La_lluvia_del_mal_en_La_Ladrillera

Anuncio
La lluvia del mal en La Ladrillera
En la colonia de Tonalá viven centenares de personas que ganan 500 pesos semanales por trabajar
todo el día en la hechura de ladrillos. Pobreza extrema podría ser un eufemismo para describir sus
vidas.
La lluvia tiene la manía de caer de arriba para abajo y estar mojada. Por eso a Modesta Ávalos le entran
escalofríos cuando ve el cielo nuboso. Para ella una tormenta significa el paso de la pobreza extrema a
la hambruna. La lluvia deshace los ladrillos crudos. Y ladrillos es lo que hace Modesta, a cambio 400 o
500 pesos semanales, todo el día, todos los días desde que era una niña, en una colonia que le hace
honor al nombre: La Ladrillera, en Tonalá.
Ahora tiene 40 años y 13 hijos. Todos son parecidos a ella, de ojos inmensos y profundos. Los niños
tienen nombre de mártires, de gringos, de dictadores, de astros: Juan, de 19 años. Antonio, de 17.
Eliseo, de 16. Karina, de 15. Santos Guadalupe, de 13. Juana, de 12. Baltazar, de 11. Sebastián y
Brandon, de nueve, sin ser gemelos. Nisandro, de seis. Franco, de cinco. Santiago, de tres. Estrella, de
dos.
A los tres más grandes no los quisieron en la primaria porque tienen un problema de lenguaje. Los otros
van a medias. Menos Juana, que sacó chapa de genio, los que son buenos para las sumas no leen y los
que leen no suman. Y Modesta no puede ayudarles porque ni lee ni suma. “Conozco algunas letras,
pero no sé pegarlas”.
Con todo, la prole Aranda Ávalos se sacó un 10 con esa madre. Sus vecinos, los nueve niños García
Magallanes, no han pisado la escuela, porque hasta hace un año tampoco habían pisado el Registro
Civil y no tenían actas de nacimiento.
—¿Usted decidió cuántos hijos? —, le pregunto a Modesta.
—¡Nooo! Muy tonta yo, de a tiro. Me hubiera operado, pero tenía miedo, y nomás venían y venían y
venían.
Al final vinieron 13: muy buenos todos para hacer ladrillos y más les vale porque los 500 pesos a la
semana son en equipo. El esposo de Modesta y padre de todos, Juan Aranda, gana mil semanales, en la
construcción. Mil, más 500, entre siete días, entre 15 bocas: 14.2 pesos por boca por día… Eso cuando
escampa.
Cuando el cielo se pone gris, la esperanza de Modesta se pone negra. Hay que restarle al bolo
alimenticio semanal.
Con los aguaceros se deshacen lodo los ladrillos crudos, luego de que la madre y los niños se partieron
el lomo las ocho horas que les costó revolver el barro, hacer los bloques, tenderlos en el piso y
trincharlos —cuando ya han sido horneados sobreviven siempre que no se los lleve el agua—. Pero
además la lluvia visita siempre la casa de los Aranda Ávalos. El techo de la cocina es de ladrillo, pero
no tiene enjarre y eso es igual que detener el agua con un trapo, explica Modesta.
Trescientos litros de agua de lluvia entre 15 personas: 20 litros por piocha.
Incluso así a Modesta se la ve animosa. Entre techo de lámina o de ladrillo es mejor de ladrillo, dice. Ya
saldrá dinero para el enjarre porque ahorita no se puede. “¡Figúrese!”, grita Modesta, a quien el patrón
le descuenta 100 o 200 pesos cada semana, por los mil 900 ladrillos que tomó para construir su techo,
que no detiene el agua de la lluvia.
Acá Marx tendría que replantar su teoría. El explotador es el vecino y hermano de Modesta en un
barrio donde todos son miserables. En el hogar de los Aranda Ávalos, por ejemplo, cocina es
eufemismo de fogón y casa es eufemismo de cuarto.
En el cuarto donde siempre es de noche duermen los 15, vigilados por el Sagrado Corazón de Cristo y
San Martín Caballero, protector de los pobres.
Juan, Antonio, Eliseo y Santos Guadalupe se acomodan en un colchón matrimonial. Karina, Juana y
Nisandro, en uno individual. Brandon, Sebastián y Baltazar, comparten otro matrimonial. Modesta, su
marido, Franco, Santiago y Estrella en otro matrimonial.
Quienes la llevan peor en la noche son las chicas y Nisandro. Su colchón es un enredijo de alambres
cubierto con una cobija. “Las chiquillas me dicen: ‘¡Ay, amá! Los fierros me pican las costillas’.
Buscamos unas pinzas y los mochamos, hasta que se sale otro alambre”, se ríe Modesta, como si
acabaran de contar un chiste, con su cara de anciana que recién cumplió los 40.
A causa de los alambres Karina, Juana y Nisandro tienen sueño durante el día y, como el resto de sus
hermanos, tienen hambre las 24 horas. “¿Puedo darle una mordida al virote, amá?”, “¿Cuándo vamos a
ir al cerro por guayabas, amá?”, “¿Verdad que yo comí queso una vez, amá?”.
Cuando llueve la familia desayuna frijoles machucados con tortilla y come frijoles de la olla con
tortilla. No cena. Cuando escampa, la familia desayuna frijoles machucados con tortilla y come frijoles
de la olla con tortilla y papas o pasta. No cena. Cuando escampa hay para comer una tira de carne algún
domingo. Nunca hay leche ni refrigerador para almacenar alimentos. Nunca hay alimentos qué
almacenar. Juana, que heredó la inteligencia de su madre y es amante de ir a la escuela, dice que
cuando termine la secundaria quiere poner una tienda de abarrotes, para jamás pasar hambre. Modesta
opina que no tendrá para pagar la secundaria.
Si recibieran un bono por cada indicador de carencia social que reúnen, Modesta, su esposo, sus 13
hijos y sus vecinos serían ricos: rezago educativo, rezago en servicios de salud, rezago en calidad y
espacios de vivienda, rezago en servicios básicos de vivienda, rezago en alimentación, ingresos
inferiores a la línea de bienestar mínimo…
Pero Modesta no tiene un pelo de autocompasión. No inspira lástima. No le da la gana.
Es mediodía. Caminamos a la ladrillera, que está a una cuadra de la vivienda de los Aranda Ávalos.
Uno a uno, se van sumando los niños, canijos, sonrientes, descalzos. La Ladrillera está hecha un
lodazal, bajo una nube negra de hambruna. Huele a caño. Santiago comienza la fiesta. Se encuera y
salta a un charco grande que se formó junto al campo de trabajo. Lo siguen Franco, Nisandro, Brandon,
Sebastián. El agua les llega a las rodillas. Hacen buzos, saltan, se tiran lodo en la cara. Modesta sonríe.
Parece que el sol va a salir en sus ojos.
Descargar