FUNCIONA EN EL EDIFICIO DE MONTEVIDEO 919 DE LA CIUDAD DE BUENOS AIRES Un museo para que nadie olvide el horror vivido por el pueblo judío El Museo del Holocausto acaba de ser distinguido "sitio de interés cultural". SOBREVIVIENTE. David Galante. Vive en Belgrano y ayer contó su experiencia en el campo de Auschwitz. (E. Carrera) La historia de Matilde Bueno es una de las que más impresiona. Nació en Boedo en 1930. Siendo todavía una bebé, su familia —padre, madre y hermanos— se mudó a Salónica, en Grecia. La bestialidad del nazismo acabó con su vida: el 5 de mayo de 1943, con apenas 13 años, Matilde murió junto con su madre en una cámara de gas de Auschwitz, el mayor campo de concentración montado por el régimen de Adolfo Hitler. En esos antros de miedo y terror murieron unos 6 millones de personas. Hubo judíos, en su mayoría, pero también gitanos, homosexuales y opositores políticos, entre otros. El museo de la Fundación Memoria del Holocausto recuerda la Shoá, el término más preciso para definir semejante aberración a los derechos humanos. Holocausto refiere a "sacrificio". "Y ningún judío se sacrificó. Los aniquilaron", enfatiza Graciela Jinich, la directora del espacio, que funciona desde hace 10 años y en 2005 fue visitado por unas 8.400 personas. Están orgullosos en la fundación. Una semana atrás, la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires nombró al museo "sitio de interés cultural". Pronto, en el edificio de Montevideo 919, abandonado por 20 años después de ser una de las sedes de la Compañía Italoargentina, pondrán una placa para resaltar esta distinción. El inicio de la travesía por el salón principal —"Imágenes de la Shoá", en exposición desde 2002— sitúa al visitante en la ola de antisemitismo que invadía al mundo entre fines del siglo XIX y primeros años del XX. Lo traslada al breve período de entreguerras (1919/39): las teorías racistas y eugenísticas, el temor al comunismo tras la Revolución de 1917, el avance de los grupos xenófobos y la grave crisis económica de 1929. Y rápidamente lo atrapa en la pesadilla desatada a partir de la llegada de Hitler al poder en 1933. Impactan las fotos y retratos de las víctimas, los recortes de diarios y las portadas de revistas, las cartas personales y postales y hasta los trajes y zapatos auténticos de los reclusos en los campos nazis. Impactan por su crudeza. También por su cercanía y actualidad: algunas imágenes no pueden dejar de asociarse con los centros clandestinos de tortura implementados por la dictadura en nuestro país. O con la matanza de civiles inocentes en las guerras. El museo tiene otros dos salones (uno actualmente está en reparaciones). En uno de ellos se exhibirá hasta fin de año —después se mudará a Israel— la muestra "Monumentos Conmemorativos de Brandeburgo". Es una serie de paneles, con textos y fotos, que recuerda a las víctimas de los campos de exterminio del nazismo. "La fundación tiene como mandato ético dar cuenta del horror que significó la Shoá. Por eso, a través de distintas actividades culturales y educativas, intentamos evitar que esto se olvide y que vuelva a pasar", explica la directora Jinich. La historia de Matilde Bueno pide —ruega— que de una vez por todas realmente sea así.