Seis pilares:

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¿Podrá Simon?
La presentación del primer ministro Yehude Simon ante el Congreso de la República, el 8
de noviembre, fue algo desconcertante. Por momentos, parecía exponiendo un Plan de
Gobierno, con tópicos generales y objetivos de mediano plazo, cuando lo que se requería
eran propuestas de acción inmediata y resultados rápidos. La buena voluntad de Simon
es incuestionable. Sin embargo, las dudas se evidencian cuando preguntamos si los
medios de los que dispone son los necesarios y si el entorno es el adecuado para que su
intención se plasme en resultados que logren remontar la deteriorada imagen del
Ejecutivo.
Con su designación se intentó superar una grave crisis provocada por la revelación de
actos corruptos que comprometerían a altos niveles del gobierno, evidenciando un
fenómeno que, al parecer, es bastante más extendido y complejo de lo que se supone.
Así, su integración al Ejecutivo fue un golpe de timón del presidente García, quien
haciendo gala de su celebrado olfato político que le indicaba que era indispensable
responder a la creciente conflictividad social, pero también a la corrupción, encontraba en
el Presidente Regional de Lambayeque una carta importante.
La obligatoria presentación del nuevo Gabinete ante el Congreso de la República era la
ocasión para entrever el margen de maniobra del nuevo Premier para hacer efectivos sus
planteamientos, aunque, era evidente que sus límites estaban planteados desde el inicio
mismo de su gestión pues, camino al tercer año de gobierno, el Ejecutivo difícilmente
modificará de manera importante la direccionalidad de su acción. Las primeras
declaraciones de Simon, recién asumido el cargo, no se condecían con este escenario tan
claramente acotado. Sensibilizado por el tema de la corrupción, afirmó que la iba a
combatir frontalmente, sin considerar la sucesión de fracasos previos en esta materia,
varios de ellos por falta de voluntad real del gobierno que hoy integra.
Como no podía ser de otra manera, éste fue uno de los puntos estelares de su
exposición ante el Congreso, donde el nuevo Premier señaló que se adelantaría la
implementación del nuevo Código Procesal Penal para agilizar los procesos seguidos a
los funcionarios corruptos. También anunció el impulso que se dará al Servicio Civil
(SERVIR) y un mayor grado de cumplimiento de la Ley de Transparencia y Acceso a la
Información. Pero, lo central fue su compromiso para fortalecer el Sistema Nacional de
Control, cambiar las formas en la elección del nuevo Contralor General y comprometerse
a un plazo de 45 días para presentar un Plan Nacional Anticorrupción, que aspira
consensuarlo ante el Acuerdo Nacional.
A estas alturas, la inesperada entrega del prófugo Rómulo León a la justicia, por propia
decisión, podría crearle un contexto favorable para impulsar las acciones que anunció. Sin
embargo, si bien nadie puede estar en desacuerdo con lo expresado, podría sospecharse
que el enfoque dado a la lucha contra la corrupción tiene un sesgo tecnocrático, que limita
la eficacia de estas tareas, en momentos en que lo que se reclama es un diseño que
otorgue la debida importancia a los componentes políticos que están tras el problema; es
decir, una reforma del aparato del Estado que lo legitime ante la sociedad mediante una
participación más activa de la ciudadanía organizada. Así, por ejemplo, aunque nos
parece positivo que se retomen las iniciativas para transparentar las actividades de los
lobbies, pensamos que el tema de fondo en esa materia supone profundos cambios en el
manejo de las licitaciones y las listas de proveedores del Estado.
Otro punto del discurso en el Congreso que generó expectativa, fue el de la
descentralización y la regionalización. Sin embargo, todo parece indicar que en este
rubro las aspiraciones de Simon se reducen a garantizar, en la medida de lo posible, el
cumplimiento de lo que ya está normado; sus propuestas carecieron de la audacia que se
esperaba de alguien que conoce profundamente ambos procesos.
Sobre los otros aspectos del discurso del Premier hay poco que decir, lo cual debe
preocupar. Apuesta por las posibilidades de desarrollo humano de un modelo económico
cada vez más cuestionado, precisamente por sus pobres resultados en este rubro. Repitió
las fórmulas manidas y fallidas sobre el combate contra el narcotráfico y, peligrosamente,
ha hecho suyo el término «narcoterrorista» desde el cual cree poder construir un esquema
contrasubversivo diferente a los que hemos visto en las últimas décadas. Finalmente, sus
propuestas respecto a cómo enfrentará el Perú las consecuencias de la crisis financiera
internacional son, en buena cuenta, declaraciones de buenas intenciones y esperanza en
que las cosas no empeoren.
desco Opina / 17 de noviembre 2008
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