LOS MUROS DEL LENGUAJE UN CASO DE PSICOSIS

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LOS MUROS DEL LENGUAJE
UN CASO DE PSICOSIS
(del Libro “Sujeto, Goce y Modernidad” Fundamentos de la Clínica. Editorial Atuel, 1995)
Lic. Viviana Fanés
Psicoanalista
Psicóloga Clínica
vifan@uolsinectis.com.ar
Voy a presentarles un caso en el que me ocupa trabajar, qué estatuto tienen, en
particular, la droga y el alcohol.
Se trata de un sujeto extranjero que llega a Buenos Aires a los 20 años de edad.
Comienzo a verlo en forma ambulatoria en el mismo hospital donde años atrás fue
internado en dos oportunidades; con un año de diferencia entre cada una. Según datos
de su historia clínica presenta, en la primera internación, un síndrome maníaco, y en la
segunda ocasión es traído por sus familiares, luego de ser encarcelado por provocar
escándalo en un bar-presentando esta vez ideas paranoides y de autorreferencia-. Por
entonces tomaba anfetaminas y -frecuentemente- alcohol.
En la primera entrevista se presenta muy cordial y me entrega una nueva historia clínica
que él mismo gestiona antes de presentarse. Le digo que él ya tiene una. Se niega
sistemáticamente, dice: «No, no, eso ya pasó, este es un nuevo tratamiento, y ésta es una
nueva historia». Luego, comienza su relato con los episodios que culminaron en las
internaciones y marca como motivo de su enfermar las dificultades que le acarrearon
«adaptarse al idioma». Aclarándome que habla y lee tres idiomas desde niño, pero que
fue un «sacrificio» aprender el castellano y en particular los términos del lunfardo, ya
que este desconocimiento de la jerga, frecuentemente lo deja «afuera» de intercambios
sociales.
Su intención al llegar al país era cursar estudios universitarios, para lo cual rinde
exámenes de equivalencia. Cursando sus primeras materias comienza a ingerir
anfetaminas.
Le pregunto acerca de esas dificultades con el idioma, y dice que aunque tomó un curso
de castellano él «se sentía afuera», «...la gente no habla como le enseñan, hay palabras...
no entendía a compañeros, lunfardo no enseñan... »
Durante los primeros tiempos resulta difícil comprender sus dichos, tiene un acento
pronunciado, omite artículos y utiliza verbos en infinitivo.
En referencia a las anfetaminas, se justifica diciendo que por entonces todos las
tomaban. Quiero remarcar esta justificación, ya que por esta vía, la del «vicio», como él
la llama, es por la que se van a enmarcar todas sus entradas a los grupos sociales con los
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que se conecta; alcohol y drogas son sus llaves. Así quedarán delimitados territorios:
antifetaminas en la universidad, vino con los amigos y cuba libre en los cabarets.
Comenta que por entonces su padre era muy severo, de su niñez casi no tiene recuerdos,
sólo que su madre jamás estaba conforme.
Su religión, que ocupa un lugar importante, no le permitía fumar ni beber, nunca tomaba
durante las horas de trabajo, pero al salir «se despachaba a gusto" frecuentando bares
nocturnos.
Por entonces su ilusión era ganar mucho dinero y ser un profesional, pero la lentitud con
que marchaban sus estudios y los problemas de trabajo lo desesperaban; es así como los
abandona luego de ser reprobado por segunda vez en una materia. Decide entonces
cambiar por una carrera más corta, la que le permitiría una salida laboral más rápidaproyecto que logra, pues rápidamente se ubica trabajando en laboratorios.
Las antifetaminas como él las llama, le daban fuerzas, le quitaban el apetito, el sueño, y
lo mantenían delgado, tal como la moda lo exigía; esto lo hacía sentir, más viril,
permitiéndole acceder a las mujeres.
El alcohol ya lo bebía en Europa, con amigos, ambos temas los retomaré más adelante.
Relatando los motivos de su segunda enfermedad despliega un material delirante, dice:
«... escuchaba voces que me acusaban de espía». Tales voces le hablaban en idioma
materno, y le decían que él era el hombre elegido, que era vigilado por una estrella
artificial, la cuál, por medio de rayos electromagnéticos, podía causar efectos en su
cuerpo. Esta estrella era comandada por un Organismo especial llamado «el Heptágono»
a través del cual se informaban de todos sus movimientos.
De su primera internación sólo recuerda que comenzó a hablar sin poder parar, lo que
adjudicó a la falta de pastillas.
Luego de cada internación vuelve a ingerirlas, y en mayor cantidad «no podía parar de
tomarlas». Aparecen entonces serias dificultades para dorn1ir, las que lo llevan a beber
más cantidad de alcohol.
Es por ese tiempo que traba relaciones con una bailarina y se involucra con unos
marineros en un episodio de contrabando, el que relata de manera muy confusa diciendo
no haber sabido que estaba «fuera de la ley».
El desencadenamiento de su segunda enfermedad lo sitúa en torno al asesinato de dicha
bailarina, pues luego de enterarse del mismo comienza con temores «que no tenían
razón de ser». Al preguntarle acerca de estos temores, sostiene un episodio delirante en
torno a ser culpabilizado por el asesinato por una «policía secreta», sancionado por
voces que lo acusaban de espía.
Esta situación se le toma intolerable; es así como una noche no puede dormir, y se
dirige a un bar conocido en el que protagoniza una gresca que culmina con su
encarcelamiento. Sólo así se tranquiliza. Luego situará la ruptura de un vidrio -destroza
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el frente de dicho bar-, como el momento que inicia su pacificación -al acotar un goce
devenido intolerable.
Pero este intento de estabilización es efímero, ya que por la mañana, al ser interrogado
por el principal de la comisaría -quien intentaba tranquilizarlo sobre su pretendida
responsabilidad en el asesinato-, extrae de su bolsillo un frasco de anfetaminas, lo que
conduce al oficial a reproducir -sin saberlo--las voces que lo atormentaban, acusándolo
de drogadicto y «recordándole» que «¡Hay policía civil que te vigila!». Es éste el
momento de su segunda internación, que gira en torno a una idea: «el sello del
pasaporte», que ahora desarrollaremos.
Le pregunto acerca de estas voces, le digo si tiene él alguna idea de por qué le acusan de
espía, y dice a modo de confesión: «…me involucré con la policía secreta, vivía solo,
me investigaron, querían que entrara, me dieron vinito y entré,.. me pedían información
acerca de mis compañeros de estudios... pero después nadie sale de allí... ».
La situación va empeorando y toda la familia abandona el país, deciden venir a
Argentina por ser el único país donde no los reciben como «escapados». Recuerda que
al salir de su país, colocan en su pasaporte un sello que dice PASO STALEN, que él
traduce como paso permanente. Comenta que en el momento de su descompensación
pensó que por homofonía podrían leer allí «PASO STALIN»: esa marca en su pasaporte
lo designa como hombre elegido; ¿sería éste el lugar al que fue convocado?
Así tenemos:
Sello en el pasaporte: PASO STALEN-PASO PERMANENTE.
Por homofonía PASO STALIN, significante que remite al hombre elegido,
'Podemos reconocer allí un automatismo mental, donde la significación está planteada y
confirmada en el Otro, trampa de la homofonía mediante, aquello de lo que viene
escapando reaparece en los signos del lenguaje: él sabe que no es Stalin, pero su certeza
sostiene que son los otros los que pueden tomarlo como tal.
Se van produciendo cambios en su discurso -el que se toma más coherente a partir de la
«confesión de estos pensamientos»-. Sus preocupaciones tomarán nuevos rumbos,
aparecen cuestiones acerca de su identidad, comienza a formular teorías en tomo a su
enfermedad, se pregunta por qué, si es el hombre elegido, lo ha perdido todo.
Vira su atención hacia la persona del analista; quiere saber dónde vivo, cuál es mi
función allí. ¿Curar? ¿Aprender? ¿Cuál sería mi interés en atenderlo? Le pregunto qué
es lo que él espera del tratamiento y dice: «yo no podía confiar en nadie, temía que
psicólogos y psiquiatras fueran espías con grabadores, pero ahora muro cayó, como
muro de Berlín. Tenía miedo de contar estas cosas... antifetaminas no tomo más, pero
no quiero volver a caer. .. con tratamiento normalizar. .. frenar. .. vicio lleva a peor
lugar...»
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Las antifetaminas
Las antifetaminas, como él las llama, fueron durante algún tiempo la causa de su
enfermar. Recuerda cómo comenzó a tomarlas: «... sabía que había unas pastillas que
servían para no comer, y que te hacían sentir bien; yo estaba deprimido, mal con
trabajo; tenía un problema en el estómago, me ardía cuando estaba lleno. Así que
conseguí pastillas. Tomé la primera y me sentí perfectamente bien, sentí sensación
como si se anestesiara todo. Pero me dieron sed y tomé cerveza. Después salía a trabajar
como vendedor, nadie compraba. Quería ganar dinero, y no. Me puse triste y entonces
tomé más, Después no podía dormir y tomé cuba libre, así me enfermé…»
Se abren aquí cuestiones a pensar sobre el estatuto de su adicción, en cuanto a la
función de ésta en relación a la estructura de este paciente. Su problema no es la
adicción, su dificultad es lo que él define con el «sacrificio de adaptarse al idioma » y
particularmente con esa parte del idioma que escapa al diccionario, el decir popular
porteño, el lunfardo, modalidad idiomática que se define como < la jerga de los
delincuentes porteños» y que, en tanto tal, queda fuera del conjunto de palabras del
idioma castellano. Si tomamos esta imposibilidad de entrar en el idioma y su queja en
tanto nadie lo introduce en el lazo social, vemos la primera función de las antifetaminas
--que no será la única-.
Esta doble llave que constituyen la droga y el alcohol, que lo acercan a los grupos
sociales son también las que lo anestesian, las que lo hacen sentir más viril. El
interrogante sería: ¿Qué conlleva este término, en su particular denominación? ¿Qué
singularidad le confiere la sustitución del an por el anti? Podríamos pensar allí algo del
orden del conjuro, un anti-minas, no en la dirección de evitar la confrontación con el
sexo femenino, sino una forma de conjurar allí la irrupción de goce que lo feminizaría.
Revela que las voces son de mujeres, dice: «... es una voz de mujer que viene desde el
cielo... ». Recuerda también que le daba una orden: «Bajá la panza». Son las
antifetaminas las que lo mantenían delgado, librándolo de la «panza». Su efecto es
hacerlo sentir más viril.
La profesión finalmente elegida no quedará librada al azar, ya que la misma lo remite a
estudios histopatológicos de exámenes de control ginecológico. En esta misma línea
vale formular la hipótesis de un anti-feto, a partir de su teorización de la diferencia
sexual: sólo hay los que pueden tener hijos, y los que no pueden. Su «panza» devino un
indicador inquietante.
Podemos en este punto sintetizar las funciones que en este caso en particular, poseen la
droga y el alcohol:
l. Un modo de intentar establecer lazo social: antifetaminas en la universidad; cuba
libre en los cabarets; vino con los amigos.
2. El efecto de conjuro: neutralizando las voces, conjurando la irrupción de un goce que
tomaría su cuerpo, femineizándolo.
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Hace ya diez años que no las toma; hoy por hoy, las antifetaminas mantienen su
eficacia.
Elabora una teoría, un recuerdo le hace pensar: «antifetaminas no son la causa de mi
enfermar, ya antes escuché las voces, iba en colectivo, fue la primera vez que las
escuché y me desmayé». Podemos confirmar las antifetaminas como una forma de
respuesta al episodio alucinatorio. Una solución al proceso de su enfermedad.
En las últimas sesiones trae un escrito, lo comenzó cuando estaba «captado», está
escrito en su lengua materna, pero en versión antigua. Lo traduce y aclara que no
cualquiera, por más que hable su lengua, lo puede entender. Habla sobre sus orígenes,
posee números, y éstos una significación particular en su escritura en espejo. Aparecen
allí nombres de sus antepasados. Comenta que hace poco las voces volvieron, fue
mientras se estaba bañando, esta vez hacían referencia a las bondades de su virilidad y
su reacción fue contestarles. Fue la primera vez que entabló un diálogo. Les dijo: ¿«Pero
qué quieren ahora de mí? Les di todo, no tengo trabajo, ni profesión, tampoco juventud,
¡¿Qué más ahora?!»
Las voces le dicen que se quede tranquilo, que todo fue una broma («Llegamos a un
arreglo, dicen que fue una broma»).
Retomamos aquel gesto del inicio, esa primera entrevista donde trae una nueva historia
clínica, y consideremos la posibilidad de que este escrito sea el pie para dar lugar a que
escriba hoy él su historia. El análisis continúa.
Referencias Bibliográficas:
1.- J. Lacan “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”.
Siglo XXI. Escritos II, 1987.
2.-J. Lacan Seminario III. Ed. Paidós.
3.- Sylvie Le Poulichet Toxicomanía y psicoanálisis: las narcosis del deseo:
“Toxicomanía y Suplencia”, Pág.121-131. Amorrortu Editores, 1990
4.- Eric Laurent. Estabilizaciones en las Psicosis: “Vigencia de tres exigencias
deducidas de las enseñanzas de Lacan acerca de las psicosis”. Páginas 7-15. “Límites en
las Psicosis”. Ed. Manantial.
5.- Gorog, Laurent y otros. Psicosis y psicoanálisis. “Mesa Redonda: la presentación de
enfermos”. Ed. Manantial.
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