¿Qué te puede enseñar una lagartija? Un día le dije que no había mucha distancia entre ella y yo, me refería a la distancia en cuanto a Ser. Primero, hay que remontarse al verano del año pasado, pensar en el pequeño jardín de mi casa donde cultivo unas flores a las que acuden multitud de animales de pequeño tamaño como abejas, pájaros, fundamentalmente golondrinas a rehacer cada año su nido, y gorriones. Pero ésta es la historia de una lagartija con la que trabé amistad y tuve inusitadas conversaciones. Sí, con una lagartija, siempre con la misma, porque la conocía gracias a una señal inequívoca: tenía la pata izquierda amputada (más o menos por donde en los humanos correspondería a la rodilla), además de su forma de aparecer desde la pared, andar en el jardín e irse por el mismo agujero por donde había salido. Yo la contemplaba sin asustarla, ella me miraba sin asustarse y luego cada uno seguíamos nuestra tarea. Yo regaba las flores y escarbaba hierba y ella se alimentaba de pequeños insectos. Que se le conociera, no tenía otra ocupación, porque los trabajos propios de cópula, puesta de huevos y procreación los llevaba a cabo dentro de la pared de mi casa, sin que yo tuviera acceso a ese lugar. Con esta explicación doy por hecho que era hembra. Su docilidad y forma de actuar eran femeninas, su cabeza también, así como la manera de andar, a pesar de su pata mutilada. Un día le dije que no había mucha distancia entre ella y yo. No me refería a la distancia física, ni a la diferencia biológica, me refería distancia en cuanto a Ser. No voy a decir “ontológica!, porque entonces os reís y me decís que esas palabras no son para que las use yo. Básicamente estoy de acuerdo. Entonces busqué una imagen y la encontré. En cierta ocasión visité a un escultor en su caserío de Tolosa. Trabaja una enorme piedra de mármol de donde pretendía extraer la figura de un pequeño versolari llamado Lazkao Txiki. Pensé que era una pieza demasiado grande para una figura espiritualmente grande pero físicamente pequeña. Se podía representar en aquella piedra una figura mucho mayor, por lo tanto esa escultura mayor también está en el mármol. Cuando volví de Tolosa cené, me metí en la cama y empezaron a rondarme múltiples pensamientos por la cabeza, todos ellos relacionados con el mármol y las formas que contenía. Llegué a la conclusión de que contenía todas las figuras y formas que uno se puede imaginar, es decir, infinitas esculturas que jamás podríamos contar todas, imaginásemos lo que imagináramos, desde lo más concreto hasta lo abstracto. Estaba todo en la piedra. La piedra, el mármol, es la existencia esencial y suprema de la Vida, Tao, Dios. En definitiva, el Yo universal. A ese nivel todos somos Uno, somos lo mismo la lagartija y yo. Luego vendría el yo particular, sería cada una de las infinitas figuras que guarda el mármol. Y, por último, el yo superficial o la imagen que tenemos de nosotros mismos. La escultura dentro del mármol es todo, pero fuera de él no es nada, no tiene consistencia, no tiene dónde apoyarse. Y si nos identificamos con el yo superficial, que es sólo imagen de lo que en realidad somos, apoyado en el tener y no el ser, caeremos en vacío, seremos vacío. Se pueden cambiar todas la formas dentro de la piedra, pero la piedra misma no, el mármol es siempre idéntico a sí mismo, con la condición de que no pretendamos hacer de él un dios personal rodeado de figuras. Ese dios, escindido de todo lo demás, no existe y, a su vez, hace imposible nuestra existencia. La verdad es que funcionamos con símbolos, para funcionar necesitamos mapas, pero el mapa no es el territorio. Necesitamos ideas, para imaginar la realidad, pero la idea no es la realidad misma. Evocando aquellos pensamientos y trayéndolos al presente, tan aturdido me quedé que empecé a decir cosas a la lagartija: Querida lagartija, te envidio, porque haces todo según tu naturaleza, tu única preocupación es ser, sin importarte ser así o de aquella otra forma. Eres una de las infinitas formas del Ser, como yo mismo, somos en el mármol y somos lo mismo, el mármol tiene sólo una sustancia. Ni somos dos ni somos enemigos, no hay dualidad entre nosotros porque los dos pertenecemos a la piedra-mármol. Esta unión que protagonizamos en el jardín, es el símbolo de la verdadera unión que somos tú y yo, independientemente del modo como estamos representados en el mapa de la vida, que hace referencia a la Vida. Yo te hablo y tú me entiendes. Tú me hablas y yo te entiendo. Llevamos dos relojes; tú, biológico; yo, cronológico. Es porque yo soy más dado a los símbolos, tú a la autenticidad, pero no importa porque donde tenemos ser somos lo mismo. Vivir es despreciar el reloj, vivir es ser cada uno, no esperar que te digan que eres estupendo. Tú ni les escuchas a esos embusteros. Eres. A pesar de tu mutilación no te falta nada. Estás entera. Dentro del mármol a nadie le falta nada, infinitas esculturas siempre distintas y siempre iguales. Nadie cojea en la existencia real, porque a nadie le falta un miembro. Somos en la piedra somos células infinitamente divisibles, y siempre enteras, siempre vivas. Siempre confiados en nosotros mismos. Siendo. Si te envidio es porque me cuesta mucho bajar de lo superficial a lo profundo, cosa que a tí no te ocurre. Yo pongo el oído a las críticas y tú no. Yo pongo los ojos en las cosas y tú no. Me llevas ventaja, pero se diluirá, porque todo se reduce a lo mismo.