La iniciación cristiana: Un gran sacramento Hemos definido inicialmente a la IC como un proceso de transformación en el que quien participa va identificándose progresivamente con Cristo y esto a través de un itinerario gradual. Por ser un proceso supone etapas, no necesariamente consecutivas, pero sí mutuamente implicadas y orientadas a una misma finalidad. Proceso caracterizado por el anuncio y por la escucha de la Palabra de Dios, por la celebración de los Sacramentos y por el testimonio de fe, esperanza y caridad. Por ser un proceso de transformación supone cambios, de tal manera que quien participe asuma una nueva identidad, y que ésta se manifieste en su comportamiento personal y comunitario. Un proceso de transformación progresiva supone normalmente grados de desarrollo sucesivo, que tenga en cuenta "la lentitud de la madurez psicológica e histórica y la espera de la hora en que Dios lo haga eficaz". Los momentos que componen esta iniciación guardan entre sí una íntima unidad, constantemente reclamada por el Magisterio, muy insistentemente desde el Concilio Vaticano II, y expresado de un modo vivo y elocuente en el Catecismo de la Iglesia Católica cuando afirma que "Mediante los sacramentos de la iniciación cristiana, el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, se ponen los fundamentos de toda vida cristiana. "La participación en la naturaleza divina, que los hombres reciben como don mediante la gracia de Cristo, tiene cierta analogía con el origen, el crecimiento y el sustento de la vida natural. En efecto, los fieles renacidos en el Bautismo se fortalecen con el sacramento de la Confirmación y, finalmente, son alimentados en la Eucaristía con el manjar de la vida eterna, y, así por medio de estos sacramentos de la iniciación cristiana, reciben cada vez con más abundancia los tesoros de la vida divina y avanzan hacia la perfección de la caridad" (CEC1212). Sabiendo, pues que "los sacramentos del bautismo, de la confirmación y de la santísima Eucaristía están tan íntimamente unidos entre sí, [y] que todos son necesarios para la plena iniciación cristiana" nos preguntamos ¿en qué consiste esta "necesidad"?, ¿qué significa propiamente la expresión "plena iniciación cristiana"?, ¿a qué se refiere el Magisterio al insistir sobre la "íntima unidad" que existe entre los tres sacramentos mencionados?, ¿por qué advierte que esta unidad "debe ser salvaguardada" ? Ahora bien, el concilio de Trento ha afirmado categóricamente que los sacramentos no son ni más ni menos que siete y entre los enunciados no figura la iniciación cristiana. Cabe entonces preguntarnos, ¿podemos hablar de la iniciación cristiana como un "gran sacramento"?. Entendemos que el concepto sacramento no es unívoco sino análogo ya que el mismo magisterio nos habla de la Iglesia como sacramento universal de salvación , y ésta tampoco figura entre los siete mencionados en Trento. De allí que el primer punto que desarrollaremos en nuestra reflexión sobre la iniciación procurará describir en qué sentido utilizamos nosotros la expresión gran sacramento de la iniciación cristiana. La perspectiva que los rituales expresan, dentro de un perfil doctrinal, acerca de la consideración unitaria de los tres sacramentos y su orden tradicional de bautismo-confirmación-eucaristía es suficientemente explícita, sin embargo una práctica pastoral, ampliamente extendida entre comunidades de la Iglesia Católica, en Europa y América, ha invertido el binomio "confirmación-eucaristía" por el de "eucaristía-confirmación", y separando cada vez más entre sí la administración de los tres sacramentos que conforman la iniciación cristiana, argumentando razones que se validarían por su oportunidad pastoral; pero esta decisión crea serias dificultades a la globalidad simbólica de la iniciación: ¿cómo hablar de la eucaristía como "cima de la iniciación cristiana", cuando, en su celebración, precede a la confirmación?, sin duda que la confirmación es uno de los momentos de esta iniciación pero ¿se la debe ubicar como culminación de este proceso? Creemos que la ubicación de la confirmación en el proceso de la iniciación cristiana, no es un tema menor, ya que nos parece que influye directamente a la valoración misma del sacramento. Si bien no desconocemos opiniones contrarias, no obstante nos parece conveniente insistir que la alteración del orden sacramental afecta a su carga simbólica. El calificativo de "dialogal" con el que consideramos a la acción sacramental de la iniciación cristiana surge por cuanto ésta encierra un dinamismo por el que la propuesta de Dios espera siempre una nueva respuesta actualizada por parte del hombre. Este gran sacramento no es un acto cerrado, clausurado en la celebración de cada rito, sino abierto a sucesivas respuestas, no siempre en el mismo sentido por parte del hombre. De allí que entendemos la iniciación cristiana no como un proceso lineal de crecimiento progresivo sino un proceso transformador en el que la garantía de crecimiento está ofrecida y anticipada gratuitamente por Dios y la eficacia del mismo está en estrecha relación con la libre respuesta del hombre. Aunque el hombre a lo largo de este diálogo salvífico demore su respuesta, responda negativamente o con indiferencia, la propuesta de Dios estará siempre abierta para él, expectante, como el "padre misericordioso" de la parábola narrada en el Evangelio según san Lucas. Podríamos decir que en cada respuesta "histórica" del hombre se dinamiza la eficacia de la acción sacramental, esperando la plenitud del eschaton en que nuestra respuesta se identifique con la de Cristo. Es pues una acción sinérgica con una dinámica dialogal entre Dios y el hombre, en la Iglesia. Acción abierta espontáneamente por iniciativa divina, que no se ajusta a los méritos de aquellos a quienes va dirigida, que los deja libres para acogerla o rechazarla. Así la Iglesia en la IC procurará estimular la respuesta del hombre por los legítimos caminos de la educación humana y de la persuasión interior. Facilitará los medios para que se haga posible a todos; a todos se destina la salvación sin discriminación alguna; a no ser que alguien la rechace o insinceramente finja acogerla. Acción que ha de respetar los grados de desarrollo sucesivo. Nos parece oportuno señalar la convicción eclesiológica que articula nuestra comprensión de la iniciación cristiana. La Iglesia es ella misma un misterio. Y en cada acción sacramental profundiza y actualiza la conciencia de ese misterio a la vez que goza de su fruición anticipada en cada celebración. La Iglesia se sabe administradora de este misterio, se sabe portadora, no dueña, con la responsabilidad de ofrecer, de llevar a todos los hombres la Buena Noticia de que están invitados, como ella, a participar de este misterio. De allí que plantear como dicotomía irreconciliable el binomio evangelización-sacramentalización es un absurdo. No son más que dos aspectos de un mismo proceso, abiertos el uno al otro y expectantes de ulteriores desarrollos. La Iglesia es un misterio de comunión. Comunión que se alcanza por la identificación con Cristo, comunión que será plena y definitiva "cuando Cristo entregue el Reino a Dios, el Padre. […] Cuando él diga: "Todo está sometido", […], el mismo Hijo se someterá también a aquel que le sometió todas las cosas, a fin de que Dios sea todo en todos". Mientras tanto aquella comunión está sujeta a nuestra condición de peregrinos y por eso sometida históricamente a las variables circunstanciales de las respuestas humanas. Consciente de las debilidades a que se ve sometida en sus miembros, la Iglesia, sacramento de aquel misterio de comunión procura restablecer y afianzar la comunión. La iniciación cristiana es participación eficaz del misterio de comunión y es invitación permanente para convocar a los que aún no lo conocen, para afirmar a los que se han iniciado y para atraer a los que se han alejado. Teniendo en cuenta que la iniciación cristiana en cuanto sacramento implica en su celebración una interacción dinámica de dos sujetos, entre los cuales intervienen una multiplicidad de mediaciones dediquemos una consideración especial a lo que llamamos las disposiciones del sujeto refiriéndonos de este modo a quien recibe la gracia como don. No hemos de abordar la ponderación de quien se resiste interiormente a recibir la gracia o la de quien finge estar dispuesto a recibirla por cuanto consideramos que no estaría en directa relación con el tema abordado. Sin embargo desde nuestra responsabilidad como comunidad catequística deberíamos ponderar la incidencia de aquellas otras mediaciones para la eficacia sacramental, tales como las condiciones en que se celebran los sacramentos, o los recursos catequísticos de los que se valen los agentes pastorales, o la calidad de trato de la comunidad en que los interesados son recibidos. Temer o poner óbices pastorales para la celebración integral de la iniciación cristiana, es olvidar que la celebración de este gran sacramento no es el término o punto final de una relación sino inicio, apertura, disposición para crecer en la comunión con Dios y con los hermanos. La celebración de los sacramentos no es entrega de trofeos o reparto de premios a los méritos de quienes los reciben sino la administración de un don que dispone y capacita para actuar meritoriamente en el seguimiento de Jesucristo. "La iniciación cristiana no es otra cosa que la primera participación sacramental en la muerte y resurrección de Cristo". P. Fabián Esparafita arschingolo@ciudad.com.ar In Comunicándonos Ano IV, no. 47 – Maio 2006 (periódico digital en la Internet publicado por el ISCA – Instituto Superior de Catequesis – de Buenos Aires, Argentina).