La arquitectura posmoderna no es vanguardia Arq. Jorge Enrique Lozano Pinzón - http://usuarios.lycos.es/arquibague/ Para nosotros, (los latinoamericanos) me parece más válida otra aproximación. No la modernidad como un conjunto cerrado de respuestas; sino la modernidad como un conjunto abierto de preguntas; ya que de facto, los desafíos que nos plantearon los hechos históricos modernos, siguen pendientes. Cristian Fernández Cox Nuestra histórica herencia de formación acrítica, que comienza con la prédica del catecismo del padre Astete en el siglo XVI, nos ha llevado a aceptar hechos que ocurren en Europa y Estados Unidos como modelos o ejemplos a imitar. Sea en la economía, la política o en el arte, las elites colombianas han visto a las potencias del norte del planeta como una vanguardia a la cual hay que seguir; y el pueblo trabajador, al cual los medios de difusión han convertido culturalmente en pequeño burgués arribista, trata a su vez, de imitar a las elites locales. Imitación en ambos casos, no de su esencia sino, de sus aspectos formales, de su apariencia exterior. Los colombianos no debemos copiar los “modelos” extranjeros pues somos esencialmente diferentes así tengamos la raíz común de la cultura occidental. Desde el siglo pasado, en los países en donde se produjo y vivió plenamente la modernidad con sus éxitos y fracasos, se vienen haciendo críticas a la Modernidad por parte quienes se llaman así mismo Posmodernos y a los cuales nuestra elite cultural, incluidos artistas y arquitectos, han convertido en la nueva vanguardia a imitar y a seguir. Nosotros todavía no hemos gozado como los europeos o los gringos de los éxitos de la modernidad y sin embargo también estamos renegando de esta y queremos posar de posmodernos. En este artículo pretendo demostrar que ellos no son vanguardia artística. De todas maneras aunque así lo fueran tampoco los deberíamos copiar. Los movimientos artísticos y arquitectónicos de allá, deconstrucción, arte conceptual, instalaciones, High Tech, supermodernos, etc., intentan tomar algunas de las características de las vanguardias de principios del siglo XX: 1) Rechazo al pasado. Los arquitectos posmodernos de palabra rechazan el pasado pero en sus obras vuelven a él de dos maneras; primero retomando el pasado inmediato, o sea a las vanguardias de principios del siglo XX, realizando una relectura y transformación de las formas, no del contenido, de los expresionistas, neoplasticistas, constructivistas, cubistas, etc., segundo, retomando el arte y la arquitectura que rechazaron los artistas vanguardistas modernos: el clasicismo. Es cuando vemos en la tectónica actual el uso de columnas, frisos o escayolas de la arquitectura Clásica puestas de manera “libre” en cualquier contexto cultural, el “todo vale” del eclecticismo posmoderno. 2) Destrucción de los códigos establecidos para crear un nuevo sistema de signos. Acá también fallan los posmodernos puesto que solo destruyen parcialmente los signos de los modernos, y además porque al descontextualizar de su medio un elemento formal (por ejemplo un capitel jónico) colocándolo en otro entorno solo logran que pierda su significado original, o que adquiera tantos significados como habitantes hay en el planeta, o ninguno. Hoy en día es tanta la invasión de imágenes descontextualizadas que su significado original se ha diluido y no ha adquirido un nuevo significado coherente. ¿O para usted significa algo la “obra” de un “artista” cuya “Instalación” consiste en pintar una raya amarilla que recorre pisos, paredes y techos de una sala de exposiciones? 3) Cuestionar la naturaleza del arte mismo. Los posmodernos no lo pueden hacer, puesto que los modernos ya lo hicieron, Productivistas o Dadá por ejemplo. Y 4) La característica más importante que define a una vanguardia: Su proyecto pretende no solo la transformación del arte sino la transformación radical de la sociedad. Al respecto los posmodernos no han dicho nada, antes por el contrario sus tesis y obras apuntan a conservar el malestar de la existencia humana: la alienación del hombre y la glorificación de la cultura mercantil que es una de las causas de nuestra alienación. En vez de coger el tronco o la raíz de un problema se van por las ramas, por ejemplo: Pretenden atacar el problema de la destrucción del medio ambiente construyendo jardines en las terrazas de los edificios pero sin tocar para nada el sistema de acumulación mundial de capital que ha sido el principal causante de la depredación de la naturaleza. Atacan la expresión formal externa, la apariencia, pero no atacan ni quieren cambiar la esencia, el contenido, que es el ánimo de lucro basado en la apropiación individual de las utilidades. Entonces no podemos considerar vanguardias a unos movimientos que se quedan en la crítica banal y superficial sin hacer propuestas a futuro. Los movimientos vanguardistas del siglo pasado fracasaron en sus ideales de transformar la sociedad a través del arte y la arquitectura, fracaso debido fundamentalmente a que creyeron que la ideología podía transformar la base material que la sustenta y origina. Es al revés cambiando la base material es como se transforman las ideas, claro, viéndolo de manera dialéctica. Pero su fracaso no quiere decir que no hayan sido vanguardia, o que algunos de sus ideales no sigan siendo válidos incluso para nosotros los latinoamericanos. Lo que pasa es que esos ideales y otros completamente nuevos los debemos lograr por medios diferentes a los ya probados por ellos en el pasado y muy diferentes a los que están ensayando ahora allá en el presente. E insisto en los adverbios de lugar, tiempo y modo. Es nuestro aquí y nuestro ahora, a nuestra manera, de acuerdo a nuestra realidad colombiana, o latinoamericana, distinta a la de ellos. Los artistas y sobre todo los arquitectos tenemos un compromiso social que no se puede resolver con “arquitectura que ha sido diseñada para ser lucida como portada de revista, imitando burdamente formas o tecnologías de otros contextos”, cuando aquí tenemos un “contexto de privaciones, desempleo y pobreza…”. Solo partiendo de nuestra propia realidad cultural, económica y tecnológica, podremos resolver los retos que nos plantea la sociedad, entendiendo por sociedad no a las elites culturales que siguen haciendo mímesis de las formas y expresiones “cultas” de los europeos, ni a las elites económicas que amarran su suerte a la de las transnacionales que están comprando el país por retazos, ni a la elite política que se arrodilla ante los Tratados que les impone la metrópoli; sino a esa sociedad que no puede adquirir una obra de arte ni pagar los honorarios de un arquitecto. Arquitectos Descalzos Jorge Enrique Lozano Pinzón - http://usuarios.lycos.es/arquibague/ El arquitecto debería transformarse más en articulador social o activista cultural, que crea sistemas para incluir de manera más decisiva en el proyecto la participación del sujeto que ocupará esos proyectos. Jorge Lobos, arquitecto. En un artículo anterior proponía yo que los arquitectos deberíamos trabajar para el sector de la sociedad que no tiene con qué pagar nuestros honorarios. Pero eso no es posible, me replicaba un estudiante de arquitectura, pues nosotros también necesitamos comer. Lo primero que hay que aclarar es que la profesión dejó de ser liberal, en el sentido de que ya los arquitectos no podemos pensar en abrir una oficina y sentarnos a que lleguen clientes a encargarnos el diseño o construcción de sus casas. Es más, si salimos a buscarlos tampoco los vamos a encontrar pues eso del cliente particular desapareció cuando entramos en la era de la industrialización de la construcción y el sistema de adquisición de la vivienda en el mercado inmobiliario. Lo segundo que hay que decir es que en el mundo el 66 por ciento de sus habitantes no han tenido acceso a ninguno de los productos de la arquitectura, según estadísticas citadas por el Arquitecto latinoamericano Jorge Lobos, profesor de una universidad en Dinamarca. En Colombia no se ha hecho este estudio, pero seguramente las cifras son mayores. Como tampoco se ha estudiado la demanda futura de vivienda en nuestras ciudades. Para el año 2030 a nivel mundial la demanda será de 900 millones de unidades de vivienda, o sea que deberíamos construir cada semana durante los próximos 20 años el equivalente a una ciudad de un millón de habitantes, según analiza el arquitecto Alejandro Aravena de datos tomados del Washington Post. Pero una cosa son las frías estadísticas sobre las necesidades actuales o futuras y otra cosa la realidad. Mientras la vivienda se siga considerando como una mercancía más y no como una necesidad vital como la educación o la salud, bueno aunque estas últimas con el neoliberalismo también se convirtieron en mercancías, las cifras estadísticas sobre la cantidad de familias que no tienen acceso a los productos de la arquitectura continuarán igual o aumentaran ya que el neoliberalismo hace que la brecha entre pobres y ricos se acentúe aún más. Además del gigantesco déficit de vivienda, las comunidades también necesitan otros productos de la arquitectura: salones comunales, bibliotecas, escuelas, guarderías, acueductos, vías pavimentadas, etc. El estudiante a quien me refería atrás, volvió a interpelar: si eso es cierto, pero eso le corresponde hacerlo al estado. Y tiene toda la razón, precisamente ese es uno de los motivos que da razón a la existencia del estado, pero como nuestros gobernantes aceptaron la imposición del imperio de retornar al liberalismo económico, al neoliberalismo, al capitalismo salvaje, a la “libre” competencia, delegaron en la empresa privada la satisfacción de todos los servicios que el “Estado Benefactor” realizaba antes, por eso acabaron el Instituto de Crédito Territorial y el Banco Central Hipotecario. Y dejar la solución de estos problemas a la empresa privada es no solucionarlo, al contrarío se agrava más. Los especuladores inmobiliarios, las empresas constructoras y la banca privada, todas ellas instituciones con ánimo de lucro, no participan en la solución de un problema sino cuando ven en él la posibilidad de obtener un beneficio económico. Aún así, con este negro panorama, insisto en que la labor de los arquitectos debe enfocarse en función de los colombianos que no tienen con qué pagar nuestros servicios profesionales pero que los necesitan con más urgencia que aquellos que si tienen forma de hacerlo. Mi propuesta no va encaminada a que realicemos una labor apostólica de privaciones o a que nos convirtamos en emuladores de la sociedad benéfica de San Vicente de Paul o de las Damas de la Caridad. No, lo que propongo es que nos convirtamos en generadores de nuestro propio trabajo, actuando de la mano con las comunidades, promoviendo al interior de ellas la solución a sus necesidades arquitectónicas, sea el mejoramiento de vivienda, el alcantarillado, la rehabilitación del parque infantil o la construcción de una guardería. El arquitecto debe ser un organizador de la comunidad, los interesa en la solución de sus propios problemas, y una comunidad organizada consigue los recursos, que tiene en sus arcas el gobierno, para realizar la obra y para pagar al arquitecto. Estoy hablando de un arquitecto diferente al que perfilan nuestras escuelas de arquitectura, un arquitecto que no sueña con la fama y el dinero, que no está interesado en que sus proyectos salgan en la portada de una revista. Un profesional que reconoce cual es la realidad de la sociedad en que está inmerso y que la quiere transformar, transformándose a sí mismo, generándose trabajo y cumpliendo con su disciplina que está enfocada por principio al servicio de la sociedad. En este caso a las comunidades que más necesitan del arquitecto y a las que el gobierno con su política neoliberal ha dado la espalda. El proyecto arquitectónico cambiaría cualitativamente, su diseñador ya no sería un genio creador que posee un conocimiento secreto con el que soluciona las necesidades espaciales y estéticas de los humanos, sino que es alguien que reconoce que el usuario sabe más de sus propias necesidades y posibilidades, por tanto diseñará con él de acuerdo con sus expectativas funcionales y estéticas, realizará proyectos con los pies en la tierra, apropiados por las comunidades que participan en su realización y que por consiguiente apreciarán más que aquellos que les hacen los políticos con el propósito de canjearlos por votos. Para producir un arquitecto con este perfil la academia debe cambiar sus programas académicos y orientar al estudiante más hacia las ciencias sociales que hacia una búsqueda estéril de elucubraciones formales y escultóricas, que parece ser el paradigma que nos plantean las falsas vanguardias posmodernas, como lo decía en el citado artículo anterior.