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Alteridad, ficcionalización y subalternidad en América Latina: del "Corpus Colombino" al
grupo de estudios subalternos. Instituto de Profesores Artigas
Fecha de inclusión en Alipso.com: 2006-12-01
Enviado por: Alejandro Leis Márquez (ale_leis_m@hotmail.com)
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Alteridad, ficcionalización y subalternidad en América Latina
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Alteridad, ficcionalización y
subalternidad en América Latina: del "Corpus Colombino" al grupo de estudios subalternos. Instituto de
Profesores Artigas Agregado: 01 de DICIEMBRE de 2006 (Por Alejandro Leis Márquez) | Palabras: 5865 |
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Autor: Alejandro Leis Márquez (ale_leis_m@hotmail.com)
ALTERIDAD, FICCIONALIZACIÓN Y SUBALTERNIDAD EN AMÉRICA
LATINA: DEL “CORPUS COLOMBINO” AL GRUPO DE ESTUDIOS SUBALTERNOS
El término
alteridad, como la condición de ser otro/a impone necesariamente por su carácter subjetivo y contextual su
acotación semántica. La posicionalidad del “yo” o el “nosotros” determina la existencia del “otro” y lo define
como un sujeto cambiante de acuerdo a épocas, contextos psico-geo-políticos (Achúgar en “Teorías sin
Disciplina” versión digital) y marcos teóricos con que se lo aborde.
Tratándose de América Latina, la
bibliografía que he manejado, lejos de hacer afirmaciones categóricas expresan su intención de abrir un
camino reflexivo en la búsqueda de una verdadera identidad latinoamericana. Alteridad, colonialismo,
postcolonialismo, estudios culturales, subalternidad y ficcionalización de la realidad en América son conceptos
que están en la base del debate, enmarcados en contextos históricos e ideológicos diversos, desde octubre de
1492 hasta el presente. La intención de este trabajo es seguir el hilo sin romperlo de la ficcionalización en la
construcción del “otro” en Latinoamérica, desde Colón hasta fines del último milenio. La relación de alteridad
se inaugura en los primeros “corpus discursivos” de la conquista en coincidencia con el inicio de un proceso
de destrucción y sometimiento sistemático de las “Indias”. El “otro” es fácilmente identificable en la
construcción eurocéntrica del concepto reduccionista y monolítico de “indio”: antes del contacto con Europa
en América había hombres y mujeres, civilizaciones y culturas que no estaban marcadas por ese concepto de
otredad que implicó la conquista. Esto se refleja en una relación dicotómica de poder que el “yo” europeo, y
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europeizante luego, legitima en sus discursos. Para el análisis de esta primera etapa tomaré dos corpus
discursivos: Las cartas y diarios de Cristóbal Colón y las cartas de relación de Hernán Cortés basándome en
los exhaustivos estudios de Beatriz Pastor (Pastor.1988) , Noé Jitrik (Jitrik, 1983) y Tzvetan Todorov
(Todorov,1983) Las relaciones de dominación precolombina en ese mundo al que llegó Europa, gozó de poco
interés, omisión o uso desinteresado al servicio del sometimiento y destrucción de las civilizaciones. Por esta
razón me pareció adecuado aunque sea esbozar el tipo de relaciones que mantenían algunos de los pueblos
mesoamericanos en el mundo precolombino. CUANDO EL OTRO NO ERA EL OTRO TODAVIA La
dominación de un pueblo sobre otro existía en América desde los tiempos precoloniales. Es conocido el
sometimiento que ejerció por ej. el pueblo mexica sobre los pueblos del centro y sur de mesoamérica.
Guillermo Bonfil Batalla (Bonfil Batalla, 1990) observa que si bien no hay pruebas suficientes como para
generalizar las formas de dominación entre los diferentes pueblos precoloniales, el dominio mexica es el caso
mejor documentado que permite explorar las características de la dominación en el mundo precolonial. La
obtención del tributo era un objetivo claro. Los pueblos sometidos entregaban un tributo que consistía en parte
de su producción a las ciudades hegemónicas (Tenochtitlán, Azcapotzlco y Texcoco). Pero este tributo no
afectaba la organización productiva de las ciudades sometidas. Se empobrecían o aumentaban su producción
pero no resultaba necesario modificar sus líneas de producción como para satisfacer necesidades de consumo
diferentes de una sociedad dominante. Por lo tanto, la dominación entre pueblos que comparten una misma
civilización como los mesoamericanos, no conduce a la sustitución o al abandono de los modos de producción
inherentes a su cultura. (Bonfil Batalla, 1990) En cuanto a la relación política con los pueblos sometidos,
existían mecanismos de control indirecto: se mantenían los gobernantes locales y la estructura interna de
autoridad. En las implicaciones religiosas de la dominación no había un componente de lucha religiosa en las
guerras de conquista, en el sentido de que no se buscaba imponer a los vencidos la religión de los vencedores.
Basten estas puntualizaciones para entender que la relación de alteridad entre los pueblos sometidos antes de la
conquista no implicaba una destrucción de la civilización ni una imposición civilizadora, puesto que no
alteraba la organización productiva ni la política interna ni la religión, simplemente porque pertenecían a
civilizaciones que compartían, matiz más, matiz menos, estos elementos. La conquista española en
mesoamérica impone una nueva manera de dominar que implicó la destrucción, el saqueo y la negación de la
civilización preexistente. COLÓN Y CORTÉS: DOS ASPECTOS DE FICCIONALIZACIÓN EN EL
DISCURSO DE LA CONQUISTA En “Los dos ejes de la cruz”, Noé Jitrik (Jitrik, 1983) recurre a una
distinción epistemológica entre documento y monumento desarrollada por Michel Foucault en “La arqueología
del saber”. Sintéticamente, el documento es todo aquello que permite una “lectura” y el monumento ofrece un
testimonio concluido. Sobre esta distinción y a modo introductorio para la definición y tratamiento de su
objeto de estudio (el corpus escriturario colombino) nos propone dos preguntas encadenadas que me
interesaron particularmente a la hora de plantearme el camino a seguir en este trabajo: “¿Podríamos desde
cierta teoría de la lectura, convertir todo, aún lo que aparentemente tiene el cerrado aspecto del monumento,
en un documento legible y a la lectura como el trámite necesario para reconstruir un proceso? ¿O por el
contrario, debemos ser obedientes a una exigencia que bloquea y que, consolidando una actitud reverencial
frente a los hechos del origen, aparentemente indispensable para afirmar el sentido de una cultura, impide el
desarrollo necesario, respiratorio para la cultura, de la crítica?” (Jitrik, 1983) Las nociones de
“reconstrucción” y de “proceso” nos proponen una actividad exploratoria cuyo fin es revelar nuevos aspectos
y significados que se vinculan necesariamente con el presente. En cambio la otra actitud, reverencial y
bloqueadora resulta nada saludable en la medida que paraliza la actitud crítica. En nota a pie de página, Jitrik
parece no conformarse aún con el término “reconstruir” y precisa: “No se trata, en última instancia, de
reconstruir ni de revivir, actos de representación, sino de animar y vivificar, o lo que es lo mismo de establecer
una serie” (Jitrik, 1983) Una serie que resulta de la contextualización del discurso, no solo en el sentido de
“situarse en la época”, sino por una posibilidad de percibir desde aquí y ahora, una instancia de sentido. Toda
recuperación y representación de la memoria implica una evaluación del pasado y su relación con el presente
devela un hilo conductor desde la manera de ver actual, que desempolva la contemplación de estos escritos
como monumentos y los echa a andar como herramienta viva. Desde esta manera de abordar los escritos de
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Colón, Jitrik los inscribe como “reflexión fundante” no solo de la historia escrita, sino también de una historia
no concluída, la de la escritura latinoamericana. En esta línea de razonamiento se presentan hasta cierto punto
herméticos (dada su antigüedad) y sugerentes porque “su mundo es todavía el nuestro en busca de la expresión
latinoamericana… es lo que está fantasmagóricamente lejos y simultáneamente cerca”. (Jitrik, 1983). Hay dos
elementos que dan unidad a los textos de Colón que ameritan considerarlos un “corpus”: que se manifiesten en
un texto único (los cuatro viajes resumidos y comentados por Fray Bartolomé) y que estén dirigidos a un
mismo fin argumentativo más allá de las diferentes actitudes discursivas (diarios, cartas, testamento). Los
trabajos sobre el tema de Beatriz Pastor, Tzvetan Todorov y Noé Jitrik, amén de diferir en la profundización o
inclusión de determinados aspectos, evidencian una conclusión común, que en palabras de Beatriz Pastor es
“el proceso de ficcionalización distorsionadora de la realidad americana”. Colón siguió fielmente a la visión
intuitiva que gestó su proyecto y al modelo imaginario de las tierras ignotas que había alimentado con la
profusión de sus lecturas. El inicio de un proceso de destrucción de las “Indias” coincide con la llegada de
Colón. Destrucción marcada por el descenso abrumador de la población y la desculturización de zonas antes
equilibradas y prósperas. B.Pastor realiza una caracterización de Colón que incluye diversos aspectos y
explican el proceso de ficcionalización que resulta como producto. Colón no fue solo el descubridor ni
América el continente desconocido. Colón era el “gran navegante del mar tenebroso”, “el profeta” predicador
durante décadas de la ruta occidental a las riquezas de oriente y “el comerciante genovés” deseoso de
actualizar sus sueños en un negocio rentable. Pero además, Colón se sentía (por convicción o interés) el
elegido de Dios para esta empresa que la Providencia había reservado para él (Pastor, 1988). Estas
características, intenciones y motivaciones se entrelazan de una manera compleja que evidencian el
reduccionismo del término “descubridor” manejado durante siglos por la historia oficial. América, por las
mismas razones, fue mucho más que un continente desconocido. Su percepción de estas tierras fue igual a lo
que su mente previamente concebía, fue la sumatoria de los “conocimientos, mitos y leyendas sobre los
lugares ignotos que circulaban en la época”. El discurso narrativo colombino demuestra así, un desplazamiento
semántico del término “descubrir”.” Colón no descubre: verifica e identifica según estos modelos previos”
(Pastor, 1988) En sus escritos confluyen la invención, la deformación y el encubrimiento. Fray Bartolomé
presenta un panorama de los conocimientos geográficos antiguos sobre los que podia apoyarse el proyecto de
Colón, así como las lecturas más influyentes. Influencia demostrada en las innumerables anotaciones que
evidencian la lectura pormenorizada de libros como “Los viajes de Marco Polo”, “El Imago Mundi” de Pierre
D’Ailly y la “Historia Natural” de Plinio entre otros. El interés comercial por el “botín” (oro, piedras
preciosas, especies) aparece además justificado y legitimado religiosamente: la obligación de los reyes
católicos y sus vasallos de extender el imperio real del cristianismo y la necesidad de redimir a los infieles.
Esta justificación religiosa aparece potenciada por la convicción mesiánica de Colón, ampliamente analizada
por Pastor y Todorov y baste un ejemplo claro en la carta a Santangel donde expresa “…la gran victoria que
Nuestro Señor me ha dado en mi viaje.” Esto resulta en una negación del “otro”, en una necesaria redención de
los infieles que están equivocados y no conocen al verdadero Dios. La actitud mesiánica de Colón es evidente
y esto legitima la apropiación del “Nuevo Mundo”, negando, omitiendo y ficcionalizando la realidad de los
otros, los inferiores.
La ficcionalización en “Las cartas de relación” de Hernán Cortés Décadas después
de la llegada de Colón, los españoles ya en tierra firme se encuentran con culturas más sofisticadas que las
isleñas: la civilización mesoamericana. Ese momento marca el inicio de la conformación de una sociedad
dividida, cuya línea divisoria implica la subordinación de las culturas preexistentes bajo el dominio de un
grupo invasor que impone una cultura diferente, de raíz occidental. La instauración de un orden colonial a
partir de 1520 marca también el origen de la problemática actual de la cultura mexicana extensible, salvando
las distancias, a toda América Latina. La superioridad que asumía el colonizador iba más allá de la convicción
en su “fe verdadera”. Esto se ampliaba a una afirmación de superioridad en todos los órdenes de la vida:
aspiraciones materiales, concepción del progreso, de lo bueno y de lo malo, lo aceptado y lo condenable. Esto,
sumado a la tecnología de guerra y al dominio más desarrollado que la existente en los pueblos
mesoamericanos, constituyeron una forma de dominación que no existía en el mundo precolonial. La enorme
diferencia entre uno y otro tipo de dominación reside en la base de un proyecto colonial concreto que se
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apoyaba en la percepción de América Latina como botín. (Pastor, 1988) El centro del saqueo era el oro,
necesario para la acuñación de monedas y que escaseaba en Europa. Y a la búsqueda y saqueo del oro
dedicaron las expediciones posteriores hacia tierra firme. Si bien la visión de América como botín era común
a todos los proyectos de conquista española, quizás la mente de comerciante de Colón pensaba en un mayor
aprovechamiento de las riquezas. Pero los colonos con una larga trayectoria de conquistas guerreras veían en
el saqueo y la rapiña su recompensa legítima. La actitud de los colonos triunfó sobre el proyecto colombino y
el resultado fue un agotamiento acelerado de las riquezas materiales y la población indígena. El oro empezó a
escasear y los indios sometidos a una brutal esclavización que se sumaba a las pestes (traídas por españoles y
frente a las cuales no tenian defensas) y a la paupérrima alimentación, disminuyeron entre 1492 y 1514 de
medio millón a 30.000 (Bonfil Batalla, 1990). Es este contexto de búsqueda de recursos materiales y de
esclavos es que se suceden las expediciones a tierra firme. Las que precedieron a Cortés (Hernández de
Córdoba y Grijalva, entre otros) dan cuenta de recursos mucho más alentadores para la codicia española, que
el simple abastecimiento para las islas. Cortés, que sería el mandatario de la próxima expedición percibía la
evidencia de una riqueza cultural y material luego de los primeros contactos de las expediciones anteriores con
los mayas y los aztecas. Esto ya marcaría en Cortés un modelo de conquista que difiere del precedente. Bernal
Díaz del Castillo anota en sus crónicas que las instrucciones que recibió Cortés de su superior Diego
Velásquez fueron bien distintas de las que llevó a cabo. La orden era rescatar y no poblar. Además tenía
límites precisos para su exploración que incluían permanecer cerca de las naves. Entre otras órdenes se
destacaban inventariar riquezas, iniciar el proceso de apropiación mediante un sistema de tributos y socorrer a
los miembros de expediciones anteriores. Cortés, sin embargo, comenzaría un proceso de eliminación de la
autoridad de Velázquez .Se adelanta a su destitución que sospechaba y embarca antes de lo previsto. La
contradicción entre las “amorosas cartas” que enviaba a Velázquez reforzando su lealtad, y las acciones de
H.Cortés inauguran en América otra etapa del proceso de ficcionalización de la realidad americana: el de las
“cartas de relación”. Beatriz Pastor ( Pastor,1988) reconoce dos ejes fundamentales en la construcción
ficcional de las cartas: la transformación de la rebelión en servicio, y el de la transformación del rebelde en
modelo. Estos ejes se ven apoyados por las características de la carta de relación como género. Las cartas de
relación informan y narran sucesos y aspectos de la realidad pero también se las consideraba como documento
legal de los datos incluídos: implicaban una garantía de verdad. El texto de cada una de las cartas incluyen
expresiones que insisten en la veracidad de lo narrado. En síntesis, Cortés traiciona a Velásquez no
cumpliendo sus órdenes y consigue luego que el rey apruebe su proyecto de conquista. Crea una “retórica de
seducción” ( Pastor, 1988) que termina en la inversión de lo sucedido. En la ficción de Cortés el traidor es
Velásquez y convence de esto al rey. Probablemente el interés de Cortés era escribir unos documentos que,
bajo el manto de la razón, lo favorecieran personalmente. Lo interesante, es que esta ficcionalización de hecho,
que surgen de sus cartas, implica otra vez la justificación del genocidio indígena. No voy a profundizar en las
fuentes que desmienten la versión de Cortés, pero de todas las que Beatriz Pastor recupera (Pastor, 1988) solo
citaré el episodio del engaño y la masacre en Tenochtitlán recogido en “La visión de los vencidos” (León
Portilla, 1992)
Pues así las cosas, mientras se está gozando de la fiesta, ya es el baile, ya es el canto, ya se
enlaza un canto con otro, y los cantos son como un estruendo de olas, en ese preciso momento, los españoles
toman la determinación de matar a la gente. Inmediatamente cercan a los que bailan, se lanzan al lugar de
los atabales: dieron un tajo al que estaba tañendo: le cortaron ambos brazos. Luego lo decapitaron, lejos fue a
caer su cabeza cercenada. La caída de Tenochtitlán no significó el sometimiento rápido y generalizado de
todos los pueblos indígenas. Los Yopes (estado de Guerrero, México) que habían resistido a la dominación
mexica precolombina reciben en 1531 un mensaje de los conquistadores pidiendo su sometimiento pacífico. A
esto responden: “Que ellos nunca habían querido someter sus tierras a Moctezuma… y que en ellas quieren
morir y probar quienes son.” (citado por Bonfil Batalla,1990) Los Chiapas resisten hasta la extinción colectiva
antes que aceptar el sometimiento. En 1528, acorralados en las barrancas del Sumidero optan por el suicidio
colectivo. (Bonfil Batalla, 1990). A propósito de la relación de alteridad frente al eurocentrismo salvaje éstos
son unos pocos ejemplos de la brutalidad y el horror, pero también de su resistencia. La ocupación total del
territorio y el proceso de sometimiento de los pueblos indios al poder colonial no se concluyó totalmente
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durante el período colonial, ni a lo largo del SXIX. Muchos de los pueblos dominados se rebelaron
intermitentemente. “Se cuentan por docenas las sublevaciones indias de gran magnitud durante el período
colonial” (Bonfil Batalla,1990)
AMÉRICA IMAGINARIA Y AMÉRICA PROFUNDA En 1990
Guillermo Bonfil Batalla publica “México profundo. Una civilización negada” (Grijalbo, Mexico DF,
CONACULTA, 1990), obra ya citada en reiteradas ocasiones en este trabajo. Si bien el objeto de estudio se
remite a la compleja identidad mexicana y al proceso de su construcción permanente, su mirada me resultó, en
tanto reflexión global (además de la utilidad de los datos), aplicable, salvando las diferencias regionales, a toda
América Latina. La destrucción, el sometimiento y el genocidio de las civilizaciones, culturas, o pueblos
precolombinos es un factor común en todas las naciones del continente. Voy a centrarme ahora en la
continuidad de la ficcionalización en tiempos posteriores a la conquista. Me resultó pertinente utilizar para
esta instancia la dicotomía terminológica de Bonfil Batalla (México profundo- México imaginario) y hacerla
extensiva a toda América. El proceso mexicano está profusamente documentado en esta obra y por lo tanto
resulta un buen ejemplo para analizar la dominación ideológica desde la época de las “independencias” en
adelante. El proceso de ficcionalización continúa hasta el presente mutando estrategias y mecanismos de
control en virtud de la complejización de las sociedades latinoamericanas. En esta etapa, ya no es la corona
española el poder hegemónico que ejerce el control ideológico: son los criollos en el acto fundacional de una
nación imaginaria de pretendida relación igualitaria entre sus ciudadanos, que niegan u omiten las diferencias
culturales internas, creando un sistema institucional que es la continuación de los mecanismos de control
coloniales. Las pequeñas elites criollas generan países imaginarios imponiendo una organización política,
social y económica que deriva en la continuidad del eurocentrismo. No obstante, subyace en la profundidad
de América Latina la “otra realidad” de los pueblos indígenas y otros grupos subalternos que siguieron y
siguen siendo negados en la representación imaginaria de América Latina. México imaginario- México
profundo, América imaginaria – América profunda es la presencia de una dicotomía nacional y continental que
Bonfil Batalla (B:Batalla,1990) define como una esquizofrenia nacional que bien puede extenderse a una
esquizofrenia continental. La América imaginaria a que me refiero es la continuación en el siglo XIX y XX del
proceso de ficcionalización de la realidad latinoamericana en tanto negación persistente de los grupos
subalternos. Quiero dar un último ejemplo, tomado de la historia de la literatura uruguaya en el sentido
“oficial” de esta expresión. Se trata de “Tabaré” de Juan Zorrilla de San Martín, erigido en “poeta de la patria”
desde su “Leyenda Patria”. La influencia de la caracterización de sus personajes en el imaginario uruguayo y
la necesidad de una literatura que cumpliera con la necesidad “fundacional” del estado, en el contexto del siglo
XIX, es analizada por María Inés de Torres en su libro “La nación tiene cara de mujer” (De Torres, 1995).
Estamos en la segunda mitad del SXIX y el poeta expresa: “…ya que el indio charrúa Nuestra amistad
rechaza Vuelva a sus bosques, a enconar sus flechas Vuelva a buscar las fieras, sus hermanas…” O la
interrogación reiterada acerca de la condición del indio. “¿es hombre o bestia?” Toda la caracterización del
indio y la creación del mundo indígena se nos muestra brutal y bestializada. Pero lo más terrible de estas
imágenes (en este caso ficción deliberada) es la proyección de esta ficción en la otra más amplia de la
ficcionalización de un Uruguay imaginario. No voy a extenderme en este tema pero me pareció pertinente
recordarlo como ejemplo en el Uruguay de la justificación del exterminio indígena. LOS ESTUDIOS
POSCOLONIALES Y EL GRUPO DE ESTUDIOS SUBALTERNOS LATIONAMERICANO A fines de la
década de los setentas comienza a formarse en algunas universidades occidentales un nuevo campo de
investigación denominado “estudios poscoloniales”. Descendientes de refugiados e hijos de inmigrantes
provenientes de las antiguas colonias del imperio británico que trabajan como académicos e intelectuales en
Estados Unidos e Inglaterra, impulsan este grupo, concientes de ser “intelectuales tercermundistas del Primer
Mundo” (Sgo Castro Gómez, “Teorías sin disciplina”.versión digital). Partiendo de la interdisciplinariedad
entre la antropología, la etnologia, la crítica literaria y la historiografía, proponen una crítica al colonialismo
distinta a la de los años sesentas y setentas. Por entonces los círculos académicos desarrollaban un tipo de
discurso que destacaba la “ruptura revolucionaria” con el sistema capitalista de dominación cultural,
estimulando la identidad de los pueblos colonizados y la construcción de una sociedad más justa, sin
antagonismos de clase. Esto, en el contexto de la guerra fría y de los procesos independentistas de Asia y
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Äfrica. Al respecto Sgo Castro Gómez expresa: La crítica al colonialismo se entendía como una ruptura con
las estructuras de opresión que habían impedido al “tercer mundo” la realización del proyecto europeo de la
modernidad. No obstante, las narrativas anticolonialistas jamás se interrogaron por el status epistemológico de
su propio discurso. Epistemólogicamente la crítica colonial se basó metodológicamente en disciplinas del
área de las ciencias sociales que habían sido desarrolladas por la “modernidad europea” del siglo XIX. Las
figuras predominantes de este grupo emergente son: Edward Said, Hommi Bhabha , Gayatri Spivak y Ranajit
Guha. Said publica Orientalism (1978) donde toma como objeto de estudio las diversas formas textuales
mediante las cuales Europa produce y codifica un saber sobre “Oriente” y devela los vínculos entre
imperialismo y las ciencias humanas. Trabaja sobre el modo en que las sociedades colonialistas europeas
construyen una imagen discursiva de las culturas “no metropolitanas”. Este proyecto de Said inspira en los
ochentas a un grupo de intelectuales indios cuyos trabajos fueron agrupados bajo el nombre de Subalternal
Studies.(Guha, Bhabha). Este grupo toma una posición crítica frente al discurso nacionalista y anticolonialista
de la clase política india y a la historiografía oficial de la independencia. Ven estos discursos como un
imaginario colonialista proyectado sobre el pueblo indio por las élites políticas e intelectuales. Según los
subalternistas la independencia india es mostrada en estas narrativas como un proceso anclado en una “ética
universal”, traicionada por el dominio británico pero recuperada por Ghandi, Nerhu y los demás líderes
nacionalistas. Esto implicaba una “retórica cristiana de la victimización” en la que el pueblo por ser oprimido
aparece dotado de superioridad moral frente al colonizador. De esta manera el proceso independentista indio
aparece narrado como la “realización del proyecto cristiano- humanista de redención universal” (Sgo Castro
Gómez. “Teorías sin disciplina) utilizando el mismo método discursivo que legitimó el colonialismo europeo.
Esta crítica es extensible a la “retórica imperial del marxismo inglés” que utilizó los ejemplos lejanos de las
luchas anti-imperialistas del Tercer Mundo. Ghua opina que la historiografía marxista continuó utilizando los
modelos humanistas europeos, que privilegian la escritura alfabética (Ghua citado por Castro Gómez). Las
prácticas “no letradas” del pueblo indio fueron desplazadas como centro de interés. Según Ghúa, las
disciplinas humanísticas funcionaron como estrategias de subalternización en manos de las élites intelectuales
de la India sujetas aún a epistemologías coloniales que ocultan las hibridaciones culturales, los espacios mixtos
y las identidades transversas” La crítica postcolonial de este grupo evidencia así la persistencia de “sistemas
expertos desplegados por la modernidad” heredados de la colonia, y el modo en que las ciencias sociales
construyen representaciones sobre el ” otro” que son administradas políticamente desde la burocracia. (Castro
Gómez, “Teorías sin disciplina”) Esta crítica fue aprovechada en los Estados Unidos para una renovación
poscolonial de los Estudios Subalternos por el llamado “Grupo Latinoamericano de Estudios Subalternos”
GLES. Voy a centrarme ahora en el manifiesto inaugural del GLES (Grupo Latinoamericano de Estudios
Subalternos, “Teorías sin disciplina” versión digital) por dos motivos. El primero es obvio: nadie mejor que
ellos definiría su propósito. El segundo motivo es que en su manifiesto incluyen una síntesis del proceso de los
estudios sociales y culturales en América Latina en vinculación con acontecimientos que condicionaron la
reflexión sobre el tema. En su manifiesto inaugural sintetizan la relación entre el surgimiento de los estudios
latinoamericanos y el problema de la conceptualización de la subalternidad en tres etapas. Al tratar la primera
etapa (1960-1968) consideran que la revolución mexicana de 1917 marcó una desviación con respecto al
modelo blanco, patriarcal, oligárquico y eurocéntrico de desarrollo porque los indios y mestizos constituían su
base como soldados, líderes y estrategas del movimiento revolucionario. Sin embargo observan que en el
México postrevolucionario, coincidiendo en esto con Bonfil Batalla (Bonfil Batalla, 1990) este protagonismo
de los subalternos fue bloqueado política, económica y culturalmente. La emergente clase mestiza, alta o
media, suprimiendo comunidades y lideres indios proyectaron una resubalternización del indio que lo
convirtió en “artefacto cultural”, vinculado al nuevo aparato estatal. Por el carácter escueto del manifiesto esta
noción del indio convertido en “artefacto cultural” no se profundiza. Sin embargo G.Bonfil Batalla (Bonfil
Batalla, 1990) explica este fenómeno observando la presencia ostentable del indio en la cultura oficial
mexicana que realiza su exaltación ideológica con presencia visible en ámbitos del control estatal. El arte que
auspició los gobiernos de la revolución tuvo un acento nacionalista. Tenían que volver a las raíces y legitimar
la cultura del pueblo: la vida bucólica del campesino, las artesanías populares, el folclor, la danza, la literatura
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y las artes plásticas (el muralismo por ej.). El tema indígena fue manipulado para reforzar la corriente
nacionalista que necesitaba el gobierno elitista criollo. En cuanto a la revolución cubana la consideran como
“una recuperación parcial del impulso hacia la emergencia del subalterno debido a la priorización del carácter
no europeo al oponerse a la historiografía eurocéntrica. Esto es notorio en escritores del Boom (García
Márquez, Vargas Llosa, Carlos Fuentes, entre otros) y en teóricos sociales que consideraban posible establecer
en América Latina una estructura socio-económica que quebrara las estructuras dominantes. Esta ruptura,
teóricamente, dejaría paso libre para el protagonismo de los sujetos subalternos. La revolución y el marxismo
gozó de un gran prestigio y generó optimismo en los intelectuales latinoamericanos. El pueblo como masa
trabajadora fue el nuevo centro de representación. En el ámbito cultural los cambios se manifestaron en el
“cine popular” (Bolivia, Jorge Sanjinés), y el “Cinema nuovo brasileño” entre otros citados en el manifiesto.
Si bien estos trabajos profundizaban en cuestiones de género, raza, lenguaje, destacaba la existencia de un
sujeto unitario clasista y la asimilación de textos teóricos y literarios producidos por una elite intelectual que
se identificaba con él. Esto velaba la disparidad de negros, chicanos, mujeres, la diversidad sexual y la
existencia del “lumpen”. En síntesis a todos aquellos que no habían pactado con el estado revolucionario. El
manifiesto expresa que por lo tanto el sujeto de la historia no fue cuestionado ni tampoco la idoneidad de su
representación por parte de las “sectas revolucionarias” ni las nuevas formas de arte y cultura. El GESL ubica
la segunda etapa (1968-1979) con el inicio de la crisis de este modelo protagónico a partir el colapso de la
guerrilla del Che Guevara en Bolivia, basado en la separación entre el objetivo guerrillero y las masas que
pretendían impulsar. El manifiesto se remite al diario del Che en que reconoce el escaso apoyo de los Aymará
a quienes él intentaba organizar. La aparición del estudiantado como actor político en el escenario mundial y
sus representaciones contraculturales como el regaee, el rock y otras, desplazaron a los tradicionales partidos
social-demócratas y comunista. En el ámbito cultural, el surgimiento de formas documentales o testimoniales
relegó la representación basada en la ambición de los novelistas del “Boom” de hablar ” por” América Latina.
Comienza una nueva etapa caracterizada por el énfasis en lo concreto, en las “pequeñas historias”, en los
textos o películas producidas por mujeres, homosexuales, lumpen y presos políticos. Siguiendo el
razonamiento del manifiesto surge la pregunta ¡quién representa a quién? La tercera etapa (los ochentas) está
marcada en el manifiesto por la revolución nicaragüense y la teología de la liberación. En lo que concierne a la
literatura, se desarrolló una crítica cuestionadora como “forma de la cultura alta”, proponiéndose una visión
antropológica de la cultura como “experiencia vivida”. Surge El Centro de Estudios Culturales en
Birmingham dirigido por Stuart Hall (jamaiquino) y El Grupo de Estudios Subalternos, que critican la
“persistencia de sistemas coloniales o neocoloniales de representación en América Latina”. “Globalización”,
y los denominados “post” (postmodernidad, postestructuralismo) marcan esta etapa. El desarrollo y la
expansión acelerada de los medios de información permitió el ingreso y difusión en los circuitos globales de
textos y manifestaciones culturales que se limitaban antes al mundo colonial. El ejemplo dado en el manifiesto
es la importancia que cobró el libro de Rigoberta Menchú acerca del multiculturalismo. El feminismo, los
estudios chicanos y el interés por los mass media son ejemplos del momento en que los estudios culturales se
manifiestan en la Universidad anglo- americana. Unos años después este fenómeno se manifiesta en
Latinoamérica y en los estudios latinoamericanos. Hay dos observaciones con que el manifiesto concluye este
análisis de la discusión cultural en América Latina, que se refieren a la relación entre los estudios culturales y
la subalternidad: 1) el proyecto de crear un Grupo Latinoamericano de Estudios Subalternos, tal como el que
estamos proponiendo, representa tan solo un elemento, crucial sin embargo, al interior del campo emergente y
mucho más amplio de los estudios culturales 2) en la nueva situación de globalización, el significante
“Latinoamérica” hace referencia también a un conjunto de fuerzas sociales al interior de los Estados Unidos,
que se han convertido ya en la cuarta o quinta (entre veinte) nación de habla hispana más grande del mundo.
( Grupo de Estudios Subalternos Lationoamericanos “Manifiesto inaugural” versión en línea “Teorías sin
disciplina” ) La desnacionalización es un concepto clave del proyecto del GESL, porque el concepto nación
está amarrado al protagonismo de las elites criollas. Definen su propósito como la posibilidad de acceder” al
mutante espectro de las masas campesinas, proletarios, subempleados, vendedores ambulantes, gentes al
margen de la economía del dinero, lumpen, niños desamparados, homosexuales”. No obstante, en el último
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Alteridad, ficcionalización y subalternidad en América Latina
párrafo del manifiesto reconocen los límites de “estudiar al subalterno”, identificándose como un grupo de
investigadores pertenecientes a las universidades norteamericanas de elite. Su propósito, puntualizan, no es
desarrollar nuevos métodos para estudiar al subalterno, sino construir nuevas relaciones con aquellos seres
humanos que toman como objeto de estudio.
Algunas consideraciones críticas al Grupo de Estudios
Subalternos Latinoamericano Gustavo Verdesio en su trabajo presentado para el Proyecto Diáspora de
Investigación y Edición, 15, 16, 17 de agosto de 1997 llama la atención sobre dos aspectos puntuales. En
primer lugar considera las dificultades de la aplicación de marcos teóricos pensados para realidades históricas
y sociales tan distintas. La emergencia a la vida independiente de las colonias británicas es mucho más
reciente que la de los estados latinoamericanos.
Para empezar el subaltern studies group intenta explicar
una cultura surgida del imperialismo británico o francés en los siglos XIX y XX, modelos de dominación que
poco o nada tienen que ver con la dinastía de los Habsburgo o de los Borbones. Quiero decir que las
instituciones, el sistema de organización económica y un largo etcétera, son muy diferentes en el período
imperial español que va de los siglos XV a XVIII a los de los imperios británico y francés más reciente. La
aplicación apresurada de estos marcos teóricos en América Latina daría como resultado “casi con seguridad,
un error de paralaje” (Verdesio, trabajo citado, versión en línea) En segundo lugar Verdesio hace hincapié en
el lugar de producción de la teoría poscolonial: la academia norteamericana e inglesa
Quiero destacar que
sus practicantes y creadores están condicionados por ciertos datos de la realidad, que van desde la filiación
institucional (con los consiguientes condicionamientos que cada institución impone a sus miembros) hasta las
realidades cotidianas que deben enfrentar, pasando por su formación académica previa. Hugo Achúgar
(“Leones, cazadores e historiadores”, “Teorías sin disciplina”, versión en línea) argumenta que el intento de
liberar la historiografía de la dominación de categorías e ideas producidas por el colonialismo no es una
novedad para Latinoamérica y en realidad ha precedido la actual discusión desde hace más de un siglo.
Citando a Gyan Parkash “aunque existen muchos ejemplos de crítica a la historiografía liberal y su
complicidad con el imperialismo, la revisión de esta disciplina está por realizarse” (Parkash, 1995) Achugar se
pregunta:
“ ¿ dónde está por realizarse, si es cierto que todavía está por realizarse?” Y reivindica el
revisionismo histórico latinoamericano del SXX y la obra de José Martí como una revisión cultural desde la
perspectiva del “otro” que es el latinoamericano. Coincide con Verdesio al alertarnos acerca de que en el
marco teórico poscolonialista del Commonwealth se analiza a América Latina como un conjunto homogéneo
derivado de un pasado histórico supuestamente común en lo esencial con la India (Achúgar, ob.citada). Insiste
en lo que cree “unos de los mayores equívocos en el tratamiento de América Latina: “el de su
homogeneización o el de su reducción como epítome de lo poscolonial o de lo subalterno” (Achúgar, obra
citada). Gustavo Verdesio, no obstante su alerta acerca de las precauciones a tomar, ve como un “viraje
saludable” enfocar las fuerzas de la disciplina hacia” el sujeto subalterno y sus producciones, a su forma de
ver el mundo, a su perspectiva” (Verdesio, trabajo citado) El debate continúa y la realidad política de los
países latinoamericanos cambia, inclinándose en esta primera década del milenio por la elección de gobiernos
de izquierdas. La reflexión abierta es ¿Qué viraje o consideraciones importantes en el campo de los hechos,
para los grupos subalternos, surge de estos cambios de poder político en América Latina? BIBLIOGRAFÍA
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