Renacimiento Humanismo - Universidad de Congreso

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El Renacimiento se distinguía por presentar las siguientes manifestaciones: por el nacimiento del Estado como una obra
de arte, como una creación calculada y consciente que busca su propio interés; por el descubrimiento del arte, de la
literatura, de la filosofía de la Antigüedad; por el descubrimiento del mundo y del hombre, por el hallazgo del
individualismo, por la estética de la naturaleza; por el pleno desarrollo de la personalidad, de la libertad individual y de la
autonomía moral basada en un alto concepto de la dignidad humana.
Renacimiento
Entre 1350 y 1550 la sociedad europea occidental conoció y vivió una auténtica revolución espiritual, una
crisis de perfiles muy nítidos en todos los órdenes de la vida; una profunda transformación del conjunto de los
valores económicos, políticos, sociales, filosóficos, religiosos y estéticos que habían constituido la vieja
civilización medieval, aquella que había sido definida, con un cierto desprecio, como la edad de las tinieblas.
La imagen que historiográficamente poseemos de aquel período que denominamos Renacimiento es, por
consiguiente, la de una época cuyo común denominador fue la transformación, la renovación y la creación de
nuevos códigos de conducta. Son precisamente éstos los términos más utilizados por Burckhardt para
caracterizarla: el Renacimiento es una época de ruptura con el oscurantismo medieval, un período de
renovación del arte y de las letras, de recuperación y de acercamiento a los clásicos, de restauración de la
Antigüedad, de un uso novedoso de la razón en todos los campos del saber. Asimismo, el período se
caracteriza por la aparición de un fuerte proceso de secularización de la vida política y por la presencia de una
escuela de pensamiento nueva, el Humanismo. El término Renacimiento adquirió su sentido actual hacia 1860
cuando J. Burckhardt publicó "La civilización del Renacimiento en Italia". Es cierto que otros historiadores
habían empleado la palabra más o menos en idéntico sentido, pero sólo gracias a Burckhardt el vocablo pasó a
definir un período concreto, con sus propias y peculiares características y acabó convirtiéndose en un
concepto histórico. Con todo, el término implica una noción comparativa. Por consiguiente, para conocer su
contenido originario será necesario acudir a las obras de aquellos que crearon el término para denominar su
propia época. De ese modo, el punto de partida en la búsqueda del concepto reside en los trabajos de los
primeros humanistas. Villani, en su "Crónica Florentina" de la primera mitad del siglo XIV, presenta la
novedad de entender el fin del Imperio Romano, no como el comienzo del fin sino como el prólogo de una
nueva era. Fue Petrarca, sin embargo, quien ofreció la primera distinción neta entre Historia Antigua, anterior
al Cristianismo, y Moderna, hasta sus días, caracterizando a esta última por la barbarie y oscuridad. Petrarca
no acepta que el Imperio Romano pueda perpetuarse, ya que era el producto de la proyección de la "virtus"
romana. Pero esta "virtus", aunque degenerada, ha permanecido en el pueblo italiano y existe así la
posibilidad de un renacer. Las obras de Leonardo Bruni, Flavio Biondo y Maquiavelo siguen el mismo
esquema. Igualmente encontramos el vocablo renacer en los escritos de Vasari. En su "Vida de grandes
pintores, escultores y arquitectos" (1550), habla ya de progresos del Renacimiento de las artes desde el siglo
XIII, cuando los artistas toscanos comenzaron a imitar obras de la Antigüedad clásica grecorromana. Por los
mismos años, el humanista Giovio indicaba que, en tiempos de Boccaccio, las letras podían considerarse
renacidas. Todos los autores citados utilizan el término renacer, pero ¿qué entendían realmente por
renacimiento, renovación o resurrección? "Renovatio", en concreto, era un término en uso con sentido
claramente religioso y cristiano. La Biblia habla en muchas ocasiones del hombre nuevo, renacido. Cristo,
Juan el Evangelista y san Pablo emplearon estas expresiones, como ya lo había hecho Isaías. No es de
extrañar, por tanto, que los teólogos medievales hiciesen constantemente uso de los mismos conceptos, de tal
manera que su empleo por los humanistas, que se hallaban dentro de la tradición cristiana, no constituyera
ninguna novedad. No obstante, es importante destacar que los humanistas y los artistas de los siglos XIV al
XVI, cuando empleaban esa terminología, fueron conscientes de poseer por vez primera un moderno sentido
de la periodicidad histórica, esto es, tomaron conciencia de que entre la Antigüedad clásica y su propio tiempo
hubo una larga etapa de decadencia de la literatura y el arte. En su tiempo, sin embargo, las letras y las artes
habían recuperado el brillo de la Antigüedad, es decir, se había producido un fenómeno de restauración, de
refloración, de vuelta a la luz. Tenían la certeza de que, pese a imitar a los antiguos, eran los primeros en
descubrir que se hallaban ante algo nuevo. En definitiva, estaban viviendo un Renacimiento. Posteriormente,
en el siglo XVII, los escritores que admiraron o se ocuparon del estudio de los doscientos años precedentes,
llegaron a pensar que se trataba de un período intermedio entre la Edad Media y lo moderno. Era una forma
más de aludir a la recuperación cultural que había representado aquella época. Pierre Bayle en su "Diccionario
histórico crítico" (1695) asociará la labor de los humanistas italianos con el renacimiento de las letras.
Historiadores de aquel tiempo darán precisión al concepto de Edad Media al que harán corresponder
cronológicamente con el período que se encuentra entre el Imperio de Constantino y la caída de
Constantinopla en 1453. Es un concepto cuyo contenido es peyorativo: época oscura, tenebrosa y bárbara. De
esa manera ya se podían contrastar con precisión una Edad Antigua brillante, una Edad Media oscura en la
que las letras habían sido relegadas al silencio y una época nueva en la que renacían. Por el contrario, los
escritores románticos del siglo XIX, defensores de un medievalismo idealista, prestaron escasa atención al
Renacimiento, considerándolo además como una época pagana y materialista, aunque para algunos
historiadores como Michelet no pasara inadvertido el carácter extravagante y original de aquel período de la
cultura y de la historia de Italia, a la que él mismo concedió el nombre de Renacimiento en el volumen VII de
su "Historia de Francia", antes que Jacobo Burckhardt, en la segunda mitad del siglo XIX, acuñara
definitivamente el término y elaborara la primera gran síntesis acerca del Renacimiento. La obra de J.
Burckhardt, "La Cultura del Renacimiento en Italia" (1860), viene a sostener que el Renacimiento fue una
tumultuosa revuelta en la cultura de los siglos XIV y XV, provocada por el genio del espíritu nacional
italiano. El Renacimiento se distinguía, según Burckhardt, por presentar las siguientes manifestaciones: por el
nacimiento del Estado como una obra de arte, como una creación calculada y consciente que busca su propio
interés; por el descubrimiento del arte, de la literatura, de la filosofía de la Antigüedad; por el descubrimiento
del mundo y del hombre, por el hallazgo del individualismo, por la estética de la naturaleza; por el pleno
desarrollo de la personalidad, de la libertad individual y de la autonomía moral basada en un alto concepto de
la dignidad humana. La historiografía posterior, profundizando en lo dicho por Burckhardt, no hizo más que
completar el concepto. Aceptadas sus tesis, las discusiones en torno a esa época se dirigieron hacia la fijación
de sus límites cronológicos y del contenido mismo del período. El historiador alemán había mantenido las
fronteras iniciales del Renacimiento en los siglos XIV y XV. Por el contrario, otros historiadores creyeron
encontrar elementos reveladores de un renacimiento en el movimiento de san Francisco de Asís y en el arte
emanado de su culto. Igualmente aparecieron teorías sobre otros renacimientos, como el de Carlomagno y el
de Otón I. Por otra parte, los historiadores no italianos subrayaron las aportaciones de sus propios países a la
formación del Renacimiento, atenuando de esa manera el carácter exclusivamente italiano que se le pudiera
atribuir tras las tesis de Burckhardt. Justo en el marco particular de Italia, ciertos historiadores como Sapori
habían estimado que el verdadero Renacimiento había comenzado hacia mediados del siglo XII, cuando en las
ciudades italianas se colocan las bases del primer capitalismo, tan ligado al espíritu de lucro y al
individualismo que caracterizan la moral renacentista. Pese a la disparidad de las interpretaciones, podría
aceptarse, finalmente, la sugerida por R. Mousnier que sitúa los límites temporales del Renacimiento entre los
inicios del siglo XIV y la segunda mitad del siglo XVI. Ahora bien, ¿qué fue el Renacimiento con respecto al
tiempo que le precedió, a la Edad Media?, ¿una revolución o una mera quiebra? Edad Media y Renacimiento
no pueden ser considerados como tiempos contrarios y estancos, pues sólo se oponen, tal como señala
Mousnier, en tanto que constituyen equilibrios del mismo género resultantes de la composición de fuerzas
complejas. Así pues, ciertos elementos son comunes a ambos períodos y el paso de un equilibrio a otro se hizo
de forma continua. La Edad Media preparó su aparición, consistiendo el Renacimiento en una prodigiosa
expansión de la vida en todas sus formas. Esta inmensa transformación se produjo inicialmente en Italia desde
el siglo XIV y en Europa a partir de la primera mitad del siglo XV, y conoce su apogeo durante el siglo XVI.
A finales de esta centuria dejará paso a la aparición de valores culturales nuevos.
Humanismo
El Renacimiento no consistió sólo en un mero resurgir erudito de la literatura o de la filosofía grecorromana o
en una vulgar imitación de las formas artísticas de la Antigüedad. Asociado historiográficamente a ese
concepto aparece aquel otro, el Humanismo, que completa la idea inicial de que nos hallamos en una época
nueva y, en consecuencia, distinta de aquélla, la antigua, que se tomaba como modelo. Justamente, fue la
renovación de la cultura el aspecto más notoriamente destacado por sus propios protagonistas, aquellos que
hablaron por primera vez de Renacimiento. ¿Cuándo se produjo y en qué consistió realmente ese
renacimiento cultural? A pesar de que entre los siglos VII y XIV se conocieron en los ambientes cortesanos
de Europa occidental determinados intentos por recuperar textos y autores clásicos, como lo prueba el hecho
de la creciente utilización del Derecho Romano y del recurso constante a Aristóteles, cronológicamente sólo
cabe hablar, por sus resultados, de un vigoroso y fecundo Renacimiento: aquel que tuvo lugar, en el
pensamiento y en la estética, entre los siglos XIV y XVI. Igualmente, aunque el término Humanismo ha sido,
empleado para denominar toda doctrina que defienda como principio fundamental el respeto a la persona
humana, la palabra tiene una significación histórica indudable. Humanismo fue uno de los conceptos creados
por los historiadores del siglo XIX para referirse a la revalorización, la investigación y la interpretación que
de los clásicos de la Antigüedad hicieron algunos escritores desde finales del siglo XIV hasta el primer tercio
del siglo XVI. En realidad, fue la voz latina "humanista", empleada por primera vez en Italia a fines del siglo
XV para designar a un profesor de lenguas clásicas, la que dio origen al nombre de un movimiento que no
sólo fue pedagógico, literario, estético, filosófico y religioso, sino que se convirtió en un modo de pensar y de
vivir vertebrado en torno a una idea principal: en el centro del Universo está el hombre, imagen de Dios,
criatura privilegiada, digna sobre todas las cosas de la Tierra. El humanista comenzó siendo, en efecto, un
profesor de humanidades, es decir, de aquellas disciplinas académicas que constituían el programa educativo
formulado idealmente por Leonardo Bruni. Su propósito consistía en formar a los alumnos para una vida de
servicio activo a la comunidad civil, proporcionándoles una base amplia y sólida de conocimientos, principios
éticos y capacidad de expresión escrita y hablada. El medio de expresión y de instrucción sería el latín,
recuperado y limpio de barbarismos medievales. La lectura y el comentario de autores antiguos, griegos y
latinos, especialmente Cicerón y Virgilio, y la enseñanza de la gramática, la retórica, la literatura, la filosofía
moral y la historia constituían las humanidades impartidas por el humanista. Sin embargo, el humanista, como
ya se ha indicado, era algo más que un maestro. Su preocupación por los problemas morales y políticos le
obligó a adoptar también posiciones humanistas, en el sentido de que nada de lo humano le sería ajeno. El
Humanismo no apareció de una forma brusca. Sus orígenes son complejos. La cronología de su nacimiento
parece imprecisa. En el norte de Italia, durante la segunda mitad del siglo XIII ya se advierten señales
anunciadoras. Por ello su herencia es medieval: el interés de los abogados por el valor práctico de la retórica
latina, el uso cada vez más apreciado del Derecho Romano, de la filosofía y de la ciencia aristotélica por
teólogos y profesores, y el encuentro literario con los clásicos de la Antigüedad, son pruebas suficientes de los
cambios que se estaban produciendo en los círculos intelectuales prehumanistas por aquellas fechas. En
verdad, todas esas novedades, con el tiempo consagradas, no formaban parte más que de una única realidad:
la del redescubrimiento de la Antigüedad, fuente viva del Humanismo. Francesco Petrarca (1304-1374) y
Giovanni Boccaccio (1313-1375) constituyen ejemplos muy representativos de esa etapa. Como erudito,
bibliófilo y crítico de textos, Petrarca se convirtió en un auténtico maestro al estudiar, corregir y liberar de
corrupciones las obras de Virgilio, Tito Livio, Cicerón y san Agustín. Su propia obra literaria estaba
impregnada de esa erudición y era deudora de aquella edad de oro. Boccaccio, por su parte, quien reunía las
virtudes de Petrarca, al que consideraba su maestro, aprendió el griego en Florencia con Leoncio Pilato y
junto a éste impulsó su enseñanza pública en la ciudad, al mismo tiempo que traducían a Homero y Eurípides.
Petrarca y Boccaccio tuvieron continuadores fervorosos. Coluccio Salutati (1331-1406), bibliófilo y latinista,
ejerció una influencia decisiva sobre los humanistas florentinos, coleccionando textos clásicos y apoyando la
creación de una cátedra de griego en Florencia, gracias a cuya labor se tradujeron y se trataron las obras de
Tucídides, Ptolomeo, Platón y Homero. Esta restauración de los clásicos griegos debe mucho también a
Leonardo Bruni (1374-1444): además de escribir en griego, sus traducciones de Aristóteles y de Platón
obtuvieron, por su elegancia, el reconocimiento de generaciones posteriores. La recuperación de autores
griegos llevó aparejada la de muchas obras clásicas latinas. Cicerón, Plinio el Joven, Tácito, Propercio y
Tibulo ya eran muy conocidos en los ambientes humanistas desde el siglo XIV, pero durante la primera mitad
del siglo XV se descubrieron y se realizaron ediciones comentadas o copias enmendadas de los discursos de
Cicerón, de poemas de Lucrecio, obras menores de Tácito, manuales de gramática de Suetonio, etcétera. Las
repercusiones de los comentarios y las enmiendas eruditas de los textos clásicos latinos fueron el origen de la
nueva filología, cuyo más destacado representante fue Lorenzo Valla (1407-1457). No contento con la pureza
del latín moderno, propuso en sus "Elegantiae" una reforma de la gramática y un modelo de buen lenguaje lo
más cercano posible a la pureza clásica. Valla aportó igualmente una nueva crítica de textos y contribuyó con
sus notas al Nuevo Testamento latino (una comparación filológica entre la "Vulgata" y el original griego),
admiradas después por Erasmo, a la construcción de la crítica bíblica moderna. La primera mitad del siglo XV
contempló también un redescubrimiento de la Historia. Leonardo Bruni y, sobre todo, Flavio Biondo iniciaron
la historiografía moderna. Hasta ellos primaban en las obras de historia las descripciones y las anécdotas. En
cambio, Bruni estaba convencido de que sólo una interpretación del pasado de la Roma republicana resultaba
valiosa para defender la libertad contra la tiranía en la Florencia de su tiempo: la Historia como servidora del
presente. Biondo, por su parte, tenía historiográficamente una cosmovisión más amplia que Bruni. A pesar de
que su estilo literario carece de elegancia, en sus "Décadas" sorprende tanto por su actitud crítica frente a los
historiadores célebres como por su uso de fuentes abundantes y diversas, desde crónicas medievales a
monumentos e inscripciones clásicas. Aún presenta mayor originalidad su Italia ilustrada, una pieza que
combina la geografía y la historia, las fuentes del pasado con las noticias del presente. Sus aportaciones se
extendieron al campo de la arqueología. En su "Roma instaurata" Biondo no sólo describe por primera vez y
metódicamente cómo era la antigua ciudad; lo novedoso en su obra es la consideración que le merecen la
conservación y restauración de las ruinas como testimonios vivos de una civilización y, en ese caso, de la
romana. El redescubrimiento de la Antigüedad no sólo afectó a las lenguas clásicas, a la filología, a la edición
crítica de textos literarios, a la historia o a la arqueología, sino también a la filosofía. Hasta esos siglos existía
una interpretación cristiana de Aristóteles. A comienzos del siglo XV, en cambio, se enseñaba en Padua,
gracias a Pietro Pomponazzi (1462-1525), el aristotelismo heterodoxo de Averroes, determinista y ateo. En
efecto, en su "De inmortalitatae animae" (1516) y en su "De Fato" (1520) Pomponazzi demuestra que el alma
intelectual muere con el cuerpo, que no existe el más allá, que nuestra voluntad y nuestra libertad son
incompatibles con la providencia divina y que sólo cabe conformarse con la naturaleza. Estas doctrinas
tuvieron durante las décadas posteriores una difusión y un éxito sin precedentes. En cualquier caso, la
auténticos fundamentos filosóficos del Humanismo proceden de la lectura, la difusión y la enseñanza de
Platón. A finales del siglo XV, Marsilio Ficino (1433-1499) expone magistralmente las ideas platónicas en su
obra "Theologia platónica": Dios es el ser del que emanan todos los seres. En el centro del Cosmos el hombre
es a su vez alma inmortal, imagen de Dios, criatura privilegiada y también materia y peso. El destino del
hombre, su más intimo fin, consistirá en pasar, gracias al conocimiento, desde el mundo de las apariencias
sensibles a las ideas. Ese trayecto que conduce al hombre a su identificación total con el ser puede ser
rechazado, de tal manera que permanecerá en el plano que ocupan los animales, o bien aceptado, y en ese
caso, será elevado a la perfección, su verdadera vocación, tal como lo describiría Pico della Mirandola (14631494) en su "Oratio de hominis dignitate". La filosofía neoplatónica de Ficino y de Giovanni Pico se
consolidó en Florencia y desde allí se extendió rápidamente a todos los círculos intelectuales y cultos de
Europa occidental junto a las nuevas ideas filológicas, historiográficas, artísticas y literarias. Pero el viaje que
recorrió el primer Humanismo, el italiano, por el Continente no habría ocupado tan rápidamente el mapa
europeo sin la intervención de determinados y decisivos vehículos de expansión: la imprenta, la relación entre
los hombres de letras y la enseñanza universitaria.
Vehículos del Humanismo
Época: Renacimiento
Inicio: Año 1500
Fin: Año 1600
Antecedentes
Renacimiento y Humanismo
La invención de la imprenta hacia 1450 jugó un papel primordial en la difusión de las ideas humanistas, pues
hizo posible la reproducción de libros en forma mecánica. La primeras imprentas comenzaron a funcionar
entre 1455 y 1500 en Maguncia y Estrasburgo. Dos tipógrafos alemanes, Sweynheim y Pannartz, introdujeron
la imprenta en Italia, y hacia 1465 ya se conocían talleres en Subiaco, y pocos años más tarde se instalaron en
Roma y Venecia. Antes de finalizar el siglo, las más importantes bibliotecas de Nápoles, Mantua, Ferrara y el
Vaticano, sin dejar de utilizar copistas o scriptores, fueron admitiendo libros impresos. Los dueños de las
imprentas eran, por lo general, humanistas que convertían frecuentemente sus talleres en centros de reunión, a
modo de academias, en los cuales se establecían contactos entre autores y eruditos, se comentaban y se
preparaban ediciones de textos clásicos. Se estima que a partir de 1480 la copia manuscrita es vencida
definitivamente por el libro impreso, se multiplicaron tanto los títulos y las ediciones de textos clásicos en
lengua original o traducidos a lenguas vulgares, como los manuales, gramáticas y libros de ciencia y filosofía
de los propios humanistas. Precisamente, el mayor éxito editorial de un escritor contemporáneo a la
revolución de la imprenta correspondió a Erasmo, cuyos "Adagios y Coloquios" conocieron más de 60
ediciones cada uno entre 1500 y 1525. La expansión y la difusión de las ideas se produjo también gracias a los
contactos epistolares y académicos que se establecieron entre los propios humanistas. Eso dio lugar a la
aparición de diversos humanismos, de los que luego escribiremos, o de corrientes específicas dentro del
tronco común. Se distinguen, en este sentido, tres tipos de humanismos: uno filológico y literario, atento al
estudio de los textos antiguos, de raíz italiana (florentina y veneciana), pero muy presente en Francia (en París
y Lyon). Existe un segundo Humanismo, flamenco, inglés y renano, que sin ignorar la erudición y la creación
literaria, se orienta fundamentalmente a la renovación del Cristianismo utilizando como fuentes de inspiración
a los clásicos. La tercera variante, cuyos centros más representativos eran Nuremberg, Padua o Cracovia,
detiene su atención en la elaboración de una ciencia que sirva al hombre para dominar la Naturaleza. Los
valores y las ideas del Humanismo se extendieron también por toda Europa gracias a la adaptación de las
universidades medievales a las nuevas realidades. La vieja opinión de que las instituciones de enseñanza
fueron un obstáculo para la difusión de las ideas laicistas e individualistas de la nueva cultura ha sido
sustituida por otra bien distinta, más acorde con los hechos: algunas universidades, como Padua, Bolonia,
Florencia, Roma (La Sapienza), Viena, Erfurt, Basilea, Lovaina, Salamanca o Alcalá de Henares, abrieron sus
puertas a los humanistas y con ellos a la resurrección de los clásicos, convirtiéndose en semilleros de adeptos
a las nuevas ideas. Estas universidades, además, lograron modificar los valores pedagógicos y sirvieron a los
deseos de los nuevos Estados y las burguesías interesadas en una enseñanza utilitarista, orientada hacia la vida
laica y no hacia la formación exclusiva de teólogos. Todas ellas contaron entre su profesorado a los primeros
humanistas y en todas ellas se enseñaron sin interrupción los "studia humanitatis". En la "Sapienza" de Roma
existían a finales del siglo XV cátedras de astronomía, matemáticas e historia. En Erfurt se enseñaba griego,
hebreo, poética y elocuencia. La universidad de Lovaina, fundada en el primer cuarto del siglo XV, acogió
bien pronto las ideas y los métodos pedagógicos de los humanistas, y entre 1490 y 1520 pasan por ella figuras
tan prestigiosas ya en su tiempo como Erasmo de Rotterdam, Adriano Floriszoon, Luis Vives y otros.
Dante. Dante Alighieri
Nacionalidad: Italia
Florencia 1265 - 1321
Nacido en Florencia en 1265, desempeñó un papel político de considerable importancia en su ciudad natal,
donde desempeñó diferentes misiones diplomáticas y fue elegido uno de los seis "priores". En plena guerra
entre güelfos y gibelinos, fue desterrado por estos, viviendo primero en París y después en Rávena, ciudad en
la que murió en 1321. En su infancia ya componía sonetos amorosos y canciones en los que reflejaba un
concepto de amor ideal y casi místico. Su obra mayor es "La divina comedia": escrita en un estilo admirable y
dividida en tres partes, Infierno, Purgatorio y Paraíso, el poeta describe su paso por estos mundos de la mano
del poeta Virgilio y de su amada Beatriz de manera conmovedora, plasmando las convicciones morales y
filosóficas de la Edad Media, junto con algunas ideas que preconizan la cultura renacentista. Más tarde,
también en honor de Beatriz, hija de Folco Portinari, escribió "La vita nuova". En sus obras, Dante hizo
alcanzar el estatuto de idioma al dialecto florentino, sentando las bases del italiano.
Petrarca, Francesco
Arezzo 1304 - 1374
Nacido en Arezzo, estudió primeramente Leyes en Montpellier y Bolonia para dedicarse en 1326 al estudio de
la literatura y recibir Órdenes menores. Famoso ya en su tiempo por la calidad de su obra, fue coronado como
poeta en 1341 en el Capitolio de Roma. Su vida cabe dividirla en dos etapas, una ligada al estamento burgués,
en la que su obra está escrita en lengua vulgar, y otra cercana a la nobleza y el Papado, dominada por una
escritura en prosa y verso latinos. En efecto, sus inicios estuvieron protegidos por la familia Colonna, a la que
dejó más adelante para inscribirse en el movimiento unitario de Cola di Rienzi. Más adelante, pasó ocho años
bajo la protección del arzobispo de Milán G. Visconti, falleciendo poco después en Arquá, Padua. Su estilo
literario recibe las influencias provenzales e italianas del "dolce stil nuovo", en especial en lo referente a la
temática: la mujer, objeto de adoración por parte del poeta, quien alaba sus cualidades físicas y espirituales y
se desespera en su visión o su recuerdo por su castidad angelical que la hace inalcanzable. Personificado en
Laura el objeto de sus deseos -Laura de Noves, probablemente la esposa de Hugo de Sade, conocida por
Petrarca en 1327-, el poeta escribe su célebre "Canzoniere". Es autor además de otras grandes obras como
"Africa", de género épico; "De vita solitaria"; "Epistolae de rebus familiaribus"; etc.
Giotto di Bondone. Giotto
Nacionalidad: Italia
Bondone 1267 h. - Florencia 1337
Estilo: Renacimiento Italiano , Trecento
No contamos con excesivos datos fiables sobre la vida de Giotto di Bondone, ni la fecha de su nacimiento, ni
cuáles fueron sus maestros, ni siquiera la datación exacta de muchas de sus obras. Lo que sí conocemos, por
las crónicas de sus contemporáneos, es la gran revolución que supuso su nueva concepción artística, que se
puede considerar como precursora de las innovaciones que cambiarán la marcha de la pintura occidental,
desde el humanismo del Renacimiento hasta el siglo XX. Giotto nace hacia 1267 al norte de Florencia, en el
valle de Mugello, en la aldea de Vicchio. Cuenta la leyenda que por allí pasó en la década de 1280, el gran
maestro italiano Cimabue, que vió pintar a un pastor sobre una tabla a su rebaño. Cimabue decidió llevárselo
con él y ejercitarlo en el arte de la pintura. Evidentemente, el pastor era Giotto y lo absolutamente asombroso
es que tomara como maestra de la pintura a la Naturaleza, en un momento en el que el arte estaba dominado
por la llamada "maniera greca", las líneas ondulantes y estilizadas de las figuras, los fondos de oro y la
irrealidad y frialdad lejana de los personajes. Pero Giotto apuntaría, con este escrutamiento de la Naturaleza,
una concepción nueva del arte de la pintura. Tras los años de aprendizaje en el taller de Cimabue, Giotto di
Bondone llegó con el maestro a la recién construída basílica de San Francisco, en Asís. La orden franciscana
era la más poderosa en la época y, con su iglesia, quería rendir un homenaje al santo fundador, que estaba
enterrado en el propio templo, en la cripta de la basílica Inferior. Con la decoración al fresco de la basílica
Superior, Giotto dió a la pintura el primer ciclo narrativo sobre la historia de un santo. Fue aquí, en Asís, en
los últimos años del siglo XIII, cuando el maestro pudo dar muestras de su nueva concepción artística. Giotto
figuró unas escenas en la que se consigue determinar un lugar concreto, un espacio verosímil en donde las
figuras se insertan de forma natural. Aunque, en cierta medida, su formulación espacial es bastante primitiva,
su observación de la Naturaleza le lleva a crear un marco real, ya sea con arquitecturas, ya en un paisaje
abierto, en donde transcurren los acontecimientos narrados. Además, Giotto individualiza a los personajes,
que toman características y rasgos propios bien definidos: gestos, movimientos, expresión, algo que no
ocurría desde la Edad Antigua. Será a partir de este momento, cuando Giotto empieza a ser considerado el
gran maestro de su tiempo, rompiendo con el estilo decorativo bizantinizante que dominaba la pintura hasta
ese momento. Giotto era llamado de todas las partes de Italia requerido por los personajes más poderosos, no
sólo órdenes eclesiásticas, también mercaderes, banqueros y comercianes. Tanto al fresco como en tabla,
Giotto renovó el lenguaje figurativo de toda su época. De los primeros años del Trecento, son algunas de las
tablas más interesantes del maestro italiano. Algunos crucifijos y retablos con el motivo tradicional de la
Maestà, esto es, la Virgen y el Niño rodeado de ángeles, son buenas muestras de su revolucionario estilo.
Giotto rompía con la tradicional iconografía de Cristos y Madonas, hasta el momento con caracteres
intemporales, para acercarlos a la realidad y cotidianeidad del hombre de su tiempo. Ambos temas tomaban
unas connotaciones de tipo naturalista que fácilmente eran identificadas por el espectador: sus gestos, sus
reacciones, sus poses, sus modelados, su corporeidad material..., en una palabra, Giotto dotaba de rasgos
humanos y verosímiles a las figuras sagradas, acercando la Divinidad a la cotidianeidad de su tiempo y al
espectador moderno. Tanto esta concepción expresiva como la creación de un espacio en profundidad serán
los aspectos arquetípicos del arte de Giotto, que desarrollará convenientemente en los sucesivos encargos.
Desde los frescos para la capilla Scrovegni de Padua, o la pintura mural de la capilla Peruzzi y Bardi, para la
iglesia florentina de la Santa Croce, el maestro italiano da pruebas de la ruptura de su arte con respecto a las
formulaciones anteriores, habriéndo las puertas hacia la modernidad del Renacimiento. La fama alcanzada por
Giotto le llevó a contar con un gran taller, que le permitía abarcar los numerosos encargos que recibía. Incluso
la organización de su obrador y la forma de llevar a cabo el trabajo son de un carácter también moderno. Pero
para los historiadores resulta un problema, porque el conjunto de su obra se presenta muy desigual, no
sabiendo a ciencia cierta qué obras son de mano de Giotto y cúales pertenecen a sus ayudantes. Esto se
manifiesta muy claramente en la decoración de la capilla de la Magdalena en la basílica Inferior de Asís, que
se realizó entre 1316 y 1320, en donde lo único que podemos afirmar es que el maestro dió los modelos de las
representaciones que, posiblemente, llevaron a cabo sus discípulos. Roma, Florencia, Asís, Padua, Rímini...,
incluso el rey francés de Nápoles lo llamó a su corte, en 1328, refiriéndose al maestro italiano como
"familiaris", lo que suponía un cambió definitivo en la consideración social del artista, anticipándose de nuevo
al Renacimiento. Conquistada su posición social, el último encargo que recibió Giotto, hacia 1334, fue la
dirección de los trabajos de la catedral de Florencia y de las obras urbanísticas de la ciudad, cosa que
resultaba impensable para la mentalidad medieval del siglo XIV. el maestro era enterrado con honores en
1337. Todo ello da muestras de la labor y las conquistas que consiguiera en vida el maestro italiano, cuya
paráfrasis más importante la encontramos en boca de Vasari, padre de la moderna historia del arte, que, en sus
Vite de 1555, sitúa en la pintura de Giotto el nacimiento del arte italiano.
Bocaccio, Giovanni
París 1313 - 1375
Italiano, aunque nacido en París, vive en Nápoles desde su juventud. Es su amor por la princesa de esta
ciudad, María, la fuente de inspiración de sus poemas. Biógrafo de otro gran autor, Dante, su obra maestra, el
"Decamerón", es un conjunto de cuentos erótico-humorísticos de corte muy explícito. Escribió también la
"Genealogía de los Dioses". Gracias a sus aportaciones es uno de los precursores del Humanismo.
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