica
nosotros la llamamos Reino de Dios y que la esperanza lo engendra. Somos una comunidad de esperanza y
resistencia. Universalismo y particularismo: Quizá uno de los análisis más estimulantes de Robertson es el
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que concierne a la universalización de lo particular, la particularización de lo universal y la mutua
interpe-netración de ambos. En el caso de la Iglesia (y de la teología) la atención a la diversidad y pluralidad
de culturas, estimulada por el Vaticano II , nos ayudó a centrarnos en lo particular y consecuente-mente en la
necesidad de inculturación. Pero ahora hemos constatado lo porosas que son las cultu-ras, por aisladas que
parezcan geográficamente (por ejemplo, las islas de Micronesia y Oceanía). Des-de sus inicios la comunidad
cristiana ha vivido con la tensión entre lo particular y lo universal. Para llevar a cabo su misión social, la
Iglesia debe simultáneamente afirmar los principios universales de solidaridad y subsidiariedad humana y
adaptarlos a los contextos culturales particulares. Cultura: Ya hemos visto que el proceso de globalización
incluye aspectos que básicamente son de carácter cultural. Como dice Robertson, no importa cuánto “interés
nacional pueda haber en las in-teracciones entre las naciones, todavía hay aspectos cruciales de naturaleza
cultural que estructuran y modelan muchas relaciones, de las hostiles a las amigables, entre sociedades
organizadas nacional-mente…”. La mayor parte de los conflictos locales y regionales, por ejemplo, en
Ruanda, la antigua Yugoslavia, Oriente Medio, India y Pakistán, no se deben precisamente a territorios o
recursos natu-rales, sino a la cultura. La misión social de la Iglesia se interesa por las culturas, por una parte,
para apoyar las mejores contribuciones de las distintas culturas y, por otra, para criticarlas a la luz del
Evangelio. Habiéndose apoyado en la cultura occidental europea respecto a su actividad misionera, la Iglesia
adopta la posición de escuchar cada día las culturas no europeas y aprender de ellas antes de iniciar cualquier
crítica. Por otra parte, el análisis de la globalización sugiere que estamos ante la formación de algo parecido a
una cultura global y no meramente ante una occidentalización de las culturas. El flujo cultural no va sólo de
norte a sur, sino que, como resultado de la globalización, hay elementos de las culturas domi-nadas que se
abren camino en el norte (por ejemplo, el interés por las religiones orientales). Lo cual nos lleva a concluir que
si es cierto que está emergiendo una cultura global, será como resultado de una interpenetración de lo local y
lo universal. En cierto sentido, el interés por la globalización por parte de los católicos es una continuación de
nuestro interés por la cultura y la inculturación. Hoy, las culturas no sólo implican particularismos y
diferencias locales, sino también la cuestión de cómo cada grupo participa en la singularidad global. La
Eclesiología subyacente: Al reflexionar sobre la misión social de la Iglesia en el contexto de la globalización
presuponemos una eclesiología de comunión, es decir, que la Iglesia Universal es una comunión de Iglesias
particulares. Para entender a la Iglesia a la vez como universal y como local debe recordarse que el Vaticano
II, al reafirmar la importancia de las diversas Iglesias particulares, no abandonó la noción de catolicidad de la
Iglesia: “Esta variedad de Iglesias locales, con su aspiración común, es una prueba particularmente espléndida
de la catolicidad de la única Iglesia” (Lumen Gen-tium, n. 23). El concilio no podía prever el rápido proceso
de globalización que ha tenido lugar desde entonces, pero sí afirmó, con su lenguaje, la interpenetración de lo
universal y lo particular, descrito por Robertson y otros sociólogos desde una perspectiva sociológica. Sus
análisis pueden ayudarnos a evitar la inútil dicotomización entre las dimensiones particular y universal de la
Iglesia. Conclusión: La globalización, pues, es descripción adecuada de un cambio relativamente reciente de
la forma en que las naciones-estado, el sistema internacional de estados, los individuos y la humani-dad como
un todo interactúan los unos con los otros, y de cómo entienden cada uno de ellos que están en este “único
lugar”. La globalización describe a la vez una situación objetiva de relaciones y una conciencia subjetiva de
las mismas. Es cierto que estas nuevas dinámicas tienen aspectos negati-vos (amenazan la identidad de los
grupos y de los individuos), pero también los tienen positivos (po-sibilitan la participación de un número cada
vez mayor de personas en su propio desarrollo, no sólo desde un punto de vista económico, sino también
político y cultural).Y mientras es una cultura global en desarrollo, la globalización no es necesariamente
homogeneizadora, sino que también promueve y valora la diversidad. Para los cristianos, comprometidos
desde siempre con la promoción del bien común y de la justicia y la paz para todos, el nuevo contexto supone
retos y oportunidades. Entre los retos, mencionaremos los siguientes: repensar el lugar y la función de las
naciones-estado en la búsqueda de la justicia; promover y preservar la particularidad cultural capacitando a las
distin-tas culturas para participar en el mercado global; promover la libertad individual sin llevar a un
indi-vidualismo aislado; fomentar nuevas estructuras internacionales para hacer frente a los problemas que
exceden de las capacidades de las naciones-estado; comunicar los principios cristianos de la justi-cia social de
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forma persuasiva y que lleve a la conversión del corazón; ejemplificar en la vida de la institución eclesial la
justicia que predicamos. La globalización también ofrece a la misión social de la Iglesia nuevas oportunidades.
Las espectacu-lares nuevas tecnologías de la comunicación ofrecen la mayor posibilidad de aumentar el
sentido de la solidaridad humana y permiten llegar a un conocimiento de unos y otros como seres humanos
impensable cuando León XIII escribió acerca de “las cosas nuevas”. El colonialismo occidental y el
imperialismo soviético han cedido el paso a un mundo policéntrico. Culturas durante largo tiempo reprimidas
han cobrado nueva vida al interactuar con otras culturas. La Iglesia tiene una nueva opor-tunidad de fomentar
la subsidiariedad y la solidaridad. Su antigua doctrina sobre el uso de los bienes materiales para el bien común
puede ahora aplicarse globalmente, pero al mismo tiempo este bien común ha de concretarse en comunidades
locales y organizaciones intermediarias: globalización de la misión social. Y finalmente, debe insistirse que la
misión social de la Iglesia es una dimensión constitutiva de su misión fundamental: dar testimonio de la
verdad, salvar y no juzgar, servir y no ser servido, ser por-tador de la esperanza y luz para todas las naciones
(Gaudium et spes, n. 3). Lectura opcional ECONOMÍA POLÍTICA INTERNACIONAL Economía política
internacional, disciplina científica que analiza la interacción de la política en la economía entre los Estados del
mundo. La más importante de estas interacciones está relacionada con el comercio internacional. Los
estudiosos de la economía política internacional examinan tam-bién las relaciones financieras, la política
regional y la cooperación económica, la política medioam-biental, los modelos de inversión de las
multinacionales, la ayuda extranjera y las relaciones entre las regiones ricas y pobres del mundo. Los aspectos
militares dominaron el estudio de las relaciones internacionales después de finalizar la II Guerra Mundial en
1945. En las siguientes décadas, la atención se centró en la Guerra fría entre Es-tados Unidos y la Unión
Soviética. Sin embargo, desde 1991, los políticos y especialistas han dedica-do una mayor atención a la
importancia de la economía política internacional en el estudio de las relaciones internacionales. Los analistas
estudian cómo las políticas gubernamentales afectan a las tendencias económicas y por qué los Estados
adoptan determinadas políticas económicas. También intentan comprender los fun-damentos de la cooperación
económica global o regional. Tendencias en economía política internacional Desde el final de la II Guerra
Mundial, el volumen de las transacciones económicas internacionales ha ascendido de forma constante. Al
mismo tiempo, distintas regiones de todo el mundo han expe-rimentado modelos inadecuados de crecimiento
económico. Además, han surgido nuevas institucio-nes internacionales para coordinar esfuerzos y resolver las
disputas que han acompañado a esas transformaciones de la economía global. Comercio internacional Desde
la década de 1990 el comercio internacional ha crecido hasta ocupar casi el 20% de la produc-ción total de
bienes y servicios del mundo. Este volumen comercial equivale a casi cinco veces el gasto militar mundial. Se
han desarrollado asimismo nuevas instituciones para promover y dirigir el comercio mundial. De 1948 a 1995
se negociaron una serie de tratados a través del Acuerdo General sobre Aranceles y Co-mercio (GATT), que
gradualmente redujo los aranceles para la mayoría de productos manufactura-dos. En 1995 el GATT se
convirtió en la Organización Mundial del Comercio (OMC), con mayor autoridad y un mandato más amplio
para promover el comercio. Con todo, la mayor actividad políti-ca relativa al comercio se concentra en los
países industrializados de Norteamérica, Europa occiden-tal y Asia oriental. En conjunto, los países de estas
áreas acumulan el 75% del comercio internacio-nal. Flujo monetario internacional El gran incremento en el
intercambio de divisas en los mercados internacionales ha transformado igualmente la economía política
global. Avanzadas tecnologías de telecomunicaciones unen ahora esos mercados en los principales centros
financieros (Tokio, Hong Kong, Zurich y Nueva York). A mediados de la década de 1990, el valor de las
transacciones diarias de divisas superaba ampliamente el billón de dólares. Este volumen reduce al mínimo el
líquido disponible para los gobiernos naciona-les, que han perdido parte de su antigua capacidad de influir en
los mercados internacionales defen-diendo una determinada divisa. Integración internacional El aumento de
la integración internacional ha sido igualmente notable, ocurriendo sus logros más importantes en Europa. La
Unión Europea (UE) dio sus primeros pasos a partir de la coordinación de las políticas del carbón y del acero
en seis países que, constituidos como Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA) en París en 1951,
redujeron sus aranceles para permitir el libre comercio entre ellos. La UE coordina hoy prácticamente todos
los aspectos de las políticas económicas de los Estados miembros, desde el comercio y la inmigración hasta la
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legislación laboral y la política agraria. El 1 de enero de 2002 doce países de la Unión Europea (España,
Portugal, Francia, Italia, Grecia, Alemania, Austria, Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Irlanda y Finlandia)
abandonaron sus monedas nacionales para adoptar el euro. Trescientos millones de ciudadanos pasaron a
formar parte de la Unión Monetaria Europea. El Mercosur (integrado por Brasil, Argentina, Uruguay y
Paraguay) y el Tratado de Libre Comercio Norteamericano (formado por Canadá, Estados Unidos y México)
son otros ejemplos recientes de integración internacional, en este caso puramente comercial. Multinacionales
La naturaleza del comercio internacional se ha modificado radicalmente desde la II Guerra Mundial. Antes, las
multinacionales realizaban sus operaciones en un país y sus actividades en otros se limita-ban, en un principio,
a la venta de productos. Ahora manufacturan productos en cualquier lugar del mundo. Ello permite a las
compañías obtener ventajas de diverso tipo en cada Estado: por ejemplo, mano de obra barata, trabajadores
cualificados, recursos naturales o una legislación fiscal y comercial ventajosa. Las multinacionales han
generado mercados globales para sus productos. Su creciente po-der amenaza a los distintos gobiernos
nacionales, que deben sopesar la necesidad de la inversión y el comercio extranjeros con el deseo de preservar
su soberanía y cultura nacionales. Crecimiento de las economías asiáticas Al tiempo que la economía
mundial crecía en las décadas de 1980 y 1990, el centro de la actividad económica se trasladaba de Europa y
Norteamérica a Asia. Desde su reciente industrialización, Corea del Sur, Hong Kong y Singapur han registrado
un crecimiento económico y una prosperidad extra-ordinarias, utilizando estrategias basadas en el aumento del
comercio exterior y de sus exportaciones. China logró una media de crecimiento anual del 10% entre finales
de la década de 1980 y principios de la de 1990, utilizando un modelo de desarrollo económico parecido, que
ha prolongado en el tiempo y que le coloca como gran candidata a potencia económica mundial en el siglo
XXI. En cam-bio, la mayor parte de África ha mantenido una tendencia negativa en sus niveles de vida. El
cambio económico global ha alterado también el equilibrio del poder político. La economía política
internacional se convirtió rápidamente en una disciplina académica en la década de 1980. Liberalismo y
mercantilismo Quienes abogan por políticas liberales en economía internacional apoyan la libertad comercial
y de mercado, y se oponen a la legislación o a la intervención reguladora por parte de los gobiernos. El
compromiso con el libre mercado es la base de la “ventaja comparativa”, idea desarrollada por los economistas
británicos Adam Smith y David Ricardo a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX. De acuerdo con
la teoría de la ventaja comparativa, un país determinado puede producir y ex-portar determinados bienes y
servicios mejor que otro, debido a que posee los recursos naturales y la cualificación laboral que se necesita
para la producción de esos bienes y servicios. Los Estados se especializarían en la producción de bienes y
servicios en los que tienen una ventaja comparativa, utili-zando los beneficios obtenidos para importar otros
bienes y servicios que precisen. Los liberales ar-gumentan que tales prácticas maximizan la creación de
riqueza global y hacen crecer el patrimonio de cada país, aunque no necesariamente la igualdad. Las políticas
mercantilistas, por el contrario, favorecen un mayor control político sobre los mercados y los intercambios. En
concreto, abogan por el uso de políticas proteccionistas que incluyan arance-les, subsidios y otras medidas que
protejan a las compañías nacionales frente a sus competidoras ex-tranjeras. Los mercantilistas reclaman
políticas comerciales, monetarias y de intercambios como base para el fortalecimiento de la posición de fuerza
de un país respecto a los otros. En los siglos XVI y XVII, por ejemplo, las monarquías controlaban las
economías nacionales en Europa. En esa época, las autoridades consideraban que el excedente comercial
(cuando los beneficios de las exportaciones superaban los costes de las importaciones) debía destinarse a la
constitución de un fondo de oro o plata, que se podría utilizar cuando los necesitara el ejército en caso de
guerra. A los mercantilistas les preocupa menos que a los liberales aumentar la riqueza global. Se centran en la
fuerza tanto econó-mica como política de sus países en relación con los rivales. Los liberales toleran
temporalmente la protección de la industria nacional en algunos casos, como cuando la industria
automovilística o del acero precisa un tiempo para establecerse antes de poder competir en los mercados
globales. Las políticas también se enfocan a la protección de las industrias consideradas esenciales para la
seguridad nacional. Marxismo Las ideas de Karl Marx ofrecieron un enfoque filosófico-político
completamente diferente para com-prender el comportamiento y las políticas económicas. El marxismo incide
en la desigualdad de la relación entre clases económicas y la vulnerabilidad de los grupos económicos más
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pobres para ser explotados por los grupos más ricos y poderosos. Los marxistas ven las relaciones económicas
inter-nacionales como una extensión de la lucha de clases entre ricos y pobres. El enfoque marxista ha
disminuido su influencia desde finales de la década de 1980, especialmente tras la desintegración del bloque
soviético y el proceso de transición al capitalismo en China. Sin embargo, las teorías marxistas aún suscitan el
interés de los estudiosos, especialmente en el análisis de las relaciones entre los países ricos y pobres. El
problema de los bienes colectivos Los especialistas que estudian cómo cooperan los países a pesar de la falta
de un gobierno central a escala mundial dedican una atención especial al denominado “problema de los bienes
colectivos”. Un bien colectivo es cualquier beneficio del que disfruta un grupo, sin importar en qué medida
haya con-tribuido cada uno de los miembros que lo componen. Cada individuo se enfrenta a la tentación de
contribuir en menor medida que los demás al mantenimiento de ese bien colectivo. No obstante, si muchos
miembros dejan de cumplir con su responsabilidad, el bien dejará de existir. Por ejemplo, los bancos de pesca
de los océanos son un bien colectivo. Cada país se beneficia de ellos, pero si todos los países pescan
demasiado, las reservas mundiales decrecerán. En el ámbito de las políticas econó-micas nacionales, los
gobiernos solucionan el problema de los bienes colectivos mediante leyes, co-mo la obligación de pagar
impuestos. El problema de los bienes colectivos afecta prácticamente a todos los ámbitos de los que se ocupa
la economía política internacional. En las relaciones comerciales, cada país aprovecha su habilidad para
exportar sus productos a otros mercados nacionales, pero puede salir beneficiado si eleva sus arance-les para
restringir las importaciones. En el intercambio mundial de divisas, a todos los países les be-neficia que exista
un tipo de cambio estable, lo que facilita los negocios y el comercio, pero le puede convenir devaluar
unilateralmente su propia divisa para rectificar un déficit comercial. Las soluciones a los problemas
relacionados con los bienes colectivos en la economía política internacional suelen incluir la formulación de
acuerdos y creación de instituciones internacionales que coordinan las ac-ciones de varios países. Los
estudiosos “institucionalistas neoliberales” encuentran tales soluciones posibles, aunque imperfectas. Sin
embargo, los estudiosos “realistas” son mucho más pesimistas en cuanto a la resolución de los problemas de
los bienes colectivos, porque ven a los países más intere-sados en su propio beneficio y muy motivados por el
deseo de aumentar su poder respecto a otros Estados. Futuro de la economía política internacional En la
década de 1990 el liberalismo ha prevalecido sobre el mercantilismo y el marxismo en los deba-tes
académicos y políticos relativos a la economía política internacional. La expansión global del co-mercio
internacional, los negocios y el intercambio de divisas ha sustentado en gran parte el argu-mento liberal sobre
los beneficios que supone el libre comercio y los mercados abiertos. Pese a los problemas de los bienes
colectivos y otros obstáculos para la cooperación internacional, los gobier-nos nacionales y las organizaciones
internacionales han encontrado formas eficaces de cooperación. La economía política internacional se enfrenta
a un buen número de retos en las próximas décadas. Aunque la integración regional entre las distintas
economías nacionales avanza, ha emergido también un potencial divisor del mundo en tres bloques
comerciales rivales: Europa, América y Asia. La cada vez mayor interdependencia entre países ricos y pobres
se ha convertido en una rémora mundial, generando un creciente aislacionismo en Estados Unidos, xenofobia
contra los inmigrantes en Euro-pa y violentos movimientos islámicos antioccidentales en Oriente Próximo y el
norte de África. La estabilidad de la economía global interdependiente se ha visto afectada también por la
profunda crisis económica de la antigua Unión Soviética, el deterioro social y económico de África y las
oscilaciones de las principales economías latinoamericanas. Por último, debe citarse también la creciente
resisten-cia planetaria a la globalización capitalista. Su expresión más notoria, las multitudinarias
manifesta-ciones que rodean a cualquier reunión de los grandes organismos internacionales, son ya un factor
influyente para los líderes del mundo. Lectura Opcional ANÁLISIS DE LA GLOBALIZACIÓN DESDE LA
ECONOMÍA La globalización es un factor importante que ha contribuido a la disfuncionalidad de las
instituciones del mercado, la sociedad y el Estado, generando graves consecuencias en la economía, la política,
la sociedad y la cultura de nuestros pueblos. Los intereses de las empresas transnacionales se contrapo-nen con
los intereses de las grandes empresas nacionales y con más razón de las medianas, pequeñas y micros, al grado
de que muchas de éstas sucumben a los embates del capital transnacional. Además, los intereses de los dueños
de este capital e inversionistas se sobreponen a los intereses colectivos de las sociedades. Los procesos de
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diferenciación por los que atraviesan los Estados-nación bajo la glo-balización, reducen las funciones y los
recursos del Estado en beneficio del mercado y de la denomi-nada sociedad civil. Por lo tanto, la lógica
financiera que quiere avanzar conjuntamente con la lógica de la democracia, también entran en conflicto. El
Estado-nación ya no puede dar marcha atrás y volver a proteger su economía, ni tampoco orien-tarse a la
demanda social, bajo las condiciones que le impone la globalización. En parte esto se expli-ca porque la
evolución del capitalismo ha requerido del Estado para que cumplan con ciertas tareas que no le proporcionan
beneficios directos y por lo tanto influye en su comportamiento. El Estado es en cierta manera, un
representante oficial del capitalismo. El Estado surgió como un instrumento para salvaguardar los intereses del
capital y como una necesidad de gobernabilidad de una sociedad con una división de clases sociales. Una de
las cuales, la clase dominante, necesita de instrumentos para proteger sus intereses garantizando y creando las
condiciones necesarias para la reproducción y acumulación de procesos y medios de producción que son el
origen de su poder y riqueza. El Estado se formó en el siglo XVII y se consolidó en el XIX tanto el ámbito de
la ideología, las organizaciones y las instituciones. Para lograr sus propósitos, imponen la racionalidad del
sistema, las condiciones legales y las políticas que guían la acción de las instituciones económicas y sociales.
El Estado tuvo como objeto muchas propiedades mensurables tales como el poder y la riqueza. Las
condiciones de operabilidad del capitalismo cambian y ahora necesita de un Estado mínimo, cuya existencia
haga viable un gobierno para el mercado. El nuevo rol que el capital tiene en la globaliza-ción requiere de una
subordinación del Estado a sus intereses La sociedad civil intenta buscar respuestas a la dominación
capitalista neoliberal supranacional en el mismo plano a través de la experimentación de procesos
autorganizativos. Las normas sociales que promueve tienen el potencial para infundir una nueva moralidad a la
economía. Pero ni el Estado, ni el mercado, ni la sociedad civil tienen la suficiente capacidad por sí mismas
para lograr la gobernabi-lidad de una sociedad. El mercado no tiene la suficiente capacidad para cohesionar
una sociedad que presenta fisuras por problemas de diferencias políticas, étnicas, religiosas, etc. y por
conflictos de intereses. El mercado es una fuente constante de conflictos y tensiones sociales que deben ser
resueltos por un proyecto polí-tico. Screpanti (1999) ha acuñado el término "estructuras de gobernabilidad de
acumulación" para definir los sistemas que gobiernan los usos de la plusvalía que sostienen la acumulación,
tales como los "mercados de bienes", los "mercados compañías" o mercados para el control corporativo, las
jerar-quías externas y las jerarquías internas. Los mercados de bienes o mercancías son aquéllos en los que los
consumidores individuales y organizacionales aparecen como sujetos y los objetos de transacción son insumos
y productos reales, dinero y créditos. Los mercados compañías o mercados para el con-trol corporativo son
aquéllos que tratan a las empresas como cosas que son el objeto de la transac-ción. Las jerarquías internas son
estructuras de relaciones que unen a los miembros de una organiza-ción. Las estructuras externas son
estructuras de relaciones de poder y subordinación entre las orga-nizaciones. El mercado, dice Soros, reduce
todo, incluidos los seres humanos (mano de obra) y la naturaleza (tierra) a mercancía. Podemos tener una
economía de mercado, pero no podemos aceptar una sociedad de mercado. Además de los mercados, la
sociedad necesita instituciones que sirvan a fines sociales como la libertad y la justicia social. Esas
instituciones existen en países concretos, pero no en la sociedad global, continúa diciendo. A su vez, una
sociedad que aprecia la libertad tiene en el nihilismo un reto para evitar al Estado tota-litario que bajo su poder
involucra y sofoca a los seres humanos. De acuerdo con Henderson (1996), las asimétricas consecuencias
sociales, políticas, económicas y territoriales de la globalización son parcialmente un resultado de la lógica de
los procesos de globalización por sí mismos. También, par-cialmente de las relatividades de la economía
nacional y el poder geopolítico, y parcialmente de la constitución, prioridades y lógicas de las formas de
capitalismo que organiza los espacios nacionales y locales. Vista la globalización desde estos espacios, es la
continuidad de la experiencia capitalista. La globalización es una etapa superior del desarrollo del sistema
capitalista. El Estado ya no desempeña las funciones que tenía anteriormente, dejando un vacío que no ha
podido cubrirse por ninguna de las instituciones existentes. La comprensión adecuada de nuestra condición
presente, demanda atención a la conceptualización y teorización de los recursos, naturaleza y consecuencias de
la globalización de las diferentes formas de capitalismo que ahora organizan sus respectivos territorios dentro
de la economía mundial y a sus múltiples articulaciones. Bajo la tesis de que el capitalismo globalizador es un
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proceso de destrucción creativa como resultado de un manejo de las tensiones entre caos y orden, se explica
que las empre-sas globales están reemplazando a las empresas que operan solamente en un territorio nacional.
En este sentido, el poder de sobrevivencia del capitalismo global depende de su capacidad para corregir sus
propias deficiencias. La productividad del capitalismo globalizador es resultado de una incesante y brutal
destrucción de cadenas industriales locales y regionales, estilos de vida nacional, etc. Por ejemplo, en los
términos de producción, distribución y consumo, se confronta con un dilema: entre la producción orientada
hacia la satisfacción de las necesidades de un mercado nacional y la producción competitiva orientada para
insertarnos en un mercado globalizado bajo el supuesto de que la información en ese es virtualmente perfecta.
Las organizaciones son dominios importantes para el análisis crítico de las esferas públicas y priva-das. Las
organizaciones están pasando por un período crítico de autodiagnóstico para determinar sus capacidades y
competencias que les permitan no solamente su sobrevivencia, sino también asegurar cierta continuidad a sus
operaciones y funciones en un mercado global. Una política crítica debe res-paldar la idea de trabajo
organizacional. La dinámica de la economía ha hecho obsoletos muchos mecanismos a nivel micro para la
administración de los costos organizacionales. Las organizaciones pueden ser vistas como unas economías en
miniatura en las cuales la propiedad de los activos conlle-va el poder de los directivos para definir las reglas
del juego. Las organizaciones, sobretodo las empresas, son creadas para reducir los costos de transacción
aso-ciados con el uso de los sistemas de precios. Sin embargo, Riordan y Williamson (1985) en su discu-sión
sobre la economía de los costos de transacción y la elección organizacional anticiparon que la elección
organizacional puede estar influenciada por la búsqueda de la eficiencia y por la estrategia bajo una
competencia de números pequeños. Los análisis sobre la economía de los costos de tran-sacción y de otros
acercamientos organizacionales a la administración estratégica no incorporan el conflicto estratégico.
Nickerson y Bergh (1999) sugieren que la elección de gobernabilidad para una transacción intermedia puede
estar condicionada por los atributos tanto por la misma transacción como por consideraciones estratégicas en
la transacción empresa-cliente. Por lo tanto, para estos autores, economizar y estrategizar son actividades
relevantes a la elección organizacional. Los conceptos de los costos de transacción de la historia económica
(North and Thomas, 1973) ayu-dan en los análisis de las relaciones entre el gobierno y el mercado y en los
diferentes arreglos institu-cionales que existen para subsanar las llamadas fallas tanto del mercado como del
sector público, justificando hasta cierto punto las intervenciones del gobierno. Los diferentes trabajos de North
(1981, 1990, 1993) analizan los incrementos de los costos de transacción y coordinación como resul-tado de
una creciente complejidad de la actividad económica y los avances tecnológicos y organiza-cionales que
impactan en los arreglos institucionales. Allen (1991) define los costos de transacción como los recursos
necesarios para transferir, establecer y mantener los derechos de propiedad, los cuales llegan a ser más
completos y extensivos cuando se acercan a cero. Una teoría parcial de la firma integra aspectos de
organización interna con la teoría de los derechos de propiedad (Holmstrom, 1999). Esta teoría hace énfasis en
la contratación incompleta y en los derechos de decisión residual en lugar de los contratos imperfectos y los
costos de la agencia que dan mayor claridad al significado de propiedad como una característica definitoria del
mercado. El cues-tionamiento de fronteras entre mercado y organización permite analizar las interacciones y
las com-petencias así como las formas de complementación en la asignación de individuos- tareas y en los
incentivos individuales. Los costos de transacción están representados por los costos de las negociaciones,
contratos relacio-nales, demandas legales, etc. Bajo derechos de propiedad perfectamente especificados, con
cero cos-tos de transacción, los mercados operan perfectamente. De acuerdo con el enunciado del Teorema de
Coase, si los derechos de propiedad se especifican completamente y los costos de transacción son cero, la
asignación de los recursos será eficiente. De acuerdo con Adler (1999), la confianza como un mecanismo de
coordinación del modo organizacional comunidad, reduce considerablemente los cos-tos de transacción los
riesgos de la agencia. El concepto de eficiencia de un sistema económico es definido por Coleman (1993) sólo
dentro de una distribución particular de recursos, una asignación constitucional de derechos y recursos. Si las
externalidades son internalizadas y los costos de transacción son reducidos a cero, ese sistema logra la
eficiencia, pero si los derechos se asignan diferentemente, a personas con diferentes intereses, en-tonces la
eficiencia resultante varía. Sin embargo, en la realidad esta situación ideal enunciada en el Teorema de Coase
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no existe debido a las fallas del mercado. Las fallas del mercado pueden ser defi-nidas como las desviaciones
de lo óptimo con respecto a la operación de un sistema de precios que no es costoso (Zerbe y McCurdy, 1999).
El concepto de falla de mercado es usado por la teoría mar-ginalista para describir situaciones en las que por
alguna razón se violan los supuestos que garantizan las proposiciones centrales. El análisis marginalista de las
fallas del mercado identifica dos estados: el primero enfocado a los efectos externos, la competencia
imperfecta y los bienes públicos que dejan poco lugar para la intervención del Estado y muy poco para la
provisión estatal de bienes y servicios (Moudud and Zacharias, 1999). Sin embargo, en la realidad de muchos
países con economías capita-listas avanzadas el rol del Estado excedió las fronteras demarcadas por la teoría
marginalista. Las fallas de mercado ocurren cuando éste no produce los bienes públicos, inadveridamente
produce externalidades, da origen a monopolios naturales, exenta a las partes por medio de asimetrías de
in-formación o crea distribuciones no deseables de ingresos. Las externalidades surgen cuando las par-tes
efectúan transacciones (Zerbe y McCurdy, 1999). Las fallas del mercado desaparecen cuando los costos del
sistema de precios son cero. Pero este modelo del mercado falla porque las externalidades son definidas por
los costos de transacción y porque los costos de transacción son ubicuos. Las ex-ternalidades son definidas por
los costos de transacción como el valor neto de la externalidad que constituye la frontera más baja de los
costos de transacción asociados, es decir, los costos de transac-ción nunca serán más bajos que el impacto
monetario neto de la externalidad. Estos costos de tran-sacción nunca serán cero y serán iguales o mayores que
el valor neto de la externalidad. Las externa-lidades se presentan en cualquier momento que haya ineficiencias
en las leyes que afectan los merca-dos. En la organización de las transacciones pueden elegirse entre
colocarlas en el mercado o localizarlas dentro de una empresa, de acuerdo a Coase (1937). Las empresas,
caracterizadas como jerarquías administrativas, son una forma particular de organización la cual se contrasta
con otras formas dife-rentes, como el mercado, para administrar intercambios o transacciones entre las
diferentes partes involucradas. En el mercado, las transacciones ocurren sin la supervisión de los
administradores. Según Coase (1937) y Simon (1951), la característica distintiva de una empresa es el uso de
la autori-dad. Las empresas pueden considerarse como micoeconomías donde la propiedad de los activos
otorga el poder a los directivos y dueños para definir las reglas del juego (Holmstrom, 1999) en la toma de
decisiones. Sin embargo, Alchian y Demsets (1972) sugieren que la característica distitiva de una empresa es
el monitoreo de los insumos más que los productos. Las empresas existen porque pueden reducir los costos de
negociación y establecimiento de términos y condiciones de intercambio relativas a las transacciones del
mercado. Las jerarquías permiten una mejor adaptación que la contratación entre partes autónomas. La
adaptación es importante porque las consideraciones de eficiencia con frecuencia requieren que se hagan
ajustes en la distribución de las ganancias en una relación de intercambio, cuando las relaciones de
intercambio cambian. Las je-rarquías son capaces de resolver las disputas surgidas del intercambio por fiat
como un último recur-so, en donde el fiat no es disponible para gobernar los contratos del mercado. En
contraste, en las contrataciones del mercado, una parte puede usar la ley y el sistema legal oportunísticamente
para "hacer esperar" una parte contractual (Coase, 1937; Williamson, 1975, 1985; Klein, 1993; Argyres y
Liebeskind, 1999). Más cuestionable es el concepto de la eficiencia económica que se le asocia con "la
vigencia del ideal democrático con un aparato productivo que garantiza la competencia, el crecimiento y la
elevación de los niveles de bienestar social", según Berruga (1997). Sin embargo, la globalización económica
ha incrementado las amenazas y riesgos que no pueden resolver las instituciones de bienestar social. Cuando
un sistema económico opera con altos niveles de ineficiencia, su estructura se vulnera y au-menta su
inestabilidad, repercutiendo en el debilitamiento de su gobernabilidad.
Escisión entre la racionalidad
económica y la gobernabilidad de la sociedad. Para delimitar las bases teóricas de los cambios en el Estado, la
sociedad y el mercado, es necesario revisar las teorías de la agencia (agency theory) y de la elección racional
(rational choice) en que se fundamentan la racionalidad económica y analizar cómo estos principios crean
disfuncionalidades en la gobernabilidad de la sociedad. La racionalidad económica es la base de la "lógica del
mercado" y de la gobernabilidad de la sociedad bajo el principio dominante que la naturaleza y conducta
humana, como una inviolable verdad, pueden ser caracterizadas por la persecución de la maximización de
beneficios personales que aseguran el autointeresamiento. Hasta cierto punto, sin embargo, existen fines
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sociales o motivaciones de conductas económicas enraizadas en un contexto societal, aunque los medios
necesarios para lograrlos sean económicos o no económicos. Bajo el modelo emergente de globalización
neoliberal, esta "lógica del mercado" se aplica a todo tipo de relaciones económicas, políticas y sociales, lo
que da como resultado una creciente sublimación de la política y un desprecio de la realidad social (Birchfield,
1999). Los acercamientos analíticos de la teoría de la agencia (Agency theory o AT) referida a la tecnología
para monitorear obligaciones que toman la forma de nexos contractuales y organizacionales, así co-mo la
teoría de la economía de los costos de transacción o transaction cost economics (TCE) que relacionan a las
organizaciones como estructuras de gobernabilidad, bajo el supuesto conductual de una racionalidad confinada
y oportunista, constituyen la base de la nueva racionalidad económica y la gobernabilidad de la sociedad. Las
orientaciones racionales de las condiciones económicas y sociales integradas en sus estructuras para su
aplicación delimitan la concepción de esta racionalidad. De acuerdo a Przeworski (1996), la economía es una
red de relaciones múltiples y diferenciales entre clases particulares de principales y agentes: administradores y
empleados, dueños y administradores, inversionistas y empresarios pero también entre ciudadanos y políticos,
políticos y burócratas. El desempeño de las empresas, de gobiernos, y de la economía como un todo depende
del diseño de las instituciones que regulan estas relaciones y de las fronteras que se establezcan para la
separación de los campos de acción entre los Estados-nación y las empresas. Los empresarios son
administradores que actúan como agentes de los inversionistas y funcionarios de las empresas. En el problema
tradicional de la agencia, tanto el esfuerzo costoso del agente, como los factores es-tocásticos (perteneciente o
relativo al azar) más allá del control del agente, influyen en los resultados de una actividad productiva
propiedad del principal, quien elige un contrato de compensación para el agente que trata de alcanzar
incentivos óptimos. Desde luego, lo que se desea con estos incentivos óptimos es prescindir del esfuerzo con
el daño a riesgos compartidos causados por la exposición del agente al exceso de riesgo de los factores más
allá del control del agente. Sin embargo, lo que importa es que los empleados tengan incentivos para
maximizar sus esfuerzos, si los administradores tienen incentivos para maximizar sus utilidades, si los
emprendedores tiene in-centivos para tomar solamente los riesgos buenos, si los políticos tienen incentivos
para promover el bienestar público, si los burócratas tienen incentivos para implementar metas establecidas
por los políticos. Gersbach (1999), por ejemplo, considera un modelo donde el público está inseguro acerca de
la competencia de un agente y si el agente está preocupado acerca de las consecuencias de deci-siones de
políticas, como en el caso del estadista, o si solo está preocupado acerca de las creencias del público, es decir,
populista. Un agente competente puede juzgar las consecuencias de un proyecto de políticas y debe invertir
inmediatamente o nunca. En términos generales, el bienestar social puede ser mayor comparado a la situación
en donde el público está inseguro si el agente es un estadista o un populista. Los tipos de populistas
distorsionan su decisión, mientras que los tipos de estadistas son más eficientes en sus decisiones. El antiguo
debate entre lo público y lo privado bajo el marco de referencia de la teoría de la agencia está relacionado con
el cuestionamiento de cual forma de propiedad es la que mayormente promueve el bienestar social. La
compatibilidad entre los objetivos políticos y económicos ocurren cuando en un sistema político ideal se
enfatiza el mercado neoclásico con cero costos de transacción, lo que permite que ocurra el intercambio
político de la maximización de la riqueza. El problema está en que ningún sistema político es perfectamente
eficiente, lo que repercute en limitaciones que reducen la riqueza. El modelo teórico agente-principal
incorpora explícitamente los incentivos y las asimetrías de infor-mación en el diseño de mecanismos óptimos
en las organizaciones. El equilibrio de cualquier meca-nismo se obtiene como un resultado de un mecanismo
de revelación bajo e cual los agentes revelan confiadamente su información privada. Las relaciones entre al
agente y el principal (el administrador y el dueño) son importantes en la determinación de los niveles de
eficiencia. La teoría de la agencia se refiere a las relaciones entre el principal y el agente, salvaguardando las
transacciones que realicen contra acciones que son oportunistas. La unidad de análisis de la teoría de la
agencia es el agente contratante, mientras que para la teoría de los costos de transacción es la misma
transacción materia del contrato. La teoría de los costos de transacción con todos los tipos de relaciones
contractuales eficientes, tales como los costos en in-formación, negociación, contratación y garantía para hacer
cumplir las condiciones de los intercam-bios, examinan formas alternativas de organización económica para
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economizar con respecto a las consecuencias de una racionalidad confinada. Estos costos de transacción se
relacionan con el desa-rrollo de estructuras de gobernabilidad que aseguran la obtención integrada de los
contratos. Ambas teorías son excepciones de la economía neoclásica que modela a la empresa como una
función de producción cuyo objetivo es la maximizar utilidades. Dunning (1997), argumenta que los patrones
cambiantes de demanda y avances tecnológicos han impactado los costos de transacción y coordinación de la
actividad de valor agregado. Las institucio-nes e infraestructuras culturales sobre las que se desarrolla tal
actividad, han afectado críticamente los méritos de los modos alternativos de la organización económica, y
sobre los años, la combinación óptima de estos modos han sufrido un cambio marcado. Las variables
culturales están siendo subes-timadas como obstáculos al desarrollo. Las organizaciones que se diversifican en
los mercados inter-nacionales tienen la tendencia a ser más innovadoras y a desempeñarse mejor que las
organizaciones que no lo hacen. En parte, esto se debe a que participan en mercados mayores, en los cuales no
so-lamente pueden obtener más altos retornos sobre las inversiones, sino también para proveerse de los
recursos necesarios para desarrollar nuevas y mejores innovaciones. Los procesos de globalización creciente
presionan fuertemente a las organizaciones para la obtención de una constante "desintermediación" de los
procesos de producción, distribución y consumo que altera los patrones establecidos al nivel organizacional y
acelera la innovación de nuevos mecanismos que proporcionan ventajas en la adquisición de la información y
expectativas. Así, la forma en que las corporaciones multinacionales se organizan en un medio ambiente
altamente competitivo, el cual las presiona para dejar de operar como si fueran una colección de subsidiarias
independientes, por una estructura organizacional más flexible. Esta estructura les facilita la integración de sus
actividades a través de las diversas localidades geográficas, a fin de compartir los recursos y ganar en
economías de escala. La adopción del modelo organizacional transnacional por una empresa multinacional es
am-pliamente reconocida como los medios preferidos para ir global (Bouderau, Loch, Robey y Straud, 1998).
Las organizaciones multinacionales deben desarrollarse en organizaciones transnacionales a efecto de obtener
la coordinación global para compartir los recursos y ganar en economías de escala, al mismo tiempo que
permiten la autonomía local para tomar ventajas sobre las oportunidades en los mercados locales nacionales
(Hitt et al,1997). El reto que enfrentan las organizaciones transnacionales es identi-ficar y explotar las
sinergias existentes a través de las fronteras y balancear las demandas locales con la visión global de la
organización. El diseño estructural de una organización transnacional requiere de una cultura corporativa que
valora las diferencias globales tanto en las culturas como en los mer-cados (Hitt, Keats and DeMarie, 1998).
Todavía más, en lo concerniente a los gobiernos, como supervisores y participantes en el proceso creativo y de
asignación de recursos, juegan cualquier papel del todo, sus acciones en afectar la com-petitividad de las
firmas localizadas dentro de su dominio son propicias a afectar ese desempeño. La creciente integración
estructural de las políticas de los mercados, jerarquías y gobiernos a través del espacio geográfico, desde la
mitad de los setenta, ha dado origen a una nueva ola de pensamiento de los economistas, teóricos
organizacionales, y analistas de negocios, acerca del papel de las institucio-nes y los modos organizacionales
en la toma de decisiones económicas (Dunning, 1997). La principal contribución de los economistas clásicos y
neoclásicos es la de avanzar el entendimiento de la natura-leza de los mercados como un fenómeno
económico, mientras que los institucionalistas enfatizan el significado de las instituciones como un fenómeno
económico y social. Se necesita determinar los elementos esenciales de una teoría dinámica del papel de las
empresas en el desarrollo económico de tal forma que proporcionen un marco de referencia para el análisis
social. Las instituciones son diseñadas para obtener resultados eficientes y juegan un papel importante en el
desempeño económico. El modelo globalizador de la economía ha dado mayor preponderancia a las empresas
en las relaciones con el Estado-nación, aunque resulta difícil separar las fronteras entre el Estado-nación y las
empresas, no solo en el plano conceptual sino también en la realidad. La percep-ción y concepción dominantes
es la de que la separación entre Estados y firmas es un producto del tratamiento de modernidad del mismo
Estado-nación. El punto de vista neoclásico de cómo se comportan los mercados y como deben actuar las
institu-ciones, se fundamenta en la teoría de la elección racional (rational choice) de la economía
organiza-cional. A su vez, el diseño del Estado neoliberal y de formulación de las políticas públicas, se
orien-tan y se ajustan a los fundamentos de las teorías de la elección racional y de la elección pública de la
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economía neoclásica que guían las decisiones hacia la búsqueda de la eficiencia, la justicia y el interés público
en forma de una racionalidad objetivista científica y por tanto positivista más que desde un criterio
procedimental. De acuerdo con este enfoque de diseño del Estado, los individuos buscan la maximización de
sus utilidades. La teoría de la elección pública, se relaciona con el análisis de la administración del Estado
moderno representado por el desempeño de los administradores y servidores públicos que persiguen la
maximización de beneficios. El Estado moderno era un espacio de autoridad con un discurso que tiene como
objeto magnificar el poder y el conocimiento. Sin embargo, surge el cuestionamiento moral (Hoff et al. 1993)
cuando los individuos realizan acciones para maximizar su propio bienestar en detrimento del bienestar de
otros, sobretodo en aquéllas situaciones donde los problemas de in-formación previenen la asignación a los
individuos del daño total causado por esta acción. El proceso por el que transcurren las acciones directas se
caracteriza por pasar del conflicto a la confrontación, seguido de la negociación y el monitoreo y por último en
la asociación en el mejor de los casos. La economía clásica o convencional ha asumido esta conducta hiper
racional de los individuos. Sin embargo, está surgiendo un nuevo enfoque en la economía conductual que
diverge de la teoría de la elección racional (rational choice) bajo el supuesto de que en la realidad las personas
actúan en forma diferente, es decir, en forma irracional, a buscar la maximización de sus beneficios y de su
bienestar mediante el uso de la información disponible y actuando siempre con un auto interés a largo plazo,
porque carecen de la visión y de la voluntad para hacer lo que los textos de economía sugieren. Este nuevo
enfoque de economía conductual usa las teorías de la conducta para explicar el "rompe-cabezas del premio de
la utilidad", bajo el hecho de que los retornos de utilidad a largo plazo son más altos, de que las personas odian
más las pérdidas que gozan de las ganancias, de que la gentes es recí-proca al espíritu de otros más que a
contra atacar y que las percepciones de injusticias alimentan la revancha aún cuando los costos sean mayores.
Además, sostienen los teóricos de este modelo, los economistas Richard Thaler, Andrei Shleifer, Daniel
Kahneman y Amos Tversky entre otros, que el trabajo que toma realizar la planeación financiera es una buena
razón por la cual las personas son negligentes y descuidan las cosas más importantes que requieren de
esfuerzos personales. La sobrevivencia de las regulaciones pueden tener como explicación las teorías de la
elección pública acerca de los grupos y la búsqueda de rentas. Así, las políticas elaboradas fuera de esta
definición del Estado neoclásico son vistas como generadoras de rentas económicas para apoyar el pago de las
co-rruptelas (coimas) y para recompensar a los electores por el apoyo político. Por lo tanto, la racionali-dad
económica ha forzado a los Estado-nación a desmantelar instituciones y organismos regulatorios en un intento
para alcanzar el concepto ideal. Sin embargo, se cometen excesos, por ejemplo, cuando los emprendedores
sobrellevan los costos de agencia y tienen buenas razones para rendir cualquier discreción para expropiar la
riqueza de los inversionistas y para servir con más lealtad a los accionis-tas. La conclusión lógica, afirma
Coffee (1999) es que la regulación promueve la eficiencia económi-ca, más que confiar en la contratación
financiera solamente. La economía organizacional se caracteriza por una coexistencia en un estado constante
de tensión vigorosa pero creativa entre la intensiva competencia de los mercados y múltiples empresas. A
mayor competencia se generan estructuras de mercado más competitivas. En un modelo competitivo, las
organizaciones maximizan sus beneficios si cuentan con una tecnología que genere rendimientos constantes a
escala. La interacción continua entre las empresas que se someten a una búsqueda in-cansable de nuevas
formas que generan valor y los mercados que presionan a las empresas a rendir parte de este valor a otros. La
economía de la organización se enfoca a los costos de coordinación y transacción de la actividad económica,
bajo la tesis de que en condiciones de competencia perfecta, estos costos son cero para usar el mercado como
un modo de asignación de recursos, bajo el supues-to de que la información necesaria es completa. En aquéllas
culturas donde las relaciones de confianza tienen un valor de activo social, los costos de transacción se
reducen, aumentando la competitividad del sistema económico y político. La confian-za es definida como la
probabilidad subjetiva con la cual un actor evalúa que otro actor o grupo de actores desempeñará una acción
particular, antes de que pueda monitorear tal acción (independien-temente de su capacidad para poder
monitorear) y en un contexto en el cual afecta su propia acción (Adler, 1999). Las relaciones entre los actores
y grupos atraviesan por procesos determinados por situaciones específicas de conflicto, confrontación,
negociación y acuerdo, monitoreo y asociación. En la forma tácita del conocimiento, la confianza es una
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condición esencial para la transferencia del conocimiento efectivo. Adler argumenta que la forma de confianza
más efectiva es la confianza que tiene propiedades efectivas únicas para la coordinación de actividades
intensivas en conocimiento dentro y entre las organizaciones, sobretodo la que denomina "confianza
reflectiva", en oposición a la confianza tradicionalista o ciega, para responder a creciente intensidad en el
manejo de activos basados en el conocimiento. Pareciera que esta "confianza reflectiva" amenaza los actuales
privilegios de los actores sociales dominantes, quienes se resisten mediante la combinación de
interdependencias complejas entre los mecanismos de precios, autoridad y confianza, para responder a las
tendencias de las relaciones inter-organizacionales, interdivisionales y de los empleados. Las formas
organizaciona-les de baja confianza logran menos costos pero su desempeño en la generación de conocimiento
estratégico es muy pobre. La tendencia hacia una economía cada vez más intensiva en el conocimien-to tiene
grandes efectos en la dinámica capitalista, la cual se convierte en disfuncional. Todo esto representa un gran
reto para la sociedad capitalista actual. A pesar de que es innegable la fuerza expansiva de los mercados
competitivos, éstos no siempre son la más eficiente forma de transacción de bienes y servicios. Cuando el
desarrollo económico conti-núa, los costos de organizar la producción y el intercambio se incrementa,
cuestionando las condi-ciones bajo las cuales las diferentes formas alternativas de gobernabilidad son más
costo-eficientes. Los institucionalistas no necesariamente sostienen que la mano visible de las jerarquías y los
gobier-nos son necesariamente preferibles a la mano invisible de los mercados, sino cuales son las
condicio-nes en que los gobiernos pueden intervenir exitosamente para reemplazar o facilitar otros arreglos
institucionales. Dunning (1997), concluye que si la actividad económica involucra costos de transacción y
coordina-ción, no es posible formular una mezcla óptima de modos organizacionales alternativos los cuales
sean aplicables universalmente. La naturaleza de la asociación entre los sectores público y privado
parcialmente depende de la naturaleza de las funciones de producción o transacción que están siendo tomadas.
Los académicos han venido incrementalmente a enfatizar no solamente la importancia de los costos de
transacción y coordinación de la actividad económica, sino también de la necesidad de flexibilizar las
instituciones y los modos organizacionales. La flexibilidad organizacional queda mani-fiesta en la
flexibilización de los sistemas de producción y acumulación que junto con la perspectiva de los costos de
transacción permiten que las organizaciones lleguen a ser más flexibles a través de la desintegración vertical y
horizontal. La fricción de la distancia se incrementa en importancia prove-yendo un fuerte incentivo para el
aglomeramiento geográfico (Appelbaum abd Henderson). Esta flexibilización se expresa en estructuras de
redes que facilitan las interrelaciones que tienen que des-arrollarse en los diferentes niveles espaciales: local,
nacional, regional y global. Más allá de las organizaciones transnacionales está la noción de una corporación
sin Estado, es decir, una corporación que no reclama una nación como su patria, ni tampoco permite que un
país domine sus decisiones. Estas organizaciones tienen que ser más flexibles para competir en los mercados
glo-bales y más capaces para innovar. Esta flexibilidad que reclaman las corporaciones transnacionales está
cambiando el papel del gobierno, algunas veces haciéndolo más importante, otras veces menos importante.
Las economías capitalistas están organizadas de diferentes maneras, pero todas ellas se han vuelto más
interdependientes debido a los procesos de globalización en que se encuentran inmersas. La globalización de
la economía es en sí misma un fenómeno de amalgamiento de diferentes formas de economías capitalistas. Las
economías que no se estructuran en el mercado difícilmente pueden dar respuesta a los requerimientos para
participar en una economía global. Una forma para sostenerse en un mercado global altamente competitivo
consiste en implementar estrategias cooperativas. Un Estado mutante: En la era de la globalización el
Estado-nación está en crisis. La crisis del Esta-do-nación lo empuja a su transformación, acotada como un
componente de los procesos de "rees-tructuración global" asociados con la emergencia de un capitalismo
transnacionalista. Ya no es el Estado-nación modelado como un actor que tiene coherencia y un destino propio
dentro de una jerarquía de poder internacional y como resultado de una racionalidad de intereses. Por otra
parte, la presencia activa del Estado en las diferentes actividades económicas, polariza el debate de las
funcio-nes del mercado, el Estado y la sociedad en la asignación de los recursos y se dan diferentes
interpre-taciones acerca del papel óptimo de los gobiernos. Sin embargo, hay que reconocer que este debate
está perdiendo validez debido a que las fronteras y divisiones entre Estado, mercado y sociedad son más
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fluidas y porosas. Las fronteras entre las em-presas y los Estados son todavía más permeables que aquéllas
entre los Estado-nación, tanto porque cada persona que pertenece a la empresa es al mismo tiempo ciudadano
de al menos un Estado-nación. No obstante, los Estados nación son los representantes exclusivos de la
ciudadanía, lo que los hace ser diferentes de otros agentes tales como los organismos públicos o privados
internaciona-les, las empresas transnacionales y multinacionales, las organizaciones no gubernamentales, etc.
Incluso en los Estados de Bienestar más desarrollados, las diferencias estructurales del gasto en mate-ria de
bienestar eran muchas, pero eran más importantes las diferencias institucionales entre los Es-tados de bienestar
universalistas financiados directamente de los impuestos y los sistemas "corpora-tistas" con un enfoque a las
contribuciones de empleadores y empleados. Las diferencias estructura-les e institucionales entre aquéllos
Estados de Bienestar con altos niveles de protección social obsta-culizó las políticas de relaciones sociales e
industriales por acuerdos internacionales (Scharpf, 1997). Muchos países que aplican el modelo de Estado de
Bienestar toman una actitud paternalista con res-pecto a la sociedad, asumiendo la toma decisiones de
gobernabilidad, formulando e implementando políticas que correspondían al ámbito de la sociedad, y
descuidando la promoción de una cultura política basada en la democracia. La democracia capitalista se
manifiesta de formas y modelos muy diversos en la organización de las interrelaciones Estado-mercado,
incluyendo el estado de Bienestar. Los supuestos fracasos del Estado de Bienestar o Estado Keynesiano por no
representar ya los inter-eses del capitalismo globalizador, requieren de mutaciones radicales. El nuevo Estado
surge a partir de propuestas de políticas monetaristas y de una economía política neoliberal-ortodoxa por las
Es-cuelas de "Chicago" y de Stanford". Este nuevo paradigma se fundamenta en el supuesto de que los agentes
económicos actúan correctamente, con conocimiento de causas y son progresistas social-mente. La estrategia
fundamental es limitar la participación del Estado en la economía. El capitalismo global socava el poder
absoluto del Estado y rinde la dualidad existente entre público-privado y eco-nomía-política que presiona al
Estado nación a renunciar a su función de mantener el bienestar so-cial, contradictoriamente cuando la
sociedad necesita la protección contra los excesos del mercado. Por otro lado, la soberanía nacional se debilita
cuando están incrementándose las relaciones de inter-dependencia entre los diferentes países del mundo. Tanto
el Keynesianismo como el monetarismo tienen como fundamento la teoría clásica en materia de políticas de
estabilización económica. Cuando el Keynesianismo no fue capaz de dar respuesta a los problemas
económicos de los años setenta en Inglaterra debido a las presiones del mercado, la reconfiguración de las
bases sociales del Estado y al cambiante clima de las ideas y opiniones domés-ticas (Baker, 1999) entonces
comenzó su reemplazo por el monetarismo. En la "teoría General" de Keynes, éste sostiene que "una economía
de iniciativa privada que emplea dinero, intangible o fidu-ciario necesita ser estabilizada, y por lo tanto, ello
sería posible a través de políticas monetarias y fis-cales adecuadas”. En contraste, los auténticos monetaristas
son de la opinión de que, no existe una verdadera necesi-dad de estabilizar la economía, o de que incluso, en
caso de que la hubiera esto no podría realizarse, ya que las políticas estabilizadoras probablemente se
incrementarían en vez disminuir esa estabilidad" (Alcántara Meixueiro, 1998). Cuando el Keynesianismo
entró en crisis, las prescripciones monetaris-tas sirvieron de fundamento a los formuladores de las políticas
públicas, bajo la perspectiva dominan-te de que las políticas económicas nacionales se ajustan de acuerdo a los
requerimientos de la eco-nomía mundial en transición. El argumento de la irreversibilidad de los procesos de
globalización está permeando la reforma del Estado y los nuevos diseños de sus funciones. Muchas de las
funciones que originalmente corres-ponden al Estado-nación están siendo transferidas a instancias
supranacionales debido a una presión exagerada que ejercen los procesos de globalización. Esta
supranacionalidad tensiona al Estado-nación buscando espacios más allá de las fronteras físicas y culturales,
aunque no lo deja vacío del todo. En realidad los procesos de globalización por un lado están desmantelando
las instituciones y funciones del Estado pero por otro lado está apoyando su recomposición mediante nuevas
institu-ciones y funciones. Territorio, moneda, fuerzas armadas, etc., están en constantes procesos de cam-bio.
Un análisis de las finanzas internacionales y los servicios corporativos puede ayudar a mostrar las diferencias
entre el papel del Estado en las formas anteriores de internacionalización y de la actual globalización de las
actividades económicas evidentes en algunos sectores económicos (Sassen, 1995). La composición de la
propiedad corporativa tiene un papel importante en la creación y soste-nimiento del crecimiento económico a
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largo plazo, lo cual tiene una fuerte implicación en la teoría del crecimiento endógeno (Gylfason et al. 1999).
Las Naciones-Estado han estado siempre presentes y juegan un papel importante en el desarrollo económico al
hacerse responsable de la reproducción de las condiciones necesarias para la acumula-ción del capital y para la
legitimación de los arreglos sociales y políticos asociados con la obtención de riqueza y poder en un sistema
económico. Los Estados-nación se adaptan a la evolución misma de las formas que el desarrollo capitalista le
impone. La forma en que los recursos son obtenidos y usados determinan hasta cierto punto el tipo de
desarrollo económico, el cual consiste en un proceso interactivo para la creación y realización de valor, a
través de las diferentes combinaciones de recur-sos e intercambios (Moran y Ghoshal, 1999). Lo importante de
esta combinación de recursos y los intercambios que se realizan es el resultante crecimiento económico que
tiene que trasladarse en me-joramiento de los niveles de calidad de vida de la población. La eficiencia y la
fiabilidad de las reglas son dos canales a través de los cuales las políticas pueden influenciar el crecimiento
económico de los países (Brunetti, Kisunko y Weder, 1998c). La eficiencia de las políticas explica las
diferencias en crecimiento con las diferencias en políticas macro y micro-económicas. La fiabilidad de las
políticas se refiere a la estabilidad e incertidumbres que rodean su implementación. Los investigadores usan
variables objetivas para medir la inestabilidad política, las cuales resultan incompletas para reducir las
incertidumbres. La inestabilidad puede ser objetivamente observada mientras que la incertidumbre es
subjetiva. Como resultado de su investigación, encontra-ron una relación cercana entre los indicadores de
incertidumbre institucional y el crecimiento eco-nómico. La credibilidad de las reglas se asocia
significativamente con las diferencias en crecimiento e inversiones entre los países, capturando una relación a
largo plazo entre las instituciones y el creci-miento. Existen algunas evidencias que demuestran que una
política económica que crea certidumbre en el entorno económico competitivo alcanza mayores tasas de
crecimiento económico. Para promover este crecimiento y desarrollo económico, el gobierno tiene que
embarcarse en pro-gramas de desarrollo social que garanticen ciertos derechos y libertades, políticas públicas
que com-batan el hambre, la insalubridad, el analfabetismo, la tiranía de los gobiernos no democráticos, etc. Si
las naciones pobres quieren ser competitivas, no pueden ignorar los males sociales que les aquejan. Si el
desarrollo desigual permanece como una característica del sistema mundial, la estratificación parece
incrementarse dentro de las naciones industrializadas (Habermas 1974; Offe 1975, Carnoy 1984, Ap-pelbaum
and Henderson 1995). Los estados pro-activos permanecen centrales al crecimiento y a la prosperidad
económica, mientras que la economía que parecer ser caótica, demanda por un mayor papel de la regulación
supranacional. El papel de las agencias estatales subnacionales como socios de empresas y asociaciones de
negocios energizan las redes de acción económica ubicadas localmente, es una de las formas para apoyar el
crecimiento económico y el desarrollo social. Pero este desarrollo económico y social desigual está muy lejos
de un verdadero desarrollo sustentable sólo delimitado por una cultura propia local y por una moralidad
económica. Es un desarrollo económico que privatiza los beneficios y socializa los costos. El propio concepto
de desarrollo sustentable debe estar relacionado con la competitividad de la economía, el nivel de desarrollo
social y por un modelo de nación. El cuestionamiento sobre la legitimidad del papel que el gobierno debe tener
para intervenir el mer-cado y en los asuntos privados es muy antiguo, y en términos generales se acepta como
respuesta normativa y como una justificación, que el gobierno interviene en el mercado cuando éste falla en
sus funciones. Apareció inicialmente como una forma de explicación en términos económicos del por qué la
necesidad de que los gobiernos eleven su gasto (Zerbe y McCurdy, 1999). Sin embargo, no existe una teoría
normativa que sea satisfactoria con respecto a las funciones apropiadas del gobierno en una economía mixta,
es más bien resultado de estudios empíricos. Por tanto, el modelo de las fallas del mercado también falla,
como cualquier otro modelo deductivo porque no deriva suficien-temente de lo empírico, no es
suficientemente inductivo y sólo se fundamentan en métodos enten-dimiento que derivan proposiciones
específicas de principios generales sin mucha atención los hechos observados. Los analistas de las políticas
públicas consideran que las fallas del mercado y la existencia de externa-lidades dan una justificación
necesaria aunque no suficiente de las intervenciones gubernamentales. El concepto de fallas del mercado es
aplicable a circunstancias donde la persecución del interés pri-vado no conduce a un uso eficiente de los
recursos de la sociedad o a una distribución justa de los bienes de la sociedad. La intervención gubernamental
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puede realizarse cuando muestra que una polí-tica genérica menos intrusiva no puede ser utilizada o cuando no
pueda diseñarse efectivamente un contrato privado para tratar de resolver la falla del mercado (Veimer y
Vining, 1992). Sin embargo, muchos gobiernos de los Estado-nación, por ejemplo, están tomando la actitud
hacia la pobreza de dejar las manos libres al mercado, sustentándose en la premisa de que la globalización
económica derramará un mayor crecimiento económico y por consecuente el incremento en los in-gresos que
disminuirán los niveles de pobreza. El informe del Banco Mundial "Crecimiento es bueno para el pobre"
relaciona uno a uno los ingreso de la quinta parte más baja de la población con el pro-ducto doméstico bruto
per cápita y argumenta que el ingreso de todos los sectores crece proporcio-nalmente en la misma tasa. El
estudio enfatiza que los beneficios de la apertura comercial son los mismos para los pobres que para la
economía total. Las investigaciones empíricas sobre los efectos del empleo en la liberalización comercial en
los países en desarrollo confirman que los costos poten-ciales de la apertura comercial pueden ser reducidos o
aumentados por el contexto de las políticas en las cuales la reforma se efectúa. La pobreza, al igual que la
riqueza tiene sus causas estructurales en el desarrollo. Habrá que comparar los beneficios de la intervención
gubernamental con el riesgo de que los problemas principal-agente en el sector público hagan los problemas
mucho más difíciles. La eficiencia de la intervención del gobierno hecha en los términos de Kaldor-Hicks se
fundamenta cuando los costos de intervención son menores que los beneficios. Es decir, la intervención del
gobierno es más eficiente cuando los beneficios que se obtienen son mayores que los costos que se implican.
Se asume que una falla del mercado es una condición necesaria para una intervención eficiente (Zerbe y
McCurdy, 1999). Es decir, la condición suficiente de la intervención gubernamental se determina cuando el
impacto eco-nómico de la regulación es mayor en los términos de beneficios que de costos, cuando las
ganancias sobrepasan los daños y perjuicios. El análisis costo-beneficio de la regulación puede determinar el
impacto económico de la política social, lo cual recibe menos atención que presupuesto de gastos
gubernamental. De esto se sigue que los que formulan las políticas públicas, hasta donde les sea posible deben
cuantificar y comparar los beneficios y los costos cuando se tomen decisiones de intervención y de regulación.
La investigación (Hahn, 1998) sugiere que la regulación y la intervención de los gobiernos pueden ser
ampliamente y significativamente mejoradas, de tal manera que obtengan mayores beneficios, salvar vidas por
ejem-plo, con menos recursos. Frankel (1995) por ejemplo, sugiere que en aquéllas situaciones donde se
involucran bienes públicos, el gobierno puede estar en una mejor posición que el sector privado para operar
una empresa. No obstante, el Estado-nación pierde poder y soberanía no solamente por las empresas
transnacionales sino por el avance del sector privado, en términos generales. Los costos de transacción
proveen el marco conceptual y el método para justificar la naturaleza de la acción colectiva y explican las
relaciones entre el gobierno y el mercado La intervención guberna-mental es óptima cuando sus costos de
transacción son cero y no se presentan problemas de princi-pal-agente. En general, concluyen Zerbe y
McCurdy (1999) en cualquier tiempo que el gobierno pue-da reducir los costos de transacción privados o sus
propios costos de provisión debe hacerlo a pesar de que exista o no una externalidad. Los análisis de los costos
de transacción llaman la atención a las características que le dan al gobierno una ventaja relativa sobre otras
instituciones en su habilidad para bajar los costos de transacción, tales como el poder de coerción. Weber
(1958) define al gobier-no como una institución que monopoliza el uso de la fuerza o los poderes de coerción
sobre un terri-torio dado. La intervención del Estado debe desarrollar aquéllas funciones en las que el poder de
coerción le da ventaja absoluta. Por otro lado, el relativo éxito que han logrado las economías orientadas por el
mercado, han sido las formas en las cuales el Estado y los mercados sistemáticamente interactúan. Ni el
mercado, ni el Es-tado ni cualquier otra institución económica son perfectos como mecanismos de
coordinación. Cada institución tiene sus costos y beneficios y es por lo tanto mejor que otras bajo ciertas
condiciones y peor bajo otras condiciones, observa Chang (1994). Los gobiernos de los países tienen
asignadas funciones en diferentes grados y niveles de responsabilidad, dependiendo de sus sistemas políticos,
de sus fuerzas demográficas, ingreso, riqueza y preferencias de la gente por la provisión pública de bienes y
servicios (Aronson and Ott, 1991). Sin embargo, entre las acciones que el gobierno puede establecer para
reforzar las funciones del mercado, están la creación de instituciones que fortalecen los derechos de propiedad
privada y el aseguramiento de la aplicación de pesas y medidas, etc. Estas acciones tienden a reducir los costos
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de transacción Tampoco resulta fácil determinar hasta qué grado los regímenes supranacionales y las
administracio-nes nacionales necesitan modificar sus agendas y prescripciones de las políticas en virtud de la
cre-ciente movilidad de los recursos. En un extremo, la definición por una mayor función de las institu-ciones
del mercado para autoregular las formas de organización económica y la asignación de los recursos, y en el
otro extremo, la concepción neoestructuralista de las limitaciones del mercado como asignador óptimo de los
recursos. La extensión y la forma de intervención e involucramiento del gobierno es dependiente de la
extensión y el carácter de las imperfecciones del mercado. Esta con-cepción fundamenta la responsabilidad de
la orientación del desarrollo económico de las sociedades periféricas, la cual debe recaer principalmente en el
Estado. Pero hasta ahora, no se ha evaluado si la intervención estatal es más efectiva en costos que el mercado
que reemplaza. Por otro lado, la cultura puede ser un substituto de la acción gubernamental. Los roles
emergentes del Estado: En un intento para crear una tipología de acercamientos a la organización económica,
Dunning (1997) identifica seis roles del gobierno en una economía orienta-da por el mercado: los intereses
políticos y económicos del Estado deben ser la principal justificación para la actividad económica
(mercantilistas, regular los asuntos de acuerdo a un orden natural (Fisió-cratas), la "mano invisible" de los
mercados como el mejor asignador de los recursos (clásicos y neo-clásicos), un activo y participativo papel del
Estado en todos los aspectos de los asuntos económicos (economía socialista), el bienestar social de la
comunidad y la distribución del dividendo nacional (economía de bienestar), libertad personal y contra la
intervención del Estado (contractarianismo) y la falta de confidencia en la eficiencia y en la justicia social de
la economía del mercado justifican las intervenciones del Estado (Estructuralismo). Los nuevos roles
emergentes en las responsabilidades del Estado incluyen las formas en que éste afecta al mercado. El nuevo
Estado emergente es un Estado capitalista neoliberal que se ha converti-do, al decir de Cox (1992) en la
"correa de transmisión" de los intereses globales a los nacionales. Por lo tanto, el nuevo Estado es una agencia
para el ajuste de las políticas económicas nacionales y las prácticas de las exigencias percibidas de la
economía global. Esto puede apreciarse con el crecimiento de las agencias estatales que cada vez se conectan
más a la economía global. Sin embargo, Baker (1999) no está de acuerdo con esta noción del Estado. En todo
caso, la metáfora no captura la com-plejidad de la relación entre los procesos de globalización y el Estado. El
Estado emergente está transitando de un Estado interventor a un Estado facilitador de las activi-dades del
sector privado. Pero en este tránsito se está descuidando el combate a los problemas de la pobreza, la
marginación y la exclusión social. El nuevo modelo simplemente ignora la necesidad de desarrollar un sistema
social más justo y eficiente, con las instituciones que lo garanticen. Hasta aho-ra, la instrumentación de
programas de estabilización y ajuste macroeconómicos ha dejado un fuerte impacto en los segmentos más
pobres más pobres de la sociedad, lo que hace urgente que se realicen arreglos institucionales que hagan
inversiones sociales para legitimar los roles emergentes del Estado. Tres principios sirven de fundamento para
legitimar los diferentes roles del Estado en una sociedad. Siguiendo a Camou (1998), estos tres "principios
legitimadores" del desarrollo y del progreso de los individuos en la sociedad son: en primer término el
"privatista" que se fundamenta en la libre inicia-tiva y la competencia abierta, el principio "compensador" que
fundamenta la protección a través de compensaciones que debe dar el Estado a los grupos sociales más
vulnerables, y finalmente el princi-pio de "bienestar" que justifica la intervención del Estado para satisfacer las
necesidades apremiantes de grandes grupos de la población que carecen de bienes y servicios básicos. Desde
otro punto de vista, el punto de vista filosófico/ideológico refleja la naturaleza de la sociedad y la forma
correcta, más que eficiente, de cómo la actividad económica debe ser organizada. El punto de vista del
costo-beneficio de las formas organizacionales alternativas (mercados, jerarquías, comu-nidades) parte de la
consideración de que en una situación de perfecta competencia, los mercados son el mejor instrumento para la
asignación de recursos escasos. Tal parece que la tendencia domi-nante en la ola de cambios de las formas
organizacionales apuntan hacia una hibridización de formas de jerarquías y mercados, las cuales introducen
los incentivos de los mercados en las organizaciones y jerarquías que controlan el manejo de los activos en los
mercados. La forma del mercado se fundamenta en el mecanismo de los precios para coordinar oferentes
com-petitivos y compradores anónimos. Con mercancías estándar, derechos de propiedad y precios
mar-ginales se promete optimizar la producción y la distribución: la dinámica de la competencia, la provi-sión
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y la demanda llevan el precio a un bienestar social que es un óptimo de Pareto, en el cual ningún bienestar se
incrementa sin que se reduzca el de otro (Adler, 1999). Amartya Sen muestra cómo los derechos liberales
pueden producir resultados que cada individuo preferiría evitar, por lo tanto, vio-lando el principio de Pareto.
Sen critica el "bienestarismo" (Welfarism) porque hace de los juicios morales una función sólo de la utilidad
de los individuos. Lo define como el punto de vista que enjuicia la relativa bondad de los estados de cosas
alternativos, los cuales deben estar basados exclusivamente en, y tomados como un incremento de la función
de, las respectivas colecciones de las utilidades individuales de estos estados (Sen, 1979). Sin embargo, la
teoría del bienestar no necesita asumir que el bienestar social para una población dada es igual a la suma de las
utilidades individuales. Chang (1999) presenta un ejemplo de una función de bienestar que puede incorporar
principios de justicia y aún cumplir con el principio de Pareto, demostrando que el principio de Pareto por sí
mis-mo no necesariamente implica que se tenga que abandonar principios de justicia, imparcialidad y
tolerancia liberal. La teoría de la justicia puede incorporar el principio de Pareto y puede generar además una
lista jerarquizada completa de alternativas, tanto como una función utilitaria de bienestar social puede. Para
ello, necesita de instituciones morales fuertes con respecto al principio de toleran-cia liberal y que además
respete el principio de Pareto. La sola justificación de la intervención externa es que de una manera u otra, los
mercados fallan en el desempeño del óptimo de Pareto. Las razones de las imperfecciones del mercado más
importantes que afectan los niveles de precios y el desarrollo, entre otros son, las distorsiones de las
estructuras del mercado en oligopolios y monopolios, la recesión del mercado interno, las externalidades y la
beneficencia social. Además se consideran también las deficiencias en la infraestructura física, el des-empleo
estructural, los cuellos de botella que aumentan los costos de producción y distribución, las instituciones y los
costos de transacción y coordinación y la tecnología y el cambio organizacional. Las jerarquías fundamentan
la autoridad en el poder legítimo o "fiat" para crear y coordinar la divi-sión horizontal y vertical del trabajo,
con una variación considerable de niveles y de actividades agru-padas. Muchas organizaciones están diseñas
en estructuras jerárquicas, en las cuales cada administra-dor reporta solamente a otro de nivel superior. El
papel del Estado en el desarrollo económico ha cambiado radicalmente desde la crisis de la década de los
ochenta y se ha acelerado con los procesos de globalización.. Pero la reducción de funciones del papel del
Estado en la política económica no es una condición suficiente para el habilitamiento de otras instituciones. El
bienestar fue evaluado como la distribución de un producto social neto sobre las bases de ciertas funciones que
los ciudadanos cumplían y de derechos derivados de ciertos roles personales. Las necesidades en materia
económica eran mensurables y capaces de ser comparadas interpersonalmente dentro de un espacio público de
ciudadanía. Se enfatizaron la titularidad de las asignaciones dentro de un concepto de distribución económica,
contrastados con las diferentes nu-meraciones, asociadas con estimaciones de gastos e ingresos agregados que
se centraban en un con-cepto de ciudadanía "activa e individualista". Ahora se insiste en que los Estados
subjetivos no pueden ser comparados, pero que las operaciones de "la economía" son concebidas como una
entidad largamente autónoma gobernada por sí misma, reguladas para hacer disponible las satisfacciones
individuales que persigan los individuos (Brown, 1997). Un individualismo y un libre mercado han dado por
resultado compradores y vendedores monopolísticos agrupados en corporaciones transnacionales
monopolísticas e impersonales. La Nueva Macroeconomía Clásica aliada de la Nueva Derecha y al
conservatismo que se apoya en la teoría de la elección pública, basada en los trabajos de Buchanan y Tullock
(1962), favorecen el esta-blecimiento de reglas constitucionales para controlar las acciones del Estado, limitar
sus intervencio-nes y reducir su crecimiento (Gilbert and Michie, 1997), aunque es dudosa la aseveración de
que la Nueva Macroeconomía Clásica se apoya en el trabajo de elección pública de Buchanan. Puesto que los
niveles de intervención del gobierno son altos en la mayor parte de las economías, la Nueva Ma-croeconomía
Clásica apoya las acciones tendientes a establecer reglas que gobiernen la elección de las políticas, las cuales
considera son no efectivas en su generalidad. Por ejemplo, Buchanan argumenta a favor de reglas que
restringen la acción del gobierno a fin de limitar la coerción de individuos ya sea a través de las acciones
propias de otros individuos o a través de acciones colectivas por medio del gobierno. La Nueva
Macroeconomía Clásica es un acercamiento instrumentalista que llama por reglas de las políticas bajo el
supuesto básico de que los mercados trabajan y que la intervención del gobierno es superflua y generalmente
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el responsable de los problemas macroeconómicos. La intervención incon-trolada del Estado en el mercado
crea incertidumbres que causan inflación y es responsable de los ciclos de los negocios. Por lo tanto,
concluyen los autores, las reglas son preferibles a la discreción. Pero la no intervención del gobierno en la
economía, es lo mejor. De un Estado activo que intervenía en la racionalidad del desarrollo económico, de
acuerdo con Sa-lazar Xirinachs, se ha pasado a "...un ambiente intelectual de profundo escepticismo acerca de
los motivos, las habilidades y la conveniencia de la intervención estatal, y a una reafirmación de las bon-dades
de las fuerzas del mercado y de la iniciativa individual y privada". El elemento central de este nuevo orden es
la intervención del Estado sobre una base diferenciada en la complejidad de la nueva economía. Así por
ejemplo, Buchanan (1991) no niega el papel del gobierno cuando centra su aten-ción en la posibilidad de las
fallas del mercado y la tendencia a expender el nivel de intervención del gobierno. En este sentido, las reglas
son diseñadas para afectar el proceso de gobierno. Por otro lado, la Nueva Macroeconomía Clásica considera
la intervención del Estado como ineficien-te y las reglas como los medios para limitar y reducir hasta lo
posible la intervención del del gobierno (Gilbert and Michie, 1997). El gobierno ya no es más un lugar para las
simples estructuras de los flu-jos de materiales planeados. El manejo de los asuntos públicos requiere de un
acercamiento altamen-te diferenciado en las cuales las decisiones finales se toman sobre la base de una
cascada de decisio-nes preliminares (Köning, 1998). Esta reevaluación del papel del Estado se encuentra
"...estrechamente asociada con una reevaluación de las estrategias y mecanismos para promover el desarrollo y
lograr la reactivación económica..." en los términos de Salazar Xirinachs. Sin embargo la limitación de las
funciones del Estado en materia de economía política no garantiza el adecuado fun-cionamiento de otras
instituciones. El gobierno del Estado-nación despiadadamente sometido a los embates de las fuerzas
económicas transnacionales y a una revolución tecnológica de la información, no debe sucumbir fácilmente a
las presiones, y menos renunciar a sus funciones de mediadores entre la sociedad y el mercado frente a los
enormes retos que estos cambios globales significan. Por el contrario, ante el enorme reto que representan las
fuerzas de los procesos de globalización informática y económica, los Estado-nación deben fortalecer sus
estructuras mediante la reorganización y el refinanciamiento de las instituciones del Estado-nación necesarias
para establecer la nueva gobernabilidad entre la sociedad y el mercado. Con ello, se debe apoyar un desarrollo
que se sustente en una profundización de la democracia y solidaridad social. Las nuevas formas de
gobernabilidad de un Estado-nación ampliamente insertado en la globalidad, deben traducirse en políticas
públicas que posibiliten una relación positiva entre el crecimiento eco-nómico y el desarrollo social. El
crecimiento económico que pueda derivarse de los procesos de glo-balización tiene que acompañarse de un
conjunto complejo de políticas entre las que se deben incluir la asistencia financiera y técnica multilateral
proveniente de organismos e instituciones globales, así como encauzamiento para la transferencia y ayuda
bilateral a los países menos desarrollados. La práctica de políticas públicas y una política económica que
promuevan un crecimiento económico que provea los recursos para sostener una política social capaz de
mejorar la equidad en la distribu-ción de los beneficios, es un requisito necesario, aunque no suficiente para
ampliar las opciones y oportunidades al pleno desarrollo humano. Además, las políticas públicas deben
orientar y apoyar los procesos de transformación que la sociedad misma impulsa e incorporar a la ciudadanía y
a la socie-dad en los beneficios y oportunidades y no solamente en el traslado de los costos de estos cambios.
El progreso y desarrollo de los países requiere además del Estado de Derecho, probidad financiera, estabilidad
política, la ausencia de conflictos y de un marco legal que estimule las inversiones domés-ticas y foráneas. El
desarrollo de la democracia y el desarrollo integral de la sociedad son dos factores importantes para avanzar en
las nuevas formas de la gobernabilidad sustentadas sobre la base de un Estado-nación eficaz y con un
liderazgo político fuerte y un ejercicio de la autoridad delimitado por las insti-tuciones que articule las diversas
fuerzas y armonice los intereses. Todavía el Estado nacional consti-tuye la base territorial para sostener la
gobernabilidad y la democracia como los primeros recursos para legitimarse y para delimitar la ciudadanía
misma que representan. Frente a los retos de competi-tividad que plantea la globalidad, un Estado-nación con
estas características es el mejor diseño para la incorporación y la expresión de las expectativas de la sociedad y
para conectarlas con los cambios del ambiente globalizador. Mercado contra Estado: El largo debate existente
entre los diferentes sistemas económicos (socialismo contra capitalismo), se caracteriza por la polarización de
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las funciones del Estado contra las del mercado. En estos sistemas económicos, el ser humano se hace "objeto"
del poder del Estado o del mercado. El debate se ha centrado en un espectro de las formas institucionales de
las economías del mercado puro, los mercados regulados, el socialismo del mercado y las jerarquías puras en
la forma de las economías de planificación central. Las soluciones propuestas van entre un extremo que
reclama la intervención directa del Estado en las actividades económicas (economía socialista), al otro
extremo, en el que el mercado con sus mecanismos de precios reclaman plena libertad para el ejercicio de sus
funciones (economía capitalista). Entre estas dos propuestas extremas, existen las intermedias como la del
"socialismo democrático", "socialismo del mercado" y la del "mercado social", solo por mencionar algunas.
Tanto el Estado comunista totalitario como el Estado nacionalista popular han resultado inviable. El
socialismo del mercado se refiere, por ejemplo, a un modelo de economía en que los trabajos del mercado eran
si-mulados, más que la existencia de un mercado real. Sin embargo, esta tipología es muy genérica y lo que se
acepta es la simplificación de que existen muchos modelos de capitalismo. Lo que existen son opciones, no
tanto alternativas, a la economía capitalista. Screpanti (1999) hace una clasificación de las formas
institucionales del capitalismo en función de las estructuras de la gobernabilidad de la acumulación y de los
regímenes de la propiedad privada. La propiedad privada es la regla fundamen-tal sobre la que se fundamenta
el mecanismo del mercado. Tipología de formas sociales: La emergencia de la confianza como un mecanismo
de coordina-ción, siguiendo a Adler (1999), debilita la legitimidad del mercado y de la jerarquía. Debilita al
merca-do como un modelo de gobernabilidad de las relaciones interdivisionales e interempresariales y
tam-bién debilita la legitimidad de la jerarquía como un modelo de gobernabilidad en las relaciones de los
empleados y las relaciones intradivisionales. Las costosas fluctuaciones con las manifiestas fallas de los
mercados así como el dominio coercitivo y la especialización enajenante de las jerarquías, las con-vierte en
incapaces para administrar las capacidades generadas por el conocimiento. La evolución de la estructura
socioeconómica hacia más altos niveles de capacidades de administración del conoci-miento requiere del
desplazamiento del mercado como la forma organizacional dominante. La infu-sión de confianza en el
mercado y en la jerarquía parece legitimar la democratización de las organiza-ciones. Los procesos de
planeación requerirán de altos niveles de confianza de las personas involu-cradas. El modelo de Estado de
Bienestar fue implementado en muchos países durante varias décadas de este siglo, mediante políticas públicas
y decisiones de gobernabilidad que iban desde posturas keyne-sianas que favorecían un intervencionismo
estatal, hasta posiciones extremas socialistas en donde el Estado asume control total del mercado. La
nacionalización de las empresas, basado en ideales socia-listas o comunistas, ha sido un fenómeno recurrente
en los países en desarrollo. Habermas (1998) acierta un punto que finalmente resulta ser muy discutible
cuando afirma que en las actuales dimen-siones, las funciones del Estado de bienestar social sólo pueden
cumplirse cuando pasan del Estado nacional a unidades políticas que se adelantan en cierta medida a una
economía transnacionalizada. La influencia de la Nueva Derecha y los trabajos académicos de Hayek,
Friedman y la Escuela Aus-triaca de economía en la década de los ochenta, inclinó las decisiones en favor de
un sistema econó-mico basado en las libres fuerzas del mercado. La Escuela Austriaca enfatiza la teoría
subjetiva del valor a diferencia de la teoría clásica de la economía política que enfatiza la teoría objetiva del
valor. Probablemente el economista y filósofo político Hayek es el más influyente en el neoliberalismo. Es
famoso el debate que sostuvo Hayek con Keynes acerca del intervencionismo. Keynes argumentó la existencia
de fallas para entender el papel que las tasas de interés y el capital juegan en la economía de mercado. Milton
Friedman sigue las propuestas de Hayek y junto con otros prominentes economis-tas norteamericanos forma la
escuela Americana Neoliberal con varias corrientes: la Escuela de Chi-cago, la teoría de la elección pública, la
teoría del capital humano. Hayek previno de los peligros polí-ticos del socialismo, como el totalitarismo que
surge que surge de la naturaleza planeada de las insti-tuciones económicas y se preocupa por restaurar el
liberalismo clásico en una sociedad libre, la cual incluye al mercado libre como su principal institución. La
orientación del Estado hacia el bienestar obstaculiza el desarrollo del mercado, consume la riqueza e infringe
los derechos ciudadanos. Así mismo, en detrimento de la acción centrada en el papel del Estado como
promotor del desarrollo y crecimiento económico y el bienestar de la sociedad. En este nuevo modelo
económico definido por una relación hacia adentro de separación entre el mercado y el Estado y hacia fuera
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por la inte-gración a los procesos de globalización económica, e implementado con algunas diferencias en las
políticas económicas. En términos generales, la primera fase de reformas del Estado estuvieron mar-cadas por
un desmantelamiento del mismo Estado y por el reforzamiento de una economía antiesta-tista. Sin embargo,
en un entorno de globalización, el Estado tiene problemas para garantizar el bienestar de los ciudadanos que se
encuentran desempleados, marginados o excluidos socialmente. En otras palabras, las instituciones que
garantizan el bienestar social se han vuelto disfuncionales. Los apoyos del Estado para el bienestar social
quedaron desvirtuados cuando se destinaban preferentemente a una clase media y no a los pobres y
marginados quienes verdaderamente lo necesitaban. Pero tampo-co el nuevo orden propuesto por la
globalización no ha creado las instituciones que resuelvan los grandes desajustes que genera y que enfrenten
los costos sociales. Igual que antes, el sistema de asis-tencia social del Estado ayuda a ciertos sectores
empresariales y otros estratos sociales que han sido debilitados por las fuerzas de la globalización, pero no a
quienes lo necesitan por su condición de ser marginados del desarrollo. Por tanto, en una economía capitalista,
los modos en que se organiza la actividad económica tales como los roles de los mercados, las jerarquías, las
alianzas inter-firma y los gobiernos, se han vuelto más complejos. En las economías en desarrollo, son las
fuerzas libres del mercado las que orientan sus objetivos de crecimiento económico y su desarrollo social, la
propuesta de los países capitalistas desarrollados, aunque no señalen como lograr el equilibrio de un desarrollo
sustentable en el logro de estos objetivos. Por supuesto que aquí el concepto de desarrollo sustentable está
enfocado hacia la obtención de una racionalidad de medios-fines según el concepto Weberiano. En un sistema
de libre mercado, por ejemplo, no existe forzamiento para la producción de acuerdos sobre cualquier cosa, de
tal forma que cualquier acción puede ser tomada, pero ajustándose a esta racionalidad en la rela-ción
medios-fines. Mientras, el sistema socialista pregonaba que los medios de producción y distribu-ción debían
ser propiedad y administradas por el Estado en substitución del mercado. El progreso económico se logra no
solamente mejorando la eficiencia dentro de una asignación cons-titucional de los derechos y mediante
cambios en las reglas que definen la eficiencia con los conse-cuentes cambios en la asignación constitucional
de derechos sobre los recursos. La suposición de que las políticas públicas comunes de varios Estados-nación
sobre la integración de los mercados, repre-sentan para estos Estados-nación mayor eficiencia y mayores
beneficios que pueden modelarse bajo la simetría del clásico Dilema del Prisionero, no es del todo clara. Sin
embargo, la eficiencia de un mercado puede estar limitada por altos grados de incertidumbre que complican el
cálculo del valor potencial de los recursos, la perversidad de los costos de transacción que distorsionan las
percepciones de la naturaleza de recursos disponibles y su grado de accesibilidad y las presiones de la
competencia. Las organizaciones y las empresas pueden balancear las limitacio-nes institucionales impuestos a
los mercados mediante el debilitamiento, la reposición y la modifica-ción de los incentivos del mercado,
redefiniendo la motivación y la eficiencia de las actividades eco-nómicas en las que influyen. Cuando esto
sucede, el concepto de eficiencia se modifica, de ser una eficiencia de asignación a una eficiencia adaptativa.
(Moran y Ghoshal, 1999). Los métodos para evaluar la elección entre los mercados y las jerarquías como
modos de creación y asignación de recursos no pueden ser usados para evaluar la elección entre gobiernos y
jerarquías o entre gobiernos o mercados. Incluso, dentro de las economías basadas en el mercado, el marco de
referencia institucional y las percepciones del papel de los gobiernos, jerarquías y mercados entre sí, difieren,
junto con una reacción a las fallas organizacionales. El imperativo del capitalismo sobre la globalización
económica ha sido ampliamente reconocido, pero los sistemas de organización eficaces para llevarla a cabo no
son del todo muy claras. En esta forma, el mercado adquiere importancia tanto en términos económicos como
culturales, dando sen-tido a criterios de eficiencia, productividad, legitimidad, transacciones y relaciones
interpersonales, etc. Los mercados operan en un medio político. La aplicación de una política económica
neoliberal que favorece el libre mercado ha generado una mayor desigualdad, pobreza y exclusión. Las
investigaciones empíricas, hasta ahora, no evidencian una simple asociación entre los cambios en la apertura
comercial y los cambios en los cambios en las desigualdades, y sin embargo, en muchos países la desigualdad
se ha elevado con los procesos de integración de estos países con la economía global. Sin embargo, en otros
casos de países, la desigualdad ha caído con la apertura económica abonando a favor del argumento de que en
términos generales, una mayor apertura eleva los ingresos per capita de los pobres y por tanto el ingreso de los
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pobres. No obstante, la distribución del ingreso per capita entre países ha llegado a ser más desigual en las
últimas décadas., y por supuesto, las diferencias se reflejan en su población. Los gobiernos neoliberales no han
podido reorientar las instituciones para lograr una distribución más justa y equitativa en los beneficios de la
globalización. El capitalismo consiste en no más que un modo de producción en el cual formalmente se recluta
libremente el trabajo por empleadores regula-res de empresas que compiten en el mercado por la obtención de
utilidades (Runciman 1995). Las implicaciones son obvias: cómo se pueden hacer predicamentos
democráticos que postulen la igual-dad política bajo condiciones de una economía que intrínsicamente
favorece la desigualdad. Al nivel de economía nacional se exhiben variaciones sustanciales en el significado
de asignaciones del mercado basadas en los precios, la política industrial y las relaciones de los negocios con
el Esta-do (Appelbaum and Henderson, 1995). Al mercado se le objeta de que está profundamente enraiza-do
en principios que promueven la competencia y la codicia entre los seres humanos, que conduce a la
explotación y a la profundización de las desigualdades. El mecanismo sobre el que se organiza la
globalización es el de una selección permanente en un contexto de competencia entre los principales factores
de la producción, como por ejemplo, entre el trabajo y el capital, con mayores ventajas para éste último por la
movilidad que le proporcionan los mismos procesos de globalización. La orienta-ción de una política
económica de crecimiento hacia fuera basado en la competitividad para poder insertarse en los mercados
internacionales, ha limitado la capacidad redistributiva del Estado y como resultado se han incrementado los
índices de pobreza. No hay que olvidar que el concepto de pobre-za es un concepto relativo. Las elecciones
económicas sobre el consumo y la inversión individuales son influidas por las varia-bles sociales, culturales,
institucionales, etc. Esta ambigüedad se manifiesta más claramente en la ne-cesidad que tienen los ciudadanos
para mantener lealtades separadas. Por un lado, a sus propias tra-diciones e instituciones, y por el otro lado, a
las características de una cultura internacional que rápi-damente se desarrolla (Ireland and Hitt, 1999). Con las
transformaciones económicas ocurren las políticas, sociales y culturales. La organización económica de las
sociedades democráticas ha quedado delimitada por las diferentes funciones que desempeñan los gobiernos, ya
sea como iniciador, supervisor del sistema económico y árbitro en las disputas que surgen entre los diferentes
agentes económicos. Estas funciones se consideran especia-les y de responsabilidad única para gobiernos, o
bien como dueño de activos, participante e influen-ciador de la forma en que los recursos son asignados,
funciones que son frecuentemente realizadas por las instituciones tanto del sector público como del privado.
Cualquier sociedad moderna debe ser un equilibrio ajustado de una mezcla de instituciones del sector privado
y del sector público que re-gule y redistribuya los recursos y que además experimente la autorganización. Para
mantener un nivel de gobernabilidad en la organización económica de una sociedad y conseguir los objetivos
sociales, se requiere equilibrar estas dos funciones de los gobiernos con las funciones de otras instituciones,
como el mercado mismo, por ejemplo. Este dilema de disfuncionalidad y desequ-librio de las relaciones entre
Estado y mercado es delimitado por Orive (1997) cuando anota que "el mercado funciona con competencia
pero la cooperación exige el papel activo del Estado...como promotor y catalizador de acuerdos entre los
actores económicos y sociales que el mercado por sí mismo no garantiza...un papel más allá de ser el simple
corrector de las fallas del mercado sin por ello volver a ser el actor dominante". El mercado puede ser el
principal asignador de recursos, pero el Estado puede crear las condiciones de equidad y justicia para que las
necesidades de los más pobres sean satisfechas. Sin embargo, es difícil delimitar la frontera entre el mercado y
el Estado, las cuales cambian constantemente, cargán-dose a un lado o a otro y ha sido el tema central de
luchas políticas e ideológicas que transtornan al mundo y modifican drásticamente a la humanidad, causando
muchas de las veces enormes daños y desigualdades. La acción de un Estado fuerte que apoya a empresas
pequeñas y medianas puede for-talecer un sistema económico con una política social más justa y equitativa.
Sin embargo, en las rela-ciones entre el Estado y las empresas, estas últimas mantienen su primacía sobre el
Estado. Appelbaum y Henderson (1995) sostienen que las compañías tendrán una presión creciente a niveles
nacional e internacional a fin de formular estrategias corporativas que sean determinantes para lograr objetivos
que tomen en cuenta la naturaleza de las estructuras de la gobernabilidad. El grado en el cual las compañías
son capaces - en algunos casos incluso interesadas - en institucionalizar la innova-ción como el mayor objetivo
de su operación, son centralmente importantes no solo para el desem-peño económico nacional, sino que
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también para el grado en que pueden construirse sociedades más igualitarias y prósperas. Así pues, no es
sorpresa que las transformaciones económicas han traído consigo cambios políticos, sociales culturales y
psicológicos, los cuales tienen que analizarse no solamente en sus actores, estruc-turas y procesos, sino
también desde el punto de vista del ciudadano, a efecto de delimitar la urgencia que tiene el Estado para
atender las exigencias de una ciudadanía más capaz para deliberar y tomar decisiones. Decir que los principios
democráticos y los principios solo se manifiestan en un modelo económico "neoliberal" resulta una falacia, de
tal forma que de la misma afirmación esos principios se convierten en antidemocráticos. La existencia de
principios democráticos y de libre mercado tampoco es garantía de un modelo de desarrollo social legitimado.
De hecho, no existe todavía una economía pura de mercado donde la democracia esté totalmente consolidada.
Lo que existen son democracias con diferentes grados de intervención estatal en la economía para garantizar a
los ciudadanos ciertos bienes públicos, tales como la educación, salud, vivienda, etc. Por otro lado, la
democracia está siendo delimitada por los cambios tecnológicos y el industrialismo. De acuerdo con Linz y
Stepan (1996), la consolidación de la democracia requiere de "la instituciona-lización de un mercado
políticamente regulado. Esto requiere de una sociedad económica, que a su vez requiere de un Estado efectivo.
Aun un objetivo tal como estrechar el alcance de la propiedad pública (por ejemplo, la privatización, como una
actividad del Estado, que requiere una buena parti-cipación institucional) en una forma legal y ordenada es
llevado a cabo con mayor eficacia por un Estado fuerte que por uno débil. El deterioro económico provocado
por la incapacidad del Estado para desempeñar funciones regulatorias básicas en buena medida conjuga los
problemas de la refor-ma económica y la democratización". Lectura opcional LA GLOBALIZACIÓN PONE
EN CRISIS AL ESTADO Y LAS FORMAS DE REPRESENTACIÓN POLÍTICA Entrevista con Tarso
Genro, alcalde de la ciudad de Porto Alegre, capital del Estado de Río Grande del Sur, Brasil Tarso Fernando
Herz Genro, abogado laboralista, nació en São Borja (Río Grande del Sur) el 6 de marzo de 1947. Fue vice
alcalde de Porto Alegre y diputado federal entre los años 1989 y 1992. Al-calde de la misma ciudad entre 1993
y 1996, fue reelegido en los últimos comicios de octubre de 2000, asumiendo el mandato oficialmente a partir
del 1 de enero del 2001. Miembro del Directorio Nacional del Partido de los Trabajadores y Coordinador
Nacional del Consejo Político del Frente Democrático y Popular, colabora con textos políticos y teóricos en
los principales medios informati-vos y de comunicación de Brasil y otros países latinoamericanos y europeos.
Escribió numerosos libros, entre los cuales: “Democracia Participativa, el caso de Porto Alegre” (publicado en
el Estado Español), “Política e Modernidade”, “Na Contramão da Pré-História”, “Utopia possível”. Alcalde de
Porto Alegre, ciudad que devino referencia política inexcusable para la izquierda desde hace algunos años y
una de las experiencias mundiales más avanzadas en términos de gestión muni-cipal desde la óptica de la
participación popular directa, Tarso Genro nos recibió en medio de una bulliciosa agitación, el pasado 6 de
marzo, en su despacho, una humilde habitación en el piso princi-pal del Ayuntamiento, uno de los edificios
más viejos de la ciudad a cuya entrada se levanta una fuen-te de inspiración sevillana ofrecida por una
asociación de españoles en los últimos años 30. Era el día de su aniversario. Cosa que, este corresponsal sólo
descubrió después, en la calle, cuando leyó más tranquilo el currículum que recibió durante el encuentro. Sin
guión previo, Tarso Genro, que se mantuvo de pie casi toda la entrevista, responde a las pregun-tas con la
rapidez, contundencia y fuerza de quien hubiera decidido de qué hablar y ya tuviera apren-dido el temario.
¿Cuál fue la participación del Ayuntamiento de POA (Porto Alegre) y suya personalmente en la organización
del Fórum Social Mundial? El Ayuntamiento dio apoyo a este evento, dentro del cual organizamos el Fórum
de Municipios, que contó con la participación de representantes de más de 200 ciudades, la mayoría
latinoamericanas pero también algunas europeas. Yo, personalmente, colaboré en la difusión del Fórum en
Brasil y durante algunos viajes por el exte-rior, antes de ser elegido alcalde (las elecciones fueron en octubre
de 2000). Y, ya como alcalde, parti-cipé activamente del mismo, tanto asistiendo a algunos de los talleres de
debate como conferenciante en otros. ¿Por qué un Foro Social Mundial? El FSM es un espacio político que
necesitábamos crear para empezar a dar respuestas articuladas a los graves problemas que enfrentamos los
pueblos del mundo, especialmente los del llamado Tercer Mundo, agravados con el proceso de globalización
de acuerdo con los patrones del modelo neolibe-ral y bajo la hegemonía total estadounidense durante la última
década. ¿Qué balance hace usted de los resultados y del impacto del FSM? El Fórum fue un éxito arrollador en
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lo que hace a la participación (de 122 países), tanto de personas (más de 16.000) como de entidades y
organizaciones (casi 1000), superando ampliamente las previ-siones; también en relación con el número de
talleres de debate, ponencias, conferencias y otras acti-vidades. En relación con el impacto, éste fue bastante
grande en los “media” brasileños y, según la informa-ción que tenemos, también en otros muchos países (el
periódico francés Le Monde afirmó que “Por-to Alegre lanzó bases para otra globalización). La evidencia más
elocuente de ese impacto fue la im-portancia que el propio foro de Davos dio al evento, entrando incluso a
participar de una videocon-ferencia con participantes del FSM. Lo más importante que consiguió el Fórum,
con todo, es el hecho de que la idea o pretensión de que hay un camino único para organizar la vida, la
sociedad, la política, fue destruido. Hay otras vías y otros modelos, no sólo posibles, como rezaba el lema del
FSM, sino real y urgentemente necesarios. El encuentro de Davos, sin embargo, abrió espacio para
representantes del llamado Tercer Mundo que plantearon algunas críticas a la globalización neoliberal. ¿Qué
opinión le mere-ce? ¿Cree que fue una respuesta al foro de POA? Originalmente, fue la celebración del FSM
la quería dar respuesta al foro de Davos. Pero, la dimen-sión de Porto Alegre fue tal que desde Davos se vieron
obligados también a contestar a nuestro en-cuentro. Los dos foros fueron, en definitiva, la expresión de los
intereses y sectores sociales en con-flicto hoy en el mundo. Por otro lado, los que dominan el mundo no
pueden esconder las consecuencias de las políticas que aplican, no pueden pretender que el mundo va bien y
que no pasa nada. Es ahí que ellos abrieron espacio para algunas expresiones críticas. Claro está que para
cooptar, no para reflexionar y cambiar de política. ¿A qué conclusiones llegó el Fórum? El FSM no aprobó
conclusiones. Fue un momento y un espacio de encuentro de muchas de las ex-periencias, luchas, análisis y
propuestas que vienen desarrollándose por el mundo. Fue también lugar y tiempo de establecer contactos y
proyectar luchas y alternativas, además de convocar a toda una serie de movilizaciones para el año en curso.
¿Tendrá continuidad el Fórum Social Mundial? ¡Sí, claro! El próximo año, también en enero, y de nuevo en
Porto Alegre, tendrá lugar la segunda edición del FSM. Este foro ha sido un momento histórico que marca el
fin del pensamiento único, la cultura del “camino único” de la globalización, una especie de hipnosis fascista
creada por gran parte de la media, acabó, y vemos el inicio de materialización de nuevas propuestas y
alternativas. Fue un proceso inicial, de carácter colectivo y mundial, de producción de un nuevo concepto de
globaliza-ción bajo la consigna “es posible otro mundo”. Entrando en algunos de los temas fundamentales del
FSM, ¿cuáles son según su opinión las consecuencias de la globalización y su efecto sobre la población y el
territorio? La globalización se da en un momento de rápida y brutal transformación de las estructuras
producti-vas y de los patrones de socialización característicos del período maduro de la segunda Revolución
Industrial. Todo está siendo debilitado por un proceso de “descohesión” de la sociedad de clases tradicional,
por el aumento de la exclusión, de la precariedad, de los nuevo modelos de formación de identidad de los
prestadores de servicios, con o sin contrato; por la unicidad aparente de lo “interno” y de lo “externo” en el
territorio, por la emergencia de la inseguridad como una de las categorías cen-trales de la política. La
globalización en curso pone en crisis al Estado y las formas de representación política, producien-do: una
separación estructural entre el Estado y la sociedad que aliena el interés público del estatal y disuelve la
efectividad de la ciudadanía en las relaciones de mercado; distribución desigual y control cada vez mayor del
conocimiento y la información; ausencia de control del Estado por parte de la sociedad. En términos más
concretos: la substitución de la agricultura comunal y de subsistencia en África, que tiene mucho que ver con
algunos de los problemas fundamentales del ese continente hoy, fue “regu-lada” por el Banco Mundial; la ida
y, posterior, fuga de capitales de México fueron “reguladas”por los mega-inversores del propio país y de los
países capitalistas desarrollados; el tipo de modelo económi-co que los países periféricos o semiperiféricos
adoptan, fueron animados o “regulados” por las trans-nacionales que comandan el flujo de capitales según la
“ley”de la moneda más estable y de la mano de obra más barata. La globalización neoliberal pretende la
mercantilización de todo, incluso de los seres humanos que, al mismo tiempo pasarían a ser consumidores y ya
no más ciudadanos ni personas. Es posible combinar la globalización neoliberal y la democracia? Quiero
aclarar, primero, que entiendo que una cosa es la “mundialización” de la economía, que es producto del
desarrollo del capitalismo en el mundo moderno y remonta a las “grandes navegacio-nes”. La “globalización
financiera”, sin embargo, es una opción política de la gran potencia. Ésta diferenciación conceputal es
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importante porque, comprendiéndola, podremos pautar los verdaderos desafíos que nos esperan. Aclarado
esto, afirmo rotundamente que no es posible compatibilizar la globalización neoliberal con la democracia,
como creo que ya queda claro cuando señalaba antes las consecuencias de ese proceso que agudiza la
privatización del espacio público y segrega a enormes contingentes de personas, no sólo por la desigualdad
social, sino también por la apariencia personal y por la automarginación. Otra razón e que es con la
desconstitución de las fronteras entre los Estados nacionales, se reduce su soberanía, y con ella la posibilidad
de efectivar la democracia, aumentando el poder y la fuerza de algunos pocos Estado y las grandes empresas
transnacionales que controlan el proceso. En nuestros países, las políticas “nacionales” son aplicadas por los
gobiernos neoliberales de cada país de acuerdo con las directrices del capital financiero (mirar hoy el ejemplo
de Argentina). Entonces, ¿el Estado debe o no debe intervenir en la economía? Absolutamente. Pero tiene que
ser un Estado bajo control público, que cree un sistema normativo interno capaz de refundar el contrato social
actual, que se muestra impotente para afirmar la sobera-nía del mismo, e inducir el desarrollo económico
endógeno, contando con el protagonismo de las clases trabajadoras, aunque no es cuestión exclusiva de ellas.
En el caso de Brasil, creo necesaria esa intervención para reordenar la estructura de clases de la sociedad a
través de la inducción planeada de un mercado interno de masas dirigido a las necesidades básicas de las
mayorías. Debe intervenir tam-bién, fuertemente, en el mercado de trabajo. Creo, en definitiva y de todos
modos, que no hay la menor posibilidad de pensar en cualquier trans-formación en el Estado y en la sociedad,
que tenga un carácter socializante o socialista –del poder y de la riqueza- sin que el país tenga una ambición
nacional que se materialice en un proyecto nacional. Sin una ambición nacional transformada en proyecto, la
articulación con la economía-mundo sólo puede profundizar las desigualdades, desestructurar más las
sociedades, crear más paro y marginaliza-ción. Pero, ¿cuál es el papel de la sociedad? Cómo ejercer algún tipo
de control público? En primer lugar, necesitamos establecer nuevas instituciones de control social que
produzcan una emancipación radical de la política con relación al poder del capital. El Estado aislado no es ya
capaz, con sus propias fuerzas de defender a sus ciudadanos contra los efectos externos de decisiones de otros
actores o contra los efectos en cadena de tales procesos que tienen origen fuera de sus fronte-ras. Necesitamos
nuevo procedimientos democráticos que combinen la democracia representativa, estable y previsible, con la
democracia directa de participación voluntaria. Premisas para la construc-ción de un nuevo Contrato Social de
la modernidad –como movimiento de la sociedad civil en la esfera política y como políticas públicas en la
esfera del Estado- pueden combatir la fragmentación y radicalizar la democracia volviéndose, incluso,
experimentos utópico-realistas para un nuevo proyec-to de sociedad. De acuerdo con lo que afirmó antes,
¿cree necesario algún tipo de desarrollo económico, incluso de proyecto nacional. Cuál ahí el papel de las
ciudades? El futuro del Estado nacional y el de las ciudades están determinados el uno por el otro, aunque,
claro, el Estado con características y papeles diferentes, y la ciudad con otra potencialidad política nacional e
internacional. En las grandes concentraciones urbanas ya funcionan visiblemente dos ordenes. Un orden
jurídico-formal que emana de la Constitución y otro orden que viene d la Constitución, pero que está
media-tizado por la fuerza normativa de los poderes reales, en las zonas pobres y marginales. En éstas la
fuerza del Estado –por la política- actúa según un código no escrito, en el cual la sanción precede el
conocimiento del conflico e, incluso, lo construye. La estabilidad es una inestabilidad tensa, controla-da por el
aparto estatal que es frecuentemente excusado informalmente del cumplimiento de la ley. Esta inestabilidad
está, hoy, integrada en la nueva psicología de masas urbanas, donde la explosión de la violencia sucede a los
periodos de pasividad tensa: nuestras sociedades atraviesan un periodo de bifurcación, o sea, una situación de
inestabilidad sistémica en que un cambio mínimo puede producir, de modo imprevisible el caos,
transformaciones cualitativas. La turbulencia de las escalas destruye secuencias y términos de comparación y,
al hacerlo, reduce alternativas y crea impotencia o promue-ve pasividad. El programa de una ciudad
democrática es oponerse a esta aparente espontaneidad en curso, de ma-nera que la ciudad transcienda más
allá de lo local: recohesionando la sociedad mediante la instaura-ción de nuevos procedimientos democráticos;
control público de las facciones del Estado presentes en la ciudad –lugar donde la cotidianidad se realiza y la
globalización se localiza-; impulsando la ex-presión de nuevas y antiguas identidades en la escena pública para
valorizarlas. En términos más concretos, ¿qué iniciativas públicas pueden ser llevadas a cabo? ¿Qué rela-ción
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con el sector privado? ¿Qué relación con el sector de la Economía Social? Voy a ser muy concreto, de hecho
voy a citar la experiencia de POA. Reafirmando, primero, desde nuestra experiencia, que los municipios tienen
una función importantísima y pueden y deben disputar la gestión de la economía local e incidir para integrar la
economía local a partir de un concepto de creación de empleo y renta y no permitiendo que sea sofocada por
los monopolios, que es la tensión que fundamenta el proceso de globalización y que incide directamente en
nuestras ciudades. Casos concretos: en el segundo año de mi primer mandato, creamos la Institución
Comunitaria de Crédito, más de 20 ferias-modelo, ampliamos la incubadora empresarial tecnológica y
creamos el proyecto de investigación “Proyecto Tecnopole”. Hemos trabajado y trabajamos con el sector de la
Economía Social porque creemos que es una pieza fundamental, y elemento prioritario, para el desarrollo
económico y social. Y hemos trabajo y traba-jamos también con los pequeños y medios empresarios que son
una realidad y también una necesi-dad. De la misma manera que las grandes empresas también tienen un papel
y tenemos un diálogo necesario con ellas. ¿Cómo valora la introducción de la informática y las nuevas
tecnologías en la producción y, en general, en la vida de las sociedades? Es preciso tener claro que estamos en
el inicio de una época histórica en la cual el trabajo como base civilizatoria, tal cual fue comprendido y
asimilado por la historia humana, hasta hoy, tiende a desapa-recer. Surgirán nuevas formas de relación práctica
de los hombres entre sí y de estos con la naturale-za. El control sobre la naturaleza y la explotación de sus
potencialidades tendrán una mediación mu-cho mayor de la información y del conocimiento, y las relaciones
de los hombres entre sí estarán mediadas por la digitalización y la informatización. Esto, en sí, no es malo ni
bueno. Puede ayudar o puede crear un infierno. En POA, por ejemplo, vamos a introducir mecanismos que
permitan, en estos próximos cuatro años de mi gobierno, la participación de los ciudadanos en la gestión
municipal a través de consultas, opi-niones y debates también vía internet. En nuestra administración
municipal, así como en la del Gobierno del Estado de Río Grande del Sur, todo el material informático que
utilizamos es a partir de Software libre, no utilizamos más ni Win-dows ni ningún otro. Pero, todo esto, de lo
que tan sólo apuntamos algunos detalles, remite fundamentalmente, de nuevo, como decía un poco antes, a la
política. O sea, la cuestión de un “nuevo modo de vida”, que necesa-riamente exige una nueva economía
política, pasa a ser el elemento fundante de una nueva práctica política, capaz de recomponer de manera
innovadora las relaciones del Estado con la Sociedad Civil. Y la reconstrucción de una tensión democrática
auténtica, entre Estado y Sociedad Civil, sólo puede ser materializada a través de la configuración de un nuevo
espacio público no estatal; o sea, que no es privado pero que está presidido por el interés público. Es,
humildemente, algo de lo que estamos intentando construir en POA desde hace ya algo más de doce años con
la implantación de mecanis-mos de participación democrática directa, de entre los cuales el más famoso es el
Presupuesto Parti-cipativo (Orçamento Participativo, OP, en portugués), aunque no el único, pues tenemos los
conse-jos municipales, el Congreso de la Ciudad y otros.
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