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Algunas nociones básicas acerca del discipulado
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Es un trabajo práctico para la materia discipulado del Instituto Teológico Bautista de
Misiones, Argentina.
Fecha de inclusión en Alipso.com: 2006-09-01
Enviado por: Noelia Gimena (noeliagimena@hotmail.com)
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Algunas nociones básicas acerca del discipulado
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Es un trabajo práctico para la
materia discipulado del Instituto Teológico Bautista de Misiones, Argentina.
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basicas acerca del discipulado
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Autor: Noelia Gimena
(noeliagimena@hotmail.com) Este apunte fue enviado por su autor en formato DOC (Word). Para poder
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Algunas nociones básicas acerca del discipulado[1] Noelia Gimena Potschka [noeliagimena@hotmail.com]
Ulices Salvador Giménez [ulicesgimenez@hotmail.com]
Introducción El presente trabajo tiene como
objetivo reflexionar acerca de la importancia del discipulado en la vida del cristiano, proporcionando ciertos
elementos que vienen a contribuir en la búsqueda de su fortalecimiento. ¿Qué es el discipulado? En principio
el discipulado responde al mandato de discipular. Es decir, Jesucristo mismo encomendó esta tarea en Mateo
28: 19, cuando dijo: “Toda autoridad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto id y haced discípulos a
todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, enseñándoles que
guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del
mundo”. Por eso podemos decir que discipular consiste en la obediencia al cumplimiento de este mandato
bíblico presentado en las palabras de Cristo, conocido como la Gran Comisión. Pero el hecho de que Jesús lo
haya dicho no tiene porqué incluirnos. Es decir, Jesús encomendó la tarea de discipular a sus discípulos, no a
los que lo escuchaban, a los fariseos, o a los que quieran hacerlo. No es una sugerencia, es un mandato y está
dirigido únicamente a los discípulos. Ahora bien, ¿qué es ser un discípulo? ¿Somos nosotros discípulos de
Jesús? Según el diccionario un discípulo es una “persona que aprende una doctrina del maestro a cuya
enseñanza se entrega.”[2]. El término castellano proviene del latín discipûlus, que significa aprendiz, el
equivalente a la palabra griega mathetes. Harrison en su Diccionario de Teología afirma: "En resumen,
discípulo puede significar: (1) un creyente, como en Hch 11:26, (2) un aprendiz en la escuela de Cristo, (3)
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uno que está dispuesto a sacrificar su vida por sus creencias, como en Lc.14:26,27,33, (4) uno que actúa para
cumplir la máxima obligación del discipulado, es decir, hacer otros discípulos (Mt. 28:19).”[3] A su vez el
Diccionario Teológico de Fernando D. Saraví reafirma su significado de la siguiente manera: "la palabra
proviene de la misma raíz que "disciplina" y se refiere a un alumno o seguidor de una religión, persona o
movimiento. Como cristianos, debemos ser discípulos de Jesús (Luc. 14:26,27). En la Biblia, es la
denominación más frecuente de los cristianos. Seguidor en la enseñanza que Jesucristo impartió y en el
ejemplo que dio. Un discípulo es un convertido, pero no todos los convertidos son discípulos. Como
discípulos, hemos de cargar nuestra cruz cada día (Mat. 16:24). Esto significa vivir por El y de ser necesario,
morir por El (Mat. 16:25) y, desde luego, vivir vidas santas y sin mancha delante de El y de nuestro
prójimo."[4] El hecho de saber qué es un discípulo no nos hace discípulos. Es más, podemos ir a la iglesia,
diezmar, y un montón de cosas que son buenas, y no ser discípulos. Ser discípulos no es sólo hacer buenas
obras, ni saber la Biblia de memoria, requiere de una decisión que nace de una profunda convicción de la obra
de Dios a favor nuestro. Se trata de haber entendido el sacrificio de Cristo y estar profundamente agradecidos
al punto de responder en obediencia, en entrega. Esta comprensión de la obra de Dios nos llena de pasión por
su persona, llevándonos a un mayor conocimiento de su carácter en su Palabra. Como dice Pedro en su
primera epístola, es el deseo por “la leche espiritual no adulterada” el que nos permite crecer en Dios para
salvación [1 Pe. 2:2]. El conocimiento de Su Palabra trastoca nuestra propia condición, instándonos a tomar
decisiones que agraden a Dios, que lo glorifiquen. Y es ahí donde aprendemos a ser discípulos, sobre la base
de una relación con Dios que se desarrolla en la medida que obedecemos su Palabra.[5] A este proceso en el
que conocemos a Dios y nos relacionamos con Él a través de la Palabra, de la oración, de la comunión con los
hermanos, del servicio, etc. es que llamamos discipulado. Es decir, el discipulado es un proceso que se inicia
cuando tomamos una decisión por Cristo y nos acompaña durante toda nuestra vida, forjando en nosotros un
carácter “nuevo”, conforme a aquel que nos llamó. Una vez que entendemos la amplitud del discipulado, no
podemos simplificarlo en lecciones. No podemos ponerle fin a un proceso que apunta a la comprensión de la
voluntad de Dios en nuestra vida. En todo caso, podemos hablar de etapas en el crecimiento, pero no reducir
en lecciones cuestiones que deberían acompañarnos en el transcurso de nuestra vida. ¿Por qué aclaramos esto?
Porque aunque parezca una obviedad, la comprensión del discipulado como un proceso amplio nos coloca en
la condición de discípulos por el resto de la vida. No es que ahora que hicimos el curso ya somos discípulos y
estamos en condiciones de “discipular a otros”, en todo caso, podemos colaborar en la enseñanza con los que
recién comienzan en la vida cristiana, pero tanto nosotros como aquellos somos discípulos. Y nosotros como
discípulos testificamos acerca de la obra de Dios en nosotros. En esto no podemos dejar de lado el hecho de
que el Maestro es Cristo mismo, a Él debemos seguir, sus enseñanzas debemos enseñar, su obra debemos
anunciar. Colocarnos nosotros en la condición de “maestros” contribuye a la reducción del concepto de
discipulado.
La importancia de la disciplina Una vez hecha esta aclaración podemos relacionar el
discipulado con la disciplina. En una de las definiciones que hemos tomado aparece tal relación, proveniente
de la misma raíz en común: discípulo-disciplina. Esta vinculación a simple vista puede sugerirnos la idea de
que siendo disciplinados seremos discípulos; o bien que un discípulo se hace con disciplina. A nuestro
entender tal vinculación no es recíproca. Podemos ser cristianos disciplinados y no ser discípulos de Jesús. El
evangelio no es mágico: saber la Biblia de memoria no nos garantiza la ausencia de pecado en nuestra vida.
Podemos pasarnos la mitad del día orando, pero aún así practicar el pecado. Es más, asociar la calidad de
discípulo con la disciplina únicamente nos lleva a vivir un evangelio farisaico, “del deber ser”, de la
apariencia. ¿Quiénes sino los fariseos sabían lo que era la disciplina, el acatamiento riguroso de la ley? Jesús
mismo se encargó de desenmascarar tal hipocresía, que por carecer de eficacia se contentaba con la
“apariencia” de justicia, ya que la justicia verdadera les era denegada por este medio. Por eso creemos que
discipular desde la disciplina es poner en los otros una carga que muy probablemente nosotros no podamos
soportar. Es exigir lo que no hacemos y pedir lo que no damos. De todos modos esto no quita que la disciplina
contribuya a la formación del discípulo. Pero no esta disciplina de la que hablábamos, de las obras, de la
observancia de la ley, sino otra. Ya que la disciplina de las obras gloría al que las practica, sino veamos a los
fariseos: sus obras eran un impedimento más que una ventaja. ¿Por qué? Porque se contentaban con parecer
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justos. La disciplina del discípulo en cambio proviene de la obediencia, producto de haber entendido que “ya
no vivo yo, sino que Cristo vive en mí”, como dice el apóstol Pablo. No se trata de obedecer por miedo al
castigo divino, o para que nos vaya bien, sino que esta obediencia se funda en una entrega diaria al señorío de
Cristo que se manifiesta en la búsqueda de su voluntad a través de la obediencia a su Palabra. Esta obediencia
responde a una entrega diaria, es la retribución voluntaria a su gracia para con nosotros. Va más allá de
“cumplir” como cristianos asistiendo a la iglesia, diezmando, colaborando “con la obra”. Es sentirnos parte de
Su Pueblo, es estar comprometidos con sus planes, al punto de involucrar nuestra vida para reflejarlo.
Nuestra labor como discipuladores En el marco de este compromiso podemos preguntarnos ¿cómo discipular
a otros? A nuestro juicio, primeramente siendo verdaderos discípulos, o dicho de otro modo, no dejando de ser
discípulos. La Biblia es clara al respecto cuando enfatiza que debemos vivir la Palabra y no ser simples
oidores (véase Santiago). Pero, ¿alcanza con ser discípulos para cumplir con el mandato de Cristo?
Evidentemente Jesús lo dijo porque hacía falta que lo sepamos y nos encomendemos en la tarea. Ahora bien,
consideramos que la obediencia al mandato de discipular implica compromiso. Es decir, podemos “cumplir”
con la tarea de discipular enseñando algunos de los tantos materiales que circulan por las iglesias sin estar
comprometidos en hacerlo. ¿Qué queremos decir con esto? Que dar un material de discipulado no nos hace
“cumplidores del mandato de Cristo” necesariamente. Cumplirlo involucra idoneidad, como dice Pablo en la
segunda epístola a Timoteo: “lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que
sean idóneos para enseñar también a otros”. [2 Tim. 2:2.] Este pasaje nos ilustra dos cuestiones: la primera
tiene que ver con la noción de discipulado de Pablo. El no le indicó a Timoteo que enseñara contenidos ajenos
a su propia práctica, sino que Pablo mismo hablaba de tales cosas. En otras palabras, era ejemplo de lo que
debía enseñarse. Y por otro lado, quienes enseñaban debían ser idóneos, no meramente “cumplidores”. Según
el diccionario una persona idónea es aquella que “tiene disposición o aptitud para una cosa”[6]. Por eso es que
cumplir el mandato de la Gran Comisión no es sólo dar un material de discipulado, sino comprometernos a
hacerlo con eficacia. Es hacerlo, pero bien. No solamente cumplir. Howard Hendricks es un ejemplo de lo que
estamos diciendo. En su libro “Enseñando para cambiar vidas” refleja la pasión por transmitir los principios
cristianos a quienes enseñaba. Esto de por sí nos involucra a nosotros como comunicadores de las verdades
bíblicas (desde una vivencia de tales principios, una pedagogía adecuada, una metodología acorde, hasta la
elección de los contenidos que se ajusten a las necesidades de quienes discipulamos) Pensamos que en la
medida que entendamos la responsabilidad en el cumplimiento del mandato de Cristo, vamos a poder
comprometernos eficientemente en la labor de discipular. La búsqueda de esta eficacia requiere de idoneidad,
como hemos visto. Esto no quiere decir que debemos ser los más entendidos, ni los más convincentes, ya que
si de esto se tratara los fariseos serían los mejores comunicadores de las verdades bíblicas. El ejemplo de Jesús
nos enseña que la idoneidad se funda en el conocimiento de Dios desde una relación de obediencia y entrega.
No se trata de “lucir” el conocimiento bíblico sino de vivirlo. El interés debe estar puesto en el otro, no en uno
mismo. Con esto no estamos diciendo que no sea necesario adquirir conocimiento, ya que parte de nuestra
responsabilidad de discipular es hacerlo responsablemente bien. Y hacerlo bien implica dedicación y esfuerzo
para poder llegar al otro, porque nos interesa hacerlo, y no porque “tenemos” que hacerlo. Cuando
mencionamos la definición de idoneidad hablábamos de disposición, que sintetiza lo que debe caracterizar a
quien discipula. No es lo mismo cumplir que interesarnos verdaderamente, y eso se nota. Así como a Dios no
podemos engañar, tampoco a quienes discipulamos. El interés en el otro no se disimula, se tiene o no se tiene.
Además la disposición no es sólo “poner el cuerpo”, debe traducirse en hacerlo de la mejor manera. La
primera epístola del apóstol Pedro nos enseña mucho respecto a nuestra disposición a la hora de discipular. Si
queremos verlo desde la Pedagogía, el pasaje es brillantemente ilustrativo. En principio recordemos que la
pedagogía se relaciona con la enseñanza, básicamente al uso correcto de técnicas de enseñanza-aprendizaje.
Según la enciclopedia libre, “la Pedagogía es un conjunto de saberes que se ocupan de la educación como
fenómeno típicamente social y específicamente humano. Es por tanto una ciencia de carácter psicosocial que
tiene por objeto el estudio de la educación con el fin de conocerlo y perfeccionarlo.”[7] Ahora sí veamos el
texto bíblico para poder extraer algunas consideraciones de interés. Pedro en su primera epístola dice:
“apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no
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por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro
cuidado, sino siendo ejemplos de la grey.” [1 Pe. 5:2, 3] Es admirable la descripción que presenta el pasaje en
relación con lo que hemos venido desarrollando y sobretodo si tenemos en cuenta la pedagogía de Jesús, tal
como lo expresa, Elsie Romanenghi de Powell al referirse al perfil pedagógico de Cristo. La autora distingue
en Jesucristo algunas características que aluden a su perfil como maestro, instándonos a desarrollarlas. Entre
las que menciona su creatividad, compromiso, posturas críticas, metodología de la sencillez, pedagogía basada
en la comprensión, su carácter inclusivo. Acerca de los materiales Respecto a los materiales de discipulado,
la ventaja de la época en que vivimos nos permite nutrirnos de las más diversas experiencias en torno al
discipulado. No sólo por la cantidad de materiales que se han escrito a disposición del que quiera comprarlos,
sino que los medios de comunicación, específicamente Internet, nos ofrecen múltiples variantes para acceder
gratuitamente. Además de la posibilidad de contactarnos con iglesias de todo el planeta que de seguro estarán
dispuestas a compartir sus dificultades y logros en materia de educación cristiana, como así también el acceso
a Centros de Capacitación, Institutos, Seminarios Teológicos y Universidades, por mencionar algunas
instituciones involucradas en la cuestión. El tema es que estas posibilidades están al servicio de nosotros en la
medida que nos sensibilicemos a las necesidades de la gente con las que tratamos. De nada sirve conseguir
buenos materiales que no fueron pensados para nuestra gente, ni responden a las necesidades de las personas
con las que tratamos. Nuestra meta es forjar un carácter conforme al corazón de Dios en las personas que han
decidido servir a Cristo, y no dar un material que está “de moda”, que es “sofisticado”, o simplemente nos
queda “más cómodo” que buscar otro. Por eso nuestra labor consiste en atender a las necesidades a partir de un
material adaptado a estas. Conclusiones A modo de conclusión podemos decir que el discipulado, como
proceso, requiere de ciertas atenciones a tener en cuenta que van más allá de materiales de discipulado. Se
trata de idoneidad, compromiso, esfuerzo, dedicación, interés por el otro, entrega a Dios, etc. que se resumen
en ser discípulos de Jesús y no simples disciplinados. Por eso consideramos que un curso de discipulado no
debe desentenderse de estas cuestiones, sino darle especial atención. Bibliografía consultada
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[1] Trabajo Práctico entregado en cumplimiento con las exigencias de la
materia Discipulado a cargo del Pastor Daniel Barrios del Instituto Teológico Bautista de Misiones, Argentina.
Junio de 2006. [2] Diccionario Ilustrado Océano de la Lengua Española. Barcelona, editorial Océano, s/f. pp.
395. [3] Harrison en Diaz: Importancia del Discipulado en el contexto de la sociedad globalizada del Nuevo
Milenio. Pp. 1. [4] Saraví en Díaz: Importancia del Discipulado en el contexto de la sociedad globalizada del
Nuevo Milenio. Pp. 1. [5] Nótese que hablamos de la obediencia a la Palabra y no simplemente del
conocimiento de esta, ya que como dice Santiago, debemos ser “hacedores y no oidores” [Stgo. 1:22]. Es por
eso que consideramos meritorio llevar a la práctica la Palabra y no únicamente conocerla. [6] Diccionario
Ilustrado Océano de la Lengua Española. Barcelona, editorial Océano, s/f. pp. 605. [7] Véase
http://es.wikipedia.org/wiki/Pedagog%C3%ADa.
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