Roberto Aizenberg: Atravesando las ciudades-signo Por Ricardo Martin Crosa Una característica que de inmediato salta a la vista desde las obras de Roberto Aizenberg es la silenciosa plenitud que emana de ellas, envolvente como una peculiar atmósfera, conmovedora por su extraña calidad de tiempo detenido. Como si la inmovilidad ubicara todo en el espacio de expectación que precede a las revelaciones, en el momento maduro en que se sitúa cada una de estas obras sentimos que algo le va a ser dicho a nuestras existencias. Si, por otra parte, nos referimos a la coherencia que relaciona una con otras estas pinturas –que parecen yuxtaponerse, continuarse, extenderse como un territorio perceptible verdadero, podríamos pensar que son un despliegue descriptivo, el reportaje de una civilización existente algún sitio real del tiempo ó de la mente. El artista, como un testigo, se ha situado en el interior de esa cultura vislumbrada. Puede transitarla, desplazarse por su territorio inédito, asomarse a sus ciudades. Su labor no es de arqueólogo. Más bien parece que nos hallamos ante una antropología descriptiva. La interpretación tiene que surgir de la constancia de los hechos. Por eso la prolijidad del testimonio, la entrega artesanal a documentación sin interferencias emocionales. Sin que esto contradiga lo que dijimos antes acerca del resultado fuertemente emocional que logran estas presencias. Aizenberg solo señala los objetos. Lo hace con tal sobriedad y contención, que la identidad de lo esta mostrando – como en los acertijos – más parece ocultarse que ponerse en relieve. Es decir: si son esos realmente los objetos hallados tal vez todo esto sea solo en testimonio de un a casi – ausencia. El descubrimiento de una geografía, geología, arquitectura, astronomía, antropología, que lindan con el silencio. Entonces, quizá no sea el pintor quien se ha ubicado en una perspectiva de mesura. Tal vez él puso pasión e intensidad (así como pericia artesanal) en el informe. Pero, por abundoso que se proponga ser, es esa “sociedad” la que ofrece signos que apenas permiten situarla un poco más acá de lo impalpable. Que elementos constituyen ese mundo? Páramos. Y en ellos el presentimiento de ciudades, de miles de moradas. O una solo vivienda ilimitada. O tal vez el espejismo. Yermos acantilados altísimos de sombras. O canteras. O estratos geológicos en hojaldre. O atigrados mandalas dibujados en la greda carcomida. Ciudades –o montañas horadadas! - . Altísimas viviendas innumerables de ventanas. Templos herméticos ( por que “templos”?). Ciudades como terrazas geológicas, como canteras, como yermos. Más edificios. Canteras edificios. Acantilados edificios perforados de sucesivas ringleras de ventanas calladas. Un hombre (un solo hombre). Un chico ( un solo chico). Una sola pareja humana: un solo viejo con un solo chico. Hay un detalle que uniforma todos estos conjuntos, atribuyéndolos unos a otros y refiriéndolos a un sistema. La geometrización, cuando la hay o el moteado que recubre u horada o configura geologías; edificios o personas es el resultado se la ubicación seriada de un único elemento ritmado en una clave de infinitas posibles combinaciones. En cada caso, un solo elemento y su distribución en el espacio constituyen el código en el que se hace posible la lectura de esas ciudades que están hechas para la sola contemplación, por que son revelaciones y mensajes; de esos paisajes y de esas construcciones, de esa estratigrafías y esas personas hechas sólo para la mirada. Ver, aquí, puede significar “saber”. Y el artista suspende el tiempo, transparenta la atmósfera y tiene toda sucesión – y borra los sonidos – para que el ser pueda concentrarse en la mirada. Uno contempla largamente. Y no puede evitar una desazón inexpresable, por la certeza de que todavía le oculta algo. Y es que todo este universo se halla compuesto de objetos-signo, destinados al descriptamiento. Y nadie posee las claves para interpretarlos. Surgidas de una naturaleza-signo, esta personas-signo, han construido una cultura-signo, ordenando las relaciones arquitectónicas para que también ellas signifiquen, dentro de un espacio-signo, integrando los cifrados bloques de sus ciudades. Es por eso que, más allá del peso metafísico de la interioridad, que ofrece toda realidad suspendida en el tiempo; más allá de la extrañeza de la presencia cuando ésta condensa el ser y lo entre, estas geometrías repetitivas, estos grafismos, estos espacios codificados –que ya no son naturaleza-, estas formas aparentemente neutras, que son una escritura, están hechas a semejanza de sus creadores. Y cada uno de ellos representa un único, irrepetible emblema, en un modelo re realidad hecho de seres paradigmáticos e inéditos a los que les es concebido. Construir con una mínima marca la totalidad de un sistema. De esta cultura de Aizenberg, con la que él afirma su posesión de ancestros (no insiste, una y otra vez, en mostrar la presencia de un hijo junto a un padre?) podría decirse lo que dice Borges del misterio atrayente y terrible, y abrumador y elevante, de lo bello: “Quieren decirnos algo, o algo dijieron que no hubiéramos debido perder, o están por decir algo”. En esa inminencia de una revelación que no se produce” está el decreto de estas obras arcanas.1 1BORGES, Jorge Luis: Obras completas. Emecé. Bs. As. ,1974. P. 635.