Febrero de 2012 Desarrollo y modelos económicos en América Latina desde una mirada feminista1 Alma Espino2 1 Este documento fue realizado para la Fundación Friedrich Ebert en el marco del programa de estudios de género del Área de Distribución y Mercado Laboral del Instituto de Economía – FCEyA. UDELAR 2 Economista. Investigadora en el Instituto de Economía de la Facultad de Ciencias Económicas y de Administración. UDELAR 1 Contenido Introducción............................................................................................................................ 3 1. La crítica económica feminista ...................................................................................... 4 1.1. Aspectos conceptuales ......................................................................................... 4 1.2. Desigualdades de género, crecimiento y crisis .................................................... 5 2. Desarrollo actual y modelos económicos ..................................................................... 8 2.1. La coyuntura de la crisis ....................................................................................... 8 2.2. El contexto .......................................................................................................... 10 2.3. La redistribución es insuficiente a pesar del crecimiento .................................. 11 2.4. Especialización productiva e inserción internacional ........................................ 12 2.5. Se mantienen bajos niveles de productividad y las brechas internas y externas. 15 2.6. Problemas y desafíos para las economías en la región .................................... 17 3. Las economías latinoamericanas y las desigualdades de género: el mercado laboral 18 3.1. El trabajo no remunerado .................................................................................. 19 3.2. La participación laboral y el desempleo ............................................................ 21 3.3. El empleo............................................................................................................. 23 3.4. Las brechas en las remuneraciones.................................................................... 26 3.5. En síntesis ............................................................................................................ 27 4. Desigualdades de género, macroeconomía y respuestas a la crisis. .......................... 28 4.1. ¿Cómo ha afectado la crisis a la pobreza y el empleo de la región? ................ 28 4.2. Los impactos de la crisis según casos seleccionados ......................................... 30 4.3. En síntesis ............................................................................................................ 34 4.4. ¿Qué medidas tomaron los gobiernos con miras a la crisis y cómo se evalúan estos desde una perspectiva feminista? ................................................................................ 36 5. ¿Hacia una agenda económica feminista? .................................................................. 39 5.1. Desafíos desde una perspectiva de género y desarrollo ......................................... 39 5.2. ¿Qué propuestas alternativas hay en relación a los principios básicos y al rumbo de la economía? ...................................................................................................................... 41 5.3. Propuestas feministas y gobernanza económica global ......................................... 46 Referencias bibliográficas ..................................................................................................... 49 Anexo estadístico .................................................................................................................. 54 2 Desarrollo y modelos económicos en América Latina desde una mirada feminista3 Introducción Este documento tiene por objetivos en primer lugar, analizar y discutir desde el enfoque de la economía feminista algunos de los principales problemas y desafíos actuales de las economías latinoamericanas. En segundo lugar, desarrollar propuestas de políticas públicas orientadas a la superación de las desigualdades sociales y de género que afectan a la región a partir del análisis y diferentes aportes de las economistas feministas en el ámbito regional e internacional. En particular, además de revisar las bases estructurales de las desigualdades de género, se analizan los impactos en la región de la crisis económica y financiera global, procurando identificar qué lugar ocupan estas desigualdades en esta situación, cómo se retroalimentan o son afectadas. El análisis permite visualizar que la dimensión de género de los impactos de la crisis han dependido en buena medida, de la ubicación de las mujeres en el mercado laboral y de las políticas públicas implementadas, así como del contexto social, político y cultural que condicionan y configuran el sistema de relaciones de género. Más allá de la importancia de este episodio para la senda de crecimiento y el desarrollo de la región y los posibles cambios en las relaciones de género que pudieran tener lugar, se entiende que la crisis es una oportunidad para profundizar un proceso de debate y construcción de otro proyecto económico. En éste, la economía feminista puede realizar un significativo aporte, en la medida que coloca en el centro de este proceso otra dimensión: la sustentabilidad de la vida humana y la reproducción social valorada tanto como la dimensión económica. Ello supone cuestionar los objetivos mismos de la economía, así como rediscutir el rol del Estado y el mercado, y discutir el modelo de producción y de consumo. A los efectos de alcanzar los objetivos propuestos, el documento se organiza en cinco apartados. En el primero se desarrollan los principales aspectos del enfoque feminista de la economía y sus principales críticas a los marcos convencionales; en el segundo, se revisa el desarrollo actual y los modelos económicos en los países procurando dar cuenta de los problemas y desafíos que enfrentan las economías en la región; en el tercero se revisan las desigualdades de género en los mercado laborales y su relación con el funcionamiento de las economías; en el cuarto, se discuten los impactos de género de la crisis y las medidas que tomaron los gobiernos para enfrentarlos. Finalmente, en el quinto apartado se discuten algunas de las principales ideas hacia una agenda económica feminista. 3 Una breve versión preliminar de este documento se publicó en la Revista Nueva Sociedad Nº237. 3 1. La crítica económica feminista 1.1. Aspectos conceptuales ¿Cuál es el aporte de la economía feminista al análisis económico? ¿Cuáles son las características diferenciales de este enfoque con respecto a otros que mantienen notables coincidencias en términos de críticas a la teoría económica ortodoxa predominante? La economía feminista incorpora en su análisis de manera central las relaciones sociales de poder y –en tanto propuesta política- tiene como objetivo principal subvertir el orden de género vigente. Los cuestionamientos comunes desde la economía feminista -integrada por diferentes vertientes de pensamiento- se dirigen a aspectos centrales de los enfoques predominantes en la disciplina económica. Estos cuestionamientos procuran develar el sesgo androcéntrico de la economía así como definir de manera más amplia lo económico. Para ello, presta fundamental atención a las actividades realizadas histórica y principalmente por las mujeres y que suelen estar “invisibilizadas” para el análisis económico y las políticas públicas que de éste derivan. Se propone así recuperar a las mujeres como agentes económicos y mostrar las relaciones de género como relaciones sociales de poder. Ello supone más que incluir a las mujeres en el marco de supuestos y axiomas legitimados en la disciplina, desafiar el orden social existente que el mainstream de la economía ha contribuido a “construir y legitimar sutil y cuidadosamente” (May, 20024) (Espino, 2010). A partir de estos fundamentos, la economía feminista es necesariamente crítica al paradigma neoclásico, al cuestionar el funcionamiento del sistema económico y la injusta distribución de recursos, trabajos y tiempos, entre mujeres y hombres y entre otras dimensiones de la desigualdad, como clase, etnia y generación. En este sentido, comparte puntos de vista y perspectivas con el estructuralismo latinoamericano, el post-keynesianismo y el marxismo (Esquivel 2011). El orden social de género (Guzmán 2003) predominante en las sociedades actuales ampara y estimula desigualdades ente hombres y mujeres y consolida relaciones de poder asimétricas entre ellos5. Esas diferencias de poder tanto como las estructuras y restricciones que las originan y que permiten su persistencia están en el centro de la crítica y el análisis del enfoque feminista de la economía (Robeyns, 2000). En este sentido, se trata de comprender las instituciones políticas, sociales y económicas como instituciones “generizadas” para entender las prácticas, las ideas, los objetivos y los resultados de las políticas públicas; también, para revelar la forma en la cual las instituciones reflejan, refuerzan y estructuran las relaciones de género y las 4 Citada en Espino (2010) Este orden se ha construido a partir de estereotipos femeninos y visiones dicotómicas de la realidad, asociando a las mujeres con la sensibilidad, la intuición, la conexión con la naturaleza (y con los demás), el hogar, y la sumisión, y a los hombres, con el rigor lógico, la objetividad, el mercado, la esfera pública y el poder (Nelson 2004). 5 4 desigualdades de poder que estas entrañan (Mackay y Meier, 2003). Por su parte, este conjunto de elementos, al tiempo que permite entender la continuidad y persistencia de las desigualdades de género, puede contribuir a comprender y promover las posibilidades de cambio social (Espino 2010). Las propuestas de la economía feminista pasan por revisar el objetivo de la economía, el patrón de producción y consumo, y los costos ambientales para las mujeres y los pobres que estos significan. Así mismo se procura reconocer que la economía no solamente funciona en base al objetivo de maximización de las ganancias, sino también al trabajo orientado a la provisión de cuidados de las personas y a la solidaridad. Sin esta parte de la economía el funcionamiento del sistema es impensable. Por tanto, el crecimiento del PIB o la estabilidad macroeconómica como indicadores del éxito económico son insuficientes para dar cuenta del éxito en el logro del bienestar. 1.2. Desigualdades de género, crecimiento y crisis La investigación teórica y empírica desarrollada en las décadas recientes por las economistas feministas ha dado lugar a la existencia de un creciente cuerpo de evidencias, que demuestra que las desigualdades de género a nivel micro están relacionadas con los resultados macroeconómicos y el crecimiento de las economías6. No obstante, como se señala en diversos estudios, la dirección de esa relación varía, no es unidireccional. El efecto de la desigualdad de género sobre el crecimiento económico está influido por la estructura de la economía, la división del trabajo y el régimen de políticas económicas (por ejemplo, las normas sobre comercio e inversiones). Las políticas económicas y el sendero del crecimiento influencian el grado de igualdad de género que alcanzan las sociedades, al tiempo que las desigualdades afectan los resultados de las políticas al impedir una reasignación óptima de recursos en la economía, reforzando las desigualdades sociales y afectando la incidencia de la pobreza. Por su parte, bajo determinadas condiciones, diversos estudios empíricos han mostrado que las desigualdades de género pueden ser positivas para el crecimiento (la recuperación) así como negativas (por ejemplo, la incidencia de la fuerza de trabajo femenina en los sectores de la baja productividad), por su efecto sobre la ineficiencia de las políticas orientadas al desarrollo. En ese sentido, se advierte que «existen relaciones de “ida y vuelta” entre desigualdades de género y desarrollo económico». Esta relación entre desigualdades de género y resultados económicos también depende del tipo de indicadores de desigualdad empleados. Así, la brecha de salarios por género es un precio variable que produce rápidos efectos en el producto y el 6 Ver entre otros Banco Mundial (2004); Walters (1995); Seguino (2008); Kabeer (2006). 5 empleo7, mientras las brechas educativas o la segregación ocupacional han mostrado tener efectos de largo plazo en el crecimiento de la productividad, y por lo tanto, en retrasos en el desarrollo y el crecimiento (Seguino 2008). En consecuencia las investigaciones revelan que no es posible llegar a conclusiones universales (depende de los contextos nacionales, políticos, económicos, culturales), e invariables en el tiempo (corto y largo plazo) respecto a los efectos de género de los resultados macro, y más bien éstos deben ser estudiados de manera específica en cada contexto. A los efectos de analizar y discutir desde el enfoque de la economía feminista, los problemas y desafíos actuales de las economías latinoamericanas y en particular, la situación de crisis, este estudio se focaliza en los aspectos relativos al trabajo y el empleo. Ello obedece por un lado, a la estrecha relación entre estas variables con el bienestar y las desigualdades sociales y de género en el largo plazo y en la coyuntura específica por la que se atraviesa. Por otro lado, a que los impactos directos de la crisis tienden a verificarse de manera inmediata en el mercado laboral y finalmente, porque se dispone de mayor volumen de información actualizada y comparable desagregada por sexo en las estadísticas oficiales. Diversos estudios en el ámbito internacional han mostrado que las diferencias en las conductas laborales de hombres y mujeres determinan que a lo largo del ciclo económico, la fuerza de trabajo femenina muestre ciertas especificidades y formas de funcionalidad a las características del patrón de crecimiento y a las distintas fases del ciclo. Dichas especificidades están relacionadas con que el hecho de que el mercado de trabajo opera en la intersección entre la economía mercantil (productiva desde el punto de vista de la economía convencional) y la no remunerada (reproductiva). Esto es, se trata de la intersección entre las formas en que las personas se ganan la vida y cuidan de sí mismos y de los demás (Elson 1999). Los patrones de comportamiento de la fuerza de trabajo femenina en el largo plazo que se han verificado –en particular en las economías avanzadas- muestran una relacionan con la división sexual del trabajo en los hogares y en el mercado así como con la dinámica de la demanda laboral, dada por los ciclos y el estilo de crecimiento de las economías. Estos movimientos en el largo plazo reflejan al mismo tiempo los estímulos recibidos y los cambios paramétricos en los comportamientos femeninos así los cambios verificados en términos de proyectos laborales y profesionales a través de las distintas generaciones que se reflejan en las transformaciones de los comportamientos a lo largo del ciclo de vida. En las economías desarrolladas, los cambios en estos patrones de participación laboral femenina en el largo plazo han dado lugar a una relativa “feminización de la fuerza de 7 Las brechas salariales entre hombres y mujeres podrían incentivar la velocidad de recuperación de la economía y el crecimiento de corto plazo, aunque en el mediano plazo puede presentase la relación opuesta. Es decir, podría darse lugar a la reducción de la demanda potencial dado por las brechas de género, si esta brecha presiona hace que el salario medio baje, al menos en el corto plazo, generando reducción en la capacidad de consumo de las mujeres y las familias (Seguino 2008). 6 trabajo” que se ha discutido en base a diferentes hipótesis. Estas son las que refieren a los efectos “amortiguador”, “segmentación” y “sustitución” (Erturk y Cagatay 1995; Erturk y Darity 2000)8. La asignación de recursos humanos a la producción de mercado -determinada en gran medida por la división sexual del trabajo -distribución del trabajo doméstico9 y factores institucionales y culturales- otorga flexibilidad a la mano de obra femenina para los distintos momentos del ciclo económico, teniendo lugar su aumento en el crecimiento y su disminución en la recesión. Esa disminución “amortiguaría” el impacto sobre el desempleo. Por otra parte, la mayor flexibilidad de la fuerza de trabajo femenina explica en parte su predominio en los sectores de baja productividad (autoempleo, microempresas, servicios con bajas remuneraciones y bajos niveles de calificación) y en los momentos de crisis, la entrada en este tipo de ocupaciones se vería facilitada. La segregación laboral (ocupacional y sectorial) de género que caracteriza a los mercados laborales da lugar a que los cambios en el empleo femenino (entrada) o el desempleo (salida) dependan de la composición de los sectores y ocupaciones que son afectados por los ciclos económicos (segmentación). La hipótesis de la sustitución se relaciona con el hecho de que en la recesión la fuerza de trabajo femenina sustituiría a la masculina como forma de abaratar costos laborales debido a las brechas salariales y aprovechando la falta de capacidad para la organización sindical de las trabajadoras. En América Latina, la oferta laboral de hombres y mujeres en el largo plazo se ha mostrado como contracíclica, pero la femenina ha sido más inestable y susceptible a los acontecimientos económicos. Según Vazconez (2011) si bien este comportamiento contracíclico de la oferta laboral femenina ha sido característico en el largo plazo, en dos períodos este ha mostrado un carácter procíclico: a finales de los años 80 en que la economía tiene un repunte y crece mucho la participación en especial de las mujeres, y durante las crisis de finales de los 90 e inicios de los años 2000, en que las ofertas de trabajo de hombres y mujeres decrecen y se restablecen junto a la recuperación del PIB. Vásconez (2010) analiza el efecto de la feminización laboral -medida como la relación entre tasas de participación femenina y masculina sobre la tasa de crecimiento económico a nivel de ciclos cortos en países de la región-. Concluye que ésta tiene un efecto de signo positivo y significativo para la recuperación económica Ecuador, Perú, Argentina, Uruguay y Brasil; efecto que aumenta al ampliar el ciclo. Ello permitiría inferir que las mujeres ingresan al mercado en situaciones de crisis y este ingreso 8 Al respecto es una importante contribución la realizada por Claudia Golding en su artículo The Quiet Revolution That Transformed Women’s Employment, Education, and Family," American Economic Review, 2006, v96(2,May), 1-21 9 Debe considerarse adicionalmente que prácticamente no existe inversión en infraestructura de apoyo a las tareas domésticas y de cuidados de carácter público ni en corresponsabilidad con las empresas. 7 soporta en forma positiva la recuperación de las economías latinoamericanas. En términos de las hipótesis antes descriptas, en las economías latinoamericanas podrían encontrarse indicadores que verifican al menos en el pasado reciente, la hipótesis “segmentación” y la de “substitución” indicando la mayor participación de las mujeres en períodos de contracción económica. 2. Desarrollo actual y modelos económicos 2.1. La coyuntura de la crisis Las economías latinoamericanas pese a las diferencias observadas entre países y subregiones en diferentes dimensiones, también presentan características comunes relacionadas con las asimetrías registradas entre sectores productivos, actividades y empresas. Estas asimetrías tienen como correlato fuertes desigualdades sociales, entre las cuales se encuentran desigualdades de carácter más estructural, como las que existen entre hombres y mujeres en diferentes ámbitos (así como otras de origen histórico vinculadas a étnias y razas), que se entrecruzan y combinan con otras desigualdades sociales. En su conjunto, hoy la región muestra signos de recuperación de los impactos de la crisis internacional que se desatara en 2008 en primer lugar en Estados Unidos, para extenderse a los países de Europa y al resto del mundo. Luego de la contracción experimentada por las economías latinoamericanas en promedio en 2009, el PIB regional creció un 5,9% en 2010, aunque con gran heterogeneidad entre países (CEPAL, 2010a). Estos resultados en parte se debieron a la situación previa de carácter favorable que experimentara la región (factores externos) y en parte, a las respuestas de política pública frente a la crisis (implementación de políticas de sostén a la producción, el consumo, la inversión, el empleo y los salarios). El objetivo empleo y el sostenimiento de la demanda interna dio lugar a que estas políticas incluyeran marcadamente el fortalecimiento de las políticas sociales, programas de inversiones intensivos en empleo y en algunos casos, políticas de salarios mínimos para soportar la demanda interna. Aunque paradójico en la comparación histórica, mientras en los países desarrollados las acciones para enfrentar la crisis están privilegiando la baja inflación, el déficit fiscal reducido y la política social moderada10 en un contexto de baja imposición fiscal (Torres 2011), las respuestas en América Latina procuraron apartarse de las recetas ortodoxas o centradas en el mercado. Estas opciones realizadas por las economías avanzadas por su parte, además de los efectos sobre sus economías, podrían aumentar las restricciones a la demanda externa para los países de la región por la vía de la propagación de la austeridad. Así mismo, si las economías emergentes, especialmente 10 En contraste, en América Latina solamente dos países (Panamá y Perú) de los 18 países no ajustaron los salarios mínimos en 2009; y la mayoría de los países trataron de proteger a los trabajadores con menores salarios (Behrendt, C; Bonnet, F; Cichon M and Hagemejer, K. 2011). 8 China que ha tendido a apoyarse en las exportaciones para impulsar el crecimiento, fallara en fortalecer la demanda interna, ello acarrearía mayores problemas en este sentido (Torres 2011). Los impactos de la crisis no tuvieron las mismas características ni la misma gravedad a lo largo de toda la región, pese a que su demanda agregada es muy vulnerable a la contracción de la actividad económica mundial, debido a la dependencia de la demanda externa (exportaciones y turismo) y la inversión extranjera. A mayor interconexión comercial y financiera con los países en crisis, los impactos han sido mayores y por ende, los efectos resultaron inmediatos y superiores en los países con alto grado de dependencia con la economía norteamericana, como es el caso de México y los países centroamericanos y caribeños. Los principales canales de transmisión de los impactos de la crisis han sido la disminución de la liquidez en los países desarrollados y su efecto en las inversiones directas; la disminución de la demanda externa, por su impacto en las exportaciones y el turismo; y en algunos casos, fue muy importante la disminución en las remesas enviadas por los migrantes a sus países de origen. El comercio internacional ha sido un factor diferencial tanto en lo que tiene que ver con el tipo de productos (materias primas básicas y en combustibles, en los países de América del Sur; importadores de combustible y exportadores de productos de la maquila Mercado Común Centroamericano) así como con la orientación geográfica de las exportaciones y la dinámica del crecimiento mundial. En este sentido, cabe mencionar que Asia ha tomado una importancia creciente para los países de América del Sur, y superior a la del resto (con la excepción de Costa Rica) y la demanda mundial de materias primas está cada vez más ligada al crecimiento chino. Estas diferencias hacen que los países más beneficiados por el periodo de reciente mejora de los términos del intercambio (2003-2007) sean la República Bolivariana de Venezuela y Chile, parcialmente compensada en este último país, y en Perú por la remisión de utilidades al exterior, vinculadas sobre todo a la explotación minera. Por otra parte, las economías de Argentina, Estado Plurinacional de Bolivia, Brasil, Perú y Uruguay son las que registran los mayores incrementos del volumen exportado (Kacef y López-Monti, 2011). Los países de Centroamérica, importadores netos de petróleo y competidores de China en el mercado estadounidense, no solo sufrieron un deterioro en sus términos de intercambio durante la etapa de crecimiento regional, sino también una reducción de sus ventas externas en términos reales, en ambos casos con respecto al promedio de los años noventa (Kacef y López-Monti, 2011). En el caso de México por ejemplo, su elevado nivel de integración a la economía norteamericana a través de las exportaciones de materias primas industriales y petróleo explica que el impacto sufrido haya sido significativamente superior al resto de la región. 9 Por último, el papel de las remesas en la dinámica de la balanza de pagos muestra notables diferencias, ya que en los países de Centro América y Ecuador las transferencias provenientes de trabajadores residentes en el exterior es uno de los principales factores proveedores de divisas. De hecho, en países como Honduras, Haití y el Salvador el monto de las remesas ronda el 15%-20% del PIB y cerca de un 80% proviene de USA (Espino 2011)11. Los factores comentados contribuyen a explicar las diferencias en la evolución del nivel de actividad económica entre países. Si bien el PIB de la región disminuyó 1,9% en promedio en 2009 -la mayor caída desde 1983- en América del Sur, el descenso fue del 0,2%, y en Centroamérica se registraron tasas negativas o desaceleración del crecimiento con excepción de Panamá y la República Dominicana (Cuadro 1). En esta subregión el impacto de la crisis a nivel social se vio agudizado debido a la crisis alimentaria del 2007, principalmente en el sector rural (PMA, 200812). A ello se agregó el efecto del incremento internacional de los precios del petróleo, que provocó aumentos en los artículos de consumo, transporte, servicios y por ende, en la inflación. La situación inicial de las mujeres con relación al empleo y los ingresos, así como las características contextuales de las relaciones de género en cada país, las convierte en parte de los sectores vulnerables de la sociedad en momentos de crisis económicas. Los análisis sobre episodios similares anteriores han puesto de relieve la “no neutralidad” de los efectos de las políticas económicas13. Es decir, que tanto las políticas que contribuyeron a generar la crisis por la que se atraviesa, como las que se diseñaron para la recuperación, habrían tenido impactos diferenciales sobre hombres y mujeres. 2.2. El contexto El análisis de la crisis y sus impactos sociales y de género en sociedades y economías con marcadas desigualdades requiere caracterizar las fortalezas y debilidades estructurales que se reflejan en su evolución previa. Estas últimas también se expresan en la forma en que la crisis encontró a las economías y en la posibilidad que estas tuvieron de impulsar iniciativas para enfrentarla. En el quinquenio previo (2003-2007), la región creció en promedio 5,3%14; entre 1990 y 2008, la variación anual promedio fue de 3,2%, por encima de la cual se destaca Chile, Costa Rica, Panamá y la República Dominicana; en el otro extremo, se ubican por 11 Cabe señalar que en varios países de América del Sur (el Estado Plurinacional de Bolivia, Colombia, y Paraguay) las remesas de emigrados comienzan a tener una destacada importancia cuando se las compara con el promedio de los años noventa (Kacef y López-Monti 2011) 12 Citado en Espino, 2011 (en prensa) 13 Desde los 80 y hasta los primeros años de los 2000 algunos países de la región sufrieron crisis macroeconómicas severas, tales como México y Honduras durante mediados de los 90; Colombia, Panamá, Costa Rica, Ecuador y Brasil en 1999; Uruguay, Argentina y Venezuela alrededor de 2002. Estas crisis estuvieron asociadas con incrementos en la desigualdad y la pobreza. 14 Este ritmo de crecimiento no se había experimentado desde los años 70 (CEPAL, 2010a). 10 debajo de ese promedio Brasil, El Salvador, Haití México, Paraguay, Uruguay. Este crecimiento se ha señalado que estuvo principalmente asociado a los flujos de capitales -de naturaleza extremadamente cíclica-, lo cual se tradujo en sustanciales variaciones de la demanda agregada, el tipo de cambio y las expectativas o el ánimo de los actores económicos (Ffrench- Davis, 2010). El PIB per cápita en ese lapso creció 1,7%, es decir, menos que el registrado por ejemplo, en Asia oriental (4,1%) y similar al de los Estados Unidos, que tiene un ingreso per cápita que casi quintuplica el de la región (CEPAL 2010a). 2.3. La redistribución es insuficiente a pesar del crecimiento La evolución del producto entre 2003 y 2008 se vio acompañada por la caída en el desempleo de más de tres puntos —de 11% a 7,4% en el promedio regional— mientras los salarios se incrementaron dando lugar a una reducción del coeficiente de Gini medio de la región del orden del 4% en comparación con el de 2002. El mismo índice promedio en torno a 2007, calculado sobre una base comparable en términos de los países y áreas geográficas utilizadas, es de 0,515. Por tanto, puede decirse que en ese período no ha habido un cambio significativo de los patrones distributivos prevalecientes en la región y la desigualdad continúa siendo mayor que en las demás regiones del mundo15 (CEPAL, 2008a). De la mano de la recuperación de las economías, las cifras ofrecidas por CEPAL (2011) indican que entre 2002 y 2010, 11 países presentan mejoras distributivas en sus niveles de desigualdad, independientemente del indicador utilizado para su medición (Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, El Salvador, México, Panamá, Perú, Uruguay y Venezuela). Ello se explicaría por una distribución más equitativa de los ingresos laborales por ocupado debido a la progresiva mejora en la distribución de la educación y la reducción en las brechas salariales entre los trabajadores más y menos calificados. La desigualdad proveniente de la diferencia en el ingreso laboral medio entre hombres y mujeres, aporta en promedio, un 3% de la desigualdad total lo cual puede considerarse un porcentaje relativamente bajo. No obstante se trata de un porcentaje que si bien es muy bajo, no es representativo de la brecha de género en los ingresos laborales, ya que no toma en consideración que las mujeres tienen un promedio de años de estudio más alto que los hombres en la mayoría de países de la región. Al comparar los ingresos medios entre personas de distinto sexo con un nivel educativo similar, la brecha salarial en perjuicio de las mujeres se hace evidente (CEPAL 2011:30). Además de la evolución registrada en los indicadores del mercado laboral, las mejoras distributivas globales se atribuyen a la incidencia de de las transferencias públicas monetarias16 que abarcan a 41% de las personas del primer quintil de ingresos de los 15 Uruguay con un Gini de 45% es el que presenta la distribución menos desigual de América Latina pero supera largamente a la de todos los países desarrollados (PNUD, 2010). 16 La reducción de la pobreza extrema reduce la desigualdad en tanto reduce la desigualdad “entre pobres”. 11 hogares. Este tipo de transferencias habrían contribuido a desconcentrar la distribución del ingreso global per cápita (CEPAL, 2011). Probablemente, también ha influido en estos resultados la intensificación de políticas fiscales contracíclicas, las reformas fiscales en algunos países y en otros, el retorno a la regulación laboral y de seguridad social. 2.4. Especialización productiva e inserción internacional La evolución de los diferentes sectores de actividad económica en términos de producción, productividad y empleo si bien presentan características comunes entre países, mantienen fuertes especificidades dadas tanto por las características estructurales de las economías como por las apuestas de políticas impulsadas. Esas últimas si bien se han expresado en ciertas áreas -social, fiscal- aún no se visualizan en términos de un mayor equilibrio estado - mercado y de estrategias macroeconómicas, microeconómicas y sectoriales con el objetivo de promover cambios estructurales. En los próximos párrafos se señalan algunas de las características de los sectores de la producción que contribuyen a explicar las brechas externas e internas de las economías latinoamericanas, y su impacto en las brechas sociales y de bienestar entre grupos poblacionales. La producción industrial En las dos últimas décadas el sector manufacturero perdió participación en el valor agregado nacional pese a la expansión verificada en los 90 y en el período reciente (2003-200817). Este sector a lo largo de la región presenta dos variantes principales. La primera, responde a un sector industrial beneficiario del modelo de industrialización por sustitución de importaciones (ISI), con protección del estado y estimulado por las políticas públicas para el fomento y el desarrollo de las capacidades tecnológicas. Este sector ha reducido su dimensión debido al incremento de la competencia externa en las últimas dos décadas, al tiempo que habría aumentado su eficiencia y mejorado su inserción internacional en base a los sectores y empresas que lograron sobrevivir. Su desarrollo exportador y tecnológico ha sido en general muy modesto. Por su parte, la otra variante de desarrollo industrial se vio impulsada a partir de los años 80 por las actividades de maquila, las zonas francas o los regímenes de admisión temporal. En este caso, el sector depende de la división del trabajo en las grandes empresas multinacionales y de la conformación de las cadenas de valor en cada sector o bien de la red global de producción18 (CEPAL, 2008b). ¿Cuál ha sido el aporte del sector industrial a crecimiento y diversificación de comercio internacional de la región? El volumen de las exportaciones en el promedio regional 17 En Argentina, Colombia, Costa Rica, el Ecuador, el Estado Plurinacional de Bolivia, Nicaragua, el Perú y el Uruguay, se incrementó el peso de la industria en la generación de valor agregado nacional (CEPAL 2010a). 18 México y los países de la Cuenca del Caribe, han desarrollado nuevas ventajas comparativas en manufacturas en base a su integración creciente con Estados Unidos. 12 creció significativamente a partir de los años ochenta —más rápido que el comercio mundial— diversificándose modestamente tanto los productos exportados como los mercados de destino (CEPAL 2010a). En términos absolutos, el crecimiento de las exportaciones de la última década y media ha sido muy inferior al de los años 70 19. Si se exceptúa a México, las exportaciones de bienes primarios y manufacturas basadas en recursos naturales representan casi un 70% de las exportaciones totales de mercancías (Sánchez Ancochea 2009). El aumento del coeficiente de importación industrial ha sido más marcado que el de exportaciones entre 2003 y 2008, evidenciando la dificultad del aparato productivo industrial para competir en la mayoría de los sectores20. Estas dificultades se dan tanto en los sectores intensivos en tecnología como en trabajo, estos últimos, expuestos a la competencia de nuevos productores sobre todo de países de Asia. En El Salvador, Honduras y la República Dominicana, países en los que se desarrolló la industria textil para la exportación desde mediados de los años 80, su producción ha sido afectada por el deterioro de los términos de intercambio (el precio de los textiles ha crecido por debajo del nivel general de precios desde mediados de los 50), la competencia de las exportaciones de China y el escaso valor agregado contenido en las exportaciones. Por su parte, la participación de las manufacturas en las exportaciones totales es significativamente mayor en el comercio intrarregional; pese a que en Sudamérica se ha mantenido una especialización más tradicional basada en recursos naturales, la importancia de las manufacturas para el mercado regional en el caso de Mercosur ha sido creciente21 (CEPAL, 2008b). De acuerdo a CEPAL (2010a), el proceso de pérdida de capacidades tecnológicas y encadenamientos productivos a lo largo de los años ochenta y noventa, que se viera acompañado de reducción de gastos en investigación y desarrollo y de un incremento de la importación de bienes de alto contenido tecnológico, crearon las condiciones para que en el período de crecimiento reciente (2003-2008), el aumento de la producción manufacturera fue “esencialmente cuantitativo” y no estuviera acompañado por la construcción de de capacidades tecnológicas. La producción basada en recursos naturales La producción basada en recursos naturales mantiene gran importancia para la región. En particular, el complejo agroalimentario contribuye a la oferta de alimentos y a la seguridad alimentaria, tiene un fuerte impacto sobre la demanda de mano de obra (18% del empleo en 2005) y ocupación un 50% o más de la superficie dedicada a la 19 Durante el periodo 1970-1980 las ventas de bienes en el exterior crecieron al 20% medio anual y superaron en ritmo de expansión a las de los países de la OCDE. 20 En México aumentó el contenido importado de la producción habría ocasionado un déficit de balance comercial de 2,2% del PIB en promedio durante el periodo 2001-2008 (Moreno-Brid, 2009: 10). Las exportaciones de petróleo explicaban más 10% del valor de las exportaciones totales antes de la crisis, lo que tornaba a la economía altamente vulnerable a la reversión del boom petrolero (Espino, Esquivel, Rodríguez, 2011). 21 Ello también se verifica en el caso de Colombia, Ecuador y República Bolivariana de Venezuela (Comunidad Andina), Guatemala, Honduras y Nicaragua (Mercado Común Centroamericano), y Dominica, Jamaica, Trinidad y Tobago y San Vicente y las Granadinas (Comunidad del Caribe) 13 actividad agrícola-ganadera y sus primeras etapas industriales, su contribución a las exportaciones (16% del total regional en 2005 y más del 50% en muchos países) (CEPAL 2008b). En el período 2003-2008, los elevados precios de los productos agrícolas y mineros exportados por la región compensaron el déficit de balanza comercial. El aumento de la participación de las exportaciones de este tipo de bienes se ha señalado que presenta desventajas, derivadas de la mayor volatilidad de sus precios respecto a los bienes manufacturados en el mercado internacional. Ello afectaría directamente la demanda agregada y la balanza de pagos de los países, siendo una fuente de inestabilidad macroeconómica. Para Ancochea (2009) a ello se agregan las dificultades para crear encadenamientos entre sectores y generar un proceso sostenido de aprendizaje e innovación tecnológica, debido a que muchos productos agrícolas utilizan una mano de obra poco calificada, no suelen generar capacidades productivas, de diseño y ejecución de proyectos y capacidades de innovación, elementos que serán necesarios para aumentar la productividad y el crecimiento económico de forma sostenida. Los sectores intensivos en recursos naturales también tendrían menor capacidad para generar eslabonamientos hacia atrás y hacia adelante por la elevada "distancia tecnológica" que existe entre la actividad actual y las nuevas actividades que se pretenden generar (CEPAL 2010a). No obstante, para muchos países las ventajas competitivas dependen en gran medida de los recursos naturales y de acuerdo a CEPAL (2008b) se podrían generar encadenamientos con otros sectores y actividades, constituyendo así fuente de competitividad y aprendizaje tecnológico. Los servicios El sector de los servicios ha tendido a crecer en sus distintas áreas -transporte, finanzas, turismo y empresas-representando un porcentaje cada vez mayor del PIB y del empleo. Este crecimiento ha estado acompañado por el predominio de los empleos de baja calidad (bajos salarios y escasa productividad) y diversas estrategias laborales de supervivencia. A su vez, se identifica una mayor participación de las actividades del sector en un segmento emergente con creciente demanda de mano de obra calificada y una inserción cada vez mayor en las cadenas globales de valor, a través de las exportaciones, pero en general en las actividades menos dinámicas (CEPAL, 2008a). El mayor dinamismo de las actividades de servicios dentro del comercio internacional excluye el transporte y el turismo. En esos servicios dinámicos América Latina y el Caribe registraron un crecimiento que se mantuvo por debajo del observado en Asia y el mundo. Gran parte de esos “otros servicios”, sobre todo los prestados a las empresas, están basados en el uso intensivo de conocimientos tales como de contabilidad, administración de recursos humanos, asesoramiento legal, programas y servicios informáticos, medicina, investigación y desarrollo (IyD), arquitectura, ingeniería, construcción, publicidad, logística, mantenimiento, minería, maquila y biotecnología. Argentina, Brasil, Costa Rica, Honduras y Paraguay registraron las tasas 14 más altas de crecimiento de esta categoría, mientras que su mayor participación en las exportaciones en 2005 se observó en Argentina, Brasil y Paraguay. La Comunidad Andina (CAN) y México fueron los menos dinámicos en este rubro. De hecho, al final de este período México perdió el primer lugar como exportador, quedando a la zaga de Brasil (CEPAL 2008b). 2.5. Se mantienen bajos niveles de productividad y las brechas internas y externas. En el contexto económico reseñado, durante el período 1980-2002, la productividad global de buena parte de las economías latinoamericanas y caribeñas22 registró un relativo estancamiento que se interrumpió entre 2003 y 2008, con la recuperación del crecimiento asociado al ciclo favorable de precios de materias primas y productos básicos23. Las diferencias de productividad observadas entre los distintos sectores de actividad, también se dan dentro de cada uno de ellos así como entre las empresas de cada país y estas diferencias, son muy superiores a las que se observan en los países desarrollados. La brecha externa o rezago relativo refleja las asimetrías en las capacidades tecnológicas de la región con respecto a la frontera internacional. La brecha interna -entre sectores, actividades y empresas y trabajadores- da lugar a lo que se ha denominado heterogeneidad estructural (CEPAL 2010a). Esta heterogeneidad se traduce en desigualdades sustentadas en las estructuras productivas y en el funcionamiento de los mercados, que alimentan las profundas desigualdades sociales de América Latina y el Caribe. La evolución del trabajo remunerado ha mostrado una tendencia al aumento de la participación en puestos en sectores de baja productividad24 (agricultura, el comercio y la construcción)25 (1990-2008) a expensas de los sectores de productividad media (industria y transporte). Solamente un pequeño porcentaje de empresas y trabajadores se acerca a la frontera internacional en términos de productividad, lo que refuerza la heterogeneidad estructural y las marcadas desigualdades sociales (CEPAL, 2010a:98). 22 La productividad relativa de América Latina respecto de los Estados Unidos en los sectores de alta productividad (minería, electricidad y establecimientos financieros) cerró la brecha entre 1990 y 2008, mientras que esta se ha ampliado en la mayoría de los sectores de productividad media y baja, como la agricultura, la industria, el transporte y el comercio. La única excepción es el sector de la construcción que, pese a ser de baja productividad, cierra la brecha, principalmente por la caída de la productividad en los Estados Unidos (CEPAL, 2010a) 23 “La productividad laboral del sector industrial de los países de la región se incrementó un 2% anual entre 2003 y 2007, lo que representa el peor desempeño de este indicador en los últimos 37 años, con la excepción de la “década perdida” de los años ochenta” (CEPAL, 2010a: 110). 24 El sector de baja productividad incluye a unidades económicas que trabajan casi sin utilizar ningún tipo de mecanización, con una muy baja densidad de capital y en las que las tecnologías en uso son extraordinariamente atrasadas. Desde el punto operativo se consideran las empresas de hasta 5 trabajadores, ocupados por cuenta propia no calificados, ayudantes familiares y servicio doméstico. 25 Los sectores de alta productividad en el empleo representan un 8,1% en 2008 (CEPAL, 2010a) 15 El sector de baja productividad responde por la mitad del empleo y aporta solo un 10,6% al producto. La distribución desigual de la fuerza laboral entre los distintos estratos productivos -una gran proporción de los ocupados en el estrato bajo que aporta una parte ínfima del producto, y una fracción muy reducida de los trabajadores en el alto, aportando un porcentaje muy elevado del producto- se genera por la escasa capacidad de los sectores más modernos y más avanzados de absorber fuerza de trabajo, expulsando mano de obra excedentaria hacia los sectores de menor productividad (CEPAL, 2011). Todo ello da lugar a una distribución muy desigual de la productividad (medida ésta a través del PIB por ocupado) que crea las condiciones para una apropiación muy desigual de las remuneraciones entre los trabajadores. A mayor heterogeneidad estructural por tanto, se amplían las desigualdades, lo que se aprecia a partir del valor registrado por el índice de Gini. Este registra su menor valor (49,7), en el grupo de países de heterogeneidad estructural moderada, aumenta para los de heterogeneidad estructural intermedia (52,2) y en los países con heterogeneidad estructural severa alcanza a 53,3 (CEPAL 2011)26. Si bien en las dos últimas décadas disminuyó la población ocupada en sectores de baja productividad el hecho de que lo hiciera en mayor proporción entre los ocupados de mayores ingresos de esos sectores profundizó la desigualdad en ese segmento, ya que aumentó la distancia entre éstos y los sectores más pobres. Por su parte, aumentó la brecha entre los quintiles superiores de los inferiores dentro del empleo en sectores de mayor productividad. Es decir, que se ensanchó la brecha entre los empleos en sectores de mayor y menor productividad debido a una mayor estratificación al interior de ambos sectores. En el primer caso, aumentando y alojando a mayor proporción de población de mayores ingresos. En el segundo caso, con un descenso que se concentró sobre todo en los quintiles superiores y que fue menos notorio entre los ocupados de menores recursos. Este aumento de la estratificación del empleo en sectores de baja productividad se refleja también en la concentración de ingresos laborales entre las mujeres ocupadas de sectores de baja productividad, que es superior que en el caso de los hombres (CEPAL 2011). Por su parte, en el período de crecimiento económico que tuvo lugar en años recientes, la tendencia al alza de las remuneraciones reales de los ocupados y los asalariados se explica en buena medida por el comportamiento de los ingresos en los sectores de mayor productividad, aumentos que prácticamente no han permeado al sector informal (CEPAL 2010c). 26 Se realizó una clasificación en tres grupos de países según su nivel de heterogeneidad estructural. Esta clasificación fue realizada en base a distintos indicadores de desempeño económico, empleo y heterogeneidad estructural: PIB per cápita, PIB por ocupado, tasa empleo/población, composición del PIB y del empleo por estrato productivo, productividad por estrato productivo (CEPAL 2011) 16 2.6. Problemas y desafíos para las economías en la región Algunas de las principales características y problemas de las economías de la región – que han sido reseñadas- se enmarcan en situaciones específicas y tienen aspectos comunes, aunque existen sustantivas diferencias entre países y subregiones -algunas de las cuales han sido comentadas-. Estas últimas tienen raíces históricas y políticas, están ligadas a sus estructuras productivas y dotación de recursos económicos, y a las modalidades de inserción internacional que han ido construyendo. Estas diferencias importan en la coyuntura planteada por la crisis con relación a su recuperación y de alguna manera podrán repercutirán en el largo plazo. Por ejemplo, los países del sur –tanto los de Mercosur como algunos países andinos, especialmente los de la Cuenca del Pacífico– debido a dinamismo asiático podrían mejorar su relación real de intercambio en el corto plazo, si continuaran aumentando los precios de los commodities. Por su parte, la subregión caracterizada por la producción y exportación de “maquila” tendrá que hacer frente a la competencia asiática, especialmente en el mercado estadounidense, lo cual hace previsible perspectivas menos halagüeñas. Hacia el largo plazo, uno de los principales desafíos económicos para la región, además de seguir avanzando en la reducción de las desigualdades consiste en el rediseño de su modelo de inserción internacional. No obstante, la capacidad de las economías grandes de la región para seguir una estrategia de crecimiento guiado por exportaciones se ve seriamente limitada por los riesgos que se deviene de la situación coyuntural como la apreciación cambiaria (Brasil y Chile) y/o inflación doméstica (Venezuela y Argentina). En el caso de los países centroamericanos y México que han visto desacelerar el crecimiento de sus exportaciones y dependen cada vez más de la evolución de la economía norteamericana, adicionalmente enfrentarán una agresiva competencia de China y otros países asiáticos (Albrieu y Fanelli 2010). Por su parte, debe considerarse que a pesar de la recuperación verificada en la región, los ajustes post-crisis -en Europa y Estados Unidos- no han terminado y en muchos casos recién están comenzando. Por lo tanto, el sendero de ajuste que sigan los países del norte en el plano monetario, cambiario y fiscal será un factor muy relevante para las economías latinoamericanas. Los efectos de derrame que puedan provocar los excesos de liquidez internacional asociados con el “quantitative easing” y otras operaciones orientadas a reactivar el crédito en los países desarrollados pueden constituirse en una gran amenaza (Albrieu y Fanelli 2010). Esto podría dar lugar a una mayor entrada de flujos financieros que aumente la vulnerabilidad de la región a movimientos de capitales especulativos y a la apreciación del tipo de cambio real. A ello se suma la caída proyectada en el dinamismo de la demanda agregada de los países desarrollados -compensada parcialmente por aumentos de la demanda agregada en los países en desarrollo- con una desaceleración general de los flujos comerciales (CEPAL 2010ª). Estos factores combinados con el aumento de los precios de los productos básicos podrían continuar estimulando la especialización intensiva en la producción y 17 exportación de bienes primarios. Una mayor especialización en este sentido, aumentaría (mantendría) la vulnerabilidad de las economías a los choques externos generando mayor volatilidad en los agregados macroeconómicos internos, afectando negativamente la capacidad de las economías de crecer, de generar empleo productivo y de disminuir la desigualdad (CEPAL 2010a). El desafío de restablecer el crecimiento de manera sostenida para dar respuesta a las necesidades sociales que se presentan supone mayores inversiones lo cual, en la región, implica un incremento de la demanda de divisas para adquirir bienes de capital que, en su mayoría, son de origen importado en un entorno de mengua del comercio global y, por otra, de sistemas financieros sujetos a regulaciones y supervisiones más estrictas, con menor dinamismo de los mercados de crédito y mayores tasas de interés. En el área fiscal, el desafío al gasto público proviene no solamente del área social para incrementar la cantidad de recursos que se recauden y mejorar su incidencia en la distribución del ingreso, aumentando la carga sobre los sectores más favorecidos, sino que incluye, por ejemplo, la inversión pública en infraestructura que además repercutir en la actividad de otros sectores y su capacidad para reactivar la economía, tiene una incidencia muy significativa en la competitividad y en la definición del perfil productivo (Kacef y López-Monti 2011:65). 3. Las economías latinoamericanas y las desigualdades de género: el mercado laboral El breve repaso de las principales características de la especialización productiva, la inserción internacional y la evolución de la productividad en la región, permite explicar al menos en parte, algunas de sus características sociales. Por un lado, el estilo de crecimiento inestable verificado en el largo plazo, con ciclos económicos cortos, ha tenido un sesgo regresivo sobre las condiciones sociales y la equidad. En las recesiones y las crisis se experimentan pérdidas por parte de las poblaciones más pobres o vulnerables, que obedecen a la caída de los ingresos, y que implican un menoscabo general de capacidades en términos de calidad de vida. Esto condiciona la calidad de vida en el presente tanto como las trayectorias laborales futuras (abandono del sistema educativo, exclusión de la seguridad social, entre otros) impidiendo entre otros, mejoras en la inserción laboral a lo largo del ciclo de vida. Las personas y los hogares más alejados de redes sociales y con menor poder de negociación experimentan procesos de exclusión que son lentos y difíciles de revertir. Las experiencias de las crisis anteriores muestran que el impacto negativo sobre la pobreza, el bienestar y la inclusión social suele ser más profundo y duradero que el impacto sobre el crecimiento económico (CEPAL 2010a:44). Las desigualdades de ingresos derivadas de las divergencias en las remuneraciones por trabajo no se explican solamente por las diferencias de productividad que fueran señaladas. En estas inciden otros factores de discriminación y segregación como los 18 étnicos y raciales, que en todos los casos se ven reforzados por las desigualdades de género. Si bien una parte muy significativa de las desigualdades sociales en la región se debe a los resultados del mercado de trabajo, determinados en gran medida por el modelo económico elegido por cada país y la dinámica de la productividad, las desigualdades de género no se explican solamente del mercado laboral “para adentro”. Pese a que la economía reproductiva se asume como dada y su funcionamiento como carente de articulación con la economía de mercado (Walters 1995, Darity 1995, Elson 1995), ésta actúa sobre la dinámica económica y sobre las posibilidades de las mujeres de aprovechar oportunidades. Precisamente, la inserción laboral está condicionada por desigualdades previas a la entrada al mercado de trabajo, debidas en parte a las formas de organización prevalecientes de la reproducción social. La distribución sectorial de la fuerza de trabajo si bien obedece a determinantes de demanda también depende de las condiciones de oferta, de su interrelación con las desigualdades de género amparadas en normas, costumbres y factores de discriminación (percepciones sobre lo femenino, regulaciones en diversos ámbitos y en particular las diferencias de poder en diversos terrenos), pero también en esa forma de organización. En los párrafos siguientes se presenta un panorama sintético de las diferencias entre hombres y mujeres en los mercados laborales de la región y sus implicancias para las desigualdades de género. Estas diferencias reflejan maneras de pensar, estrategias económicas que persiguen objetivos de maximización de ganancias por parte de las demanda, y en un círculo vicioso entre desigualdades micro y meso que contribuyen a las asimetrías de poder entre hombres y mujeres. Estas simetrías refieren a las opciones sobre la vida personal de los individuos pero también a las diferentes capacidades para intervenir en el cambo social. 3.1. El trabajo no remunerado Las mujeres dedicadas exclusivamente a las tareas del hogar oscilan entre un mínimo de 20.1% de las mujeres de 15 años y más en Chile a 37% en México (Cuadro 2). El tiempo destinado a los distintos tipos de trabajos (mercado y hogares) marca una gran diferencia entre hombres y mujeres (Gráfico 1), que se expresa en las características que asumen el empleo para unos y otras, tanto como el tiempo libre (recreación, cuidados personales). Así mismo, ello refleja la considerable proporción de mujeres que no cuentan con ingresos propios, lo cual limita su capacidad de negociación en los hogares no solamente, por lo que Amartya Sen27 define como “posición de ruptura” o el “interés percibido”, sino también la “contribución percibida”. Estos elementos pueden debilitar a las mujeres en el proceso de negociación y condicionar los resultados de la misma en base las percepciones, manteniendo las desigualdades de género. 27 Un mayor desarrollo de estos factores pueden verse en Sen, A. (1990), "Gender and Cooperative Conflicts", en Tinker, I. (ed.), Persistent Inequalities. Women and World Development, University Press, Oxford. Versión en español disponible en M. Navarro y C. Stimpson (comps) (2000) Cambios sociales, económicos y culturales. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. 19 Gráfico 1 Fuente: CEPALSTAT Fuente: CEPALSTAT A pesar de la mayor carga de trabajo no remunerado que presentan las mujeres, su participación laboral se ha incrementado significativamente impulsada por factores de oferta y de demanda. Entre los primeros se cuenta el aumento de las calificaciones para el empleo debido a las mejoras en la educación y la adquisición de experiencia. A su vez, las tendencias demográficas relacionadas con menores tasas de fecundidad28 crean condiciones para el empleo remunerado. En este sentido, debe considerarse que la disminución de la fecundidad promedio esconde importantes diferencias por grupos sociales, con una menor incidencia en los sectores más pobres. En los sectores medios, la disminución de la fecundidad se suma a las estrategias de apoyo en redes familiares o sociales para el cuidado de los dependientes como estrategias muy frecuentes para resolver la posibilidad de acceder y mantener el trabajo remunerado de las mujeres. Por su parte, la tendencia a la disminución relativa de la celebración de matrimonios respecto a las uniones libres y el aumento de los divorcios estimula la búsqueda de ingresos propios por parte de las mujeres. Finalmente, los cambios culturales y en las preferencias, y el mayor ejercicio de derechos también han impulsado a las mujeres a la búsqueda de empleo como base para la independencia y autonomía económica29. 28 La tendencia al descenso de la fecundidad, del número de hijos por hogares y el tamaño de éstos, se ha observado en particular, a partir las décadas de 1960 y 1970 (CEPAL, 1995). 29 La autonomía económica refiere a la capacidad de las personas para acceder a bienes y servicios necesarios para satisfacer sus necesidades y deseos de manera independiente; en las sociedades capitalistas, mercantiles y monetizadas, la posibilidad de acceder y controlar ingreso monetario y activos económicos es un indicador razonable del grado de autonomía económica de las personas. En la determinación de la autonomía económica concurren otros elementos además del trabajo remunerado como forma de acceso a un ingreso, como la propiedad de activos económicos. Así mismo, la distribución de recursos al interior del hogar constituye también un factor de autonomía, La autonomía económica de las mujeres suele medirse en función de indicadores de participación laboral, de ingresos propios, y de distribución de tiempo de trabajo remunerado y no remunerado. 20 Adicionalmente, en los años ochenta, la presencia femenina en los mercados laborales se vio impulsada por los altos niveles de desempleo y la caída de los salarios reales provocados por la crisis de la deuda. En los noventa por su parte, la reestructuración productiva y del empleo sectorial que tuviera lugar debido a la apertura comercial, reforma del Estado, flexibilización de los mercados laborales, favoreció el empleo femenino debido a la expansión de los servicios (Uruguay) y de las industrias de exportación (Bolivia, Costa Rica, Chile), y en otros, el mayor desempleo (Argentina) (Espino, 2011). 3.2. La participación laboral y el desempleo Como resultado de los cambios señalados en términos de tendencias socio demográficas y culturales y de aquéllos vinculados a la expansión y/o de actividades económicas, así como a los diferentes momentos del ciclo económico, la tasa de participación laboral femenina pasó de aproximadamente 30% en 1990 a 54% en 2009 (OIT, 2009). En el año 2006, las mujeres representaban más del 40% de las personas de la Población Económicamente Activa urbana de América Latina. En el mismo año en áreas urbanas, alrededor del 65% de las mujeres entre 25 y 44 años forma parte de la fuerza de trabajo y en la mitad de los países más del 70% de las mujeres entre los 35 y los 44 es económicamente activa (Cerrutti y Binstock, 2009). Se debe resaltar que existen fuertes diferencias entre los niveles de participación laboral de las mujeres por estrato de ingreso de los hogares (Cuadro 3). La tasa de actividad es bastante inferior entre las mujeres más pobres y con menos años de escolaridad, aunque en estos grupos dicha tasa se ha incrementado más acentuadamente en la última década (Gráfico 2 y 3). En 2009, 48% de las mujeres de 25 a 54 años de menores ingresos participaba en el mercado laboral, una proporción que entre mujeres de las mismas edades pero del quintil superior de ingresos alcanzaba el 79% (CEPAL 2011). Estos datos ilustran acerca de que la participación en el mercado laboral está relacionada con la pobreza de los hogares, limitando a las mujeres sus posibilidades de ingresar al mercado laboral. Ello se explica por una parte, por las bajas calificaciones para el empleo y los mayores costos de búsqueda que se enfrentan, pero también por mayor número de hijos e hijas pequeños que se registran en estos hogares, sin acceso a servicios de cuidado. En efecto, las mujeres de los sectores más pobres con niños más pequeños (de 0 a 5 años) tienen una menor participación laboral que las que tienen niños entre 6 y 14 años y esa distancia ha aumentado desde 2002. Ello demuestra que la carga de cuidado de los hijos más pequeños es un obstáculo a la inserción laboral de las mujeres más vulnerables (CEPAL 2011). 21 Gráfico 2 Fuente: Cepalstat Gráfico 3 Fuente: Cepalstat El aumento de la tasa de actividad femenina no logra en todos los casos una demanda capaz de satisfacer esa oferta laboral creciente. Un primer resultado de ello se refleja en las altas tasas de desempleo de las mujeres, superiores a las registradas por los hombres. A partir de mediados de los 2000, la tendencia en las tasas de desempleo en la mayoría de los países de la región ha sido declinante con excepción de aquéllos que más han sufrido las consecuencias de la crisis internacional a finales de la década. Sin embargo, con alguna excepción, la tasa femenina continúa siendo muy superior a la masculina (CEPAL 2010b). Las mayores tasas de desempleo en 2009 entre los países para los que se cuenta con datos se observan en Colombia (11.1% y 15.7% para hombres y mujeres respectivamente) y la más baja para las mujeres en El Salvador (4.9%) y menor que la masculina (9.1%) (CEPALSTAT). El indicador de participación laboral cuando se desagrega por las diferentes situaciones familiares incluyendo la carencia en la provisión de servicios de cuidado, ilustra sobre 22 la vulnerabilidad de la situación de las mujeres a partir de las diferencias en su acceso al empleo respecto a los hombres. El desempleo que tiende a ser mayor entre las mujeres que viven en hogares con niños más pequeños es mayor que para las que tienen hijos en edades para las que existe una oferta escolar formal a medida que disminuyen los ingresos (CEPAL 2011). 3.3. El empleo Las características de la inserción laboral femenina muestran que existe similitud en los patrones ocupacionales por sexo entre los países de América Latina. Ello sugiere una evidente internacionalización de los estereotipos de género en relación con las formas de trabajo y/o barreras que encuentra las mujeres en su incorporación al mercado laboral según modalidad de trabajo (Abramo 2006: 106). Desde el punto de vista sectorial, las mujeres se concentran en puestos de trabajo pertenecientes a los servicios y el comercio. En 2009, para el promedio de los países que se cuenta con datos, de cada cuatro mujeres, tres trabajan en el sector de los servicios. En el comercio, el porcentaje de la fuerza de trabajo femenina es mayor en Perú (43.9%) y en otros servicios, en Argentina (55.7%) (Cuadro 4). Los hombres por su parte, se encuentran mayoritariamente empleados en el sector industrial (27,8%), duplicando la proporción de mujeres que trabajan en ese sector (OIT 2011) La inadecuación de la demanda laboral a la creciente participación laboral femenina además de reflejarse en las tasas de desempleo, también lo hace en su participación en el sector informal (baja productividad) y en los empleos clasificados como informales. En la región coexisten segmentos del mercado laboral caracterizados por la informalidad en sus diferentes definiciones, es decir, tanto en términos de actividades de baja productividad (sector informal) como de empleos al margen de las regulaciones laborales vigentes o sometidos a regulaciones que determinan considerables grados de flexibilidad en términos de legislación protectora (empleo informal), tanto en el sector formal como informal. La extensión del empleo en sectores de baja productividad es una de las características de la heterogeneidad de las economías latinoamericanas. El empleo en dichos sectores -que incluye aproximadamente la mitad de la población ocupada en zonas urbanas-, ilustra las situaciones de precariedad de los mercados laborales y de la situación femenina. La expansión de estos puestos de trabajo en particular en las recesiones se relaciona con su carácter de nicho para la oferta de trabajo concentrando una considerable proporción de la población económicamente activa en áreas como el comercio y los servicios de baja especialización. Se trata de actividades que tienen un acceso de libre entrada y salida de los trabajadores -cualquiera puede incorporarse o dejar de trabajar en éste-, por lo que en su interior las relaciones laborales son poco estructuradas, confundiéndose muchas veces en la práctica como en el caso de las microempresas familiares, los papeles de trabajadores y empresarios. 23 Predominan en estos puestos, los trabajadores con menor nivel educativo (73.5% con primaria incompleta), mientras los ingresos laborales suelen ser bastante más bajos que los de los puestos formales30 (CEPAL 2011). La permanencia de la proporción de trabajadores en sectores de baja productividad y su aumento en las recesiones y las crisis repercute en los niveles de equidad de la sociedad, ya que tiende a generar una distribución más desigual de los ingresos laborales, a favor de un grupo relativamente más reducido de trabajadores, con mejor nivel de calificaciones e insertos en actividades de mayor productividad. La proporción de mujeres que se ubican en puestos de baja productividad respecto al total de la población ocupada es mayor que entre los hombres: 52.5% frente a 44.1% respectivamente. Ello refleja una distancia entre ambos sexos que lejos de disminuir se ha acentuado levemente en las dos últimas décadas, dado que el descenso en estos puestos ha sido mayor entre los hombres (CEPAL 2011). Por su parte, en lo que hace a plazos más largo, la apertura comercial, la globalización y las nuevas formas de competencia indujeron estrategias orientadas a reducir los costos de producción, especialmente los laborales. Para ello, las empresas modernas o del llamado sector formal han recurrido a la subcontratación de mano de obra y de pequeñas empresas, trasladando la fluctuación de la demanda hacia el exterior de la firma. En las empresas subcontratadas (tercerizaciones) –micro y pequeñas empresastienden a eludirse los mecanismos de regulación laboral y de protección del Estado, permitiendo a las grandes empresas la recomposición de sus márgenes de ganancias. Así mismo, se verifican otras modalidades de eludir costos como la contratación de trabajadores bajo relaciones precarias (por ejemplo, el empleo asalariado no registrado) o el empleo asalariado disfrazado a través de las llamadas empresas unipersonales. Ello ha conducido al aumento de la informalidad definida como el empleo que no goza de la protección de la legislación laboral. La relación entre informalidad en sus diferentes acepciones y género no es casual; la presencia de mujeres en este tipo de puestos de trabajo se relaciona con un conjunto de factores que contribuyen a determinar el acceso en desventaja de las mujeres al empleo. La elevada participación femenina en las micro empresas y su concentración en este segmento, se atribuye además de la mayor facilidad para el acceso debido las pocas barreras existentes (niveles de escolaridad, requisitos legales, capital, otros), también a que su organización más flexible (muchas veces las actividades se realizan en el hogar), les permite compatibilizar el trabajo remunerado con las responsabilidades y tareas reproductivas. En este sentido, si bien por un lado, la presencia de menores de 5 años en el hogar, aparece como un obstáculo para la inserción laboral de las mujeres en los quintiles inferiores, esta misma condición en los hogares de menores ingresos las empujaría a incorporarse al empleo informal (OIT/PNUD, 2009). Esto se vería confirmado por la información presentada por CEPAL (2011), dado que los niveles de informalidad entre mujeres de bajos ingresos con niños 30 En promedio, los ingresos laborales de los ocupados en sectores de baja productividad se ubicaban en 2009 en los 297dólares, mientras que entre los ocupados en sectores de media y alta productividad eran de 565 dólares (CEPAL 2011). 24 pequeños prácticamente no varió los últimos 20 años, contrariamente a lo ocurrido en los sectores medios y sobre todo, sectores altos. Asimismo, el predominio femenino en este segmento se explica por el efecto “techo de cristal” o el llamado “suelo pegajoso” y por las motivaciones que las llevan a establecer el emprendimiento, asociada principalmente a la falta de empleo e ingresos y como forma de subsistencia (Espino 2011) Las desventajas que presenta la inserción laboral en los sectores de baja productividad en términos de ingresos, condiciones laborales y acceso a la seguridad social son mayores para las mujeres. El sector de la actividad económica que presenta en su interior las mayores diferencias de productividad, predominio de empleos de baja calidad y estrategias de supervivencia diversas, y que más crece, el de los servicios, evidencia esta afirmación. Este sector es el que incorpora más mujeres en todos los países de la región, con fuerte presencia en las actividades informales, los servicios peor remunerados y con peores condiciones laborales como el empleo doméstico, el tipo de ocupación que sigue teniendo mayor representación dentro de la fuerza de trabajo femenina (Cuadro 4 y Cuadro 5). La mayor representación de los empleos informales o sin registro de la seguridad social en la fuerza de trabajo femenina también se debe en la mayoría de los países, a su participación como empleadas domésticas y trabajadoras independientes o por cuenta propia (Cuadro 5). La representación desproporcionada de las mujeres en los empleos informales como asalariadas o cuenta propia, conlleva a su menor afiliación a la seguridad social con relación a los trabajadores. Considerando que la afiliación a la seguridad social se asocia a mayores ingresos31 y que la distancia entre sectores de más y menos ingresos es mayor en los hogares con jefatura femenina esta situación agudiza la desigualdad. Ello afecta a las mujeres en la etapa activa así como repercute negativamente sobre sus posibilidades de acceso a las jubilaciones. Con relación a esto último, el predominio de los sistemas de seguridad social de carácter contributivo (ligados a la inserción laboral y las trayectorias personales) da lugar a una distribución de ingresos y beneficios más desigual entre las mujeres que entre los hombres. Ello se debe a la gran proporción de mujeres que se dedica exclusivamente al trabajo de cuidado, crianza y doméstico queda prácticamente excluida del sistema previsional. Los hogares sin acceso a la protección social son más frecuentes cuando sus jefes de hogar son mujeres, tanto en los quintiles superiores como en los inferiores, pero 56% de los hogares del 40% más pobre que tienen jefatura femenina no cuentan con afiliados a la seguridad social, no reciben transferencias asistenciales públicas ni están 31 En la actualidad, los ocupados que no están afiliados perciben remuneraciones equivalentes a poco más de la mitad de las de quienes sí están afiliados (288 frente a 545 dólares respectivamente) (CEPAL 2011). 25 recibiendo jubilaciones o pensiones es casualidad, por tanto, que la desigualdad opere allí de manera exacerbada (CEPAL 2011). Las leyes previsionales por su parte operan de manera discriminatoria debido al uso de tablas actuariales que distinguen entre la expectativa de vida masculina y femenina para el cálculo de las prestaciones. La ventaja de las mujeres respecto a mayor expectativa de vida se convierte por esta vía en un perjuicio, ya que un monto acumulado menor dividido por un número mayor de años resulta en una pensión inferior. Este conjunto de elementos hace que una importante proporción de adultas mayores no reciba ingresos propios (25% de las mujeres mayores de 60 años que residen en áreas urbanas)32. Además de esas diferencias presentadas entre trabajadores y trabajadoras, las que se registran entre los distintos grupos de mujeres han aumentado en los últimos 20 años: la afiliación a la seguridad social en el quintil 1 pasó de representar 43% de la del quintil 5 en 1990, a 36% en 2000 y a 24% en el 2009. Si bien estas tendencias se verifican entre los hombres, entre las mujeres se da en forma más marcada33. Por su parte, la feminización del empleo informal explica que, en los sectores de menores ingresos, los niveles de afiliación a los sistemas de la seguridad social de las mujeres ocupadas se ubiquen casi 10 puntos por debajo de los de los hombres. Esta brecha tiende a reducirse a medida que aumentan los ingresos, desapareciendo prácticamente entre los ocupados de los quintiles más altos (CEPAL 2011). 3.4. Las brechas en las remuneraciones A pesar de los avances en términos de presencia de las mujeres latinoamericanas en el mercado laboral en las últimas décadas, las trabajadoras siguen obteniendo menores remuneraciones que sus pares hombres, incluso como se señaló, siendo más educadas. Una comparación de ingresos promedio de hombres y mujeres por hora para 18 países34 indica que los primeros ganan 10% más, mientras que cuando se realiza la comparación controlando por edades y niveles de educación, la brecha de ingresos llega a 17%. Las brechas salariales entre géneros varían siendo menores entre los trabajadores formales y mayores entre quienes se ubican en empresas pequeñas, mientras son mayores entre los trabajadores con menores ingresos, con educación secundaria incompleta y que viven en zonas rurales (Atal et al. 2009) 32 El porcentaje de mujeres sin ingresos propios es mayor y muy importante en Colombia, El Salvador, Ecuador y México. Donde la cobertura de jubilaciones y pensiones es relativamente alta, como Costa Rica, Brasil, Chile o Uruguay la disparidad de género es muy alta (CEPAL 2011). 33 Entre los hombres, la afiliación en el quintil 1 pasó de equivaler al 60% de la del quintil 5 en 1990, en 2000 descendió a 46% y en el 2009 pasó a representar el 40% (CEPAL 2011). 34 Los promedios que se mencionan a lo largo del trabajo (18 países) cuando no se señale lo contrario, refieren a: Argentina, Bolivia (Estado Plurinacional de), Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana, Uruguay, Venezuela (República Bolivariana de) 26 Las brechas de ingresos entre mujeres y hombres han mostrado ser funcionales a determinadas estrategias productivas, en la medida que pueden ser fuente de competitividad por la reducción de los costos laborales en base a los menores salarios femeninos (Seguino 1997, 2000a, 2000b). El auge de las industrias de exportación no tradicionales a partir de la década de los años 70, dio lugar a la contratación masiva de de mujeres en las plantas maquiladoras o de ensamblaje de las empresas transnacionales, por ejemplo en Costa Rica y la frontera mexicana con Estados Unidos, en la producción de flores para la exportación en la sabana colombiana, y en la agroindustria de Chile, Perú y Brasil. Las industrias de la confección y del cuero como parte de la estrategia exportadora en Uruguay, también fueron importantes en la dinamización del empleo femenino. Si bien la brecha de ingresos entre hombres y mujeres en promedio se ha ido acortando, algunos estudios muestran que la parte no explicada de la diferencia aumenta (Rossi y Gonzalez 2007) o se mantiene (Atal, Ñopo y Winder 2009). Si el nivel socioeconómico de origen y el nivel educacional marcan considerablemente los destinos laborales de baja o alta productividad (CEPAL 2010a), esto se refuerza o se combina para las mujeres, quienes en promedio necesitan un número bastante superior de años de estudio que los hombres para lograr insertarse en empleos formales (Esquivel 2007; CEPAL 2011). 3.5. En síntesis La revisión de indicadores de mercado laboral -aunque presenta una vista parcial de las desigualdades de género en la región-, pone de relieve las dificultades adicionales que enfrentan las mujeres en términos de autonomía económica, lo cual suele ser una fuente de vulnerabilidad y restricción para otras autonomías (física y política). Es decir, las desigualdades de género en los mercados laborales si bien no son las únicas (ni son las únicas raíces de la desigualdad), reflejan las relaciones asimétricas de poder y la falta de libertades específicas con que cuentan las mujeres respecto a los hombres. Como muestra la información estadística presentada, las conductas hacia el trabajo remunerado de hombres y mujeres aunque con una tendencia a ser cada vez más similares distan todavía mucho de serlo. Ello además de los factores ideológicos y culturales tiene un soporte real dado por la carga de cuidados de las mujeres, como comienza a demostrarse a partir de la información disponible en base a encuestas de uso del tiempo. Por su parte, en buena medida las desigualdades de género en los mercados laborales como ha sido profusamente demostrado en la literatura académica responden a factores de discriminación laboral y a la segregación ocupacional, que hacen que las mejoras obtenidas en calificación y experiencia laboral por parte de las mujeres -aunque mejoran su situación- no son suficientes para obtener resultados y formas de inserción acordes a su preparación. Estas diferencias no son accidentales para el funcionamiento del sistema sino que son constitutivas – como otras- en la medida que establecen factores adicionales de disminución de costos laborales y de ganancias extraordinarias para el capital, y al menos en el corto plazo pueden sentar bases para estrategias de crecimiento. 27 Debe además complejizarse este análisis a partir de las llamadas desigualdades “cruzadas”, en la medida que las desigualdades sociales que impregnan las sociedades de la región en distinta medida según los países, también tienden a abrir brechas entre las mujeres. Entre los factores que amplían estas brechas se encuentra la carga de cuidados que se impone a los hogares al recaer sobre las distintas modalidades y recursos (económicos, familiares) con que éstos cuentan para resolverla. Aunque las desigualdades sociales y de género no se explican solamente por las estructuras económicas, el funcionamiento de las economías y los mercados laborales, se trata de factores -que como ha sido señalado- guardan una estrecha relación con dichas desigualdades. La dirección en que se da esta relación respecto a las desigualdades de género no es unívoca. Como se señala en CEPAL 2011, la alta heterogeneidad es “un primer eslabón estructural de la cadena de desigualdades hacia el mercado laboral”; por su parte, las desigualdades de género son aprovechadas para estabilizar el sistema económico impidiendo la convergencia productiva, manteniendo y exacerbando las brechas entre productividad y remuneraciones (Vázconez 2011). La flexibilidad de la fuerza de trabajo femenino en el marco del orden de género vigente mantiene las desigualdades entre trabajadores y aumenta las que se dan entre mujeres. La segmentación de los mercados laborales se encuentra estrechamente relacionada con la heterogeneidad estructural y ello se combina con la segregación de género por ocupaciones y sectores. 4. Desigualdades de género, macroeconomía y respuestas a la crisis. 4.1. ¿Cómo ha afectado la crisis a la pobreza y el empleo de la región? La crisis -como fuera comentado- encuentra a América Latina en un período de crecimiento dado por un entorno externo previo favorable así como por el manejo de la política macroeconómica llevado adelante. Este habría contribuido a reducir el endeudamiento, re-pactar el pago de la deuda en mejores condiciones y aumentar al mismo tiempo sus reservas internacionales. Todo ello permitió la acumulación de reservas, el control de la inflación, la disminución de la deuda pública y el logro de un superávit fiscal y en cuenta corriente (CEPAL 2010a). En general, según los datos disponibles, los efectos económicos de la crisis fueron de corta duración y los impactos sociales menores a lo esperado. En 2009 en que se registraron los mayores efectos sobre la actividad económica, la pobreza por ingresos afectó al 33,1% de la población de la región –o sea que prácticamente no aumentó-, incluido un 13,3% en condiciones de pobreza extrema o indigencia (CEPAL 2010b). Las apreciaciones sobre las situaciones de pobreza de los hogares y las personas y su evolución, deben considerar que este fenómeno está relacionado con los ingresos pero también con factores de índole estructural. En particular, a las mujeres de la región transformar sus capacidades en ingresos, les resulta difícil debido a la desigualdad 28 estructural de género tanto en el ámbito público como en el privado. Una gran proporción de mujeres latinoamericanas como ha sido demostrado -aunque decreciente35- no genera ingresos, lo cual las coloca en una situación de mayor vulnerabilidad. Debe mencionarse como reflejo de esta situación, que mientras el índice de feminidad de la indigencia y la pobreza aumentó entre 2000 y 2009 -en 13 de los 18 países para los que se cuenta con datos (Argentina, Brasil, Colombia, Costa Rica, Ecuador, Guatemala, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana, Uruguay y Venezuela) (Cuadro 7), en promedio, los porcentajes de personas en estas situaciones disminuyeron entre 2000 y 2008. Por su parte, persiste una sobrerrepresentación de hogares pobres e indigentes entre los de jefatura femenina, lo cual además de atribuirse a las diferencias en la generación de ingresos de las mujeres frente a los hombres, según Valenzuela (2005) esta “feminización” de la pobreza puede estar influenciada en gran parte por la monoparentalidad, en especial en los hogares llevados por madres jóvenes. La evolución del producto en 2009 dio lugar a una caída de la tasa de ocupación del 54,9% al 54,2% y un aumento del desempleo del 7,3% al 8,2% para el conjunto de la región. Pese a estas variaciones, el impacto de la crisis en el mercado laboral fue menor al que se había pronosticado inicialmente (CEPAL/OIT 2010). En varios casos, como se ve más adelante, el aumento del desempleo fue mayor entre los hombres debido a su concentración en la industria y la construcción, sectores que recibieron los mayores impactos negativos. En el primer semestre de 2009, la caída en el empleo industrial osciló entre -0,9% en Colombia a -7% en México y en la construcción entre 2,4% en México y -5.3% en Venezuela (CEPAL/OIT 2009). Las políticas públicas de apoyo al empleo y los ingresos implementadas y la estabilidad de precios, se combinaron para amortiguar los impactos más negativos para la región en promedio. Un análisis más detallado por países muestra que los impactos negativos sobre el empleo han sido de distinta magnitud afectando de manera diferencial a hombres y mujeres. La calidad del empleo también se vio afectada, dando lugar al aumento de los empleos informales tanto debido al componente de los puestos de trabajo por cuenta propia, como en relación al número de trabajadores asalariados registrados, que se estancó en 2009 (CEPAL/OIT 2009 y 2010). En lo que se refiere a los impactos de género de la crisis debe considerarse que por una parte, las desigualdades entre hombres y mujeres -aunque con rasgos comunes entre países, regiones y sectores sociales- presentan configuraciones específicas condicionadas por el contexto social, político y cultural; por otra, dichos impactos están muy ligados a la ubicación de las mujeres en el mercado laboral y su acceso a recursos económicos, a las políticas laborales y de inversión social que se implementan 35 La proporción de mujeres como principales perceptoras de ingresos se ha incrementado en la región entre 1990 y 2009, en parte como consecuencia de la reciente crisis y la emigración, en especial en los países centroamericanos, Colombia, Brasil, Venezuela, Argentina y Perú. El promedio de mujeres principales perceptoras en la región a 2009 es de 30% (CEPALSTAT), oscilando entre 27% (Chile) y 45% (El Salvador). 29 así como a las políticas de gasto público -que afectan servicios sociales relacionados con el cuidado-. Por tanto, hablar de la crisis y cómo ésta afectó las desigualdades de género requiere prestar atención a los mecanismos específicos de transmisión de la crisis, a los avances de las mujeres en términos de educación, inserción laboral, autonomía económica en cada sociedad y otras formas de autonomía, factores todos estos que pueden contribuir a contrarrestar o amplificar dichos impactos. El reparto desigual de trabajos y de tiempos en el mercado y en los hogares, las normas de género prevalecientes y las desventajas que enfrentan las mujeres en el mercado laboral pueden tener impactos positivos sobre la situación económica de los hogares, por ejemplo, amortiguando la crisis, cuando el trabajo no remunerado de las mujeres contribuye a que las familias “sustituyan” gastos por producción en el hogar36; por su parte, la posición de mayor vulnerabilidad económica debido a la falta de ingresos propios de las mujeres hace que puedan recibir mayores impactos negativos de las crisis (Braunstein 2007). 4.2. Los impactos de la crisis según casos seleccionados Antes se señaló la relación existente entre desigualdades de género en diferentes ámbitos y el espacio macroeconómico; así mismo, se discutió como estas desigualdades operan sobre las conductas laborales y económicas de hombres y mujeres, colocando a cada uno en diferente situación frente a los ciclos económicos, para aprovechar el crecimiento o alivianar los efectos de la recesión y la crisis. El análisis de las características que asumió la crisis y las respuestas de políticas en algunos países permiten por una parte, identificar los principales impactos sobre el mercado laboral y por otro, evaluar de qué manera las políticas contra-cíclicas han considerado los temas de la igualdad de género en su formulación y puesta en marcha. En lo que sigue se revisan los casos de Argentina, México, Ecuador y la subregión centroamericana37. Argentina El crecimiento económico que verificó en el país a partir de los primeros años de la década de los 2000 comenzó a desacelerarse en 2008, para dar paso variaciones negativas en 2009 (segundo y tercer trimestre); el consumo privado disminuyó así como la inversión y las exportaciones (segundo trimestre de 2009), aunque rápidamente estas variables mostraron signos de recuperación. Dichas variaciones tuvieron algún efecto en los indicadores laborales como también las tuvo una serie de iniciativas gubernamentales rápidamente implementadas. 36 Por su parte, la necesidad de compensar ingresos en los hogares, podría tener efectos negativos sobre el ahorro al ingresar las mujeres al trabajo remunerado (Braunstein 2007) 37 Cuando no se señala lo contrario este capítulo se basa en Espino, Esquivel y Rodríguez (2011) 30 La respuesta de la fuerza de trabajo frente a los cambios en el nivel de actividad se tradujo en una tasa femenina de participación estable, mientras que la de los hombres mostró una tendencia declinante entre 2008 y 2009. La tasa de empleo descendió casi 2 puntos porcentuales y el desempleo creció en un punto porcentual en promedio de 2009 respecto al año anterior; la tasa de subocupación horaria se incrementó hasta alcanzar 10,3% en el último trimestre de 2009 (INDEC 2008, 2009, 2011). La tasa de desempleo masculina (6.5% en 2008 a 7.8% en 2009) se incrementó más aceleradamente que la femenina (de 9.7% a 9.8%)38. La evolución de estos indicadores resultó en la disminución de la brecha de género en el empleo, a pesar que la tasa de desempleo de las mujeres sigue siendo más elevada. Los impactos sobre la calidad del empleo se reflejaron en el incremento de la tasa de rotación, de manera más pronunciada para las mujeres y en la caída del empleo formal (asalariados registrados en la seguridad social) en mayor medida para los hombres (OIT 2010). Por su parte, el empleo en los sectores de baja productividad disminuyó ligeramente en promedio en 2009. En síntesis, el mercado laboral recibió el impacto negativo de la evolución de la economía real interrumpiendo hacia fines de 2008 la tendencia positiva que mostraban los indicadores del mercado laboral, aunque se verificó una rápida recuperación. La información disponible muestra que las grandes tendencias de la dinámica laboral de los individuos por sexo, durante las etapas recesivas de los ciclos económicos en Argentina, se habría reiterado en el período de crisis reciente. Esto es, la fuerza de trabajo femenina habría funcionado compensando la desmejora general del empleo y los ingresos del trabajo. Ecuador En Ecuador el impacto de la crisis sobre la economía real tuvo un fuerte correlato en el mercado laboral. La tasa de actividad cayó entre 2009 y 2008 continuando con la tendencia a la baja que presentara desde 2006 (CEPALSTAT). En 2009, la tasa de actividad femenina cayó menos que la masculina lo cual podría explicarse por las cifras de desempleo que se comentan a continuación. En 2009, la tasa de desempleo abierto de las mujeres creció 1.2% respecto a 2008, alcanzando al 8.4% y la masculina se ubicó en 5.2% reflejando un crecimiento de 21% (CEPALSTAT). No obstante, si se considera el desempleo total (abierto y oculto39) se observa que en marzo de 2009, su tasa cobró un fuerte aumento (8.6%), 10.8% para las mujeres y para los hombres 7.0%. En marzo de 2010, el desempleo abierto continuó aumentando y la tasa de desempleo total trepó a 9.1% del total de la población económicamente activa, 11,1% para las mujeres y 7,2% para los hombres (BCE 2010). 38 http://datos.bancomundial.org/indicador/SL.UEM.TOTL.FE.ZS/countries acceso enero de 2012 El desempleo oculto refiere a la población que no tenía empleo durante el período de referencia, no busca trabajo porque no cree posible encontrar, pero está dispuesta a trabajar. (Considera los Sectores Moderno, Agrícola y Doméstico). Banco Central de Ecuador. http://www.ideinvestiga.com/ide/documentos/compartido/gen--001204.pdf acceso enero de 2012. 39 31 Los sectores de actividad que más vieron afectada su demanda de empleo fueron los de la construcción y el comercio, intensivos en mano de obra masculina y femenina respectivamente. La participación del empleo formal e informal se mantuvo relativamente constante, con una leve recuperación del primero y una leve disminución del segundo. En 2009, el empleo en el sector informal alcanzó al 56.4% de los ocupados (de los cuales 4.1% pertenecen al servicio doméstico). Estas cifras entre las mujeres trabajadoras corresponden a 53% y 9,2% respectivamente. En marzo de 2010 la tasa de ocupados en el sector formal se ubica en el 47.6%, mientras que la proporción de ocupados en el sector informal alcanza a 52.4% (BCE 2010). Por su parte, los indicadores de subocupación (visible e invisible) también aumentaron entre diciembre de 2008 y marzo de 2010 (48.8% a 51.3%). En marzo de 2010, los subempleados son en mayor medida mujeres (56.1%) con respecto a la PEA (mujeres).Por su lado, los hombres conforman el 47.7% de la PEA masculina %. (BCE 2010). Dado los altos niveles de informalidad prevalecientes en el país y su evolución, el ajuste del mercado laboral frente a la crisis, parece haber operado más bien vía desempleo, lo cual se agrava por la importancia creciente de la subocupación. El incremento del desempleo, conjuntamente con el deterioro de los ingresos laborales, derivó en una pérdida de ingresos reales por parte de los hogares. Esta situación se vio agravada por una baja significativa de los ingresos por remesas a partir del segundo trimestre de 2008, llegando en el primer trimestre de 2009 a reducirse en un 27%. El deterioro general de los ingresos de la población, se tradujo en un incremento de la incidencia de la pobreza, que hacia fines de 2009 se ubicaba en 25% de la población, lo cual significó un incremento de casi 4 puntos porcentuales en dos años. Los países del Istmo centroamericano y República Dominicana En 2009, la tasa de participación laboral promedio de la sub-región se mantuvo prácticamente sin cambios: la tasa femenina aumentó en todos los países excepto en la República Dominicana, y para los hombres dicha tasa se incrementó sólo en Nicaragua (2008). El desempleo comenzó a aumentar en el último trimestre de 2008 y en 2009, con tasas relativamente altas y crecientes tanto para los hombres como para las mujeres. De acuerdo con estimaciones de la OIT (OIT 2009), se esperaba que las mujeres en la subregión representaran casi la mitad del aumento del desempleo que resultante de los efectos de la crisis. La tasa de empleo disminuyó en todos los países excepto en Nicaragua (2008) y para las mujeres se redujo de forma menos acentuada que en los hombres, en Panamá y El Salvador. La evolución de los indicadores de empleo y desempleo reflejan los cambios en los niveles de actividad de los diferentes sectores económicos. La desaceleración en las economías redujo la demanda laboral, lo cual tuvo como resultado una marcada disminución en la creación de puestos de trabajo asalariados, especialmente en el 32 sector privado. La industria manufacturera y la construcción fueron los sectores más afectados por pérdida de puestos de trabajo. El país en que la tasa de empleo tuvo un comportamiento más negativo para las mujeres fue República Dominicana, donde el turismo y las zonas francas (dos zonas con un número considerable de trabajadoras) se contrajeron notablemente. Dado que las mujeres representan una proporción extraordinariamente significativa de la fuerza laboral en las plantas de maquila y zonas francas en varios países de la subregión –especialmente en el caso de la industria textil– la disminución de su actividad como consecuencia de la contracción de la actividad económica en los Estados Unidos, afectó especialmente al empleo femenino40. La disminución de la actividad en el sector del turismo afectó a las trabajadoras del comercio formal e informal de artesanías, restaurantes y servicios de alojamiento, y del servicio doméstico. En Costa Rica, por ejemplo, el empleo femenino en restaurantes y hoteles cayó un punto porcentual. Mientras que las mujeres perdieron participación en el empleo manufacturero, ésta se mantuvo estable en el comercio y los servicios. Esto fue posible debido a que el empleo femenino parece estar vinculado al auto-empleo, en particular en el comercio, donde las barreras de entrada son bajas y los empleos de mala calidad. De hecho, la participación femenina en el sector informal es superior a la de los hombres, excepto en la República Dominicana, incluyendo una gran proporción de servicio doméstico. Este modelo de participación en el mercado de trabajo demuestra que el empleo femenino es más precario en términos de cobertura de la seguridad social, considerando que en la subregión ésta está asociada al empleo asalariado.41 En los últimos cuatro meses de 2008, disminuyó significativamente el número de personas con cobertura de la seguridad social en todos los países de la subregión (OITPNUD 2009) y comercio, restaurantes y hoteles, la industria manufacturera y la construcción son los sectores donde se ha registrado la mayor disminución 42. México La economía mexicana fue impactada por la crisis a través de los canales financiero, comercial y de remesas, siendo el principal, la caída en los precios del petróleo, y la reducción de la demanda internacional de partes y componentes industriales, 40 A finales de 2008, un promedio de 13% de los puestos de trabajo creados en este sector se había perdido, con el mayor porcentaje de pérdida de empleo en Nicaragua, en un 21,5%. Las mujeres representaron el 65% de los trabajadores que quedaron sin empleo. Entre 2008 y 2009, se perdieron alrededor de 22% de empleos en el sector (Trucchi, 2009). Citado en Espino 2011 41 La cobertura de la seguridad social es baja en la región en términos promedio, aunque existen marcadas disparidades entre los países. Por ejemplo, cerca de 63% de la población económicamente activa de Costa Rica tiene una cobertura directa de la seguridad social, incluyendo una gran mayoría de los trabajadores asalariados (78%). Por el contrario, sólo el 28% de la población económicamente activa y el 51% de los trabajadores asalariados en El Salvador están cubiertos, lo cual es una proporción relativamente baja, dado que el empleo asalariado que normalmente conlleva una mayor inclusión en el centro de los sistemas de seguridad social de América Latina (Espino 2011). 42 En El Salvador –un país profundamente afectado por la crisis– el número de trabajadores afiliados al Instituto Salvadoreño del Seguro Social en agosto de 2009 cayó un 6,7%. El sector más afectado en este sentido fue la construcción, donde la disminución del empleo formal fue casi 30% (CEPAL 2009b citado en Espino 2011). 33 especialmente las relacionadas con la industria automotriz, altamente integrada a los Estados Unidos. La caída del PIB mexicano fue de 6,7% en 2009, luego de una disminución de 10,1% entre el segundo trimestre de 2008 e igual período de 2009. En este comportamiento incidió la caída de la producción manufacturera de 9,9%. Las exportaciones se contrajeron 23,3% en 2009, y entre ellas, las exportaciones de petróleo 43% y las relacionadas con la industria automotriz 33% (INEGI, 2009). Este contexto dio lugar a la pérdida de empleo masculino en términos absolutos, debido a su concentración en los sectores más gravemente afectados (industria manufacturera y sector primario). En agosto de 2009, la tasa de desempleo alcanzó un máximo histórico de 6,3% (ajustado por estacionalidad). La tasa femenina entre el primer trimestre 2008 y el segundo trimestre de 2009 pasó de 4.9% a 6.7% y la de los hombres de 4.7% a 6.8% (INEGI). En 2010 disminuye la tasa de desempleo masculino a 5.3% y 5.2% la femenina (ENOE 2010). La tasa de actividad de las mujeres se incrementó como resultado del deterioro de los indicadores de empleo, incluso desde antes de la crisis. En 2007, la participación laboral femenina fue aproximadamente del 40%, mientras que en el tercer trimestre de 2009 llegó al 43%43. El sector informal aumentó ligeramente (se ubicaba en promedio en 27.5% en 2008), dando como resultado que 29.9% del empleo femenino y 28% del masculino es informal a principios de 2010. La tasa de subempleo visible (empleados que aún trabajando jornada completa, no cobran el salario mínimo) y de sobre-ocupados (más de 45 horas semanales) que no ganan el equivalente de dos salarios mínimos aumentó 2 puntos porcentuales desde finales de 2008 (10% de las mujeres ocupadas, y 11% de los hombres) al segundo trimestre de 2009, estabilizándose en un nivel más alto desde entonces. 4.3. En síntesis Las expectativas de aumento de desempleo y caída en los ingresos fue enfrentada por las mujeres en casi todos los países analizados, tendiendo a incrementar (o manteniendo) su participación laboral de manera de compensar la falta de ingresos por el desempleo masculino. Ello verificaría la hipótesis de comportamiento anti cíclico -como ya se había mostrado en otras oportunidades-. Debe considerarse que el aumento del desempleo femenino y su contribución al aumento del desempleo global además de los factores de demanda se explican por el aumento de la tasa de actividad femenina. 43 INEGI (2007, 2010) 34 La hipótesis de la segmentación a que se hiciera referencia como parte de la explicación de las tendencias de la oferta femenina, efectivamente ha actuado incrementando en varios casos el desempleo masculino debido a las actividades mayormente afectadas, aunque en ciertos casos ello ha afectado a la fuerza de trabajo femenina. No existen elementos suficientes para confirma la existencia de un efecto sustitución, aunque sí parecería que tanto por la vía de la inserción en trabajos de menor calidad ya sea en el sector informal y en puestos caracterizados por el subempleo en sus diferentes modalidades, pudo haberse contribuido a amortiguar la tendencia al desempleo creciente tanto por efecto de la pérdida de puestos de trabajo por caída de la producción como por el efecto del aumento de la participación laboral femenina a que se ha hecho referencia. No obstante, los impactos de la crisis económica de mayor visibilidad se han traducido en la mayor parte de los casos en un aumento del desempleo para hombres y mujeres con diferente intensidad y duración, ya sea por la pérdida de puestos de trabajo en algunos casos y la falta de creación de empleo, lo cual hizo que aumentaran o la persistieran altas tasas de desempleo para las mujeres, de por sí superiores a las masculinas. El desempleo en 2009 se incrementó prácticamente en todos los países y este incremento fue superior para las mujeres en Costa Rica El Salvador, Panamá y Nicaragua. La segregación de los mercados favoreció el aumento del desempleo masculino en Argentina, Ecuador, México dado que los sectores más afectados por la crisis fueron los que concentran empleo masculino y en República Dominicana, este resultado puede haber estado afectado por la disminución de la tasa de actividad femenina. Por tanto, puede afirmarse que entre las mujeres predominó el efecto "trabajador secundario", contribuyendo junto a otras medidas que luego se analizan a que los hogares protegieran sus ingresos, impidiendo un aumento de la pobreza. Este tipo de comportamiento también se habría observado en los años ochenta, debido al alto desempleo y la caída de los salarios reales provocados por la crisis de la deuda. En la medida que es de esperar que la producción en el hogar siguiera a cargo de las mujeres, ello debió realizarse intensificando el trabajo femenino, en la medida que no se sustituyó gasto por producción en el hogar. La informalidad entendida como empleo no registrado aumentó en especial en los países de Centro América y en Ecuador (en el sector privado) donde de por sí se encuentra muy extendida. La disminución relativa de puestos de trabajo asalariados en el sector formal de la economía que se produjo en varios países por ejemplo en países de Centroamérica y Ecuador, deja un mayor porcentaje de la población sin cobertura de seguridad social, con lo cual además de los problemas derivados de la caída en los ingresos el bienestar, en el presente se dan pérdidas de beneficios sociales y en el futuro en el momento del retiro. Así mismo, para los países para los que se cuenta con datos, la categoría de cuenta propia y familiares no remunerados aumentó para las mujeres (ligeramente en Argentina); en Costa Rica (donde disminuyó en el caso de los hombres) y en Panamá. Por su parte, en Ecuador esta categoría aumentó más entre los hombres, mientras en 35 República Dominicana disminuyó para las mujeres y subió para los hombres. La reducción de la proporción de la población con cobertura de seguridad social y su impacto sobre el empleo femenino se agravan por la falta de trabajos de calidad a disposición de las mujeres en la mayoría de los países. Cabe señalar que la gravedad de los efectos negativos de la crisis sobre la situación de las mujeres y las relaciones de género estará determinada en última instancia por la profundidad y extensión en el tiempo de la crisis. Así mismo es fundamental en este sentido la capacidad con que cuentan los gobiernos para garantizar un umbral mínimo de bienestar (acceso a los recursos productivos, trabajo decente, entre otros) para todos los ciudadanos, tanto mujeres como hombres. Los impactos de género pueden ir más allá de los años de crisis, si se frenan los (lentos) progresos previos, o si se aumentan las brechas de género existentes (Staveren 2010). Por su parte, las características de la inserción laboral femenina pueden ser funcionales a ciertos patrones de crecimiento al menos en el corto plazo e incentivar la velocidad de recuperación de la economía (Seguino 2008) por la vía de contribuir a la competitividad en base a bajos costos salariales (Seguino (2000, 2002, 2005, 2008, 2009; Berik 2008). Ello podría consolidar desigualdades de género en los mercados laborales y en los hogares. 4.4. ¿Qué medidas tomaron los gobiernos con miras a la crisis y cómo se evalúan estos desde una perspectiva feminista? Las repuestas de la mayor parte de los gobiernos de la región ante la crisis no han sido ajenas a las transformaciones y experiencias de la década pasada. La crisis se enfrentó en condiciones diferentes a situaciones similares anteriores debido a la mayor fortaleza que afrontaban las economías y probablemente, en algunos casos, como resultado de cambios respecto a los énfasis en los objetivos de política fiscal y en la importancia asignada a las políticas contracíclicas. Entre las primeras conclusiones que pueden obtenerse del análisis de las políticas desarrolladas para enfrentar los impactos de la crisis, se ubica un punto de partida en términos de políticas y del rol de los Estados, notablemente diferente a lo ocurrido en con anterioridad. O sea, se advierte un pasaje desde la confianza en el mercado y su capacidad para restablecer equilibrios, a la preocupación por la intervención de las políticas públicas. No obstante, si bien las iniciativas anunciadas reflejaron la voluntad política de la mayoría de los gobiernos, en particular la de mantener y expandir el gasto público, se enfrentaron en varios casos serios obstáculos para su aplicación, relacionados principalmente con limitaciones presupuestarias, habida cuenta de la caída del PIB, la reducción de ingresos fiscales y la limitada capacidad de endeudamiento externo44, 44 La “re-estatización” del sistema de previsión social argentino fines de 2008, y la recuperación por parte del Estado de los fondos del sistema que eran gestionados por administradoras privadas resultó 36 como en varios de los países centroamericanos. Ello supuso considerables dificultades para cumplir con las metas anotadas (por ejemplo, El Salvador, Guatemala). En algunos países, la necesidad de la aprobación de nuevas leyes o la modificación de la legislación existente creó retrasos en la ejecución de las propuestas. En México, con una impronta de política que se diferencia claramente de las que predominan en la región, las restricciones regulatorias que impedían ampliar los gastos e inversiones45, el enorme impacto de la crisis en Estados Unidos y su fuerte conexión con esta economía, impidieron acompasarse a las necesidades que se imponían. En todo caso, se continuó privilegiando la estabilidad de precios, y la autoridad monetaria no intervino sustancialmente en el mercado cambiario. Las respuestas de política a la crisis resultaron débiles y transitorias en comparación con la magnitud del shock externo negativo. Ello dio lugar a medidas que suponían 1,5% del PIB, es decir, medidas de carácter básicamente “compensatorias", diseñadas para "no comprometer crecimiento futuro" desviando del “correcto funcionamiento de los mercados”. En Ecuador por su parte, las restricciones impuestas por la dolarización, el reducido espacio fiscal y monetario en una economía pequeña y abierta dificultaron las respuestas que pudieron ser más adecuadas. (Espino, Esquivel y Rodríguez, 2011) Por tanto, las medidas efectivamente adoptadas para enfrentar la crisis variaron en función del impacto sufrido, la disponibilidad de recursos y la capacidad para implementar políticas contra-cíclicas. El grado de incidencia y cumplimiento de las metas según países fue diferente. Respecto al gasto público varios países registraron entre 2008 y 2009 un aumento de más del 10% (Argentina, El Salvador) y otros lo expandieron sobre el 7% (Ecuador y Honduras). Dicho aumento se concentró principalmente en sectores sociales, salvo en El Salvador y México, que expandieron a un ritmo mayor el gasto no social. República Dominicana contrajo todos sus gastos, con énfasis en la reducción del gasto público no social. Por otro lado, en Guatemala, Nicaragua, y Panamá el aumento de su gasto público total se dirigió hacia el gasto social, con una contracción del gasto no social; en Ecuador se expandió el gasto público en las dos partidas con énfasis en lo social (CEPAL 2011). Además de ponerse en evidencia la falta de avances en la transversalización de una perspectiva de género en las políticas económicas y sociales, parece confirmarse la debilidad de los mecanismos oficiales para la equidad de género para incidir en las políticas gubernamentales. En general se enfatizó en medidas contra la pobreza a través de las políticas sociales focalizadas que en general se venían aplicando, con marcado énfasis en las transferencias monetarias, en algunos casos a través de la expansión de los programas existentes. En general, se mantuvo el nivel de beneficiarios de los programas de transferencias lo cual seguramente contribuyó a sostener el ingreso de las mujeres, que son las principales beneficiarias. Por una parte, se expandieron los programas existentes, como las subvenciones previstas en El Salvador o Guatemala. En Argentina, relevante en el contexto de desaceleración de la actividad económica y crisis global, en la medida que habilitó al Poder Ejecutivo Nacional a contar con recursos para intervenir activamente con acciones que pueden tener efectos contracíclicos. 45 En 2006 se estableció por ley que el déficit fiscal no puede superar el 1% del PIB 37 si bien la Asignación Universal por Hijo no se planteó como parte del paquete de medidas anti crisis, se valora con gran potencialidad en este contexto, en el que se presume el deterioro real de las remuneraciones y los ingresos de los hogares, con las mujeres como principales actoras. A ellos se agrega que dada la sobre-representación de las mujeres en la desocupación y en el empleo no registrado, esta medida que extiende beneficios a este sector poblacional es positiva para las ellas (Espino, Esquivel y Rodríguez 2011). Pese a que los efectos de estas políticas pudieron haber influido en menores pérdidas de bienestar en general, y por tanto, esto puede haber sido beneficioso para las mujeres, los análisis de las políticas en términos generales no muestran la consideración de las desigualdades de género. En todos los países, la pérdida de empleo constituyó una fuerte preocupación y un objetivo central de políticas tanto para actuar sosteniendo ingresos (apoyo a consumo y demanda interna) como para evitar su incidencia sobre la pobreza. En algunos países como Argentina, los objetivos relacionados con el empleo también estuvieron orientados a evitar la precariedad o su aumento, al tiempo que se favorecía la recaudación fiscal y la promoción de entrada de capitales y la demanda interna. La protección al empleo existente y la creación de nuevos puestos de trabajo como medida de emergencia y el salario mínimo como instrumento de ajuste económico (El Salvador, Nicaragua), se desarrollaron con componentes de contrato temporal (Guatemala); en Costa Rica y Guatemala se procuró estimular el desarrollo productivo local con especial énfasis en las medidas de apoyo a las PYMEs a través de la creación o ampliación de líneas de crédito y fondos de garantías, junto con asistencia técnica y capacitación(Costa Rica y Guatemala). En México, las medidas orientadas al mercado laboral parecen haber sido insuficientes y no se previeron medidas específicas para las mujeres, lo cual podría estar en parte relacionado con el hecho de que las pérdidas de puestos de trabajo fueron mayores entre los hombres (Espino, Rodríguez, Esquivel, 2011). Las políticas laborales implementadas no fueron suficientes en todos los casos para proteger a las personas del desempleo. Algunas medidas no obstante, que sostuvieron el nivel de inversión social, así como la prioridad dada a la infraestructura básica puede beneficiar a las mujeres facilitando la organización del cuidado. En América Central se observó un marcado énfasis en la inversión en obras públicas como medio de creación de empleo por parte de los estados. Las políticas de inversión pública se han orientado a ampliar y mejorar los servicios públicos de educación y salud, con especial énfasis en el empleo de mano de obra local (El Salvador) y la construcción de infraestructura básica y caminera (Costa Rica, Guatemala, Nicaragua) (Espino, 2011). En general y más allá de la existencia de un conjunto de medidas que han tendido a favorecer la situación de las mujeres en varios países centroamericanos se diseñaron programas para favorecer a los grupos poblacionales más vulnerables, entre ellos las mujeres y los jóvenes (América Central) (OIT 2009), las respuestas específicas de política pública, no han considerado específicamente la equidad de 38 género más que con excepciones (El Salvador46). En particular, en el caso de Ecuador por ejemplo, no llegaron siquiera a implementarse programas específicos para mujeres, ni existen cuotas de género incluso entre los beneficiarios de los programas sociales, en las que suelen estar presentes. El resultado final de este proceso tendrá que ser evaluado en el largo plazo, razón por la cual existe una necesidad de más investigación sobre la base de datos cuantitativos y cualitativos que permitan el seguimiento de los indicadores 5. ¿Hacia una agenda económica feminista? 5.1. Desafíos desde una perspectiva de género y desarrollo Los desafíos que enfrentan los países latinoamericanos -como ha sido señalado- se originan tanto en su desarrollo histórico como en su situación coyuntural y por supuesto, en el cruce de ambos. Las mejoras recientes en la distribución del ingreso, el crecimiento económico y las condiciones de empleo son todavía insuficientes. Las desigualdades de género expresadas en las brechas de participación se han reducido mostrando un crecimiento de la feminización laboral, pero se mantienen brechas en el desempleo y las remuneraciones -en algunos casos agravadas por la crisis- y éstas crecen y se asientan entre las mujeres. Los años 2000 han sido testigo de significativos cambios políticos en la región a partir de gobiernos con nuevas orientaciones políticas e ideológicas. Aparecen así en el discurso y en algunas iniciativas de políticas, nuevas perspectivas respecto a la significación de la igualdad y la importancia de los derechos ciudadanos, que suponen compromisos con grupos históricamente excluidos. Estas -además de la relativa incidencia que ha tenido el paradigma del desarrollo humano, colocando en el centro de las prioridades la calidad de vida y el enriquecimiento de potencialidades humanas-, se nutren de marcos ideológicos enraizados en posturas de los pueblos originarios (por ejemplo, Vivir bien, Buen vivir) o de las izquierdas más o menos tradicionales. Como resultado de estos cambios se observan algunas transformaciones en ciertas áreas de las políticas públicas respecto a las que habían sido características de la década de los 90. En efecto, la protección social47 -a pesar de la fragmentación que todavía exhiben los sistemas y los fuertes vacíos de cobertura- parece mostrar a partir de ciertas iniciativas llevadas adelante, una mayor vocación de universalidad -aunque todavía incipiente y solamente en algunos países de la región-. Son algunos ejemplos 46 Solamente programa de vivienda “Casa Para Todos” en El Salvador les da a las mujeres prioridad como beneficiarias; pero la aplicación de este no es parte de un política nacional y de largo plazo (PNUD 2011 citado en Espino, 2012. 47 Además de las características a su surgimiento asociado al desarrollo de los mercados internos y el empleo formal, las reformas de los 90 fueron paulatinamente desmontando algunas estructuras profundizaron su carácter fragmentario. 39 en este sentido, la asignación universal en Argentina o las reformas de Uruguay en relación a este beneficio. Por su parte, se evidencia el objetivo de disminuir los sesgos más regresivos de la seguridad social con nuevas regulaciones para la incorporación obligatoria de beneficiarios no relacionados con trabajo formal y nuevos subsistemas para fortalecer los regímenes solidarios (Argentina, Uruguay, Venezuela y Brasil). Se producen también modificaciones tendientes a ampliar la participación estatal en la seguridad social como por ejemplo, con la re-estatización del sistema (Argentina), o disminuir los sesgos de género relacionados con las jubilaciones y pensiones (Uruguay, Chile). Los planteos feministas tienen algunos puntos en común con estas perspectivas, como la crítica al funcionamiento del sistema económico y la injusta distribución de recursos, e incluso de trabajos y tiempos entre mujeres y hombres entre otras dimensiones de la desigualdad, como clase, etnia y generación. Y, precisamente la incidencia de las feministas está en la base de algunas de las propuestas señaladas (Espino y Sanchís 2012). De hecho, algunos gobiernos comienzan a reconocer al menos en el plano del discurso, el trabajo no remunerado femenino como “trabajo” así como su aporte al funcionamiento de las economías. Se impulsan encuestas de uso del tiempo en varios países que permiten acercarse a conocer las desigualdades en los hogares con relación a los tiempos. También se comienzan a considerar nuevas formas de derechos económicos que pasan por la valorización del trabajo no remunerado en sus diversas modalidades (incluido el de cuidados), que se reconocen en las constituciones políticas (Bolivia, Ecuador, R. Dominicana, Venezuela) o se sancionan leyes para incorporar el valor económico en las cuentas nacionales (Colombia). En este aspecto, quizá la iniciativa más importante con relación al trabajo de cuidados así como su calidad y el derecho a acceder a éstos, se manifiesta en Uruguay, en el proyecto de implementación de un sistema nacional de cuidados. Como parte de los esfuerzos por una legislación laboral más protectora, la influencia de los movimientos de mujeres y la cooperación internacional en su incidencia por la consideración del trabajo doméstico, desvalorizado incluso cuando se realiza en forma remunerada, se dan procesos de revisión y cambios de la legislación laboral del servicio doméstico (Argentina, Brasil, Uruguay). En algunos casos como en Uruguay se recupera la institucionalidad laboral a través de la reimplantación de los mecanismos tripartitos de fijación salarial y condiciones del empleo históricos (Uruguay), que incluso incorporan cláusulas de género (Uruguay, Brasil). Se perciben retrasos o directamente inexistencia de la transversalización de género en las políticas públicas y una seria debilidad en los mecanismos oficiales para el avance de las mujeres, como ha quedado claramente mostrado en la evaluación de las políticas para enfrentar la crisis. La situación de las mujeres y las desigualdades de género en la región de América Latina se relacionan tanto con las tendencias de largo plazo y las características estructurales de las economías como con la coyuntura planteada por la crisis. Así mismo son herederas de procesos históricos de subordinación de grupos sociales, 40 países y regiones, y expresan pautas culturales, ideológicas y religiosas que configuran las percepciones y las actitudes acerca de los papeles masculino y femenino. Pese a los cambios comentados, no se registran cambios sustantivos en las estructuras de la economía en términos sectoriales ni en políticas orientadas hacia la diversificación productiva. Los desafíos para las superación de dichas desigualdades desde la perspectiva feminista suponen una mayor intervención estatal –hoy parece tener mayor viabilidad que en décadas anteriores-, que a través de las políticas macroeconómicas y microeconómicas permitan administrar el comercio internacional, regular los flujos de capital y promover incentivos a la innovación y a las mejoras de productividad, de manera de reducir la heterogeneidad estructural y las desigualdades sociales. Por su parte, si bien se reconoce el aporte de las mujeres a la economía y la reproducción y se rescatan valores democráticos no son demasiado visibles los cuestionamientos a las asimetrías de poder que suponen las relaciones sociales de género como parte de los desbalances de poder que impregnan a las sociedades latinoamericanas. También, supone una mayor intervención a través de normativas y acciones que apoyen la corresponsabilidad de la reproducción biológica y social entre hombres y mujeres. Las perspectivas que se avizoran y sus objetivos, pero sobre todo la puesta en práctica de estrategias para alcanzarlos, están ligados a la dimensión de la política y la correlación de fuerzas entre sectores con intereses contrapuestos. Todavía persisten políticas que responden al modelo neoliberal hegemónico, democracias muy débiles y políticas públicas que ignoran la esfera de la reproducción y del cuidado y son ciegas a las construcciones de género (Espino y Sanchís 2012). 5.2. ¿Qué propuestas alternativas hay en relación a los principios básicos y al rumbo de la economía? Los ejes del debate feminista en la región se insertan en los diferentes niveles de la economía y la sociedad (macro, meso y micro), en los que se producen y sostienen las desigualdades sociales y de género. Las políticas económicas y sociales y la participación del Estado tienen un papel en cada uno de esos ámbitos y en la manera en cómo se estable la relación entre ellos. En este sentido, si bien se postula una función más protagónica del Estado, ello no significa negar la importancia de las funciones del mercado, sino enfatizar en que la formulación de políticas y su implementación requiere sensibilidad sobre los efectos distributivos por género, de manera de evitar los efectos negativos indeseados (Seguino, Berik, Rodgers 2010). En el nivel macro, existen varios canales de política que afectan las relaciones de género determinando quien consigue qué trabajo y qué ingresos. Las políticas macro influyen en el grado de volatilidad económica y en los recursos disponibles para la seguridad 41 social y el gasto en infraestructura, lo que conlleva implicancias de género para la educación y la salud, tanto como para las relaciones de género en los hogares (micro). Por tanto, se coincide en la afirmación realizada desde otros enfoques de la economía, acerca de que las políticas macroeconómicas no pueden ser evaluadas exclusivamente por sus resultados en los agregados macro –inflación, balance comercial, crecimiento del PBI-. Sin duda, la estabilidad macroeconómica es una condición necesaria para que la región pueda crecer más y repartir mejor, pero esta debe entenderse de manera amplia. Esto significa entender la estabilidad como un objetivo que va más allá de asegurar una inflación baja y estable. Dicho objetivo debe definirse en función de senderos previstos por las principales variables, para servir de referencia a la toma de decisiones, cuyos horizontes exceden el corto plazo (Kacef y López-Monti 2011). El crecimiento, su sostenibilidad y capacidad para integrar los objetivos sociales incluyendo el grado de bienestar desde una perspectiva feminista, imprescindible para asegurar la superación de las desigualdades sociales y de género. Como ha sido desarrollado al principio este documento, los distintos estudios empíricos de las economistas feministas –como otras investigaciones que han procurado establecer el papel de las desigualdades de género en el funcionamiento de las economías48- han mostrado que la promoción de la igualdad de género puede ser un elemento constitutivo del crecimiento -aunque la relación entre desigualdades y crecimiento se muestre ambigua-. El crecimiento puede generar condiciones para la equidad social pero también, como muestra la experiencia de la región, durante períodos de alto crecimiento económico, la desigualdad social y de género puede no responder reduciéndose; en cambio, también la experiencia parece indicar que deben implementarse mecanismos redistributivos con intervención del Estado 49. En este sentido, sorteada la crisis y recuperada la senda de crecimiento un entorno económico que viabilice una mayor igualdad de género en los salarios y, en general, el acceso a los recursos, puede promover la mejora en los niveles de bienestar de manera más equitativa (Seguino, Berik, Rodgers 2010). La estrecha relación entre políticas macroeconómicas y el dinamismo del desarrollo , hace que éstas tengan un rol crucial para la inclusión social en la región, dado que la manera en que se estimula y produce el crecimiento afecta la tasa de inversión y su incidencia en la tendencia futura del desarrollo, la intensidad del valor agregado generado en las exportaciones y su interrelación con el resto de la producción interna (PIB), la innovación, el avance de las pequeñas y medianas empresas (pymes) y la formalidad o precariedad del mercado laboral (CEPAL 2010a). Por tanto, uno de los ejes fundamentales de la propuesta feminista es poner en marcha círculos virtuosos de desarrollo, para lo cual es necesario un entorno macroeconómico en el que la equidad sea compatible con el crecimiento, esto es reglas de comercio e inversión, regulación de las finanzas, que estén subordinadas a 48 Banco Mundial entre otros. Vázconez (2011) señala que en la región la distribución también se ha verificado cuando ya tratado de un crecimiento orientado por demanda. 49 42 los objetivos más amplios de igualdad social y de género, la creación de empleo y la seguridad económica (Seguino, Berik, Rodgers 2010). Una importante área de la investigación feminista en el ámbito regional e internacional en las últimas dos décadas se ha focalizado en el impacto de las políticas fiscales. Se ha mostrado así que las políticas contractivas y el reducido rol del estado son negativos para el bienestar de las mujeres, con sus consecuentes impactos en el potencial de largo plazo del crecimiento y la mejora de la calidad de vida. Los estudios de género han hecho hincapié en el concepto de equidad fiscal tanto con referencia a la equidad vertical (eliminar las desigualdades entre los diferentes estratos de ingreso), como a la equidad horizontal (eliminar las desigualdades que se dan dentro del mismo estrato de ingreso, en los diferentes grupos de población que lo componen (Pérez Fragoso 2011). Una lección que deja la crisis, es la importancia de las políticas contracíclicas en la medida que han sido evidente los beneficios que de ellas derivan. Los países de la región enfrentan a veces restricciones institucionales —y en la capacidad de implementación por parte del sector público— que acotan los márgenes para el uso flexible de la política fiscal con objetivos de estabilización macroeconómica. Por su parte, las dificultades también radican en la dificultad para identificar la tendencia de largo plazo en muchas economías así como en las diferencias en las preferencias de distintos agentes económicos ante situaciones específicas. Pero la posibilidad de un manejo de políticas contracíclico es vital para los grupos de menores recursos entre ellos las mujeres, desde el punto de vista distributivo. Ello requiere acciones de política en las fases expansivas dirigidas a acumular capacidad para afrontar la fase descendente del ciclo (Kacef y López-Monti 2011). Los ingresos fiscales en la región están condicionados no solamente por una baja recaudación, sino por una recaudación de carácter regresivo50. Estas características de los sistemas tributarios hacen que éstos sean importantes factores en el mantenimiento de una distribución desigual de la renta y, por lo tanto, de la pobreza y la indigencia, dado que la política tributaria ha relegado el objetivo de lograr mejoras en la equidad distributiva a favor de otros propósitos (Kacef y López-Monti, 2011). Ello pone de relieve la necesidad de un nuevo pacto fiscal, necesario para adaptar el gasto público y la recaudación de ingresos a las necesidades existentes, de manera de lograr un proceso de distribución que entre sus pilares -como se fundamentó- debe considerar la des-mercantilización del bienestar51. En este sentido, el pacto fiscal (y social) que se plantea desde una perspectiva feminista incluye el compromiso de erradicar las brechas de desigualdad económica, política y social entre mujeres y hombres en todos los niveles de ingreso (Pérez Fragoso 2011). Si bien como se comentara, en el plano político institucional se ha dado el reconocimiento del aporte del trabajo no remunerado al funcionamiento de las economías, todavía se está muy 50 También con relación a la política fiscal se ha comenzado a producir algunas modificaciones como en el caso de Uruguay con la Reforma tributaria de 2007. 51 Debe considerarse adicionalmente que prácticamente no existe inversión en infraestructura de apoyo a las tareas domésticas y de cuidados de carácter público ni de responsabilidad con las empresas. 43 lejos de avanzar en sistemas de cuidados que combinen adecuadamente la participación del Estado, el sector privado y las familias. El mercado por sí mismo no produce igualdad ni bienes públicos, ni se ocupa de la situación a largo plazo y el Estado puede tener un rol de mayor protagonismo, en adecuadas combinaciones público-privadas para la asignación de recursos y la provisión de servicios (CEPAL 2010ª). La disminución de las desigualdades y el combate a la pobreza están relacionados con los objetivos redistributivos de las políticas y las estrategias para lograrlas. Entre los objetivos redistributivos que atañen directamente el bienestar de las mujeres –por su posibilidad de obtener ingresos y otras oportunidades de satisfacción personal, participación y agencia-, está la forma en que se resuelven los cuidados. Ello requiere la intervención del Estado tanto para combatir las crecientes brechas entre las mujeres como entre hogares y personas. La capacidad de cuidar y el derecho a ser cuidado en la medida que depende de las mujeres en primer lugar, y por lo tanto, de las familias están fuertemente estratificados por ingresos. Ello explica la desigualdad entre las mujeres de mayores recursos y aquellas que se ubican en los quintiles inferiores de ingreso como se desarrollara anteriormente. Las desigualdades en el cuidado no solamente muestran las relaciones de género, sino el círculo entre la vulnerabilidad y pobreza de ingresos y la carga de trabajo, pobreza de tiempo, que resultan en un fuerte componente de la inequidades dentro de las sociedades latinoamericanas en el presente y la debilidad en la acumulación de capacidades hacia el futuro. En particular, en lo que hace a los efectos de género de las políticas comerciales y el desempeño del comercio internacional, los estudios elaborados por las economistas feministas han enfatizado en sus efectos sobre la igualdad de género con relación a distintos factores, como los cambios en los patrones y las condiciones de trabajo, incluyendo el trabajo remunerado y no remunerado; en las brechas de género salariales y en las ganancias; en los patrones de propiedad y el control sobre los activos; el cambio técnico y el uso de la tecnología por hombres y mujeres; el cambio en los patrones de consumo y las relaciones de poder al interior de los hogares; los cambios en la provisión pública de los servicios. Así mismo, como ha sido mencionado también se ha investigado sobre la relación entre las desigualdades y las políticas comerciales encontrando que en varios casos estas son funcionales a estrategias cortoplacistas, carentes de mecanismos que impulsen ventajas competitivas sostenibles. En la región se han recogido diversas evidencias sobre los impactos de estas políticas en las desigualdades de género, encontrando entre otros, que los sectores tradicionalmente feminizados tienden a revertir esa característica cuando se incorpora tecnología o las dificultades adicionales que enfrentan las mujeres empresarias para lograr su inserción internacional (Salvador 2011). Las políticas comerciales cuya importancia es de máxima significación en los modelos de crecimiento y por tanto, en el desarrollo, requieren ser discutidas y formuladas en forma integrada considerando sus impactos sociales y de género si se consideran entre sus objetivos la equidad. 44 Uno de los planteos más relevantes para la igualdad social y de género descansa en las características que asuman las políticas sociales. Como se ha señalado, se observan algunas reversiones en la materia respecto a las reformas de los 90, pero todavía se está lejos de un paradigma dirigido a incorporar más sectores, a alinearlas con propuestas de modelos más incluyentes y como parte de los derechos ciudadanos. Los tímidos esfuerzos orientados a políticas de carácter universal, aun incipientes, dependen de las capacidades fiscales de los países que enfrentan serias restricciones y en gran medida de pactos sociales y políticos que aunque difíciles, podrían impulsarse con los nuevos vientos. Las políticas sociales implementadas en la región normalmente alejadas de una perspectiva feminista, no han mostrado ser suficientes como instrumento de redistribución. Por su parte, el énfasis en las políticas focalizadas en la pobreza y en las transferencias monetarias condicionadas han tenido a la “la familia” como sujeto y a las mujeres como operadoras, aunque han alcanzado a una alta proporción de hogares de menores ingresos con jefatura femenina y seguramente favorecido a muchas mujeres ha recibido también diversos cuestionamientos. Entre otros, Rodríguez (2011) señala que este tipo de programas se basa en la presunción de la responsabilidad individual en la situación de pobreza de las personas, en su capacidad para invertir adecuadamente en recursos básicos como la educación y la salud. Sin embargo, la menor capacidad de las mujeres de generar ingresos propios no deriva principalmente de sus características, ni sus actitudes respecto a la construcción de capacidades, sino que está explicada fuertemente por los mecanismos que excluyen relativamente más a las mujeres de los canales de acceso a recursos económicos (el mercado laboral, los sistemas de protección social y las normas que regulan la propiedad de los activos). Este tipo de política probablemente tanto en la emergencia como posteriormente, siga siendo efectivo para combatir algunos aspectos de la pobreza y la indigencia. No obstante, el objetivo de ampliar las oportunidades de vida que estos programas deberían incorporar, tienen que acompañar que estará acompañados por herramientas (fortalecimiento de las capacidades laborales y opciones para la organización del cuidado) que permitan actuar sobre las restricciones estructurales que enfrentan las personas y en particular, las mujeres. Las condicionalidades por su parte, requieren ser revisadas de manera de ser funcionales a la mayor corresponsabilidad entre madres y padres en el cuidado. En el plano institucional, los cambios en materia de regulación son una de las bases para revertir los sesgos de género y etarios en el mercado laboral, incorporando su complejidad y diversidad de manera de ampliar la población amparada por normas laborales fundamentales. Los mercados laborales fallan en reconocer el aporte de la economía reproductiva y aunque tampoco para éstos escapa el hecho de que alguien “tiene que pagar por los niños”, las instituciones laborales están construidas sobre la base de que la carga de la economía reproductiva estará o deberá estarlo a cargo de las mujeres (Elson 1999). Las normas formales relacionadas con permisos y licencias son prueba de ello, siempre que las licencias para los padres son muy breves -cuando existen- y las responsabilidades domésticas penalizan a las mujeres en el mercado laboral, en la medida que se convierten en un factor clave para su débil posición en las remuneraciones y las ocupaciones. En este campo regulatorio, las modificaciones 45 tendientes a combinar las diferentes modalidades del empleo para hombres y mujeres pueden contribuir a diversas formas de distribución que permitan establecer mejores arreglos para la relación entre vida cotidiana, familia y empleo para hombres y mujeres. Si se considera que la incorporación de las mujeres al mercado de trabajo es importante para ellas y para el bienestar global -el aporte que éstas realizan al volumen total de ingresos de sus hogares en muchos casos es lo que les permite salir de la pobreza (CEPAL 2010b)- resulta incomprensible no crear condiciones para el empleo de hombres y mujeres compatible con la vida familiar. Estas propuestas o líneas de debate podrían encontrar en la crisis, sus impactos y las formas implementadas para superarla, una oportunidad para profundizar un proceso de construcción de otro proyecto económico. En éste la economía feminista puede realizar un significativo aporte en la medida que coloca en el centro de este proceso otra dimensión: la sustentabilidad de la vida humana y la reproducción social valorada tanto como la dimensión económica. Esta resignificación de lo económico hace posible establecer una agenda compartida con movimientos sociales y propuestas políticas que han cobrado mayor presencia en la última década. Por ejemplo, planteos como los del «buen vivir», que reubican el cuidado como categoría económica, así como con voluntades políticas que se expresan en objetivos de desarrollo humano. 5.3. Propuestas feministas y gobernanza económica global Enfrentar las desigualdades de género, si bien requiere acciones específicas orientadas a situaciones particulares y estas se dan en los ámbitos nacionales, descansa también en el entorno macro global. Más allá de los posibles cambios experimentados en la región y las responsabilidades que competen a gobiernos, grupos sociales y corporaciones, las propuestas de cambios estructurales son todavía insuficientes y requieren acciones de alcance global. Las restricciones que enfrentan los países de la región tienen raíces históricas, estructurales y de relaciones de poder, y responden a la manera en que han ido constituyendo sus formas de gobierno, sus democracias y formas de ciudadanía. Pero también, las propuestas de transformación que enfrentan las economías en la relación corto –largo plazo, podrían verse condicionadas en principio, por las situaciones que atraviesa la coyuntura global. El descenso de la demanda de importaciones por parte de las economías desarrolladas estrecha el espacio para que la región y el resto de las economías emergentes puedan colocar sus productos en estos mercados, exacerbando la competencia. En vistas de los impactos de la crisis se vuelve más relevante considerar el redireccionamiento de las políticas comerciales, revisar el rol del estado y de los mercados nacionales -al menos en las economías de mayor tamaño relativo-. Las políticas para enfrentar la crisis mostraron la pertinencia de mantener la actividad económica, sobre la base de diversas iniciativas que sustentaron el mercado interno (OIT 2010)52. En una región donde en las últimas décadas, se ha hecho hincapié en el 52 La demanda interna hacia 2009, cobró mayor importancia relativa en Argentina, República Dominicana, Guatemala, Honduras, Paraguay y Uruguay. En el caso de Brasil, muestra que un cambio 46 desarrollo impulsado por las exportaciones, esta situación es una novedad y representa un desafío (Marinakis 2011). Por su parte, se requiere revisar el rol de la integración económica regional que hasta ahora pese al discurso no ha registrado logros sustantivos, en la medida que no se reflejan en el diseño de una política exterior -prácticas y estrategias de integración regional y de inserción internacional- legitimada internamente, y formuladas como clave transversal de visiones estratégicas de desarrollo y competitividad. Entre los riesgos y dificultades que se presentan en la coyuntura -dadas las medidas que se impulsan desde el norte- está la falta de espacio suficiente en los países de la región como para resistir por mucho tiempo excesos de liquidez. Ello implica hacer referencia a problemas de coordinación y de acción colectiva que involucran a todos los actores globales (Albrieu y Fanelli 2010). Además de los problemas coyunturales que puedan haber contribuido a desatar la crisis, ha sido ampliamente señalado que ha quedado en evidencia la fragilidad sistémica y los desequilibrios que se viven a nivel global. En parte, la crisis es el resultado de la desregulación de los mercados financieros y del comercio internacional, la falta de equilibrio entre la función del mercado y la del Estado. Esta crisis económica y financiera por la que todavía se atraviesa en el ámbito internacional no puede entenderse como un accidente, sino como un resultado de las características del funcionamiento del sistema económico. La crisis alimentaria y energética que la antecedieron reflejan problemas que van más allá de la aplicación de políticas monetarias y de la regulación del sector financiero. Se pone en cuestión la validez de los supuestos básicos sobre los efectos de las políticas macroeconómicas inspiradas en el paradigma del libre mercado y la reducción del papel del Estado. Las fallas de mercado son especialmente importantes en los mercados financieros y han mostrado tener consecuencias desproporcionadas al pasar a la actividad económica “real”. Los niveles de riesgo excesivos y la alta relación entre capital propio y crédito invertido ponen de relieve la necesidad de poner en marcha una supervisión y regulación financiera mucho más comprehensivas, para tratar de eliminar los vacíos que existían antes de la crisis, que implique lo que respecta a los distintos instrumentos financieros como a los distintos participantes del mercado (Comisión Stiglitz, 2009). Por su parte, las desigualdades sociales y de género no son un rasgo contingente del sistema económico y su funcionamiento, como tampoco lo son la forma en que se procesan las decisiones de política económica ni las asimetrías de intereses y de poder que estas reflejan. Las propuestas de cambios profundos que remuevan las asimetrías de poder entre grupos sociales, hombres y mujeres, deben apoyarse en el entorno global en base al sustancial tuvo lugar después de la crisis, con el país pasando de una situación en la que el dinamismo deriva de la demanda externa, en la medida en que, en 2009, hubo un predominio de la demanda interna (Marinakis 2011) 47 reconocimiento amplio de las fallas del sistema de acumulación a nivel de la región y global. El cambio en las relaciones de poder en cada una de las sociedades tiene un necesario correlato con estos mismos cambios en el ámbito global, con la posibilidad de una mejor redistribución de los recursos globales en el contexto de un espacio político más incluyente y democrático para las mujeres, para las poblaciones del sur, el conjunto de la ciudadanía y las organizaciones sociales del sistema global. En ese cambio es necesario incorporar la idea que el mercado, lo cual ha sido demostrado, no es capaz de conocer y validar la diversidad de necesidades e intereses de la comunidad global y superar las brechas que se abren en diferentes esferas de la vida. En términos de propuestas conjuntas o que involucren norte- sur, las feministas se han pronunciado no solamente respecto a crisis económica, sino también las crisis del sistema ecológico y social. Ello supone desde el punto de vista conceptual cuestionar el capitalismo corporativo, junto con sus desigualdades y las estructuras de poder. El bienestar" y "sostenibilidad" de las personas en el centro de la política económica, junto con la igualdad de género es parte de la apuesta estrategia feminista que requiere una construcción conjunta (norte sur y su-sur) y capaz de determinar estrategias orientadas por objetivos compartidos, sin dejar de considerar la existencia de posibles divergencias de intereses. Ello puede formar parte de un verdadero debate democrático que incluya a las personas en tanto tales, y no solamente en tanto productores o consumidores y las necesidades de los diferentes países y grupos sociales. El involucramiento de las mujeres y otros grupos sociales afectados por la crisis en las soluciones a los desequilibrios globales, podrían ser esenciales para obtener una respuesta en armonía con los estándares y compromisos internacionales con la igualdad de género, los derechos de las mujeres, los derechos humanos y el empoderamiento (Espino, 2009). 48 Referencias bibliográficas Abramo, Laís (2006): “Trabajo Decente y Equidad de Género en América Latina”. Santiago, Oficina Internacional del Trabajo Albrieu, Ramiro y Fanelli, José María (2010) La crisis global y sus implicaciones para América Latina. 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University of Manchester, U.K. 53 Anexo estadístico Cuadro 1. Tasa anual de crecimiento del PIB Países 2007 2008 2009 8.7 6.8 0.9 Argentina Costa Rica 7.9 2.8 -1.1 Ecuador 3.8 1.3 - 3.1 El Salvador 4.3 2.4 -3.5 Guatemala 6.3 3.3 0.5 Honduras 6.3 4 -1.9 Nicaragua 3.1 2.8 -1.5 México 3.4 1.2 - 6.3 Panamá 12.1 10.1 3.2 8.5 5.3 3.5 República Dominicana Fuente: Anuario Estadístico de América Latina y el Caribe, 2010, CEPAL Cuadro 2. Mujeres con dedicación exclusiva a las labores del hogar, áreas urbanas. (Porcentajes sobre la población femenina de 15 años y más) 2008 Argentina Bolivia (Estado Plurinacional de) 24,0 Chile 20.1 Colombia 31.4 Costa Rica 26.8 Ecuador 27.7 El Salvador 28.7 Guatemala 32.8 Honduras 33,0 México 37,0 Nicaragua 31.2 Panamá 26.4 Paraguay 12.7 República Dominicana 23.1 Uruguay Venezuela (República Bolivariana de) 15.5 22.4 30.7 Fuente: Fuente: elaboración propia en base a CEPALSTAT 54 Cuadro 3.Tasa de participación económica de la población de 15 y más años de edad, según sexo y condición de pobreza, áreas urbanas y rurales (Porcentaje). 2008 Países / Condición de pobreza Argentina Bolivia (Estado Plurinacional de) Brasil Chile Costa Rica Ecuador Guatemala Honduras México Nicaragua Panamá Paraguay Perú República Dominicana Uruguay Venezuela (República Bolivariana de) Fuente: CEPALSTAT Zona Urbana Hombre Mujer Pobres Zona Rural Hombre Mujer No pobres Zona Urbana Zona Rural Hombre Mujer Hombre Mujer 67.6 74.5 40.3 49.2 ... 93.9 ... 77.9 76.6 78.2 51.6 58.4 ... 90.2 ... 71.4 77 63.4 61 77.5 86.5 76.2 79 77.4 71.6 81.5 83.1 68.6 47.3 32.4 32.3 42.1 46.3 38.9 37 45.1 30.5 50 60 42.8 88.1 58.1 64.4 81.6 92.6 89.7 84.2 90.7 87.2 88.4 91.4 70.5 56.9 15.4 21.5 43.2 32 28.1 29.2 26.7 33.4 46.3 75.9 32.9 79.7 74.1 78.4 81 83.6 76.7 79.7 79.8 79.9 83.2 80.1 84 59.4 47.2 52.5 58.9 59.1 54.7 52.1 55.5 54.3 62.6 61.7 58.9 86 72 83.6 87.8 91.9 85.9 84.5 90.6 85.8 89.5 88.3 85.3 60.2 29.2 38.8 52.6 51.1 45 45.6 44.7 40.8 57.8 72.3 48.1 79 73.5 52.4 34.1 80.7 ... 26.5 ... 73.5 81.7 55 55.7 82.4 ... 49.2 ... Cuadro 4. Proporción de la población ocupada femenina en sectores de los servicios. 2009 Comercio Otros servicios53 Argentina 21.7 55.1 Brasil 18.8 53.7 Chile 28,0 46.3 Colombia 32.3 35.4 Costa Rica 26.7 44.3 Ecuador 40,0 34.3 El Salvador 40,0 34.3 Panamá 30.7 45.3 Paraguay 34.5 42.2 Perú 43.9 29.3 República Dominicana 28.4 51.7 Uruguay 23,0 51.4 55 Fuente: elaboración propia en base CEPALSTAT Cuadro 5. Proporción de hombres y mujeres en el sector informal sobre el total (%) 2009 Trab. independientes no Empleo calificados Doméstico (Porcentaje del total de la población ocupada urbana) Hombres Mujeres Mujeres Argentina 17.4 12.4 16.1 Brasil 21.1 18.4 18.1 Chile 16.9 16.6 12,0 Colombia 40.6 41.3 9.2 Costa Rica 13.6 16.9 10,0 Ecuador 27.8 39.9 9.2 El Salvador 24.8 42.2 8.9 Panamá 20.2 18.8 12,0 Paraguay 23.4 33.3 17.8 Perú 29.7 47,0 6.4 República Dominicana 41.8 23.5 13.9 Uruguay 20.3 16.8 18.6 Fuente: : CEPALSTAT Cuadro 6. Proporción de hombres y mujeres en el sector informal sobre el total en el sector de servicios y comercio (%) 2009 Hombres Mujeres País Argentina 9.6 9.6 Brasil 10.2 11.4 Chile 10.6 13.8 Colombia 27.6 33.4 Costa Rica 8.7 13.4 Ecuador 18.8 32.8 El Salvador 14.4 34,0 Panamá 13.6 15.6 Paraguay 15.4 22.9 Perú 20.9 36.9 República Dominicana 24.4 20.9 Uruguay 10.6 12,0 Fuente: CEPALSTAT 56 Cuadro 7. Índice de feminidad de la indigencia y de la pobreza, según zonas geográficas Pobreza Indigencia Países Años Nacional Urbana Rural Nacional Urbana Argentina 1999 112,3 118,0 2009 132,1 132,9 Bolivia (Estado Plurinacional de) 1999 105,2 Brasil 2007 2001 2009 106,9 104,2 110,3 2000 2009 2002 2009 Rural ... ... 106,8 104,0 107,7 113,8 105,6 109,8 105,2 106,3 104,8 114,3 107,4 105,5 103,7 114,2 108,6 106,6 108,1 106,8 124,2 109,1 109,1 128,3 106,3 111,9 108,5 128,5 108,3 114,5 115,6 125,8 107,2 115,1 114,7 128,6 111,2 126,5 116,3 131,7 117,0 136,3 114,7 117,4 112,5 127,7 2002 2009 2002 2009 2001 2009 2002 2007 1999 2007 2002 2008 2001 2005 2002 2009 2001 2009 2001 2009 2002 2009 2002 2009 122,5 134,1 121,4 137,8 ... 112,5 104,0 103,4 100,4 101,7 100,4 100,0 101,9 103,8 101,9 103,5 111,0 116,9 103,8 105,1 105,1 106,8 121,0 130,1 ... 132,6 130,3 152,7 ... 115,4 104,2 100,8 97,0 101,4 104,8 98,4 111,4 108,2 104,6 102,5 112,0 129,5 95,9 108,1 107,2 108,2 129,4 141,2 ... 129,6 136,9 159,0 116,0 118,1 110,7 106,9 122,2 105,7 112,3 109,4 114,1 112,4 110,4 111,7 130,0 149,2 108,9 117,1 113,2 112,1 134,0 144,5 107,8 128,7 130,7 150,1 119,9 126,1 131,9 108,8 111,0 111,4 107,3 110,7 102,8 103,0 105,5 110,8 109,3 106,3 102,0 115,9 131,9 106,5 109,9 105,9 109,2 117,9 123,7 103,9 118,7 1999 2008 110,1 119,4 ... ... ... ... 116,0 132,4 ... ... ... ... Chile Colombia Costa Rica Ecuador El Salvador Guatemala Honduras México Nicaragua Panamá Paraguay Perú República Dominicana Uruguay 111,1 106,4 104,8 102,8 101,9 100,6 101,2 106,7 107,1 103,1 101,0 109,7 119,1 102,8 106,4 104,8 105,4 117,3 124,8 114,7 103,4 98,9 91,7 100,6 104,2 97,6 109,4 104,8 105,2 104,7 113,6 131,2 98,7 108,5 107,4 113,2 133,2 141,3 136,3 Venezuela (República Bolivariana de) Fuente: CEPALSTAT 57