“La casa de Dios somos nosotros mismos” (San Agustín) Homilía en el aniversario de la Dedicación de la Catedral de Mar del Plata 9 de febrero de 2012 Queridos hermanos: Celebramos hoy en esta catedral la solemnidad del aniversario de su dedicación como templo consagrado a Dios. Y en el marco de la semana vocacional, conferimos los ministerios de lector y de acólito a un grupo de futuros ministros de la Iglesia. Ambos acontecimientos se armonizan entre sí. La casa de Dios Solemnizar los aniversarios de los templos, es costumbre hondamente arraigada en la tradición de la Iglesia, desde la era de los Padres. Para ellos no se trataba solamente del recuerdo de una fecha, sino de una ocasión donde se ahondaba la conciencia del misterio de la Iglesia, como casa de Dios. Escuchemos, entre otros testimonios, estas palabras de San Agustín: “El motivo que nos reúne hoy en asamblea es la celebración solemne de la dedicación de una casa de oración. Y así, la casa en que proferimos nuestras oraciones es este edificio material, pero la casa de Dios somos nosotros mismos” (Sermón 336). Aquí está el sentido del misterio de fe que celebramos: “la casa de Dios somos nosotros mismos”. En efecto, conforme al lenguaje del apóstol San Pedro: “Al acercarse a él (Jesucristo), la piedra viva rechazada por los hombres pero elegida y preciosa a los ojos de Dios, también ustedes, a manera de piedras vivas, son edificados como una casa espiritual, para ejercer un sacerdocio santo y ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios por Jesucristo” (1Ped 2,4-5; cf Ef 2,19-22). A su vez, en este templo que es la Iglesia, cada cristiano es morada o templo donde habita el Espíritu Santo, según la enseñanza de San Pablo: “¿O no saben que sus cuerpos son templos del Espíritu Santo, que habita en ustedes y que han recibido de Dios?” (1Cor 6,19; cf 3,16-17). Es por el don del Espíritu Santo, que cada fiel queda incorporado a Cristo y a su Iglesia, y así participa del culto de la Nueva Alianza en el misterio del Templo. La Casa de Dios que somos nosotros mismos reunidos como Iglesia, es un edificio espiritual que nunca estará concluido hasta que se complete el número de los elegidos. Se trata de una construcción extensa como la historia y amplia como el mundo. El Espíritu y los cristianos la vamos edificando. En ella hay mucho lugar y es nuestra obligación invitar sin cansancio a nuestros hermanos los hombres a querer entrar y a colaborar en su decoro y ensanche. Católico ¡vuelve a casa! De un modo especial hoy quisiera, como obispo de esta Iglesia marplatense, expresión local de la Iglesia una, santa, católica y apostólica, invitar a volver a esta casa a quienes por una u otra razón se han ido de ella. Lo hago a través de ustedes. Jesucristo fundó sólo una Iglesia, no muchas. Una sola es la verdadera, capaz de albergar al mismo tiempo a santos y a pecadores como nosotros. Fundada sobre la fe de los Apóstoles y guiada por el Espíritu prometido por el mismo Cristo. Lo digo con un lenguaje llano, que ustedes, mis oyentes, sabrán traducir con la caridad y prudencia requerida en cada caso: “Católico, vuelve a casa. Te esperamos. Allí has nacido. Allí Jesús te enseñó a honrar a su Madre. Allí recibes las riquezas de la Tradición animada por el Espíritu de Jesús”. Con dolor de pastor debo decir que, en las últimas décadas, un porcentaje elevado de bautizados en la Iglesia Católica ha emigrado hacia otras propuestas. El fenómeno es complejo. Nosotros respetamos a todos, pero no podemos renunciar a nuestra convicción profunda. Pero si “la casa de Dios somos nosotros mismos”, como decía San Agustín, también podemos decir que Dios mismo es nuestra casa, pues en el libro del Apocalipsis leemos: “No vi ningún templo en la Ciudad, porque su Templo es el Señor Dios todopoderoso y el Cordero” (Apoc 21,22). De este modo, si el Espíritu nos incorpora a Cristo y nos lleva al Padre, con derecho concluimos que nuestra casa es la Santísima Trinidad. Los templos materiales, como esta hermosa catedral cuyo aniversario celebramos, surgen de una necesidad antropológica. Nos recuerdan que nosotros somos la casa de Dios y que Dios es nuestra casa. La Iglesia de la tierra debe ser edificada constantemente con el testimonio de la verdad y de la caridad. Esta es la obra de todos, en la medida del don de Dios. Palabra y altar Las gracias carismáticas, así como los ministerios jerárquicos, que el Espíritu distribuye según quiere, están al servicio de la edificación de la Iglesia. Hoy confiero a dos seminaristas, Cristián y Sebastián, el ministerio de lector. A otros seis seminaristas, Andrés, Diego, Maximiliano, Christian, Tomás y Juan Andrés, instituyo como acólitos, y en el mismo ministerio instituyo al candidato a diácono permanente, Miguel Zazza. Se trata en ellos de ministerios que anticipan gradualmente funciones que un día adquirirán plenitud con el Orden sagrado, en el grado respectivo del diaconado y del acolitado. Respecto del ministerio de lector, deseo recordarles, queridos hijos, las enseñanzas del Santo Padre Benedicto XVI, en la Exhortación Apostólica Verbum Domini: “Los aspirantes al sacerdocio ministerial están llamados a una profunda relación personal con la Palabra de Dios, especialmente en la lectio divina, porque de dicha relación se alimenta la propia vocación: con la luz y la fuerza de la Palabra de Dios, la propia vocación puede descubrirse, entenderse, amarse, seguirse, así como cumplir la propia misión, guardando en el corazón el designio de Dios, de modo que la fe, como respuesta a la Palabra, se convierta en el nuevo criterio de juicio y apreciación de los hombres y las cosas, de los acontecimientos y los problemas” (VD 82). 2 Los exhorto como padre a que estudien la Palabra de Dios y se enamoren de ella. Pero en el ministro de la Iglesia, el estudio verdadero de la Sagrada Escritura implica, además de la ciencia exegética, el contacto vivo con Jesucristo mediante la oración y la escucha atenta de la voz de la Tradición viva de la Iglesia y del Magisterio jerárquico. El testigo convence mejor que el letrado, aunque la ciencia sea siempre un requisito. En cuanto al ministerio del acólito, deseo recordarles que este ministerio es el último peldaño previo al Orden Sagrado. Recuerden que están destinados al servicio del altar y que es deber de conciencia aprender con precisión lo que pertenece al culto público divino, procurando captar su sentido íntimo y espiritual. Sus funciones requieren un especial sentido de lo sagrado, aspecto que quizá se ha visto desdibujado con frecuencia en nuestro tiempo. La piedad ardiente, la participación cotidiana en la Eucaristía y el conocimiento cada día mayor de este augusto sacramento, “fuente y culminación de toda la predicación evangélica” (PO 5), los llevará a entender y transmitir a los demás que debemos ofrecernos cada día a Dios configurándonos con Cristo Eucaristía. Sea éste un día festivo, de legítima alegría. La Iglesia marplatense espera mucho de ustedes. Sean fieles y aspiren a la entrega sincera de sus vidas al servicio de Cristo. Que la solemnidad de la Dedicación de esta iglesia Catedral, nos dé a todos los presentes un renovado entusiasmo por construir en la tierra el templo espiritual que anticipa el Santuario del cielo. + ANTONIO MARINO Obispo de Mar del Plata 3